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DSI Puntos 152-159. 29. Enero. 2023.

IV. LOS DERECHOS HUMANOS

a) El valor de los derechos humanos


152 El movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del
hombre es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las
exigencias imprescindibles de la dignidad humana.302 La Iglesia ve en estos derechos
la extraordinaria ocasión que nuestro tiempo ofrece para que, mediante su
consolidación, la dignidad humana sea reconocida más eficazmente y promovida
universalmente como característica impresa por Dios Creador en su criatura.303 El
Magisterio de la Iglesia no ha dejado de evaluar positivamente la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre, proclamada por las Naciones Unidas el 10 de
diciembre de 1948, que Juan Pablo II ha definido «una piedra miliar en el camino
del progreso moral de la humanidad».304

153 La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece
a todo ser humano.305 Esta dignidad, connatural a la vida humana e igual en toda
persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razón. El fundamento
natural de los derechos aparece aún más sólido si, a la luz de la fe, se considera
que la dignidad humana, después de haber sido otorgada por Dios y herida
profundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristo mediante su
encarnación, muerte y resurrección.306

La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de


los seres humanos,307 en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el
hombre mismo y en Dios su Creador. Estos derechos son «universales e inviolables
y no pueden renunciarse por ningún concepto».308 Universales, porque están
presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo, de lugar o
de sujeto. Inviolables, en cuanto «inherentes a la persona humana y a su
dignidad» 309 y porque «sería vano proclamar los derechos, si al mismo tiempo no
se realizase todo esfuerzo para que sea debidamente asegurado su respeto por
parte de todos, en todas partes y con referencia a quien
sea». Inalienables, porque «nadie puede privar legítimamente de estos derechos
310

a uno sólo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia
naturaleza».311

154 Los derechos del hombre exigen ser tutelados no sólo singularmente, sino en
su conjunto: una protección parcial de ellos equivaldría a una especie de falta de
reconocimiento. Estos derechos corresponden a las exigencias de la dignidad
humana y comportan, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales
—materiales y espirituales— de la persona: «Tales derechos se refieren a todas las
fases de la vida y en cualquier contexto político, social, económico o cultural. Son
un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de cada uno de los
aspectos del bien de la persona y de la sociedad... La promoción integral de todas
las categorías de los derechos humanos es la verdadera garantía del pleno respeto
por cada uno de los derechos».312 Universalidad e indivisibilidad son las líneas
distintivas de los derechos humanos: «Son dos principios guía que exigen siempre
la necesidad de arraigar los derechos humanos en las diversas culturas, así como
de profundizar en su dimensión jurídica con el fin de asegurar su pleno respeto».313
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b) La especificación de los derechos


155 Las enseñanzas de Juan XXIII,314 del Concilio Vaticano II,315 de Pablo VI 316 han
ofrecido amplias indicaciones acerca de la concepción de los derechos humanos
delineada por el Magisterio. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la
encíclica «Centesimus annus»: « El derecho a la vida, del que forma parte integrante
el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido
concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable
al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia
y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el
derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del
mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar
libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de
la propia sexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido,
la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y
en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona».317

El primer derecho enunciado en este elenco es el derecho a la vida, desde su


concepción hasta su conclusión natural,318 que condiciona el ejercicio de cualquier
otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto provocado
y de eutanasia.319 Se subraya el valor eminente del derecho a la libertad religiosa:
«Todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas
particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal
manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia
ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado
con otros, dentro de los límites debidos».320 El respeto de este derecho es un signo
emblemático «del auténtico progreso del hombre en todo régimen, en toda
sociedad, sistema o ambiente».321

c) Derechos y deberes
156 Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentra el relativo a los
deberes del hombre, que halla en las intervenciones del Magisterio una acentuación
adecuada. Frecuentemente se recuerda la recíproca complementariedad entre
derechos y deberes, indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona humana
que es su sujeto titular.322 Este vínculo presenta también una dimensión social: «En
la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre
corresponde en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo».323 El Magisterio
subraya la contradicción existente en una afirmación de los derechos que no prevea
una correlativa responsabilidad: «Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos,
olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan
a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen».324

d) Derechos de los pueblos y de las Naciones


157 El campo de los derechos del hombre se ha extendido a los derechos de los
pueblos y de las Naciones,325 pues «lo que es verdad para el hombre lo es también
para los pueblos».326 El Magisterio recuerda que el derecho internacional «se basa
sobre el principio del igual respeto, por parte de los Estados, del derecho a la
autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del bien común
superior de la humanidad».327 La paz se funda no sólo en el respeto de los derechos
del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos, particularmente el
derecho a la independencia.328

