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UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO

FACULTAD DE HUMANIDADES Y ARTES


ESCUELA DE HISTORIA
HISTORIA DE ASIA Y ÁFRICA I
PROFESORA TITULAR: CRISTINA I. DE BERNARDI

ASTOUR, Michael C.; “The Hapiru in the Amarna Texts. Basic Points of
Controversy” en Ugarit-Forschungen, Band 31, 1999, Ugarit-Verlag, Münster, 2000.
Págs. 31-50 Traducción: Luciana Urbano, Adriana Milano, Federico Luciani.

Los Habiru en los textos de el-Amarna.


Puntos básicos de la controversia1

Uno de los primeros datos históricos revelados por el archivo de el-Amarna fue
la frecuente aparición de grupos de personas designados, en silábico, ha-BI-ru (el cual al
momento del descubrimiento y tiempo después fue normalizado habiru), y más
comúnmente, en escritura ideográfica, SA.GAZ o una variante de ello. Fue Hugo
Winckler quien casi al instante y perspicazmente identificó las dos palabras -una
suposición que fue plenamente confirmada por hallazgos epigráficos en Bogazköy
hechos por el mismo académico y por la subsiguiente emergencia gradual de más y más
material pertinente de otras áreas. Pero hoy en día, el más grande y más instructivo
cuerpo de evidencia sobre los así llamados Habiru proviene de la correspondencia de el-
Amarna. No es, por supuesto, mi intención examinar en el corto límite de tiempo de mi
exposición, el material entero de fuentes y la historia completa del problema Habiru. Lo
que quiero hacer ahora es volver nuevamente a lo básico de la discusión de un siglo
sobre la definición del término habiru (hapiru) y la identidad de los portadores de tal
apelación.
La evidencia prima facie de el-Amarna sobre los Habiru se presentó
bastante clara. Su presencia y actividad eran reportadas en cada área de la Siria egipcia,
Fenicia y Palestina. Actuaban en grandes unidades armadas no sólo comprometidos con
saqueos sino también en tomar para ellos mismos pueblos y tierras bajo gobierno
egipcio. Su carácter violento se dejó notar en el ideograma por el cual fueron más a
menudo designados, SA.GAZ, del acadio šaggašu “asesino, homicida”. El mismo
ideograma también designo al habatu que “robaba” o “emigraba”(dos aspectos del
mismo fenómeno). Los Habiru actuaban por su cuenta o en alianza con algunos de los
vasallos menores enfrentados del Faraón. Reyes vencidos que eran expulsados fuera de
sus ciudades podían encontrar refugio entre los Habiru. Por otro lado, su presencia o
ejemplo suscitaba a menudo deserciones y rebeliones entre los habitantes de ciudades-
Estados, y si ellos mataban a sus gobernantes, se les decía “volverse como los Habiru”.
Los grupos de población rebelados nunca eran equiparados con los Habiru en las cartas
sino que eran llamados “los hubšu” (la más baja y oprimida clase de la población
nativa) o “los sirvientes” de los reyezuelos en cuestión. Pero los Habiru estaban bastante
predispuestos a servir como soldados de los gobernantes locales, sin importar sí estos
eran leales o rebeldes con respecto a Egipto. No había nada inherentemente desleal en
emplear tropas Habiru. El rol de los Habiru fue especialmente grande en la contundente
unificación de la región de Amurru en el centro oeste de Siria en un Estado territorial

1
Las notas no ha sido traducidas. N del T.
generalizado bajo el liderazgo de Abdi-Aširta y sus sucesores. El enemigo más acérrimo
de Abdi-Aširta , Rib-Addi de Biblos, continuamente escribía sobre sus tropas Habiru y
en una ocasión formuló la característica invocación: “Quién es Abdi-Aširta, ese
sirviente, ese perro, para apropiarse de la tierra del rey? ¿Cuál es su fuerza auxiliar? Sí,
su fuerza auxiliar es la de los extremadamente poderosos y malvados Habiru. El
adjetivo “poderoso” también era aplicado a los Habiru por otros emisores de las cartas
de el-Amarna. En su conjunto, las cartas de Siria y Palestina enviadas a la corte egipcia
no dejan dudas sobre la amplitud geográfica, intensidad e impacto del movimiento
Habiru en el siglo XIV.
