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el tarot: 8.

El Imperio
Análisis de los triunfos del Emperador y la Emperatriz durante el Renacimiento

Archivado en: tarot - 19 mayo, 2016

Junto con la Emperatriz, la Papisa y el Papa, el Emperador forma un conjunto conceptual


que suele conocerse como la «corte humana», en el cual se pueden incluir también al
Mago y las figuras. El emperador y el papa representaban los dos máximos poderes
humanos sobre la Tierra. El primero era la mayor autoridad civil y el segundo, la
eclesiástica. El Emperador del tarot, claro está, hace referencia al sacro imperio romano
germánico, una entidad política y jurisdiccional derivada de la desmembración del imperio
carolingio en el siglo X. Conviene que recordemos algunos detalles esenciales sobre la
relación del Imperio con los estados italianos antes de profundizar en los detalles
iconográficos del triunfo.

Güelfos y gibelinos

A finales de la Edad Media, el imperio estaba formado por una gran variedad de entidades
territoriales, como principados, obispados, reinos, ciudades independientes, etcétera, y
groso modo el alcance teórico del poder del emperador se extendía por toda Centroeuropa,
el este de Francia, el oeste de Polonia y el norte de Italia. En la práctica, el margen de
maniobra real solía circunscribirse en torno a un núcleo formado por los actuales territorios
Alemania, Austria y Bohemia, aunque todo dependía de la relación de poder del emperador
del momento con las demás potencias europeas, incluido el papado, con el que
protagonizó sonados enfrentamientos. Durante la baja Edad Media, en Italia se vivieron
conflictos dramáticos entre los partidarios de la supremacía política del Papa, los llamados
güelfos, y los partidarios del emperador, los gibelinos. Aparte de las afinidades ideológicas
de la población, que podían ser más o menos sinceras, los señores locales se decantaban
por un bando u otro en función de los beneficios que podían obtener.

En este juego de alianzas, cada institución disponía de sus propias armas. La herramienta
imperial más poderosa, aparte de la ayuda militar, que solía ser escasa, era la capacidad
de conceder cargos imperiales que consolidasen o justificasen el poder de algún señor
local. Por ejemplo, cuando el emperador nombró vicario imperial a Matteo Visctonti
justificó legalmente sus pretensiones dictatoriales. Gracias a este cargo, su nieto Azzone
liquidó los antiguos vestigios de representatividad ciudadana, como el Consejo, y sentó
las bases para que sus descendientes detentaran el gobierno. Con el tiempo, a medida
que los poderes locales se fueron asentando, el emperador fue perdiendo esta facultad,
ya que los señores alcanzaron la suficiente capacidad económica, militar y política para
legitimarse por sí mismos. Es el caso, por ejemplo, del propio Francesco Sforza. Cuando
el emperador le pidió una cifra exorbitante para confirmarle el título de duque en 1451,
Francesco pudo rechazar el pago porque contaba con recursos para desbaratar cualquier
intento de echarle del gobierno.

El papa también disponía de cierta fuerza militar, sobre todo en tiempos de Alejandro VI
(1492-1503), pero su mejor arma para intervenir en la política italiana era la excomunión.
Bastaba cualquier conato de rebeldía o enfrentamiento con el pontífice para terminar
excomulgado, incluso por motivos tan materiales como un monopolio económico. En 1466,
después de que se descubriese cerca de Roma un yacimiento de alumbre, fundamental
para la industria textil, que le podía reportar pingües beneficios, el papa amenazó con
excomulgar a quien la comprase a otro proveedor. En ocasiones hasta se excomulgaba
una ciudad entera, como sucedió con Florencia en el siglo XIV, lo cual resultaba dramático
al privar a los ciudadanos de ritos tan importantes para la época como el matrimonio o la
extremaunción. Sin embargo, al igual que sucedió con los cargos imperiales, a medida
que los príncipes italianos se fueron fortaleciendo en sus respectivos territorios, lo que
dijera el papa de Roma, cada vez peor visto, dejó de tener importancia si no estaba
respaldado por la fuerza de las armas.

Este es el contexto donde debemos situar los cuatro triunfos de la corte humana, dos en
representación del imperio —el Emperador y la Emperatriz— y dos simbolizando la Iglesia
de Roma, el Papa y la Papisa. Estas cartas no se percibían como unas alegorías distantes,
sino como reflejo de una situación política real y, por añadidura, cargada de tensión. Para
entendernos: era como jugar en la Alemania de la guerra fría con los dirigentes soviéticos
y estadounidenses.

