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E L A S I L O D E A R K H A M 2 0 1 8

Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International (CC BY-NC-ND 4.0)


El gato es un símbolo tan perfecto de belleza y superioridad
que parece apenas posible que cualquier verdadero esteta y
cínico civilizado pueda hacer más que adorarlo.
El Can
Por: Nicolás Luciano Brito

La negrura de la noche es su refugio,


con paciencia reposa, en la oscuridad eterna,
aguarda en abismos insondables,
salir de su sueño, a su furia invocada.

La maldición que lo contiene, no ha de ser violada,


quien se atreva a enfrentarle, pagará con su alma,
desde su putrefacta morada, el sabueso se acerca,
con su estridente ladrido, a su presa, incauta.

No desafíen a su arcana malicia,


no se atrevan a indagar, en los conocimientos que resguarda,
sus fauces esperan, con suprema maldad,
la carne de un nuevo profano, con sus colmillos devorar.
Ω

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Mal del humano
Por: Laura Elena Cáceres

Entró al cuarto enjaulado, lo abrazó y acercó a su cara a la melena


espesa, cuando sintió que los colmillos desgarraban el músculo cer-
cano a la clavícula y el esternocleidomastoideo. La voz en su cabe-
za resonaba con la siguiente línea:

“Si puedes verte a través es esta oscuridad, escucho tu latido y res-


piración. Sé que no esperas que se presenten, pero desde que fuiste
marcado con la estrella, te late bajo la piel.”

—Yo soy como ustedes, llévenme—les suplicó.

Quien lo mordiera dejó de hacerlo, se sacudió y abrió sus ojos am-


barinos para tratar de entender lo que le decía el humano, ambos
hablaron el mismo idioma.

—¿Quién te dijo que pertenecías aquí?


—Dios, él me habló
—Pero nosotros buscamos la sangre, no sentimos a Ulthar latiendo
dentro de ti.

Estiró las mandíbulas, saboreando con su lengua los restos de car-


ne que habían quedado, en sus vellos blancos, cercanos a sus labios
negros sintió como algunas gotas de sangre se resbalaban y caían
al piso, miró a la pareja.
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Quien lo hubiera mordido antes ahora se levantaba en cuatro patas
mientras el humano se desangraba.

—Para nosotros sigue la muerte—Dijo el sabio


—Yo me quedaré aquí—terció la hembra
—No tardaran en llegar y matar a uno de nosotros
—Pero no a este estúpido

El hombre desmayó del dolor, respirando manso.

—Han abierto las rejas

“Escucho el chasquido, pronto llegará el guijarro a estallarme el ce-


rebro. Me arrepiento de los males del humano”

—¡Quedas libr…!—El sabio es interrumpido.

Sintió el estallido en su cráneo duro, otro en su cuello, bajo su me-


lena. Ya no sintió más.

La hembra se levantó de su lugar, se sabía absuelta, vio el cadáver


de su compañero en la celda, al joven desmayado y desangrándo-
se, escuchó como abrían las rejas, ella se alejó, no todos los huma-
nos eran aptos para la hibridación espiritual ni para el mensaje del
profeta.

Ambos eran el cachorro expulsado que salvaba a otro de su expul-


sión. Ω

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Aleteos
Por: Nicolás Luciano Brito

Del diario de Guillermo Almada:

18/4/18: Siempre encontré fascinación por el estudio de las criatu-


ras que moran en las vigilias. Solía pensar que su capacidad de
adaptación a un ambiente sombrío les otorgaba ventajas evolutivas
notables ante las demás especies de reino animal. De todo el cúmu-
lo de bestias nocturnas, el murciélago es acreedor de toda mi aten-
ción. Poder observarlos desde las ventanas de mi cuarto (el que se
ubica en el sector más alto del hogar familiar) resulta un deleite pa-
ra mi imaginación fructífera: contemplarlos desplazarse en conjun-
to, su capacidad de volar sumado a la alta facultad sensorial la cual
permite una comunicación entre individuos además de mejorar su
visión y el reconocimiento de presas, me resultan cualidades extre-
madamente llamativas e interesantes. Indagar atentamente en sus
movimientos oblicuos me llevó a pensar que emulaban una danza,
un ritual ajeno a la comprensión humana; a tal punto llegó mi ima-
ginación para con esas criaturas de la noche, las cuales la mayoría
de las personas consideran simples alimañas sin sentido ni simbo-
lismo probable. Deseaba comprenderlos, ser como ellos. Es por ello
que doy inicio a mi experimento.