No escapó a la atención de los investigadores más tempranos que ciertas
cartas de el-Amarna ligaban a los Habiru con los Sutû, quienes ya eran conocidos a
partir de registros asirios y babilónicos como nómadas del desierto sirio. Así Biryawaza,
en el pasaje citado más arriba habla sobre “sus Habiru” y “sus Sutû” entre sus fuerzas
armadas. Otro reyezuelo, Dagan-takala, aparentemente de alguna ciudad de Siria central
suplica al Faraón: “Líbrame de los poderosos enemigos: de la mano de los Habiru, los
habbatu, y los Sutû, sí, líbrame, gran rey, mi señor”. Si habbatu aquí se mantiene con su
significado directo de “ladrones” y es un epíteto de los Habiru, o es retóricamente usado
como su sinónimo, hay una buena probabilidad estilística de que los dos apelativos,
junto con el tercero, Sutû, forme una hendíade o sí, puedo olvidar el neologismo, una
hentríada. En otros casos, Sutû es claramente un sinónimo de Habiru. Hemos visto que
Rib-Addi, constantemente insistía sobre los Habiru como el sostén del poder de Abdi-
Aširtu y sus hijos; nunca mencionó a los Sutû en esa conexión. Pero cuando Aziru, el
hijo y sucesor de Abdi-Aširtu, fue retenido en Egipto, su hijo se quejó al alto oficial
egipcio Duddu que a causa de esto “todas las tierras y todas las tropas Sutû” se
volvieron en su contra y que los Sutû estaban escapando de las tierras y amenazándolo
con hostilidad. La yuxtaposición de “las tierras” y “los Sutû” refleja la naturaleza dual
del Estado de Amurru: la población asentada en los distritos que lo constituían y las
fuerzas auxiliares móviles a las cuales Rib-Addi llamaba Habiru y el hijo de Aziru,
Sutû. Luego tenemos el caso de Yapahi, rey de Gazri (Gezer) en Palestina. Todos los
otros gobernantes de ciudades Palestinas, tantas como eran, se quejaban de estar siendo
atacadas por los habiru, y así lo hizo Yapahi el mismo en dos de sus cartas, pero en una
tercera carta escribió acerca del daño que sufrían “de la mano de los Sutû”. En tres
cartas de el-Amarna de tres emisores distintos, uno se encuentra con la curiosa escritura
LU.MEŠ SA.GAZ.KI; LÚ SA.GAZ.KI; LÚ.MEŠ ha-BI-riKI . Si ocurriera solamente
una vez uno podría sospechar que es un lapsus calami, pero no cuando tres escribas sin
relación hacen la misma cosa. Para ser precisos, Benno Landsberger acertó en la
primera afirmación de su teoría sobre los Habiru: “Cuando tal designación de un
ingrediente de población es tratada en el-Amarna ... por extensión el determinativo KI,
como un nombre real de gente, esto no es un argumento en contra”. Pero uno podría
justificadamente preguntarse: ¿por qué no? ¿no trata el escriba de transmitir su
percepción de las bandas Habiru como siendo en ciertas maneras comparadas a
entidades políticas normales? Esto nos recuerda la frase LÚ-MEŠkurSu -temeš en una
carta de el-Amarna o el más posterior Su-ti-umki (var. Su-tu-umki) en la fórmula de
datación de Rim-Sin, de LÚ Su-ti-iki en una tablilla de Mari; de ERÍN.MEŠ Su-ti-iki y
ERÍN.MEŠ kurSu-tiki en Alalah; y el uso de KI después de nombres de tribus yaminitas
en Mari.
Es natural que los estudiosos de los textos de el-Amarna encuentren un
patrón similar en lo que leen acerca de los Habiru. El movimiento Habiru apareció
como un episodio de la perenne contienda del Desierto y la agricultura en el Cercano
Oriente, de la penetración de flacos y hambrientos nómadas en tierras cultivadas no a
los fines de una invasión a gran escala, sino mas bien a través de infiltraciones
graduales, pacíficas o violentas dependiendo de las circunstancias, por varias tribus y
clanes sin conexión, seguidos por su sedentarización, aculturación, y pasaje del
tribalismo a la estatalidad o la absorción por la población nativa. ¿Necesito revocar los
grandes paralelos históricos –las expansiones amorritas, arameas, árabes a través de la
Media Luna Fértil? Todos los parecidos adscriptos a los Habiru en los textos de el-
Amarna (y anticipadamente puedo sumar en fuente de Mari, Hálala y Hatti) su
ubicuidad, movilidad, elusividad, belicosidad, mercenarismo, solidaridad de grupo y el
horro que evocaban en las poblaciones sedentarias- vuelven a aparecer en los registros
cuneiformes que tratan de los Martu, Amuru, Tidanu Sutû, Binu-Yamina, Ahlamu,
Arimu/Armaya y Aribu/Arbaya (cuyas designaciones coinciden en parte largamente).
