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el tarot: 15.

Las virtudes
Análisis de los triunfos de las Virtudes durante el Renacimiento

Archivado en: tarot - 11 diciembre, 2016

En el tarot hay tres triunfos representando las virtudes cristianas: la Templanza, la Justicia
y la Fortaleza. Antes de analizarás recordemos que, desde la Antigüedad, una de las
grandes preocupaciones de la filosofía ha sido definir qué es la virtud, es decir, cuál debe
ser la guía que conduzca el comportamiento humano. Al respecto, durante el Renacimiento
aún estaba vigente el marco teórico que habían definido los grandes intelectuales
cristianos, sobre todo las propuestas del filósofo italiano Tommaso D’Aquino (1224-1274).
En el pensamiento cristiano las virtudes se dividen en dos grandes grupos. Uno comprende
las llamadas virtudes cardinales (o principales), que son cuatro: la templanza, entendida
como el dominio sobre los apetitos concupiscibles; la justicia, que nos lleva a
comportarnos correctamente con los demás; la fortaleza, que es la capacidad de acción y
resistencia, lo que hoy entenderíamos por voluntad; y la prudencia, es decir, el
conocimiento de lo que es correcto. El segundo grupo incluye las virtudes teologales, que
se diferencian de las anteriores porque se reciben directamente de Dios para conocer y
amar a Dios. Estas virtudes son solo tres: la fe, la esperanza y la caridad. Vamos ahora
con las cartas.

Tres virtudes insólitas

Del tarot de Cary Yale se han conservado cuatro virtudes, tres de ellas teologales, pero
es probable que en un origen tuviera siete. La representación de la Fe se atiene a la
tradición iconográfica sobre esta virtud. Es una mujer de porte majestuoso que en una
mano sostiene un gran crucifijo y en la otra un cáliz, un vaso empleado durante la liturgia
que hace referencia simbólica a la consagración de la sangre de Jesús durante la última
cena. Como ocurre en los otros dos triunfos teologales, a sus pies se encuentra un
personaje derrotado. En su día un rótulo sobre su corona decía de quién se trataba, pero
el tiempo, inmisericorde con nuestra curiosidad, ha borrado casi todas las letras. Lo que
ha sobrevivido es ilegible. Aún se distingue algo similar a «…ura…» o «…ma…», pero poco
más. Dado que por el contexto el personaje debe ser un enemigo acérrimo de la fe
cristiana, Ross Caldwell ha propuesto como hipótesis que podría tratarse de Mahoma y
Lothar Teikemeier de Murad, un sultán otomano que estaba poniendo en jaque a la
cristiandad, pero poco más podemos avanzar al respecto hasta que no se analice la carta
con uno de esos artefactos modernos que lo reconstruyen todo bajo la luz de un láser.
Los triunfos de la Fe (izquierda) y la Esperanza (derecha) en el tarot de Cary Yale.

El triunfo de la Esperanza está representado por una mujer orando. Como vimos, a sus
pies se encuentra Judas como símbolo de la desesperanza, la mayor traición que se puede
cometer contra Dios: negar su capacidad de perdón. El brazo de la mujer está atado a un
ancla por el brazo. En la Enciclopedia Católica on line (ACI digital) se lee una buena
explicación sobre este símbolo:

«El ancla, a causa de su gran importancia en la navegación, fue especialmente considerada


desde la antigüedad como un símbolo de seguridad. Los cristianos, por esta razón, al
adoptar el ancla como un símbolo de esperanza en una existencia futura, simplemente
dieron una nueva y superior significado a un emblema que les era familiar.

