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1.1. Introducción
La otra fuerza limitadora del poder del estado proviene del entonces
emergente mundo de los negocios y tiene en Adam Smith (1776) su pri-
mer y mas genuino representante: se trata del liberalismo. Los economis- Adam Smith: el libera-
tas clásicos y muy especialmente Smith, recomendaron acotar el ámbito lismo.
de actuación del estado limitándolo a un conjunto determinado de activi-
dades (defensa, justicia y orden interno, obras públicas que faciliten el
comercio, educación primaria, mantenimiento del soberano). En esta tra-
dición, económica, el estado –que, con el tiempo pasará a denominarse
“sector público” –se concibe y se justifica como una institución que com-
plementa la actividad privada, debiendo evitar, al mismo tiempo, inmis- Sector público vs.
sector privado.
cuirse mediante reglamentaciones en la actividad del “sector privado”. En
alguna medida, el “sector público” aparece como una especie de oponen-
te del sector privado ya que cuanto mayor sea su tamaño menor será el
espacio que quede para este último. Por tanto, lo ideal desde la perspecti-
va liberal, sería poder determinar con objetividad y exactitud el ámbito de
actuación del estado, completando así la anterior visión política, que si
bien establece los criterios de legitimidad de la acción pública deja sus
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límites abiertos. Sin embargo, tal propósito será imposible llevarlo a térmi-
no, como veremos. Las decisiones últimas sobre el ámbito de actuación
del estado, de cada estado concreto, se sitúan en el terreno de las opcio-
nes políticas lo cual no quiere decir que sean arbitrarias.
La razón de ello es que tales bienes públicos tienen una doble caracte-
rística que los diferencia de los bienes privados. Por una parte, se trata de
bienes que pueden utilizarse colectivamente; en realidad, son utilizados
por todos los ciudadanos, sin que su utilización o disfrute por un sujeto
suponga merma alguna para su utilización por los demás. Cuando, por
ejemplo, el estado suministra seguridad o mejora la calidad del medio
ambiente, todos los ciudadanos pueden disfrutar por igual del resultado.
La seguridad de un ciudadano, su consumo de este servicio, no va en
detrimento de la seguridad de los otros ciudadanos. Por eso, como ha
dicho Samuelson, la cantidad de bien público ofrecida por el estado es
disfrutada (consumida) en su totalidad por todos y cada uno de los ciuda-
danos.
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los bienes privados donde el precio constituye el instrumento de discrimi-
nación –quien no paga no puede obtener y consumir el bien en cuestión–
en el caso de los bienes públicos su disfrute generalizado resulta inevita-
ble y, precisamente por ello, nadie, ningún ciudadano, estaría dispuesto a
demandar –y pagar –por un bien que, una vez suministrado, podrían dis-
frutar gratuitamente todos los demás ciudadanos. Y, no habiendo tal de-
manda, no los podrá facilitar el mercado con lo que las necesidades socia-
les sentidas por los ciudadanos quedarían insatisfechas. Por eso debe
intervenir el estado suministrando los correspondientes bienes públicos.
Como acabamos de ver, los bienes públicos son consumidos por todos
los ciudadanos por igual, en iguales cantidades. Sin embargo, siendo cier-
ta esta afirmación, deberíamos matizarla y tratar de precisar qué quere-
mos decir al referirnos a “todos los ciudadanos”. ¿Significa acaso que son
todos y exclusivamente los ciudadanos del país en cuestión? ¿no cabe la
posibilidad de que el bien público prestado por un estado, por una jurisdic-
ción política, beneficie también a ciudadanos de otros estados? Además
del estado, ¿pueden los otros niveles de gobierno –regiones y localida-
des– prestar también bienes públicos?
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to inferior, por ejemplo, regionales o incluso locales. El alumbrado público
de una ciudad es un bien público local en tanto reúne las características
del bien público pero su ámbito de beneficiarios se limita a los habitantes
de la ciudad
Pero, de la misma forma que existen bienes públicos locales también Bienes públicos loca-
existen bienes públicos internacionales y bienes públicos mundiales, les, internacionales y
mundiales,
es decir, bienes que una vez prestados beneficiarían a todos los habitan-
tes del planeta. Por ejemplo, el cuidado de la capa de ozono es un bien
público mundial. Y también es un bien público de estas características el
orden jurídico y la paz mundial. Tiene pues pleno sentido, desde la lógica
de los bienes públicos, la existencia de organismos internacionales como
son las Naciones Unidas que prestan –o intentan prestar– este tipo de
bienes públicos. Y, “mutatis mutandi” tiene pleno sentido que las decisio-
nes y la financiación de estos organismos se haga atendiendo a reglas
democráticas similares a las que defendemos en el interior de los esta-
dos.