Ahora, tan pronto como el contenido de las tablillas de el-Amarna se da a
conocer, los académicos investigaron la etimología de ha-BI-ru. Dos hipótesis
emergieron antes del cambio de siglo: una, de H. Zimmern y C.R. Conder, vieron en
ésta transcripción cuneiforme del hebreo ‘ibrîm “hebreos”; la otra, de A.H. Sayce,
igualó la expresión con el hebreo haberîm “confederados”. Ambas etimologías siguen
teniendo sus defensores en nuestros días, causando complicaciones y confusiones sin
fin. La derivación de Sayce fue tomada por E. Dhorme y luego por B. Lansberger; pero
fue la teoría de Zimmern, a causa de su vínculo con la Biblia y la historia de Israel, la
que tuvo mayor estimación. Su último protagonista fue Julius Lewy, quien le dio su
propio y peculiar giro. Pero un golpe aplastante a ambas etimologías fue dado (o debería
haber sido dado) en 1939 por la aparición de la prueba indudable de que el cuneiforme
ha-BI-ru en semítico occidental, tal como estaba escrito en el impecable alfabeto
fonético ugarítico, era ‘prm. Por otro lado, la presencia cuneiforme debe ser trasliterada
ha-pí-ru (que transcribe ‘apiru). De hecho, esto pudo haber sido sugerido mucho antes
de 1939 por el término egipcio ‘pr.w. Pero era tan fuerte el acoplamiento entre
“Habiru=Hebreo” que la discrepancia de la anotación con la pronunciación labial fue
descartada como producto de una aberración egipcia supuestamente causada por la
proximidad de una r.
Incluso después de la determinación tomada, gracias a la ortografía del
ugarítico, sobre la composición fonética actual del término, algunos autores aún
mantienen repetitivamente que “esto no es decisivo” porque el cambio p/b de hecho
ocurre en lenguas semitas. Pero aquí me referiré a la excelente refutación de tales ideas
de R. Borre para evitar los hechos y me limitaré sólo a citar su conclusión: “Finalmente,
sería extremadamente improbable que en dos áreas tan remotas la una de la otra como
Egipto y Ugarit pudiera haber ocurrido, de maneras diferentes, el mismo cambio
fonético justo en esta cuestionable palabra. De este modo debemos seguramente afirmar
que el material disponible habla inequivocadamente para una lectura con p más que con
b”.
Aún así, se nos pide repetidamente que creamos no sólo que ‘apitu se
vuelve ‘abiru sino que también, que fue dado por los nativos cananitas a los primeros
israelitas como un oprobioso sobrenombre porque ellos eran “inmigrantes”; que los
israelitas lo adoptaron; que a pesar de todo permaneció inactivo y sin ser mencionado
por casi mil años; que en ese período se volvió espontáneamente revocalizado de ‘abir a
‘ibir; que de alguna manera adquirió el sufijo étnico –î, a pesar de que este no era un
nombre étnico sino un término sociológico; y que emergió del olvido en el período post-
exílico como una autodesignación de los miembros de la comunidad religiosa judía. Los
adeptos de esta concatenación deberían prestar más atención a la regla conocida como
Navaja de Occam o la Ley de Economía: non sunt multiplicanda entia praeter
necessitatem, es decir la presunción para explicar una cosa no deben ser multiplicadas
más allá de la necesidad. Lo lógico es dejar de postular una conexión entre ‘apiru e ‘ibri
y buscar en cambio una explicación del término más tardío en las condiciones del
período en el cual es utilizado.
