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Trafalgar, la batalla naval que humilló a

Napoléon y debilitó a España como potencia


El 21 de octubre de 1805 se produjo uno de los encuentros más relevantes
de las Guerras de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico
(1789-1815): la batalla naval de Trafalgar, librada en aguas del Atlántico,
en el extremo Sudoeste de España, cerca del estrecho de Gibraltar y frente
a una prolongación de la costa cuyo nombre inmortalizó a aquella
memorable batalla: el cabo Trafalgar
Por
Luis Furlán
21 de Octubre de 2022

La batalla de Trafalgar afirmó el control británico sobre los mares y evitó la


invasión de Napoleón a Inglaterra

El complejo desarrollo de la Revolución Francesa (1789) condujo, a fines de


1804, a la instauración de un imperio regido por la figura hegemónica
de Napoleón Bonaparte. Todo ello provocó un largo período de conflicto
bélico en Europa, con importantes proyecciones en ultramar: las Guerras de la
Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico (1789-1815).

Las guerras surgidas con la Revolución Francesa constituyeron un capítulo


más de la prolongada puja global franco-británica que se remontaba, por lo
menos, a la segunda mitad del siglo XVII, y que habría de extenderse hasta el
inicio de la Primera Guerra Mundial (1914).

Entre 1792 y 1804 Napoleón logró importantes y rápidos ascensos en la


Francia revolucionaria. Al frente de sus Ejércitos, luchó contra austríacos,
prusianos, rusos, británicos y hasta turcos otomanos, entre otros tantos
adversarios, y obtuvo importantes victorias que extendieron la influencia
francesa en Europa. En 1799 derribó al Directorio, se convirtió en Primer
Cónsul (1801) y, finalmente, se coronó emperador (1804). Gracias a su
liderazgo político, a su talento militar y a su poderoso Ejército, transformó a
Francia en la principal potencia continental y se convirtió en la figura
dominante de Europa hasta 1815.

El Reino Unido, fortalecido por la Revolución Industrial, constituía la


principal potencia naval y comercial del mundo, y el contrincante más
importante y decidido de la Francia napoleónica. En ese sentido, defendió a
ultranza el equilibrio continental europeo (Balance de Poder), gravemente
amenazado por el imperio napoleónico, pues afectaba los intereses
estratégicos, económicos y comerciales británicos.

Napoleón con su característica corona de laureles, con los que solía ser
retratado
Así quedó planteado un duelo colosal: por un lado, el “Elefante”, el gigante
terrestre, el imperio continental regido por Napoleón y protegido por su
imbatible Ejército; por el otro, la “Ballena”, el inmenso imperio marítimo del
Reino Unido sostenido por su Marina de Guerra, su comercio marítimo y
sus posesiones ultramarinas.

Hacia 1803 y 1804 se renovaron las hostilidades en Europa: una vez más,
Francia y el Reino Unido se hallaban frente a frente. Napoleón se preparó para
la guerra con su imponente Ejército, apoyado por su principal aliado España;
por su parte, el Reino Unido tomó la iniciativa en los escenarios navales, y
recurrió a su estrategia de formar y apoyar coaliciones con aliados
continentales para combatir en territorio europeo.

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el abandono de su esposa y su audaz huida

El Reino Unido bloqueó posiciones francesas y españolas en el Atlántico y el


Mediterráneo (Brest, El Ferrol, Tolón), y organizó una nueva coalición
continental con Austria, Suecia, Rusia y Nápoles para luchar contra Napoleón
en Europa.

A principios de 1805 Napoleón inició el plan que lo obsesionaba: invadir y


conquistar las Islas Británicas. Para ello, concentró un Ejército de 160.000
hombres en Boulogne sur Mer, en el Norte de Francia, que debería atravesar
el canal de la Mancha hacia las costas británicas transportado por unas 2000
barcazas de desembarco escoltadas por una importante fuerza naval. Pero todo
aquello exigía lograr una supremacía, aunque fuera temporaria, en las
aguas del canal de la Mancha, un espacio vital para la defensa británica.

El imperio de Napoleón

Para iniciar su ambicioso plan, Napoleón ordenó una audaz operación de


distracción para sacar de Europa a las flotas del Reino Unido, desviarlas hacia
teatros de operaciones más lejanos y dejar indefenso al canal de la Mancha
para obtener la supremacía en sus aguas e invadir las Islas Británicas.

