Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
JESUCRISTO Y LA SALVACIÓN
En este último caso, resulta difícil entender que el hombre Jesús de Nazareth sea
el mismo Dios, la segunda persona de la Trinidad, que existe desde siempre junto al
Padre y el Espíritu Santo. Cuesta pensar que ese Dios que es infinito y eterno que ha
creado todas las cosas de la nada sea el que habla cuando pide agua, porque siente sed,
o el que está cansado, o el que se enoja y reprende a sus adversarios, y mucho más, el
que llora por el rechazo de su pueblo o la muerte de un amigo. ¿Cómo es posible que lo
que no puede tener materia, como la sustancia divina, esté encerrado en un cuerpo
humano? Si bien los milagros que realiza Cristo cumpliendo con su misión de anunciar
el reino de Dios en medio de los hombres muestran su omnipotencia, en ningún
momento deja ver claramente su divinidad. Solamente en el monte Tabor se transfigura
ante Pedro, Santiago y Juan dejando ver la gloria divina, una luz blanca resplandeciente,
para anticiparles su victoria sobre la muerte, ya cercano a la Pasión. Salvo este único
momento, las características propias de su condición humana, hace que los discípulos y
todos aquellos que lo escuchaban y veían hacer milagros lo observaran con asombro y
desconcierto incluso hasta el final de su vida.
Un pasaje que revela claramente esta dificultad es el encuentro de Jesús con dos
discípulos en el camino a Emaús, los discípulos estaban tristes y desilusionados con el
final de la vida de Jesús, pensaban que la derrota era definitiva y sentían que en vano
habían puesto su esperanza en este Mesías vencido, por eso, Jesús les explica las
Escrituras comenzando por el Antiguo Testamento para mostrarle todo lo que se decía
de Él como el Mesías enviado por Dios y luego come con ellos para mostrarles que, a
pesar de estar en una situación corporal distinta, la de resucitado, es el mismo que ellos
habían conocido, y que, por lo tanto, estaba vivo, que era el Hijo de Dios que había
vencido a la muerte y el pecado (Cf. Lucas 24,13-53).
hombre negaran su divinidad, sosteniendo que se trataba del Hijo de Dios revestido de
una “apariencia” humana.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Entonces Jesús le dijo: Feliz eres Pedro, hijo de
Jonás, porque no fue la carne ni la sangre lo que te reveló esto sino mi Padre que está en
los cielos” (Mateo 16, 13-19).
Ahora, vamos a tratar de explicar cómo es posible que Jesús de Nazareth sea una
sola persona con dos naturales, es decir, que sea verdaderamente hombre y Dios a la
vez.
pero también un yo creado, en Jesús, el que habla con lenguaje humano y expresa
necesidades humanas, como el hambre y la sed, y sentimientos humanos, como el gozo
o la tristeza, es la Persona que existe desde toda la eternidad junto al Padre y el Espíritu
Santo.
¿Cómo es posible que coexistan en Cristo las dos naturalezas? Son dos
naturalezas, es decir, dos seres, completamente diferentes, porque es propio del ser
divino ser infinito y eterno y ser la Causa de todos los seres; en cambio, el ser humano
es un ser que es creado, limitado y que por lo tanto no puede mezclarse con lo divino.
Ninguna de las dos naturalezas puede dejar de ser lo que es para transformarse en la
otra. De hecho, en los Evangelios hay pasajes que reflejan su lado humano, como cuando
se siente cansado del viaje y con sed (Juan 4,6), o cuando se duerme y al despertarse
calma la tempestad en el mar (Mateo 8,24), o cuando es tentado por el demonio en el
desierto (Mateo 4,1). Y también hay otros pasajes en los que aparece su poder como
Dios, como cuando es adorado como Dios en el pesebre (Mateo 2,11), o cuando se
transfigura y muestra el resplandor de su divinidad, o cuando realiza curaciones
milagrosas (Lucas 5,20), y sobre todo cuando resucitado asciende a los cielos (Lucas 24,
5 y 25).
Cristo tiene las dos naturalezas, la humana y la divina, pero una sola persona,
puesto que es imposible que existan sujetos que obran, el que obra es uno solo, el que
al asumir la naturaleza humana ya existía desde toda la eternidad y que ahora tiene una
naturaleza nueva. El Prólogo del Evangelio de San Juan presenta una síntesis maravillosa
de este misterio:
“Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Al
principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin
ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida…..Y la Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del
Padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1, 1-14).
Cuando Jesús habla en primera persona, el que habla es esta persona divina,
aunque manifieste necesidades humanas, por el hecho de tener realmente esta
naturaleza. Así en cuanto Dios no tiene necesidades, pero en cuanto hombre, siente
hambre, sed, cansancio, tristeza, etc y el yo que expresa esas necesidades es siempre el
mismo. Entonces, sin dejar de ser Dios es también, a la vez y de manera misteriosa y
única, hombre a la vez. En su ser unen la naturaleza humana y la divina, por lo que se
convierte en el Salvador de todos los hombres, sus actos salvíficos (pasión, muerte y
resurrección) fueron realizados en un momento concreto de la historia, pero alcanzan a
todos los hombres porque el sujeto de esas acciones es siempre la Persona divina (Cf.
SANTO TOMÁS, Suma Teológica, III, q.2, a.4-6).
Para la fe cristiana Cristo es el único Salvador, es decir, el único que nos puede
llevar a la paz de la vida eterna porque es el único Hijo de Dios y hombre y el acto de
amor que hace por su Padre, aceptando su voluntad, y por nosotros, ofreciendo su vida,
repara el daño y el mal moral que hacemos los seres humanos en la historia. Nosotros
nos salvamos por la fe en Cristo y por participar espiritualmente de su vida y de su gracia,
no por méritos propios, aunque, claro, Dios tiene en cuenta nuestras acciones durante
la vida.
Por tener estas dos naturalezas Cristo es Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdote
es un mediador entre Dios y los hombres y Él es el que une estos dos extremos en la
unión de las dos naturalezas en la Persona del Verbo y el que ofrece el sacrificio perfecto
para la reconciliación de los hombres con Dios en la cruz (Cf. Hebreos 4,15-15). Su
sacrificio es ofrecido en nombre de todos los hombres, porque es verdadero hombre, y
vale por todos los hombres, porque siendo Dios llega a todos con su amor infinito.
Jesús es el Camino para llegar a Dios, a un Dios que ha creado a los hombres
libres, para ser elegido y amado libremente por ellos.