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El caso de los bienes públicos inaugura el espacio de los “fallos del
mercado” en este caso, un fallo absoluto del mercado que son, en la lógica
liberal, los que justifican y delimitan la presencia del estado. El otro fallo
absoluto del mercado se produce con la distribución de la renta, en tanto
el patrón distributivo que proporcione el mercado no coincida –y esto será
lo normal –con el patrón, llamémosle , socialmente aceptable. El mercado
distribuye la renta con unos criterios que poco tienen que ver con la equi-
dad. En parte son criterios de eficacia, si el mercado es competitivo, pero
siempre sobre la matriz de la distribución de la propiedad. Por tanto, si la
distribución de la propiedad –incluyendo el capital humano –resulta des-
igual, la distribución de la renta que proporcione el mercado será, con
toda probabilidad, también desigual. En consecuencia, será frecuente que
el resultado final, la forma en cómo el mercado distribuye la renta entre los
ciudadanos, no resulte social y políticamente satisfactoria y requiera de la
intervención pública para corregir ese resultado. Todas las políticas socia-
les tendentes a garantizar unos niveles mínimos de consumo a todos los
ciudadanos que se hallan en la base del estado del bienestar desarrollado
a partir de la segunda guerra mundial, habría que situarlas en este aparta-
do.
Con seguridad, las políticas redistributivas serán las que catalicen ma-
yores discrepancias entre los ciudadanos, discrepancias que, sin perjuicio
de las posiciones ideológicas, no resultarán ajenas, en general, a los nive-
les relativos de renta de cada ciudadano. Y, probablemente también, al
nivel de renta de cada país, resultando mas fáciles de instrumentar a medida
que mejora el nivel medio de renta. En este terreno, especialmente, la
estructura del sistema fiscal juega un papel importante en tanto la efectivi-
dad de cualquier política social de carácter redistributivo estará condicio-
nada por la progresividad conjunta del sistema tributario de forma que, si
el sistema tributario ofreciese una pauta regresiva de distribución de la
carga tributaria, resultaría muy difícil desarrollar sensatamente políticas
sociales de carácter redistributivo.
Sin perjuicio, pues, del carácter central de los gastos sociales en las
políticas de redistribución, la implícita en los bienes preferentes puede
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resultar decisiva. Todo dependerá de lo amplia que sea la nómina de estos
bienes 2 .
2 Las políticas de bienes preferentes suele solaparse en gran parte de los países de la
OCDE con aquellas otras tendentes a garantizar unas rentas mínimas. Ambos tipos de
políticas tienen la finalidad de facilitar unos consumos mínimos a los ciudadanos si
bien en unos casos –el de los bienes preferentes –tales consumos los decide el estado
pudiendo incluso llegar a declararlos obligatorios, como sucede con la educación bási-
ca o con una campaña de vacunación, por ejemplo, mientras que, en otros, se opta por
poner en manos del sujeto que lo precise una determinada renta monetaria para que
sea este el que decida sus consumos.
Muchos podrían pensar que, en realidad, el bien de mayor preferencia, antes que la
educación o la sanidad debiera ser la alimentación, indispensable para sobrevivir. De
hecho en algunos estados como es el caso de Estados Unidos, se distribuyen una
especie de vales (food stamps) que solo pueden dedicarse a adquirir alimentos.
3 La preferencia por el mercado que existe en la tradición liberal se justifica por su efica-
cia como mecanismo de asignación de recursos. Esta característica del mercado ha
sido formalizada incluso en un modelo matemático (Arrow-Debreu) que muestra cómo,
bajo determinados supuestos, el funcionamiento combinado de todos los mercados
conduce a una asignación eficaz de los recursos.
