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CÁTEDRA DE TEOLOGÍA (MODALIDAD PRESENCIAL)

03 Ecología integral y Creación

Autor:
Alejandro Ramos

Módulo de estudio
Adaptación de la edición impresa: Ramos, Alejandro (2007).
Versión Mayo 2020 Antropología Teológica. Buenos Aires: Agape

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Unported

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Unidad 3:
Ecología integral y
Creación
Módulo de estudio
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Índice

Índice ..............................................................................................................................................................2
Ecología Integral y Creación ...........................................................................................................................3
1. Una ecología integral .......................................................................................................................3
2. El mundo como creación .................................................................................................................5
3. El lugar del hombre en el mundo ....................................................................................................7
Bibliografía: ..................................................................................................................................................10

Unidad 3: Ecología Integral y Creación 2


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Ecología Integral y Creación


1. Una ecología integral
En marzo del 2020, la Organización Meteorológica Mundial y la ONU advirtieron que el
calentamiento global se está acelerando, en el informe anual sobre el clima mundial correspondiente
al año 2019. La temperatura global ha subido por encima de lo que se proponían las naciones en el
Acuerdo de París (2015). Si las emisiones de gases invernadero no se reducen en las próximas décadas,
sobre todo de los países que más emiten como EEUU y China, las consecuencias pueden ser
catastróficas para el planeta. De hecho, algunas de las consecuencias del calentamiento global ya las
estamos percibiendo: hay en muchas regiones un aumento real de la temperatura; está comprobado
el derretimiento de los glaciares, indispensables para mantener el equilibrio natural de la temperatura
de la tierra; también la subida del nivel del mar en algunas costas, algo que se proyecta en aumento
para el futuro cercano en otras partes del mundo; la concentración de ácido de carbono en los océanos
que daña la vida de los peces; el aumento de tormentas y huracanes con mayor fuerza; y la
desaparición de algunas especies, entre otros fenómenos. En el 50° día de la Tierra, este 22 de abril de
2020, el Papa Francisco recordaba la importancia de tomar conciencia del riesgo para la vida que
significa la contaminación y el calentamiento global. Tenemos que cambiar nuestra manera de ver el
mundo, dice, no se trata de un depósito de recursos a explotar indiscriminadamente; la tierra es la
obra de Dios, un regalo para nosotros, una casa para todos y que, por lo tanto, todos tenemos que
cuidar si queremos que haya un futuro para las próximas generaciones

La propuesta del Papa Francisco consiste en desarrollar una “ecología integral”, es decir, una
manera de ver el mundo no como un lugar para explotar y satisfacer las ambiciones de acumulación
de algunos, sino como un espacio común a habitar y cuidar. El 24 de mayo de 2015 se publicaba la
encíclica Laudato Si, una profunda meditación sobre el sentido cristiano de la tierra que habitamos y
de la tarea que le compete al ser humano.

La ecología tiene que ser integral, es decir, analizar lo que sucede en el medio ambiente no sólo
pensando en la naturaleza, sino también en lo que el hombre hace con ella y yendo a la raíz del
problema: el estilo de vida consumista y contaminante. Muchos hablan de la importancia de tener una
actitud ecologista, sin embargo, pocos se atreven a decir que, en realidad, lo que hay que cambiar es
el modo de pensar y de vivir (Laudato si, n. 21). La producción industrial de los países del primer mundo
para sostener y aumentar el consumo de bienes es el principal responsable de la emisión de gases, por
eso, lo que hay que cambiar es el modo de ver el mundo, esto es, no mirarlo desde las finanzas y la
tecnología con el lucro y el poder como objetivos, sino una casa común. El mundo, enseña el Papa, es
una obra de la bondad divina, como manifiesta el relato de la creación del Génesis. El hombre recibe
esta casa y tiene que vivir en ella respetando la naturaleza y en armonía con los demás hombres y con
Dios. La tierra es un sistema de vida y Dios ha querido confiarle al ser humano la tarea de “llenarla y

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someterla” no el sentido despótico, sino respetuoso del valor que tiene cada creatura y, en particular,
del derecho a vivir que tienen el resto de los hombres.