Una barba misteriosa

La iconografía del triunfo de Emperador experimentó muy pocas variaciones. Desde un


principio se representó como un hombre de mediana edad con barba, atributo de
sabiduría, sentado en un magnífico trono. En las dos manos suele llevar símbolos
característicos de la dignidad imperial: en la derecha, el cetro imperial y en la izquierda,
una bola de oro con una cruz, en referencia a la universalidad de su gobierno. Sin
embargo, la tensión entre güelfos y gibelinos se tradujo en pequeñas variaciones
iconográficas muy curiosas.
El triunfo del Emperador. De izquierda a derecha, tarot de Brera Brambilla, de Cary Yale
y de Pierpont Morgan

El triunfo del Emperador de los tarots visconteos es un buen ejemplo de los matices
iconográficos que, sobre todo, se podían introducir en las barajas miniadas. A simple vista,
no parece que escondan nada raro. En los tres casos se muestra a un hombre majestuoso
llevando el cetro y la bola imperial. Sin embargo, en la corona se encuentra un detalle
insólito. En general, la corona imperial era un cerco de metal precioso, similar a una mitra,
pero más pequeña, y abierta en su parte central. Así es como está representada en casi
todas las barajas, menos en el tarot de Brera Brambilla, de Cary Yale y de Pierpont
Morgan, en las que el emperador luce un extraño tocado en forma de abanico. Esto no
parece un detalle casual, sobre todo si lo comparamos con otras ilustraciones de Bonifacio
Bembo, el mismo autor que pintó estas tres cartas. En el Códice Palatino 556 ilustrado
por Bembo hacia 1446 se describen las aventuras de diversos personajes del ciclo artúrico
y el rey Arturo siempre está dibujado con una corona de puntas, mientras que los
caballeros, cuando no van con armadura, llevan tocados algo extravagantes muy similares
al que luce el emperador de estos tres tarots. ¿Significa esto que el Emperador de estas
tres barajas está representado sin corona de forma intencional?
Dos escenas ilustradas por Bembo del Códice Palatino 556. Obsérvese que los tocados de
los emperadores de las barajas visconteas no se parecen a las coronas que llevan el rey
o la reina de estas ilustraciones, sino a los extraños sombreros en forma de abanico de
los caballeros artúricos.

Dejemos por un momento el Emperador del tarot de Pierpont aparte y vamos a analizar
con más detalle las dos barajas más antiguas. En ambos casos, el Emperador luce una
pequeña barba de tonos pardos, la cual se ha relacionado con la barba de Sigismund de
Luxemburgo, emperador del sacro imperio entre 1433 y 1437, en fechas próximas a 1441,
cuando es probable que fueran realizados estos naipes. Conviene ser muy cautelosos a la
hora de identificar a alguien por estar representado con barba, ya que solía emplearse sin
pretensión de retratar a alguien con fidelidad, sino como un elemento simbólico para
denotar una sabiduría venerable. Sin perder esta advertencia de vista, sin embargo, es
cierto que la barba de Sigismund fue tan célebre que Albercht Dürer lo retrató barbudo
hacia 1510, décadas después de su muerte. Si esta hipótesis es correcta, lo cual es
discutible, entonces sospecho que la ausencia de corona podría estar relacionada con
cierta idea de afirmación soberana de Filippo Maria Visconti. En cierta manera, era un
modo de manifestar que no le reconocía como “rey” de Italia y, por lo tanto, como señor
del ducado de Milán por encima de él.
Retrato del emperador Sigismund (1368 –1437) atribuido a
A. Dürer (c.1510), que hoy se encuentra en el Germanisches Nationalmuseum de
Núremberg.

Es más, el detalle de la corona quizás podría guardar relación con una anécdota típica de
Filippo Maria. En el Emperador del tarot de Cary Yale se incluyen cuatro jóvenes en la
composición. En el único triunfo del Emperador donde también aparecen otros personajes
es en el tarot de los Medici, donde hay dos jóvenes arrodillados con las manos en el pecho
en señal de respeto. En el caso de Cary Yale se muestran alegres y desenfadados. Uno, a
los pies, sostiene una corona; otro, en la esquina superior izquierda, saluda al espectador
con un gesto algo afeminado. Resulta muy tentador asociarlos con el séquito de jóvenes
apuestos a quienes Visconti invitaba a dormir en su cama, algo que ni siquiera su esposa
tenía permitido, pero también es sugerente relacionar la escena con un encuentro fatídico
entre el emperador y Filippo Maria.

Los emperadores solían celebrar dos grandes actos simbólicos en Italia cuando accedían
al poder: coronarse en Milán con una corona de hierro y coronarse en Roma con una
corona de oro. Con esta intención, durante el otoño de 1431, el emperador Sigismund
marchó a Italia para coronarse en Milán. El emperador era el aliado natural de los duques
de Milán, sin embargo, por problemas internos apenas había prestado ayuda a Filippo
Maria en su eterna lucha contra los venecianos y no le había mandado refuerzos militares
cuando más los había necesitado. Fuera por esta razón, fuera por su peculiar carácter,
desde un principio Filippo Maria se mostró muy poco acogedor y, al llegar el día de la
coronación, ni siquiera hizo acto de presencia. Como explica Daniela Pizzagalli:

«Cuando Sigismund llegó a Milán fue recibido por Niccoló Piccinino, quien le comunicó
azorado un mensaje ducal algo inconveniente: Filippo decía que estaba afectado por una
diarrea y justificaba su ausencia afirmando que no quería turbar la solemnidad de la
ceremonia con desagradables incidentes provocados por su indisposición».