»En la doctrina cristiana, la virtud de la esperanza ocupa un lugar de gran importancia,


Cristo es la esperanza que nunca falla para aquellos que creen en Él. San Pedro, San Pablo
y algunos otros de los primeros Padres lo expresaron en este sentido, pero es en la Epístola
a los Hebreos donde se conecta por primera vez, la idea de esperanza con el símbolo del
ancla. Las escrituras dicen que tenemos la “Esperanza” colocada delante de nosotros,
“como un ancla del alma, firme y segura” (Hebreos 6,19-20). La esperanza de la que se
habla aquí, no se relaciona a lo terrenal si no a cosas celestiales, y el ancla como símbolo
cristiano, consecuentemente, se refiere solamente a la esperanza de la salvación».

En el triunfo de la Caridad también hay un personaje derrotado en la parte inferior de la


carta. Si alguna vez existió un rótulo que nos permitiera identificarlo, hoy ya no se
encuentra. Kaplan sospechaba que podía tratarse de Herodes, una hipótesis bastante
razonable, aunque tampoco en este caso podemos estar seguros. La mujer lleva un objeto
en la mano derecha que parece un cáliz y con la izquierda sostiene un niño que está
mamando, signo de amor. Tiene un vestido rojo bajo la capa, al igual que las demás
virtudes, símbolo de la sangre de Cristo, o al menos eso es lo que decía Cesare Ripa en
su Iconología (1593):

«Caridad: mujer vestida con un hábito rojo que en la mano derecha tiene un corazón
ardiente y con la izquierda abraza un niño. La Caridad es un hábito [en el sentido que le
da Aquino, costumbre, manera de comportarse] de la voluntad infundido por Dios, por el
cual le amamos a Él como nuestro último fin y al prójimo como a nosotros mismos […]. Y
se representa con el corazón ardiente en la mano y con el niño en el brazo para mostrar
que la Caridad es afecto puro y ardiente en el alma hacia Dios y las criaturas [humanas
en la Tierra]».

Además de estos tres triunfos alegóricos de las virtudes teologales, en la baraja de Cary
Yale también se conserva el triunfo de la Fortaleza, una de las cuatro virtudes cardinales.
Es una mujer coronada abriendo las fauces de un león, una imagen que probablemente
deriva del episodio de Sansón y el león de Tamna.
Los triunfos de la Caridad (izquierda) y la Fortaleza (derecha) del tarot de Cary Yale.

Dos hombres entre las virtudes

Las virtudes teologales desaparecieron de los siguientes tarots por alguna razón
desconocida, quizás por la gravedad y trascendencia de su significado, y ya en tarot de
Pierpont Morgan encontramos solo las tres virtudes cardinales que serán habituales: la
Justicia, la Fortaleza y la Templanza. Desde una perspectiva iconográfica, lo más llamativo
en esta baraja es la aparición de dos hombres infiltrados entre las virtudes. El primero se
encuentra en la parte superior del triunfo de la Justicia, donde hay un personaje con una
armadura negra cabalgando un brioso corcel blanco espada en mano. Se ha señalado que
podría tratarse del arcángel san Miguel, heraldo de la justicia divina, pero también podría
referirse a Francesco Sforza. En cualquier caso, no modificaría el sentido alegórico del
naipe. Más curioso es el caso de la Fortaleza, donde la figura femenina fue sustituida por
un hombre. No ya en el tarot, sino en el arte y la literatura en general, lo común es que
las virtudes estén representadas por mujeres, por lo que este cambio de género resulta
intrigante.

De izquierda a derecha, los triunfos de la Justicia, la Fortaleza y la Templanza del tarot de


Pierpont Morgan.

Por analogía con las demás barajas, la primera tentación es asociar este enigmático
personaje con Sansón, pero hay un detalle que no cuadra con este héroe bíblico. En vez
de luchar contra el león con las manos desnudas, armado tan solo con la «fuerza de Dios»,
empuña una clava de madera, un arma característica del héroe grecolatino Heracles. De
hecho, en la descripción de Ripa de la virtud de la fortaleza leemos que se puede
representar como «una mujer con una clava parecida a la de Heracles venciendo a un
gran león». Y también el león forma parte de la leyenda de Heracles. En una ocasión se
enfrentó a una bestia monstruosa, el León de Nemea, que tenía la piel tan dura que debió
matarlo con sus propias manos. Sin embargo, si efectivamente se trata de Heracles, cabe
preguntarse ¿cómo ha ido a parar este héroe clásico entre las virtudes?

