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1. El vacío de la muerte
Hemos venido a realizar algo difícil de explicar. Hemos venido a
celebrar la muerte de nuestro hermano N. ¿Es posible celebrar
la muerte?
¿Tiene algún sentido hacerlo?
Porque lo cierto es que la muerte es un acontecimiento
catastrófico y
trágico. Cuando la muerte llama a las puertas de nuestra casa, o
bien a
las de la casa de un pariente, de un amigo, de un compañero,
de un
vecino, lo hace para arrancarnos la presencia viva de un ser
amado. Ni el
más claro y piadoso recuerdo podría llenar el vacío que deja la
muerte.
La frialdad del cadáver hace más penetrante la ausencia del ser
amado:
no hay palabra humana que pueda despertar el más pequeño
brillo de
estos ojos o la floreciente sonrisa de estos labios.
Cuando la muerte se acerca definitivamente a nuestra
existencia, viene
para robarnos el don más preciado: la vida. Y con la muerte lo
perdemos
todo: las personas que amamos, el mundo en el cual hemos
vivido, el
tiempo que más o menos hemos aprovechado para hacer tantas
cosas.
Incluso, parece que quiera arrancarnos de las manos de Aquel
que es la
Fuente de la Vida: el mismo Jesús, que desde la cruz, exclamó:
"Dios mío,
¿por qué me has abandonado?".