Los derechos de las Naciones no son sino « los “derechos humanos” considerados
a este específico nivel de la vida comunitaria».329 La Nación tiene «un derecho
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fundamental a la existencia»; a la « propia lengua y cultura, mediante las cuales un


pueblo expresa y promueve su “soberanía” espiritual»; a «modelar su vida según
las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda violación de los derechos
humanos fundamentales y, en particular, la opresión de las minorías»; a «construir
el propio futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación
adecuada».330 El orden internacional exige un equilibrio entre particularidad y
universalidad, a cuya realización están llamadas todas las Naciones, para las cuales
el primer deber sigue siendo el de vivir en paz, respeto y solidaridad con las demás
Naciones.

e) Colmar la distancia entre la letra y el espíritu


158 La solemne proclamación de los derechos del hombre se ve contradicha por
una dolorosa realidad de violaciones, guerras y violencias de todo tipo: en primer
lugar los genocidios y las deportaciones en masa; la difusión por doquier de nuevas
formas de esclavitud, como el tráfico de seres humanos, los niños soldados, la
explotación de los trabajadores, el tráfico de drogas, la prostitución: «También en
los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre son
respetados totalmente estos derechos».331

Existe desgraciadamente una distancia entre la «letra» y el «espíritu» de los


derechos del hombre332 a los que se ha tributado frecuentemente un respeto
puramente formal. La doctrina social, considerando el privilegio que el Evangelio
concede a los pobres, no cesa de confirmar que «los más favorecidos
deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus
bienes al servicio de los demás» y que una afirmación excesiva de igualdad «puede
dar lugar a un individualismo donde cada uno reivindique sus derechos sin querer
hacerse responsable del bien común».333

159 La Iglesia, consciente de que su misión, esencialmente religiosa, incluye la


defensa y la promoción de los derechos fundamentales del hombre,334 «estima en
mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes
tales derechos».335 La Iglesia advierte profundamente la exigencia de respetar en
su interno mismo la justicia 336 y los derechos del hombre.337

El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del


fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones
de estos derechos.338 En todo caso, « el anuncio es siempre más importante que
la denuncia, y esta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera
consistencia y la fuerza de su motivación más alta ».339 Para ser más eficaz, este
esfuerzo debe abrirse a la colaboración ecuménica, al diálogo con las demás
religiones, a los contactos oportunos con los organismos, gubernativos y no
gubernativos, a nivel nacional e internacional. La Iglesia confía sobre todo en la
ayuda del Señor y de su Espíritu que, derramado en los corazones, es la garantía
más segura para el respeto de la justicia y de los derechos humanos y, por tanto,
para contribuir a la paz: «promover la justicia y la paz, hacer penetrar la luz y el
fermento evangélico en todos los campos de la vida social; a ello se ha dedicado
constantemente la Iglesia siguiendo el mandato de su Señor».340
Notas DSI. Puntos 152-159.
Notas DSI Puntos 152-159.
Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 1: AAS 58 (1966) 929-930.
302

●1 . Los hombres de nuestro tiempo se hacen cada vez más conscientes de la dignidad de la persona humana, y aumenta
el número de aquellos que exigen que los hombres en su actuación gocen y usen del propio criterio y libertad responsables,
guiados por la conciencia del deber y no movidos por la coacción. Piden igualmente la delimitación jurídica del poder
público, para que la amplitud de la justa libertad tanto de la persona como de las asociaciones no se restrinja demasiado.
Esta exigencia de libertad en la sociedad humana se refiere sobre todo a los bienes del espíritu humano, principalmente a
aquellos que pertenecen al libre ejercicio de la religión en la sociedad. Secundando con diligencia estos anhelos de los
espíritus y proponiéndose declarar cuán conformes son con la verdad y con la justicia, este Concilio Vaticano estudia la
sagrada tradición y la doctrina de la Iglesia, de las cuales saca a la luz cosas nuevas, de acuerdo siempre con las antiguas.

Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 41: AAS 58 (1966) 1059-1060; Congregación para la Educación
303

Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formación sacerdotal, 32,
Tipografía Políglota Vaticana 1988, pp. 36-37.
●Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes , 4 1
4 1 […] Apoyada en esta fe, la Iglesia puede rescatar la dignidad humana del incesante cambio de opiniones que, por
ejemplo, deprimen excesivamente o exaltan sin moderación alguna el cuerpo humano. No hay ley humana que pueda
garantizar la dignidad personal y la libertad del hombre con la seguridad que comunica el Evangelio de Cristo, confiado a
la Iglesia. El Evangelio enuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en
última instancia, del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que
todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la
caridad de todos. Esto corresponde a la ley fundamental de la economía cristiana. Porque, aunque el mismo Dios es
Salvador y Creador, e igualmente, también Señor de la historia humana y de la historia de la salvación, sin embargo, en
esta misma ordenación divina, la justa autonomía de lo creado, y sobre todo del hombre, no se suprime, sino que más
bien se restituye a su propia dignidad y se ve en ella consolidada.
La Iglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en
mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos. Debe, sin embargo,
lograrse que este movimiento quede imbuido del espíritu evangélico y garantizado frente a cualquier apariencia de falsa
autonomía. Acecha, en efecto, la tentación de juzgar que nuestros derechos personales solamente son salvados en su
plenitud cuando nos vemos libres de toda norma divina. Por ese camino, la dignidad humana no se salva; por el contrario,
perece.
●Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la
formación sacerdotal, 3 2 , Tipografía Políglota Vaticana 1988, pp. 36-37.
32. Los derechos humanos derivan, por una lógica intrínseca, de la misma dignidad de la persona humana. la Iglesia ha
tomado conciencia de la urgencia de tutelar y defender estos derechos, considerando esto como parte de su misma misión
salvífica, a ejemplo de Jesús que se manifestó siempre atento a las necesidades de los hombres, particularmente de los
más pobres.
La afirmación de los derechos humanos nace en la Iglesia, más que como un sistema histórico, orgánico y completo, como
un servicio concreto a la humanidad. Reflexionando sobre ellos, la Iglesia ha reconocido siempre sus fundamentos
filosóficos y teológicos, y las implicaciones jurídicas, sociales, políticas y éticas como aparece en los documentos de su
enseñanza social. Lo ha hecho no en el contexto de una oposición revolucionaria de los derechos de la persona humana
contra las autoridades tradicionales, sino en la perspectiva del Derecho escrito por el Creador en la naturaleza humana.
La insistencia con que ella, especialmente en nuestros días, se hace promotora del respeto y de la defensa de los derechos
del hombre, sean personales o sociales, se explica no sólo por el hecho de que su intervención, hoy como ayer, está dictada
por el Evangelio, sino porque de la reflexión sobre los mismos surge una nueva sabiduría teológica y moral para afrontar
los problemas del mundo contemporáneo. […]

Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2 de octubre de 1979), 7: AAS 71 (1979) 1147-
304

1148; para Juan Pablo II tal Declaración « continúa siendo en nuestro tiempo una de las más altas expresiones de la
conciencia humana »: Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de
1995), 2, Tipografía Vaticana, p. 6.
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27: AAS 58 (1966) 1047-1048; Catecismo de la Iglesia
305