Desde tiempos antiguos, Heracles ha sido el héroe por excelencia y durante el Medioevo
y el Renacimiento simbolizó en más de una ocasión el papel de héroe virtuoso enfrentado
al mal. Además, también debemos tener en cuenta que, durante la segunda mitad del
siglo XV, en el norte de Italia imperaba una gran admiración por este héroe en consonancia
con el creciente ensalzamiento de lo clásico. Baste pensar, por ejemplo, que Niccolò III
d’Este llamó Ercole a uno de sus hijos, al igual que lo hizo tiempo después, en 1493,
Ludovico Sforza con su primogénito, Maximiliano Ercole. En este sentido es destacable
que el apellido Sforza significa literalmente «fuerza», por lo que no podemos descartar
que fuera una manera de identificar a Francesco Sforza o a otro familiar con Heracles, con
la virtud de la fortaleza entendida como la fuerza, tal y como ha señalado Ross Caldwell.
Sin embargo, creo que también podría explicarse por otra razón más curiosa.

Las dos estatuas de Heracles que lucían sobre la puerta Margherita, demolida en 1910, se
conservan hoy en la Loggia dei Mliti. © Gonzo.
El triunfo de la Fortaleza forma parte de las seis cartas que se añadieron a la baraja, ya
fuera para reemplazar unas preexistentes que estaban deterioradas, ya fuera para
adecuar una baraja de catorce triunfos al nuevo patrón de veintidós. Las catorce cartas
originales, sin duda, salieron del taller de los hermanos Bembo en Cremona. De las otras
seis ignoramos el autor, pero es evidente que no fueron pintadas por las mismas manos.
Obsérvese, por ejemplo, el león de esta carta, que con esas zampas esmirriadas asemeja
más a un grillo que a los majestuosos leones que pintó Bembo en el códice Palatino 556.
Ahora bien, dado que en las seis cartas añadidas también aparece el acantilado en la parte
inferior, un elemento pictórico original y único de este tarot, podemos sospechar que estas
seis cartas también fueron realizadas en Cremona, la ciudad predilecta de Bianca Maria,
la ciudad donde solía pasar las vacaciones, un período de ocio donde se juega
especialmente a las cartas. Y Cremona estaba muy relacionada con Heracles.

A decir de la tradición local, la ciudad de Cremona había sido fundada por Heracles, tal y
como se indicaba a quien entraba en la ciudad por la puerta Margherita, donde se alzaban
dos estatuas dedicadas al héroe. Según la leyenda, tantas veces repetida por los cronistas,
la zona estaba infestada de ladrones del tamaño de gigantes. Heracles los derrotó a todos
y ayudó a los habitantes a fundar una nueva ciudad que recibió el nombre de Cremona
Hercúlea. Por lo tanto, quizás en este triunfo se estuviera representando una
manifestación de la fuerza de los Sforza, Bianca Maria incluida, y su relación con la ciudad
de Cremona, equiparable a la del antiguo Heracles.

