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ESCUELA PROVINCIAL DE EDUCACIÓN TÉCNICA

INFORME DE
LECTURA

Alumna: AGUIRRE, Magali Yazmín

Curso: 5º “B”

Rubro: Construcciones civiles

Área: Lengua y literatura

Libro: “El largo atardecer del caminante”


El largo atardecer del caminante

Introducción:
El libro del que se hablará en el siguiente informe, trata de la realidad y la
ficción. El autor de ésta es Abel Posse.

Se sumerge en la relación entre España y América, época de la conquista.

El protagonista es Alvar Núñez Cabeza de Vaca, cuenta sus propias


historias, su pasado y su presente, su gloria y su final.

Se observa en la caracterización del personaje una creciente tendencia al


desengaño y a la crítica, con respecto a todo, pero en especial, a la
situación de España.
Características del protagonista:
El narrador aparece en primera persona singular. Su participación en la
historia es la de protagonista. La novela incluye dos relatos: uno más
cercano al momento de la narración, y otro en un pasado lejano. El
primero trata sobre los acontecimientos vividos por el protagonista a
medida que escribe el segundo. En ambos, el tiempo de la narración es
lineal. Mientras que en el relato de “Álvar Núñez escritor” se utilizan dos
tiempos verbales (Pretérito y presente) indistintamente; en el otro, que
narra la verdadera historia de sus Naufragios, el tiempo verbal
predominante es el pasado.

Esto se ve influido por su propia decadencia física y social. El odio y el


rencor crecen a medida que ve más lejanos sus objetivos.

Resumen:

En primer lugar, hay que hacer una diferencia entre los europeos que han
tenido un profundo contacto con la civilización indígena y aquellos que no
la comprenden por desinterés o desconocimiento.

Dentro del primer grupo se encuentra Álvar Núñez. El protagonista es el


que marca la relación entre España y América en la novela. Todas las
comparaciones están puestas en su discurso. Esto es así por la condición
de Álvar Núñez. Él ha convivido seis años con ellos, se adaptó a las
costumbres y aprendió a respetarlos. Se involucra de una forma muy
especial, dado que forma una familia entre los indígenas. Esta es una
relación de sangre y, como la sangre es la que separa a los indígenas de los
europeos, a Álvar se le descuidan un poco los límites.

En la novela, Álvar se muestra impresionado por la relación de los


chorrucos con la naturaleza: “Nunca podría comprender un oficial del
Consejo de Indias que, desde un punto vista estrictamente natural,
nosotros estabamos comparativamente disminuidos frente a ellos.
Simplemente eran mejores animales de la tierra.”
El protagonista reconoce que aprendió mucho durante sus años de
convivencia, pero, en especial, los indios le enseñaron a no temerle a la
naturaleza. Y es probable que su resignación frente a la muerte también
sea parte de la sabiduría indígena que ha incorporado.

Asimismo, Álvar muestra su asombro por la sencillez e ingenuidad de los


indios, a las que toma por virtudes imprescindibles. Quizá llegue al punto
de la idealización del mundo indígena, pero esto se debe a la comparación
constante que él hace con el mundo europeo, al que describe como
hipócrita, corrompido, en decadencia, y del que dice que arrastra consigo,
en su camino hacia la perdición, a la América recientemente conquistada.
Ve su propia civilización, la cristiana, como un mal creciente, en
expansión, que corrompe. El narrador lo define con las siguientes
palabras: “En donde nosotros entrábamos el mundo inmediatamente
perdía su inocencia. Eramos como la mancha que se extendía más allá de
nuestra voluntad,...”

En ese sentido, Álvar considera a los americanos como seres libres del
pecado original (América tiene un ambiente similar al paraíso bíblico) y va
a apoyar su opinión a lo largo del relato. En su última alusión al tema,
resume la idea que enunció anteriormente: “No, [dice Álvar] los
americanos no tienen nada que ver con Adán. [...] Somos sólo nosotros
quienes los hemos sacado de la eternidad y los hemos metido en sayal de
los pecadores.”

Todas estas críticas a España se dan porque el personaje conoce otra


cultura. El personaje se da cuenta de lo mal que está su mundo cuando
conoce a fondo otro mundo y los puede comparar. Es el “mirar desde
afuera” de Octavio Paz.

Por otra parte, están los que no conocen a fondo la cultura indígena, y no
ven más que a bárbaros e idólatras. Sin embargo, dentro de este mismo
grupo existen aquellos que, sin conocerlos, no niegan la existencia de una
civilización indígena, de un mundo americano anterior a la intrusión
europea.

