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Este momento es importante, implica dos cosas: una invitación a abrir nuestra
mente y nuestro corazón y en segundo lugar reconocer que la Palabra de Dios
está en el centro de la vida de todo creyente y por tanto de toda la Iglesia.
Dios pues, sea quien sea la forma en que se acceda a él, sea en el politeísmo o en
el monoteísmo, tiene esa característica de relación personal con la humanidad y
por tanto, esa relación personal implica el hablar, implica el que hay una
comunicación, y esto se entiende como ya lo señalamos, con el término religare,
de religión, religare que significa reafirmar, reunir, hacer realidad la unión entre
Dios y el hombre, a través después también de diversas manifestaciones.
Quisiera insistir leyendo este texto, en que se trata de algo nuevo, insólito en la
historia de la humanidad, “la revelación bíblica consiste en que Dios se da a
conocer” y abre un diálogo, un diálogo que implica comunión y es un diálogo
con los creyentes, pero también con los no creyentes, por qué Dios quiere
revelarse, darse a conocer incluso aquellos que no han conocido su misterio a
través de Jesucristo, y por eso en la de Dei Verbum, en la Constitución dice lo
siguiente “es una realidad concreta que reconocemos” ¿Cuál es la realidad? Que
Dios invisible, movido de amor, habla a los seres humanos, a los hombres y les
habla como amigos, como imagen y semejanza que son; pero a la vez aplicando
aquello del capítulo primero versículo 12 de San Juan, como hijos de Dios, que
han podido llegar a serlo, gracias a la acción de Jesucristo, el Dios revelador por
excelencia, que se hizo hombre, para hablarnos de Dios mismo, siendo él Dios y
de su misterio de salvación. Y por eso, en la Palabra de Dios como nos dice la
Dei Verbum “permite que la Palabra de Dios trate con los seres humanos, ¿para
qué? para invitarlos, convocarlos y recibirlos en su compañía y entrar en
comunión”. Volvemos a leer este texto bonito, el número 6 de la Verbum Domini
de Benedicto XVI, que cita un trocito de la Constitución dogmática Dei Verbum,
citó
Y al final del número 2 de la Dei Verbum, se nos dice algo que es muy
importante “pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación
humana, se nos manifiesta de una manera muy especial y definitiva a través de
Cristo” se nos manifiesta por la revelación en Cristo, Palabra de Dios hecha
hombre, que es a un tiempo mediador, por ser sacerdote, por ser puente entre
Dios y la humanidad y lo puede ser porque se hizo hombre, sin dejar de ser Dios,
se hizo hombre para llevar los hombres a Dios y no dejó de ser Dios, para llevar
la divinidad a la humanidad, qué es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación. ¿Por qué es plenitud de toda la revelación? Porque él mismo con su
persona, con su historia, con su obra, sencillamente, nos da a conocer el misterio
de Dios, primero porque él es Dios y segundo porque está manifestando lo que
Dios Padre quiere que no es otra cosa, sino la Salvación, la plenitud de todo ser
humano. Volvemos a leer para terminar esta parte, este texto bonito de la Dei
Verbum, y les invito a que lo vayamos subrayando, interiorizando, o poniendo
énfasis en lo que más nos llama la atención, dice el número 2 de la Dei Verbum
Fíjense que aquí el Papa nos está diciendo que son diversas las maneras de la
revelación, la creación de la cual ya hablamos, la creación del hombre, pero
también la historia, la historia de este pueblo de Dios, con las diversas
intervenciones divinas, la historia también de la humanidad, con diversas
expresiones de la intervención divina y también todos aquellos mensajes que
fueron, sobre todo en el Antiguo Testamento, preparando la venida, la llegada de
la Palabra que se hizo carne y por supuesto —como ya lo vimos anteriormente
— la plenitud, el centro de la de la revelación está en Jesucristo, que por otra
parte es la Palabra que se hizo carne, y se hizo de tal manera de que él, siendo
hombre, aun cuando eso es un misterio muy grande, a través de su persona, de su
naturaleza humana y de su persona divina, unida con su naturaleza también
divina, pues nos dio a conocer a Dios Padre, a Dios Espíritu Santo, nos dio a
conocer su obra a través de su entrega, de su palabra que revelaba o revela
todavía, por supuesto, el misterio del amor de Dios que todo lo puede.