Sansón y el alce

Del tarot de los Medici se han conservado, al menos, las tres virtudes habituales del tarot.
La Fortaleza aparece rompiendo una columna con las manos, una representación que
también encontramos en otros tarots, como la hoja de Rosenwald. En una definición entre
varias, Ripa decía que la fortaleza debía representarse como una «mujer armada y vestida
de color leonado [anaranjado], color este que significa fortaleza por ser similar al del león,
apoyada a una columna, porque es la parte más fuerte de un edificio y sostiene las
demás». Sin embargo, aunque Ripa no dice nada al respecto, estoy de acuerdo con la
interpretación de Andrea Vitali, quien relaciona la columna rota con el episodio de Sansón
en el templo del dios Dagon (Jueces, 16). La historia es bien conocida. Sansón confiesa a
su amante Dalila que el secreto de su fuerza prodigiosa es resultado de que nunca se ha
cortado el pelo. Tras cortarle las siete trenzas mientras dormía, los filisteos capturan a
Sansón, le sacan los ojos y le encierran en la cárcel, donde poco a poco vuelve a crecerle
la melena. Un día le llevaron al templo de Dagon para mofarse de él y Sansón tiró las
columnas que lo sostenían, asesinando así a todos los presentes en lo que podría
considerarse uno de los primeros atentados suicidas contra la población civil de la historia.
Las tres virtudes del tarot de los Medici. De izquierda a derecha, la Justicia, la Fortaleza y
la Templanza. Tanto en este tarot como en las minchiate, la Fortaleza suele representarse
con una columna, ya esté rompiéndola o sosteniéndola, lo cual quizás haga referencia en
el primer caso a las columnas que tiró Sansón.

En el triunfo de la Templanza vemos una de las representaciones habituales de esta


alegoría: una mujer echando agua de un vaso a otro en el que hay vino. Desconozco el
origen cierto de este arquetipo iconográfico, pero lo más probable es que estuviera
inspirado en la antigua costumbre de los banquetes griegos de ir echando más o menos
agua al vino de los comensales para que la conversación se mantuviera en su justo tono:
animada por efecto del vino, pero sin tener el pensamiento obnubilado por la embriaguez.
¿Diana en el tarot de Alessandro Sforza?

Andrea Vitali también relaciona con la templanza una de las cartas más fascinantes que
conozco, la mujer sentada en un ciervo de grandes astas del tarot de Alessandro Sforza.
Aunque apenas se distingue ya, en la mano izquierda sostiene una jarra con la que está
versando algo sobre la otra, que apoya sobre su sexo. ¿Sujetaba también en esta mano
otra jarra? Imposible de saber a simple vista. La imagen de una mujer desnuda sobre un
ciervo se puede relacionar con el mito de Diana y Acteón. La diosa virginal Diana fue
sorprendida desnuda por un mortal llamado Acteón y como castigo lo transformó en un
ciervo que terminó siendo cazado por sus propios perros. En el Renacimiento, este
episodio se asociaba con la idea de castidad, por lo que cabe preguntarse si existe alguna
relación entre la castidad, la templanza y el mito que pudiera haberse reflejado en este
triunfo. Vitali sostiene que sí existía dado que:

«En la mitología, Diana es una diosa virginal: su rito constante es el gesto de sacar y
verter agua, elemento de regeneración y purificación. Por esta razón, en Roma los templos
de las vírgenes vestales se situaron en medio de bosques, cerca de fuentes que manaban
de las rocas. Diana cumple su rito de purificación no para aplacar ardores eventuales,
dado que la diosa es siempre virginal, sino derramando agua en su “agua” (su sexo como
contenedor relacionado con los líquidos) poniendo en contacto las energías de las dos
aguas, renovando así su pureza virginal. Basándose en este mito, la representación asume
un significado moral: como Diana ha prevalecido sobre Acteón, símbolo de la tentación, y
lo ha amansado, así el hombre debe domar sus propios instintos manteniéndose casto
bebiendo del agua salvadora de la Templanza».

Sin embargo, aunque encuentro la hipótesis muy sugerente, creo que no podemos estar
seguros por completo. De esta baraja apenas se conservan cuatro triunfos, ni siquiera
sabemos con certeza a qué casa nobiliaria pertenecía, si a la rama de los Sforza que
gobernaba en Pésaro o a los Este de Ferrara, por no hablar de las estrechas similitudes
que guardan el triunfo del Tiempo y del Carro con la baraja de los Medici, por lo que no
sabemos si esta representación atípica formaba parte de algún programa iconográfico más
complejo que se hubiera desarrollado, por ejemplo, en ocasión de un matrimonio, donde
la costumbre era ensalzar hasta la saciedad la castidad de la novia. Por lo tanto, antes de
dar por buena esta hipótesis debemos seguir investigando.

