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Mi viento

Junto al soplido del viento se mueven mis pies. Escucho lo que me dice, y lo traduzco en
movimientos. Es un proceso de sentir no solo mi interior sino también el rededor, volver a
empezar, volver a adentrarme en la danza. Todo lo que comienza a suceder en mi cuerpo se
convierte en un lenguaje, y aunque la danza sea un mundo sin palabras, mis movimientos se
pueden leer como cualquier frase. El viento no solo me hace danzar a mí, también mueve las
copas de los árboles, las hojas caídas, el cielo, el mar con sus algas y conchas. Mientras nos mueve
evoca sentimientos, pensamientos y sensaciones que son dignas de ser transmitidas.

Mi primer acercamiento a la danza fue en una sala de cine. Entrenando a papá, fue la película que
vimos ese día. Mi papá molesta diciendo “son las entradas de cine que más me han costado”
refiriéndose a que, gracias a ellas, yo no paraba de decir que quería usar un tutu y entrar a clases
de ballet como la niña de la película. Esas entradas al cine le costaron las clases, el vestuario, y los
transportes.

Un viernes en la tarde, estaba en mis clases habituales de Ballet, yo tenía unos siete años, y estar
en la academia era de mis Pasatiempos favoritos. Ese día no tuvimos una clase normal, nos
llevaron a un salón más grande y habían más adultos de los que normalmente veía en ese lugar.
Tenían cámaras, luces, trípodes. Yo estaba muy confundida. “Niñas deben posar muy bien porque
estas fotos van a salir en una revista, así que todas bien puestas y quieticas” dijo la profe. A mis
compañeras les quedó sonando la palabra revista en la cabeza, todas gritaron de la emoción al
unisonó. “vamos a ser famosas” “saldremos en una revista” decían. Yo seguía algo confundida. Se
suponía que iba a estar en mi clase de ballet, ejercicios de barra, de centro y al final me iban a dar
un solecito por mi buena postura y buen comportamiento. Pero ese día, como dije antes, la clase
no fue normal. Igual me empecé a emocionar por el tema de la revista, y las demás niñas no
dejaban de reír y saltar de la emoción.

Duramos mucho tiempo posando, para mí fue eterno. La profe nos empezó a ver cansadas y dijo,
"la que quería ser modelo de grande, se le arruino el sueño después de esto". Esa frase quedo
sonando en mi cabeza. Y pensé “Si estoy en clases de ballet, si vengo aquí todas las semanas, si me
esfuerzo tanto y soy feliz aquí en la academia de ballet, es para ser bailarina. No para ser modelo u
otra cosa”.

Como todo en esta vida es dinero y el ballet es muy caro, mis papás no podían seguir pagándolo.
Mis preciadas clases de ballet solo duraron un año. Pero aquí no termina mi historia. Seis años
después entre a una pequeña escuela de danza en una iglesia. Me enseñaban Ballet, danza
contemporánea, gimnasia, teoría y Danza Davídica. La última es importante, el termino Davídica
viene del personaje el Rey David, que se le conoce por dar danzas llenas de alegría y gozo a Dios.

Andrea, mi nueva profesora de Danza decía, “el hombre nació con la necesidad de expresarse. La
danza es un regalo de Dios”. Qué mejor forma de expresarnos que con todo nuestro cuerpo, poder
expresar los más profundos sentimientos sin siquiera usar palabras.

Sonaba la música, cerraba mis ojos y empezaba a dejar fluir cada sensación que pasaba por cada
fibra de mi cuerpo para moverme. Desde la posición fetal, arrastraba mi cuerpo por el suelo con
suavidad. Sentía olas en el piso que cada vez me iban levantando más y más, mis brazos y piernas
se transformaban en péndulos moviéndose de un lado a otro. El ritmo de la música subía al tiempo
que mi corazón, al punto de estremecer todo en mí. Esto sentía en cada una de las clases de danza
contemporánea. Era maravilloso sentir eso en cada nervio que atravesaba mi cuerpo.

