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PERIPLO DE HANNÓN

Hannón o Janón, llamado “el Navegante” (en púnico, Annôn, “amable”), fue un
explorador cartaginés. Apoyado por una flota y varios cientos de colonos, fundó
o repobló siete ciudades cartaginesas de la costa atlántica de Marruecos y
exploró la costa oeste de África, aparentemente hasta el Golfo de Guinea, entre
aproximadamente 530 a. C. y 450 a. C.

En el texto se indica que Hannón inscribió su bitácora de viaje en una tablilla


que fue colgada en el templo de Baal (a quien los griegos identificaron con
Crono) cuando regresó a Cartago. Se dice que este relato fue traducido al griego,
correspondiendo esta versión al conocido Periplo de Hannón.

Algunos intérpretes del periplo afirman que Hannón alcanzó más de lo que es
hoy en día Sierra Leona hasta el Cabo Palmas, en parte debido a que su
descripción del amanecer y la configuración de la parte norte del cielo, un
detalle que los geógrafos griegos encontraron absurdos e imposibles.

El título completo del relato es El viaje de Hannón, comandante de los


cartagineses, alrededor de las partes de Libia más allá de la
Columnas de Hércules, que depositó en el templo de Crono.

La narración fue conocida por Arriano, quien a propósito dice:

Por otro lado, Hannón el libio zarpó desde Cartago y cruzó las Columnas de
Hércules y navegó por el mar exterior, con Libia a babor, y navegó hacia el
este, treinta y cinco días dijo. Pero cuando finalmente desvió hacia el sur, cayó
en toda clase de dificultades, deseo de agua, calor ardiente, y fieras corrientes
surcando el mar.

Flavio Arriano, Anábasis de Alejandro Magno, libro VIII.


LA RECEPCIÓN DEL PERIPLO DE HANNÓN

Según el profesor Luis Gil (Cuadernos de Filología Clásica:Estudios griegos e


indoeuropeos 214, vol.13, 2003, pp.213-237), el Periplo de Hannón pretende ser
la versión griega del relato en lengua púnica que habría hecho Hannón, rey de
Cartago, de su larga navegación costera por el África occidental.

Se conserva en dos códices, uno del siglo IX, el Codex Palatinus (o


Heidelbergensis) Graecus 398, fols. 55r-56r, y otro del siglo XIV, dependiente
del anterior, el Codex Vatopedinus 655. Custodiado este último en su día en el
monasterio de Batopedivou del monte Atos, en 1840 fue dividido en dos partes
que actualmente se encuentran en Londres (British Museum, additional Ms.
19391) y en París (Bibliothèque Nationale de Paris, suplément grec 443 A).

Es el fragmento parisino el que contiene el apógrafo del Periplo de Hannón.


Según el relato, Hannón se dio a la mar con sesenta pentecónteros y cerca de
treinta mil personas, hombres y mujeres, con el encargo de fundar ciudades.
Tras dos días de navegación, una vez pasadas las columnas de Heracles, fundan
la primera ciudad a la que dieron el nombre de Qumiathvrion (Thymiaterion),
en una amplia llanura. De allí alcanzan el cabo Solovei” (Soloeis), lugar boscoso,
donde erigen un templo a Posidón. Desde dicho paraje navegan medio día hacia
Levante hasta una ensenada situada no lejos del mar.

Hacia mediados del siglo V a. C., según unos o finales del VI, según otros,
Hanón, el cartaginés, realizó un viaje por las costas del África atlántica, con el
propósito de fundar colonias y descubrir nuevos territorios. El relato de la
expedición se conservó en uno de los principales templos de Cartago. Una
versión griega posterior, que lo amplifica desmesuradamente con importantes
añadidos en su segunda parte, se ha descubierto en un manuscrito medieval
hallado en Heidelberg.