En el día de ayer, mientras me encontraba recopilando información


sobre el espécimen en cuestión en la biblioteca general de la Uni-
versidad de Rosario, desde su funcionamiento social y fisiológico
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hasta el simbolismo del mismo en la cultura popular, di con un ex-
traño Códice. El libro en cuestión no parece tener autor conocido,
pero: su contenido refiere a cuestiones generales de metafísica y al-
quimia. En el mismo se afirma la posibilidad de modificar nuestro
entorno por medio de la proyección de nuestro ser energético. En
definitiva: cabía la posibilidad de seguir determinados rituales con
la finalidad de desdoblar la conciencia y, de esta forma, invadir el
ser físico de una entidad inferior: a saber, un murciélago. En esta
tarea me abocaré los próximos días. El momento propicio para rea-
lizar el experimento es durante la vigilia, pero, debo analizar con
detenimiento los pasos a seguir para evitar el fracaso. Estoy muy
emocionado, podría volar y danzar con los animales que tanto
aprecio.

25/3/18: No puedo precisar qué salió mal pero, con profundo do-
lor, debo aceptar el fracaso de mi experimento. Los pasos a seguir
eran claros: proyectar con la mente consciente la imagen viva de
los murciélagos y, con el pensamiento fijo en el grupo de roedores
alados, lograr incorporar mi personalidad a un individuo del gru-
po. Esto me permitiría ver a través de sus ojos y moverme con sus
alas. La relajación previa de la mente me permitió centrar mi cere-
bro en el objetivo planteado. En un principio pareció plausible:
sentí que me acercaba al grupo que se dedicaba a trasladarse de un
lado a otro entre la arboleda, pero, en vez de parasitar a uno de
ellos, regresé a mi cuerpo físico atraído por una fuerza inconmen-
surable. A la decepción del fallido se suma una nota perturbadora.
No regresé solo. Algo me siguió y, no puedo describirlo, mas que
al retornar al entorno de mi cuarto pude sentir unos movimientos

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fugaces a mi alrededor y, de reojo, logré vislumbrar la sombra de
unas alas enormes plasmarse en la madera que recubre las paredes
de la habitación.

29/3/18: Los roedores revolotean constantemente sobre mi habita-


ción. Puedo sentirlos caminar en el techo de membrana y chapa de
zinc, el ruido que hacen es insoportable. Su vibración sónica es in-
cesante, no me permiten conciliar el sueño. Lo peor es el lejano
murmullo de un aleteo. Al principio era apenas audible. Esta no-
che, lo siento acercarse, prácticamente rodeando mi lugar de des-
canso. No tengo explicación racional para el comportamiento de
los murciélagos ni la fuente de esos sonidos fantasmales. Tal vez en
el Códice encuentre una respuesta para los fenómenos que estoy
experimentando, antes de perder la cordura.

2/4/18: El pánico es lo único que me mantiene alerta. Las respues-


tas halladas en el manual no tienen parangón a la terrible experien-
cia cuyas consecuencias deberé enfrentar sin remedio alguno. Nun-
ca debí jugar con las fuerzas de la metafísica. El aleteo resuena en
mis oídos cómo si de mi propia mente surgiera: los animales cami-
nan sobre mi techo y paredes. Pronto entrará y no hay manera de
evitarlo. Estas son mis últimas notas, ya no sabrán nada de mí. So-
bre el destino que me espera al momento de su ingreso, no puedo
precisar nada. Espero no perderme en los planos extra físicos de la
existencia. ¡Ya está aquí!, sus ojos reflejan la negrura de la noche.....
Ω

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Ciro
Por: Nicolás Luciano Brito

Aquella noche transcurría con la tranquilidad típica de una vigilia


pueblerina. Solo los sonidos de los grillos y el canto del viento me-
ciendo ramas arboleas ambientaban mi sueño relajado e ininte-
rrumpido. De forma insólita, fui despertado por un resplandor ver-
doso; alumbraba a través de mi ventana la que da a la calle. Era de
características fluorescentes por lo cual, ante una luminiscencia tan
pronunciada, mis ojos se abrieron inevitablemente para contem-
plar el origen del evento. Me incorporé en mi cama, la luz en mi
ventana se atenuaba dando lugar a un contorno físico palpable. Al
observar con mayor detenimiento mientras regresaba poco a poco
de mi estado onírico pude advertir que dos ojos verde obscuros me
observaban fijamente desde el marco del ventanal. Era un gato. A
simple vista las dimensiones del animal se mostraban llamativa-
mente estilizadas, alto y largo. Su carácter afable quedó evidencia-
do al momento de acercarme a su integridad. Le ofrecí lentamente
mi mano, me devolvió el gesto con su cabeza, rozando con ella mi
extremidad. Lo alcé en mis brazos y, al acercarlo a la luz del vela-
dor, pude contemplar la hermosura del felino. Blanco, con negro
en el lomo, ronroneaba amablemente. Se convirtió en mi mascota y
no abandonó mi persona durante diez años consecutivos desde su
extraña aparición. Me decidí por llamarle Ciro. Durante las noches
reposaba vigilante sobre mi cama, a mis pies; durante el día podía
encontrarlo en el marco de la ventana esperando mi llegada.

