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Radicalizado
Cory Doctorow
Capitán Swing, 2022
272 páginas. 20 euros

EL NORTE

Tomar el control

Cuatro distopías de Cory Doctorow dibujan rebeliones en EE UU ante la esclavitud digital, el


sadismo policial contra los negros, el escándalo de los seguros médicos y la obsesión por las
fortificaciones para sobrevivir a un apocalipsis

Eugenio Fuentes

Se desconoce si durante la presidencia de Donald Trump el novelista Cory Doctorow (Toronto,


1971) desarrolló una fobia específica a las lacas y tintes capilares. Lo que sí se sabe es que el
modo en que el magnate quebrado concebía el desempeño de la presidencia de EE UU le
sometió a considerables niveles de estrés y ansiedad. Doctorow, activista con una larga
trayectoria de combate contra el oligopolio digital, intentó atenuar el mal que le atenazaba
escribiendo una serie de cuatro novelas cortas de hechuras alegóricas que han acabado dando
cuerpo a Radicalizado (https://capitanswing.com/libros/radicalizado/). Un volumen que,
como un peculiar rompecabezas donde las piezas conectadas predominan sobre las encajadas,
dibuja un agudo diagnóstico de grandes males que aquejan hoy a EE UU. Y lo hace por el
sencillo procedimiento de proyectarlos en un futuro muy próximo para, de ese modo, que
suele llamarse distópico o, con más vagancia, ciencia ficción, afilar los contornos del presente y
rasgar con sus bordes más cortantes la membrana de sombras nacida de la inmediatez.

Los textos, que Doctorov califica de tecnorrealistas, se disponen como una suite en cuatro
movimientos: “Pan no autorizado”, “Una minoría modélica”, “Radicalizado” y “La máscara de
la muerte roja”. O, lo que es lo mismo, se despliegan como una pesadilla movida por cuatro
amenazadores fantasmas: la esclavitud digital, la brutalidad de los agentes policiales, muy en
particular contra los negros, la avarienta voracidad de los seguros médicos y la obsesión que
anida en tantos multimillonarios por ponerse a salvo de una hipotética catástrofe apocalíptica.
Cada amenaza, claro, da lugar a un conflicto que, al desbordarse, acaba teñido de incitación a
los ciudadanos a tomar el control.

Por ejemplo, en “Pan no autorizado” un fallo en la nube impide a los inquilinos de unas
viviendas sociales de Boston hacerse el desayuno o lavar los platos. Los afectados por la avería
de sus electrodomésticos inteligentes se ven obligados a buscar una solución que les llega,
como casi siempre en este volumen, a través de internet. Ese paso adelante desata un choque
con los propietarios del edificio y con las empresas fabricantes en el que se desnuda la
aberrante sumisión de los inquilinos. En “Una minoría modélica”, Wilbur Robinson, un varón
negro de unos 30 años y aspecto irreprochable, es salvajemente agredido en Nueva York por
una patrulla policial. El Águila Americana, un trasunto de Superman con un trasunto de
Batman pisándole los talones, decide intervenir. Se abren así varios enfrentamientos: entre
instancias policiales, ya que el Águila es agente delegado del FBI; entre activistas y fuerzas del
orden, entre el superhéroe y quienes siempre han cuestionado la legitimidad de sus
intervenciones. Una espiral de tensión que agravará la situación del agredido e incluso dejará
en suspenso la tradicional asimilación del superhéroe al grupo de población de piel rosácea.

La tercera historia, la que da título al volumen, se activa cuando un seguro médico se niega a
cubrir el tratamiento experimental de una mujer aquejada de un agresivo cáncer de mama. Su
marido busca consuelo en un foro de internet en el que son frecuentes las amenazas de
recurrir a la violencia contra las aseguradoras. Aquí no solo se apunta a un horizonte de
masacre sino que, a la postre, en un arriesgado giro de Doctorow, se abre paso una pregunta
sobre la legitimidad del rechazo incondicional a la violencia terrorista. “Máscara de una muerte
roja”, en fin, está protagonizada por un agresivo gestor de fondos que ha construido un sólido
fuerte para refugiarse cuando se produzca El Suceso, una crisis apocalíptica que, según sus
previsiones, llenará los caminos de depredadores despiadados. La crisis, por supuesto,
estallará, pero el escudo acabará revelando sus fisuras e incluso servirá para resaltar que el
aislamiento no es la mejor forma de hacer frente, por ejemplo, a una pandemia.