Pero a la vez hay un dato bien interesante, que nos refiere el Papa Benedicto
XVI, la revelación de Dios Padre culmina con la entrega por parte del Hijo de
Dios, es decir de Jesucristo del don del Espíritu Santo. Cristo subió al cielo, pero
nos dejó, nos dio la fuerza del Espíritu Santo y se lo dio a la Iglesia, para que la
Iglesia entonces sea también testimonio vivo, página viva de esa Palabra de Dios
y nos concedió a nosotros con el bautismo, con la confirmación, con nuestra
pertenencia a la Iglesia, la capacidad como hijo de Dios que somos, de ser
testigos, es decir con la fuerza del Espíritu Santo, de transmitir la Palabra de
Dios.
Fíjense lo interesante que es esto para tener en cuenta todo lo que vamos a ir
estudiando a lo largo de las próximas secciones sobre el Antiguo Testamento, el
Antiguo Testamento solamente lo podremos entender desde la perspectiva doble
de la revelación como Palabra de Dios, pero como Palabra de Dios que se cumple
en Jesucristo; incluso a veces uno puede pensar o porque le hacen esa pregunta,
caramba ¿Cómo es que ciertas cosas de la historia del pueblo de Israel, que a
veces no entendemos, que se revelaban contra Dios, que se peleaban, que
buscaban la venganza se cumplen en Jesucristo? Porque forma parte de la historia
de salvación que nunca prescindió de la forma humana, como ese pueblo de Dios
se iba acercando al mismo Dios creador, al mismo Dios que le había prometido la
salvación y le prometió que vendría el Salvador, el Mesías Redentor, en la
persona de Jesucristo y cómo después de que Jesús sube al cielo, no deja solos a
sus discípulos, sino que envía la fuerza de su Espíritu, del Espíritu del
Consolador, del Paráclito, del Espíritu Santo, para que tengan valentía,
entusiasmo de anunciar el evangelio, de edificar el Reino de Dios, proclamando
la palabra a tiempo y a destiempo, como la enseñara Pablo o le pedirá Pablo a
Timoteo, y que a ese tiempo y a destiempo se haga en todo lugar, hasta los
confines de la tierra, cómo nos pide el libro de los Hechos de los Apóstoles.
“Las enseñanzas de los Santos Padres —nos dice la número 8 de la Dei Verbum—
testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la
práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la
Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va
conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta
forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su
amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la
Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y
hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).”
Esto nos lo recuerda San Pablo en la Carta a los Colosenses, capítulo 3 versículo
16. Entonces de este número 8 de la Dei Verbum, deducimos que la Tradición es
el conjunto de tradiciones, celebraciones, de cultos y de algunos otros hechos que
han sido transmitidos, para profundizar en el contenido de la Palabra de Dios y
que nos permiten luego tomar una serie de decisiones, como el caso de algunos
Concilios, o también orientar al pueblo de Dios, como es el caso del Magisterio
del Papa y de los Obispos o sencillamente profundizarla en la Teología; por eso
la Teología tiene como fuentes la Palabra de Dios, la tradición viva y la Liturgia,
no entendida como rito solamente sino con ritos que tienen un contenido que
muchas veces aparecen en lo que solemos llamar los sacramentarios.
Si nosotros tenemos en cuenta esto vamos a descubrir qué aquí hay un elemento
que nos diferencia de algunas denominaciones religiosas que se consideran
también cristianas, que no aceptan la Tradición, ellos piensan que sólo la
Escritura basta y sólo la Escritura es la que contiene la Palabra de Dios,
ciertamente que la Palabra de Dios está completamente presente en la Escritura,
pero también —como ya lo hemos indicado— del número 8 de la Dei Verbum,
también la Iglesia acepta, proclama y recibe como legado de la revelación, todo
aquello que tiene que ver con la Tradición, —que como ya lo indicamos hace un
momento— significa transmisión, entrega de generación en generación.