De las dos percepciones tempranas de los Hapiru extraídas de las tablillas
de el-Amarna, su errónea asociación con los hebreos aún frecuenta algunas miradas
inexploradas de los estudios bíblicos, mientras que la perfectamente sana visión de los
Habiru como tribus intrusas seminómandes de las tierras labradas, por todo su soporte
textual e histórico, fue desechado en los ’20 y los ’30. Fue largamente reemplazada en
la literatura sobre el antiguo Cercano Oriente por una teoría que comenzó
modestamente, con dos breves y aún, de alguna manera, dudosas notas al pié de página,
una de ellas de B. Landsberger en 1924 y la otra de J. Lewy en 1925. En ese entonces,
las referencias a los Habiru habían sido encontradas en un texto asirio antiguo de
Capadocia y en unos pocos textos del período Paleobabilónico de Larsa y de Bogazköy.
A pesar de varios desacuerdo en los detalles entre los dos académicos, el elemento
común entre ellos y sus seguidores sobre la comprensión del término hapiru fue que se
aplicaba a extranjeros, por ejemplo inmigrantes, fugitivos, refugiados, gente del más
diverso origen étnico y geográfico, quienes no tenían nada en común excepto que no
poseían hogar, quienes eran apartados de su población nativa por leyes especiales
discriminatorias, y a quienes las circunstancias los obligaban a formar grupos mixtos
que vendían sus servicios al mejor postor o que actuaban por su propia cuenta.
No menos imaginaria es la variante de la teoría de Landsberger, postulada por
M. Rowton, la cual percibe a los Hapiru como bandas merodeadoras de los socialmente
desarraigados, con frecuencia fugitivos, que frecuentaban las áreas de Asia Occidental y
eran, en la práctica, casi indistinguibles de los grupos tribales genuinos, excepto que los
Hapiru no poseían organización tribal. En primer lugar, cómo conoce Rowton esto? Es
un caso claro de petitio principii:: los Hapiru no poseían organización tribal porque eran
Hapiru. Si las “bandas” Hapiru eran externamente similar a las unidades tribales, lo
correcto es admitir que eran por cierto unidades tribales. Como la energía termal, la vida
tribal solamente se dirige en una dirección: desde la cohesión a la dispersión. Rowton
mismo, en sus cuidadosos y detallados estudios de las montañas del Cercano Oriente,
bosques, y estepas no aduce un solo caso concreto de formación de este tipo postulado:
por el contrario, encuentra en todas estas áreas y sus épocas históricas solamente
jefaturas tribales gutias, amorritas, árabes, o kurdas. Si las “bandas” compuestas de
individuos dispares desarraigados existieron alguna vez, el mejor momento para su
aparición habría sido el cruel período Neoasirio: no obstante, ni las inscripciones reales
ni la correspondencia oficial las mencionan. Sargón II habla en un pasaje interesante de
mun-nab-tu sa-ar-ru DUMU hab-ba-ti “los fugitivos, criminales, hijos de ladrones que
habitaban en un anterior distrito babilónico fértil reducido a desierto y sobrepoblado con
cardos y bosques. La fraseología parecería coincidir con las presunciones de
Landsberger y Rowton, pero las personas en cuestión, como el texto especifica, eran A-
ra-me Su-ti-i a-si-bu-ut kus-ta-ri “arameos nómadas, habitantes de carpas”, y poseemos
amplia información de que los arameos de Babilonia estaban organizados en tribus. La
historia muestra que donde se encuentran bandas armadas independientes, éstas eran
siempre étnicamente homogéneas.
Qué actuaba, entonces, para la distinción de los Hapiru? No su alegada carencia
de “derechos civiles”. Las grandes bandas vagabundas Hapiru no los necesitaban.
Aquellos que entraban al servicio de reyes lo hacían colectivamente después de concluir
un tratado bilateral que salvaguardaba su igualdad con las tropas nativas. Los Hapiru
que se establecían en pueblos del reino de Alalah y sus confederados no estaban bajo
ninguna circunstancia sin privilegios: todos portaban armas, algunos de ellos poseían
carruajes ( lo que los colocaba a la misma altura del estrato social más alto, el
mariannu), uno fue el sacerdote de Ishara. En Mari, un mar habbatim era educado para
la gobernación de un distrito de la estepa. En Siria, alrededor del 1400, un rey de
Mitanni garantizó una ciudad a un hombre Hapiru cuyo nieto se convirtió en rey de
Nuhasse. En Kurruhanni, cerca de Nuzi, el consejo de la ciudad transfirió un extenso
estado territorial a un mercader Hapiru. Qué mayores derechos podía uno pedir en las
condiciones del Antiguo Oriente Próximo?
