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Botón de escape

Mi relación con el baile y la manera en la que me hace feliz es lo mejor que me ha pasado en
la vida. La danza me ha acompañado durante muchos años, a través de distintos estilos y
diversos géneros musicales. Desde muy pequeña he adoptado el movimiento de mi cuerpo
como un estilo de vida y sin duda alguna es una de las mejores decisiones que he tomado.
Primero comencé con ballet. Un género clásico y delicado, pero rígido y fuerte a la vez. Me
acompañó durante 4 años, tiempo suficiente para aprender que la disciplina es clave para el
baile y para la vida. Me hizo darme cuenta de que ese estilo no era mi mayor satisfacción,
pero sí que estaba enamorada de la danza. Luego recibí clases de dos géneros al mismo
tiempo: urbanos y contemporáneo, un contraste muy interesante. Por un lado, los estilos
urbanos son fuertes, rígidos, base de muchas formas de expresión que posteriormente
apliqué a mi formación como bailarina. Por el otro lado, la danza contemporánea es ligera,
compañera del suelo, amante de la expresividad. Ambos estilos me caracterizan porque me
permiten experimentar desde el interior de mi cuerpo sensaciones que me dan vida. Hoy en
día solo me acompañan el género urbano y sus derivados.
La danza es mi botón de escape. Me transporta a un lugar en el cual me olvido de aquello
que me rodea y solo somos la música y yo. Me siento mal, triste, derrotada, agobiada o incluso
sin ganas de hacer nada, y es el momento perfecto para tocar el botón y que el baile destruya
cualquiera de esos pensamientos y me llene de luz, emoción, felicidad, ganas de sentirme
viva por muchos años. Definitivamente, un espacio para drenar cargas negativas y celebrar
las positivas.
Gracias a esta forma de expresión aprendí que para ser feliz no se necesitan muchas cosas;
un poco de música y movimiento es lo mínimo necesario para sentirme invencible. Una
necesidad comparable al agua que bebemos; sin agua no vivimos, sin baile no vivo.

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