También vemos como hay estilos poéticos, diversos, los Salmos, los libros de la
sabiduría, Proverbios, el Eclesiástico, el Eclesiastés, el libro de la Sabiduría,
también los profetas que tiene cada uno su estilo, también responden —como lo
vamos a ver a su debido momento— a las circunstancias propias que estaba
viviendo el pueblo. Y luego en el Nuevo Testamento, los evangelios, los Hechos
de los Apóstoles, las cartas y el Apocalipsis. Seguimos en el número 11 de la Dei
Verbum
LA INSPIRACIÓN
Seguimos hablando de la Sagrada Escritura, ya hemos mencionado en varios
momentos el tema de la inspiración. La inspiración es la acción del Espíritu
Santo en los autores sagrados, el Espíritu es el que guía, el que ilumina. La
primera cosa que hay que tener en cuenta es que la inspiración no es una cosa
mecánica, no es que el Espíritu Santo haya agarrado de la mano, “usted tiene que
escribir esto porque es lo que hay que escribir”, no, el Espíritu Santo se vale de
muchas maneras, de muchos modos, para inspirar, puede ser por una inspiración
de contemplación, cómo puedes ser como es el caso por ejemplo de los
evangelios, que el autor sagrado va reuniendo, las diversas tradiciones, algunas
de ellas incluso puesta por escrito, que lo que se suele llamar las logias o el de
trasmitidas en las predicaciones de los Apóstoles, para luego con su estilo propio
cada uno de los evangelistas, como también de los profetas, transmitir lo que el
Espíritu Santo quiere que se transmita, la inspiración es pues acción del Espíritu
Santo, respetando la libertad del autor y por eso respeta su estilo, si fuera el
Espíritu Santo el que hubiera agarrado la mano de todos y cada uno de los
escritores sagrados, pues sencillamente tendría el mismo estilo, los mismos
vocabularios, las mismas organizaciones de todos los textos; por eso se respeta la
libertad del autor, su estilo, sus condiciones, su cultura y muchas veces, —como
bien lo veremos también a su debido momento en el correr de este curso—
muchas veces, más que un autor, es un conjunto de autores, propios, unidos en
una escuela, como es el caso por ejemplo de la carta a los Hebreos, que
posiblemente haya sido de varios discípulos, o de un discípulo que recogió
también la enseñanza de otros condiscípulos y de Pablo; como es el caso también
de las tres cartas y el evangelio de San Juan, que bajo inspiración del Espíritu
Santo y desde el Espíritu Santo con San Juan, se hizo conocer a través de las
expresiones propias de la comunidad eclesial joanica, o de San Juan.
También el Espíritu Santo, en esta acción de inspiración, respeta los aspectos
culturales e históricos.
Veíamos al inicio de este curso, como por ejemplo el concepto dabar Palabra, es
traducido en griego por logos, en latín por Verbum, porque no había formas
quizás en aquella época de traducirlo para transparentar el sentido de lo que
conlleva el término dabar, eso es el trabajo de un exégeta, y esto nos vuelve a
indicar que la Palabra de Dios se expresa con palabras humanas, gracias —
ciertamente— a la obra del Espíritu Santo, no es que la Sagrada Escritura haya
llegado del cielo, búsquela en determinado sitio o haya llegado como algunos
pretenden traída por extraterrestre; algunas denominaciones religiosas no
cristianas, incluso dicen que en su libro sagrado (que incluso consideran más
sagrado que en la Biblia) pues lo encontró el autor o el iniciador de su corriente
religiosa, en determinado sitio en unos papiros de cobre, eso no funciona, ni es
así como se realiza la inspiración de la Palabra de Dios, en palabras humanas en
nuestra Biblia.