Así, debemos volvernos hacia el único grupo social que combina todas las
diversas y a veces aparentemente contradictorias características que las fuentes asocian
con los Hapiru: ellos eran, de acuerdo con la definición de R de Vaux, seminómadas en
el proceso de sedentarización, quienes provenían de la zona semidesértica e ingresaban
a regiones civilizadas como extranjeros. O como escribí, “ no era el ser extranjeros lo
que los hacía Hapiru, sino que ser Hapiru los hacía extranjeros”, eran miembros de
unidades tribales estrechamente ligadas cuya lealtad estaba determinada por el linaje y
poseían su propio sistema legal. En la actualidad el problema de la separación beduina
no ha sido completamente solucionado; debo solamente citar el punto 43 del programa
del partido gobernante de Siria, Baath: “ el partido lucha por la sedentarización de los
nómadas otorgándoles tierra, para la abolición de las reglas tribales, y para la aplicación
de la ley del estado a los nómadas.” Hemos observado que algunas cartas de Amarna
virtualmente identifican Hapiru y Sutû, mientras otras las tratan como relacionadas pero
no idénticas. Esta diferenciación dudosa probablemente significaba que el término Sutû
designaba, en principio, a los nómadas que rondaban la estepa abierta de Siria y sus
oasis, mientras la apelación hapiru era dada a aquellos que se mudaron al borde de la
tierra de asentamiento o dentro de ella. Pero la diferencia en su modo de vida no era
grande, debido tanto a haber sido criadores de ovejas y por lo tanto, estrictamente
hablando, seminómadas más que los beduinos de tiempos posteriores quienes
dependieron de los camellos. En palabras de J.R. Kupper, “ la condición de tribus
criadoras de ovejas o seminómadas ha cambiado apenas en el curso del milenio”.
Hoy día, la trashumancia estival de las tribus seminómadas las lleva profundo al
interior de Siria y tan lejos como el Biqa de Líbano. Un peregrino medieval otorgó una
imagen vívida de la multitud de beduinos en el valle inferior de Nahr el-Kebir
(Eleutherus). La misma situación obtenida en las mismas áreas durante la Edad de
Bronce Tardío cuando las fuentes egipcias citaron la presencia de beduinos (Ej: s3sw),
al igual que pueblos y áreas nombradas por ellas, en el Biqa y los valles superiores
Orontes y Eleutherus. ¿No sería natural pensar que éstas eran las mismas personas que
eran de otro modo llamadas pr(w) en egipcio, sutû y hapiru en archivos cuneiformes de
esa misma época?
Existe un impactante y hasta ahora negligente paralelismo entre los Hapirus en
proceso de establecimiento y los amorritas dentro del corazón de las tierras del Imperio
de Ur III. Nadie pone en duda el carácter nómada y tribal de los amorritas en el tercer y
segundo milenio temprano. Pero mientras algunos de ellos invadieron Siria y
Mesopotamia y estaban presionando contra la gran pared que se suponía los mantenía
alejados, otros vivían pacíficamente en Summer y Akkad y, como puede ser visto por la
clase de material recolectado e investigado por G. Buccellati, realizaban toda clase de
trabajos, incluyendo posiciones de liderazgo. Ellos eran, como regla, llamados mar-tu
(amorrita), pero eran tratados como cualquier otro habitante del reino. Un caso
importante a favor de la mezcla y polifacético carácter de los Hapirus fue obtenido del
hecho de que muchos de ellos (en Nuzi y Hálala) tenían nombres acadios y hurritas.
Pero las personas señaladas como mar-tu en los textos de Ur III eran poseedores no
solamente de nombres amorritas (semitas occidentales) sino además, con frecuencia, de
sumerios o acadios. U otro ejemplo. Uno encuentra en cartas paleobabilónicas y
documentos administrativos menciones de un grupo de personas que “servían como
trabajadores agrícolas, llevaban provisiones, y vendían betún; su inclusión en algunos
de los listados mayores de raciones muestra que ellos servían como parte de una fuerza
de labor organizada que podría en ocasión haber tenido funciones militares. Esto
recuerda a los Hapiru especialmente en Nuzi. Sin embargo las personas en cuestión era
kassitas, aquellos quienes pacíficamente se infiltraron en Babilonia, mientras otra parte
del mismo grupo étnico se mantuvo en los montes Zagros e impulsaban incursiones
contra aquel país.