Católica, 1930.
●Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes , 2 7
2 7 […] el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma de cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo
como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente […]
●Catecismo de la Iglesia Católica, 1 9 3 0 .
1 9 3 0 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos
son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o
negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 6 5 ). Sin este
respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos.
Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones
abusivas o falsas.
Notas DSI. Puntos 152-159.
306
Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 22: AAS
58 (1966) 1079.
●Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris : AAS 5 5 (1963) 25 9
9. En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo
hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí
mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y
deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto[7 ].
1 0 . Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos
de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos con la sangre de
Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna.
[Nota [7] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24; Juan XXIII, discurso del 4 de enero de 1963: AAS 55 (1963) 89-91.]
●Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes , 22: AAS 58 (1966 ) 107 9.
2 2 . En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer
hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El que es imagen de Dios invisible (Col 1 ,1 5 ) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán
la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón
de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros,
excepto en el pecado. […]

Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 278-279.
307

Juicio crítico
7 8 . Sin embargo, no puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos
es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano, proviene la fuerza obligatoria de la
constitución política y nace, finalmente, el poder de los gobernantes del Estado para mandar[52].
79 . No obstante, estas tendencias de que hemos hablado constituyen también un testimonio indudable de que en nuestro
tiempo los hombres van adquiriendo una conciencia cada vez más viva de su propia dignidad y se sienten, por tanto,
estimulados a intervenir en la ida pública y a exigir que sus derechos personales e inviolables se defiendan en la
constitución política del país. No basta con esto; los hombres exigen hoy, además, que las autoridades se nombren de
acuerdo con las normas constitucionales y ejerzan sus funciones dentro de los términos establecidos por las mismas.
[Nota [52] Cf. León XIII, Annum ingressi: AL 22.52-80 (Roma 1902-1903)].

308
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259. [Vide nota anterior 306]
309
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3: AAS 91 (1999) 379.
3 . En 1 9 9 8 se ha cumplido el 50° aniversario de la adopción de la «Declaración Universal de los Derechos Humanos». Ésta
fue deliberadamente vinculada a Carta de las Naciones Unidas, con la que comparte una misma inspiración. La Declaración
tiene como premisa básica la afirmación de que el reconocimiento de la dignidad innata de todos los miembros de la
familia humana, así como la igualdad e inalienabilidad de sus derechos, es el fundamento de la libertad, de la justicia y de
la paz en el mundo[2 ]. Todos los documentos internacionales sucesivos sobre los Derechos Humanos reiteran esta verdad,
reconociendo y afirmando que derivan de la dignidad y del valor inherentes a la persona humana[3 ].
La Declaración Universal es muy clara: reconoce los derechos que proclama, no los otorga; en efecto, éstos son inherentes
a la persona humana y a su dignidad. De aquí se desprende que nadie puede privar legítimamente de estos derechos a
uno sólo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza. Todos los seres humanos, sin
excepción, son iguales en dignidad. Por la misma razón, tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier
contexto político, social, económico o cultural. Son un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de cada
uno de los aspectos del bien de la persona y de la sociedad.
[Notas [2] Declaración Universal de los Derechos Humanos, Preámbulo, primer párrafo. [3] Véase, en particular, la Declaración de Viena (25 de junio de
1993), Preámbulo, 2].
310
Pablo VI, Mensaje a la Conferencia Internacional sobre los Derechos del Hombre (15 de abril de 1968): AAS 60 (1968) 285.
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3: AAS 91 (1999) 379. [Vide nota anterior 309]
311

