Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
autocrítica destructiva
La vergüenza cuando es excesiva está unida a una autocrítica
destructiva. Otras veces se da la autocrítica sin relación con la
emoción de. Ambas tienen importancia en muchas patologías
como trastornos de ansiedad, fobia social, depresión, etc. Su
tratamiento es complicado porque muchas veces tienen sus
raíces en la infancia, en las conductas vinculares. En esta página
se plantea su tratamiento desde la perspectiva de la terapia de
aceptación y compromiso, haciendo hincapié en la compasión y
la autocompasión.
La autocrítica es una conducta verbal que pretende producir un cambio en nuestro comportamiento para
conseguir alcanzar nuestros objetivos y evitar nuestros fallos. La autocrítica lleva implícita una
autoexigencia de cambiar, que es una parte fundamental de la autocrítica. La autoexigencia consiste en
un impulso a cambiar, que a veces viene acompañado por una propuesta concreta de conductas a
modificar.
La vergüenza, como emoción, es positiva porque va dirigidas a evitar el rechazo social aunque, cuando
es extrema o demasiado frecuente puede llegar a ser patológica, y generar sentimientos de depresión y
ansiedad.
La autocrítica igualmente es positiva y tiene como misión proponernos nuestra superación y la corrección
de nuestros defectos y fallos. También puede ser patológica cuando se convierte en autocrítica destructiva
y plantea autoexigencias imposibles o que no estamos emocionalmente preparados para llevarlas a cabo.
Hay que tener en cuenta que el impacto que la vergüenza y la autocrítica tienen en la vida de una
persona está ligado a dos procesos clave. El primero es el grado de hostilidad, desprecio y odio dirigidos
a nosotros mismos que conlleven. El segundo es relativo a la incapacidad de generar sentimientos de
ternura, apaciguamiento, de querernos a nosotros mismos y de consolarnos ante los ataques internos o
externos (Gilbert, 2006). Las dos generan sentimientos de depresión por la mala valoración que hacemos
de nosotros mismos y de ansiedad, porque están asociadas a la amenaza de rechazo social.
Gilbert (2006) menciona diversas fuentes de donde se puede originar la conducta sistemática de
autocrítica:
• La vergüenza la dispara para evitar que se repita la posible causa de rechazo en otras
situaciones. La vergüenza puede ser de nuestros propios sentimientos, por ejemplo, podemos
sentirnos avergonzados de nuestros sentimientos de agresividad o debilidad y la autocrítica se
genera para pretender controlar nuestra ira o nuestra impotencia.
• Por condicionamiento operante. Podríamos estar considerándola necesaria para poder
mantener nuestro papel en la sociedad, es decir, que la precisamos para esforzarnos en ser
queridos o para conseguir desarrollarnos personalmente o para tener a raya las emociones
negativas. En este sentido, la autocrítica también puede ser una respuesta anticipatoria de
catástrofes sociales predichas por nuestra mente, por ejemplo, “si no trabajas duro o pierdes
peso o controlas tus emociones, nadie te va a querer”.
• También puede estar asociada a sentir a los demás como no seguros ni serviciales, como
críticos que no están dispuestos a ayudarnos a superar el estrés y las dificultades.
• Se puede aprender por modelado, es decir, aprendiendo a tratar a los demás como ellos nos
han tratado. Padres y maestros pueden enseñarnos a ser autocríticos con su ejemplo.
• Tiene relevancia cuando es una conducta o estrategia para afrontar a personas hostiles
convirtiéndose en una conducta de sumisión dirigida a minimizar o evitar el ataque o la crítica.
El exceso de vergüenza y de autocrítica tiene sus raíces, como muchos otros problemas psicológicos,
en abusos en la infancia, acoso en el colegio (bullying), por las relaciones familiares en las que se han
expresado muy fuertemente el rechazo y la crítica o en los que se ha ignorado o negado la importancia
de las emociones. (Gilbert, 2009). Cuando hemos pasado por esas experiencias, podemos haber
generado una alta sensibilidad a las amenazas de rechazo o críticas y ser muy proclives a sentir
vergüenza.