Por último, indicar que la evolución iconográfica de las virtudes en Francia experimentó
pocas variaciones. La Templanza suele tener unas alas detrás, señal de su naturaleza
angelical, y mantiene las dos jarras características. La Fortaleza es de nuevo la mujer
venciendo al león. Y la justicia se muestra sentada en un trono sosteniendo una balanza
y una espada recta, signos ambos de imparcialidad y equidad.

De izquierda a derecha, los triunfos de la Justicia, la Fuerza y la Templanza del tarot de


Jean Dodal.

Las virtudes y la muerte

Hay dos preguntas de difícil respuesta relacionadas con las virtudes. Primera: ¿por qué no
se encuentran juntas en la escala jerárquica de los triunfos del tarot? Como hemos visto,
los triunfos se agrupan por significados simbólicos. En la parte inferior se encuentran los
representantes de la humanidad, los triunfos de la corte humana: la Papisa, la Emperatriz,
el Emperador, el Papa y, en cierta manera, el Mago. Siguen las pasiones humanas: el
Amor, el Carro (la Fama) y el apego por los bienes de Fortuna. A continuación viene un
grupo relacionado con la inexorabilidad de la muerte y la condenación eterna que le
aguarda a los pecadores: el Tiempo o Ermitaño, la Muerte, el Colgado, el Diablo y la Torre.
Tras este grupo vienen los astros también juntos —la Estrella, la Luna y el Sol—, el par
simbólico del Juicio y el Mundo y, por último, al margen de la jerarquía, el Loco.
Entremedias, distribuidas por estos grupos se encuentran las tres virtudes, al menos en
el patrón más extendido, el que sigue la familia de Marsella y el que se encuentra en
muchas fuentes documentales de los siglos XV y XVI. Concretamente, lo más habitual era
repartir las virtudes entre el grupo de las pasiones humanas, el de la muerte inexorable y
el del mal—, pues la única virtud que, en algunas variantes, se situó en los segmentos
superiores es la Justicia, justo al lado del Juicio, por la evidente relación simbólica entre
ambos triunfos. Sin embargo, parece que hubiera sido más coherente mantener las
virtudes agrupadas, al igual que ocurre con los demás triunfos de significados similares.
De hecho, en la variante del tarocchino boloñés las virtudes están juntas entre el Carro y
la Fortuna, al igual que sucede en las minchiate florentinas.

Una razón por la que las virtudes están distribuidas a lo largo de la escala jerárquica del
tarot puede deberse a la posición de la Muerte. Por razones que se pierden en la noche de
los tiempos, el número 13 siempre se ha considerado de mal agüero en la tradición
occidental y, en todos los textos renacentistas donde se enumeran los triunfos, la posición
decimotercera está ocupada por la Muerte. Como señalaba Dummett, por esta tradición
se explican los cambios realizados en algunas variantes locales. La secuencia natural sería
situar las tres virtudes juntas, ya sea por debajo o por encima de la Muerte, pero esto
descolocaría este triunfo al llevarlo a la undécima o la decimocuarta posición. Una solución
habría sido trasladar algun triunfo de los segmentos inferiores a los superiores, pero esto
contravendría la lógica de la secuencia narrativa. ¿Qué sentido tendría, por ejemplo,
colocar al Emperador o a la Fortuna entre los astros?

