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Ante la inevitable muerte...

Porque lo cierto es que la muerte es un


acontecimiento catastrófico y trágico. Cuando la muerte llama a las puertas de
nuestra casa, o bien a las de la casa de un pariente, de un amigo, de un
compañero, de un vecino, lo hace para ARRANCARNOS LA PRESENCIA VIVA DE UN
SER AMADO. Ni el más claro y piadoso recuerdo podría llenar el vacío que deja la
muerte. La frialdad del cadáver hace más penetrante la ausencia del ser amado:
no hay palabra humana que pueda despertar el más pequeño brillo de los ojos o
la floreciente sonrisa de los labios. Cuando la muerte se acerca definitivamente a
nuestra existencia, viene para robarnos el don más preciado: la vida. Y CON LA
MUERTE LO PERDEMOS TODO: las personas que amamos, el mundo en el cual
hemos vivido, el tiempo que más o menos hemos aprovechado para hacer tantas
cosas.
Apropósito de esto me gustaría contarles el siguiente dialogo:
“Dos gemelos fueron concebidos en un seno. Pasaron las semanas, y los gemelos
fueron creciendo. A medida que iban tomando conciencia, su alegría rebosaba.
“Dime, ¿no es increíble que vivamos? ¿No es maravilloso estar aquí?”.
Los gemelos comenzaron a descubrir su mundo. Cuando encontraron el cordón
que les unía a su madre, y a través del cual les llegaba el alimento, exclamaron
llenos de gozo: “¡Tanto nos ama nuestra madre que comparte su vida con
nosotros!”.
Pasaron las semanas y los meses. De repente, se dieron cuenta de cuánto habían
cambiado. “¿Qué significará esto?”, preguntó uno. – “Esto significa (respondió el
otro) que pronto no cabremos aquí dentro”…”No podemos quedarnos aquí dentro.
Vamos a nacer”. Pero el primero objetó: “No quiero verme fuera de aquí en ningún
caso. Quiero quedarme aquí para siempre”.
Su hermano le dijo: “Reflexiona: no tenemos otra salida. Acaso haya otra vida
después del nacimiento”… A lo que el primero respondió con energía: “¿Cómo
puede ser eso? Sin el cordón de la vida no es posible vivir. Además, otros antes de
nosotros han abandonado el seno materno y ninguno de ellos ha vuelto a decirnos
que hay una vida tras el nacimiento. No. Al salir se acaba todo. Esto es el final”.
“Si la concepción acaba con el nacimiento, ¿qué sentido tiene esta vida aquí? No
tiene ningún sentido. A lo mejor, resulta que ni existe una madre, como siempre
hemos creído”. – ¡Debe existir!, protestaba el primero, de lo contrario, ya no nos
queda nada”. A lo que el otro preguntó: ¿Has visto alguna vez a nuestra madre? A
lo mejor, nos la hemos imaginado. Nos la hemos forjado para podernos explicar
mejor nuestra vida aquí”.
Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda angustia, transcurrieron los
últimos días de los dos hermanos en el seno materno. Por fin, llegó el momento
del nacimiento. Cuando los gemelos dejaron su mundo, abrieron los ojos y
lanzaron un grito. Lo que vieron superó sus más atrevidos sueños”.
Esta historia nos enseña que el Universo y la Vida tienen sentido, por más que a
muchos no se lo parezca o no lo encuentren, y que ni la más sencilla sonrisa o
esfuerzo que hacemos quedara perdido, porque hay como un cuenco infinito
donde se recoge amorosamente todo el amor y el cuidado, todo el desvelo y la
alegría, todas las lágrimas y esfuerzos de la vida del último de este mundo, y es
apreciado todo ello y hecho valer amplia y misteriosamente como el tesoro que
han destilado los corazones al vivir. A este cuenco lo llamamos Dios.
La muerte misteriosamente comporta un mensaje salvífico, que poco a
poco debemos aprender a considerar en nuestra vida... El aspecto más
aniquilador de la muerte es que rompe los lazos con los vivos. Pero Jesús ha dicho:
"Y yo lo resucitaré en el último día". Ello quiere decir que llegará un día en que
todos los pueblos y todos los seres humanos participarán del convite de la plena
comunión entre ellos. Y esta fe, y esta esperanza, hacen que, ahora mismo,
cuando ha ocurrido el aniversario de la muerte de su mamá, no tenga que decir
"adiós", sino "hasta luego". Porque creemos en Jesucristo, muerto y resucitado,
por ello podemos ahora celebrar la PASCUA de Carlos.
la Pascua de Carlos esconde un gran mensaje para todos, el cual con cariño se lo
trasmito: lo que importa no es cuanto vivimos, sino, si vivimos plenamente, el bien
que pudimos hacer, los amigos que hicimos, el amor que compartimos en el
camino. ¡Animo!... Todos somos hojas en el viento, vamos y venimos, pero
mientras estemos aquí, tenemos la tarea de vivir al máximo y fidelidad como
ustedes le vieron vivir a Carlos inspirado seguramente por el Señor. Amen.

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