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Carlos Vacaflores
Pilar Lizárraga
Comunidad de Estudios Jaina/Municipio de la ciudad de Tarija
vacaflores.carlos67@gmail.com / c.pilar.lizarraga@gmail.com
Octubre de 2012
Introducción
La resolución de la problemática por la vía del mercado o por la vía de la autonomía productiva
de los pueblos es el debate que dinamiza esta discusión, inspirando propuestas desde las más
diversas experiencias institucionales y organizativas.
En este marco, recuperamos la experiencia del gobierno municipal de Cercado, en Tarija, sobre
sus actividades de promoción y recuperación de la comida típica regional; así como el trabajo
de la comunidad de estudios Jaina y de Heifer-Bolivia en el departamento de Tarija, en el
apoyo y fortalecimiento de la producción comunitaria en comunidades campesinas de los
valles tarijeños; para construir un acercamiento conceptual en torno a la problemática de la
alimentación en relación a las políticas públicas.
La provincia Cercado está ubicada en el centro del valle central de Tarija, cruzada de canto a
canto por el río Guadalquivir, a cuyas orillas se encuentra la ciudad capital de Tarija, y en su
área rural se ubican más de 70 comunidades campesinas, que mantienen una fuerte identidad
cultural chapaca, de raíces vernaculares antiguas de estos valles.
Sin embargo, las comunidades mantienen una tradición productiva ancestral que se expresa en
una forma de apropiación, uso y organización del espacio comunal, en una lógica de
producción basada en cultivos tradicionales, en el uso de técnicas y prácticas productivas
antiguas, como la trashumancia ganadera; en la vitalidad de los usos y costumbres para
organizar la producción comunitaria, la práctica de costumbres festivas relacionadas a un
calendario agrícola muy prolífico y pintoresco, todo ello configurando un paisaje cultural
característico del territorio donde se ubican las comunidades campesinas.
Las comidas asociadas con estos cultivos son, asimismo, diferentes, no solo en el sabor y la
estética, sino también al consumo de grupos sociales diferenciados, pues la producción
tradicional es valorada y consumida en el seno de la población vinculada a la cultura
campesina y popular, mientras que el consumo de productos nuevos se asocia más a clases
medias y altas.
A esto hay que sumarle las dinámicas de diferenciación social de elites, a partir de la adopción
de elementos culturales, como determinado tipo de comidas, que buscan distanciarlos de lo
indio.
Por otro lado, la adopción de los nuevos cultivos, y de insumos industriales contemporáneos
en la cocina tradicional, coloca su propia impronta estética, de manera que es pertinente
también hablar de comida regional en base a productos autóctonos, así como comida
tradicional con insumos nuevos de diversa índole, ambos con características igualmente de
tradicionalidad.
Si en el contexto departamental existe una diferencia cultural regionalizada entre lo tarijeño,
lo chaqueño y lo bermejeño, o entre lo indígena y lo criollo, en el ámbito municipal existe la
diferencia entre lo urbano y lo rural, y entre lo tarijeño y lo migrante.
A nuestro juicio, esta rica diversidad plantea un desafío a la hora de hablar de la comida
tarijeña, o de la comida regional, ya que en realidad estamos hablando de comidas típicas que
provienen de núcleos socioculturales diferenciados, cuya interacción provee los gustos, olores,
colores, formas de preparar y comer que son características de Tarija.
Para enfrentar esta realidad, se generan algunas acciones, aún experimentales, desde el
gobierno municipal de Cercado para recuperar y revalorizar la comida tradicional de la región,
apoyando la realización de eventos masivos en la modalidad de concursos y festivales públicos,
donde se incentiva a la población local a demostrar su habilidad en la confección de platos y
comidas típicas que se están perdiendo y/o distorsionando en su esencia regional. Tal es así
que se han realizado concursos de la comida típica del carnaval chapaco, como es el puchero al
estilo de la campiña chapaca, muy tradicional en la fiesta campesina de carnaval; también se
realizaron concursos de la sopa de maní antigua; el festival del chancho a la cruz; un concurso
de la picana, plato típico de navidad en estos valles; y un concurso del ají de arroz, conocido
como el guiso chapaco por excelencia.
Estas actividades surgen como una genuina motivación de usar la política pública para
conservar la identidad cultural regional, pero aún enfrenta el desafío de consolidarse
estructuralmente, de institucionalizarse, de manera que sea considerada como una actividad
permanente y con presupuesto asignado.
Este paso requiere de la construcción de un elemento justificante lo suficientemente sólido
como para sostener la legitimidad propia de este tipo de política, que evidencia la necesidad
de realizar estas acciones continuamente como parte de la gestión del municipio.
Esto se lo encara inicialmente desde la vinculación del patrimonio gastronómico regional con
las oportunidades económicas asociadas a la oferta turística del municipio y de la región, algo
así como la estructuración de suficientes eventos y espacios distribuidos a lo largo del año en
una cantidad suficiente como para cubrir las necesidades de los potenciales turistas que
visitarán estos lugares. Sin embargo, esto aún no parece lograr un argumento lo
suficientemente contundente para hablar de una institucionalización de la política pública, lo
cual sugiere que existen otras dimensiones y elementos relacionados a la cuestión del
patrimonio gastronómico que son necesarios de discutir e incorporar al diseño de la política
pública.
El olor y el gusto de la comida no proviene solo de los ingredientes utilizados, sino también de
la variedad de los mismos, de la forma en que fue cosechado, almacenado y/o conservado, del
tipo de leña que se usa para cocinarlos, del material en el que se cocina, del recipiente en el
que se sirve, del lugar donde se come, de la época en que se cocina, del clima en que es
propicio comerlo, de la ocasión en que es característico, en fin, el gusto del pago, de la tierra,
se refleja en la comida.