Pero no hace falta pasar por experiencias tan traumáticas, basta con que los padres sean un poco
exigentes con su hijo. Veamos un ejemplo. El niño presenta un problema achacable a su conducta, por
ejemplo, tartamudea. Los padres no aceptan el defecto de su hijo, que quizás solo sea pequeña dificultad
a la hora de aprender una conducta tan difícil como pronunciar. Hay que tener en cuenta que para
cualquier padre es muy difícil aceptar que tienen un hijo que no es el mejor del mundo. En consecuencia,
le exigen, implícita o explícitamente que se comporte “bien”, en este caso que pronuncie bien. El niño lo
vive como un rechazo de sus padres y, para evitarlo se esfuerza, pero fracasa porque es posible que no
tenga facilidad para conseguir hacer lo que sus padres le exigen, en el ejemplo una pronunciación fluida.
La exigencia de los padres continúa. El niño necesita que sus padres no le rechacen, que le quieran y se
esfuerza más y más en cumplir lo que le exigen sus padres, hablar fluidamente. Si no lo consigue, el
sentimiento de que tiene algo malo dentro que tiene que cambiar para que le quieran está servido y esa
exigencia está destinada al fracaso. En lugar de la tartamudez el problema puede ser que su hijo no sea
el más listo o el más simpático o el más deportista.
La autocrítica excesiva
La excesiva autocrítica es un proceso privado (pensamientos y sentimientos) que inicialmente tiene la
función de adelantarnos a las posibles críticas que podemos recibir de alguien importante para evitar
el rechazo que suponen. Igual que cualquier otro pensamiento, tiene el mismo efecto que si el desprecio
que adelanta estuviera ocurriendo. La respuesta que nos genera es una autoexigencia para conseguir el
cambio que creemos necesario para intentar ser aceptados, aparecen entonces respuestas de ansiedad
para conseguirlo y de depresión cuando no se logra.
Hay que tener en cuenta que si negáramos las críticas que tememos tendríamos dos objetos de ataque,
la crítica en sí y el hecho de que el otro quiere llevar razón. Si nos criticamos a nosotros mismos y nos
proponemos el cambio que evitaría las críticas, podríamos lograr un cierto apaciguamiento en quien nos
amenaza, porque reconocemos que lleva razón y que nos proponemos cambiar. El problema se
incrementa cuando nuestra autocrítica no consigue desactivar el ataque o no conseguimos
cambiar el motivo de rechazo. Se genera entonces un sentimiento de que hay algo malo en nosotros
que no somos capaces de cambiar y esa incapacidad también es objeto de nuestra autocrítica. Cuando
nos vemos impotentes y desesperados, podemos generar una respuesta agresiva, incluso exagerada en
el contexto fruto de nuestra desesperación.
Cuando realizamos sistemáticamente conductas de sumisión podemos llegar a perder de vista que las
hacemos para evitar el rechazo y acabar reaccionando ante nuestra autoevaluación negativa como si
respondiera a la existencia real de un fallo interno. Por ejemplo, si autocriticándonos no conseguimos
parar el castigo o el miedo al castigo y continuamos sometiéndonos, la alternativa que tenemos es intentar
cambiarnos a nosotros mismos, lo que nos lleva a pensar que tenemos algo inherentemente malo que
tiene que modificarse para que los demás nos quieran. Aunque, lógicamente, todos sus esfuerzos para
hacerlo serán vanos, lo que implica la conclusión de que efectivamente tenemos algo que no funciona
dentro de nosotros y que no podemos cambiar (Gilbert, 2006). Puede surgir entonces la vergüenza que
nos lleva a ocultarnos para que no se den cuenta de lo que hemos hecho y así evitar el posible castigo.
Si lo que pretendemos es ocultar alguna reacción propia que es automática y, por tanto, está fuera de
nuestro control, como ponernos colorados o temblar o sudar o dirigir la mirada hacia lugares mal vistos
socialmente, etc., al no poder dejar de hacerlo, surge la autocrítica que nos dice que tenemos algo malo
que nos impide controlar aquello vergonzoso que tenemos.
Nuestro autoconcepto depende y se forja a partir de lo que creemos o tememos que los demás
piensan de nosotros. Si la relación con esa persona nos produce una gran emoción, para cambiar su
juicio implícito o explícito, intentaremos cambiar nosotros, lo que nos lleva a concluir que tenemos algo
malo y despreciable dentro de nosotros, que los demás rechazan. Se dispara entonces nuestra autocrítica
negativa, que nos lleva a una desilusión con nosotros mismos. Emocionalmente nos afecta porque
estaremos constantemente atentos al posible rechazo que vamos a sentir. De ahí pueden venirnos fuertes
sentimientos de ansiedad para luchar y de depresión porque no conseguimos nuestro objetivo (Gilbert,
2006).