Los investigadores suelen admitir que al menos una parte de este relato, la
primera, es auténtica. No cabe dudar, por otra parte, de la empresa de Hannón,
que es citada por Plinio el Viejo y el Pseudo Aristóteles y cuyos ecos parecen
reconocerse también en Heródoto. Según Plinio:

“Frente a este promontorio se citan también las islas Górgades, en


otro tiempo mansión de las Gorgonas, a dos días del continente,
según Jenofonte de Lámpsaco. El general cartaginés Hanón
penetró en ellas y refirió que los cuerpos de las mujeres eran
hirsutos y que los hombres habían logrado escapársele gracias a la
velocidad de sus pies. Como prueba de ésto y para suscitar
admiración, puso en el templo de Juno las pieles de dos mujeres de
las Górgades, que estuvieron expuestas hasta la toma de Cartago”.
(N.H., VI, 200 ss.).
Respecto al periplo en sí, la opinión está dividida entre los partidarios de un
itinerario corto, que no iría más allá del sur de Marruecos, y los de uno largo,
que habría llevado a Hanón hasta la desembocadura del Senegal o hasta el Golfo
de Guinea. No entraremos ahora en la identificación, más que problemática y
que ha suscitado una enorme polémica, de los sitios que en él se mencionan. El
texto de la segunda mitad del siglo IV a. C., atribuido a Excilax de Carianda,
menciona los emporios cartagineses situados más allá del Estrecho y dice
también que, más allá de Lixus, donde Hanón habría fundado la colonia de
Cerné, los púnicos comerciaban con los etíopes.

La evidencia arqueológica indica, por su parte, una presencia cartaginesa en las


costas atlánticas de Marruecos. Los descubrimientos arqueológicos en Korass
(Tánger) ponen de relieve la existencia de un asentamiento en el que se ha
identificado un centro de producción de cerámica. El análisis de las ánforas
halladas sugiere que sus hornos proveían de contenedores, al menos desde el
siglo V a. C. a unas factorías de salazón que debían estar próximas. En Banasa,
en el meandro del Sebú, se han documentado múltiples formas de cerámica
cartaginesa en un horizonte arqueológico que arranca de finales del siglo VI a.
C. Así mismo está documentada la influencia púnica en Lixus a partir del siglo V
a. C.

TEXTO:

1. He aquí el periplo de Hanón, basileus de los cartagineses, relativo a las


zonas de Libia situadas al Oeste de las Columnas de Heracles, que consagró,
asimismo, en el santuario de Cronos en una tablilla y cuyos datos son los
siguientes: Los cartagineses decidieron que Hannón navegara allende las
Columnas de Heracles y que fundase ciudades de Libiofenicios. Y zarpó con
sesenta penteconteras y con un contingente de hombres y de mujeres que
alcanzaba las treinta mil personas, así como con provisiones y demás
pertrechos.

2. Y cuando, tras hacernos a la mar, hubimos rebasado las Columnas y


navegado, con rumbo Oeste, una singladura de dos jornadas, fundamos la
primera ciudad, a la que denominamos Thimiaterio (detrás de ella se
extendía una vasta llanura).

3. Y, acto seguido, nos hicimos a la mar rumbo a Poniente y llegamos todos a


Solunte, un cabo de Libia cubierto de árboles.

4. Tras haber erigido allí un santuario en honor de Posidón, volvimos a


embarcarnos con rumbo Este por espacio de media jornada, hasta que
arribamos a un lago, situado no lejos del mar y lleno de abundantes y grandes
juncos (en él, por cierto, también había elefantes y otros muchísimos animales
salvajes que se hallaban pastando).

5. Tras dejar atrás, navegando casi una jornada, el lago, fundamos en la costa
unas ciudades llamadas Karikón Teijos, Gytte, Akra, Melitta y Arambys

6. Y, desde allí, nos hicimos nuevamente a la mar y llegamos a un gran río, el


Lixo, que procede de Libia. En sus inmediaciones apacienta sus rebaños un
pueblo nómada, los lixitas, con quienes permanecimos cierto tiempo y
entablamos amistad.

7. Y por cierto que en el hinterland de esos nómadas, residían unos etíopes


poco hospitalarios que ocupaban un territorio plagado de fieras y surcado por
grandes montañas de las que, según dicen, procede el Lixo y en cuyos aledaños
habitan unas gentes de singular aspecto, los trogloditas, que, a la carrera,
aventajan a los caballos, según testimonio de los lixitas.

8. Acto seguido nos procuramos unos intérpretes entre estos últimos y, en


dirección Sur, costeamos el desierto por espacio de dos días, para,
posteriormente, continuar rumbo a Levante por espacio de una jornada,
durante la que, en el fondo de una bahía, encontramos una pequeña isla (de
cinco estadios de perímetro) que colonizamos, denominándola Cerne. Y, a
juzgar por nuestro periplo, dedujimos que se hallaba a la altura de Cartago,
ya que la duración de la travesía desde Cartago a las Columnas y de éstas a
Cerne era similar.