No hace falta ser un maestro en el arte de la beffa renacentista para advertir que en aquel
mundo de etiquetas coreografiadas semejante desplante se debió de interpretar como una
forma, poco sutil, de «enviar a la mierda» al emperador; una temeridad digna de Filippo
Maria que, sin duda, dio que hablar en la corte milanesa durante largo tiempo; un gesto,
en suma, que podría explicar la sonrisa con que el joven de la esquina superior izquierda
recoge el instante en que le ofrecen la corona al emperador. Sin embargo, también creo
que podríamos interpretar este triunfo de forma bien distinta. ¿Y si el que está
representado fuera el propio Filippo Maria Visconti?

Giovanni di Ser Giovanni, Lo Scheggia (1406–1486), panel de un arcón donde se


representa la coronación del emperador alemán Frederick III en Roma en 1452. Worcester
Art Museum, Worcester, Massachusetts.

El nieto de Júpiter

Parece bastante seguro que en el triunfo de la Emperatriz de las barajas de Cary Yale y
Pierpont Morgan está representada Bianca Maria Visconti, entre otras razones porque se
repite a lo largo del vestido uno de sus símbolos heráldicos: la «radia magna», el sol
radiante. Aunque Filippo Maria no pretendía ser proclamado emperador del sacro imperio
germano, sí es cierto que la alegoría del imperio, de lo imperial, estaba asociada a su
linaje. Recordemos, por ejemplo, que los Visconti se hacían descendientes del dios
grecolatino Júpiter, el emperador del Olimpo y que fijó su residencia en el castillo de Porta
Giovia, la puerta de Júpiter. Otro detalle importante en este sentido es que, según
Decembrio, a Filippo Maria le encantaban las historias artúricas, que se hacía leer en voz
alta: «Disfrutó también con esos libros franceses que cuentan la vida de hombres ilustres
salpicándolas de mentiras asombrosas».

Por lo tanto, en vez del emperador del sacro imperio germano, tal vez, en estas cartas
esté representado el propio Filippo Maria, que probablemente se identificaría con Lancelot,
Tristán o cualquier otro caballero artúrico, como veremos cuando analicemos el triunfo del
Mundo. El largo vestido del emperador del tarot de Brera y de Pierpont refuerza esta
sospecha. En general, el emperador suele representarse en los tarots con una armadura
o, cuanto menos, con un peto. Sin embargo, en estas dos cartas lleva un vestido parecido
a un gran camisón, justo como los que gustaba llevar Filippo Maria por sus problemas con
el sobrepeso.

Filippo Maria Visconti en un grabado del siglo XIX inspirado


en la medalla conmemorativa tallada por Pisanello (c. 1441).

Si esta conjetura fuera correcta, los cuatro jóvenes que acompañan al emperador en el
tarot de Cary Yale quizás fueran un guiño cómplice de Visconti a sus amantes, lo que
permitiría explicar sus gestos un tanto afeminados. El hecho de que Filippo Maria Visconti
decidiera representarse como el emperador, rodeado de sus amantes, quizás parezca algo
sorprendente, pero debemos considerar dos aspectos. Primero, las barajas pintadas a
mano eran un objeto privado y no una representación pública, como el mural de una
iglesia, donde se debía tener cuidado con lo políticamente correcto; y, segundo, Visconti
tenía un sentido del humor muy peculiar, tal y como hemos visto.

En esta segunda línea de investigación quedaría por resolver la famosa barba. Según
Decembrio, Filippo Maria no dejó que le retratasen de forma fidedigna más que una vez,
y fue para una medalla realizada por Pisanello, en la cual se muestra cubierto por la
berreta ducal y con el rostro afeitado. Sin embargo, Decembrio también cuenta que Filippo
Maria era «tan descuidado con el peinado que con frecuencia ni siquiera se afeitaba ». Y
aún hay otra pista más interesante sobre la posible barba de Filippo. Como veremos, en
1462 Bianca María Visconti encargó al taller de los Bembo una ilustración como decoración
del acta de fundación de la nueva abadía de san Sigismondo, en la cual se recogiera su
boda con Francesco Sforza celebrada en 1441. En la ilustración, detrás de Bianca, hay un
hombre coronado apoyando un brazo en su espalda. Es Filippo Maria Visconti y, aunque
apenas se distingue, parece que tiene una barba de color rubio o pardo, a pesar de que
el color del pelo de Filippo fuera negro.
Dos emperadores y una rueda

El enigma es aún más desconcertante si incluimos en el análisis el Emperador del tarot de


Pierpont Morgan, donde hay dibujado un anciano sabio y venerable, como denota su larga
barba blanca, que mira majestuoso el horizonte. Tampoco en este caso está coronado.
Este tratamiento respetuoso no encaja ni por asomo con lo que Bianca o Francesco podían
pensar del emperador alemán. Recordemos las penalidades que habían sufrido por su
culpa.