De dicho modelo cabe inferir el conjunto de condiciones que deberían cumplir los mer-
cados reales para ser eficaces y, caso de que tales condiciones no se den, cabría
recurrir a una intervención pública que aproximase la realidad a las condiciones reque-
ridas por el modelo competitivo.
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cios, afectan a otro u otros sujetos, entonces el mercado no asignará efi-
cazmente los recursos. Esto es lo que se conoce en la literatura económi-
ca como efectos externos y su presencia puede justificar también la in-
tervención pública.
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analizar las consecuencias de las imperfecciones de información que
existen en el mundo real frente a la información perfecta que se supone en
el modelo competitivo, y en la inexistencia de mercados completos ,
que también exigen los resultados de dicho modelo.
Las conclusiones de Stiglitz cuestionan los resultados del modelo com- Las cuestiones de efi-
petitivo –y, por tanto, la eficiencia de los mercados –y ponen de manifiesto ciencia no son sepa-
que, en realidad, solo en circunstancias excepcionales los mercados re- rables de las de dis-
tribución como habi-
sultarán eficientes. Apenas pequeñas imperfecciones en la información, tualmente se supone
frecuentes en el mundo real, cuando se introducen en el modelo competi- al tratar la distribución
tivo pueden llevar a resultados muy distintos del equilibrio. Y muestra tam- inicial de los recursos
como un tema previo
bién que las cuestiones de eficiencia no son separables de las de distribu- e independiente del
ción como habitualmente se supone al tratar la distribución inicial de los funcionamiento de los
recursos como un tema previo e independiente del funcionamiento de los mercados.
mercados.
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actuaciones correctoras del mercado a que nos acabamos de referir: que
los mercados funcionen mejor, que sean mas abiertos y competitivos son,
sin duda, condiciones para lograr tasas satisfactorias de crecimiento, como
lo pueden ser también todas aquellas dirigidas a evitar el deterioro del
medio natural si pretendemos lograr un desarrollo sostenible.
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Sin perjuicio de que mas adelante, consideremos esta cuestión con
detenimiento al estudiar los distintos modelos de financiación múltiple, sí
cabe advertir que las actividades del estado, esas actividades que acaba-
mos de identificar, suelen distribuirse desigualmente entre los distintos
niveles de gobierno. En el gobierno central suele predominar el estableci-
miento de las normas básicas, la prestación de bienes públicos generales
las tareas redistributivas y las políticas compensatorias. Es más, en mu-
chos casos, las políticas compensatorias se atribuyen en exclusividad al
gobierno central. En cambio, los denominados bienes preferentes –junto
con algunas obras de infraestructuras –constituyen la actividad fundamental
de los gobiernos regionales y locales que suelen también compartir con el