La misión del Hijo y del Espíritu Santo son inseparables y constituyen una única
economía de la salvación, es decir un mismo misterio de salvación, el mismo
Espíritu que actúa en la Encarnación del Verbo, de la Palabra, del Logos —según
las traducciones que tengamos— en el seno de la Virgen Maria, es el mismo que
guía a Jesús, a lo largo de toda su misión, y que será prometido a los discípulos,
el mismo Espíritu que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en la
tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles, es el
mismo Espíritu finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras,
esto lo vemos en el Verbum Domini número 15 escrito por el Papa Benedicto
XVI, fíjense que con palabras sencillas nos está indicando el sentido de esa
inspiración. Es una inspiración guiada por el Espíritu Santo, que incluso a la
Palabra que se hizo carne, lo acompañó para poner en práctica lo que el profeta
había anunciado y que el Hijo de Dios en la sinagoga de Nazaret, como lo
recuerda el capítulo 4 de San Lucas, se auto arrogó “El Espíritu del Señor está
sobre mí, me ha enviado para anunciar el evangelio y dar la salvación, etcétera,…
y todo esto se cumple hoy”. Bueno es el Espíritu Santo el que guía también, en
compañía de comunión, lo que el Padre quiere del Hijo qué es el anuncio vivo
como Palabra Encarnada de la Salvación.
El Espíritu Santo, por otra parte, inspira a la Iglesia y a los creyentes para
aceptar y escuchar la Palabra, no podemos pensar que la inspiración se acabó,
no; se acabó en cuanto que ya se cerró el canon de las Escrituras, pero la
inspiración sigue, ya desde otra perspectiva porque el Espíritu Santo le da a la
Iglesia y a todos los creyentes y a los hombres de buena voluntad que
también interpretan rectamente la Sagrada Escritura, la capacidad para
aceptar y escuchar esa palabra de salvación.
Voy a poner el primer ejemplo, un ejemplo que a lo largo de nuestro curso pues
irán surgiendo, fíjense ¿Qué fue lo primero que creo Dios en el libro del Génesis?
La luz, y cuatro o cinco días después, habla de que creó en el cielo las estrellas, el
sol, las luminarias para iluminar a la humanidad; entonces ¿ahí hay un elemento
contradictorio? No, porque la luz de la cual habla que el autor sagrado, es la luz
de la vida; del caos, de la oscuridad plena, de la nada, surge la creación y surge
como luz, un concepto que luego en la Sagrada Escritura, se va a desarrollar,
porque implicará la verdad de Dios y la salvación. Si nosotros acudimos, como
muchas veces se acude, pensando que éste es un libro científico, vamos a decir
que no es un libro científico, aunque contenga algunos elementos que puedan ser
de carácter científico, pero en este caso fíjense que la palabra humana va por un
lado de lo que puede ser la interpretación fundamentalista, rigorista, literal del
texto de la Escritura.
El Espíritu Santo nos ha dado sus dones, con los cuales podemos escuchar lo que
él inspiró a los autores sagrados, dones para interpretar, como es el caso de los
tres dones del entendimiento, de la sabiduría y de la ciencia; dones para ponerlos
en práctica a través de nuestra conducta, como es el caso del consejo y de la
fortaleza y dones que nos permiten orientar no solamente nuestra vida, sino hacer
que entonces que esta vida esté centrada en Dios que se revela de manera
especial en la Palabra de Dios, que son el don de la piedad y el don del temor de
Dios. Así pues, por el Espíritu Santo, nosotros reconocemos la importancia del
autor humano que ha escrito, sus diversos escritos —valga la redundancia— que
ha escrito sus expresiones de libros, de poesías, etcétera, con la inspiración del
Espíritu Santo.
¿Cómo llega esa inspiración? Bueno, es un don, una gracia, que no es medible,
que no es cuantificable, pero que ciertamente existe. El Espíritu Santo nos ha
dado pues sus dones, —ya lo hemos dicho— con los cuales podemos escuchar lo
que él inspiró a los autores sagrados. Fíjense bien, el Espíritu Santo que inspira a
los escritores, a los autores sagrados, también nos da a nosotros la capacidad para
entender. Para comprender o para dejarnos guiar por la fuerza, por el dinamismo
interno, que él mismo ha creado en y con los autores sagrados; por analogía
entonces podríamos decir, que si leemos, cómo debemos hacerlo con fe y
atención a la inspiración del Espíritu Santo, lo que fue escrito, eso que fue
escrito, nos permite convertirnos en lectores sagrados. Esto hay que tenerlo en
cuenta, somos lectores sagrados, de libros escritos por autores
sagrados, lectores sagrados significa que nos dejamos llevar por la fuerza del
Espíritu Santo, que nos dejamos llevar por la fuerza de la revelación, que nos
dejamos llevar por esa Palabra de Vida Eterna.
