Está en la página 1de 5

1

JESUCRISTO Y LA SALVACIÓN

La figura de Jesús ha sido objeto de diversas interpretaciones, desde los que lo


consideran un personaje inventado por los relatos evangélicos, pasando por los que
piensan que se trata de un profeta y maestro de espiritualidad, hasta los que vemos a
Jesús como el Hijo de Dios que desciende de los cielos y asume la naturaleza humana
para revelarnos al Padre y realizar la salvación de los hombres ofreciendo el sacrifico de
su vida en la cruz.

En este último caso, resulta difícil entender que el hombre Jesús de Nazareth sea
el mismo Dios, la segunda persona de la Trinidad, que existe desde siempre junto al
Padre y el Espíritu Santo. Cuesta pensar que ese Dios que es infinito y eterno que ha
creado todas las cosas de la nada sea el que habla cuando pide agua, porque siente sed,
o el que está cansado, o el que se enoja y reprende a sus adversarios, y mucho más, el
que llora por el rechazo de su pueblo o la muerte de un amigo. ¿Cómo es posible que lo
que no puede tener materia, como la sustancia divina, esté encerrado en un cuerpo
humano? Si bien los milagros que realiza Cristo cumpliendo con su misión de anunciar
el reino de Dios en medio de los hombres muestran su omnipotencia, en ningún
momento deja ver claramente su divinidad. Solamente en el monte Tabor se transfigura
ante Pedro, Santiago y Juan dejando ver la gloria divina, una luz blanca resplandeciente,
para anticiparles su victoria sobre la muerte, ya cercano a la Pasión. Salvo este único
momento, las características propias de su condición humana, hace que los discípulos y
todos aquellos que lo escuchaban y veían hacer milagros lo observaran con asombro y
desconcierto incluso hasta el final de su vida.

Un pasaje que revela claramente esta dificultad es el encuentro de Jesús con dos
discípulos en el camino a Emaús, los discípulos estaban tristes y desilusionados con el
final de la vida de Jesús, pensaban que la derrota era definitiva y sentían que en vano
habían puesto su esperanza en este Mesías vencido, por eso, Jesús les explica las
Escrituras comenzando por el Antiguo Testamento para mostrarle todo lo que se decía
de Él como el Mesías enviado por Dios y luego come con ellos para mostrarles que, a
pesar de estar en una situación corporal distinta, la de resucitado, es el mismo que ellos
habían conocido, y que, por lo tanto, estaba vivo, que era el Hijo de Dios que había
vencido a la muerte y el pecado (Cf. Lucas 24,13-53).

La misma dificultad de entender cómo ese Jesús es hombre y Dios a la vez la


hemos tenido todos, desde sus días en la tierra hasta la actualidad. De hecho, a la Iglesia
le llevó varios siglos poder explicar este misterio de la fe cristiana sin errores ni
confusiones y afirmando que ambas están unidas en la única persona divina, la del Verbo
de Dios. Mientras tanto, la dificultad del misterio hizo que algunos por resaltar su
divinidad negaran la realidad de su naturaleza humana, o bien, para mostrarlo como un
2

hombre negaran su divinidad, sosteniendo que se trataba del Hijo de Dios revestido de
una “apariencia” humana.

La teología va a tratar de explicar este misterio interpretando los datos de la


Sagrada Escritura con conceptos filosóficos de manera de responder a la pregunta que
el mismo Jesús le hace a los Apóstoles y a nosotros: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del
Hombre? ¿Quién dicen que es?”. Las respuestas que le dan los discípulos son
insuficientes, lo confunden con un algún profeta, sólo Pedro responde acertadamente:

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Entonces Jesús le dijo: Feliz eres Pedro, hijo de
Jonás, porque no fue la carne ni la sangre lo que te reveló esto sino mi Padre que está en
los cielos” (Mateo 16, 13-19).

La Iglesia expresó su fe en Cristo y explicó la unión de las dos naturalezas en la


persona divina en el concilio de Calcedonia (año 451) así: “Siguiendo, pues, a los Santos
Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno sólo y el mismo Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la
humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma
racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad y el mismo
consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros
menos en el pecado (Heb 4,15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la
divinidad, y Él mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación,
engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de
reconocer a uno sólo y el mismo Cristo Hijo Señor Unigénito en dos naturalezas, sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia
de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su
propiedad y concurriendo en un sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o
dividido en dos personas, sino uno sólo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor
Jesucristo” (DENZINGER-HUNERMANN, Magisterio de la Iglesia, Barcelona, Herder,
2006, n° 301-302).

