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EL NORTE

EN LA BOCA DEL OSO

La antropóloga Nastassja Martin relata en Creer en las fieras, una obra apasionante, la
transformación experimentada tras pelear con un plantígrado y salir con vida

Eugenio Fuentes

En principio, la presencia de una cabeza humana entre las fauces de un oso solo puede ser
interpretada como un número circense o como la antesala de la muerte. Sin embargo, la
Naturaleza tiene sus caprichos. El 25 de agosto de 2015, la antropóloga francesa Nastassja
Martin, de 29 años, sintió cómo un oso gris hacía crujir todos los huesos de su cráneo y de su
cara, se empapó de la insoportable espesura de su aliento y, cuando ya se resignaba a
abandonarse a la oscuridad, pudo notar que el animal aflojaba la presión y retrocedía.
Nastassja Martin, un acabado producto de la élite intelectual francesa, alumna aventajada de
un prominente discípulo de Lévi-Strauss, había perdido una parte de la mandíbula y tenía el
pómulo derecho destrozado, por no hablar de la colección de cicatrices herederas del beso
salvaje. Pero salvó la vida y, además, sufrió una profunda metamorfosis iniciática que, en unión
de todo el resto del proceso, se narra con la belleza de la claridad en las páginas de Creer en
las fieras (https://erratanaturae.com/product/creer-en-las-fieras/), uno de los libros
destacados del año que ahora se cierra.

El ataque del oso ocurrió en la península de Kamchatka, en el extremo oriental de Rusia, donde
Martin pasó cinco años de su vida en compañía de un clan de evenos. Los evenos son un
pueblo de pastores, cazadores y pescadores nómadas que, tras verse obligados por la URSS a
llevar durante décadas una vida sedentaria, aprovecharon la caída del régimen comunista para
volver a los bosques. “Un día la luz se apagó y los espíritus regresaron”, explica a la
antropóloga su mejor amiga evena. Esos espíritus, protagonistas de la concepción animista que
los evenos tienen del mundo, constituyeron el objeto de las investigaciones de Martin hasta el
encuentro con la bestia. Sin embargo, en los meses siguientes al ataque, cuando sus lesiones
físicas ya estén curadas pero su psique aún busque respuestas para reponerse, la pelea con el
plantígrado se volverá el motivo de sus reflexiones. Y será ese entrelazarse de los hechos, las
creencias animistas y la crisis del pensamiento antropológico de la autora lo que constituya la
imantada nervadura de Creer en las fieras. Un texto que tiene en sus tanteos y en su ausencia
de conclusiones cerradas sus mejores bazas.

Está claro cuál es el principal reclamo del volumen: la antropóloga que sobrevivió a una pelea
con un oso ruso cuenta con pelos y señales el abrazo que pudo ser mortal. “Mientras me
mordía la cara podía ver el interior de su boca, fue horrible” reza de hecho el titular de una de
las entrevistas promocionales. Pero explicar los terribles detalles de una estremecedora
experiencia en la ladera helada de un volcán no justifica un libro ambicioso. De modo que
Martin, en un inteligente ejercicio de contención, salpica en el texto las precisiones justas
sobre el incidente. En la memoria del lector quedará probablemente, además de la brutal
dentellada, el momento en el que los dos animales cruzan sus miradas, azul ella, él amarilla,
mientras se rugen y exhiben toda su dentadura. Y también, la cojeante retirada del oso, herido
en una pierna por un golpe de piolet de su enemiga.

Esta última escena abre una de las dos vías de la obra, la que recorre la laboriosa recuperación
física. Al principio, en instalaciones siberianas todavía impregnadas de sabor soviético. Más
adelante, en un hospital parisino de referencia, inevitablemente lastrado por la autosuficiente
desconfianza francesa hacia el trabajo de los rusos y por el caos que anida en tantos
macrocentros sanitarios públicos. En cualquier caso, al cabo de unos meses, las heridas físicas
de Martin están curadas. No así las psíquicas. Por una parte, su situación personal no es
cómoda: en Francia se ha convertido en una desfigurada que suscita lástima. Por otra, la
imagen del oso la obsesiona, puebla sus sueños de pesadillas y la obliga a buscar explicaciones
al encuentro, a sus causas y a sus consecuencias, entre las que destaca el convencimiento de
haber renacido.