En medio del caos sucesorio que siguió a la muerte de Filippo Maria en 1447, Francesco
había pedido al emperador del sacro imperio que reconociera su derecho al ducado en
tanto que consorte de Bianca Maria, a quien Filippo había reconocido como su única
heredera. Pero el emperador hizo caso omiso de su petición, probablemente porque, en
ausencia de herederos directos, podía reclamar el ducado para el imperio. Aprovechando
el desconcierto legal, la ciudad de Milán proclamó la república y varias ciudades del ducado
se independizaron o terminaron en manos de otros señores de la guerra. Durante tres
años, Francesco y Bianca se embarcaron en una guerra feroz por la conquista de Milán en
la que ambos estuvieron muy cerca de perderlo todo, incluida la vida. Hubiera bastado
una palabra del emperador reconociendo la legitimidad de Bianca y se habrían ahorrado
un doloroso esfuerzo por la reconquista del ducado, el cual se había saldado con un alto
coste de vidas humanas. Es más, ni siquiera cuando Francesco ya era duque de Milán se
llegó a un acuerdo con el emperador, ya que en enero de 1451 exigió una cantidad
exorbitante de dinero para reconocerle como duque, a lo que el antiguo condottiero se
negó en rotundo.

Francesco entró en Milán en febrero de 1450 y, si las estimaciones son correctas, el tarot
de Pierpont Morgan fue realizado hacia 1451, probablemente siguiendo las directrices de
Bianca Maria. Con el recuerdo aún vivo de las miserias pasadas por el emperador alemán,
no resulta muy lógico que le rindieran homenaje retratándolo en una carta que verían
cada vez que se pusieran a jugar en solaz intimidad. Por el contrario, sí resulta algo más
razonable que se tratase de Filippo Maria, el hombre que, a pesar de su enemistad con
Francesco, había tratado a Bianca con un respeto inusual para una mujer.
Detalles de los triunfos del
Emperador y de la Rueda del tarot de Brera (arriba) y de Pierpont Morgan (abajo)

Ahora bien, hay otro detalle que complica aún más este enigma y nos lleva por otro camino
bien diferente. Tanto en el tarot de Brera como en de Pierpont, el personaje del emperador
es el mismo que aparece en la parte inferior de la Rueda de la fortuna, el cual, como
veremos, representa la vanidad de los reinos humanos destinados a desaparecer con el
paso del tiempo. Dicho de otra forma, en esos tarots se está diciendo que el personaje del
Emperador va a terminar fatal, perdiéndolo todo, y que sus ambiciones no son más que
vanidad de vanidades. Y, claro, esto discurso si se que ajusta a lo que los Visconti-Sforza
podían pasar del emperador alemán... En fin, hay que seguir investigando.

Una águila controvertida

El Emperador del tarot de los Medici se muestra de perfil, como será habitual en las barajas
francesas, acompañado de dos pajes arrodillados. El cetro que lleva en la mano derecha
presenta la particularidad de terminar en una flor de lis. Andrea Vitali lo relaciona con un
significado genérico sobre la honestidad, el buen gobierno y la pureza:

«La presencia de la flor de lis en la carta del tarot de Carlo VI [el tarot de los Medici] no
prueba que estuviera representado un emperador francés, dado que este elemento fue
empleado con frecuencia en la heráldica europea, aunque su origen se remonte a la flor
de lis francesa […]. En esta carta —como en cualquier otra representación relacionada con
personajes poderosos donde la flor de lis está presente— esta flor representaba las
peculiaridades propias del soberano, las cuales consistían en la pureza y la honestidad de
su comportamiento y de sus objetivos de gobierno, así como la seguridad de que el pueblo
no sería abandonado a su suerte, sino que siempre sería ayudado por el emperador […]».
Sin descartar esta interpretación, nuestra flor de lis también podría estar escondiendo
cierta intención política. Uno de los emblemas heráldicos del emperador alemán era una
águila negra. En teoría, el águila tenía dos cabezas, una como símbolo del dominio sobre
Alemania y otra en calidad de emperador, lo que incluía el «reino» de Italia. Por cuestiones
heráldicas relacionadas con la ratificación de la coronación por el Papa, durante mucho
tiempo se mostró con una sola cabeza, pero desde 1433, aproximadamente, se consolidó
la figura bicéfala. Quizás en los tarots visconteos aparece con una cabeza porque el águila
también era un emblema de la familia de Visconti, lo que generaba cierta ambigüedad
acorde con la posible identificación de Filippo Maria con el emperador.

