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Ismael Abdul Razeque Virloto Tendencias Historiográficas I

LA VISIÓN DEL TIEMPO HISTÓRICO Y SUS PROBLEMÁTICAS


PARA EL HISTORIADOR, A TRAVÉS DE JORGE LUIS BORGES

Ismael Abdul-Razeque Virloto

2021-2022, Tendencias Historiográficas I, Universidad de Granada

“Te confieso, Señor, que ignoro aún qué sea el tiempo; y te confieso asimismo, Señor, saber
que digo estas cosas en el tiempo, y que hace mucho que estoy hablando del tiempo, y que este
mismo «hace mucho» no sería lo que es si no fuera por la duración del tiempo.” -San Agustín
de Hipona

Atendiendo a Borges, el tiempo es un estado mental. Para el historiador la percepción del


tiempo que estudia difiere de aquellos que vivieron el tiempo histórico estudiado. Precisamente
por ello es necesaria la categoría de tiempo histórico, pues este difiere del tiempo presente, y
no solo del presente actual, sino del presente que vivieron nuestros antepasados. El tiempo
histórico es la percepción del pasado desde nuestra perspectiva reciente. En este ensayo
trataremos de argumentar que no hay diferencia entre tiempo histórico e historia, es decir, que
el tiempo histórico puede recrearse figurativamente como un drama griego, y no solamente
escribirse o referenciarse.

Podemos analizar mediante la etimología del propio grado de Historia la percepción del tiempo
histórico que se forja en un futuro historiador o profesor de historia en secundaria desde sus
inicios: una división de la historia en cinco periodos (prehistoria, antigua, medieval, moderna,
contemporánea) los cuales duran, respectivamente, 5 millones de años, 3 mil años, 900
años,300 años y 200 años. Para cada uno de estos periodos se ofrece un número similar de
horas lectivas, lo cual lleva inevitablemente a una conclusión: el tiempo histórico no es tiempo,
sino la cantidad de información que poseemos de ese tiempo. Tenemos una cantidad
infinitamente mayor de información del siglo I d.C. en Roma que de Micenas durante el periodo
cretense. Esto, inevitablemente, nos lleva a un cierto instinto teleológico, pues se estudia la
historia desde el presente y hasta donde la información que poseemos en el presente nos lo
permite. Es decir, la historia es el máximo conocimiento que podamos alcanzar en nuestro
tiempo, y en el futuro será otra.
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Queda claro de esta manera que, si la historia es la ciencia o disciplina del ser humano en el
tiempo, pero este tiempo que percibimos está claramente distorsionado e incompleto, algo falla
en la ecuación. Podríamos argumentar, de modo positivista, que resulta imposible una historia
que explique los acontecimientos y coyunturas de una época a través de su pasado, pues la falta
de información rompería cualquier cadena de correlaciones: ya sea coyuntura- acontecimiento,
acontecimiento- acontecimiento, economía- cultura, etc.

Esto puede llevarnos a pensar que lo único que queda es el hecho puro, pues sería posible
construir relatos, pero estos nunca serán fiables. El proceso mental del historiador, ya sea
inductivo o deductivo, se verá lastrado por la falta de información, o bien por la posibilidad de
falta de veracidad de esa información.

Sin embargo, es posible establecer correlaciones que nos permitan alcanzar conocimientos
históricos, aunque estos no puedan ser anclados entre sí para formar una historia global. La
cuestión es hasta donde podemos construir un relato, y hasta donde puede ser fiable. Lo cual
nos lleva a la desagradable cuestión de si todas las épocas históricas en su subdivisión europea
proporcionan información fiable en similar medida.

Para analizar las distintas concepciones del tiempo que puede dar lugar a la historia, debemos
diferenciar cada época de las 5 mencionadas anteriormente. Hemos visto que el criterio para
establecer dichas épocas atiende al tiempo histórico y no al tiempo ``real´´. A cada uno de los
tiempos históricos de estas épocas, se le añade una metodología. Si bien son obvios los puntos
en común de un historiador medievalista de un modernista o contemporáneo, es interesante
analizar sus divergencias, que se manifiestan en el trato que pueden dar a sus fuentes.

El medievalista practica una doble metodología que se lleva a una epistemología compleja:
trata con arqueología y con documentación escrita. Un historiador contemporáneo trabaja
fundamentalmente con fuentes escritas y/o audiovisuales, e incluso con testimonios orales de
primera mano, pudiendo acudir a la antropología (también arqueológicas o forenses en
ocasiones, pero por lo general en menor medida).

Debido a las peculiaridades de ambos tiempos históricos, el medieval y el contemporáneo, las


tareas a realizar por el historiador pueden diferir: el medievalista debe encontrar información
(a través de la arqueología y los archivos, por ejemplo) para ampliar su tiempo histórico. El
contemporáneo se encontrará en ocasiones con una sobredosis de documentación la cual deberá
comprobar, seleccionar y refutar. Además, su tiempo histórico crece cada día mientras suceden
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los hechos actuales. Por lo tanto, deberá sintetizar su tiempo histórico debido a esta
sobreabundancia de información.