gobierno central la instrumentación de las políticas de desarrollo. Durante
los últimos años muchos países han vivido procesos de descentralización
y, en consecuencia, los problemas financieros de las haciendas multinivel
han cobrado especial relevancia.
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CUADRO 1.1. ESTRUCTURA FUNCIONAL DEL GASTO PÚBLICO DEL GOBIERNO CENTRAL*
DESTINOS DEL GASTO HACIENDA DE SERVICIOS HACIENDA DEL BIENESTAR HACIENDA INTERVENCIONISTA
PUBLICO1
Serv. Gles y Defensa Educación Salud Seguridad Vivienda Actividades Energía Sector Minería y Transporte y Otros
orden interno Social Socio- primario construcción comunicaciones
PAISES culturales
ESTADOS UNIDOS 11,62 15,41 1,78 20,50 28,25 2,56 0,44 0,06 2,33 0,06 2,58 1,66
AUSTRALIA 7,93 7,00 7,64 14,81 35,46 1,22 0,97 0,71 1,39 0,28 1,43 2,27
JAPON 3,63 4,11 6,03 1,60 36,80 13,76 0,14 - 1,09 1,64 0,30 0,32
DINAMARCA 10,53 4,07 12,69 0,72 40,90 1,87 2,06 0,60 0,99 0,41 2,33 3,15
GRECIA 7,88 8,40 10,82 7,06 17,92 2,29 1,25 1,04 3,50 1,67 5,39 0,91
IRLANDA 9,03 2,90 13,58 16,26 25,94 2,10 0,68 1,22 4,93 2,87 4,91 2,74
HOLANDA 9,26 3,86 9,97 14,79 37,38 1,50 0,34 0,16 0,99 0,32 3,47 1,18
NORUEGA 7,65 6,39 6,79 4,76 39,03 0,52 1,20 0,25 3,83 0,54 5,19 2,26
ESPAÑA 5,49 3,19 3,53 5,85 39,63 0,38 0,53 0,10 0,65 0,25 2,11 1,60
SUECIA 8,96 5,59 6,58 2,04 46,29 1,70 0,73 0,16 1,46 0,19 2,93 4,87
SUIZA 4,61 4,64 2,44 19,59 49,51 0,76 0,45 0,20 4,08 - 5,81 0,40
REINO UNIDO 7,67 7,10 3,73 15,42 36,50 2,24 0,29 0,12 0,36 0,15 0,86 2,85
ARGELIA 14,21 17,38 24,38 4,48 13,21 7,10 2,35 0,68 2,97 5,89 3,29 4,06
CAMERÚN 25,16 9,52 12,00 3,45 0,46 0,96 0,73 - 2,77 0,14 3,48 0,44
KENIA 19,46 5,64 25,64 7,00 2,65 2,95 0,38 0,96 5,75 0,97 5,54 0,94
MARRUECOS 17,75 12,92 17,78 3,22 9,30 0,45 0,81 0,39 3,57 - 3,45 0,65
TUNEZ 15,56 5,17 18,01 6,31 18,79 4,59 3,10 ... 7,69 0,75 2,59 5,91
ZIMBABUE 11,24 7,09 24,20 8,11 18,23 4,36 0,07 0,03 2,58 0,27 2,78 1,10
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CHINA 10,88 11,99 1,69 0,25 3,79 0,15 0,36 1,78 7,81 2,33 1,55 4,36
INDONESIA 7,11 3,84 6,42 2,32 5,37 15,12 1,50 0,25 3,85 0,51 2,24 2,47
COREA 11,12 16,66 20,51 0,78 10,79 2,26 0,85 0,71 7,97 2,57 10,41 2,02
MALASIA 16,30 11,14 22,80 6,26 7,20 7,31 - - 4,65 - 9,98 7,07
PAQUISTÁN 8,39 17,76 0,97 0,60 0,71 1,92 0,05 0,03 0,57 0,10 3,29 0,02
FILIPINAS 12,21 5,03 18,72 2,27 3,77 0,78 0,81 0,18 5,73 0,03 9,56 1,36
BULGARIA 13,76 7,68 4,34 5,34 35,29 1,37 1,57 1,06 1,69 - 6,74 1,33
CHEQUIA 7,64 5,01 9,38 17,13 37,20 3,05 1,12 0,42 2,62 0,38 4,64 3,90
HUNGRÍA 6,73 1,68 6,28 4,37 21,94 1,14 1,31 0,04 2,59 0,14 3,04 3,69
POLONIA 7,56 4,02 4,71 1,55 50,39 1,12 0,53 0,66 1,48 0,49 1,40 0,44
RUSIA 12,98 12,47 2,26 0,86 31,67 0,58 0,69 1,49 1,30 2,29 3,38 0,52
TURQUIA 7,34 7,67 9,63 3,39 6,95 2,69 0,92 1,26 2,91 0,34 2,12 2,03
ARGENTINA 12,17 3,95 6,28 1,88 48,46 2,11 0,21 0,57 0,62 0,18 2,59 0,74
BOLIVIA 14,12 7,02 19,84 10,45 21,02 2,26 0,35 0,88 2,96 0,37 8,10 2,75
BRASIL 17,35 3,49 6,14 6,21 47,26 0,64 0,07 0,33 2,50 0,13 1,24 0,64
CHILE 9,67 8,01 17,81 12,41 36,42 4,07 - ... ... ... ... ...