En las barajas francesas también tiene una cabeza, lo cual resulta lógico si pensamos que
los emperadores eran sus adversarios políticos, ya fueran alemanes o españoles. De esta
manera, rebajaban la dignidad del emperador a la de un mero rey de germanos, sin
derecho moral a intervenir en la política francesa. Pero lo más curioso es que en el triunfo
del Emperador del tarot de los Medici, el águila no aparece ni con una ni con dos cabezas.
Sencillamente, no está. En las barajas antiguas, sólo sucede algo similar en la hoja de
Rosenwald, que quizás también se realizó en Florencia, por lo que cabe preguntarse si nos
encontramos de nuevo ante uno de esos matices iconográficos sintomáticos de algo más
profundo.

De izquierda a derecha, el triunfo del Emperador en el tarot de los Medici, tarot de París
y en el tarot de Nicholas Conver. La iconografía de este último prácticamente es idéntica
en todos los tarots franceses, ya esté mirando hacia la derecha o hacia la izquierda, salvo
en el tarot de París, donde el emperador se muestra de pie con una mano apoyada en una
gran espada envainada.

Los banqueros del papa

En Florencia las disputas entre güelfos y gibelinos fueron aún más complejas que en el
resto de Italia, pues se vieron agravadas por los enfrentamientos entre las clases
populares y la oligarquía. Sin embargo, salvo un breve enfrentamiento entre Lorenzo y
Sisto IV, los Medici siempre se alinearon con el papa. Los Medici sabían que los reyes y la
nobleza no eran clientes fiables. En enero de 1345 la otrora poderosa banca de los Bardi
quebró de la noche a la mañana porque el rey de Inglaterra no quiso devolver novecientos
mil florines de oro que había pedido prestado para sufragar una guerra contra Francia, a
lo que se sumaron otra serie de impagos similares que colapsaron las grandes fortunas
florentinas basadas en el sector financiero. Las normas que debían seguir los directores
de las sucursales bancarias de los Medici no dejaban lugar a dudas:

«No prestar más de 300 florines a los cardenales; no más de 200 a los cortesanos; no dar
crédito a los mercaderes romanos “que prometen mucho y no tienen nada que ofrecer”;
ni a los barones feudales, ni aunque ofrezcan garantías (los barones lo hacen a su
manera); y jamás, jamás prestar dinero a los alemanes, ya que sus tribunales no
escucharán vuestras reivindicaciones si las cosas van mal» (Tim Parks, 2008).

El papa, en cambio, sí que era buen cliente. Los papas devolvían los préstamos, pagaban
los intereses y, lo que era más importante, la red eclesiástica se extendía por toda Europa.
Las contrapartidas políticas que podían obtener por prestar dinero a un noble se
circunscribían al ámbito local, pero el poder de la curia romana se extendía desde
Escandinavia al Mediterráneo, lo que resultaba muy interesante para los Medici, que tenían
filiales bancarias en todas las grandes ciudades comerciales del momento, como Londres,
Venecia, Brujas, Lyon o Avignon. De ahí que los Medici concentraran los esfuerzos del
banco, casi desde su fundación, en vincularse con el papa de Roma, de donde les llegaba
más del cincuenta por ciento de sus beneficios económicos.

Florín de oro (1254-1533). Uno de los mayores alardes


económicos de Florencia era el florín de oro, la moneda más estable de Italia y una de las
más sólidas de Europa. Al igual que sucede hoy en día con el dólar, que se identifica con
el imperio financiero estadounidense y sus derivadas políticas, esta moneda simbolizaba
la fortaleza de Florencia.

En este contexto, parece intencionado que no se haya dibujado ningún águila en el triunfo
del Emperador del tarot de los Medici. El águila negra en campo de oro era el símbolo por
antonomasia del emperador alemán y los gibelinos. ¿Para qué iban a incorporarlo los
Medici a su baraja si su aliado natural era el papa? Por el contrario, resulta significativo
que el único signo heráldico de la carta sea la flor de lis, ya que era uno de emblemas
característicos de la república de Florencia. Así, podemos inferir que, en realidad, en esta
carta no está representado el emperador como tal, sino la propia ciudad de Florencia o,
mejor dicho, en la carta no se reconoce mayor autoridad política que la república, que a
su vez se identifica con los Medici.

En cualquier caso, antes de abandonar al Emperador, es importante destacar que todos


estos matices iconográficos que hemos visto —la barba, la corona, la flor de lis, el águila
con una o dos cabezas—no modifican el significado general de este triunfo, que en todas
las barajas mencionadas debe entenderse como una representación del emperador, de la
máxima autoridad civil en la Tierra.