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Aconteció que, durante una noche tormentosa, el gato se mostró al-
terado en sus sentidos. Cada ruido externo era menester de aten-
ción: la fuerza del viento, los relámpagos y truenos. Su actitud no
me permitía descansar. De forma súbita, nuevamente, esa luminis-
cencia fluorescente y consistente. Tenía forma etérea, intentaba in-
gresar al cuarto. El pánico se adueñó de mi psiquis al no lograr
comprender la naturaleza de la manifestación. Era hipnótica, no lo-
graba alejar mi vista de la misma mientras el extraño ser intentaba
ingresar a la habitación. Repentinamente, la extraña entidad aban-
donó sus pretensiones. Otra luz del mismo tenor, aún más fuerte,
surgió de mi cama. Era Ciro, se transmutó como aquella vez. En un
instante fugaz, la amenazante energía desapareció y la fuerza de
Ciro menguó para dar lugar al gato en normalidad.

No podría comprender la naturaleza de los acontecimientos vivi-


dos. Pero, luego de veinte años de ello y, siendo ya una persona re-
tirada, Ciro continúa siendo mi amigo fiel. Siempre vigilante, sobre
todo durante las noches, expectante, a los pies de mi cama. Ω

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El que ronronea en la oscuridad
Por: Luis Orozco

Su elegante silueta se mezcla con la oscuridad y cada paso en su


furtivo andar carcome la distancia entre la penumbra y la luz, luz
como de luna, una que se bate entre gélidos miasmas cargados con
un bálsamo de gloria.

—Ah, la eterna lucha entre el bien y el mal, el instinto y la moral…


¡Llévame de la mano del deseo! Luz de luna, tenue, fría, henchida
del perfume que adormece mis doctrinas y da rienda suelta a mi
ego animal.

Un paso más y una mirada en rededor. La sospecha latente de que


las aciagas manos del destino acogerán su cuerpo socavando con
ello sus ansias, terminando su paseo nocturno de una manera
abrupta para finalmente acabar envuelto en la miseria, embebido
de caricias que jamás pidió.

—¡Bah, Jamás me vi rendido ante peores situaciones!, no tengo na-


da que perder y mucho tengo por ganar. Mi apetito no da tregua
así sea de día o de noche, ¡Y no pienso conformarme sólo con mi-
gajas!

Con atrevimiento logra acercarse hasta quedar en medio del velo


luminoso que antecede a la puerta ciclópea de aquella enorme bó-
veda de la cual emanan los más fascinantes aromas, desde queso
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hasta salmón, de salchicha y leche fresca. Luego de manera inespe-
rada en el umbral a la cocina, a lo lejos, entrevé una sombra, una
pesadilla por demás conocida que musita cosas ininteligibles cuyo
eco resuena en sus orejas puntiagudas; es la pequeña de cuatro
años mirándole fijamente…, entonces sabe que su tiempo es corto.
Da un salto y llega hasta alcanzar el segundo de los muchos pelda-
ños de cristal que se extienden hacia arriba, es justo en ese momen-
to que se da cuenta de que el frío es menos poético cuando atravie-
sa la carne y cala hasta los huesos. Escucha los pasos apresurados
de la criatura mientras el pavor hace mella en su juicio.

—¡Es una locura! —Piensa en lo que extiende las pequeñas garras


tratando de quedar enganchado de esa resbaladiza superficie—
¡Jamás alguien podría hacerlo!

No obstante, el pesimismo no se hace mayor que su propósito.

—¡Ordo ab chao! —Maúlla con ímpetu.

Reuniendo la fuerza suficiente consigue subir sobre sus patas y ve


algo que, si bien no es la meta inicial, sí representa todo un logro:
Pizza, dos o más trozos. Arrebatadamente hinca los dientes en uno
y comienza a tirar, pero no es tarea sencilla ya que el queso com-
partido entre el trozo elegido y el que se quedaba era de un grosor
excepcional, asemejando un brazo que tiraba en sentido contrario a
su voluntad, a manera de guasa de su mala suerte y que le impedía
salir de una buena vez de aquella trampa fría.

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Tras un último esfuerzo, de un enérgico tirón logra arrancar el tro-
zo de pizza y apoyándose en sus patas traseras un tanto tiesas por
las circunstancias, salta nuevamente cayendo esta vez ya en el piso
sano y salvo, no sin antes haber vaticinado el encuentro con aque-
llas manos bañadas en helado de chocolate, y en efecto la pegajosa
amenaza se cierne en rededor, pero con astucia y entusiasmado
por el banquete, atraviesa a aquella entidad por en medio de las
piernas y huye a toda velocidad dejando tras de sí la locura y el
más puro horror caótico y abominable. Ω

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El Asilo de Arkham
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