COLOMBIA 12,07 13,29 20,29 9,30 12,10 6,65 0,83 1,48 1,07 1,02 2,94 0,26
COSTA RICA 10,31 - 20,60 21,96 24,70 0,60 0,59 - 2,85 - 6,59 3,09
JAMAICA 15,77 1,47 14,27 5,76 0,97 2,00 0,14 0,16 1,66 0,71 2,76 3,71
MEJICO 8,08 3,27 25,54 4,22 21,17 6,44 0,67 1,51 3,15 0,26 2,61 1,56
PARAGUAY 20,70 10,69 22,07 7,33 16,25 0,44 - 2,52 5,39 0,08 8,50 -
VENEZUELA 8,90 5,24 22,13 6,92 14,15 6,40 0,86 0,69 0,41 0,80 2,74 0,91
- “hacienda de servicios”,
- “hacienda del bienestar y
- “hacienda intervencionista”
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En el cuadro 1.2. aparecen agregados para aquellos países en los que
existe información, el gasto de los diversos niveles de gobierno clasificado
funcionalmente. Con objeto de facilitar la comparación, los resultados apa-
recen agrupados de acuerdo con el nivel de renta por habitante de los
países en cuestión.
Tal como evidencia el cuadro 1.2., al incluirse los gastos de las hacien-
das subcentrales la estructura del gasto se normaliza. Los países con
mayores niveles de renta aplican mas recursos a sanidad y educación que
los de rentas medias y bajas, mientras que estos últimos, dedican una
mayor porción de su gasto a la intervención económica.
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mías resulte notable, por mas que ésta, como veremos enseguida, pueda
variar ampliamente de unos países a otros. En general podemos afirmar
que su importancia relativa es mayor en los países con mayor nivel de
renta que en los países en vías de desarrollo y relativamente mayor tam-
bién, en los países europeos que en los americanos o asiáticos de similar
nivel de renta.
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países al margen del presupuesto. No obstante, es claro que forman parte
del sector público pues su financiación a través de contribuciones obliga-
torias se asemeja mucho al impuesto y los servicios que presta a los ciu-
dadanos, además de comportar elementos redistributivos, no se nego-
cian a través del mercado.
Como vemos aunque las denominaciones pueden variar según los ca-
sos los criterios de delimitación resultan claros. En las dos primeras cate-
gorías se incluyen todos los organismos e instituciones que se financian
directa o indirectamente del presupuesto y que no negocian en el merca-
do los bienes y servicios que producen. La tercera categoría, la de las
empresas, solo se entenderá que forman parte del sector público cuando
los organismos de éste, disponen de capacidad de decisión y, en conse-
cuencia, la empresa se convierte, de hecho, en instrumento de la política
pública.
CUADRO 1.3.
TAMAÑO DEL SECTOR PUBLICO *(2000)
GP/PIB
Países de renta alta 30,0
Países de renta media 21,3
América Latina y Caribe 21,9
Países en desarrollo 20,7
Países de baja renta 18,4
Area OCDE 38,7
Area U.E. 42,0
Estados Unidos 32,7
Japón 31,9
*Fuente: Elaboración propia a partir información
Banco Mundial y OCDE
27
A la vista de las cifras del cuadro da la impresión de que el tamaño del
sector público aumenta con el nivel de renta de los países. Así mientras
que en los países de baja renta o en los países en desarrollo, la propor-
ción del gasto público sobre el PIB apenas alcanza el 20%, en los países
de alta renta llega al 30% y tratándose de países europeos de alta renta la
proporción alcanza el 40%.
Pero todavía existe otro factor que puede resultar mas distorsionante
que las clases de gasto público que cobija un total. Nos referimos a la
extensión de las intervenciones públicas mediante normas y regulaciones
que puedan existir en un país. La presencia del sector público no se limita
al gasto. Como sabemos, el estado interviene también regulando la activi-
dad privada y por tanto, puede suceder que aún, con un nivel relativamen-
te bajo de gasto público, el estado disponga de una gran presencia me-
diante regulaciones.
6 Son múltiples y muy interesantes los trabajos realizados para intentar explicar el creci-
miento del gasto público, especialmente durante la segunda mitad del pasado siglo. En
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den explicar mucho del crecimiento del gasto, tanto en lo que se refiere al
esfuerzo bélico y al uso de armamentos cada vez mas sofisticados y cos-
tosos, como al desarrollo de los gastos sociales después de las mismas,
especialmente después de la segunda guerra mundial, que explican en
buena medida ese crecimiento relativo del gasto público. Después de ofre-
cer su vida tantos combatientes y de los sufrimientos infligidos a todos los
ciudadanos en general, resultan naturales los comportamientos solida-
rios. No es extraño, por tanto, que la calidad de las democracias y los
gastos sociales hayan mejorado en las posguerras. Esto es evidente en el
caso de Europa desde el final de la segunda guerra hasta, al menos, me-
diados de la década de los setenta.
