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Cuenta la leyenda que, en tiempos previos a la Independencia de Chile, en la localidad de Monte Patria, vivía Añañuca, una

bella joven indígena que todos los hombres querían conquistar, pero nadie lograba. Un día llegó al pueblo un minero que andaba
en busca de un tesoro. Al conocer a Añañuca, surgió el amor entre ambos, por lo que decidieron casarse. La pareja fue feliz
durante un tiempo, pero una noche, el joven tuvo un sueño donde un duende le revelaba el lugar en donde se encontraba la mina
que por tanto tiempo buscó. A la mañana siguiente, sin avisarle a nadie, ni siquiera a su mujer, partió a buscarla. Añañuca,
desolada, lo esperó y esperó, pero pasaban los días, las semanas, los meses y el joven minero nunca regresó. Se dice que éste
habría sido víctima del espejismo de la pampa o de algún temporal, causando su desaparición y, presuntamente, su muerte.
Añañuca pronto murió, producto de la gran pena de haber perdido a su amado. Fue enterrada por los pobladores en pleno valle
en un día de suave lluvia. Al día siguiente, salió el sol y todos los vecinos del pueblo pudieron ver un sorprendente suceso. El
lugar donde había sido enterrada la joven se cubrió por una abundante capa de flores rojas. Desde ese momento, se asegura que
esta joven se convirtió en flor, como un gesto de amor a su esposo, ya que de esta manera permanecerían siempre juntos. Así fue
que se le dio a esta flor el nombre de Añañuca.
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Este mito cuenta la historia de Eco, una ninfa que fue maldecida por la diosa Hera con el hecho de perder el habla y no poder
repetir más que la última palabra, de lo que dijeran los demás. Fue así que se retiró a una cueva en la espesura del bosque, a
donde rara vez iban a parar las personas. Sin embargo, un día llegó hasta allí Narciso, hijo de la ninfa Líriope y que había sido
bendecido con una belleza extraordinaria, aunque él no era consciente de ello.
Eco al verlo, sintió que quedaba prendada de él y fue así como comenzó a seguirlo, en cada uno de sus paseos por un riachuelo
cercano. Pero en cierta ocasión, el joven, sintiendo su presencia y mirando hacia atrás, la descubrió a pocos pasos de él, lo que la
avergonzó enormemente. Cuando Narciso se acercó a preguntarle por qué lo perseguía, ella no pudo más que hacer una
repetición de sus últimas palabras.
Pero aprovechando la Naturaleza y los animales que los rodeaban, le hizo entender que lo amaba. Sin embargo, el muchacho
solo se echó a reír de forma fría y la rechazó sin consideración alguna, provocando que Eco volviera a su cueva en donde se dejó
morir de tristeza.
Némesis, la diosa de la venganza, había presenciado todo aquello y quiso vengarse de él. Le provocó una sed intensa que le hizo
dirigirse al riachuelo. Allí, Narciso quedó perturbado al ver su propio reflejo en el agua, pues nunca antes se había visto en
espejo alguno. Tan embelesado quedó con su imagen, que, al querer acercarse más, cayó al agua y se ahogó. En la orilla
crecieron unas flores preciosas, que hoy llevan su nombre.
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Cuenta la leyenda que un buque conocido por el nombre de Caleuche navega por las aguas de Chiloé, en el país de Chile. Al
mando del barco se encuentran brujos poderosos y por las noches ilumina las aguas. El Caleuche solo aparece por las noches y
en su interior se escucha música que atrae a náufragos o tripulantes de otras embarcaciones. En cambio, si una persona que no es
bruja lo mira se convierte en un madero flotante o se hace invisible. Sus tripulantes se convierten entonces en lobos marinos o
aves acuáticas. Los tripulantes del barco tienen ciertas particularidades, como una pierna para andar y son desmemoriados. Por
eso, el secreto de esta embarcación siempre se mantiene a bordo. Dice la leyenda que no hay que mirar al Caleuche porque, a los
que lo hacen, reciben un castigo de los tripulantes, quienes les tuercen la boca o les giran la cabeza hacia la espalda. Quien mira
el barco debe tratar que los tripulantes no se den cuenta. Cuando el Caleuche navega cerca de la costa y se apodera de una
persona, la lleva a las profundidades del mar y le descubre inmensos tesoros, con la condición de no contar lo que ha visto, si lo
hace, su vida corre peligro. Una de las buenas acciones del Caleuche es la de recoger a los náufragos que se encuentran en las
profundidades del mar y los acoge para siempre.

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En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido, se escucha una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes
del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los
labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de
la noche con su gemido eterno.
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos
que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora,
y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa
campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos
de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa
trastornadora, y se dedicó a imitarías.
Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus
compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las
metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen
completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró de la capital y volvió a la casa
paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era más
profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa forma.
Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos
buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar. De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando
en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que
busca a su hija.

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