312
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3: AAS 91 (1999) 379. [Vide nota anterior 309]
313
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 2: AAS 90 (1998) 149.
[…] Con ocasión del quincuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que se celebra
este año, conviene recordar que «la promoción y protección de los derechos humanos es materia de primaria importancia
para la comunidad internacional»[5 ]. Sobre este aniversario, sin embargo, se ciernen las sombras de algunas reservas
manifestadas sobre dos características esenciales de la noción misma de los derechos del hombre: su universalidad y
su indivisibilidad . Estos rasgos distintivos han de ser afirmados con vigor para rechazar las críticas de quien intenta explotar
el argumento de la especificidad cultural para cubrir violaciones de los derechos humanos, así como de quien empobrece
Notas DSI. Puntos 152-159.
el concepto de dignidad humana negando consistencia jurídica a los derechos económicos, sociales y culturales.
Universalidad e indivisibilidad son dos principios guía que exigen siempre la necesidad de arraigar los derechos humanos
en las diversas culturas, así como de profundizar en su dimensión jurídica con el fin de asegurar su pleno respeto. […]
[Nota [5] Declaración de Viena, Conferencia mundial sobre los Derechos del Hombre (junio 1993), Preámbulo I.]
314
Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259-264.
315
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046-1047.
316
Cf. Pablo VI, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (4 de octubre de 1965), 6: AAS 57 (1965) 883-
884; Id., Mensaje a los Obispos reunidos para el Sínodo (23 de octubre de 1974): AAS 66 (1974) 631-639.
317
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47: AAS 83 (1991) 851-852; cf. también Id., Discurso a la Asamblea General
de las Naciones Unidas (2 de octubre de 1979), 13: AAS 71 (1979) 1152-1153.
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 2: AAS 87 (1995) 402.
318

Valor incomparable de la persona humana


2 . El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste
en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de
la vida humana incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte
integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado
por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad (cf. 1 Jn 3, 1 -
2 ). Al mismo tiempo, esta llamada sobrenatural subraya precisamente el carácter relativo de la vida terrena del hombre y
de la mujer. En verdad, esa no es realidad «última», sino «penúltima»; es realidad sagrada, que se nos confía para que la
custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios
y a los hermanos.
La Iglesia sabe que este Evangelio de la vida, recibido de su Señor1 , tiene un eco profundo y persuasivo en el corazón de
cada persona, creyente e incluso no creyente, porque, superando infinitamente sus expectativas, se ajusta a ella de modo
sorprendente. Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz
de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2,
1 4 -1 5 ) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a
ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia
humana y la misma comunidad política.
Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad
recordada por el Concilio Vaticano II: « El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre
».2 En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios que « tanto amó al
mundo que dio a su Hijo único » (Jn 3 , 1 6 ), sino también el valor incomparable de cada persona humana.
[Notas: 1. En realidad, la expresión «Evangelio de la vida» no se encuentra como tal en la Sagrada Escritura. Sin embargo, expresa bien un aspecto esencial del
mensaje bíblico. 2. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.]

319
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27: AAS 58 (1966) 1047-1048; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis
splendor, 8 0 : AAS 8 5 (1 9 9 3 ) 1 1 9 7 -1 1 9 8 ; Id., Carta enc. Evangelium vitae, 7-28: AAS 87 (1995) 408-433 .
●Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes , 2 7
2 7 . Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma de
cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los
medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre
Lázaro.
En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso,
ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese
desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que
recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos
menores, a mí me lo hicisteis . (Mt 2 5 ,4 0 ).
No sólo esto. Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio
deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o
físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las
condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de
blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de
lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en
sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente
contrarias al honor debido al Creador.
●Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 8 0
80. Ahora bien, la razón testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios,
porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en la tradición moral de la
Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por
su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en
absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que
Notas DSI. Puntos 152-159.
«existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por
razón de su objeto» 131 . El mismo concilio Vaticano II, en el marco del respeto debido a la persona humana, ofrece una
amplia ejemplificación de tales actos: «Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los
genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana,
como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende
a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la
esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los
obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y
otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican
que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador» 1 3 2 .
[Notas: 131. Exhort. ap. post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 17: AAS 77 (1985), 221; cf. Pablo VI, Alocución a los miembros de la
Congregación del Santísimo Redentor (septiembre 1967): AAS 59 (1967), 962: «Se debe evitar el inducir a los fieles a que piensen diferentemente, como si
después del Concilio ya estuvieran permitidos algunos comportamientos, que precedentemente la Iglesia había declarado intrínsecamente malos. ¿Quién no
ve que de ello se derivaría un deplorable relativismo moral, que llevaría fácilmente a discutir todo el patrimonio de la doctrina de la Iglesia?». 132. Const.
pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 27.]