Los propios documentos con los que se trabajan pueden influir en la percepción del tiempo del
historiador o del aficionado. Esta influencia en la percepción del tiempo puede a su vez influir
en cómo se perciben los hechos o las coyunturas concretas: el historiador especializado en la
España decimonónica posee tal cantidad de información que puede establecer unas conexiones
de causalidad próximas en el tiempo, siguiendo gran cantidad de acontecimientos en un periodo
de tiempo. Si bien no dispone de toda la información de esa época del pasado, ni toda la
documentación ha de ser fiable, si es cierto que puede formar un relato que, si bien no tiene por
qué ser totalmente fidedigno, puede ser estructurado y satisfactorio: ofrece mayor cantidad de
explicaciones, pues al fin y al cabo lo que se le exige a la Historia es que explique, ya sea en
mayor o menor medida.

En su relato Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, Borges pone de relieve otro problema epistemológico
de la historia: la limitación del lenguaje. Este problema trasciende a las traducciones, pues se
basa en la incapacidad de ciertos signos para reflejar o traducir ciertos significados.

Mediante la anterior definición de tiempo histórico, la historia se ve limitada, pero este propio
límite le da un encuadre sobre el cual el historiador se sitúa. Volvemos al relato del escritor
argentino, que ofrece un pasaje sobre la geometría en Tlön, planeta ficticio regido por el
idealismo, y cuya ciencia madre es la Psicología:

La base de la geometría visual es la superficie, no el punto.

Esta geometría desconoce las paralelas y declara que

el hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan.

Este planteamiento permite una comparativa del historiador con el dibujante, que utiliza la
referencia del punto de fuga para adquirir perspectiva. El historiador ha de hacer, si quiere
acaso comprender un tiempo histórico y no solamente descubrir o adquirir información, un
ejercicio de abstracción como lo hace el dibujante. Tradicionalmente el punto de fuga del
historiador sería una visión espacial aérea desde la cual observa los procesos que ocurren en
un tiempo histórico. Esos procesos serían las líneas de fuga que convergen en el punto de fuga,
que es el historiador.
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La ontología del universo de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido,
que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad
sino como recuerdo presente.

Analicemos esta concepción comparándola con una visión teleológica: si bien la ontología del
tiempo de Tlön es una negación absoluta a la teleología, comparte con ella un rasgo esencial.
Al negar el tiempo reduciéndolo al presente, este presente sería a la vez principio y fin del
tiempo, con lo cual el presente ocupa el papel del futuro como fin de la historia. ¿Es compatible
este presentismo con la práctica del oficio de historiador? ¿Podrían existir historiadores en Tlön
o solo serían necesarios los cronistas?

Podríamos argüir que la única tendencia que se acerca a concebir el pasado como mero
recuerdo en lugar de como causa del presente es el historicismo. Sin embargo, hoy la definición
de historiador situaría a los historicistas como meros cronistas o recopiladores de datos (una
función fundamental, aunque denostada).

Es interesante observar el siguiente pasaje del relato, pues presenta la concepción matemática
de Tlön a partir de la cual podemos observar un paralelismo con la concepción de Historia del
estado-nación, pero de forma inversa:

“Afirman que la operación de contar modifica las cantidades y las convierte de indefinidas en
definidas. El hecho de que varios individuos que cuentan una misma cantidad logren un
resultado igual, es para los psicólogos un ejemplo de asociación de ideas o de buen ejercicio
de la memoria. Ya sabemos que en Tlön el sujeto del conocimiento es uno y eterno.”

El conocimiento histórico, por tanto, sería una suma de conocimientos de los distintos seres
que conformarían un único sujeto de conocimiento. Este flujo se da de forma inversa en los
Estados-nación, cuya Historia, que sería al igual que el conocimiento de Tlön, una y eterna,
sería distribuida entre los diferentes individuos o sujetos que conforman la nación. Es decir,
una Historia construida entre todos, registrada por pocos, pero para todos.

La diferencia entre “encontrar” y “encontrarse con”, detallada en otro pasaje del relato, niega
la concepción de historia como algo exclusivamente humano, universalizándola:

“Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles
cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo
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visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un


caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.”
La historia en Tlön sería exclusivamente las percepciones de los seres que lo habitan. Es eterna
y por tanto no puede registrarse, o bien no necesita registrarse ya que al ser eterna y universal
no puede nunca perderse, pues no está fragmentada.

Las corrientes históricas actuales determinan la agencia de un sujeto en cuanto que produce
consecuencias a futuro. El historicismo lo niega, pero el estructuralismo y el marxismo lo
potencian cada uno a su manera. La historia basura, término ideado para referirse a lo
anecdótico (aquello que no explica nada), se centra en la historia sin agencia, buscando lo
contrario que el positivismo.

Si la historia basura es la historia sin agencia, para Tlön todo es historia basura, paradójico pero
no, pues Tlön puede llegar a negar el tiempo. Y niega categóricamente las clasificaciones:
nuestra historia es un conjunto de clasificaciones. Sin embargo, Tlön no llamaría basura a la
historia basura debido a que no considera lo anecdótico como basura. De hecho, no
contemplaría la categoría de anecdótico en cuanto que no clasifica los hechos según el grado
de importancia.