M. Weippert, veinte años atrás, afirmaba que “los habirus, de acuerdo a
testimonios unánimes de todos los textos en los cuales aparecen, no eran un grupo de
población de un tipo “nómada” o “seminómada”, a lo cual agregaba en una nota al pie:
“Esto ha sido, sin embargo, mantenido recientemente por M. Astour ( en articulo de
1959), sin, no obstante, como el mismo admite, ser capaz de proveer alguna evidencia
definitiva. Similarmente para Mari A Finet, Siria 41, 1964, 140-42.” Nunca admití nada
de aquel tipo, ni éramos Finet y yo los únicos autores recientes en sostener dicha
opinión. Habíamos mencionado el enfoque de R. De Vaux. J R Kupper, en su trabajo
fundamental, concluyó que “al tiempo de Samsi-Addu y de Zimri-Lim, la actividad de
los Habirus representaba uno de los aspectos de la vida nómada.” Más tarde adujo
nueva evidencia para su tesis, y la reiteró en su contribución a un manual histórico
mayor. De acuerdo a G. Dossin, los Hapirus de las tablillas Mari, como los Sutu y
Haneans, eran “guerreros beduinos”. H. Kengel cautamente refirió a “los hapirus, cuyo
estatus no está aún enteramente claro, pero quienes bien podrían estar de algún modo
conectados con la estepa,” pero cinco años más tarde trajo fuertes argumentos contra
“ver los hapirus como esencialmente fugitivos” y a favor de entenderlos como “una
población de una pertenencia étnica distintiva que habita fuera de las ciudades,
principalmente en las montañas y tierras de arbustos.” Para M. Drower, los Sutû y
Hapirus eran “ tribus grandes y poderosas”, partes de “una gran y seminómada
población” en “la periferia y en la estepa desierta más allá de ella”, a quienes igualaba
con “bedawin”. La objeción principal de J. Bottero a esta opinión: “ Pero, a diferencia
del caso con otros nómadas.... nunca se nos hizo referencia a sus ( los Hapirus) jefes,
autoridades tribales, ni siquiera de su organización interna” pierde su fuerza cuando se
recuerda que exactamente lo mismo es verdad para las referencias asirias a Ahlamû y
las referencias babilónicas a Sutû.
Si la evidencia de textos Mari, Amarma, y Bogazköy no es suficientemente
“definitiva”, ¿ qué decir acerca del siguiente punto que A Falkenstein agregó en 1959 al
archivo Hapiru pero el cual fue casi totalmente ignorado? Es un extracto de una
composición literaria babilónica antigua sumeria ( pseudo-correspondencia del rey
Shulgi): “ estas personas que poseen una vestimenta (cada uno), estos Hapirus ( sa-gaz),
quienes convierten a la estepa en silencio mortal, quienes destruyen (todo). Sus
hombres, sus mujeres: sus hombres se dirigen hacia donde quieren, sus mujeres.... el
huso y hacedoras del telar de alfombras.” El texto establece más adelante: “ Ellos
establecieron sus tiendas, sus campamentos,” y “ Pasan sus días en los campos, no
obedecen directivas de Shulgi, mi rey”. Uno podría apenas esperar una mejor
caracterización de la vida nómada.
Existe incluso un testimonio menos pictórico el cual es, sin embargo, aún más
relevante para nuestro tema. En dos cartas de idénticos contenidos, dirigidas a dirigentes
vasallos de Damasco y Sazaena y excavadas en Kamid el-Loz (antiguo Kumidi) en el
Biqa, un Faraón (claramente Akhnaten) ordena se le envíe LU.MES SA.GAZ.ZA a-
bur-ra para el restablecimiento en las ciudades de Nubia. En un texto acadio, sin glosa
intercalada antes de a-bur-ra, la palabra debe ser entendida en su significado acadio
primario – como un genitivo diptótico de aburru “pastura”. La ocurrencia es doblemente
importante: confirma que pr.w de Egipto llegó allí como prisioneros de guerra ( y por
cierto muchas cartas de Biqa cuentan acerca de batallas con Hapirus y sus derrotas), y se
demuestra que al menos algunos Hapirus establecían sus rebaños en suelos de pastoreo
de Siria.
Como demostró Edzard, la ortografía y la formulación de las cartas Kamid el-
Loz “ inequívocamente las identifican como `correspondencia Amarna´”. Agregan una
nueva y significativa pista a la imagen de los Hapirus como emerge de las tablillas
Amarna.

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