Según el texto de Abel Posse, Hernán Cortés pertenecía a este grupo. En


una conversación con Álvar Núñez, Cortés reconoce: “Nunca los he
conocido... Los traté sólo para manejarlos, para vencerlos. [...] Pero en
todo caso nunca los hemos descubierto. Más bien los hemos sepultado...”

Aquí, Cabeza de Vaca coincide con él: “No era un nuevo mundo. Era otro
mundo.” Y luego dice: “No fuimos a descubrir, que es conocer; sino a
desconocer”. De esta manera, Álvar determina una cierta independencia
entre América y España: el Nuevo Mundo no es gracias a la llegada de los
colonizadores, sino que ya era, mucho antes de que los extranjeros
pusieran su pie en una de sus costas. Muy por el contrario, los
conquistadores de su época, están haciendo que la América precolombina
pierda su esencia (sus costumbres, su religión, y, junto con ellas, su
inocencia).

Al mismo tiempo, se desarrollaba en Europa la discusión sobre la


naturaleza de sus seres –los indios- americanos. Finalmente, el Papa Pablo
III “los declaró definitivamente humanos”. A partir de esto se inició una
nueva discusión acerca de si los indios tendrían alma o no. Si era verdad
que la tenían, entonces también era verdad que podían ser condenados
por sus cultos paganos. Y aquí el mundo civilizado encontró la excusa
perfecta para su colonización. Pero, para muchos, los indígenas
significaban poco más que animales. Esto se ve, por ejemplo, en la actitud
inconmovible que Videla y Salazar tuvieron con Amaría, a quien el primero
“maltrataba y despreciaba”, al soltar el mastín “para poner a prueba el
olfato”.

Algunos veían a América como un paraíso terrenal. Pero no de la misma


manera que Álvar Núñez, cuando se refiere a las Cataratas del Iguazú
(“Por un instante, apenas una hora quizás, estuvimos en el portal del
Paraíso Terrenal. Todos lo tenemos a esto por cierto. No podríamos, sin
embargo, demostrárselo a nadie...”; sino como un lugar en donde podrían
enriquecerse rápidamente y a cualquier costo.

Pero la idea que predominaba era la del Nuevo Mundo, la Nueva España;
continente para descubrir, no para conocer.
El punto de vista indígena sobre los españoles fue cambiando a medida
que crecía un desengaño generalizado, según cuenta el protagonista: “...se
tenían, desde el mar de los Caribes, noticias muy contradictorias que
oscilaban entre la creencia en un retorno de dioses barbados civilizadores
–reencarnación de Quetzacóatl- y una invasión de detestables y
criminosos tzizimines, demonios enanos venidos del mar, capaces de todo
crimen, acosados por una lujuria insaciable, entusiastas ladrones, guiados
por un dios que había sido condenado a muerte, mediante la tortura de la
cruz por algún motivo muy poco claro o por entonces muy mal entendido,
ya que el mismo pueblo, según la leyenda que repetían los blancos
barbados, habían preferido dejar en libertad al ladrón, al asesino, y no a
él.”. Muestra claramente la consternación y el descreimiento que la
religión cristiana causaba en los indios. Aunque fuera el Verdadero, no
podían aceptar a un Dios que trajera tantos males para su gente y que
quebrara con las creencias de sus antepasados. Esta última visión es la que
finalmente adopta el protagonista.

Cuando Álvar Núñez intenta hablarles sobre el catolicismo, los chorrucos


lo miran con escepticismo, como a un loco inofensivo. Casi con
compasión. De la misma manera, reaccionó Dulján cuando Álvar le habló
sobre la pena por brujería: “Se río piadosamente y me explicó que el
curandero, el brujo, no existe. [...] tus gentes son muy tontas, me parece
que no son más que gentes llenas de miedo.”. El protagonista cuenta este
episodio con suma admiración, como si el jefe indígena le hubiera
confesado un importante secreto.

Y mientras que los españoles siempre (o en la mayoría de los casos) se ven


a sí mismos como seres superiores frente a los indígenas, éstos opinan
que tanto ellos como los otros son sólo “una prueba”, poniéndose así al
mismo nivel. Sobre esto, Dulján le comenta a Álvar: “-Blanco, ya sabemos
que ustedes no son los dioses. No son mejores. Creíamos que eran los
esperados, los venidos del mar. [...] Fue un desengaño muy triste.
Creíamos que traíais las nuevas fundaciones, el nuevo Sol... Sabemos que
vosotros también sois sólo una prueba, hombres de paja, como nosotros,
apenas muñecos, aunque a vosotros falta aún mucho tiempo para
saberlo... Tenéis la fuerza, todavía, de los que se creen verdaderos.
Vosotros y nosotros: apenas muñecos, apenas una prueba del Dador de la
Vida.”. Tal vez Cortés tenía razón cuando aseguraba que los indios “No
creían más en el hombre, en los hombres, ni en ellos mismos...”