Más allá de sus vigas maestras, todas las historias se sumergen en la preocupación por los
diferentes efectos que, según quien la controle, tiene la tecnología en la sociedad. Doctorow, a
quien no se le conoce parentesco próximo con el autor de Ragtime, predica que la mejor
ciencia ficción nunca habla en realidad del futuro, no trata de predecirlo, sino que alegoriza el
presente. De ahí que, fino observador, su prosa escueta y detallista alumbre un buen número
de problemas de ahora mismo cuyas pistas se encuentran sembradas por las cuatro
narraciones de Radicalizado.

Además de la omnipresente violencia policial comparecen aquí el mercado, la vida basura, los
refugiados, el racismo, los manifestantes de uno y otro signo, la clase media americana, los
tiburones empresariales, las armas, las redes profunda y oscura o la desenvoltura de los
jaquerillos infantiles para moverse por ellas y lidiar con tecnologías que desorientan a muchos
adultos. A través de todos esos elementos, cabalgados por personajes a los que Doctorow dota
de un buena panoplia de emociones y conflictos íntimos, el lector accede a un mejor
conocimiento de la profunda sima que, año a año, va abriendo en la sociedad estadounidense
el declive material de crecientes franjas de la población blanca. Una sima que ha propiciado
escenas tan impensables hasta hace nada como el asalto de hordas trumpistas al Congreso en
enero de 2021.

Solo teniendo bien presentes aquellas imágenes se alcanza a entender hasta qué punto
resultan desnortadas y peligrosas las reflexiones sobre el mercado que desgrana en las
primeras páginas de la cuarta historia Martin Mars, el impulsor del refugio a prueba de
apocalipsis. En su opinión, el mercado, cuya gran virtud sería su capacidad para corregir “las
asimetrías de la información”, había decidido que una gran parte de la población era ya
innecesaria y la había ido arrinconando “a sitios cada vez más pequeños e incómodos”. El paso
siguiente, el definitivo, sería el Suceso, la crisis apocalíptica que, en realidad, consistiría tan
sólo en un “periodo de ajuste” para deshacerse del “innecesariado”. El razonamiento de Mars,
está claro, es convergente con teorías conspiranoicas que hacen su aparición en las redes cada
cierto tiempo. La última vez, por cierto, con motivo de la pandemia de 2020, poco después de
publicarse Radicalizado en EE UU.

Es pasmoso el cuajo moral con el que se puede anunciar un genocidio si se le atribuye al


mercado, ese ente sin rostro, sangre ni aflicciones. Sin embargo, a Doctorow, activista
tecnolibertario, le gusta a veces ponerle un poco de cuerpo al mercado, algún nombre, una
silueta para ejecutar pequeñas venganzas literarias. Como esa, impagable, en la que uno de
los refugiados en el fortín diseñado por Mars, un tiburón de la construcción que participa en
una catastrófica expedición de rapiña, se hunde en su propia tragedia al oír cómo silban los
disparos a su alrededor. “A veces se había imaginado como un tiburón que no paraba nunca,
que salía a la superficie para atrapar una presa e iba de la deuda al pago, de la deuda al pago,
quedándose con los beneficios. Ya no se sentía como un tiburón. Intentó ser un caracol. Una
babosa. Rastrera, lenta. Tanto que no se le viese”. Después llorará, se orinará, huirá. Se intuye
que, en esos momentos, le gustaría disolverse en alguna fantasmagoría evanescente. En el
mercado, por ejemplo.

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