De las enseñanzas sobre la creación, se deduce que el Dios creador le ha dado este ámbito de vida
a todos los hombres por igual, por lo tanto, todos tienen derecho a vivir en ella; toda exclusión a este
derecho fundamental es una grave injusticia. Dios ha dado la tierra y sus bienes a todos sin excluir a
nadie ni privilegiar a ninguno, por lo tanto, el aprovechamiento desigual es una injusticia, algo que
contradice la voluntad de su creador.

El riesgo actual de destrucción de la vida sobre la tierra es consecuencia del paradigma con el cual
se piensa y trabaja en el mundo actual. El paradigma tecnológico en función de los intereses
económicos y de poder es el que impulsa este nivel asfixiante de producción y consumo. En el origen
de este paradigma, se halla el enorme poder que el hombre ha logrado tener sobre el mundo a partir
de los descubrimientos científicos y tecnológicos de los dos siglos anteriores. Muchos de estos avances
significaron una mejora real para la vida humana y del medio ambiente, sin embargo, otros avances
pusieron en peligro la vida, tuvieron consecuencias destructivas, porque el hombre no tuvo la
capacidad espiritual de dominar ese poder y usarlo solo para el bien de todos. En realidad, dice, detrás
de esta actitud que no mide las consecuencias ambientales de la obra del hombre, hay una
antropología errada que pone al hombre en el centro de todo y con poder y libertad para dominar y
usar sin respeto por los demás seres y por la naturaleza (Laudato Si, n. 115-121).

La salida de esta crisis, por lo tanto, no pasa por propuestas aisladas para solucionar problemas
locales concretos, sino por un cambio radical en la forma de pensar y vivir. La ecología tiene que
incorporarse a la educación, a la moral y los criterios con los cuales los dirigentes políticos y
empresariales piensan la vida. La ecología integral toma como punto de partida la idea de que el medio
ambiente es parte de nuestra vida, no algo distinto, que nosotros estamos plenamente integrados a
este medio y dependemos totalmente de él. La ecología tiene que integrar la cultura local, la vida diaria
y tiene que construirse a partir de la noción de bien común, del bien que permite la vida y desarrollo
de todos los seres que forman parte de un ecosistema, y de una comunidad y una conciencia solidaria
respecto de las próximas generaciones (n. 152-160).

¿Qué medidas concretas habría que tomar? Primero, actuar en conjunto todos los países, porque la
solución real solo puede ser global. Segundo, los estados tienen que hacerse cargo de controlar
realmente el cuidado del medio ambiente en su territorio. Tercero, debería haber transparencia en los
procesos políticos que construyen consenso. Cuarto, que la política no esté sometida a la economía,
sino al revés. Hace falta cambiar el modelo de desarrollo global de esta sociedad consumista y post-
capitalista que pone al lucro como fin último, por un modelo de desarrollo integral de todo el hombre
y de todos los hombres en la misma Casa Común (194). Quinto, proponer una educación y una
espiritualidad ecológica, una verdadera “conversión ecológica” que consista en descubrir que, con toda
nuestra vida, tenemos que respetar y cuidar de esta tierra que Dios nos ha regalado y que es de todos
(216). Un cambio de vida hacia una vida sobria y libre de las imposiciones de una economía de mercado.

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Solo un cambio profundo de mentalidad puede salvar el medio ambiente y la vida en esta tierra, por
eso, es necesario comenzar por descubrir qué significa la creación del mundo y qué lugar ocupa el ser
humano dentro de él.