Ahora, vamos a tratar de explicar cómo es posible que Jesús de Nazareth sea una
sola persona con dos naturales, es decir, que sea verdaderamente hombre y Dios a la
vez.

Para comenzar tenemos que distinguir entre naturaleza y persona, porque la


naturaleza es la esencia de un ser y lo que determina la manera en que obra. La
naturaleza humana es la de ser un ser compuesto de cuerpo y alma racional. La persona,
en cambio, es el individuo de naturaleza racional, el sujeto, el yo, que es el que toma las
decisiones libres. Así la naturaleza se refiere al ser y la persona al yo.

En el caso único del Verbo Encarnado el yo es divino, la segunda persona de la


Trinidad que es la que asume la naturaleza humana. A diferencia de lo que ocurre en
cada uno de nosotros, los seres humanos, en los que tenemos una naturaleza humana,
3

pero también un yo creado, en Jesús, el que habla con lenguaje humano y expresa
necesidades humanas, como el hambre y la sed, y sentimientos humanos, como el gozo
o la tristeza, es la Persona que existe desde toda la eternidad junto al Padre y el Espíritu
Santo.

¿Cómo es posible que coexistan en Cristo las dos naturalezas? Son dos
naturalezas, es decir, dos seres, completamente diferentes, porque es propio del ser
divino ser infinito y eterno y ser la Causa de todos los seres; en cambio, el ser humano
es un ser que es creado, limitado y que por lo tanto no puede mezclarse con lo divino.
Ninguna de las dos naturalezas puede dejar de ser lo que es para transformarse en la
otra. De hecho, en los Evangelios hay pasajes que reflejan su lado humano, como cuando
se siente cansado del viaje y con sed (Juan 4,6), o cuando se duerme y al despertarse
calma la tempestad en el mar (Mateo 8,24), o cuando es tentado por el demonio en el
desierto (Mateo 4,1). Y también hay otros pasajes en los que aparece su poder como
Dios, como cuando es adorado como Dios en el pesebre (Mateo 2,11), o cuando se
transfigura y muestra el resplandor de su divinidad, o cuando realiza curaciones
milagrosas (Lucas 5,20), y sobre todo cuando resucitado asciende a los cielos (Lucas 24,
5 y 25).

Cristo tiene las dos naturalezas, la humana y la divina, pero una sola persona,
puesto que es imposible que existan sujetos que obran, el que obra es uno solo, el que
al asumir la naturaleza humana ya existía desde toda la eternidad y que ahora tiene una
naturaleza nueva. El Prólogo del Evangelio de San Juan presenta una síntesis maravillosa
de este misterio:

“Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Al
principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin
ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida…..Y la Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del
Padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1, 1-14).

La persona, como ya explicamos al hablar del ser humano, es un ser individual de


naturaleza racional, es decir, es un ser que es distinto de los demás y que tiene la
capacidad de conocer y actuar por sí mismo. En el caso único de Cristo, la persona es
divina, la segunda persona de la Trinidad, el Hijo de Dios que es engendrado por el Padre
por un acto de conocimiento, el Padre se conoce a sí mismo y genera una idea perfecta
de sí, por eso el Hijo es Imagen del Padre y se distingue de Aquel por tener origen en Él
y del Espíritu Santo por ser engendrado por un acto intelectual y ser principio de la
espiración de la tercera persona divina. En Dios las personas no son seres distintos, sino
serían tres dioses diferentes, sino que son individuos que se distinguen entre sí por el
tipo de relaciones que hay entre ellos: la paternidad, la filiación y la espiración.
4

Cuando Jesús habla en primera persona, el que habla es esta persona divina,
aunque manifieste necesidades humanas, por el hecho de tener realmente esta
naturaleza. Así en cuanto Dios no tiene necesidades, pero en cuanto hombre, siente
hambre, sed, cansancio, tristeza, etc y el yo que expresa esas necesidades es siempre el
mismo. Entonces, sin dejar de ser Dios es también, a la vez y de manera misteriosa y
única, hombre a la vez. En su ser unen la naturaleza humana y la divina, por lo que se
convierte en el Salvador de todos los hombres, sus actos salvíficos (pasión, muerte y
resurrección) fueron realizados en un momento concreto de la historia, pero alcanzan a
todos los hombres porque el sujeto de esas acciones es siempre la Persona divina (Cf.
SANTO TOMÁS, Suma Teológica, III, q.2, a.4-6).