En marzo de 1805 el vicealmirante Pierre Charles de Villeneuve, al mando


de la escuadra francesa del Mediterráneo, partió de su base de Tolón, burló el
bloqueo naval de la escuadra británica del vicealmirante Horacio Nelson, y se
dirigió a Cádiz, donde se le incorporó una escuadra española. Desde allí
cruzaron el Atlántico rumbo a América, donde efectuaron operaciones en el
Caribe (marzo-junio de 1805).

La escuadra de Nelson se dirigió a América para perseguir a Villeneuve. El


objetivo de Napoleón parecía cumplirse: las fuerzas navales británicas se
retiraban de Europa rumbo a América y dejaban desprotegido el canal de la
Mancha.
En junio de 1805 la escuadra franco-española de Villeneuve cruzó el Atlántico
y regresó rápidamente a Europa. Pero fue allí donde se produjo el principio
del fin, que habrá de culminar en la decisiva jornada de Trafalgar. Por errores
de aquel jefe, en lugar de concurrir a Brest y El Ferrol para levantar los
bloqueos enemigos, reunir todas las fuerzas navales e invadir las Islas
Británicas, se dirigió con su escuadra a Cádiz.

El bloqueo continental dispuesto por Napoleón

Aquellas maniobras de Villeneuve hicieron perder a Napoleón el factor


sorpresa, ya que los británicos conocieron sus planes y se prepararon para
resistir y contraatacar: Nelson abandonó el Caribe y volvió a toda vela a
Europa, en tanto la escuadra de Villeneuve fue hostilizada en el Norte de
España (junio-agosto de 1805). Los británicos reunieron todas sus fuerzas
navales para defender el canal de la Mancha, y Villeneuve fondeó en Cádiz en
agosto de 1805, donde fue bloqueada por el vicealmirante Nelson. Así
quedaba frustrada la invasión de Napoleón a las Islas Británicas.

Profundamente disgustado por perder la oportunidad de conquistar las Islas


Británicas, Napoleón relevó al vicealmirante Villeneuve y le ordenó zarpar
de Cádiz y dirigirse con su escuadra al Mediterráneo para apoyar operaciones
militares en Italia. El cumplimiento de esas instrucciones, y tal vez el deseo de
revertir su pobre imagen, incitaron a Villeneuve a abandonar Cádiz
y presentar batalla a la escuadra bloqueadora del vicealmirante Nelson.
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La escuadra franco-española se hallaba compuesta por 33 navíos y 7 buques


entre fragatas y barcos menores y auxiliares. La artillería sumaba 2626 piezas.
Su comandante era el ya nombrado vicealmirante Pierre Charles de
Villeneuve, un jefe naval francés prestigioso y temerario, a quien Napoleón
había confiado importantes misiones, pero que en las operaciones para invadir
las Islas Británicas había demostrado indecisión, temor y falta de perspectiva
en momentos claves. Villeneuve tenía como subordinados a prestigiosos y
valientes jefes navales españoles: Federico Gravina (comandante de la
escuadra hispana), Cosme Churruca, Dionisio Alcalá Galiano e Ignacio de
Álava.

La escuadra combinada poseía magníficos buques, poderosos y bien


artillados, tales como los navíos “Bucentaure” (insignia de Villeneuve),
“Príncipe de Asturias” (insignia española) y el “Santísima Trinidad”, uno de
los más imponentes de la época. La artillería era numerosa, pero de menor
calidad y volumen de fuego que la británica. Las tripulaciones (27.000
hombres) eran valientes y decididas, pero carecían de adiestramiento. Serán
los jefes navales españoles quienes equilibrarán con su coraje y valor las
deficiencias de la escuadra.

La escuadra británica estaba integrada por 27 navíos y 6 buques entre fragatas


y barcos menores y auxiliares. Su comandante era el vicealmirante Horacio
Nelson, el más prestigioso, popular y talentoso jefe naval británico de las
guerras contra la Francia revolucionaria y napoleónica, donde logró éxitos
navales significativos contra españoles, franceses y daneses en San Vicente
(1797), Aboukir (1798) y Copenhague (1801). Nelson se destacó por su
carisma, valentía, tenacidad, habilidad estratégica y táctica, flexibilidad,
intuición, sentido de la oportunidad y por sus acciones ofensivas y
sorpresivas. Fue un auténtico líder y conductor, gran motivador, admirado y
amado por sus subordinados, quienes le manifestaban plena confianza.

