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La intención manifiesta de dejar atrás los viejos dolores de la historia -que han
sido sepultados con el propósito de no dejar ni siquiera vestigios- sabiendo que
sólo el olvido “rubrica la muerte”, sólo fue eso: un intento. La memoria nos da
alcance. Neruda siglos después interrogaba desde la poesía: señaladme la piedra
en que caísteis y la madera en que os crucificaron.
En las mismas argumentaciones con que los europeos en general consideraban a
los habitantes del Nuevo Mundo como homúnculos, criaturas que sólo tenían
vestigios de humanidad, se encuentra la razón contraria.
Es imposible no oír el dolor de las víctimas, en tantos lugares y en distintos
tiempos de horror de este "planeta de infortunios". El recuerdo como eco de las
penalidades a que ha sobrevivido la condición humana nos demuestra una y otra
vez que el mal, como dice Semprún, “es uno de los proyectos posibles de la
libertad constitutiva del hombre”.
Partimos del supuesto que ningún genocidio ha de ser justificado y las razones
que se invocan para excusar a los victimarios, como los contextos históricos y
culturales, no pueden actuar ni siquiera como atenuantes.
Ya contemporáneos de la conquista como Fray Antonio de Montesinos provocó el
escándalo de los señores de Santo Domingo cuando pronunció delante de ellos,
encabezados por el necio Diego Colón, su célebre sermón de 1511:
”Decid: ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables
guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, donde tan
infinitas de ellas con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo
los tenéis tan opresos y fatigados sin darles de comer, ni curarlos en sus
enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dáis incurren y se os mueren
y, por mejor decir, los matáis para sacar y adquirir oro cada día?”.
En 1542 el misionero franciscano Toribio de Benavente, Motolinia, advertía sobre
los españoles: “...se hacen servir y temer como si fuesen señores absolutos y
naturales, y nunca están contentos; a doquiera que están todo lo enconan y
corrompen, hediondos como carne dañada y no se aplican a hacer nada sino
mandar; son zánganos que comen miel que labran las pobres abejas, que son los
indios”.
En los primeros 50 años de la Conquista la población indígena de las zonas
dominadas quedó reducida a un 25%. La Escuela Berkeley sostiene que los
25.200.000 que había en México Central en 1519 se redujeron a 1.075.000 en
1605, lo que representaba apenas el 4,25% del total inicial. Según Rowe, los 6
millones de habitantes que tenía Perú en 1532 descendieron a 1.090.000 en 1628.
Otro cálculo indica que los aztecas, mayas e incas sumaban en conjunto entre 70
y 90 millones al producirse la Conquista, de los que en un siglo y medio después
quedaban sólo 3.500.000, o sea apenas el 5% de la cifra más baja. Hernán Cortés
y Francisco Pizarro son los nombres mayores del exterminio. Verdaderos
cruzados contra la condición humana. Semejante genocidio causó la completa
desaparición de cientos de grupos étnicos, y también de un incalculable caudal de
conocimientos.
Esta cruzada contra los indígenas fueron utilizadas todas las armas de
destrucción, de desarraigo, de degradación. Las guerras de exterminio más
crueles y los actos de genocidio más espantosos que registra la historia humana.
Posteriormente la esclavitud consumió millones de indígenas en las minas, en las
plantaciones. La erradicación de sus líderes eruditos, de los artistas y de los
técnicos que dan voz y figura a la civilización, los dejó en estado de orfandad
cultural durante largos períodos.
Sin embargo el anciano Cortés, retirado en su casa de Madrid, era centro de “una
academia que proponía diálogos sobre cuestiones humanísticas y religiosas”. El
hombre era muy admirado por los franciscanos que “en sus historias de la
Conquista” escribieron de él “como el hombre escogido por Dios para allanar el
camino de la evangelización de la humanidad”.
Celebrar el 12 de octubre no deja de ser una perversión. Germán Arciniegas en
1937 ya había escrito que los españoles no descubrieron América, porque no es
posible considerar como descubridores a quienes obligaron a callar el misterio a
velar el encanto del hombre de América. En realidad dice Arciniegas, aquel fue el
tiempo de los conquistadores, de los asesinos, de los antidescubridores, que ya en
su misma tierra se afanaban en suprimir los escandalosos restos de la cultura
árabe, quemando bibliotecas enteras. Arciniegas decía que descubrir y conquistar
son dos posiciones opuestas. Descubrir es una función sutil, desinteresada,
espiritual. Conquistar es una función grosera, material. No podemos -entonces-
celebrar lo que conlleva algunas exigencias, un certificado de olvidos, una firme
garantía de amnesia, una cara de no habernos dado cuenta, de que nunca
habíamos estado aquí, tal como si el mundo, las calles y nosotros hubiéramos sido
creados esta mañana por un Dios algo distraído que nos dejó residuos de una
memoria que no nos pertenece.
Fuentes consultadas:
1) Colombres, Adolfo; A los 500 años del choque de dos mundos; Ediciones del
Sol - CEHASS, Buenos Aires, 1989.
2) Watts, Sheldon; Epidemias y poder; Ediciones Andrés Bello, Barcelona, 1997.
3) Elliott, J. H.; Spain and its World 1500-1700: Selected Essays, Yale University
Press, Londres, 1989.
4) Casalla, Mario; América en el pensamiento de Hegel. Admiración y rechazo;
Catálogos Editora, Buenos Aires, 1992.
5) Herren, Ricardo; La conquista erótica de las Indias, Editorial Planeta, Madrid,
1991.
6) León-Portilla, Miguel; Visión de los vencidos, UNAM, México, 1978.