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XX RES IN COMMERCIUM

“CURSO DE DERECHO ROMANO CLÁSICO I” Jorge Adame Goddard.


Clasificación de las cosas susceptibles de apropiación.

Las cosas se clasifican, en general, atendiendo a su mayor o menor


permanencia, lo que se refleja en su mayor o menor identificabilidad: son más
fácilmente identificables aquellas que son más permanentes. De este criterio
general derivan cuatro clasificaciones: i) cosas fungibles o genéricas y cosas
no fungibles o específicas; ii) cosas consumibles y no consumibles; iii) res
mancipi y res nec mancipi, y iv) cosas muebles e inmuebles.

Cosas fungibles o genéricas y cosas específicas.

Se llaman fungibles o genéricas aquellas cosas que se identifican por su


cantidad y género, como 100 sestercios (moneda romana), 10 litros de vino, o
50 kilos de trigo; de estas cosas se dice que son aquellas que se cuentan,
miden o pesan. En cambio, son no fungibles o específicas, las que se
identifican individualmente, como un terreno que se identifica por su superficie
y colindancias, o un esclavo que se identifica por su nombre.

Cosas consumibles y no consumibles.

Las cosas consumibles (son por lo general también genéricas) son aquellas
que se consumen, física o jurídicamente, al primer uso que se hace de ellas,
como alimentos o el dinero. Son no consumibles (y por lo general, específicas),
aquellas de las que puede hacerse un uso reiterado, como un terreno o un
caballo.

Cosas mancipi y cosas nec mancipi.

En el derecho romano antiguo y clásico se distinguió entre las cosas que


constituyen, desde el punto de vista de una economía principalmente agraria,
los bienes importantes de un patrimonio, a las que se llamó res mancipi, como
son los terrenos o fundos en el suelo de Italia, los derechos reales de
servidumbre sobre ellos, los esclavos y los animales de carga o tiro; para
enajenar estos bienes es necesario hacer un acto formal (mancipatio o in iure
cessio). Todos los otros bienes son res nec mancipi, y se pueden enajenar por
su simple entrega (traditio). Entre éstos se contaba el dinero, cuya unidad
monetaria era el sestercio (sestertius), originalmente moneda de plata, y desde
el Principado, de cobre.

Bienes inmuebles y bienes muebles.


Los bienes que no se pueden desplazar son los inmuebles (también llamados
«bienes raíces»), y los que sí pueden desplazarse, los muebles. Los inmuebles
se sub-clasifican, según el lugar donde están ubicados, en «itálicos» si están
en la península itálica, o «provinciales», si en alguna provincia; o también en
«urbanos», los que están en la ciudad, o «rústicos», los del campo.

“Derecho Romano” Marta Morineau Iduarte Román Iglesias González


Res mancipi y res nec mancipi

Este criterio de clasificación es muy antiguo; entre las res mancipi incluye a los
terrenos y casas propiedad de los ciudadanos romanos, situados en suelo
itálico, a las servidumbres de paso o de acueducto constituidas en esos
terrenos, así como a los esclavos y a los animales de tiro y carga.

Como se puede apreciar, las res mancipi representan las cosas más
valiosas para un pueblo agricultor como lo fue el romano de los primeros
tiempos. Todas las demás son cosas no mancipi; es decir, nec mancipi. Para la
transmisión de las primeras había que acudir a alguno de los modos solemnes
del derecho civil, como la mancipatio; para las cosas nec mancipi era suficiente
la simple transmisión o traditio. La clasificación que estamos estudiando tenía
razón de ser en la época más antigua, cuando también existía una gran
diferencia entre los ciudadanos y los peregrinos, y entre los terrenos itálicos y
los terrenos provinciales. Al desaparecer estas diferencias también desapareció
la razón de ser de la clasificación, que fue abolida formalmente por Justiniano,
al igual que la mancipatio.

Cosas inmuebles y cosas muebles

Esta distinción vino a sustituir a la anterior, siendo los bienes inmuebles los
más importantes. Entre ellos tenemos a los terrenos y edificios; muebles son
los demás bienes.

En el derecho imperial la enajenación de las cosas inmuebles requería


de mayores requisitos y de formas solemnes.

Cosas corporales e incorporales

Son corporales las cosas que pueden apreciarse con los sentidos, que son
tangibles, que pueden ser tocadas; son incorporales las cosas no tangibles,
como un derecho o una herencia.

