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Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO Ecuador

Departamento de Antropología, Historia y Humanidades

Convocatoria MA 2022-2024

Desde otras miradas: Cronología vs. Temporalidad históricas

Camila Monserate Aldás Chamorro

Dra. Mireya Salgado

Quito, diciembre 2022


Desde otras miradas: Cronología vs. Temporalidad históricas

¿Cómo entender las diferencias entre cronología y temporalidad históricas y sus


implicaciones?

“Decir que la historia es un producto del tiempo no significa nada; lo que tiene algún sentido es


decir que el tiempo es un producto de la historia.”

- Pierre Vilar

El trabajo que se presenta a continuación busca declarar inmediatamente su objetivo de exponer


un análisis desde los dos ejes propuestos en la pregunta central, a través de lo cual se pretende
ampliar la visión de diversas posibilidades existentes para desarrollar narrativas históricas que,
sin duda, pueden ser construidas desde un lado más crítico que abarque un sentir global, sin
necesidad de encasillar un hecho solamente dentro de un “momento exacto”, entendido como una
“verdad” absoluta, como habitualmente hemos acostumbrado. Por esto, se considera importante
entender y contrastar las diferentes formas de (des)cubrir a la historiografía desde la complejidad
de los tiempos, los cuales no deberían ser vistos como unidireccionales, sino como transversales,
como nuevas puertas que nos lleven a escenarios distintos de visión y comprensión.

Por lo tanto, mostraremos individualmente al concepto de cronología, dentro del uso y contexto
bajo los cuales generalmente nos hemos habituado a emplearlo; así mismo se desplegará por su
parte, al concepto de temporalidad bajo los mismos estándares anteriores y de esta manera,
empezar a contraponer sus usos y diferencias, recalcando que el propósito no es la inclinación
preferente por una de las dos alternativas como “más adecuada” o “válida”, sino la ampliación de
perspectivas sobre las formas desde las cuales se puede abordar el acto de historiar, desde el
discernimiento y la elección de los momentos más oportunos para la aplicación de cada uno de
estos conceptos, o si así se determina, optar por la utilización que resulta de la hibridación de los
dos.

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En primera instancia fijaremos nuestra atención en puntos claves que aportarán desde algunas
perspectivas -que podrían tal vez pasar desapercibidas- a ampliar nuestras maneras de
comprender la cronología.
Aróstegui (1995) por su parte, nos lleva a prestar atención al lenguaje historiográfico y a pensarlo
como parte indispensable de la cotidianidad por el uso necesario que todos aquellos quienes
buscamos construir un relato le damos, con términos como Edad Media, Renacimiento, larga
duración, entre otros. Si nos limitamos a expresar una cuestión específicamente histórica a través
del lenguaje común, este no sería suficiente. Esto en cuanto a la importancia oral y escrita de que
existan terminologías asociadas a líneas cronológicas para exponer determinado evento.

Por otro lado, varios años antes, Bloch (1982), también pensó en la importancia de emplear una
serie cronológica, pero en este caso, para poder reconstruir las circunstancias, origen y/o
autenticidad del hallazgo que se haya hecho cuando no se puede contar con una fecha exacta; así,
a partir de la evidencia existente, el uso de la secuencialidad nos ayudará a descubrir lo que para
el hombre a simple vista es desconocido.

Bloch (1982) y Aróstegui (1995), cada uno desde las necesidades que seguramente observaban en
sus épocas coincidieron en pensar en la relevancia de las expresiones cronológicas a través del
uso de lenguaje que constantemente se iba transformando en fondo y forma. Lejano a considerar
fundamental la precisión numérica y sin saber con seguridad expresar adecuadamente un período
de tiempo que incluía en sí otros tiempos y momentos -que en ese entonces para la historia era
suficiente- con denominaciones en honor a los personajes célebres que los protagonizaron, al
decir: Siglo de Pericles o el Siglo de Luis XIV.

Los continuos cambios que nos empujan siempre a nuevas adaptaciones, desembocaron en
movilizar más adelante a este lenguaje a términos matemáticos, pero esta modificación no se
traduce en apuntar que ahora el hablar o escribir sobre una época aritméticamente sea suficiente
para que estos números encajen perfectamente con los momentos precisos de la evolución
humana. A pesar de que, hasta hoy, fácilmente contemos año tras año, no existe una regla en la

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historia que dictamine que las cifras son capaces de abarcar un suceso. Partiendo de esta
reflexión, surgen extraños giros de significados.