La Emperatriz

Por lo general, el triunfo de la Emperatriz debe interpretarse como lo que parece, la esposa
del emperador, pero también puede entenderse como una alegoría del imperio, de la
institución imperial. Salvo por pequeños matices irrelevantes, el tratamiento iconográfico
siempre es el mismo en todas las barajas históricas: una mujer sentada en un trono,
mirando de frente, con el cetro imperial en una mano. Una excepción a este patrón es el
tarot de Cary Yale, donde se incluyen cuatro doncellas acompañando a la emperatriz,
probablemente como reflejo de los cuatro pajes que acompañan al emperador de esta
baraja.
El triunfo de la Emperatriz. De izquierda a derecha, tarot de Cary Yale, de Pierpont Morgan
y de Nicholas Conver.

El detalle iconográfico que más varía de una baraja a otra es el escudo con el águila negra.
Por lo general suele aparecer sostenido por la emperatriz, tal y como ocurre en los tarots
visconteos, la hoja de Cary y la familia de Marsella; pero también se puede mostrar sin
él, como es el caso de la hoja de Rosenwald, del tarot de París y de Catelin Geoffrey. Este
matiz, probablemente, forme parte de la disputa política entre güelfos y gibelinos que
veíamos antes.
El triunfo de la Emperatriz. De izquierda a derecha, en la hoja de Rosenwald, el tarot de
Catelin Geoffrey el tarot de París.

Todos los expertos están de acuerdo en que la Emperatriz simboliza el imperio, pero, en
el caso de los tarots visconteos, no existe el mismo consenso sobre si, además, está
representada alguna mujer ilustre. En caso afirmativo, se ha mencionado que podría
tratarse de Barbara von Cilli, la esposa del emperador Sigismund, una mujer muy culta y
de gran carácter, pero es más probable que retrate a Bianca Maria Visconti, la única hija
de Filippo Maria. Salvo por el detalle de las doncellas, tanto en el tarot de Cary Yale como
en el de Pierpont Morgan, las dos figuras son muy parecidas. Llevan un largo vestido de
oro bajo una capa azul, signo de pureza y uno de los colores más considerados del
Renacimiento por su alto coste (de ahí que la virgen suela representarse también con
vestidos azules). La mayor diferencia se encuentra en el estampado de los vestidos. En la
emperatriz de la Cary Yale están grabados los soles radiantes heráldicos, mientras que en
el tarot de Pierpont se repiten tres anillos de diamantes entrelazados, otro de los signos
heráldicos de los Visconti-Sforza favoritos de Bianca Maria.

La dimensión femenina del tarot

Sin mayores problemas de interpretación iconográfica, lo más enigmático del triunfo de la


Emperatriz es el hecho mismo de que aparezca entre las alegorías del tarot. De hecho,
creo que una de las características más fascinantes del tarot es la inclusión de figuras
femeninas en la cúspide del poder laico y religioso: las cuatro reinas, la Emperatriz y la
Papisa. La figura de la reina ya debía de existir en algunas barajas alemanas del siglo XIV.
Johannes (1377) menciona algunas barajas con reinas y también había mujeres entre las
figuras de la corte de las barajas de caza. Sin embargo, con el tiempo se perdieron y las
figuras pasaron a ser sólo tres hombres: el rey (könig), el paje mayor (ober) y el paje
inferior (unter). En las barajas italianas normales también hay tres figuras masculinas —
re, cavallo, fante—, al igual que sucede en las españolas, que tienen un rey, un caballo y
una sota, término este último que, según el Real Diccionario de la Academia, deriva del
término latino «subtus», debajo, y que quizás se feminizó por el aspecto ambiguo de este
paje juvenil y barbilampiño. La baraja francesa es la única que tiene una mujer entre las
figuras —rey (roi), dama (dame) y paje (valet)—, y no está claro si fue por influencia del
tarot, muy popular en Francia, o por un desarrollo propio. En cualquier caso, si algo
distingue al tarot de las barajas normales, además de los triunfos, es por contar con una
reina, que junto al rey, el caballo y la sota forma las cuatro figuras habituales de los palos
del tarot.

La idea de incorporar mujeres en las tres instituciones de poder de la baraja (reino,


imperio e iglesia) es realmente revolucionaria. Debemos tener en cuenta que en aquella
época las mujeres padecían una situación terrible. Se consideraba que eran inferiores por
naturaleza y que habían heredado la culpa de Eva. Entre las clases menos desfavorecidas
trabajaban sin descanso, extenuadas por un parto tras otro y soportando episodios de
violencia física sin el menor amparo legal. Sólo las monjas y las mujeres nobles o ricas
disponían de cierto margen de maniobra. ¿Cómo es posible, entonces, que en un clima
tan misógino las mujeres aparezcan representadas en todas las alegorías del tarot
relacionadas con el poder?