En efecto, el crecimiento del gasto público entre mediados de los años Años 40 en adelante:
cuarenta y mediados de los setenta, durante los treinta años posteriores a crece el sentir público
la segunda guerra mundial, fue intenso. El compromiso socialdemócrata
suscrito en la mayor parte de los países europeos facilitó el desarrollo del
“estado del bienestar” financiado por unas economías en recuperación y
con altas tasas de crecimiento. Esta etapa se corresponde ideológica-
mente con el keynesianismo y con la defensa de los “fallos del mercado”,
que justifican una amplia presencia del sector público que alcanzó, inclu-
so, a un conjunto de empresas en sectores productivos considerados es-
tratégicos. Por esta vía pasaron al sector público en muchos casos la pro-
ducción de armamento, la de energía, las comunicaciones, llegando a
plantearse en algunos países la nacionalización total de la banca, una
parte de la cual ya era pública en varios países europeos.
En algunos países incluso el estado ha reducido algo su tamaño duran- Década del 60: se
te las dos últimas décadas como ha sucedido en Holanda y, con mayor debilita el sector pú-
blico.
intensidad, en Irlanda.
algunos casos se ha recurrido a análisis “cross section” que incluyen un amplio abani-
co de países intentando inferir de los datos los factores explicativos. En otros casos,
mas prometedores, el análisis ha partido de modelos teóricos explicativos que, poste-
riormente, se ha intentado contrastar.
Aunque las variables explicativas utilizadas son diversas, quizás los modelos mas con-
sistentes son aquellos que tratan de explicar el crecimiento del estado por el crecimien-
to en la demanda de bienes públicos y también en la demanda de redistribución. El
crecimiento en la demanda de bienes públicos se justificaría por el propio crecimiento
económico y para ello se ha utilizado el modelo del “votante mediano” que es aquel
cuyas preferencias dominarían en una votación por mayoría. Por otra parte, la exten-
sión de la democracia y del sufragio universal estaría en la base de las demandas de
“redistribución”.
Junto a este tipo de explicaciones existen otros modelos que intentan explicar el creci-
miento del gasto por las imperfecciones del mecanismo político y por el comportamien-
to de los agentes que intervienen en el mismo.
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Con el gobierno conservador de la señora Thatcher se inauguraron los
procesos de privatización de empresas públicas, redefiniéndose los lími-
tes entre el sector público y el privado. Al mismo tiempo, las bases ideoló-
gicas que habían sustentado la ampliación del sector público se fueron
debilitando y en lugar de seguir hablando de los “fallas de mercado”; la
atención se desplazó a los “fallas del estado” cuyo estudio a partir de los
trabajos pioneros de Buchanan no ha dejado de crecer. Es cierto que el
mercado tiene fallas, reconocía la tradición liberal, pero no es menos cier-
to que también los tiene el estado y, por consiguiente, ante un fallo del
mercado no podemos afirmar que la intervención pública sea siempre la
solución. En ocasiones, la intervención pública no solucionará el problema
y en otras ocasiones puede incluso empeorar la situación. Es más, mu-
chos de los problemas y dificultades que surgen en los mercados reales
no son inherentes a los mismos, sino resultado de intervenciones o regu-
laciones públicas que limitan sus posibilidades. Por tanto, lo primero y
quizá lo mejor que puede hacer el estado para que el mercado funcione
adecuadamente es, simplemente, reducir sus intervenciones a lo estricta-
mente necesario, eliminando toda la maraña de normas que impiden a los
mercados operar libremente. Este punto de vista que llamaba la atención
sobre muchos excesos anteriores, abrió los procesos de liberalización y
desregulación de mercados que han afectado a un buen número de ellos
y, con especial relevancia, a los mercados financieros durante los últimos
años del S. XX.
No cabe duda de que una reflexión sobre los “fallos del estado” resulta-
ba muy necesaria y, de hecho, ha jugado un papel importante en los pro-
cesos de reforma en curso de las instituciones públicas. Aunque no existe
una sistematización y, mucho menos, una teoría sistemática de los fallos
del estado, su presencia resulta demasiado evidente para ignorarlos.