Esa laboriosa indagación será el núcleo duro de la historia. Las entrevistas con psicoterapeutas
franceses le generan una profunda insatisfacción, ya que descargan el peso de los hechos en
ella misma, en la pulsión de muerte de una persona que nunca está en paz, que rehúye la
calma. Su carrera profesional, siempre en los límites, es un buen exponente. Ahora estaba en
Kamchatka, en una zona militar secreta prohibida a extranjeros, pero antes la acogieron las
profundidades salvajes de Alaska. Martin acepta que es una guerrera y, de hecho, recuerda
que se lanzó “a la batalla (con el oso) como una fiera”. No obstante, su formación de
antropóloga especializada en animismo, en las múltiples identidades que pueden cohabitar en
un cuerpo, le impide aceptar que “los demás seres se limiten a reflejar nuestro estado de
ánimo”. Y aunque concede que lo que está en el fondo del otro es “inaccesible”, mantiene su
voluntad de reflexionar. “Hay cosas que nunca sabré, es evidente. Pero eso no significa
renunciar a la exigencia de comprender más allá”, argumenta guiada por un presentimiento:
“Me cuesta explicarlo, pero sé que este encuentro estaba preparado. Hace mucho tiempo que
allané el terreno para meterme en la boca del oso, para buscar su abrazo. Pienso: quién sabe,
quizá él también”.

Así las cosas, solo hay una salida. Volver a Kamchatka, volver con los evenos, que “conocen los
problemas de los osos”. Los mismos evenos que la llamaban “matukha” (osa) cuando supieron
que soñaba con esos animales. Los mismos que tras el abrazo en la ladera del volcán la
llamaron “miedka”, término que designa a quien ha sobrevivido al encuentro con el oso y se ha
transformado, sostienen, en un ser híbrido. Ese regreso a Rusia implica la asunción de una
metamorfosis que a algunos lectores les parecerá simple síntoma de un estrés postraumático y
que otros celebrarán como un bello y oportuno recordatorio de los vínculos y
responsabilidades de los humanos hacia el resto de los seres vivos. El proceso que Martin
describe es, con todo, algo más complejo, ya que tiene profundas implicaciones
epistemológicas.

La antropóloga sigue un método muy preciso. Golpeada por el oso y por sus estancias
hospitalarias, busca en primer lugar un refugio donde reconstruirse, un lugar donde suspender
su pensamiento, que parece girar en círculos estériles, y desandar paso a paso el camino que la
llevó a las fauces del oso. El cariño de los evenos la ayuda, pero en sus conversaciones con
ellos surgen algunas discrepancias que recuerdan las que le suscitó la psicoterapia. La más
grave nace al oír que el oso les ha hecho el regalo de dejarla con vida, lo que equivale a
interpretar un suceso espantoso, inasumible, entre un oso y una mujer en términos ajenos al
hecho mismo para, de ese modo, normalizarlo. Y eso es todo lo contrario de lo que pretende
Martin. La antropóloga lleva años trabajando sobre los límites, sobre esos peligrosos espacios
fronterizos “donde se corre el riesgo de alterarse y de donde es difícil regresar”. La caza
ancestral termina con la muerte del cazador o de la presa. En cambio, su encuentro con el oso
ha terminado sin muertes, ha terminado con una hibridación que dinamita el límite.

Cuando Martin se fue a los volcanes donde encontró al oso quería huir de los bosques donde
se asientan los evenos, alejarse de un “sistema de significaciones y resonancias” que
amenazaba su salud mental, con la idea de usar más adelante todos esos datos, ya “depurados
y descarnados”, o sea, normalizados, para su trabajo de antropóloga. Pero se tropezó al oso, y
ese encuentro, que funcionó como una experiencia iniciática, volatilizó muchas certezas. “La
estabilidad de los seres y de las cosas se me escapa, su organización en sistemas inteligibles y
establecidos huye de mí, la posibilidad de su perennidad en el tiempo me abandona”. En suma,
las categorías mentales de la aventajada alumna occidental han caído por tierra al percibir el
magma convulso que subyace a la frágil corteza conceptual conocida como realidad. Su cruce
de miradas con el oso ha funcionado como un juego de espejos que, en su infinitud, desvela la
estrechez del territorio de sus certidumbres previas. Martin necesita un nuevo marco
epistemológico que le permita recomponer los datos antropológicos que posee de una manera
nueva y diferente. Un marco en el que pueda hablar de las cosas desde el interior de las cosas
mismas, sin normalizarlas.

“Qué significa salir de los abismos donde reina lo indistinto y decidirse a reconstruir otros
límites con la ayuda de nuevos materiales hallados en lo más profundo de la noche
indiferenciada del sueño, al fondo de las fauces abiertas de otro ser que no eres tú”, se
pregunta Nastassja Martin en la recta final del volumen. Desfigurada y enriquecida, la
antropóloga ha sido derribada del caballo por su encuentro con el oso. Y se ha encontrado en
un territorio muy antiguo al que numerosas personas han accedido, a lo largo de los tiempos,
por los caminos más diversos. Su reto inevitable, no hay vuelta atrás, es explorarlo a fondo y
acompasar su moderno equipaje intelectual a esos viejos paisajes que acaba de descubrir.

Creer en las fieras


Nastassja Martin
Errata Naturae, 2021
144 páginas, 16 euros

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