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Esa falta de recursos humanos obligó a echar mano entre lo que había
disponible. Y lo disponible eran algunos hombres que por motivos de salud o
temas personales no habían partido con sus respectivos ejércitos. San Martín los
incorporó a su flamante fuerza. Lo mismo ocurrió con algunos marinos
desertores y catorce integrantes del Regimiento de Patricios que estaban
encarcelados desde el Motín de las Trenzas, cumpliendo una condena de diez
años de prisión en la isla Martín García: Pedro Antonio Vera, Cosme Cruz,
Manuel Pereyra, José María Olmedo y Vicente Sueldo, entre otros. Se les
conmutó la pena a cambio de que se sumaran a las huestes que preparaba San
Martín.
Con la llegada de los catorce ex Patricios, más los desertores de la Marina, los
que no habían partido con sus regimientos, los hijos de los vecinos de peso y un
pequeño contingente de los arrabales, se acercó un poco más el número a los
sueños de San Martín.
Si bien estos hombres acudieron con la renuncia en la mano, eran muchos los
casos en que la oficialidad resolvía la separación de un granadero, de cualquier
jerarquía, en las reuniones que se hacían en casa del Libertador cada primer
domingo del mes.
"Yo estoy seguro –escribió San Martín– que los oficiales de honor tendrán
placer en ver establecidas en su cuerpo unas instituciones que lo garantizan de
confundirse con los malvados y perversos, y me prometo (porque la experiencia
me lo ha demostrado) que esta medida les hará ver los mas felices resultados
como la segura prosperidad de la patria". Como podemos apreciar, para ser
granadero se necesitaba algo más que "talla y robustez", ser buen jinete y el
deseo de servir a la Patria.
Daniel Balmaceda
Roberto Colimodio
Bajo una disciplina austera que templaba la energía individual, forjó San
Martín a soldado por soldado, oficial por oficial. Apasionándolos por el deber
y les inoculó ese fanatismo frío del coraje que se considera invencible, y es el
secreto para vencer según escribiera Bartolomé Mitre.
El cuartel de la Ranchería, primero; y poco después el del Retiro, dieron
albergue al valor y al denuedo de esos hombres que iniciaron el glorioso
camino granadero un día como hoy hace 210 años.
Un joven José de San Martín, que fue el inspirador del histórico regimiento
que hoy lleva su nombre
Les indicó no disparar un solo tiro y que confiaran únicamente en sus sables y
lanzas. Con su sable corvo desenvainado -que había comprado de segunda
mano en una tienda en Londres- arengó a sus hombres. “Espero que tanto los
señores oficiales como los granaderos, se portarán con una conducta tal
cual merece la opinión del regimiento”, les advirtió.
Esa madrugada del 3 de febrero de 1813 fue el bautismo de fuego del cuerpo
que tan celosa y cuidadosamente había formado y entrenado en tiempo récord.
Pasarían a la historia como los Granaderos a Caballo.
El teniente coronel de caballería José de San Martín había partido de Gran
Bretaña el 19 de enero de 1812 y luego de cincuenta días de navegación en la
fragata George Canning, llegó al puerto de Buenos Aires el lunes 9 de marzo.
Era preciso armar el primer escuadrón de los cuatro que tendría. Nombró
a José Zapiola capitán de la primera compañía. Al día siguiente Alvear fue
ascendido a sargento mayor. Sus cuñados Mariano y Manuel de
Escalada también fueron de la partida.
De todas formas, San Martín se encontró con que el Estado tenía las arcas
casi vacías y dependió bastante de donaciones de particulares. De su primer
sueldo donó 50 pesos, mientras que Alvear lo cedió íntegro.
La primera baja que sufrió la incipiente fuerza fue por invalidez, la del
sargento primero de la segunda compañía del primer escuadrón Gregorio
Miltos, enfermo de tuberculosis, que tenía una brillante foja de servicios.
En sus comienzos, los sables que colgaron de sus cinturas eran de latón de
36 pulgadas y si en un principio usaron lanzas fue por la escasez de ellos.
Las lanzas fueron hechas según las especificaciones dadas por San Martín:
debían ser cortas con asta de madera dura. También los granaderos usaban
carabinas de chispa con 10 cartuchos o tercerolas, una suerte de carabina pero
más corta. Por lo general, eran los oficiales que usaban pistolas, que debían
adquirir con su propio dinero.
Tanto las técnicas de ataque y defensa con el sable y la lanza las enseñaba,
con paciencia y claridad, el propio jefe, que solía aparecerse montado en un
alazán tostado o un zaino oscuro de cola larga y abundante.
“San Martín formó soldado por soldado, oficial por oficial, apasionándolos
con el deber, y les inoculó ese fanatismo frío del coraje que se considera
invencible y es el secreto de vencer”, escribió Bartolomé Mitre en la biografía
del prócer.
Todos los días se hacía una revista del aseo y antes de que los soldados
abandonaran el cuartel, en la puerta un suboficial revisaba a uno por
uno.