La línea que en general se ha seguido para estudiar el vínculo entre el niño y el cuidador ha sido establecer
patrones generales sobre el tipo vínculo que se forma dependiendo de la conducta del cuidador. Así se
habla de vínculo seguro, evitativo, ambivalente y desorganizado. Estos estudios son una guía valiosa y
han demostrado la importancia del vínculo en la infancia y su influencia en nuestra vida de adultos, por
ejemplo, en las relaciones de pareja. Pero desde un punto de vista conductual es preciso tener en cuenta
los aspectos involucrados en la conducta de pedir ayuda que nos van a permitir actuar sobre ella:
• El tipo de ayuda que pide el niño, por ejemplo, puede estar atendido en sus necesidades
físicas, pero no las emocionales, la respuesta que recibe del cuidador puede ser diferente si la
amenaza viene de un extraño o de alguien cercano, etc. Por eso, en la vida adulta puede que le
cueste o tema pedir determinado tipo de ayuda, mientras que en otras situaciones lo haga sin
mayor problema.
• El programa de reforzamiento que provoca la respuesta del cuidador. Es diferente que se
obtenga ayuda siempre o que ocurra con una frecuencia aleatoria, que castigue o extinga, etc.
Mansfield y Cordova, (2007) plantean el programa de reforzamiento como explicación a los
diferentes estilos de vínculo que se han encontrado. Respuestas sistemáticas del cuidador
condicionarán hábitos de petición de ayuda, que acabarán automatizándose y, por tanto,
volviéndose inconscientes y manteniéndose en la vida adulta. Pedir y obtener ayuda son, por
tanto, procesos automáticos asociados a las fuertes emociones iguales a las que se originaban
en la infancia.
• La conducta alternativa que sigue el niño para enfrentar la amenaza, ante la ausencia de
ayuda del cuidador. Entre las posibles respuestas se encuentra la sumisión unida a la
autocrítica. Cuando el origen de nuestra autocrítica está en los procesos vinculares hay que
tener en cuenta que se trata de hábitos conductuales muy establecidos. Se ha encontrado que
los seres humanos regimos parte de nuestro comportamiento por medio de reglas, que se
construyen a partir de conductas sistemáticas, como las de vínculo, y que son resistentes al
cambio (Hayes y otros, 1986).En consecuencia, una reacción sistemática concreta del niño para
afrontar la amenaza ante la que le han dejado indefenso, se puede mantener a lo largo del
tiempo siguiendo una regla implícita, aunque haya dejado de ser eficaz o se tengan otras
alternativa por el mero hecho de ser adulto. La conducta que regida por reglas es poco sensible
a las consecuencias que se derivan de ella y la conducta no se modifica aunque los resultados
conseguidos sean nefastos.
Hay que tener en cuenta la perspectiva del niño cuando se da la autocrítica: de ser aceptados
incondicionalmente depende toda su vida. No son amenazas solamente de soledad o de indefensión,
puede llegar a estar involucrada la propia existencia física. La autocrítica tiene la función de mantener la
relación con sus cuidadores, de los que depende.
Además, en la terapia cognitivo conductual también hay que tener en cuenta la compasión cuando se dan
avances conductuales en la terapia, pero no se dan las mejoras emocionales necesarias para sentir
bienestar.
Fase de educación
El análisis funcional puede servir para dar los primeros pasos para aproximarnos a la autocrítica desde
una perspectiva empática, porque nos permite entender su origen y qué la mantiene y, además,
plantea una posible salida. Se trata de que podemos llegar a conclusiones como, “es triste que me sienta
horrorizado/confundido/no valioso, pero es entendible teniendo en cuenta los miedos que he tenido a
afrontar. Sin embargo, si soy amable y gentil conmigo mismo puedo concentrarme en…, y me ayudaría
hacer…”. Por supuesto, una reestructuración exclusivamente cognitiva es muy limitada y es necesario
trabajar las emociones que sustentan la autocrítica para poder desactivarla.
Otro paso en la educación consiste en que aprendamos a distinguir las diferencias entre la autocrítica
negativa y la autocompasiva, por ejemplo, con el siguiente ejercicio:
Cogemos papel y lápiz. Recordamos lo que ha ocurrido y las cosas que nos decimos a nosotros mismos.