A parte de expresión y sentimiento, la danza es disciplina. Perseverar, alcanzar, hacer cosas que
uno no cree posibles. ¿Cómo es posible que con solo nuestro cuerpo podamos hacer tantas cosas?
Requiere práctica y esfuerzo. Nuestro cuerpo habla por sí solo, sabe hasta qué punto puede llegar
para no sobreexplotarse, sabe qué puede mover con facilidad y qué no. Es un continuo
reconocimiento de uno mismo. Una de las grandes figuras de la danza moderna americana dijo:

“Tengo la creencia de que aprendemos a través de la práctica. Signifique esto aprender a


bailar practicando danza o aprender a vivir practicando la vida, los principios son los
mismos. En ambos casos, se trata de actuar, realizar un conjunto de acciones precisas,
físicas o intelectuales, de las que emerge la forma de la realización, un sentido del propio
ser, una satisfacción del espíritu. Uno se convierte, en cierto sentido, en un atleta de Dios”
Martha Graham.

La danza es un todo en uno. Es mi herramienta para conectarme con Dios, es una fuente de
expresión, es un mecanismo de salud tanto físico como mental. La danza te libera en todas sus
formas. Maicol es un ejemplo vivo de esto:

Estaba muy triste ese día, incluso molesto. Había discutido con sus amigos, con su mamá y
tenía problemas en el colegio con algunas materias. Ese día en el colegio, a la hora del
descanso, se fue al salón de danza, estaba su profesor de baile, lo vio desanimado puso
música y le dijo “baila lo que sientas” Maicol no entendía de lo que su maestro le decía y lo
miro dudoso. “Baila lo que sientas” repitió el maestro con seguridad. Maicol se levantó y
fue al centro del salón, apenas empezó la música empezó a bailar. Fue como si la danza lo
hubiera consumido, bailo seguido, sin parar durante unos largos veinte minutos. Su
cuerpo lo guiaba, él ya no estaba controlando su cuerpo. Las emociones, todo lo que le
había pasado en el día, estaba siendo expresado con sus movimientos. “Me di cuenta que
solo necesitaba un tiempo para mí, para alejarme de los problemas, un tiempo para
conocer mi cuerpo”. Al terminar de bailar tenía sentimientos positivos en su ser, estaba
extasiado de alegría, la danza lo libero. “Me gusta porque es un momento en donde
encuentro mi espacio personal. La danza se convirtió en mi forma de vida”.

Hace dos años deje la escuela de danza a donde estaba asistiendo. Hice ocho semestres y un año
de profundización, me gradué e iniciamos un grupo de danza, como una “banda”. Ensayábamos, y
hasta diseñamos nuestro propio uniforme. Pero antes de tener nuestra segunda presentación tuve
que dejarlas. Después de 5 años abandone lo que era mi equipo y no fue una decisión tomada a la
ligera.

En resumen, mis horarios chocaban con los de los ensayos. Sentía mucha carga sobre mis
hombros, ya iba a empezar la universidad y tenía que concéntrame en otras cosas. Cansancio físico
y emocional. Practicar, ensayar, ejercitarme. Simplemente necesitaba un descanso. Vivía con un
dolor que me mataba todos los días. Hace unos cuatro años me diagnosticaron escoliosis, que
afecta mi espalda baja, necesitaba fortalecerla (dolía mucho) y había movimientos que ya no podía
hacer por más que me esforzara, me sentía imponente ante mi cuerpo.

Aunque deje de estar en clases, mi amor por la danza sigue vivo. Casi todos los domingos danzo en
la iglesia. Danzar para Dios es un sentimiento que no puedo expresar con palabras, tendrían que
verme para entenderlo. Como dijo Loie Fuller una pionera de la danza moderna “No soy nadie sin
mi vestido”. Yo no soy nadie sin la danza, y aunque no llegue a ser bailarina profesional como
soñaba de niña. La danza hace parte de mí. Tal vez algún día vuelva a clases, eso me haría muy
feliz. Pero por ahora sigo mi proceso sola.

A veces me encierro en mi cuarto, pongo música y empiezo a moverme, sacando todo lo que hay
dentro de mí. Me muevo hacia donde el viento me indica. Mi cuerpo danzante y la naturaleza que
son movidos por el mismo viento. Mi viento es Dios.

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