Cosas divisibles e indivisibles


Las cosas divisibles son aquellas que sin detrimento de su valor pueden
fraccionarse en otras de igual naturaleza, como una pieza de tela, por ejemplo;
las cosas indivisibles, por el contrario, no pueden fraccionarse sin sufrir
menoscabo, tal es el caso de una obra de arte.

Cosas principales y accesorias

Son principales aquellas cosas cuya naturaleza está determinada por sí sola, y
sirven de inmediato y por ellas mismas a las necesidades del hombre; por
ejemplo un terreno.

Son accesorias aquellas cosas cuya naturaleza y existencia están


determinadas por otra cosa de la cual dependen; por ejemplo un árbol.
Pertenecen a la categoría de las cosas accesorias los frutos, que son los
productos de una cosa, y que adquieren individualidad al separarse de la cosa
principal.

Los romanos incluían entre los frutos a los productos de la tierra, de los
animales, de las minas, y también a los productos que se obtenían de otras
cosas, como las rentas de un edificio, pero no consideraban en esta categoría
–es decir como fruto- al hijo de una esclava.

Distinguían entre los frutos pendentes, que todavía no han sido


separados de la cosa principal y pertenecen al dueño de la misma, y los frutos
separados o percepti, que pueden pertenecer a otra persona que tenga algún
derecho sobre la cosa, aunque no sea el propietario.

Cosas fungibles y no fungibles

Son cosas fungibles las que pueden ser sustituidas por otras cosas del mismo
género, como el vino, el trigo o el dinero; para los romanos estas cosas se
individualizaban al contarlas, pesarlas o medirlas.

Son cosas no fungibles las que no pueden sustituirse las unas por las
otras, ya que están dotadas de individualidad propia; un cuadro, por ejemplo.

Cosas consumibles y no consumibles

Las cosas consumibles son las que generalmente se acaban con el primer uso,
como los comestibles. El dinero también es consumible, porque su uso normal
lo hace salir del patrimonio.

Las cosas no consumibles son las que pueden usarse repetidamente,


como los muebles de una casa o la casa misma.
“Manual de derecho romano” Luis Rodolfo Argüello
“RES IN COMMERCIO”.- La gran categoría de cosas que podían servir
de objeto a relaciones jurídico-patrimoniales era la de las res in commercio, es
decir, las cosas susceptibles de apropiación individual. Dentro de esta clase se
comprendían la mayoría de los objetos corporales de que podía disponer el
hombre para satisfacer sus necesidades, y abarcaba los siguientes grupos: res
mancipi y res nec mancipi, cosas corporales e incorporales, muebles e
inmuebles, consumibles y no consumibles, fungibles y no fungibles, divisibles e
indivisibles, simples y compuestas, principales y accesorias y fructíferas y no
fructíferas.

a) “Res mancipi” y “res nec mancipi”. La distinción entre res mancipi y


res nec mancipi tiene gran importancia histórica, porque habría sido la primera
clasificación a la que los romanos reconocieron un interés práctico, desde la
Ley de las XII Tablas. Eran mancipi las cosas cuya propiedad –en cierto modo
privilegiada- se transmitía por un modo del derecho civil formal y solemne, la
mancipatio, o mediante la in iure cessio, que importaba un ficticio proceso de
reivindicación realizado formalmente ante el magistrado.

Eran cosas mancipables las de mayor valor en la primitiva economía


agrícola, como los fundos o las heredades y las cosas situadas, en el suelo de
Italia, las servidumbres rurales de paso (via, iter, actus) y de acueducto (aquae
ductus), los esclavos y los animales de tiro y carga. Todas las demás cosas se
agrupaban dentro de la clase de las res nec mancipi.

Ambas clases de cosas mantuvieron su distinción hasta la época del


derecho clásico, no obstante que los valores económicos se habían modificado
profundamente con el transcurso del tiempo. Desaparecida más adelante la
diferencia entre las cosas situadas en suelo itálico (italicum solum) y las
radicadas en suelo provincial (provinciale solum) y generalizada la tradición
como medio normal de transmitir la propiedad, la oposición entre las cosas
mancipi y nec mancipi perdió interés práctico. Decadente la mancipatio en el
derecho imperial, el emperador Justiniano la suprimió definitivamente como
modo de adquisición del dominio.