 Naufragios

Álvar Nuñez escribió estos relatos a modo de informe para el Rey de


España, en el momento en que regresa a Europa “...traer a Vuestra
Magestad relación de lo que en diez años que por muchas y muy estrañas
tierras que anduve perdido y en cueros, pudiesse saber y ver, ...” (cfr.
Prohemio de los Naufragios) . Las anécdotas no incluidas en el mismo, son
las más importantes de las que le sucedieron durante su estancia en esas
tierras. A la vez, éstas son las más comprometedoras y que podrían
haberlo llevado a una precipitada caída entre la gloria y el fracaso, razón
por la cual no las incluye. Estas “evasiones”, fueron percibidas por varios
personas. Por ejemplo, el historiador Oviedo llega a decirle: “Cuando se
leen sus Naufragios uno tiene la sensación de que usted oculta más de lo
que cuenta”.

Al cambiar el contexto en que desarrollará la escritura (ya no es un


informe oficial), se modificará lo que en ella se revele. Álvar lo llama
“libertad de papel”, ya que sabe que sus textos no serán leídos hasta
después de su muerte, por lo que redacta para “sí mismo”, sin tapujos ni
restricciones. “Si tuviera que escribir para Lucinda sería algo tan mentido y
empacado como mis Naufragios y Comentarios.”

Sin embargo, él decide tomar los Naufragios como base de su nuevo


camino por el papel, debido a que cuando realizó la confección de este
último, los recuerdos se encontraban más “frescos”, se remitía a un
pasado reciente.

 La inquisición

Álvar pertenecía al tribunal de la Inquisición, no porque compartiera la


ideología de la misma sino por imposición, debido a que si se hubiera
negado habría provocado sospechas y podría haber sido acusado de
hereje. Él estaba en total desacuerdo con la acción que realizaba ésta, ya
que creía que imponía una desmesurada censura.
Por otro lado, si los inquisidores se hubieran enterado de la estrecha
relación que Cabeza de Vaca mantuvo con la población indígena, éste
hubiera sido severamente castigado, hasta con la muerte. “Yo, el brujo de
Malhado, tenía muchos más títulos para ser condenado que cualquiera de
esos infelices, sin embargo, me tocaba estar del lado de los jueces, de los
custodios del orden”

Su crítica a la Santa Inquisición se basa en que ésta no reprendía para


defender la fe, sino para satisfacer los requerimientos de los poderosos
del Imperio y mantener sus intereses y poder “Hay que aterrorizar para
conservar la fe”. Además, señala que el verdadero objetivo de la conquista
no era “salvar” a los pueblos americanos de sus falsas creencia, sino
apropiarse de las riquezas del Nuevo Mundo.

“Sólo la fe cura, sólo la bondad conquista.”

 Otredad

El caso de Álvar Núñez –protagonista y narrador- es muy particular,


porque posee no uno, ni dos “otros” (como le sucede al Inca Garcilaso),
sino tres otros, debido a un conflicto con su personalidad.

El pronombre ellos, la tercera persona plural, adquiere, por esta razón, un


nuevo significado: ya no se refiere a “ellos, los indios” o “ellos, los
españoles”. Aunque en muchas oportunidades les dará estos usos, hay
uno nuevo que se diferencia del resto y es “Álvar Núñez Cabeza de Vaca y
el otro (o los otros) Álvar Núñez”. El protagonista se diferencia de sí
mismo en el pasado. Se desconoce, se añora. Por eso se diferencia.

Esta multiplicidad se ve marcada por dos factores determinantes: el


tiempo transcurrido y su vivencia en América, ambos relacionados.

Los otros determinados por el tiempo son tres: uno, joven, esbelto,
glorioso. El verdadero caminante y náufrago.

El otro Álvar Núñez se divide en dos: uno, escritor, el que recuerda, el


náufrago –derrotado, fracasado- y el caminante –por las blancas hojas -.
Es el que conecta a Cabeza de Vaca con su yo lector, el más pasivo y lejano
de los tres.
A través de la obra, el protagonista nos muestra que cada uno es
dependiente de los otros dos: los tres Álvar Núñez se necesitan y se
complementan: “Sólo a mí mismo me puedo contar mi verdadera historia.
Esas vidas de ese otro que siempre andan escabulléndose y disfrazándose
como un gran delincuente buscado por todos los poderes y todas las
buenas opiniones.”. Y luego cuenta: “Surgía aquí, en la azotea, aquel otro
Cabeza de Vaca frente al que muere en un largo atardecer. [...] Creo que
me miró sin prepotencia: soy apenas su escribiente, su muriente. Soy su
tumba, su memoria. (Él podrá despreciarme, pero sin mí y mis cuartillas,
no existiría).”

