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VOX vs PP: DOS MANERAS DE ENTENDER EL

CONSERVADURISMO

Antes de que el llamado historicismo identificara la historia como un ámbito de la realidad


caracterizado por una sucesión de acciones humanas libres e irrepetibles y radicalmente
diferenciado del ámbito de la naturaleza en la que los fenómenos se suceden de un modo
constante, pensadores clásicos como Tucídides, Maquiavelo o Vico caracterizaron a la historia
como una maestra de la vida. Tanto de las grandes tragedias de la humanidad como de sus
grandes gestas el ser humano podía extraer valiosas enseñanzas que orientaran sus acciones
futuras. Una de las grandes tragedias que trajo consigo la modernidad, tal y como señalara Leo
Strauss, consistió en la pretensión del ser humano de alcanzar la redención a través de medios
exclusivamente humanos. Esta tendencia según Strauss se inicia con Maquiavelo para el que la
filosofía se habría convertido en un instrumento al servicio de las apetencias humanas y habría
continuado con autores como John Locke que llevarían a cabo una interpretación individualista
del llamado derecho natural. Esta tendencia alcanzaría su culminación tanto con el
historicismo que señalábamos antes como con el nihilismo representado por autores como
Nietzsche o Heidegger. Frente a esta crisis de la llamada modernidad, con sus derivas
relativistas y su crisis axiológica, Strauss propone una vuelta a los clásicos cuyos centros
fundamentales de irradiación son para el pensador conservador Atenas, cuna de la cultura
griega, y Jerusalén, matriz de la tradición judeo-cristiana.

Según Strauss una lectura esotérica de los clásicos pone de manifiesto que las grandes
preguntas que estos se plantean en sus grandes obras son básicamente universales
antropológicos que se suceden una y otra vez a lo largo de la historia. Los problemas comunes
que afronta el ser humano son básicamente los mismos con independencia del momento
histórico en el que estos se planteen. De ahí que la lectura de autores como Heródoto o
Tucídides pueda aportarnos claves hermenéuticas con las que afrontar el desencanto y la
insatisfacción propios de la modernidad. Renegar de nuestro pasado y de nuestra tradición es
en cierto sentido renegar de nuestra propia naturaleza. En esta reivindicación del legado
clásico como algo necesario que no debemos dejar de lado es una de las señas de identidad del
verdadero conservadurismo político. Hoy en día el llamado conservadurismo está edificado
sobre falsas premisas que se basan en el falso prejuicio de que la política se reduce a lo que
Allan Bloom caracterizara como un mero baile de disfraces en el que la misión del político se
reduce a la de seducir al votante apelando a su sentimentalidad para que le otorgue un voto.

En la época de los griegos la política se entendía como una techné orientada a descubrir el
bien común. Ese bien común es lo que tenía presente un personaje histórico como
Temístocles, líder militar y político ateniense, al que las generaciones futuras debemos el
haber salvado parte de ese legado clásico reivindicado por Strauss, con su audaz victoria sobre
los persas en la llamada segunda guerra médica. Tras la gran derrota de Darío I en la batalla de
Maratón (490 ac), la amenaza persa sobre la antigua Hélade no disminuyó sino que se vio
acrecentada con la llegada al poder de Jerjes quien planeó una segunda invasión de Grecia
todavía más ambiciosa. Temístocles, apoyándose en el llamado bando popular, tuvo claro que
la única manera de derrotar a tan poderoso enemigo pasaba necesariamente por una revisión
estratégica de la forma en la que Atenas había construido su poder militar hasta entonces.
Sólo por medio de una alianza contra natura con su rival político y civilizatorio, Esparta, y
convirtiendo a su polis Atenas en una potencia naval los griegos tendrían alguna posibilidad
de lograr conjurar el grave peligro que se cernía sobre ellos. Para lograr ese objetivo
Temístocles debía convencer a sus conciudadanos de la necesidad de construir una flota para
una ciudad cuyo ejército hasta entonces tenía un marcado carácter aristocrático. Apostar por
la construcción una gran flota suponía involucrar a todos los ciudadanos atenienses en la
defensa de su ciudad integrándose en uno de los nuevos barcos, tirremes, que el comandante
ateniense planteaba construir con los nuevos recursos mineros descubiertos en Lavrio. Este
plan de defensa de Temístocles no generó especial simpatía entre buena parte de los aliados
circunstanciales de Atenas, que tenían una tradición marítima más consolidada como Corinto o
Egina e incluso entre buena parte de la aristocracia ateniense comandada por Arístides que
temían que un ejército de extracción popular socavara los cimientos de su poder. A través de
una antigua institución ateniense, el llamado ostracismo, Temístocles logró desterrar de la
ciudad de Atenas a Arístides y sus partidarios y de esta manera poder llevar a cabo sus planes
que culminaron en la célebre victoria de Salamina (480ac) que destruyó el poder naval persa y
allanó la gran vitoria de las fuerzas aliadas griegas en Platea y Mícala.