2. El mundo como creación


El peligro real de la posibilidad de poner en riesgo la continuidad de la vida sobre la tierra debería
llevarnos a la necesidad de hacer una pausa y repensar el estilo de vida superficial y materialista que
distingue a esta sociedad posmoderna. En esa pausa, deberíamos reflexionar sobre lo que el mundo es
en sí y para nosotros, porque detrás de una producción industrial sin límites éticos, hay un menosprecio
del medio ambiente y de los demás. La ecología integral, además, propone para la reflexión que el
mundo no sea visto como algo propio, sino como el lugar que recibimos de Dios, su creador, para vivir
junto con muchos otros. Pensar el mundo como creación divina no sólo nos explica su origen, sino
también su sentido y su fin y, en consecuencia, también el sentido de nuestra presencia en la tierra;
más aún, el sentido de este mundo en función de la vida que bien después de la muerte.

La Biblia nos enseña que el mundo es creación de Dios, que no existe desde siempre, porque no es
un ser eterno y que en el inicio de su existencia se halla el acto creador de Dios, que crea todos los
seres incluido el hombre al cual le asigna la tarea de llenarla y cuidarla. Así lo vemos en el relato de la
Creación del capítulo 1 del libro del Génesis, que fue escrito por autores humanos inspirados por Dios.

Dios quiso que los hombres, a lo largo de la historia, supieran de dónde salen las cosas, qué piensa
Él sobre el mundo y qué lugar tiene el ser humano allí. Los autores inspirados escriben un relato
conforme a la cultura y mentalidad de la época, pasando de tradiciones orales construidas con los
criterios antiguos (mitos) a redactar, siguiendo la inspiración divina, lo que Dios les había revelado
sobre los inicios del mundo. A Dios (el Autor principal) no le interesa dar una explicación científica, sino
que los hombres sepamos que Él es el Creador y que para Él el mundo es algo bueno. El escritor (autor
instrumental del texto) lo redacta siguiendo, a veces, tradiciones distintas. Así en el capítulo 1, quien
escribe pertenece a la tradición sacerdotal y presenta la creación en 6 días para terminar diciendo que,
en el séptimo, Dios descansó. Entonces, el hombre debe hacer lo mismo para dedicarse a su Creador:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por
encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: “Haya luz”, y
hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad, y llamó Dios a la luz
”día” y a la oscuridad la llamó “noche” Y atardeció y amaneció, día primero.

Dijo Dios haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras, e hizo
Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima
de firmamento. Y así fue, llamó Dios al firmamento “cielos”. Y atardeció y amaneció, día segundo.

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Dijo Dios: “Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese
ver lo seco” y así fue. Y llamó Dios a lo seco “tierra” y al conjunto de las aguas lo llamó “mares”; y
vio Dios que estaba bien (Gen. 1, 1-10).

El relato continúa con el resto de la creación siguiendo el esquema de días. En el tercer día, crea
todos los vegetales; en el cuarto, el sol y las estrellas; y en el quinto, los animales y las aves y siempre
termina diciendo que “es bueno” con el fin de reafirmar la bondad de esta creación. Las cosas
existentes surgen del caos inicial que es la nada, la ausencia de seres. Lo primero que crea Dios es la
luz y, luego, comienza a crear todos los seres existentes y a separar las cosas. En este relato, aparece
solo un Dios creando de la nada, no como en los mitos de la cosmovisión primitiva de Oriente, que
hablan de la participación de muchos dioses. Por eso, si bien el autor usa el lenguaje mitológico, lo
hace en un sentido diferente de acuerdo con el monoteísmo israelita (Grelot 1976: 21).

El autor, para destacar esta acción divina como un acto único, usa solo en este caso el verbo “bará”
(crear), quiere así decir que solo Dios es capaz de ser la Causa Universal. El mundo, por lo tanto, no
procede de una energía ciega indeterminada originada por los dioses, ni el hombre puede pensar que
es su Causa. Solo un ser trascendente como Yahvé pudo dar origen a todo esto, por eso, solo a Él le
cabe el verbo “crear” en el sentido de traer a la existencia. Ante la contemplación de todo lo que existe,
le corresponde al hombre reconocer a su Creador; de allí que el relato termine en el séptimo día
reservado para que el hombre descanse, como Dios, pero para dar culto al Dios del cual ha recibido
todo lo que ve.