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- Asimismo el mecanismo político no es, ni puede ser, un lugar en el
que las decisiones se adopten por unanimidad que es la única solu-
ción que satisfaría plenamente a todos. Las decisiones se adoptan
por mayoría tras procesos de negociación y concesiones recíprocas
lo cual puede conducir a un gasto público por encima del óptimo.
El otro aspecto de los “fallos del estado” que ha recibido especial aten-
ción es el relativo a la eficacia de las instituciones públicas. Existe la creencia
generalizada de que las instituciones públicas resultan menos eficaces
que las privadas y algunos han llegado a pensar que esto es consustan-
cial con su naturaleza y, por tanto, que lo mejor que puede hacerse es
minimizar las tareas encomendadas al estado. Es cierto que, en general,
los objetivos de las empresas privadas –obtener beneficios– están mejor
definidos que los correspondientes a las instituciones públicas –que, fre-
cuentemente, serán además objetivos múltiples– y que existen dificulta-
des para identificar las unidades producidas de bienes públicos, todo lo
cual dificulta la elaboración de las medidas de eficacia. Sin embargo, tam-
bién es cierto que muchos problemas habitualmente atribuidos a las insti-
tuciones públicas se dan igualmente en las organizaciones privadas. Por
ejemplo, las dificultades para señalar objetivos a todos y cada uno de los
miembros de la organización; o para saber en qué medida cada trabaja-
dor contribuye al logro del objetivo último y, por consiguiente, para poder
diseñar una adecuada estructura de incentivos. Se trata de problemas
que tienen las organizaciones públicas, tanto como las privadas. Por otra
parte, las instituciones públicas, con sus ventajas diferenciales, pueden
31
resultar más eficaces que las privadas en algunos empeños. Por ejemplo,
para administrar seguros o los costos de gestión de la seguridad social
norteamericana son inferiores a los de las compañías privadas de segu-
ros.
En definitiva, pues, no cabe afirmar que el sector público, por su propia No cabe afirmar que
naturaleza, tenga necesariamente que resultar menos eficaz que el sec- el sector público, por
su propia naturaleza,
tor privado. Dependerá de cómo seamos capaces de gestionarlo. tenga necesariamen-
te que resultar menos
El conjunto de las críticas sobre los “fallos del estado” arreciaron, con eficaz que el sector
privado. Dependerá
los gobiernos conservadores y constituyeron un toque de atención sobre de cómo seamos ca-
los excesos de la anterior etapa de predominio socialdemócrata. Con el paces de gestionarlo.
primer gobierno de la señora Thatcher se abrió un proceso de privatización
del sector público, pasando a manos privadas un amplio conjunto de in-
dustrias cuya permanencia en el sector público, no aparecía justificada
desde las nuevas coordenadas. Estos procesos de privatización, como es
bien sabido, se fueron extendiendo por todos los países y la nueva con-
cepción conservadora de lo público pasó a formar parte de la sabiduría
convencional y de las recomendaciones de las agencias internacionales.
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ideológica de esa particular privatización de un amplio espectro de activi-
dades sociales, que hoy llevan a cabo instituciones privadas (ONG´s) si
bien con mayoritaria financiación pública. La limitación de lo público du-
rante estos años alcanzó también a la capacidad ordenadora del estado.
Desregulación era la consigna y desde muchos ámbitos, se defendieron
las ventajas de la autoregulación voluntaria frente a las normas estableci-
das por el estado.
7 Los liberales moderados suelen ser partidarios de desarrollar estas fórmulas de cola-
boración en la medida en que resulten mas eficaces que las tradicionales para atender
las necesidades sociales. En cambio, las posiciones mas conservadoras siguen prefi-
riendo el “estado mínimo” olvidando en ocasiones que, a diferencia de lo que sucedía
en el S. XVIII cuando, frente al estado absolutista, menos estado significaba menos
arbitrariedad, la contienda actual se hace, normalmente, en contra del estado demo-
crático.