Podemos considerar que cuando le colocamos un título a una época, este nombramiento es
suficientemente preciso para englobar todos los detalles de ese momento, pero Bloch nos hace
notar lo siguiente a partir de un ejemplo autónomo: Traemos a colación temas como El
colonialismo del siglo XVII, si analizamos su significancia general, podríamos asegurar que al
referirnos a colonialismo, en realidad este inició desde 1415 aprox., y desde estas
diferenciaciones de tiempos, se pueden ignorar conexiones indispensables junto a un sinnúmero
más de detalles. Creemos que algunas palabras nos bastan para abarcar todas o gran parte de
realidades correspondientes a un momento, pero todavía hay que seguir explorando.

Siguiendo en la mirada de Bloch, sale a relucir un rechazo a lo impreciso, en el que los


investigadores suelen caer equivocadamente, donde pretenden atar a un reloj de horas exactas
cualquier suceso. Por supuesto que podríamos vernos tentados a narrar cualquier revolución con
un calendario a la mano y distribuir los tiempos en cronologías que marquen un antes, durante y
después como se hace tradicional y cómodamente, pero hay que tener cuidado de querer
consagrar todo a una falsa exactitud.

En lo expuesto en párrafos anteriores no se pretende desmerecer la medida de tiempo que sin


duda debe ser parte de cualquier tipo de evento, pero el objeto de esta mención es meditar sobre
las dimensiones individuales de cada suceso y entender que sin la modificación -expansión o
disminución- del tiempo, ningún proceso social, económico, de creencias o de comportamiento
podría desarrollarse. Con este principio se vuelve válido el uso de la aproximación numérica,
diciendo por ejemplo: el gran despliegue de las industrias alemana y norteamericana se produjo
entre 1875 y 1885, si por el contrario, fechamos este evento con exactitud, caeríamos en alejarnos
de la realidad. Con esto también deseamos aclarar que el hecho de utilizar estadísticas muy
minuciosas no significa que sea una intención atrevida o más peligrosa que el valerse de una

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medida anual o mensual, sino que son las más cercanas formas de reflejar otro aspecto de la
verdad.

Entonces bien, a esta concepción de la cronología, hemos optado por encapsular, de acuerdo con
lo que dice William Sewell (2005), a manera de conclusión, en lo siguiente:

Si el mundo en el que se desarrollan las acciones es temporalmente heterogéneo, tiene sentido que
los historiadores insistan en la importancia de la cronología. De hecho, la cronología, la ubicación
precisa de un acontecimiento o un hecho en el tiempo, es importante por dos razones. En primer
lugar, los historiadores insisten en que no podemos saber por qué ocurre algo o cuál podría ser su
significado sin saber dónde encaja en una secuencia de sucesos. La atención meticulosa a la
cronología es la única manera de estar seguros de que tenemos la secuencia correcta. Pero la
cronología también es importante porque el significado de una acción o un evento depende del
texto temporal en el que ocurre.

En líneas pasadas mencionábamos a Bloch y a su observación sobre el riesgo de omitir


conexiones si limitáramos a encerrar todo un período en unas cuantas palabras, contexto en el
cual, varios años después también pensé Sewell (2005) detectando que sin fronteras temporales
no habría manera de percibir los vínculos entre un hecho social con otro, ya que así al menos
conoceremos si estos coinciden un una misma Era histórica, entonces la gran importancia de la
cronología radica en que nos dirige a saber dentro de qué espacio histórico podemos disponer a
los textos, artefactos/materiales y acciones que intentamos explicar. Imaginemos que esto se trata
de la articulación de un complejo puzzle de una temporalidad social y configurarlo puede resultar
un proceso enredado, fortuito, lleno de acontecimientos y multiplicidades.

Hablar del tiempo es hablar de heterogeneidades y entenderlo no debería remitirse simplemente a


un hecho teórico, así lo analiza Sewell (2005) desde la perspectiva de otros historiadores, quienes
comparten que más allá que teorizar, el acercamiento a la temporalidad es entender el
funcionamiento del mundo, en la pureza real de las cosas. Sin embargo, no todo lo que concierne
al tiempo debe ser una mera interpretación de quien lo estudia, sino que su concepción también se

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construye desde una ósmosis académica, en la cual se lee e interioriza las formas en las que otros
historiadores perciben la continuidad y el cambio histórico.

Los pensamientos expuestos, orientan ahora la mirada a la segunda macro sección, donde
destacaremos a la temporalidad. Queremos hacer énfasis en que no existe la intención de
divorciar a la cronología de la temporalidad, sino al contrario, ver a la una como parte de la otra,
como intentaremos desarrollar en adelante.