Por lo tanto, parece razonable pensar que las virtudes están repartidas para encajar la
Muerte en la posición decimotercera sin necesidad de separar los otros grupos simbólicos.
Ahora bien, si aceptamos esta hipótesis, entonces cabe preguntarse ¿por qué no supuso
un problema distribuir las virtudes? Es decir, ¿por qué no resultaba igual de extraño
desplazar aquí y allá la Templanza, la Fortaleza y la Justicia que haber desintegrado el
grupo de la corte humana, las pasiones humanas, la inexorabilidad de la muerte, el mal,
los astros o la Gloria eterna?

Virtudes guerreras

Para entender el papel de las virtudes es muy importante recordar que alcanzan su
verdadero sentido en oposición a sus opuestos, los vicios, al menos tal y como se
entendían durante el Medioevo y el Renacimiento. En general, algunos conceptos o ideas
terminan de desarrollarse cuando se sitúan al lado de sus contrarios, como sucede con los
ejércitos, que sin un enemigo con el que luchar pierden su esencia, su razón de ser, al
igual que el verano se entiende mejor si lo comparamos con el invierno, el día con la
noche, la riqueza con la pobreza, la salud con la enfermedad, etcétera. Desde un principio,
las virtudes cristianas se presentaron como una herramienta del alma, del entendimiento,
con la que luchar contra los vicios que ofrece el mundo terrenal. Son un ejército anímico
que alcanza su sentido en el combate espiritual contra el pecado. Podemos encontrar un
buen ejemplo sobre esta idea en la Psicomaquia de Prudencio, una obra muy popular
durante la Edad Media, tal y como atestiguan las más de 300 copias manuscritas
encontradas hasta la fecha.
La Paciencia derrota a la Ira (Lyon, Bibliotheque du Palais des Arts, Ms. 22).

Se estima que Prudencio escribió la Psicomaquia, que se puede traducir como «la batalla
del alma», hacia el año 405, cuando ya se había retirado a un monasterio después de
abandonar una larga carrera como funcionario imperial. Es un largo poema de carácter
alegórico en el que un ejército compuesto por las virtudes se enfrenta a otro formado por
los vicios o, mejor dicho, las «viciosidades», dado que también son alegorías femeninas.
Como si fueran héroes de la Ilíada, virtudes y viciosidades se enfrentan por pares opuestos
una contra la otra en combates singulares en los que siempre sale triunfando el bien. Es
decir, no es una guerra indiscriminada entre el bien y el mal, sino una sucesión de pares
en tensión dialéctica. Así, por ejemplo, si la tentación está abanderada por la lujuria, el
antídoto es la sobriedad; contra la paganidad se enfrenta la fe y son la humildad y la
esperanza quienes se enfrentan contra la fraudulencia y la hinchada soberbia.

Por mencionar otro ejemplo más entre varios de esta concepción de las virtudes en
oposición a los vicios, podemos ver la capilla de los Scrovegni, en Padua, donde Giotto
desarrolló en 1305 un programa pictórico muy complejo relacionado con la salvación. En
la parte inferior de la capilla, debajo de diversas escenas bíblicas, se encuentran siete
virtudes enfrentadas a siete vicios en paredes opuestas. En el bando de las virtudes se
encuentran la prudencia, la fortaleza, la templanza, la justicia, la fe, la caridad y la
esperanza; entre los vicios, la desesperanza, la envidia, la infidelidad, la injusticia, la ira,
la inconstancia y la locura. La lógica de la composición es la misma de la Psicomaquia, las
virtudes están oposición a los vicios y es en esta tensión continua, en esta batalla
espiritual, donde alcanzan su plena razón de ser. La virtud sucede al vicio como el día a
la noche, como las estaciones cálidas a las frías, como la paz a la guerra: son los dos polos
opuestos del alma humana.

Detalle de los
frisos de las virtudes y los vicios de la capilla de los Scrovegni. De izquierda a derecha: la
virtud de la fortaleza, el vicio de la injusticia y la virtud de la fe.