Para explicar la noción cristiana de creación, tenemos que aclarar que, en este contexto, se usa en
sentido propio aplicado al origen absoluto de los seres, no en sentido más amplio, como cuando se
dice que un artista “crea” una obra de arte. Podríamos definir creación de la siguiente forma:

Crear es cuando una cosa inexistente recibe el ser de una causa eficiente.

Dios es el único Ser que existe por sí mismo, le es esencial existir, por eso, es Eterno y la Causa
Primera de todos los seres. Las cosas “salen” de Dios en el sentido que reciben de Él el ser, porque
antes no existían. Antes del acto creador, no había seres, la nada es la ausencia total de ser y de la cual,
por razones obvias, nada puede salir. Por lo tanto, si Dios no hubiese decidido crear, entonces, no
existiría nada. Y eso es lo que dice el texto del Génesis cuando habla de un caos y oscuridad anterior a
la creación. No hay, entonces, una materia prima anterior a los seres, es decir, Dios no crea a partir de
algo preexistente; simplemente algo que no era comienza a ser porque Dios lo piensa y lo dice. Es lo
que dice el texto de 2 Macabeos 7, 28, cuando afirma que Dios creó “de la nada”. Por eso, podemos
concluir:

Crear es pasar del no ser al ser.

No se trata de una emanación, no es algo que sale de un ser porque las cosas no son una parte de
la naturaleza divina; ni es tampoco transformación de un ser preexistente, como sucede con la mesa

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que sale del árbol. Dios decide por su propia Bondad que existan seres diferentes a Él y produce el ser
y la sustancia de las cosas (Santo Tomás, Suma Teológica, I, q. 46, a.5).

Hay tres hipótesis o errores que rechazan el concepto de creación:

1. El dualismo: sostiene que hay dos principios opuestos y diversos de los cuales se origina
toda la realidad. Este pensamiento se origina en el mazdeísmo (antigua religión persa), el
cual sostiene que hay un principio absoluto del bien y otro del mal que originan y gobiernan
el cosmos. Esta visión dualista del mundo y del hombre fue asumida luego por varios
filósofos (entre ellos, Platón).
2. El materialismo: afirma que la materia existe desde siempre y de manera indefinida y
es el principio de todas las cosas. Esta teoría la sostienen los primeros filósofos griegos que
ven el principio en el agua, el aire o una materia indefinida. Se convierte en el fundamento
del materialismo filosófico que inspira luego el comunismo.
3. El panteísmo: sostiene que el mundo es Dios y, por lo tanto, eterno, y que los seres
existentes son partes emanadas de su ser. Los seres son así parte de ese Uno (Plotino) o
Espíritu o Alma Universal del que se desprenden el resto de los seres, siguiendo una escala
jerárquica de los más perfectos a los más sencillos. Para algunos filósofos modernos, no hay
un ser trascendente, sino una sustancia única que se presenta de maneras diversas, como
una Idea o Espíritu Absoluto (Hegel), que se manifiesta en diferentes momentos como seres
distintos. En la actualidad, hay también quienes piensan la tierra como un eterno y divino,
por ejemplo, en la New Age (Piolanti 1994: 27).

Para la teología cristiana, Dios es el único Creador de todos los entes y crea por una decisión libre,
sin necesidad de la existencia del mundo, solo para comunicar su bondad y perfección. Así, todas las
criaturas participan del ser y de la bondad de Dios de maneras diferentes, según su naturaleza. La
participación consiste en que al recibir el ser los seres realizan de alguna manera una perfección del
ser divino, pero no de la misma manera, no como una perfección absoluta, sino como algo recibido e
imperfecto, por eso se dice que los seres son buenos como Dios es bueno, pero sólo en sentido
analógico, es decir, de manera perfecta, sin mal o imperfección en Dios y de manera imperfecta en el
resto de los seres. Entre todos los seres creados, el hombre ocupa un lugar especial por ser el único
que es creado a imagen de Dios.