Para la fe cristiana Cristo es el único Salvador, es decir, el único que nos puede
llevar a la paz de la vida eterna porque es el único Hijo de Dios y hombre y el acto de
amor que hace por su Padre, aceptando su voluntad, y por nosotros, ofreciendo su vida,
repara el daño y el mal moral que hacemos los seres humanos en la historia. Nosotros
nos salvamos por la fe en Cristo y por participar espiritualmente de su vida y de su gracia,
no por méritos propios, aunque, claro, Dios tiene en cuenta nuestras acciones durante
la vida.

En ese Cristo Dios verdadero y hombre verdadero hay un doble conocimiento, el


conocimiento que tiene de todas las cosas como Dios. Él, como dice el prólogo de Juan
es la Palabra que está junto al Padre creando todas las cosas de la nada y, por esa razón,
conoce todo cuanto existe, de una manera perfecta. Por eso dice: “Yo hablo de lo que
he visto junto al Padre” (Juan 8,38) y también hablando de sí mismo: “El que viene del
cielo da testimonio de lo que ha visto y oído” (Juan 3, 31-32). Sin embargo, en cuanto
verdadero hombre tiene también el conocimiento de la experiencia humana, algo que
no tenía como Dios. Por eso, el Evangelio habla de este conocimiento humano que crece
como sucede en cualquier persona: “Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios
y ante los hombres” (Lucas 2,52).

En Jesús hay todo lo que corresponde a la naturaleza humana menos el pecado,


porque eso sería contradictorio, el pecado es una acción contra Dios y Dios no puede
hacer algo en contra de sí mismo, no sería Dios, no sería perfecto. De esta manera, Cristo
durante su vida terrena no comete ningún pecado, en ningún momento deja de ser Dios,
como dice la Escritura: “Apareció para destruir el pecado y en él no hay pecado” (1 Juan
1,35). Esto no significa que no haya tenido sentimientos como hombre, pero siempre
ordenados perfectamente a Dios, su Padre, así por ejemplo, llora por la muerte de su
amigo Lázaro (Cf. Juan 11,35-36); siente rechazo por Satanás y le da orden de retirarse
(Cf. Mateo 4,10), o siente tristeza cuando se acerca el momento de su muerte (Mateo
26,37). El dolor, que sintió durante su pasión y muerte fue por lo tanto real, no sólo en
el orden físico, sino también el que tiene que haber sentido por el rechazo de aquellos
hombres.
5

Por último, en Cristo también hubo dos voluntades, la voluntad divina y la


humana, en cuanto Dios su voluntad es omnipotente, pues, como dijimos, estaba junto
al Padre y el Espíritu en la creación de todas las cosas, pero, también tiene voluntad
humana por tener naturaleza humana, que se expresa en varias ocasiones en su vida.
Esta voluntad humana estaba perfectamente ordenada a la voluntad de su Padre de
manera tal que no podía desobedecer a Dios, aunque le toca en cuanto hombre aceptar
que el Padre haya elegido una forma dolorosa de entregar su vida: “Padre, si quieres
aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya (Lucas, 22,42).
Durante toda la vida Cristo se muestra obediente a la voluntad del Padre, así dice que
ha venido no a hacer su voluntad sino la de su Padre (cf. Juan 5,30).

Por tener estas dos naturalezas Cristo es Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdote
es un mediador entre Dios y los hombres y Él es el que une estos dos extremos en la
unión de las dos naturalezas en la Persona del Verbo y el que ofrece el sacrificio perfecto
para la reconciliación de los hombres con Dios en la cruz (Cf. Hebreos 4,15-15). Su
sacrificio es ofrecido en nombre de todos los hombres, porque es verdadero hombre, y
vale por todos los hombres, porque siendo Dios llega a todos con su amor infinito.

En síntesis, Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre y el único Salvador. Su


misión en la tierra fue manifestar al Padre, hablarles a los hombres con palabras que
pudieran entender de lo que Dios quiere para nosotros, y de revelarnos todo lo que
necesitamos para llegar al cielo, de manera tal que no hace falta ninguna otra revelación
para completar la de Cristo. Por la teología católica sabemos que no hay aspectos de la
divinidad que no hayan sido revelados en Cristo, aunque si podemos decir que en las
otras religiones existen algunos elementos de la divinidad. De la misma forma, por la fe
católica también sabemos que no hay otros salvadores, que las verdades reveladas en
los textos sagrados de otras religiones no completan el conocimiento del Dios revelado
en Cristo. En Cristo se halla la plenitud de la revelación y de la salvación, por eso Él dice
de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14,6).

Jesús es el Camino para llegar a Dios, a un Dios que ha creado a los hombres
libres, para ser elegido y amado libremente por ellos.

También podría gustarte