Por eso, el conocimiento comunitario para preparar las comidas es un verdadero patrimonio
cultural de las colectividades humanas, porque resume y condensa mucho más que una sola
técnica de cocina, sino que detrás de un plato típico elaborado según la costumbre existe
conocimiento productivo acumulado por generaciones, conocimiento organizativo,
institucionalidad territorial, subjetividad emotiva de la gente, fuerza de la tierra que reclama
pertenencia, historia de formación del territorio, se puede decir, está todo.
La cultura campesina es una forma cultural que tiene sus propios procesos formativos en
nuestros países, muy ligado a la estructuración de lo agrario como lugar de lucha por la tierra y
por el territorio, de disputa cultural, de dinámicas migratorias extremas, de manera que,
hablar de algunas comidas, implica hablar de sucesos y eventos fundamentales de la historia
de la gente, hablar del mote no es solo hablar del maíz cocido, es hablar de una ritualidad
productiva; hablar de tamales es hablar de los viajes por ciertos caminos en ciertas épocas
para hacer ciertas cosas propias del lugar, es hablar de una forma de vida con historia y
territorio propios.
La estética gastronómica campesina se manifiesta así en la estructura del territorio donde las
comunidades campesinas desarrollan sistemas agrarios desde su capacidad de apropiación
productiva de los ambientes, visibilizando una geografía gastronómica campesina.
Las fases de la alimentación empiezan con la etapa de la producción de los alimentos, y sigue
con la distribución, preparación, consumo y desecho. Las sociedades en el mundo moderno
tienden a diferenciarse según el grado de control que tengan sobre estas fases, y este control
relativo como sociedades y estados refleja el grado de soberanía alimentaria de una sociedad o
país.
Las familias campesinas han producido tradicionalmente alimentos para su consumo, práctica
que mantienen hasta ahora, comercializando sus excedentes en los mercados locales y
regionales, razón por la cual se les reconoce el importantísimo rol de producción de alimentos
frescos para la población regional. Debido a estas características, a la producción campesina de
alimentos se la denomina como producción comunitaria, pues su objetivo principal es la
reproducción de la base social y cultural del territorio.
Este conocimiento alimenticio y gastronómico ancestral es una verdadera riqueza cultural, que
garantiza la posibilidad de satisfacer las necesidades alimenticias del territorio, dado el
complejo construido cultural que involucra este conocimiento, constituyéndose en un
verdadero patrimonio cultural que debe ser conocido, practicado y fomentado por la política
pública.
Esta situación obliga a incluir en la agenda política de los gobiernos locales y departamentales
el tratamiento de esta problemática desde la óptica de la soberanía alimentaria, buscando
acondicionar la política pública para beneficio de la población local, y no en la perspectiva de
favorecer al comercio internacional, como se tiende a hacer actualmente.
Visualizar esta tradición culinaria como un patrimonio cultural del territorio, el patrimonio
gastronómico, le otorga un grado de legitimidad importante, desde donde es posible asignarle
una un lugar importante en la asignación del esfuerzo institucional del Estado.
La política pública debe recurrir al uso de instrumentos que le provee la actual constitución
política, como es el reconocimiento de la pluralidad económica, y ampliar su accionar a los
ámbitos de la vida económica de su población que tradicionalmente no han sido apoyados.
Sin embargo, el discurso de la política pública que se posiciona para promover la oferta
turística en base a la comida tradicional, es aquel que se enfoca en mostrar esta actividad
como un potencial en desarrollo y no como una realidad vigente, como algo que hay que
desarrollar, mejorar, perfeccionar o evolucionar, subvalorando y ocultando la enorme
capacidad instalada en el territorio para ofertar comita tradicional, y que genera un
movimiento económico importantísimo, pero desconocido.
Se tiende a concebir al consumidor de la comida tradicional solo bajo la forma del turista
foráneo, con lo cual se pierde de vista al turista local, que en el caso tarijeño es mucho más
importante, no solo en términos de la cantidad de plata que mueve, sino de su constancia y
lealtad con la oferta regional.
El patrimonio gastronómico implica conocimiento local vivo, y para estar vivo requiere estar
siendo producido y reproducido constantemente por la comunidad local, lo que implica un alto
grado de control del mismo por parte de la propia comunidad local, que es la lo recrea
constantemente.
La noción de paisaje cultural alude a la idea de que el paisaje es construido por una forma
social de apropiación del espacio, y que su configuración refleja una relación social que impone
su esencia en el mismo, y es diferente según qué tipo de actor social, económico o histórico lo
construye. El paisaje característico de las comunidades campesinas es muy diferente del
paisaje que produce la agroindustria.
Para aquellos que son parte del sujeto social que lo produce, este paisaje es entrañable, pues
está asociado a la estética y a la memoria de lo que es y debe ser la tierra propia, de su forma
de vida, de su lucha, y por tanto es su patrimonio cultural. En este sentido, la sociedad puede
valorar este paisaje como objeto de preservación, y el gobierno del territorio debe reflejar esta
aspiración del sujeto social.
Conclusión
Bibliografía de referencia
Borda, Belén y Elva Guisbert. Estudios de caso: situación de la dieta alimentaria en las
comunidades campesinas del proyecto paraguas. Comunidad Laderas Norte. Tarija:
Jaina/Heifer, 2012.
Díaz, Diego. Patrón alimentario, Cocina y Dieta: definiciones antropológicas desde una
perspectiva teórica. Mimeo.