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Podríamos, pues, decir que la determinación del ámbito de actividad
del estado constituye un proceso con una doble referencia:
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1.4. La financiación pública. Importancia de la
financiación tributaria
8 Una “empresa” muy especial cuyos beneficios nutren también ingresos del estado es el
banco central emisor. Es evidente que, en este caso, los beneficios no proceden del
mercado sino del poder del estado para emitir billetes y que, por tanto, su inclusión
aquí resultaría, cuanto menos, dudosa.
9 Word Development Report 1999/2000
10 Como hemos advertido en países financieramente centralizados las haciendas locales
pueden nutrirse fundamentalmente no de ingresos coactivos sino de transferencias del
gobierno central. Sin embargo, si consolidamos todas las haciendas y contemplamos
el sector público en su conjunto, es evidente que seguirá siendo cierto que los ingresos
coactivos constituyen, con diferencia, el renglón mas importante.
11 Los posibles ingresos de origen sancionador (multas) que por su naturaleza debería-
mos incluir aquí en este grupo apenas tienen entidad y, desde luego, no serán objeto
de nuestra consideración.
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su patrimonio o recurriendo al endeudamiento. Debemos ser consciente,
no obstante, que este tipo de ingresos es de distinta naturaleza a los ante-
riores, pues mientras que los tres primeros grupos de ingresos (patrimo-
niales, transferencias, coactivos) pueden considerarse de carácter regular
o recurrente, tanto los ingresos por enajenación de activos como el recur-
so al endeudamiento tienen límites. Si trasladamos al ámbito del estado la
lógica privada, como hicieron los economistas clásicos, el recurso a este
tipo de ingresos –que llamaremos ingresos de capital –solo se podría jus-
tificar en la medida en que se destinasen a financiar gastos de capital, de
forma que el patrimonio neto del estado permaneciese inalterado. Esta
regla de sanidad financiera es lo que significa el requerimiento de equili-
brio presupuestario de los clásicos. Una fórmula que garantiza que el es-
tado mantendrá, por lo menos, su patrimonio12. Por eso se aceptaba la
emisión de deuda pública únicamente para financiar inversiones. De esta
forma la deuda pública se constituye en un puente que permite distribuir
equitativamente el costo de los servicios públicos, entre la generación ac-
tual y las generaciones futuras. Así, en la medida en que los gastos de
inversión –cuyos proyectos con frecuencia no resultan divisibles –vayan
más allá de los necesarios para cubrir las amortizaciones, estaremos au-
mentando el capital público utilizable por las generaciones futuras, con lo
que también parecerá razonable desplazar sobre éstas el costo corres-
pondiente. En sentido estricto, cada generación debería soportar el costo
del capital, público que utiliza, equivalente a la suma de los gastos de
amortización, mas los intereses imputables a dicho capital.
CONCEPTOS BÁSICOS
Bienes públicos. Son los bienes que satisfacen las necesidades so-
ciales. Reúnen la doble característica de ser bienes de utilización colecti-
va y de resultar imposible excluir a nadie de su uso. De esta doble carac-
terística deriva la inexistencia de demanda y la necesidad, por tanto, de
que los suministre el estado.
12 Para que pueda mantenerse el patrimonio neto del estado los ingresos corrientes, re-
gulares, deberían igualar a los gastos de igual naturaleza computando entre estos
gastos los intereses de la deuda y el importe de la amortización de los activos
amortizables del estado.
Dado que en los presupuestos públicos no suelen computarse las amortizaciones, la
idea de equilibrio se ha ajustado al incluir en los gastos no solo los corrientes sino
también los gastos de capital. Habrá pues equilibrio cuando los ingresos recurrentes
resultan suficientes para financiar tanto los gastos corrientes como los de capital, lo
cual sería cierto en estricto sentido económico-contable solo si el importe de los gastos
de capital coincidiese con el de las amortizaciones.
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Bienes preferentes. Son bienes en parte privados y en parte públicos,
ya que su consumo beneficia tanto al sujeto que los demanda como al
conjunto de la sociedad. Dado que el sujeto que demanda el bien prefe-
rente solo estará dispuesto a pagar por el beneficio que él recibe, la pro-
ducción de los mismos será subóptima. La educación o la sanidad son
ejemplos de bienes preferentes.
Tamaño del sector público. Suele medirse por la proporción que re-
presenta el total de los gastos públicos respecto del PIB de un país. Este
índice resulta útil para la comparación internacional.
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