b) Cosas corporales e incorporales. Distinguían las fuentes romanas,


las cosas corporales de las incorporales, clasificación que habría obedecido a
la influencia de la filosofía helénica sobre el derecho romano. Las primeras
eran aquellas cuya materialidad es percibida por los sentidos, es decir, las
cosas tangibles (quae tangi possunt), como un fundo, un esclavo, al paso que
eran incorporales, por el contrario, las que son producto de una abstracción,
esto es, que no pueden palparse (quae tangi non possunt), como un crédito, el
derecho de propiedad, de servidumbre, etcétera.

c) Cosas muebles e inmuebles. La categoría de cosas muebles e


inmuebles, que habría llegado a imponerse en el derecho postclásico al
desaparecer la tradicional distinción de res mancipi y res nec mancipi, parte de
la posibilidad o no de trasladar la cosa de un sitio a otro. Así, son muebles ( res
mobiles) las cosas inanimadas que pueden trasladarse de un lugar a otro por
una fuerza exterior, sin ser deterioradas en su sustancia o su forma, al paso
que son inmuebles las que, de acuerdo a su naturaleza, físicamente es
imposible que cambien de lugar. Dentro de la clase de los mobilia se
encuentran los semovientes (se moventes), como los animales, que se mueven
de un sitio a otro por sus propios medios.

Pertenecían a la categoría de las cosas inmuebles los fundos (fundi) o


predios. Se dividían en urbanos (praedia urbana), si en ellos estaba construido
un edificio, y en rústicos (praedia rustica), cuando eran terrenos sin edificación,
estuvieran en la ciudad o en el campo. Los fundos rústicos podían tener límites
determinados por accidentes naturales del terreno (agri arcifini) o trazados
especialmente por agrimensores (agri limitati). Dentro de los fundos cabía
también la distinción en itálicos y provinciales. Los primeros eran los situados
en Italia o en ciudades a las que se les hubiera concedido el ius italicum; los
segundos, los que estaban enclavados en provincias. Sobre los fundos itálicos
su titular tenía el dominio de derecho civil o quiritario, en tanto que sobre los
fundos provinciales, sólo una posesión sometida al pago de un tributo (tributum
o stipendium).

c) Cosas consumibles y no consumibles. Distinguieron también los


romanos las cosas consumibles (res quae usu consumuntur), es decir, aquellas
cuyo uso o destino normal las destruye física o económicamente, como los
alimentos y el dinero, de las cosas no consumibles (res quae usu non
consumuntur); que son las susceptibles de un uso repetido sin que provoque
otra consecuencia que su mayor o menor desgaste.

e) Cosas fungibles y no fungibles. Otras clases de cosas entre las res


in commercio son las fungibles y las no fungibles. Las primeras son las que
pueden sustituirse por otras de la misma categoría, es decir, que no se toman
en cuenta como individualidades, sino en cantidad, por su peso, número o
medida (res quae pondere, numero, mensurave constant). Son no fungibles, en
cambio, las que tienen su propia individualidad y que no admiten, por ende, la
sustitución de una por otra. Integran la clase de cosas fungibles, el vino, el
trigo, el dinero, mientras que corresponden a las no fungibles, una obra de arte,
un esclavo, un fundo.
Sirve también para distinguir las cosas fungibles de las no fungibles el
hecho que las primeras son designadas según el género (genus) a que
pertenecen, mientras las segundas comprenden una cosa particular,
determinada conforme su individualidad (species). Así, una cosa es fungible
cuando en la relación jurídica de que es objeto se la considera más bien según
su género o su cantidad que según su especie, de suerte que el sujeto habrá
de devolverla en su género (in genere) o en la misma cantidad y cualidad (in
eadem quantitae et qualitae). Esta distinción carece en gran parte de precisión,
porque así como la fungibilidad es una cuestión objetiva, la determinación
genérica es subjetiva, pues depende exclusivamente de lo que opinen las
partes. Los esclavos no eran cosas fungibles, pero nada impedía que un
vendedor se comprometiese a entregar un número de ellos sin individualizarlos.
En este caso se estaba frente a una obligación genérica, que se cumpliría
entregando el genus.

f) Cosas divisibles e indivisibles. Las cosas pueden ser divisibles o


indivisibles. Un objeto corpóreo es físicamente divisible cuando sin ser
destruido enteramente puede ser fraccionado en porciones reales cada una de
las cuales, después de la división, forma un todo particular e independiente,
que conserva en proporción la utilidad de la cosa originaria; es indivisible, en
cambio, el que no admite partición sin sufrir daño o menoscabo o, como dicen
las fuentes, sin que la cosa perezca.