Esta es la razón, sospecho, por la que sí se pueden distribuir las virtudes a lo largo de la
escala jerárquica del tarot o, mejor dicho, entre los segmentos inferiores relacionados con
el pecado. Son atalayas en medio de un campo de batalla donde el alma humana está
luchando contra el mal para no terminar en el Infierno (el Diablo y la Torre) y comenzar
así su ascenso al cielo (los astros y el par formado por el Juicio y el Mundo). Son la quinta
columna del bien en el territorio del mal. Son, en suma, faros en un mar embravecido y
los faros se disponen repartidos por la costa, allí donde se corre peligro de naufragar.

Se busca una virtud

Es probable que el lector ya se haya planteado el segundo gran problema que presentan
las virtudes. En las variantes más extendidas del tarot, se encuentran la Templanza, la
Fortaleza y la Justicia, entonces, ¿cómo es que no está también la Prudencia? Después de
unos mil años hablando de las cuatro virtudes cardinales, resulta muy extraño que en un
juego tan rico de significados y alegorías de repente las redujeran a tres, tal y como ya
advirtiera Dummett en su día.
Lothar Teikemeier se percató de un detalle muy curioso que puede revelar dónde se
encuentra la Prudencia en el tarot de los Medici. Las tres virtudes de esta baraja tienen
un halo poligonal en la cabeza, signo de su naturaleza celestial. Este elemento iconográfico
no es nuevo en Florencia; también lo encontramos, por ejemplo, en las siete virtudes
realizadas por Andrea Pisano en la puerta de bronce del baptisterio de san Giovanni entre
1330 y 1336. En el triunfo del Mundo de esta baraja, sobre una esfera en la que está
representada la Tierra, hay una figura femenina vestida de rojo con la cabeza adornada
por un halo poligonal. Por lo tanto, según Teikemeier, esta figura podría tratarse de la
Prudencia, la virtud desaparecida. En contra de esta hipótesis puede argumentarse que la
figura femenina que hay en el Mundo no tiene ninguno de los elementos iconográficos
habituales de la Prudencia: el espejo, que denota el conocimiento de uno mismo, y la
serpiente, una alegoría que deriva de un pasaje bíblico en el que Jesús advierte a los
apóstoles «he aquí que yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes
como serpientes y sencillos como palomas» (Mateo 10: 16). En vez de estos símbolos
lleva una bola y un cetro, un par iconográfico para significar la soberanía sobre el mundo.

Ahora bien, la quintaesencia de la política de los Medici en tiempos de Cosimo, Piero y


Lorenzo era precisamente gobernar Florencia desde la sombra con la mayor prudencia
posible, manteniendo en apariencia la independencia de las instituciones de la República
y sin ocupar formalmente cargo alguno, entendiendo en este caso prudencia en su sentido
lato como actitud cautelosa. Una vez, por ejemplo, un empleado le preguntó a Cosimo
cómo debía comportarse durante una misión diplomática: —«Viste de forma elegante y
habla lo menos posible. Es un estilo que permite ser brillantes sin revelar demasiado.
Fiarse de alguno significa convertirse en su esclavo»—, respondió Cosimo (En Parks, 2008:
56). Por lo tanto, ni resulta extraño que los Medici hubieran situado la prudencia en la
cúspide de la jerarquía de los triunfos del tarot, ni que con ello codificaran un mensaje
sobre la necesidad de ser prudentes para gobernar el mundo.
A la izquierda, detalle de las tres virtudes del tarot de los Medici. En el centro, un detalle
del triunfo del Mundo en esta misma baraja. A la derecha, un panel de la puerta del
baptisterio de san Giovanni, en Florencia, representando la Prudencia (Andrea Pisano,
1330-1336).