La microhistoria, por ejemplo, no sería afín a la filosofía de Tlön, en cuanto que clasifica el
sujeto. Lo observa desde una posición espacial y pretende extraer conclusiones o ideas útiles
para otros estudios. Para un historiador de Tlön, no existe el ejemplo, puesto que no existe la
regla. No hay excepción pues todo sujeto forma parte del conocimiento mayor. Por añadidura,
Tlön niega las concepciones espaciales, y la microhistoria no es otra cosa que la adopción de
un punto de vista del historiador, que analiza lo micro para obtener conclusiones macro.

La problemática de la visión “point of view” en el pasado

En el relato La busca de Averroes, Borges plantea uno de los problemas a los que se enfrenta
todo historiador que pretenda comprender las mentalidades de los sujetos del pasado: el proceso
de abstracción, o si se quiere de fantasía, que nos permitiría trasladarnos a ese pasado para
comprender la cosmovisión de sus habitantes. A este problema se enfrenta también cualquier
literato que escriba sobre una época pasada, con la diferencia de que a este se le permiten ciertas
licencias que al historiador no.
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En este relato se plantea la problemática de Averroes para comprender los conceptos griegos
“tragedia” y “comedia”. El relato acaba cuando el propio Averroes compara las tragedias a los
panegíricos y las comedias a las sátiras. Si bien comedia y sátira comparten la intención de
provocar la risa, la sátira, de origen romano, desfigura y caricaturiza al objeto de burla, mientras
que una comedia como Lisístrata parte de un hecho absurdo, pero explorando las que podrían
ser sus consecuencias, subvirtiendo la moral y las costumbres, dando salida a la parte reprimida
del ego.

Cuando Averroes establece esta comparativa, el relato acaba al dejar de creer Borges en aquello
que cuenta. Para Borges Averroes carece de la capacidad de comprender la cosmovisión griega,
debido a las diferencias en la concepción del tiempo, que a su vez llevan a diferencias en las
obras escritas y la narrativa de ambas civilizaciones.

El islam andalusí se maneja en metáforas desde las cuales da sentido a su panteísmo: Dios está
en todas las cosas, con lo cual comparar el destino como un camello ciego que atropella a quien
se cruce, cobra sentido al dar un sentido estético a sentimientos universales. Sin embargo, la
tragedia parte de una predestinación individual en la figura del héroe, que llega a su destino,
pero con resultados y consecuencias indeseadas. La intención del drama no es por tanto la
alegoría, sino mostrar la impotencia del individuo ante un mundo divino que se resiste a su
poder individual. Averroes, en el relato de Borges, descubre la existencia del teatro, cuya
naturaleza figurativa no tendría razón de ser en el islam, y Borges quizá deja de creer en este
Averroes por la imposibilidad de comprender el teatro (y a partir de ahí la tragedia y la
comedia) sin haberlo presenciado de primera mano: es decir, no se podría comprender una obra
figurativa a través de una narración escrita o verbal, como la que narra Abulcasim.

Al igual que Averroes, que procura comprender a Aristóteles trabajando sobre traducciones de
traducciones, el historiador trabaja con documentos que han sido esencialmente modificados
con el tiempo (como la arqueología) o que difieren de intencionalidad con respecto a la del
historiador: una crónica o hagiografía no pretende reflejar el pasado, sino ensalzar una figura
para su presente y futuro histórico.

A ello habría que añadir que el historiador también trabaja muy a menudo, literalmente, con
traducciones. Y al igual que Averroes en el relato, con traducciones de traducciones. La
facilidad con la que un término traducido pierde su sentido original puede dificultar el trabajo
del historiador, puesto que en ocasiones no solo son traducciones las fuentes historiográficas,
sino las propias fuentes literarias, jurídicas etc.
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¿Son acaso resoluble estos problemas de búsqueda de exactitud en el relato histórico? En el


caso de las problemáticas en las fuentes, podríamos proponer que el historiador no solo debe
poseer formación en historia, sino también en semiología y en idiomas, o bien solo estudiar
temas u obras cuya lengua conozca en profundidad. Sin embargo, al estar destruidas o fuera de
alcance en muchas ocasiones las fuentes primarias, es probable que la información “original”
nos llegue alterada.

Todas estas problemáticas anteriormente mencionadas en el ensayo no tienen porqué llevarnos


a la conclusión pesimista de que la verdad histórica está fuera del alcance de la Historia.
Sencillamente deben recordarnos las limitaciones y quizá la imposibilidad de establecer una
historia global o una historia total, y menos aún unas leyes generales para la historia a partir de
las cuales retrotraerse o adivinar acontecimientos futuros. El historiador puede ser eficaz como
descubridor de mentiras o de verdades, pero quizá su objeto de estudio es incompatible con
constantes o patrones que lo hagan predecible, cosa que sí pueden hacer las ciencias.

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