Se trata ahora de distinguir si nos estamos criticando para avanzar o es una autocrítica negativa. La
diferencia surge de los sentimientos que tenemos, se trata de distinguir lo que escribimos en base a
nuestros sentimientos y emociones y no en cuanto a lo que pensamos. Si el sentimiento es de rabia, ira,
desprecio, etc. estamos ante una autocrítica que no nos aporta mucho. Si el sentimiento es de culpa, nos
lleva a involucrarnos, nos genera tristeza, melancolía y nos lleva a la reparación, estamos ante un
sentimiento de compasión. la siguiente tabla muestra las diferencias entre ambas:
Otro aspecto que hay que aprender es que nuestra autocrítica está relacionada con lo que creemos
que los demás piensan de nosotros incluida la crítica que tememos.
Podemos hacer el siguiente ejercicio para comprobarlo. Se trata de rellenar una tabla de dos columnas,
después de pasar una situación determinada, por ejemplo, haber invitado a unos amigos y haber hecho
una comida preparada en lugar de haber cocinado.
Hay que partir de que la autocrítica surge de un miedo al rechazo que puede estar ligado a conductas de
sumisión aprendidas en la infancia y a miedos al rechazo surgidos en épocas iniciales en donde la
indefensión del niño es extrema y por tanto estaremos ante emociones fuertes y arraigadas. En
consecuencia, es conveniente comenzar generando sentimientos de autocompasión que nos van a
permitir iniciar el abandono de la autocrítica y la autoexigencia que la acompaña desde una base
segura.
Hay que partir de que cuando nos autocriticamos destructivamente estamos fusionándonos con nuestro
yo como concepto, es decir, tenemos nuestro autoconcepto muy afectado.
Cuando lo vamos logrando, podemos atrevernos a empezar a dejar de utilizar la autocrítica como conducta
de sumisión. Nos vamos a enfrentar a un tremendo miedo al rechazo que amenaza nuestra existencia
psicológica y, por ello, es conveniente sentirla para poder enfrentarnos más fácilmente a los sentimientos
asociados al rechazo social, ya que la compasión no solo es necesaria para sentirnos satisfechos, sino
que también nos lleva a sentirnos seguros y conectados con otros.
La construcción de la autocompasión
El análisis funcional nos permite un acercamiento empático hacia lo que nos pasa, porque podemos
entender que el desarrollo de la autocrítica responde a estrategias defensivas planificadas y
automatizadas que pretenden afrontar y evitar amenazas externas y también internas. A través de la
comprensión de lo que ocurre, podemos desarrollar la empatía hacia las estrategias que estamos usando
para enfrentarnos a la amenaza externa, entendiendo como se han generado. De esta forma la
autocrítica deja de ser ella misma fuente de autocrítica y, así, ponemos las bases a su aceptación
compasiva.
En cuanto a los sentimientos que nos abruman y que se presentan como contradictorios y nos llevan a la
autocrítica, se trata de que reconozcamos que los seres humanos tenemos muchas maneras de actuar
ante una amenaza, por ejemplo, atacar, huir, buscar apoyo, conseguir aprobación, que pueden tener
diferentes prioridades en cada situación y que, en un momento dado, nos podemos sentir empujados
a actuar en diferentes direcciones produciéndonos conflictos internos que pueden confundirnos
y dificultar nuestras decisiones. Tenemos que entender que es como si diferentes partes de nuestro yo
nos intentaran defender de la mejor manera que puede cada una por su cuenta. Sin embargo, ninguna de
ellas por separado tiene la idea completa de lo que hay que hacer ni tiene una visión de futuro. En
consecuencia, nos llevan en direcciones opuestas y nos pueden hacer sentir confusos y abrumados.
Hay que tener en cuenta que los miedos asociados a sentir compasión son fundamentales en la inhibición
de su activación. Es preciso determinar cuáles son los miedos y realizar un proceso de aceptación que
permite el desarrollo de conductas alternativas a la autocrítica en situaciones de amenaza de rechazo.
En los casos en que la autocrítica aparece en la infancia unida a conductas vinculares, la fusión con el
concepto negativo de nosotros mismos es determinante en el problema. Por ello la construcción de la
autocompasión es fundamental en la terapia. La propuesta de la terapia de aceptación y compromiso,
se basa en:
• Permitirnos ser nosotros mismos, lo que supone permitirnos desear, es decir, potenciar y
elegir nuestros valores, comunicar a los demás nuestros deseos y sentimientos, arriesgándonos
al rechazo. No permitirnos serlo es una de las cosas que más daño nos hace.