9. Desde allí, y navegando por un gran río (el Cretes), llegamos a un lago, que
contenía tres islas mayores que Cerne. Partiendo de ellas, empleamos una
jornada de navegación para llegar al fondo del lago, que se hallaba dominado
por enormes montañas llenas de salvajes, ataviados con pieles de animales,
que nos arrojaron piedras y nos obligaron a alejarnos, impidiéndonos
desembarcar.
10. Zarpamos de allí y arribamos a otro río, grande y ancho, repleto de
cocodrilos e hipopótamos. Ante esta circunstancia, pues, volvimos a virar de
bordo y regresamos a Cerne.

11. Y, desde allí, navegamos con rumbo Sur, por espacio de doce días,
costeando el litoral, que se hallaba, en su totalidad, habitado por etíopes,
quienes, ante nuestra presencia, huían sin esperarnos (por cierto que su
idioma resultaba ininteligible hasta para los lixitas que viajaban con
nosotros).

12. Pues bien, durante el último día, fondeamos en las inmediaciones de unas
grandes y frondosas montañas (por cierto que la madera de los árboles era
fragante y de diversos colores).

13. Tras haber circunnavegado dichas montañas por espacio de dos jornadas,
llegamos a un inmenso espacio de mar abierto, a uno de cuyos lados -en la
parte de la costa- había una llanura en la que, por la noche, vimos alzarse por
doquier fuegos a intervalos, de mayor o menor intensidad.

14. Y, después de aprovisionarnos de agua, zarpamos de allí, prosiguiendo


nuestra singladura, por espacio de cinco días, a lo largo de la costa, hasta que
llegamos a una gran bahía que los intérpretes manifestaron que se llamaba
«Cuerno del Oeste». En dicha bahía había una gran isla y en ella un lago
formado por el mar; a su vez, en el lago había otra isla en la que
desembarcamos, sin que de día viéramos otra cosa que no fuera selva, pero,
por la noche, advertimos que se encendían numerosas hogueras y escuchamos
sonido de flautas, así como ruido de címbalos y timbales, y un incesante
griterío, por lo que el terror se apoderó de nosotros y los adivinos
recomendaron que abandonásemos la isla.

15. Zarpamos, pues, con celeridad y pasamos junto a una costa ardiente, llena
de emanaciones y de la que enormes torrentes de lava desembocaban en el
mar; de ahí que, a causa del calor, la tierra resultara inabordable.

16. En consecuencia también zarpamos con celeridad de allí presas del pánico.
Durante cuatro días de travesía divisamos, por la noche, la costa llena de
llamas, en medio de las cuales había una especie de altísima hoguera, mayor
que las otras, que daba la impresión de que tocaba las estrellas. De día, sin
embargo, pudo verse que se trataba de una enorme montaña llamada
«Soporte de los dioses».

17. Tras dos días de navegación desde dicha zona, costeando torrentes de lava,
arribamos a una bahía que recibe el nombre de «Cuerno del Sur».
18. En su interior, por cierto, había una isla semejante a la primera: tenía un
lago y en él había otra isla, llena de salvajes. Las hembras, que tenían el
cuerpo peludo y a las que los intérpretes denominaban «gorilas», eran mucho
más numerosas. Pues bien, pese a perseguirlos, no conseguimos apresar
machos: todos huían, aprovechando su facilidad para la escalada, y se
defendían con lo que tenían a mano; en cambio, nos apoderamos de tres
hembras, que se dedicaron a morder y a arañar a sus captores, ya que se
resistían a seguirlos; así que las matamos y las desollamos, transportando sus
pieles a Cartago. Lo cierto es que ya no proseguimos nuestro periplo, dado que
nos faltaron las provisiones.

Traducción de Carlos Schrader, en íd.: «El mundo conocido y las


tentativas de exploración: los orígenes de la geografía descriptiva
en Grecia», en Gómez Espelosin, F.J.- Gómez-Pantoja, J.: (eds.),
Pautas para una seducción. Ideas y materiales para una nueva
asignatura: Cultura Clásica, Ediciones Clásicas, Madrid, 1991, pp.
81-149, 102-106.
El periplo de Hannon según Pedro Rodríguez de Campomanes(1723-1802).

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