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Hannón o Janón, llamado “el Navegante” (en púnico, Annôn, “amable”), fue un
explorador cartaginés. Apoyado por una flota y varios cientos de colonos, fundó
o repobló siete ciudades cartaginesas de la costa atlántica de Marruecos y
exploró la costa oeste de África, aparentemente hasta el Golfo de Guinea, entre
aproximadamente 530 a. C. y 450 a. C.
Algunos intérpretes del periplo afirman que Hannón alcanzó más de lo que es
hoy en día Sierra Leona hasta el Cabo Palmas, en parte debido a que su
descripción del amanecer y la configuración de la parte norte del cielo, un
detalle que los geógrafos griegos encontraron absurdos e imposibles.
Por otro lado, Hannón el libio zarpó desde Cartago y cruzó las Columnas de
Hércules y navegó por el mar exterior, con Libia a babor, y navegó hacia el
este, treinta y cinco días dijo. Pero cuando finalmente desvió hacia el sur, cayó
en toda clase de dificultades, deseo de agua, calor ardiente, y fieras corrientes
surcando el mar.
Hacia mediados del siglo V a. C., según unos o finales del VI, según otros,
Hanón, el cartaginés, realizó un viaje por las costas del África atlántica, con el
propósito de fundar colonias y descubrir nuevos territorios. El relato de la
expedición se conservó en uno de los principales templos de Cartago. Una
versión griega posterior, que lo amplifica desmesuradamente con importantes
añadidos en su segunda parte, se ha descubierto en un manuscrito medieval
hallado en Heidelberg.
Los investigadores suelen admitir que al menos una parte de este relato, la
primera, es auténtica. No cabe dudar, por otra parte, de la empresa de Hannón,
que es citada por Plinio el Viejo y el Pseudo Aristóteles y cuyos ecos parecen
reconocerse también en Heródoto. Según Plinio:
TEXTO:
5. Tras dejar atrás, navegando casi una jornada, el lago, fundamos en la costa
unas ciudades llamadas Karikón Teijos, Gytte, Akra, Melitta y Arambys
9. Desde allí, y navegando por un gran río (el Cretes), llegamos a un lago, que
contenía tres islas mayores que Cerne. Partiendo de ellas, empleamos una
jornada de navegación para llegar al fondo del lago, que se hallaba dominado
por enormes montañas llenas de salvajes, ataviados con pieles de animales,
que nos arrojaron piedras y nos obligaron a alejarnos, impidiéndonos
desembarcar.
10. Zarpamos de allí y arribamos a otro río, grande y ancho, repleto de
cocodrilos e hipopótamos. Ante esta circunstancia, pues, volvimos a virar de
bordo y regresamos a Cerne.
11. Y, desde allí, navegamos con rumbo Sur, por espacio de doce días,
costeando el litoral, que se hallaba, en su totalidad, habitado por etíopes,
quienes, ante nuestra presencia, huían sin esperarnos (por cierto que su
idioma resultaba ininteligible hasta para los lixitas que viajaban con
nosotros).
12. Pues bien, durante el último día, fondeamos en las inmediaciones de unas
grandes y frondosas montañas (por cierto que la madera de los árboles era
fragante y de diversos colores).
13. Tras haber circunnavegado dichas montañas por espacio de dos jornadas,
llegamos a un inmenso espacio de mar abierto, a uno de cuyos lados -en la
parte de la costa- había una llanura en la que, por la noche, vimos alzarse por
doquier fuegos a intervalos, de mayor o menor intensidad.
15. Zarpamos, pues, con celeridad y pasamos junto a una costa ardiente, llena
de emanaciones y de la que enormes torrentes de lava desembocaban en el
mar; de ahí que, a causa del calor, la tierra resultara inabordable.
16. En consecuencia también zarpamos con celeridad de allí presas del pánico.
Durante cuatro días de travesía divisamos, por la noche, la costa llena de
llamas, en medio de las cuales había una especie de altísima hoguera, mayor
que las otras, que daba la impresión de que tocaba las estrellas. De día, sin
embargo, pudo verse que se trataba de una enorme montaña llamada
«Soporte de los dioses».
17. Tras dos días de navegación desde dicha zona, costeando torrentes de lava,
arribamos a una bahía que recibe el nombre de «Cuerno del Sur».
18. En su interior, por cierto, había una isla semejante a la primera: tenía un
lago y en él había otra isla, llena de salvajes. Las hembras, que tenían el
cuerpo peludo y a las que los intérpretes denominaban «gorilas», eran mucho
más numerosas. Pues bien, pese a perseguirlos, no conseguimos apresar
machos: todos huían, aprovechando su facilidad para la escalada, y se
defendían con lo que tenían a mano; en cambio, nos apoderamos de tres
hembras, que se dedicaron a morder y a arañar a sus captores, ya que se
resistían a seguirlos; así que las matamos y las desollamos, transportando sus
pieles a Cartago. Lo cierto es que ya no proseguimos nuestro periplo, dado que
nos faltaron las provisiones.
BIBLIOGRAFÍA