3. El lugar del hombre en el mundo


Para comprender cuál es la misión del hombre en el mundo, regresamos al texto del Génesis, en el
que se dice que solo él es imagen de Dios, es decir, un ser personal y el único que puede agradecerle
lo recibido; de allí que sea creado en el sexto y último día:

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Y Dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en
los peces del mar y en las aves de los cielos […] Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a
imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios diciendo: “Sed fecundos y
multiplicaos y llenad la tierra y sometedla (Gen. 1, 26-28).

El relato establece una jerarquía en los seres y coloca al hombre en la cima, como el ser más
perfecto, no en el sentido absoluto de la perfección divina, pero sí en relación con el resto de las
creaturas. Solo para el hombre se usa la expresión “imagen y semejanza”, porque solo él es persona
con alma racional y solo él está llamado a compartir con Dios y sus seres queridos la vida eterna en el
otro mundo. Además, el texto resalta la dignidad de la mujer, que es puesta al mismo nivel que el
hombre, algo poco frecuente en el lugar y época en que se escribe este texto. Ambos, hombre y mujer,
por otra parte, reciben una misión concreta en el mundo.

El capítulo 2 del Génesis también relata la creación del ser humano como un ser diferente a los
demás. El texto está escrito por otro autor —un uso habitual en la antigüedad— llamado “yahvista”,
porque nombra a Dios como “Yahvé”. En este caso, se quiere dejar en claro que el ser humano
pertenece a este mundo, pero que recibe un alma y una vida superior: “El Señor Dios, por lo tanto,
formó al hombre del barro de la tierra, e inspiró vida en su nariz y el hombre se convirtió en un ser
vivo” (2,7).

El texto presenta a Dios como un escultor que trabaja a partir del barro, no porque pretenda
describir el acto creador histórico, algo imposible, sino porque quiere resaltar la pertenencia del
hombre al mundo. El hombre está hecho de tierra (“adamá” en hebreo), por eso, se llama Adán. En
otras palabras, el primer hombre es superior al resto de los seres, pero es de este mundo.

Dios le insufla un hálito de vida (“ruah” en hebreo), el espíritu, de manera directa, porque el hombre
recibe el alma solo de Dios. Por ella, tiene vida y una vida superior como ser racional, abierto a una
relación personal con Dios y con el resto de los seres creados. Otra manera de destacar esta
singularidad y superioridad del ser humano es el hecho de que, a pesar de estar rodeado de animales,
el hombre se siente solo y pide “una ayuda adecuada”, entonces, Dios crea a la mujer:

Entonces el Señor Dios envió al hombre un sueño profundo y mientras dormía, le quitó una
costilla y cerró el lugar con carne. Y de la costilla que le había quitado al hombre, el Señor hizo una
mujer y se la llevó al hombre. “Aquí ahora”, dijo el hombre, “es hueso de mis huesos y carne de mi
carne (2,21-23).

También en este texto se resalta la dignidad de la mujer y la complementariedad de ella con el varón
y viceversa. La Palabra de Dios enseña, por lo tanto, que todo cuanto existe ha sido creado por Dios,
pero de entre todos los seres, solo la mujer y el hombre son imagen de Dios y tienen un señorío sobre
el resto de las creaturas.

Esta enseñanza que sostiene que el ser humano tiene la tarea hacer producir la tierra y dar culto a
Dios reconociéndolo como el único Creador se repite a lo largo de toda la Sagrada Escritura, para
abreviar nos referiremos sólo a algunos pasajes.