En el parte del combate de San Lorenzo, San Martín escribió que “el valor e
intrepidez que han manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los
hace acreedores a los respetos de la patria”. Y tiempo después por su
brillante desempeño en la campaña libertadora, le haría decir que “de lo que
mis muchachos son capaces, solo lo se yo. Quien los iguale habrá, quien
los exceda no”.
Hoy, la unidad cuenta con cuatro escuadrones montados (aquellos que vemos
desfilar en ocasiones como la asunción presidencial o la apertura de las
sesiones del Congreso), cuyos nombres hacen referencia a importantes
batallas en las que participó el Regimiento: San Lorenzo, Junín, Riobamba y
Maypo. Luego, hay dos escuadrones a pie: el Ayacucho y el Chacabuco.
Mientras el primero se encarga de la seguridad de la Casa de Gobierno, el
segundo lo hace en la Quinta de Olivos. Hay un último escuadrón, el
Montevideo, que tiene a su cargo el sostenimiento logístico del Regimiento y
la Fanfarria Militar Alto Perú, una de las pocas bandas militares montadas del
mundo.
En ese mismo lugar, una placa de bronce inmortaliza a los primeros oficiales
que integraron el Regimiento comandando por el entonces teniente coronel
San Martín. En ella, figuran apellidos reconocidos como Alvear, Zapiola,
Bermúdez, Necochea y Bouchard.
San Martín también es el autor del código de honor que, en opinión del joven
capitán Alfonso, es lo que transformó al Regimiento y al Ejército: “Esas
normas marcaron la diferencia. Le dieron sentido de pertenencia a cada uno de
sus hombres. A partir de entonces, no había nada peor que fallarle al
Regimiento. Y eso se transmitió al Ejército de los Andes. Agachar la cabeza
frente al enemigo o cargar detrás de la tropa era un deshonor. Eso generó un
círculo virtuoso de excelencia que se fue contagiando al resto de las
unidades”.
Su mejor página
Corría el año 1813 cuando San Martín partió desde el cuartel de los
granaderos, por entonces en el barrio de Retiro, hacia la localidad de San
Lorenzo, en las costas del Paraná. Allí tendría lugar el bautismo de fuego del
Regimiento. Un dato: el de San Lorenzo fue el único combate que tendría a
San Martín como jefe de esta unidad, ya que luego asumiría el comando del
Ejército de los Andes.
La gran epopeya
Recordemos que para éstas fechas, hace 199 años, el Ejército de los Andes ya estaba
cruzando la Cordillera de los Andes, iniciando de ésta manera la más grande Epopeya
que recuerda la Historia Americana.
Éste Ejército, que debería dar Libertad e Independencia a medio continente, fue obra
exclusiva del General San Martín. Lo creó él. Lo instruyó él. Desde la nada, forjando su
espíritu guerrero, pero a su vez también, forjando su disciplina, alma de toda fuerza
armada.
Para lograr éste objetivo, el General San Martín dictó una especie de reglamento para el
Ejército de los Andes, compuesto de 40 artículos, algunos verdaderamente duros.
Este reglamento del Ejército se llamó: "Deberes Militares y penas para sus
infractores". Su párrafo inicial decía:
"La Patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para
que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas, ofendiendo a los ciudadanos con
cuyos sacrificios se sostiene: la tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta cuando es
creada para conservar el orden de los pueblos, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza
al gobierno para ejecutarlas, y haceros respetar de los malvados, que serían más
insolentes con el mal ejemplo de los militares: a proporción de los grandes fines a que
son ellos destinados, se dictaron penas para sus delitos: y para que ninguno alegue
ignorancia se manda notificar a los cuerpos en la forma siguiente:..."
"2.- El que sea infiel a la Patria, comunicándose verbalmente, o por escrito con los
enemigos, haciéndoles alguna señal, revelando el santo, dirección o indirectamente, u
otro secreto interesante del servicio, o de cualquier otro modo que cometiese traición,
será ahorcado a las dos horas; igual pena tendrá el espía, o el que engañase a otro
soldado para el enemigo.
3.- El que sin orden saliese de las filas, escalare murallas o fuertes, o entrase a la fuerza
en casa de particulares, especialmente a los pueblos que va el ejército a recuperar, será
pasado por las armas allí mismo, si lo exigen las circunstancias.
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5.- El que forzare puerta de casa o guardia será fusilado.
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11.- Serán severamente castigados los que muestren desagrado a la fatiga, el cabo que
tolere este delito, bajará a servir diez años de último soldado; el sargento que no lo evite
será castigado como si él fuese en reo.
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23.- El soldado que encubriese vagos, sufrirá por primera vez tres años de presidio, seis
por segunda vez y tercera vez, y si auxilia al delincuente tendrá la pena del reo.
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25.- El falseador de sello o moneda tiene pena de muerte, y el de firma, presidio o
muerte según caso.
26.-La misma sufrirá el ladrón que robe más de ocho reales.
27.- La misma pena tendrá el que forzare mujer o la robare.
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36.- Los viciosos que no se enmienden, serán castigados a presidio.
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40.- Las penas aquí establecidas y las que según la ley se dictaren por el juzgado militar
serán aplicadas irremisiblemente.