Reinas y guerreras

En parte, la respuesta a esta pregunta quizás se encuentre en el hecho de que en política


sí que existieron mujeres destacadas. En un ejercicio de estulticia colectiva generalizada,
de las mujeres se esperaba que fueran obedientes, castas, trabajadoras, humildes,
modestas, misericordiosas, devotas, fértiles, fieles y, sobre todo, sumisas al poder de los
varones. Sin embargo, a pesar de estas dificultades, a principios del siglo XV, cuando nace
el tarot, en Francia e Italia aparecen varias mujeres de gran fortaleza intelectual que
asumieron responsabilidades políticas ante la ausencia de varones capaces de enfrentarse
a los acontecimientos. El caso más conocido es el protagonizado por Jeanne d'Arc, pero
no fue la única. Aunque sea a vuelapluma, podemos recordar otras mujeres que
intervinieron en el paisaje político europeo de los siglos XIV y XV. Entre la reinas cabe
mencionar a Isabella de Baviera (1370-1435), que participo activamente en la política de
Francia desde que su marido, el rey Charles VI, enloqueciese en 1392 dejando el reino a
merced de sus enemigos ingleses y borgoñeses; a Marguerite d'Anjou (1429-1482),
esposa del incompetente rey inglés Henry VI, que también era víctima de periódicos
ataques de locura; o Isabel la Católica (1451-1504), reina de Castilla, que gobernó en
igualdad de condiciones con su esposo Fernando el Católico, rey de Aragón.
Jeanne d'Arc en una miniatura pintada entre 1450 y 1500
(Centre Historique des Archives Nationales, Paris, AE II 2490).

También hubo damas nobles o adineradas que pudieron disfrutar de cierta libertad, sobre
todo al enviudar, ya que «el verdadero poder para una mujer llegaba con la viudez,
momento en el que asumía el pleno control de su dote de viuda y, frecuentemente, si el
heredero era menor de edad, controlaba también la explotación y supervisión de todas las
tierras e ingresos hasta que el hijo alcanzara la mayoría de edad» (M. Wade, 1986: 102).
Pero también hubo mujeres que fueron muy influyentes cuando todavía vivían sus
maridos. En Italia, este fue el caso de Lucrezia Tornabuoni, madre de Lorenzo de Medici
y gran benefactora de Luigi Pulci, de Isabella d'Este, gran protectora de las artes, de Bona
Lombarda, una mujer soldado casada con el lugarteniente de Francesco Sforza, de
Lucrezia Borgia o de Bianca Maria Visconti, por mencionar unos pocos ejemplos entre
varios. ¿Fueron estas damas inteligentes y decididas de la nobleza italiana quienes
inspiraron la incorporación de las cuatro reinas, la Emperatriz y la Papisa al tarot?

La baraja de Cary Yale diseñada por Filippo Maria Visconti, que quizás fuera el primer tarot
de la historia, sí que está relacionada directamente con Bianca Maria y, recordémoslo,
presenta la peculiaridad de tener todas las figuras de la corte repetidas. Cada palo,
además del rey, el caballero y el paje (la sota), tiene una reina, una amazona y una
doncella. Si Filippo Maria no se inspiró en ningún tarot preexistente, como defienden los
autores del origen boloñés, la inclusión de las figuras femeninas acompañando al rey, al
emperador y al papa puede explicarse por el hecho de que Bianca Maria fuera hija única
y el amor sincero que debió de sentir Filippo por ella.

Bianca, que probablemente diseñó el tarot de Pierpont Morgan y que, en cualquier caso,
desempeñó un papel decisivo en su difusión entre las cortes del norte de Italia, cumplió
las expectativas paternas. A pesar de estar casada con Francesco Sforza, un hombre de
gran carácter, asumió en muchas ocasiones las riendas del gobierno de Milán, sobre todo
durante las interminables campañas de su marido. Enérgica, emprendedora, inteligente,
culta, preocupada por sus vasallos, sobre todo por las mujeres y los niños, Bianca nunca
se arredró ante ninguna dificultad y en más de una ocasión acompañó a Francesco al
campo de batalla.

Ahora bien, por sí solas, Bianca Maria y otras mujeres de vida parecida no son suficientes
para explicar la presencia de la Emperatriz y la Papisa en otros tarots que no sean el de
Cary Yale y el de Pierpont Morgan. Sí es cierto que hubo un caso de la época donde el
peso de una mujer influyó decisivamente en el devenir de un juego. Fue en el ajedrez,
donde la pieza de la dama se convirtió en la más importante de todas por influencia de
Isabel la Católica, pero la figura ya existía antes. En el caso del tarot, lo más probable es
que, si no hubieran intervenido más factores, las figuras femeninas de la baraja habrían
desaparecido, tal y como sucedió con las reinas de las barajas alemanas.

Fresco de la sala degli svaghi (del ocio), en el castillo de Masnago, en Varese (Lombardía),
pintado hacia 1450, en el que vemos a unas mujeres jugando a las cartas, indiferentes al
hombre que las señala con un dedo recriminador. Creo que el fresco se encuentra hoy en
día en una colección privada en Roma.

