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CATECISMO
Primera parte > segunda sección > capítulo segundo
Hijo único de Dios
Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles, al
pueblo elegido, a los hijos de Israel y a sus reyes.
Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura
una relación de intimidad particular.
No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como “el Cristo, el Hijo de
Dios vivo” porque Jesús le responde con solemnidad “no te ha revelado esto ni la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás “nuestro Padre”
salvo para ordenarles “vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro”; y subrayó esta
distinción: “Mi Padre y vuestro Padre”.
Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo Único de Dios” y afirma mediante
este título su preexistencia eterna. Pide la fe en “el Nombre del Hijo Único de
Dios”. Es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el
sentido pleno del título “Hijo de Dios”.
Con Moisés, YHWH, es traducido Kyrios [“Señor”]. Señor se convierte desde
entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de
Israel.
Cristo viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir
“ungido”. Pasa a ser nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la
misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el
nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido
de Él. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y, excepcionalmente, de los
profetas. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
sacerdote, profeta y rey.
El nombre de Jesús significa “Dios salva”.
Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre.
Nuevo Testamento
Se utiliza “Señor” para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad,
para Jesús reconociéndolo como Dios. Significa la soberanía divina.
A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza,
sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado,
demostraban su soberanía divina.
Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, la Iglesia afirma desde el principio
que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús,
porque Él es de “condición divina” y porque el Padre manifestó esta soberanía de
Jesús resucitándolo de entre los muertos, significa también reconocer que el
hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder
terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el “Señor”. “La
Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en
su Señor y Maestro”. (Ej: Marana tha (“¡Ven, Señor!”): “¡Amén! ¡ven, Señor
Jesús!”).
La Encarnación
La Iglesia llama “Encarnación” al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido
una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación.
Himno citado por san Pablo:
«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual,
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se
despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz».
La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe
cristiana.
Jesucristo descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos
Cristo descendió a los infiernos
Infierno: Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en
la morada de los muertos, descendió como Salvador proclamando la buena nueva
a los espíritus que estaban allí detenidos. En los infiernos, sheol, o hades, o la
morada de los muertos, se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios.
Jesús bajó para liberar a los justos que le habían precedido, última fase de la
misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente
amplia en su significado real de extensión de la obra redentora. Bajó para “que los
muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan”.
CONCILIO VATICANO II
Optatam totius
Sobre la formación sacerdotal
Entiendan cada vez mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la expresen en su
lenguaje y sus costumbres; para el ministerio del culto y de la santificación: que, orando y celebrando las
funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del Sacrificio Eucarístico y los sacramentos
Representar delante de los hombres a Cristo, que, «no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida para
redención de muchos»
La formación espiritual ha de ir íntimamente unida con la doctrinal y la pastoral, y con la cooperación. Vivan
el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan unificar en él al pueblo que ha de encomendárseles
Los alumnos se entregan totalmente al servicio de Dios y al ministerio pastoral, a una vida pobre y en la
abnegación propia, de forma que se acostumbren a renunciar ágilmente a lo que es lícito, pero inconveniente,
y asemejarse a Cristo crucificado. Con una entrega total de cuerpo y alma.
Esfuércense los alumnos en moderar bien su propio temperamento; edúquense en la reciedumbre de alma y
aprendan a apreciar, en general, las virtudes que más se estiman entre los hombres y que hacen
recomendables al ministro de Cristo, como son la sinceridad de alma, la preocupación constante por la
justicia, la fidelidad en las promesas, la urbanidad en el obrar, la modestia unida a la caridad en el hablar.
Parcial
El padre
I. “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia,
designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, y
con el segundo a todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su
vida.
Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la
Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia.
Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo.
La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del
Hijo (Filioque)”.
El Concilio de Florencia, explicita: “El Espíritu Santo (…) tiene su esencia y su
ser a la vez, del Padre y del Hijo. Y procede eternamente tanto del Uno como del
Otro, como de un solo Principio y por una sola espiración (…). Y porque todo lo
que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo a excepción
de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste
la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente”.
Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra,
el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”. La Unidad
divina es Trina.
Las Personas divinas son relativas unas a otras.
(Relativo es relación, <> = referir).
El Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los
dos; en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas”.
El todopoderoso
De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el
Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida… “Todo cuanto le
place, lo realiza” (Sal 115, 3); nada le es imposible y dispone de su obra según su
voluntad; “Te compadeces de todos porque lo puedes todo” (Sb 11, 23).
Dios es el Padre todopoderoso. Omnipotencia, compasión, son dos palabras por
las que se entiende que es todopoderoso y se relacionan con la paternidad.
Pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.
(Importante porque demuestra que es más importante perdonar que curar algo
físico).
La omnipotencia (su actividad) no es arbitraria, sino que la hace desde su
bondad y paternidad, Verdad, Misericordia, Justicia.
“Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión
de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los
seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo
procurará la vida a los que ven a Dios”. CV I: DS, 3022.
El octavo día.
Para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El
séptimo día acaba la primera creación. Y en el octavo día comienza la nueva
creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la
Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva
creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera. (El domingo sería
el octavo día porque empieza la "nueva creación").
El hombre
El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios”
(I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II);
I. “A imagen de Dios”
De todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su
Creador”; es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”;
sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios.
Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de
persona; capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en
comunión con otras personas; |y es llamado, a ofrecerle una respuesta de fe y de
amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.
“Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado”.
Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque
Dios “creó (…) de un solo principio, todo el linaje humano”. Esta ley de solidaridad
humana y de caridad (ibíd).