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El camino del Ñandú

Apuntes sobre el Chaco, el algodón y la Cadena Textil…

Hay una región en la Argentina que parece no existir…


La Patagonia es poseedora de cinco provincias, todas con grandes lagos y
montañas y con el valor agregado de ser el “fin del mundo”. Porque Islandia, Alaska o
Groenlandia no son el fin del mundo, están en el norte; son regiones fantásticas pero
están “arriba”; el mundo en cambio, termina al sur...
Las provincias de Cuyo son dueñas de la gesta sanmartiniana, de los Andes
secos, del vino y la chacarera. El Noroeste es también los Andes, con color y mal de
altura, la Puna y la Cultura Madre de Bolivia y el Perú, es carnavalito y zambas, y
picante adobando empanadas y tamales.
La Pampa y el Litoral dan forma a la Argentina Gaucha, la típica, la de la carne,
el fútbol, la milonga campera y ciudadana, que después, y con otros ritmos hermanos,
el candombe, la canción, el vals y algunos otros, fueron tango. En su extremo, al norte
litoraleño, están la selva, el mate y el agua… Las grandes aguas, acompañadas de
chamamés y polkitas gringas.
Las sierras centrales en cambio, son de los argentinos, no trascienden fronteras,
pero las utopías, la apertura, la belleza y las nuevas cosas siempre parecen venir o
pasar de por aquellos lados.
Y el Chaco? Hay cuatro provincias que comparten su territorio, o parte de él,
Salta, Santiago del Estero, Formosa y la provincia homónima, llamada como él. Una
región llana y misteriosa, de vacas magras, algodón, polvo y calor letal. Muchos de sus
pobladores son aborígenes que han luchado y resistido a las tropas de la República,
igual que los sureños tehuelches, aunque sin tanta fama. Por estos pagos bonaerenses
no sabemos casi nada de sus rebeldías, gestas, dolores y muertes. Sin embargo hoy
muchos de ellos resisten profundamente, hablando sus propias lenguas, desconfiando
del hombrecito blanco, el gringo, el criollo, en especial el porteño... Todos ellos,
indefectiblemente podemos portar estafa o regalos, caridad o muerte. Estos hombres
tan extraños a nosotros, cuando se refieren a la tarde miran o señalan el ocaso,
cuando hablan de Buenos Aires por ejemplo, señalan hacia el sur. Para todos ellos los
pájaros son augures, y el futuro los viene esperando allá atrás… Observan el presente y
el pasado mientras aguardan sin prisa los eventos del futuro. No conocen nuestra
ansiedad y cuando la observan se divierten y puede que hasta les de un pequeño
asuste. Esto no los hace congelarse ni quedarse. Su hacer es diferente, es colectivo, no
sólo entre ellos, sino unido con los seres con quienes conviven. El Monte los alberga y
es parte de ellos, todos los seres.
Los habitantes del Chaco son invisibles al país y se están muriendo junto con el
Monte. También pueblan al Chaco los criollos. Éstos y aquéllos viven como pueden,
cultivan poco, crían algunos animales, tienen poca tierra y muchas veces pelean entre
sí porque no se entienden. Ella, la Tierra, como en casi toda América, tiene pocos
dueños. Los muchos en cambio son los criollos y los aborígenes, igualados como
campesinos y como pobres, alcanzan a hacer tres o cuatro toneladas de algodón,
porque pueden cultivar tres o cuatro hectáreas, que muchas veces ni siquiera les
pertenece.
No hay explicación para tal anonimato.
El siglo XXI propone al Chaco una elección existencial, sustancial: Una
alternativa es Pampeanizarse, ésto se hace corriendo o “arreando” a sus genuinos
pobladores rumbo a las ciudades, ofreciéndoles los espejos del colorido consumo; y al
monte en cambio “llevandoló”, desapareciéndolo hacia la nada, talandoló,
quemandoló, empujandoló con palas, desnudando el hermoso, aunque frágil y joven
humus chaqueño. La otra posibilidad -en esta elección crucial a la que se enfrenta- es
levantarse, haciendo tornar grande al Monte, otrora impenetrable, creando oasis de
vida con él.
La agroecología convive con el monte y con la cultura del agro, las chacras
familiares y cooperativas buscan la convivencia del algodón con maíces, curcubitas y
porotos, y en su rotación le dan pie a chivos y gallinas. Ese caos biodiverso, creado por
los hombres del Chaco, defendido por lapachos y timbós, caraguatás, orquídeas y
yararás, es riqueza, es belleza, es vida del país. Un algodón cosechado a mano en esos
territorios intensos, libres de la síntesis de los laboratorios, se expresa más blanco,
más largo, más valioso y bello.
Esa fibra, hoy todavía especial, que en la Cadena Textil Solidaria queremos que
deje de serlo, porque buscamos que toda la fibra sea fuerte y buena. Esa fibra digo, se
hila y viaja al sur, a una fábrica de amigos, cerquita de unos cerros muy antiguos,
donde los árboles son pocos y plantados, pero donde los hombres son también
paisanos, hijos de viejos gringos en su mayoría, que tejerán, colorearán y convertirán
en telas esos hilos para hacer que algunos de nosotros los vistamos y que esperemos
sean cada día más.

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