320
Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 2: AAS 58 (1966) 930-931.
2 . Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que
todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier
potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se
le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.
Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana,
tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural. Este derecho de la persona humana a
la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse
en un derecho civil.
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos
por tanto con una responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además
moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad
conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma
adecuada a su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción
externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en
su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación
de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser
impedido.
321
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 300.
Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259-264; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26:
322

AAS 58 (1966) 1046-1047.


323
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 264.
Los deberes del hombre
Conexión necesaria entre derechos y deberes
2 8 . Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los posee con otros tantos
deberes, y unos y otros tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor
indestructible.
2 9 . Por ello, para poner algún ejemplo, al derecho del hombre a la existencia corresponde el deber de conservarla; al
derecho a un decoroso nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de buscar libremente la verdad, el deber de
buscarla cada día con mayor profundidad y amplitud.
El deber de respetar los derechos ajenos
3 0 . Es asimismo consecuencia de lo dicho que, en la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre
corresponda en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier derecho fundamental del hombre deriva
su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar
sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con
una mano lo que con la otra construyen.
324
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 264. [Vide nota anterior 323]
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33: AAS 80 (1988) 557-559; Id., Carta enc. Centesimus annus, 21: AAS
325

83 (1991) 818-819.
●Carta enc. Sollicitudo rei socialis , 3 3
3 3 . No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos
humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos. […]
[…] En el orden internacional, o sea, en las relaciones entre los Estados o, según el lenguaje corriente, entre los diversos
«mundos», es necesario el pleno respeto de la identidad de cada pueblo, con sus características históricas y culturales. Es
indispensable además, como ya pedía la Encíclica Populorum Progressio que se reconozca a cada pueblo igual derecho a
« sentarse a la mesa del banquete común »,61 en lugar de yacer a la puerta como Lázaro, mientras « los perros vienen y
Notas DSI. Puntos 152-159.
lamen las llagas » (cf. Lc 1 6 , 21 ). Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad
fundamental 62 sobre la que se basa, por ejemplo, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas: igualdad que es el
fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno.
[Notas: 61 Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 47: l.c., p. 280: «... un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda
sentarse a la misma mesa que el rico». 62 Cf. Ibid., 47: l.c., p. 280: «Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión o
nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres ...», cf. también Conc.
Ecum. Vatic. II, Const. past Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 29. Esta igualdad fundamental es uno de los motivos básicos por los que la
Iglesia se ha opuesto siempre a toda forma de racismo.]
●Carta enc. Centesimus annus, 2 1
2 1 . Hay que recordar, por último, que después de la segunda guerra mundial, y en parte como reacción a sus horrores, se
ha ido difundiendo un sentimiento más vivo de los derechos humanos, que ha sido reconocido en diversos documentos
internacionales 52 , y en la elaboración, podría decirse, de un nuevo «derecho de gentes», al que la Santa Sede ha dado una
constante aportación. La pieza clave de esta evolución ha sido la Organización de la Naciones Unidas. No sólo ha crecido
la conciencia del derecho de los individuos, sino también la de los derechos de las naciones, mientras se advierte mejor la
necesidad de actuar para corregir los graves desequilibrios existentes entre las diversas áreas geográficas del mundo que,
en cierto sentido, han desplazado el centro de la cuestión social del ámbito nacional al plano internacional 5 3 .
[52. Cf. Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1948; Juan XXI I I, Enc. Pacem in terris, IV: l. c., 291-296; «Acta Final» de la Conferencia
sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE), Helsinki 1975. 53. Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 61-65: AAS 59 (1967),
287-289.]

326
Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º aniversario del comienzo de la Segunda Guerra mundial, 8: AAS 82 (1990) 56.
Respetar el derecho de los pueblos
8. Pero lo que es verdad para el hombre lo es también para los pueblos. Conmemorar los acontecimientos de 1 939 es
recordar además que el último conflicto mundial tuvo por causa la destrucción de los derechos de los pueblos, así como
de las personas. Lo recordaba ayer, al dirigirme a la Conferencia episcopal polaca.
¡No hay paz si los derechos de todos los pueblos —y particularmente de los más vulnerables— no son respetados! Todo
el edificio del derecho internacional se basa sobre el principio del igual respeto, por parte de los Estados, del derecho a
la autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del bien común superior de la humanidad.
327
Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º aniversario del comienzo de la Segunda Guerra mundial, 8: AAS 82 (1990) 56.
[Vide nota anterior 326]
Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (9 de enero de 1988), 7-8: AAS 80 (1988) 1139.
328