De esta primera gran experiencia populista de los clásicos podemos extraer lecciones para el
presente como pone de manifiesto Leo Strauss en su lectura esotérica de los clásicos. La
primera y fundamental es la de que las grandes amenazas requieren respuestas imaginativas y
audaces que se salen de lo común y que desafían las convenciones establecidas acerca de lo
que debe hacerse para sortear una dificultad. Al igual que Atenas tuvo que empezar a mirar al
mar para garantizar primero su supervivencia y luego poder edificar su talasocracia, el
conservadurismo y el pensamiento liberal deben abandonar su zona de confort que en la
posmodernidad se ha venido caracterizando por una peligrosa deriva hacia la
desideologización creciente. Derivas como las experimentadas por el Partido Popular en los
últimos 15 años con su continuo viaje hacia el centro, la moderación y en general hacia la
asunción tardía de los grandes dogmas del progresismo son estrategias erradas si de lo que se
trata es de salvar una civilización asediada por una serie movimientos políticos radicales e
identitarios que precisamente lo que buscan es socavar esos dos grandes núcleos en los que se
fundamenta la civilización occidental; Atenas y Jerusalén y cuya preservación constituye el
fundamento del pensamiento liberal-conservador.

La segunda gran enseñanza que se puede extraer se deriva del enfrentamiento entre Arístides
y Temístocles, como representantes de dos arquetipos del conservadurismo en el mundo
clásico. Se podría objetar que la ideología conservadora es el fruto de una reacción frente a los
excesos del pensamiento ilustrado que culminan en el paroxismo revolucionario del periodo
comprendido entre 1789 y 1799, por lo que cualquier intento de aplicar categorías políticas
propias de la modernidad al mundo clásico supone una forma de anacronismo histórico.
Frente a quienes sostienen esta tesis historicista acerca del origen epocal del pensamiento
conservador cabría alegar lo siguiente. Buena parte de la teoría política progresista, por
ejemplo Jacques Droz, busca los fundamentos y orígenes de ideologías modernas como el
socialismo en autores como Faleas de Calcedonia o incluso Ernesto Laclau bucea en los
orígenes del populismo en las reformas de los Graco en la república romana. Por otro lado la
tesis esotérica de Strauss abre la posibilidad de que exista un pensamiento conservador
intemporal, precisamente aquel que viene representado por esas dos grandes figuras
históricas atenienses, Aristídes y Temístocles cuyo programa político se dirigía a la
conservación del legado ateniense frente a la amenaza persa. Estas dos formas de preservar el
legado conservador encuentran su traducción contemporánea en la pugna que mantienen VOX
y el PP a la hora de diseñar su estrategia de oposición al actual gobierno social-comunista. La
controversia acerca de la oportunidad estratégica de una moción de censura en estos
momentos nos recuerda a la tesitura en la que se encontraba la asediada Atenas a punto de
sucumbir ante el poderío persa. El PP, a la manera de Arístides, entiende la labor de oposición
como una simple espera que permita caer al gobierno por el propio peso de sus errores. EL PP
aspira gestionar un desastre ajeno, aun cuando el país pueda sucumbir como consecuencia de
una nefasta gestión del gobierno y ante la incomparecencia de la oposición. VOX, a la manera
de Temístocles que planteó la lucha frente a los persas en el mar donde éstos se consideraban
más fuertes, presenta una estrategia audaz, aunque no exenta de riesgos. La formación verde
plantea el combate frente a la izquierda radical en aquel campo de batalla donde esta
tradicionalmente se ha mostrado más poderosa, la cuestión social, de ahí la interesante
propuesta de apadrinar la formación de un sindicato, Solidaridad, con claras referencias a la
lucha del pueblo polaco contra el comunismo, o los cada vez más claros guiños al votante
tradicional de izquierdas que se siente perplejo ante la deriva identitaria y anti-obrera de la
nueva izquierda. A mi juicio las descalificaciones liberales o pseudo liberales frente a esta
estrategia como una forma de neo-falangismo o una suerte de vuelta al sindicalismo vertical
franquista no captan el sentido estratégico de la decisión política y siguen ancladas en una
visión liberal clásica que considera el mundo obrero patrimonio cultural y político de la
izquierda o del fascismo. La estrategia podrá salir bien o no salir, dependiendo de cómo se
articule y siempre se encontrará el difícil escollo que representa la representación obrera en
España, donde de facto impera una suerte de sindicalismo vertical en favor de CCOO y de la
UGT y en contra del pluralismo sindical.

Sólo el tiempo nos aclarará si la estrategia de VOX es correcta o no para logar aquel objetivo
que se propone: seguir combatiendo la hegemonía cultural de la izquierda. En cualquier caso
se trata de una iniciativa audaz y profundamente conservadora en el sentido apunta por Leo
Strauss.

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