La terapia de aceptación y compromiso no propone una trayectoria lineal en la terapia, sino que para
llevar a cabo este trabajo, se tienen que trabajar el resto de los procesos básicos propuestos por la terapia
de aceptación y compromiso. Así, los ejercicios dirigidos a vivir el presente (mindfulness) son una base
importante para avanzar en la terapia y en la construcción de la experiencia del yo como contexto; la
claridad con los valores y el compromiso a ultranza con ellos son los pilares para la motivación de una
terapia larga, como la que aquí se plantea. Importancia fundamental tiene la aceptación del pensamiento
del rechazo social, junto con el sentimiento que nos produce cuando lo adelantamos pensando que puede
ocurrir.
Una herramienta muy útil para enfrentarse al miedo es la exposición en la imaginación, ejercicio que
contiene los siguientes pasos (García Higuera, 2007, García Higuera y García Ureña, 2012)
Aplicarla a la amenaza de rechazo social que sustenta la autocrítica supone el enfrentamiento a miedos
muy profundos y arraigados que requieren más que otros dar pasos previos de preparación, en
concreto la generación de la aceptación incondicional de nosotros mismos que supone la autocompasión;
así estaremos en mejor situación para aceptar los sentimientos que la amenaza de ser rechazados nos
genera y comprometernos con abandonar la autoexigencia de cambiar para ser nosotros mismos y
centrarnos en la conducta que más nos conviene en cada caso. Es importante permitirse tomar tiempo
necesario para construir la autocompasión antes de exponerse al rechazo. El desmantelamiento de las
conductas de sumisión tenemos que hacerla muy, muy paulatinamente.
Para realizar la exposición en la imaginación en el caso del miedo al rechazo social se propone:
• Partir del reconocimiento de que el terrible sufrimiento asociado al miedo al rechazo se debe a
la importancia fundamental que, como seres humanos, tiene para nosotros ser aceptados y
queridos TAL Y COMO SOMOS. Este es el valor fundamental que perseguimos con la
autocrítica, aunque no lo consigamos con ella.
• Identificar la acción comprometida con ese valor, que va a sustituir a la autocrítica y que podría
resumirse en mostrar los deseos, pensamientos y sentimientos que tenemos y hacer lo que
realmente deseamos, arriesgándonos al rechazo. Es posible que nos enfrentemos al miedo al
rechazo empleando estrategias aprendidas en la infancia, que entonces fueron nuestra única
salida, mientras que ahora, siendo adultos, podemos generar otras posibilidades más eficaces.
A veces es posible que ya podamos realizarlas y solamente tenemos que atrevernos a
hacerlas; otras veces, es necesario aprender esas conductas, por ejemplo, la
asertividad http://www.psicoterapeutas.com/pacientes/asertividad.htm.
• El desarrollo de la experiencia del yo como contexto es conveniente para poder exponerse a
los abrumadores sentimientos que despierta en nosotros el rechazo social, tal y como propone
la terapia de aceptación y compromiso (Hayes y otros, 2011).
• Aceptar las emociones que nos causa solo pensar en hacerlo. Hay que recordar que es un
entrenamiento, se trata de aprender a manejar la sensación que realmente sentimos en el
momento presente y no la que pensamos que podemos sentir. Nos entrenamos en sentir
nuestras emociones actuales y no en prepararnos para controlar lo que alguna vez podemos
sentir, porque la aceptación se ha de hacer en el presente.
• Ser conscientes de que la autocrítica negativa está ligada a la respuesta de sumisión ante la
amenaza de un rechazo de los demás que tiene consecuencias negativas para nosotros y
que no nos conviene realizarla.
• Sentir que recibimos compasión nos produce un sentimiento de pertenencia y de conexión con
los otros que nos ayuda a tomar la determinación de comprometernos con la acción
comprometida con una auténtica determinación (willingness).
• Estar atentos a aceptarnos incondicionalmente cuando no hacemos adecuadamente
cualquier ejercicio de los que nos proponemos en la terapia.
En esta terapia hemos de tener en cuenta que nos enfrentamos a conductas muy establecidas, con
sentimientos muy arraigados y potentes, tenemos que tener mucha paciencia y una gran capacidad de
autocompasión, porque el camino va a ser largo y lleno de dificultades y marchas atrás. El éxito está
asegurado porque al centrar el trabajo en potenciar la compasión activamos los mecanismos neurológicos
que están en la base de los sentimientos de afiliación, apaciguamiento y seguridad y tendremos más
posibilidades de enfrentarnos con éxito a los miedos al rechazo y el abandono.