Y, sin embargo, no siempre es sincero consigo mismo, como cuando contó


la historia de su tercer hija: dijo que había tenido que matarla, y que se
había sentido “como hombre de ellos, de ese mundo y no del cristiano.”.
Le cuesta caer en sí mismo, lo cual, dice, no es fácil. Debe convencerse de
que no habrá otro lector, más allá de él mismo, sino hasta dentro de
muchos años después de su muerte, para poder dejar su orgullo de lado.

Tanto el escritor como el lector dan el tiempo de la narración (y tiempo de


la acción presente), mientras que el caminante es claramente anterior (en
tiempo de la acción, pasado). Cada vez que escribe, los tres Álvar Núñez se
reúnen, se encuentran y hasta se saludan: “Me visto como para visitarme
a mí mismo y dialogar con los otros Álvar Núñez Cabeza de Vaca, los que
ya murieron o merodean dentro de mí como almas en pena. [...] Bastaría
hasta que me salude a mí mismo.”

Álvar se empeña en ser una persona de alcurnia, como lo fueron su abuelo


y su madre, y se viste como si verdaderamente fuese a visitar a una
persona de la alta sociedad. Pero, por momentos, parece dudar acerca de
si su pasado fue verdadero o fue tan sólo una ilusión, como tantas otras
que se le aparecen en forma de fantasmas o de sombras mientras
recuerda. Enseguida vuelve en sí, retoma su escritura, ya seguro de sí
mismo, seguro de su otro, el caminante Cabeza de Vaca.

Mientras recuerda y escribe, revive parte de su antigua vitalidad, y es


como si su otro reencarnara en el ya deshecho Álvar Núñez. Esto hace que
cada vez añore con mayor nostalgia aquellos días, y lo incita a seguir
escribiendo. Y se pregunta: “¿Ese Álvar se asomará así, poderoso y
sarcástico para curiosear el velatorio de este abuelo escribiente, este viejo
que vive de la memoria de sus restos?”

Hasta aquí, encontramos tres Álvar Núñez que se diferencian por sus
acciones. Podríamos decir, entonces, que esta distinción se da desde el
punto de vista de Álvar, el escritor, el narrador y protagonista. Sus otros
no son tales sino sólo para él. Cualquier persona vería a un mismo Álvar
Núñez, que es responsable de las tres acciones.

Pero, además de esto, existe un Álvar Núñez Cabeza de Vaca que está
relacionado con su negación a su propia identidad, a ser español. Aunque
ésta también es una distinción desde su punto de vista, puesto que nadie
ha tomado muy en cuenta su identificación con los indígenas, existe una
diferencia muy profunda entre estas dos personalidades y las tres
anteriores, y es que si alguien supiera que él cree en tres Álvar, lo creería,
posiblemente, un viejo loco. En cambio, si descubrieran su personalidad (y
su familia) india, podrían condenarlo a muerte por herejía. Y él lo sabe. En
parte por eso mantiene sus nuevos escritos en secreto.

Muchas veces Álvar Núñez cuenta acerca de su cambio. Y se llama se


llama sí mismo “un otro”, esto es, un otro desde el punto de vista español.
Desde el momento en que se encuentra con los conquistadores, en
América, descubre que él ya no pertenece a esa cultura: “Era otra vez don
Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el señor de Xerés. Pero era otro, por más que
yo simulase. Era ya, para siempre, otro.”

Se siente ajeno, distante, aunque se hace responsable de los males


causados en América al utilizar la primera persona plural (“Eramos como
una mancha que se extendía...”, se desentiende de la España de su
tiempo: “No era yo. Era un actor. Un histrión. Actuaba de español
pleno...”; “Yo no era un hombre fiel al imperio. Yo era un ´otro´ (ese que
tanto inquietara al viejo Fernández de Oviedo). Tenía mi propósito.”

Este otro estaba representado por nosotros en sus Naufragios. Es el otro


que no es ni totalmente español ni totalmente indio. Cuando le preguntan
a Álvar por la naturaleza de ese nosotros, responde: “Tal vez me haya
querido referir a los que ya no podemos ser ni tan indios ni tan cristianos...
[...] Tal vez hubo un momento en que, en efecto, empezó a haber
cristianos, indios y nosotros... Nosotros, simplemente.”

Lo mismo le ocurre a Cieza de León, que, como el narrador nos cuenta, fue
llevado a las Indias cuando era aún muy niño: “A su modo, se transformó
en un ´otro´. Ni tan español ni indio.”. Esto es, exactamente, lo que Álvar
Núñez piensa en sí mismo: que no es uno, sino muchos, que se juntan
para morir en un largo atardecer.

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