Los buques británicos eran magníficos, y entre ellos se destacaban el navío


HMS “Victory”, insignia de Nelson, y también el navío HMS “Royal
Sovereign”, comandado por el segundo de Nelson, el vicealmirante Cuthbert
Collingwood. La artillería reunía 2148 piezas de excelente calidad y con
gran poder y volumen de fuego, y las tripulaciones eran experimentadas y se
hallaban perfectamente adiestradas y motivadas. Sus tripulaciones sumaban
18.000 hombres.
Ambas escuadras concentraban su poder en los navíos de línea, los buques de
guerra más poderosos de entonces. Eran buques a vela con casco de madera,
con hasta tres o cuatro líneas superpuestas de artillería en las bandas de
estribor y babor. La guerra naval de la época consistía en duelos que
combinaban habilidad para la maniobra y potencia del fuego artillero. Se
aplicaba la táctica de formación en columna o línea de fila, para que los
navíos de línea descargaran todo el poder de la artillería de ambas bandas. Se
buscaba romper y quebrar la línea de batalla enemiga para aplastar a los
buques detrás de la rotura antes de que el resto de la flota adversaria cambiara
de rumbo y volviera a unirse para la lucha.

En la mañana del 21 de octubre de 1805, el vicealmirante Villeneuve, entre


resignado y con intenciones de salvar su honor, zarpó de Cádiz y navegó hacia
el Sur, rumbo al Mediterráneo. La escuadra adoptó una formación en columna
un tanto desorganizada, desprolija y curvada, compuesta por tres divisiones:
vanguardia (contraalmirante Dumanoir), centro (vicealmirante Villeneuve) y
retaguardia (teniente general Gravina). Durante la travesía, la escuadra cayó
de a poco hacia el Norte, con intenciones de regresar a Cádiz.

El Almirante Nelson, héroe británico de Trafalgar


El vicealmirante Nelson organizó su escuadra en dos divisiones: una de 12
navíos, comandada personalmente por él, con insignia en el HMS “Victory”, y
la otra de 15 navíos al mando del vicealmirante Collingwood. Ambas
divisiones formaron en columna, y navegaron de manera separada y paralela,
en dirección oblicua y perpendicular respecto a la formación naval franco-
española. Fue en esos momentos cuando el Nelson pronunció su memorable
arenga: “Inglaterra espera que cada hombre cumplirá con su deber”.

Hacia mediodía, las dos divisiones británicas lograron la concentración


táctica: perforaron y atravesaron el centro enemigo en dos puntos
separados, provocando la ruptura, el quiebre y la desorganización de la
columna rival, que quedó dividida y desarticulada en tres partes. Los navíos
británicos penetraron el centro y la retaguardia de la escuadra combinada, en
tanto que su vanguardia quedó aislada del resto y le resultó imposible volver a
la batalla y auxiliar a las otras dos divisiones.

Así comenzaron diversos combates desordenados y aislados, en forma de


“entrevero”, donde un navío francés o español era rodeado y atacado por
tres, cuatro y hasta siete navíos de los británicos, cuyos comandantes
hacían gala de excelente maniobra, de la libertad de acción e iniciativa
otorgada por Nelson, de su superior artillería y de sus experimentadas y
adiestradas tripulaciones.
La
La disposición de los navíos en la batalla de Trafalgar

Numerosos fueron los enfrentamientos particulares durante el encuentro,


donde los británicos rindieron o pusieron en fuga a los navíos enemigos. Los
choques más destacados fueron los que protagonizaron los navíos de la
división Nelson, encabezados por el HMS “Victory”, que capturaron a los
navíos franceses “Bucentaure” (insignia del vicealmirante Villeneuve) y
“Redoutable” y el poderoso navío español “Santísima Trinidad”.

En su ataque al “Redoutable”, el HMS “Victory” fue recibido por un nutrido


fuego de fusilería. El disparo de un anónimo fusilero francés hirió de muerte
al mismísimo vicealmirante Nelson sobre la cubierta de su buque insignia,
quien aun así continuó dirigiendo la lucha; al ser impactado, exclamó: “¡Por
fin lo han conseguido! Estoy muerto”.