Un fundo es cosa divisible; un animal, una pintura, son indivisibles. Hay


cosas legalmente divisibles, sin distinguir si la partición física es posible o no,
cuando muchas personas pueden poseerla en común, es decir, en porciones
ideales o intelectuales (partes incertae), que es lo que ocurre en el régimen de
la copropiedad, en el que los copropietarios poseen pro indiviso. También hay
cosas legalmente indivisibles cuando en ellas no se concibe la idea de una
parte, como acaece en las servidumbres, que los romanos consideraban res
incorporalis.

g) Cosas simples y compuestas. Se distinguían también las cosas


simples de las compuestas. Aquellas constituían un solo todo, una unidad
orgánica e independiente (corpora quae uno spiritu continentur), como un
esclavo, una viga, una piedra. Cosas compuestas eran las que resultaban de la
suma o agrupamiento de cosas simples. Estas últimas se dividían en dos
categorías, según que la aglomeración de cosas simples fuera material y
tuviese aspecto compacto, como una nave o un edificio (corpora ex
contingentibus o universitas rerum coherentium), o que el vínculo de unión de
los componentes simples fuera inmaterial y cada uno de ellos conservara su
independencia, como por ejemplo, un rebaño o una biblioteca, caso en el cual
se habla de universalidades de cosas (corpora ex distantibus o universitas
rerum distantium).
h) Cosas principales y accesorias. Conocieron igualmente los
romanos la clasificación de cosas en principales y accesorias, considerando
que las primeras eran aquellas cuya existencia y naturaleza están
determinadas por sí solas, sirviendo inmediatamente y por ellas mismas a las
necesidades del hombre; y las accesorias, las que estaban subordinadas o
dependían de otra principal como el marco respecto del cuadro, la piedra
preciosa en relación al anillo en que está engarzada. A propósito de las cosas
accesorias regia el principio de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal
(accessorium sequitur principale).

i) Cosas fructíferas y no fructíferas. Dentro de las cosas fructíferas se


comprenden aquellas que, manteniendo su naturaleza y su destino, dan con
carácter periódico cierto producto o fruto (fructus), que se convierte al
separárselo natural o artificialmente, en cosa autónoma. Son cosas no
fructíferas las que no tienen esa cualidad.

Son frutos, por consiguiente, los productos naturales que más o menos
periódicamente suministran las cosas sin disminuir su esencia, como la leña de
los bosques, la cría de los animales, la lana, la leche y las frutas de los árboles.
Se entiende igualmente que pertenecen a la noción de frutos, las rentas en
dinero que suministra el empleo de un capital, los alquileres, etc., que para
diferenciarlos de los anteriores, se los ha llamado frutos civiles. Los frutos
pueden hallarse en diversos estados: pendentes, cuando están adheridos a la
cosa productiva; percepti, cuando se los ha cosechado; percipiendi, si estaban
para cosechar y no se los cosechó por falta de diligencia; existentes o extantes,
cuando se hallan todavía en poder del poseedor de la cosa, y consumidos o
consumpti, si han sido consumidos, transformados o enajenados.

En lo que concierne a los gastos o impensas (impensae), que es todo lo


que se desembolsa para una cosa determinada o se emplea en ella, se
distinguen los gastos para conseguir los frutos de una cosa fructífera, de los
gastos para la cosa misma. A su vez, dentro de estos últimos, cabe diferenciar
las impensas necesarias, las útiles y las voluptuarias, según estén destinadas a
conservar la cosa, a aumentar su utilidad o renta o a embellecerla, haciéndola
servir para lujo o placer.

“TRATADO ELEMENTAL DE DERECHO ROMANO” EUGÉNE PETIT


De las cosas “mancipi” y de las cosas “nec mancipi”.

Esta división se aplica sólo a las cosas susceptibles de propiedad


privada, consideradas, según puedan o no, ser adquiridas por la mancipación.
De origen antiquísimo, existió, ciertamente, en la época de la ley de las XII
tablas, y después de haber jugado un papel importante en el Derecho clásico,
poco a poco fue cayendo en desuso, hasta que Justiniano sancionó su
supresión en el año 531.

