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“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le
destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.
1 Corintios 3:16-17
INTRODUCCIÓN
Si recordamos un poco, en sus inicios el capítulo 3 vuelve a tocar uno de los principales problemas que estaban ocurriendo en la
iglesia de Corinto, la formación de grupos que provocaban las divisiones internas de la iglesia. En los últimos versículos de este
mismo capítulo el apóstol utilizo la metáfora de la construcción al comparar a los ministros con los constructores e insistirles que
evalúen la forma de cómo está construyendo, porque este edificio no está hecho de piedras, sino de todos los creyentes. Ahora Pablo
les mostrará a aquellos que se dedican a causar divisiones entre la iglesia el terrible pecado que cometen ya que lo que hacen es
EL TEMPLO DE DIOS
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”1 Corintios 3:16
En forma de pregunta, el apóstol ratifica una verdad bíblica que ya estaba presente en la mente de los corintios: ¿No sabéis que sois
templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Desde el principio la idea de un templo donde pudiera habitar Dios
parecía algo inconcebible, sin embargo, Dios en su infinita misericordia ha buscado la forma de habitar en medio de su
pueblo: “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y
dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que
es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”, (Isaías 66:1-2). Aunque no hay templo o lugar terrenal que pueda
contener su gran gloria, el Señor se agrada de habitar con los humildes de corazón, aquellos que honran su palabra. El mismo rey
Salomón cuando edifico el Templo en Jerusalén expreso esta idea al considerar la magnificencia de Dios y ¿qué templo en la tierra
podría contener su gloria?: “Mas ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí, los cielos y los cielos de los
cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado?”, (2 Crónicas 6:18). No obstante, Dios se agradó de la
oración que Salomón dirigió el día que se dedicó el Templo a tal punto que prometió escucharlo y bendecirlos en ese lugar: “Y
apareció Jehová a Salomón de noche, y le dijo: Yo he oído tu oración, y he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio. Si yo
cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si
se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos
caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” , (2 Crónicas 7:12-14). En el Antiguo
Testamento el Templo de Jerusalén era el lugar físico en esta tierra donde los israelitas iban a buscar de la presencia de Dios
creyendo que allí lo encontrarían; pero ahora, en el Nuevo Testamento, se afirma que el templo de Dios ya no es un edificio de esta
tierra, sino los mismos creyentes como lo afirma Pablo: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en
vosotros? Por tanto, nuestro propio cuerpo que forma parte del templo de Dios es la casa donde el Espíritu Santo habita: “en quien
todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente
edificados para morada de Dios en el Espíritu”, (Efesios 2:21-22). Y por esta razón, los creyentes deben cuidar su cuerpo porque es
el templo del mismo Dios: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que
fornica, contra su propio cuerpo peca”, (1 Corintios 6:18), y es el lugar donde Dios habita, el corazón de cada creyente: “¿Y qué
acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: habitaré y
andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”, (2 Corintios 6:16).
1 Corintios 3:17. Si hay un pecado que Dios ha detestado desde su principio es el sacrilegio de su templo. En el libro de Ezequías
el Señor expresa su terrible disgusto ante el profeta porque su pueblo había profanado el templo con ídolos detestables: “Me dijo
entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de
mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores. Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared
un agujero. Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta. Me dijo luego: Entra, y ve
las malvadas abominaciones que éstos hacen allí. Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y
todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor”, (Ezequiel 8:6-10). Ahora sabemos que
el templo de Dios es su amada iglesia y Pablo deja claro lo terrible que es el causar divisiones entre ella, ya que tal cosa es un
pecado terrible que atenta directamente con el templo de Dios, el cuerpo de Cristo, los creyentes mismos. Este pecado en particular
es tan aborrecible para Dios que incluso la Biblia lo condena abiertamente advirtiendo a los que tal cosa hagan que serán destruidos
por el mismísimo Señor: Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois
vosotros, santo es. Por tanto, aquellos que se dedican a destruir el cuerpo de Dios llenándolo de adicciones, muerte (aborto)
borracheras, mentiras, gula, fornicación, adulterio, a causar disturbios entre los creyentes e intencionalmente levanta falsos o habla