El navío insignia español “Príncipe de Asturias”, rodeado por varios navíos


enemigos, logró salvarse con su comandante Gravina, gravemente herido (un
cañonazo le arrancó un brazo). Menos fortuna tuvo el navío español “San
Juan Nepomuceno”, atacado por seis navíos británicos y capturado, con su
comandante Churruca arengando a sus hombres, pese a que una bala de
cañón le había arrancado una pierna, para morir desangrado.
El comandante Gravina perdió un brazo en la batalla, pero sobrevivió y logró
salvar el Príncipe de Asturias, nave insignia de la flota española, una de las 11
que escaparon de la derrota en Trafalgar

Al caer la tarde de aquel 21 de octubre de 1805, la batalla naval de Trafalgar


había finalizado con la victoria del Reino Unido. Los británicos capturaron
22 navíos franco-españoles, no perdieron ningún buque y tuvieron 1700
víctimas entre muertos y heridos. Los franceses y españoles salvaron 11
navíos, sufrieron 6000 bajas (muertos y heridos) y 7000 prisioneros.

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El vicealmirante Horacio Nelson murió por sus heridas, pero alcanzó a saber


del triunfo: sus últimas palabras fueron “Ahora estoy satisfecho. Gracias a
Dios cumplí con mi deber…”. Por el lado aliado, el vicealmirante Pierre
Charles Villeneuve fue tomado prisionero, el teniente general Federico
Gravina quedó gravemente herido y logró ponerse a salvo, y murieron
heroicamente en combate Cosme Churruca y Dionisio Alcalá Galiano.

En Trafalgar lucharon por la Real Armada española figuras nacidas o


vinculadas a estas tierras: el capitán de navío Luis de Flores (comandante del
navío “San Francisco de Asís”) y el capitán de fragata Luis Millán, ambos
nacidos en Buenos Aires, y Baltasar Hidalgo de Cisneros, comandante del
navío “Santísima Trinidad” y futuro virrey del Río de la Plata.

Frustrados sus planes de invadir las Islas Británicas y prácticamente sin


fuerzas navales, Napoleón estableció entre 1806 y 1807 el Bloqueo
Continental, para prohibir a los países del continente europeo comerciar con
los británicos. Así intentó someter en lo económico y comercial al Reino
Unido, para “arruinar a la nación de tenderos”, como Napoleón llamaba a los
británicos.

La muerte del Almirante Nelson en la cubierta del Victory

Al perder sus mercados europeos, el Reino Unido los reemplazó por otros en
ultramar. Es por ello que invadió el Virreinato del Río de la Plata en 1806 y
1807 con el doble objetivo de asegurar mercados que sustituyeran a los de
Europa y hostilizar a España, principal aliado de Napoleón. Las derrotas
británicas en el Plata en aquellas dos famosas invasiones tendrán influencia en
el proceso que terminó en la Revolución de Mayo.
El triunfo de Trafalgar salvó a las Islas Británicas de los ambiciosos sueños
de invasión de Napoleón, otorgó a los británicos la iniciativa en los teatros de
operaciones navales durante el resto de la guerra y contribuyó a consolidar al
Reino Unido como potencia mundial por más de un siglo.

Perdida casi totalmente su Marina de Guerra, Napoleón replanteó su


estrategia con medidas tan audaces como el Boqueo Continental, para
finalmente concentrarse en las campañas terrestres. España quedó debilitada
como potencia y su presencia y acción en ultramar declinó progresivamente,
lo que influyó en el proceso independentista de Hispanoamérica.

La victoria británica de Trafalgar tuvo proyecciones significativas en el futuro


de América hispana, ya que dificultó los vínculos de España con sus colonias
americanas, las cuales quedaron indefensas forzando a sus propias
poblaciones a asumir su defensa, lo que quedó demostrado con las citadas
derrotas británicas en sus incursiones al Río de la Plata de 1806 y 1807
(provocadas por el Bloqueo Continental de Napoleón como respuesta a
Trafalgar), y su posterior incidencia en la Revolución de Mayo y la
emancipación de América hispana.

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