Ulpiano nos da la enumeración de las cosas mancipi. Estas eran: a) Los


fundos de tierra y las casas situadas en Italia y en las regiones investidas del
jus italicum; b) Las servidumbres rurales sobre los mismos fundos; c) Los
esclavos; d) Las bestias de carga y de tiro, es decir los bueyes, caballos, mulas
y asnos, aunque no los elefantes y los camellos, que desconocían los romanos
en la época de la determinación de las cosas mancipi. Los otros animales, tales
como los corderos, las cabras y todas las demás cosas, hasta el dinero y las
joyas, son res nec mancipi.

Gayo parece indicar la razón de ser de esta división al llamar res mancipi
a las cosas más preciadas. En efecto, para los romanos de los primeros siglos,
entregados sobre todo a la agricultura, y cuyas conquistas se limitaban al
terreno de Italia, los fundos de tierra de esta comarca, las servidumbres rurales
que facilitaban su explotación y los instrumentos de trabajo como los esclavos y
los animales de carga y de tiro, eran los elementos más importantes de la
fortuna privada. Además, mientras que la traslación de propiedad de las res
mancipi, para ser más cierta, debía revestir formas solemnes, particularmente
las de la mancipatio, de donde viene su nombre. Este modo de transferir le era
propio. Y así como la simple tradición de una res mancipi no quita la propiedad
civil, del mismo modo la mancipatio aplicada a una res nec mancipi queda sin
efecto.

De las cosas corporales y de las cosas incorporales.

Las cosas, consideradas tal como la Naturaleza las ha producido, tienen


una existencia material, un cuerpo; y son las cosas corporales que caen bajo
los sentidos. Pero, por una especie de abstracción, se da también el nombre de
cosas a los beneficios que el hombre obtiene de las cosas corporales, es decir,
a los derechos que pueda tener sobre ellas. Estas cosas se llaman
incorporales, porque no caen bajo los sentidos y no son más que concepciones
del espíritu.

I. Cosas corporales.- Muebles e inmuebles.- Es imposible enumerar las


cosas corporales, puesto que comprenden todo lo que materialmente existe
fuera del hombre libre. Se pueden subdividir en muebles y en inmuebles, res
mobiles y res soli. Esta distinción no está expresamente formulada por los
jurisconsultos romanos, pero está contenida implícitamente en muchos textos.
Se entiende por muebles lo mismo los seres animados, susceptibles de
moverse ellos mismos, res se moventes, que las cosas inanimadas, que
pueden ser movidas por una fuerza exterior, res mobiles. Los inmuebles son
los fundos de tierra, los edificios y todos los objetos mobiliarios que estén
sujetos a estancia perpetua, los árboles y las plantas, mientras están adheridas
al terreno. El interés de esta división se manifiesta de varias maneras,
principalmente desde el punto de vista de la posesión, de la usucapión, de la
enajenación de los bienes dotales y de los interdictos.

II. Cosas incorporales.- Derechos.- Los jurisconsultos limitan las cosas


incorporales a los derechos susceptibles de estimación y que representan un
valor pecuniario en la fortuna de los particulares. Tales son los derechos reales,
como la propiedad y el usufructo; los derechos de crédito; la herencia, es decir,
el conjunto de derechos que componen el patrimonio de una persona muerta,
consideramos, abstracción hecha de las cosas corporales que son el objeto de
ella.

El hombre también está investido de ciertos derechos con relación a


otras personas sobre las cuales puede ejercer una autoridad más o menos
enérgica. Tales son los derechos de potestad, de tutela, etc., y se los llama
derechos de familia. Estos derechos, de los cuales ya hemos hablado a
propósito de las personas, no tienen valor pecuniario y quedan fuera del
patrimonio; así que estudiaremos ahora los derechos reales y los derechos de
crédito.

De los derechos reales y de los derechos de crédito.- Los derechos que


se cuentan en el patrimonio se dividen en dos clases: los derechos reales y los
derechos de crédito u obligaciones. Esta distinción tiene para la ciencia del
Derecho una importancia capital, y ninguna legislación los ha separado con
tanta claridad como el Derecho Romano, no solamente en la observación
exacta de sus caracteres diversos, sino también por las maneras de
constituirlos y las acciones destinadas a sancionarlos.

