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FICHA DE CÁTEDRA

EUROPA I
AÑO 2013

IMPERIO ROMANO: La estratificación social

La capacidad del dominio económico y el grado de participación en el poder político se


combinaban para definir los estratos de una sociedad fuertemente jerarquizada, en la que
los vínculos familiares y los lazos de relación y dependencia crean realidades que
sobrevivirán a la caída del Imperio occidental. En su cúspide se hallaba el “orden
senatorial”. Los honorati, formado por senadores y caballeros, comenzando por los
clarissimi, muy ampliado por Constantino y sus sucesores hasta Valentiniano (364-375),
que estableció rígidas subdivisiones en su interior (illustres, spectabiles, clarissimi) sin
quitar al Senado sus viejas atribuciones republicanas, ni en Roma ni en Constantinopla.
Pero el acceso al rango senatorial no estuvo cerrado ni siquiera en la primera de ambas
ciudades: en Roma pudo lograrse a través del ejército, la administración y el ejercicio
relevante del profesorado, la medicina y la jurisprudencia. En Constantinopla, los nuevos
ricos tuvieron más oportunidades. Ambos grupos tenían, con todo, grandes diferencias,
dentro de su común significación política, pues de ellos procedían magistrados republicanos
y consejeros o agentes principales del emperador. En Roma, los senadores más ricos
disponían de rentas equivalentes a 5.000 libras al año (una libra eran 72 solidi), mientras
que en Oriente ni las familias más poderosas superaban las 500 u 800. 1000 libras de oro
eran un capital normal para un senador en Constantinopla aunque había miembros que
vivían decentemente, lo necesario para mantener su otium, forma de vida distinguida que
les permitía dedicarse a la política, a la abogacía o al menos al ejercicio intelectual, libres
de muchas cargas tributarias cuya exención hacia que su estado fuera siempre envidiable,
sobre todo para los decuriones locales de las capas medias. Como el nacimiento no era la
única forma de acceder al orden senatorial, el estamento permanecía relativamente abierto,
lo que siempre constituía una esperanza para los aspirantes a él. Que en su inmensa
mayoría, pertenecían al estrato de los honestiones: decuriones, funcionarios y soldados,
miembros de profesiones liberales. Algunos de ellos podían aspirar a conseguirlo, puesto
que había, siempre en el siglo IV, 650.000 soldados, cerca de medio millón de decuriones
en las ciudades del Imperio, casi todos propietarios absentistas de tierras, de 30.0000 a
40.000 funcionarios, unos 3.500 abogados y varios miles más de intelectuales y clérigos.
Sus rentas oscilaban, para los que vivían a sueldo, entre los 100 y 500 solidi, con un techo
de 2.000, pero su propiedad de la tierra podían en algunos casos, aspirar a horizontes
mejores. Por debajo de las capas medias hay que situar a los comerciantes y artesanos,
puesto que sólo los naviculatorii o grandes armadores, los argentarii, especie de banqueros
“avant la lettre” y algunos grandes comerciantes pertenecían a los honestiores, lo que da la
idea de lo que la tierra seguía significando en el Imperio. El resto eran humiliores,
asociados profesionalmente por ramos y adscriptos al oficio, al igual que la mayor parte del
campesinado. Eran frecuentes capitales mercantiles equivalentes a 500 sueldos -cifra
modesta- y salarios artesanales de 1/24 sólido por día. En el ámbito rural, los pequeños y
medianos propietarios de tierra disminuían en número, salvo excepciones regionales, a
pesar que veteranos del ejército en el siglo IV y otros grupos tendían a incrementarlo. La
presión fiscal, el endeudamiento y las excesivas fragmentaciones por vía de herencia

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contribuían a ello. Poco a poco, muchos pequeños propietarios buscaron protección contra
los primeros de aquellos males aceptando el patronato, es decir, entrando en
encomendación con respecto a algún poderoso, al que cedían todo o parte de su propiedad
agraria, aún conservando el usufructo, a cambio de protección efectiva frente al fisco y la
violencia imperantes. La situación de los encomendados no es equiparable, aunque a veces
se parezca, a la de los campesinos no propietarios, arrendatarios o colonos, que estaban
adscriptos hereditariamente a la tierra desde tiempos de Diocleciano, y cuya situación se
degradó a lo largo del siglo IV al significar además la adscripción una dependencia
personal con respecto al propietario, que podía perseguir al colono huido y encadenar
incluso a los que supusiera que lo iban a intentar. El colono pagaba sus impuestos al Estado
a través del propietario, no podía litigar con éste en juicio, ni enajenar bienes sin su
consentimiento. La obsesión por retener una mano de obra escasa y cobrar los impuestos
explican el por qué estas situaciones de dependencia que reducían a poco las libertades
como ciudadanos romanos de numerosos campesinos, aunque éstas se mantuviesen en un
plano formal, y les constreñían a un estado de servidumbre que es menester no confundir
con la esclavitud de corte antiguo, de la que la diferencia tanto por su definición jurídica
como, sobre todo, por el distinto ámbito de relaciones sociales en el que nace. La
insolidaridad de aquellos humiliores con respecto al Imperio sería evidente en los
momentos de crisis porque veían en él más un aparato de opresión que no una garantía
protectora. Hay que recordar, sin embargo, el auge del campesinado libre, con contratos de
enfiteusis, en zonas del Imperio del Oriente a lo largo del siglo VI, como hecho de signo
contrario.
La esclavitud en el mundo mediterráneo de los siglos IV al VI no es, sin embargo, un
fenómeno residual o en vías de extinción. Sucede que los esclavos son más caros y escasos
que en los siglos I y II, salvo en zonas fronterizas o momentos de guerra, y la extensión de
la ciudadanía desde el 212 dificulta, por otra parte, la renovación del fenómeno a partir de
fuentes internas del mundo romano, pero el nacimiento sigue siendo uno de los posibles
motivos de la esclavitud. El esclavo cumple idénticas funciones económicas que en tiempos
pasados, pero no en la misma cuantía, puesto que algunas se cubren ya más frecuentemente
por medio de otras formas de relación social, según se ha indicado. Hay, por lo tanto,
esclavos en dominios rurales, artesanos, empleados, agentes comerciales, y abundan sobre
todo en el servicio doméstico, puesto que su propiedad revela la buena posición del dueño,
o supone una fuerza laboral apreciable. Las familias más ricas de Antioquia, por ejemplo,
disponen cada una de 1.000 a 2.000 esclavos. En Occidente, donde la clase senatorial es
mucho más rica, las cifras son mayores: Melania, que no pertenecía a las familias más
poderosas de Roma, decidió liberar a 12.000 esclavos de sus dominios a comienzos del
siglo V.

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