7 . […] En este sentido, la paz hunde sus raíces en una primavera de convicciones morales y espirituales . La humanidad
está invitada a un cambio de mentalidad. Debe creer que la paz es posible, es deseable, es necesaria. Para sobrevivir, está
llamada a una vuelta, a una conversión, dispuesta a librarse de una parte de su historia, de su historia beligerante, llena
de violencias, de opresiones, en que los hombres y las naciones quedaban reducidos al capricho del más fuerte, al desprecio
de la justicia y del orden moral querido por Dios.
La paz, no sólo es la ausencia de conflictos, sino también la resolución pacífica de las controversias entre las naciones, y
la dinámica de un orden social e internacional fundado en el derecho y la justicia. Para ser más exactos, hace falta asegurar
los fundamentos de la paz apoyándolos en la salvaguarda de los derechos del hombre y también de los derechos de los
pueblos .
8 . En efecto, la justicia pasa por el respeto del derecho de los pueblos y de las naciones a decidir por sí mismos. Entre los
pueblos, una paz duradera no puede imponerse por la voluntad del más fuerte, sino que debe ser convenida por todos,
en el respeto a los derechos de cada uno, en particular de los débiles y de las minorías.
Hay aún pueblos que no se les reconoce su derecho a la independencia . Los hay también que sufren una tutela, es decir
una ocupación, que supone un perjuicio a su derecho de gobernarse en conformidad con sus valores culturales y su
historia.
329
Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 8, Tipografía
Vaticana, p. 11.
8. Sobre este fundamento antropológico se apoyan también los "derechos de las naciones", que no son sino los "derechos
humanos" considerados a este específico nivel de la vida comunitaria. Una reflexión sobre estos derechos ciertamente no
es fácil, teniendo en cuenta la dificultad de definir el concepto mismo de "nación", que no se identifica a priori y
necesariamente con el de Estado. Es, sin embargo, una reflexión improrrogable, si se quieren evitar los errores del pasado
y tender a un orden mundial justo.
Presupuesto de los demás derechos de una nación es ciertamente su derecho a la existencia: nadie, pues, - un Estado, otra
nación, o una organización internacional - puede pensar legítimamente que una nación no sea digna de existir. Este derecho
fundamental a la existencia no exige necesariamente una soberanía estatal, siendo posibles diversas formas de agregación
jurídica entre diferentes naciones […]

Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 8, Tipografía
330

Vaticana, p. 12.
[…] El derecho a la existencia implica naturalmente para cada nación, también el derecho a la propia lengua y cultura,
mediante las cuales un pueblo expresa y promueve lo que llamaría su originaria "soberanía" espiritual. La historia demuestra
que en circunstancias extremas (como aquellas que se han visto en la tierra donde he nacido), es precisamente su misma
cultura lo que permite a una nación sobrevivir a la pérdida de la propia independencia política y económica. Toda nación
Notas DSI. Puntos 152-159.
tiene también consiguientemente derecho a modelar su vida según las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda
violación de los derechos humanos fundamentales y, en particular, la opresión de las minorías. Cada nación tiene el derecho
de construir el propio futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada.

Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47: AAS 83 (1991) 852.
331

47 . […] También en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre son respetados
totalmente estos derechos. Y nos referimos no solamente al escándalo del aborto, sino también a diversos aspectos de
una crisis de los sistemas democráticos, que a veces parece que han perdido la capacidad de decidir según el bien común.
Los interrogantes que se plantean en la sociedad a menudo no son examinados según criterios de justicia y moralidad,
sino más bien de acuerdo con la fuerza electoral o financiera de los grupos que los sostienen. […]

Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-300.
332

[El punto 1 7 de la encíclica del Papa lleva precisamente por título: Derechos del hombre: "letra" o "espíritu". Constatando
la necesidad constante por mejorar la aplicación de los derechos en nuestra sociedad contemporánea.]
333 aspiración a la igualdad, aspiración a la participación; formas
Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 23: AAS 63 (1971) 418. ambas de la dignidad de la persona humana y de su libertad.
Ventajas y límites de los reconocimientos jurídicos
2 3 . Para inscribir en los hechos y en las estructuras esta doble aspiración, se han hecho progresos en la definición de los
derechos humanos y en la firma de acuerdos internacionales que den realidad a tales derechos (16). Sin embargo, las
injustas discriminaciones―étnicas, culturales, religiosas, políticas― renacen siempre. Efectivamente, los derechos humanos
permanecen todavía con frecuencia desconocidos, si no burlados, o su observancia es puramente formal. En muchos casos,
la legislación va atrasada respecto a las situaciones reales. Siendo necesaria, es todavía insuficiente para establecer
verdaderas relaciones de justicia e igualdad. El Evangelio, al enseñarnos la caridad, nos inculca el respeto privilegiado a
los pobres y su situación particular en la sociedad: los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para
poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás. Efectivamente, si
más allá de las reglas jurídicas falta un sentido más profundo de respeto y de servicio al prójimo, incluso la igualdad ante
la ley podrá servir de coartada a discriminaciones flagrantes, a explotaciones constantes, a un engaño efectivo. Sin una
educación renovada de la solidaridad, la afirmación excesiva de la igualdad puede dar lugar a un individualismo donde
cada cual reivindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común.
¿Quién no ve en este campo la aportación capital del espíritu cristiano, que va, por otra parte, al encuentro de las
aspiraciones del ser humano a ser amado? «El amor del hombre, primer valor del orden terreno», asegura las condiciones
de la paz, tanto social como internacional, al afirmar nuestra fraternidad universal (17).
[Notas: (17) Cf. Radiomensaje en ocasión de la Jornada de la Paz: AAS 63 (1971) 5-9. (18) Cf. Gaudium et spes 74: AAS 58 (1966) 1095-1096.]
334
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 54: AAS 83 (1991) 859-860.
5 4 . […] De esto se deduce que la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto
tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo.
Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás: de los derechos humanos de cada uno […]
335
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 41: AAS 58 (1966) 1060.
[…] La Iglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima
en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos. Debe, sin embargo,
lograrse que este movimiento quede imbuido del espíritu evangélico y garantizado frente a cualquier apariencia de falsa
autonomía. Acecha, en efecto, la tentación de juzgar que nuestros derechos personales solamente son salvados en su
plenitud cuando nos vemos libres de toda norma divina. Por ese camino, la dignidad humana no se salva; por el contrario,
perece.

Cf. Juan Pablo II, Discurso al Tribunal de la Sacra Rota Romana (17 de febrero de 1979), 4: L'Osservatore Romano, edición
336

española, 1º de abril de 1979, p. 9.


4 . En la experiencia existencial de la Iglesia, las palabras "derecho", "juicio" y "justicia", a pesar de las imperfecciones y
dificultades de todo ordenamiento humano, evocan el modelo de una justicia superior, la justicia de Dios que se propone
como meta y como término de confrontación indiscutible. Esto comporta un compromiso formidable en todos los que
"administran la justicia".
En la tensión histórica para una integración equilibrada de los valores, se ha querido a veces acentuar mayormente el "orden
social" con perjuicio de la autonomía de la persona humana; pero la Iglesia nunca ha cesado de proclamar «la dignidad de la
persona humana tal como se la conoce por la Palabra revelada de Dios y por la misma razón» (Dignitatis humanae , 2) […].

Cf. CIC, cánones 208-223.


337

Cf. Pontificia Comisión «Iustitia et Pax», La Iglesia y los derechos del hombre, 70-90, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad
338

del Vaticano 1975, pp. 49-57.


339
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: AAS 80 (1988) 572.
[…] Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la
Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre
más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la
fuerza de su motivación más alta.
340
Pablo VI, Motu proprio Iustitiam et Pacem (10 de diciembre de 1976): AAS 68 (1976) 700.

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