Es indiscutible que para la teoría historiográfica es primario el descifrar las maneras de visibilizar
la idea o percepción de los aspectos psicológicos y culturales del tiempo. Retomando las
anotaciones de Aróstegui (1995), notamos que hay aspectos que, después de todo no terminan
siendo tan imprescindibles para la cuestión del tiempo histórico, especialmente porque cuando se
fija la atención en temas como las metodologías, la percepción de lo temporal y sus aparatos de
control, las diferencias acerca de la linealidad o circularidad del tiempo, habitualmente sus
respuestas direccionan a que se relacione el tiempo histórico a la cuestión únicamente de la
cronología y encasillarnos puramente en esa visión que es básica en la idea del tiempo pero no es
suficiente en lo absoluto.

Evidentemente no lograr entender el tiempo es uno de los mayores problemas en la historiografía,


incluso si revisamos las metodologías como las de los Annales o las contribuciones del
marxismo, que sin duda aportan notablemente pero aún no llegan por completo a ese ámbito
teórico. Aróstegui (1995) señala que los estudios mencionados han tomado el curso hacia cómo
diversas culturas hacen del tiempo algo suyo, entendiendo esta visión por medio de
manifestaciones escritas donde se ven pautadas sus maneras de interpretar el curso de los
acontecimientos desde lo que pareciera ser una especie de etnocentrismo.

En la constante exploración que se hace en el tiempo, destacamos un eje que ha sido foco de
atención por parte de varios estudiosos, que hacen esfuerzos para determinar si las culturas
históricas poseen concepciones temporales circulares o lineales. Cuestión que Braudel también
analiza, pero más que en esencia, en su estructura. La conclusión más apremiante que ofrece

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Braudel es determinar que la historia no puede solo limitarse a entenderse por la cronología y que
si bien los eventos forman parte del acontecer histórico, no significa que estos sean exclusivos
por su entendimiento.

Aróstegui (1995) indica otro principal descubrimiento de Braudel, nuevamente indicando que
carece de cierto tipo de sentido el permanecer en una idea de que la realidad solo se compone de
hechos, sin que se articulen cognoscitivamente entre sí y concibe, al menos a manera de
contraste, que la historia es inmóvil.

Orientando de alguna forma el entender la mezcla existente entre el tiempo y los hechos,
reflexionamos en lo siguiente, apoyados en lo que indica una vez más Aróstegui (1995). El
tiempo no impone que un hecho ocurra, el tiempo no dictamina cuándo, sino que se produce una
situación a la inversa, en donde los hechos que ocurren van a determinar el tiempo. Al producirse
constantemente diversos hechos, es lógico que los tiempos sean también múltiples y si estos
hechos distintos significan cambios, con fundamentos diremos que estos deben tener una
duración. A partir de esta observación pensaremos entonces que la historia no está precisamente
ligada a un cambio sino a este entrelazamiento entre permanencia y cambio.

Por lo tanto, el tiempo interno de los sucesos o cosas es el que toma el verdadero sentido en la
historia, más no el tiempo externo de la cronología, sin que esta afirmación excluya o desmerezca
a la segunda afirmación.

Adelantando ahora las ideas anteriores al tiempo de Sewell (2005), podemos afirmar que sin duda
el expresar cómo el tiempo se relaciona con las mutaciones de las relaciones sociales resulta en
expresiones muy ambiguas. Ahora los historiadores trabajan con teorías implícitas, sutiles y
sofisticadas, dejando atrás el expresarse bajo el marco de temporales lineales, por esto fue
necesario anteriormente, dar un vistazo a la cronología para entender la importancia de abrir el
tiempo a muchas otras posibilidades.

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Entonces, ¿cómo piensan los historiadores acerca de la temporalidad social? Fundamentalmente,
hay que creer que el tiempo es adverso. El tiempo es irreversible, en el sentido de que una acción,
una vez realizada, o un evento, una vez vivido, no pueden borrarse. Se aloja en la memoria de
aquellos a quienes afecta y, por tanto, altera irrevocablemente la situación en la que se produce
(Aróstegui 1995).

Reiteramos imperantemente que en torno al tiempo flotan una serie de problemas y fenómenos
que no pueden ignorarse cada vez que haya la intención de comprender la naturaleza de la
historia y la función de la historiografía, algunos a los que ya nos hemos referido. A la
historiografía ahora se le atribuye la responsabilidad de encapsular el tiempo y hacer de él a
través del empirismo, una entidad que permita su medida, el análisis de su significado y sobre
todo, indique que la historia en su estado más puro es un encadenamiento temporal inteligible y
explicable, como lo piensa Aróstegui (1995), que dándole ahora protagonismo a la historiografía,
nos interesa ver cómo el tiempo de las cosas se ve explicado por su medio.