Sin embargo, el caso del tarot de los Medici parece excepcional. En las demás barajas
resulta complicado interpretar las figuras que hay en el triunfo del Mundo, si es que las
hay, como una alegoría de la Prudencia, salvo en el caso del tarot de Alessandro Sforza,
claramente inspirado en el tarot mediceo. Si acaso, quizás podríamos tener alguna
sospecha con la figura del Mundo del tarot de Cary Yale, pero, como veremos, parece
guardar antes relación con la fama que con la prudencia. Y esto nos deja de nuevo frente
a esta complicada cuestión, ¿por qué no se encuentra la prudencia con las otras tres
virtudes cardinales?

Una vez más, debemos embarcarnos en el navío de las conjeturas, arriesgado pero al
menos en movimiento. Curiosamente, en las minchiate sí que existen las virtudes
teologales, tal y como sucedía con la baraja de Cary Yale, y lo que resulta aún más
sorprendente es que la Prudencia está incluida entre ellas y ni siquiera antes o después
del trío, sino entremedias:
16 – Esperanza,
17 – Prudencia,
18 – Fe,
19 – Caridad.

La virtud de la prudencia en un oleo sobre tabla por los


hermanos Pollaiolo (probablemente Antonio) realizado en 1469 como parte de un conjunto
de siete pinturas sobre las virtudes que debían lucir sobre los asientos del Tribunale della
Mercanzia, centro neurálgico del comercio florentino.

Esto solo puede significar que, por alguna razón que desconozco, el inventor de las
minchiate consideraba que la prudencia era una virtud teologal, lo cual no resulta tan
extraño si tenemos en cuenta el entusiasmo por Platón que se estaba despertando durante
la segunda mitad del siglo XV. Tal y como se describe en la República, un ensayo platónico
conocido en Italia desde principios del siglo XV por la traducción al latín de Decembrio
padre, la prudencia es la virtud principal, la gobernante del alma gracias a su conocimiento
de qué es el bien. De hecho, para Aquino era una virtud especial dentro de las cardinales,
ya que no se encontraba en la parte concupiscible del alma, la que nos hace sentir deseos
por los bienes materiales, ni en la irascible, la que nos lleva a tratar de satisfacer esos
deseos, sino en la parte más elevada, en la razón:

«En la elección hay dos cosas, a saber, la intención del fin, que pertenece a la virtud
moral, y la selección de los medios para el fin, lo cual pertenece a la prudencia, como se
dice en el libro VI de la ética de Aristóteles. Ahora bien, el que la elección proceda con
recta intención del fin respecto de las pasiones del alma, se debe a la buena disposición
del apetito irascible y del apetito concupiscible. Por eso, las virtudes morales respecto de
las pasiones se dan en el apetito irascible y en el apetito concupiscible; pero la prudencia
se da en la razón».

Así, podemos sospechar que existía una creencia popular, al margen de los textos
filosóficos, en la que la Prudencia, relacionada con la dirección del alma, se considerase
una virtud telogal. Como me comentaba el profesor de teología Tomás Trigo, «como la
existencia de las tres virtudes teologales no fue claramente definida hasta el Concilio de
Trento, es posible que algunos autores anteriores considerasen la prudencia como
teologal». Si mi conjetura, que no merece el apelativo de hipótesis, fuera correcta,
entonces la desaparición de la prudencia resultaría mucho más comprensible.

Las virtudes cardinales pueden formar parte de un juego, de una chanza, pero las
teologales son un asunto más serio. Constituyen uno de los pilares de la doctrina católica,
de la fe cristiana. Por lo tanto, si las virtudes teologales no formaban parte del tarot por
la trascendencia de su significado, salvo el caso excepcional de la baraja de Cary Yale,
resulta lógico que también excluyeran la prudencia si se consideraba en cierta manera
una virtud teologal. Aparte de esta explicación insuficiente, poco más puedo aventurar al
respecto.

Etiquetas: capilla de los Scrovegni, Cesare Ripa, D’Aquino, Diana, el juego del
tarot, Heracles, Pollaiolo, Prudencio, Psicomaquia, Sansón, tarot, virtudes

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