Está en la página 1de 2

Una náusea ancestral

Se aproxima fin de año y los comuneros mapuche llevan setenta días en huelga de
hambre. Mientras, este país glotón se sacia con sus cenas de fin de año, con sus banquetes de
palacio por la cumbre mundial, por las reuniones de mantel largo que se les da a las visitas
imperiales que vienen a degustar el salmón al pil pil, el charquicán frú frú o las papayas con
albahaca que les ofrece la presidencia en La Moneda.
La vergüenza es un manjar amargo que se masca y cuesta tragar, más aún cuando se
sabe que un grupo de comuneros en el sur del país se niega a probar bocado en señal de
repulsa frente a la injusticia, en señal de protesta por la ley antiterrorista, resabios de la
dictadura que se les aplica por defender sus derechos ancestrales. Una vez más el resistente
pueblo mapuche es agredido en su propia tierra. Y decir propia es hablar de sus praderas
verde canelo, de sus lomajes azules, amarillos, rosados que pintan el tornasol de las flores
que en esta época acuarelan el paisaje sureño donde antaño la raza indómita miraba los
amaneceres sin lentes de sol.
Resulta vergonzoso saber que este grupo de personas permanece encarcelado solo
por manifestarse contra el yugo cultural impuesto, por rechazar la intromisión de las
transnacionales que les contaminan sus aguas claras, sus nieves eternas, su bosque nativo.
Los canales de televisión no informan de esta protesta que puede terminar con algún
comunero muerto por inanición. Algunos de ellos orinan sangre, tienen mareos y no se
sostienen en pie. Los medios no dicen nada y las autoridades y políticos del espectáculo se
hartan de comistrajos en los banquetes del parlamento cual obesos budas de la verborragia.
Ojalá les de colitis, una diarrea putrefacta que los arrastre por el retrete hasta el mismísimo
mar. Y ni aun así se les borra la sonrisa satisfecha que eructan para las cámaras. Ni aun así
dejan de masticar sus discursos entre canapé y canapé. Comen y comen y se comen a sí
mismos en la degustación mezquina de sus manjares y exquisiteces. Comer y cagar es su
dieta para no saber que el grupo mapuche se niega a probar bocado. Como si este gesto fuera
un negarse a parlamentar, como si este gesto de mudez se negara a asumir el lenguaje del
conquistador. “La porfía del silencio es el estandarte de un pueblo que no le dio entrevistas a
la historia”. No es “el que calla otorga”, aquí no hay nada que otorgar ni transar. En Temuco
hay planes de construir un aeropuerto sobre las tumbas de sus antepasados. ¿Qué dirían los
ricos si se hiciera esto en su pomposo cementerio catóico?
El año se termina y todos se preparan para la gran cena de año nuevo. Con pavo, con
jabalí, con faisán, con avestruz, con filete, mejor pescado, dice la pituca mordiendo una
aceituna rellena de anchoas. Mientras allá en el lluvioso sur las bocas cerradas de la tierra se
clausuran en su huelga de hambre. El año se termina, cae la última hoja del calendario,
también ruedan opacos lagrimones por la mejilla rugosa de una abuela machi. El año se va,
vemos jirones de luces en el cielo que lo despiden con costosos fuegos artificiales. A los
comuneros mapuche les enrejaron el cielo. Un estremecimiento de tripas marcará la
medianoche. La carne se quema en el horno, el champaña con helado se derrite por el calor.
El vahído de una náusea ancestral distorsiona el himno patrio que se escucha en casi todos
los hogares chilenos.

Diciembre de 2007
En Lemebel, P. Háblame de amores (2023) Seix Barral, Bs. As.

También podría gustarte