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Yo nací chiquito como una lagrimita casi, de la panza de mi mamá, una laguna grande y

mansa que vive y descansa en la montaña. Ella me contó que nacimos mis hermanos y
yo, después de una tormenta grande que duró muchos días: llovió y llovió, hasta que
ellos y yo comenzamos a derramarnos hacia la llanura, primero juntitos, con miedo,
hasta que nos fuimos separando despacito.
Yo bajaba con cuidado, esquivando las casitas de los hombres, quienes me miraban
asustados, y llevaban sus animales hacia los corrales con prisa. Eso fue al principio, ya
que lentamente, con el paso del tiempo, se fueron arrimando, primero sólo para llevar
un poco del agua que yo les ofrecía, hasta que nos hicimos amigos, y comenzaron a
traer sus vaquitas, sus niñitos a jugar, para que les calme sus penas y dolores, para que
los acompañe, y les dé de comer con mis peces.
Yo conozco este lugar de memoria, lo recorro todo el tiempo, estaba ya cuando pocas
casitas se amontonaban a lo lejos, y sigo estando hoy, que las casitas se hicieron pueblo,
acostadito en mi ribera. Los niñitos que venían a mi encuentro, hoy son hombres,
pescadores, amigos. Y yo todavía los cuido. A Ellos, a sus hijitos, sus mujeres, a los
animales; les mojo sus campos en la época de la siembra, y juntos, disfrutamos la
cosecha.

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