Mujeres famosas

El hecho de que muchas mujeres de los ambientes cortesanos del norte de Italia fueran
jugadoras de tarot también explica la presencia de las reinas, la Emperatriz y la Papisa; y
también creo que debió de influir la revalorización de la mujer que supuso el amor cortés,
como veremos más adelante. Pero, además, es muy probable que también fuera decisiva
una corriente literaria que supuso cierto reconocimiento de las mujeres. El antecedente
literario clásico más claro de este subgénero es Las heroidas de Ovidio, una obra muy
interesante escrita unos diez o quince años antes de nuestra era, en la que el autor narra
algunos mitos desde la perspectiva de las mujeres más relevantes que intervienen en
ellos.

Penélope y
Odiseo, grabado de una edición francesa de De mulieribus claris (Ulm, c. 1474).

Ya en tiempos más cercanos al tarot, destaca De mulieribus claris («Mujeres famosas»),


una obra escrita por Boccaccio hacia 1362 en la que expone la biografía de 106 mujeres
ilustres de la mitología y la historia grecolatina. El libro es fascinante: en un mundo donde
las mujeres eran invisibles, donde debían soportar el desprecio constante hacia sus
capacidades intelectuales, Boccaccio opuso la historia a los prejuicios. Mejor dicho, opuso
los ejemplos de un centenar de mujeres de la Antigüedad, un período que en el siglo XIV
se consideraba un referente de comportamiento moral. Si los venerados griegos y
romanos habían permitido que sus mujeres destacasen en las artes y el gobierno, ¿por
qué no iban a hacer ellos lo mismo? Es más, sus méritos resultaban encomiables
precisamente por el hecho de ser mujeres:

«Y si son de ensalzar los hombres que, con su fuerza natural, han obrado cosas dignas,
¿cuánto más no merecen ser reconocidas las mujeres —a las que la naturaleza ha dado
delicadeza, cuerpo débil e ingenio lento— que consiguen un ánimo generoso, un ingenio
agudo y, con notable virtud, realizan cosas difíciles y casi imposibles?».
Así, con intención de demostrar que podían igualar a los varones en cualquier actividad
humana, en la selección de Boccaccio se encuentran todo tipo de mujeres. Algunas
destacan por virtud, como la omnipresente Lucrecia o Penélope, otras por capacidades
mágicas o proféticas, como Medea o las Sibilas y otras por haber conseguido grandes
avances económicos y culturales, como es el caso de Minerva (Atenea), que entre otros
inventos descubrió cómo obtener aceite mediante prensas, el uso de los números y el
carro. Aún más interesantes por lo que suponía para la época son las mujeres que
Boccaccio destaca por su gobierno y sus logros intelectuales y artísticos. Entre las
primeras, por ejemplo, se encuentran Semiramis, reina de Asiria, Niobe, reina de Tebas,
y Pantasilea, reina de las amazonas; entre las segundas, la poetisa Safo, la pintora Tamiri
y la filósofa Leonzia. Intelectuales, artistas, reinas, guerreras, profetisas, magas… sea cual
sea su talento, en general, son biografías escritas desde el cariño hacia el género
femenino. Incluso, Boccaccio trata con respeto a Eva, el único ejemplo que toma de
la Biblia, y atribuye las causas del episodio de la manzana al Diablo y a la debilidad de
carácter de Adán.

En síntesis, De mulieribus claris y otras obras similares, como La ciudad de las damas de
Christine de Pizan nos hablan de este pequeño cambio en el reconocimiento de la valía de
la mujer que se estaba produciendo a principios del Renacimiento, al igual que sucede con
Bianca Maria y otras mujeres que asumieron responsabilidades políticas o económicas en
contra de los prejuicios de su tiempo. En gran parte, la presencia de las cuatro reinas, la
Emperatriz y la Papisa en el tarot se explican por estos factores históricos y culturales,
pero para terminar de comprender el alcance de la dimensión femenina de la baraja, que
también abarca otras figuras femeninas, como las virtudes, es necesario que sepamos
algo más sobre la manera que entendían el amor en la época, cuanto menos, en su
vertiente literaria.
En La ciudad de las damas, Christine de Pizan ejemplificó con casos de mujeres ilustres
las virtudes de la mujer.

Bibliografía

Escribí esto hace tiempo y he perdido las referencias bibliográficas... Algunas que tengo a
mano por una razón u otra:

Imprescindibles

Vitali, Andrea. L'Imperatrice. Web de Le Tarot.

Vitali, Andrea. L'Imperatore. Web de Le Tarot.

Sobre la banca de los Medici

Parks, Tim. La fortuna dei Medici. Mondadori, 2008.

Roover, Raymond De. The Rise and Decline of the Medici Bank: 1397-1494. Beard Books,
1999.
Otras referencias

Para la historia de los Visconti, ver la bibliografía de la entrada el tarot: 2. Las barajas
milanesas.

Para la relación de la Iglesia y el Imperio, ver la bibliografía de la entrada el tarot: 7. La


Iglesia

Otro día amplío esto.

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