1. El derecho real es la relación directa de una persona con una cosa


determinada, de la cual aquella obtiene un determinado beneficio, con
exclusión de todas las demás. Como tal se puede calificar al derecho de usar
un campo y percibir los frutos, es decir, el derecho de usufructo. El derecho de
crédito es una relación de persona a persona que permite a una de ellas,
llamada acreedor, exigir de la otra, llamada deudor, determinada prestación.
Por eso Ticio, que había prestado mil sextercios a Mevio por dos meses, tiene
derecho de exigirle en el día fijado el pago de una suma igual. De esta
diversidad en su naturaleza resultan entre estos derechos las diferencias
siguientes: a) El derecho real, siendo un derecho sobre una cosa, existe en
beneficio de una sola persona, hacia y en contra de todas, sin imponer a nadie
otra necesidad que la de respetarlo y no impedir su ejercicio; esto es, una pura
abstención. El derecho de crédito, que es un derecho contra una persona,
permite al acreedor exigir un hecho del deudor; pero sólo este deudor está
personalmente obligado a satisfacer una prestación determinada.
b) La persona que adquiere un derecho real sobre una cosa no tiene
nada que temer, aunque se hayan constituido después otros derechos iguales
sobre la misma cosa en beneficio de otras personas, o bien si el propietario de
la cosa llegara a hacerse insolvente, pues su derecho siempre quedaría
completo. En cambio, sucede lo contrario con el derecho de crédito, pues el
deudor que se haya obligado con un acreedor, puede hacerlo también con
otros, y estos derechos de crédito, nacidos sucesivamente, tienen todos ellos la
misma fuerza. Por eso, si el patrimonio del deudor no basta para pagar a todos
los acreedores, el derecho de cada uno sufre y disminuye en una reducción
proporcional.

c) El dominio de los derechos reales es menos amplio que el de los


derechos de crédito. El derecho real, que coloca a una persona en relación
directa con una cosa, sólo puede tener por objeto una cosa con existencia
actual. El derecho de crédito, por el contrario, sólo es una relación entre dos
personas; tiene por objeto un hecho, un acto que el deudor debe cumplir en un
término más o menos lejano, y para esto no es indispensable que la cosa
debida al acreedor exista en el preciso momento que se creó el derecho; es
suficiente con que exista cuando el deudor tenga que ejecutar su obligación. En
una palabra, el derecho de crédito puede tener por objeto una cosa futura.

2 El Derecho Romano ha sostenido enérgicamente la separación de los


derechos reales y de los derechos de crédito, desde el punto de vista de su
creación y de su transmisión. El contrato, es decir, el acuerdo de las partes
sancionado por el Derecho es la fuente más fecunda de los derechos de
crédito, mientras que los derechos reales sólo se establecen por modos
especiales; el contrato o convenio de las partes no podría constituirlos. Por otra
parte, los procedimientos que sirven para transferir los derechos reales son
inaplicables a los derechos de crédito.

3. Por último, la diferencia de naturaleza que separa estos derechos se


manifiesta desde el punto de vista de las acciones que los sancionan. La
acción in rem, dada al titular del derecho real, no tiene la misma extensión que
la acción in personam concedida al acreedor. Por la acción in rem, todo el que
está investido de un derecho real reclama la sanción judicial de este derecho y
el poder de ejercerle libremente, sin que nadie ponga obstáculo. Por la acción
in personam, el acreedor no sólo pide que sea reconocido su derecho, sino que
también quiere vencer la resistencia del deudor, pues el objeto del derecho de
crédito es un hecho del deudor, y si no lo ejecuta voluntariamente, es
necesario que el acreedor encuentre en su acción un medio para obligarle. Por
razón de esta diferencia es por lo que la acción in rem se da a cualquiera que
ponga obstáculos para el ejercicio del derecho real: en cualquier parte donde la
cosa se encuentre, tiene el titular del derecho pleno poder para perseguirla.
Pero la acción in personam sólo se da contra el deudor, porque él solo está
obligado a ejecutar el hecho que es objeto del derecho de crédito.
Los derechos reales y los derechos de crédito, siendo los elementos de
los cuales se compone la fortuna privada, el estudio del patrimonio consiste en
averiguar cuáles son estos derechos, cómo se establecen y cómo terminan,
quedando después por examinar cómo un patrimonio todo entero puede pasar
en masa de una persona a otra. Por eso son necesarias tres partes en el
estudio de las cosas o del patrimonio: 1.ª Derechos reales; 2.ª Derechos de
crédito u obligaciones, y 3.ª Modos de transmisión del patrimonio o modos de
alquiler per universitatem.

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