Esta Sagrada Escritura, con los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, decimos
que está encerrada en lo que se llama el Canon de la Iglesia. El Canon de la
Iglesia, ya es una decisión posterior —ciertamente— motivada, dirigida, guiada
por el Espíritu Santo, para determinar cuáles son los libros que verdaderamente
se componen o que componen la Sagrada Escritura. Algunas denominaciones
protestantes no aceptan todos los libros, por qué consideran que algunos no son
completamente de la Palabra de Dios y por eso en las biblias, muchas veces,
sobre todo las biblias que han sido traducidas por equipos ecuménicos, se hablan
de los libros canónicos y deuterocanónicos, deuteros que significa en un
segundo momento, deuterocanónicos, es decir, reconocidos posteriormente
como canónicos.
La actitud con la que hay que acudir a la Biblia, la Palabra de Dios, pues es una
actitud dijéramos triple: De fe, porque vamos a encontrar Palabra viva de Dios,
no podemos acudir a la Biblia como si se tratara de un libro histórico, un libro
religioso más, como algunos pretenden y por eso muchas veces cuando hay
algunas interpretaciones, vamos a llamarlas así “haladas de los cabellos” como
décimo en el lenguaje popular, es porque no hay fe o porque no se ve la Biblia
como Palabra de Dios, que la fe que me lleva también a poner en práctica pues
esa palabra, palabra de vida eterna.
Por otra parte, hay que leerla con la actitud de Dios y la actitud de Dios está
definida en el capítulo 4 versículo 8 de la primera Carta de San Juan DIOS ES
AMOR. La Sagrada Escritura transmite el amor de Dios a la humanidad,
tan grande y tan extremo, que envió a su Hijo, como nos lo dice el capítulo 3
de San Juan, para dar la salvación a la humanidad, el amor, es decir hay que
verla con amor.
Una tercera actitud, que tiene mucho que ver con la esperanza, es ver el porqué
y el para qué de la Palabra de Dios. ¿El por qué? Dios que quiere revelarnos
¿Para qué? Para dar la salvación; por tanto con una actitud de esperanza, pero una
actitud de esperanza no demasiado inmanente, “vamos a aguardar a ver si llega
otra vez alguien que nos dé la salvación”, no ya la salvación se realizó y Jesús
vendrá al final de los tiempos, como nos dice la Palabra de Dios, pero vendrá al
final de los tiempos sencillamente para cumplir, para darle plenitud a esto que ha
sido anunciado en la Palabra de Dios y por eso la mejor actitud, para leer la
Palabra de Dios, cuando la estudiamos, cuando preparamos alguna charla, o
una catequesis, cuando preparamos una homilía, o cuando la utilizamos
para la lectio divina, es la actitud de la contemplación, para descubrir en esas
palabras humanas, que a lo mejor en un texto determinado que estamos
estudiando, que estamos orando, que estamos reflexionando nos pueda introducir
en el ámbito de la vida eterna, de la inspiración que Dios nos da; por eso
contemplar en el fondo es convertirse en lector sagrado, como veíamos hace un
momento.
Con esto terminamos esta parte introductoria de este curso, que implica tener
bien en cuenta todo esto, para descubrir en todos los escritos del Antiguo
Testamento, el anuncio de la llegada de la Salvación, en quien desde luego se
hizo Palabra Encarnada, que es Jesucristo. Por eso les invito, que de ahora en
adelante, teniendo en cuenta estas y otras ideas que podamos profundizar en
nuestros estudios personales, y que con el enriquecimiento de lo que cada uno de
los facilitadores va a dar, veamos el Antiguo Testamento, no como un libro de
historia antigua, sino un libro que contiene elementos de historia antigua,
pero en el marco de la historia de la salvación, es decir, que apuntan a la
salvación de todos los seres humanos.
Por otra parte, que lo veamos con actitud de contemplación para
enriquecernos y así también fortalecer nuestra tarea evangelizadora,
nuestra actitud de testimonio, para que otros a través de nosotros también
puedan llegar al conocimiento de Dios, con la palabra de Salvación.