De hecho, según vamos a exponer en este último apartado, el historiador da cuenta del tiempo
histórico a través de tres tipos de categorías: 1) la cronología; 2) el análisis del cambio o duración
(el tiempo interno); 3) la determinación de los «espacios de inteligibilidad». Queremos aquí
marcar la siguiente diferenciación: La explicación del tiempo histórico empieza por la
determinación del sentido exacto de la cronología, el tiempo de la historia con relación al tiempo
astronómico.

El tiempo interno tiene que ver con las regularidades y rupturas en el desarrollo de las sociedades
y posterior, llega a la periodización histórica de establecer una época, lo que en su conjunto
equivale a intentar instaurar un concepto de espacio de inteligibilidad de los procesos históricos.
El tiempo existe porque existe la historia y explicar el tiempo es explicar el comportamiento
histórico.

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En estas instancias, plantearemos entonces una pregunta un tanto definitoria, contemplando antes
a la cronología como la primera y más elemental de las técnicas que encaminan la investigación
histórica temporal. Entonces ¿Cuál es el último significado que se le da a la cronología?
Aróstegui (1995) responde que se la puede presentar como un método para organizar el tiempo y
colocar los eventos de acuerdo a la secuencia en que ocurren. Sin embargo, el elemento clave
aquí es que lo cronológico puede ser sinónimo de medir el tiempo astronómico, según distancias
fijas de años, meses, días, en donde los movimientos sociales se sitúan en intervalos cíclicos. La
cronología como instrumento es una red que clasificará los sucesos y a su vez, una herramienta
que permite recopilar información.

Según Fernand Braudel, el hablar de tiempo cronológico es hablar de un aspecto -de otros tantos-
que constituyen al tiempo. Independientemente de que, como hemos dicho también, el tiempo
absoluto es algo descartable, esta idea mantiene a la cronología como calificación realmente
externa al tiempo de las propias cosas, la mantiene como un recipiente, distinta del tiempo
relativo. Por lo demás, la cronología consagra el tiempo de la historia como un proceso
homogéneo (Aróstegui 1995).

Pero el tiempo histórico real no es un flujo homogéneo; no es, además, ni siquiera un flujo.
Muchas veces se ha dicho también que el tiempo de la historia no es el tiempo de la física. Existe
una historia del universo. Pero sólo como analogía con la humana, porque la idea de historia
incluye de hecho la conciencia de la historicidad, la reflexividad, y eso no puede aplicarse a todos
los ámbitos del universo. Estos ámbitos, sin embargo, sí tienen cronología (Aróstegui 1995).

La cronología es una medida básica del tiempo, tiempo mecánico, pero no puede considerarse
este tiempo mecánico como ajeno y distinto del tiempo histórico, sino que es, en realidad, la base
del tiempo histórico, su principio y punto de partida. El interesante estudio de S. Kracauer arroja
luz también sobre el significado de lo cronológico con relación al tiempo histórico. Todo cambio,
que sólo es inteligible como cambio en un momento del orden temporal, carece de sentido fuera
de ese momento, dice Kracauer (Aróstegui 1995).

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Es indispensable pensar en que ver únicamente de forma “cronológica” al tiempo hace a este
uniforme y ello constituye un problema general de la narrativa histórica, o de la reconstrucción
histórica que sólo es narrativa. No distingue entre los tiempos diversos, tiempos diferenciales,
que se entrelazan para dar lugar al proceso total de lo histórico (Aróstegui 1995).

Finalmente, abrimos un rápido cuestionamiento con el que nos atrevemos a englobar nuestra
conclusión: ¿Quiere decir todo esto que el tiempo de la historia es más un tiempo “cualitativo”
que un tiempo físico “cuantitativo”? Si esa diferenciación tiene algún sentido, éste es el de que
sirve para no atacar como incorrecta a la cronología y nos permite señalar que el tiempo de la
historia es ambas cosas a la vez, cuantitativo y cualitativo. El tiempo de la historia es tanto ese
tiempo físico, que es donde comienza, como ese otro tiempo “construido”, el tiempo que se
interioriza en lo histórico y colectivo y también en los individuos como vivencia. El tiempo de la
historia es discontinuo, pero no se trata de que haya tiempos más lentos y tiempos más rápidos: lo
que hay realmente son historias lentas e historias rápidas, que marcan el tiempo. Parece, pues,
ilustrativa la expresión de K. Pomian de que el tiempo histórico sería una arquitectura y no una
mera dimensión.

Referencias

Aróstegui, Julio. 1995. La investigación histórica: Teoría y Método. Barcelona: Novagrafik.

Bloch, Marc. 1982. Introducción a la Historia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Sewell, William. 2005. Logics of History: Social Theory and Social Transformation. Chicago:
University of Chicago Press.

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