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 El Salmista dice: “Por la palabra del Señor se hicieron los cielos, y por el aliento de su boca
todos sus ejércitos […] Porque Él lo dijo y estaba todo hecho, Él lo ordenó y todo existió”
(Salmo 32, 6 y 9).
 El Salmo 104 afirma: “Yahvé, Dios mío, qué grande eres, vestido de esplendor y majestad, la
luz te envuelve como un manto, tu despliegas los cielos lo mismo que una tienda” (1 y 2).
 En el relato del martirio de los macabeos, la madre les da coraje a sus hijos con la confesión
de la fe en un Dios creador, la confesión más clara de toda la Biblia en este Dios creador: “Te
pido hijo mío que mirando al cielo y la tierra y a cuanto hay en ella, conozcas que de la nada
hizo Dios todo esto y también el género humano fue hecho así” (2 Macabeos 7,28).
 Esta idea de un Dios creador es la que enseña Jesús anunciando el Reino que fue preparado
desde la “creación del mundo” (Mateo 25,34), y hablando de la gloria que tenía junto al
Padre antes de la “creación del mundo” (Juan 17,5). Al hombre le cabe la tarea espiritual de
reconocer al Creador de todas las cosas y Fin último de todo.

En el mundo, hay una gran variedad de seres que reflejan, de manera diversa y según su especie,
las distintas perfecciones de Dios. Desde los seres inertes, a los que tienen vida vegetal, animal y
racional, todos participan del ser de la Causa Universal, aunque cada uno a su manera, según sus
posibilidades. La belleza que contemplamos en la naturaleza nos habla, por ejemplo, de la Belleza
divina; sin embargo, ni la montaña ni el mar puede reconocer a Dios y alabarlo como su creador.
Tampoco lo pueden hacer los animales; solo el ser humano es capaz de este reconocimiento hacia su
Hacedor. En este sentido, podemos decir que el hombre rinde homenaje de alabanza y adoración al
Creador en nombre de todos los seres. El hombre es la síntesis del mundo material y espiritual como
ser dotado de cuerpo y alma racional; es como el anillo que une estos dos mundos y el único ser que
puede participar de la vida eterna que le propone Dios. Por eso, podemos decir que la vida del hombre
tiene un sentido, una dignidad y un valor superior al resto de los seres (Lobato 1994: 121).

Ahora bien, esto no significa que la persona humana sea el centro del mundo, es decir, el fin de
todas las cosas. El mundo ha sido creado por Dios no para el hombre, sino para sí mismo. Dios es no
solo la Causa Eficiente de la creación, sino también su Causa Final, es decir, Él mismo es el fin último.
Seguramente, surja la pregunta: ¿por qué Dios se pone a sí mismo como Fin último? ¿Acaso Dios no ha
creado el mundo para el hombre? No. Como dijimos anteriormente, no podemos pensar en Dios y
valorar sus designios con parámetros humanos. Como único Ser superior, no puede tener otro fin que
no sea Él mismo, porque de otro modo, estaría subordinado a un ser inferior —por ejemplo, el
hombre— y eso es contrario a su naturaleza. Por lo tanto, el hombre no es ni el centro ni el fin del
mundo; solo Dios es su fin, de modo que todas las cosas están orientadas a realizarse en Él. Cada ser
se realiza en la medida en que pone en acto las posibilidades de ser de su naturaleza; el ser humano
solo puede realizarse plenamente en la medida en que logra la plenitud espiritual para la que fue
creado y que no alcanza en esta vida., ese deseo del alma sólo se puede saciar de manera perfecta con
la contemplación de Aquel, que es el Sumo Bien y la Verdad Absoluta.

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El mundo alcanza el fin para el cual fue creado cuando el hombre logra esa vida eterna de felicidad
junto a Dios. Es en este sentido que afirmamos que el mundo fue hecho para el hombre y el hombre
para Dios, siendo el hombre el ser más perfecto de la creación por ser una persona con cuerpo y alma,
creado a imagen de Dios, y con la vocación de vivir en la eternidad junto a Dios. Si el hombre logra su
realización, entonces, el mundo alcanza su realización.

Dios es un ser inteligente y, por esa razón, nosotros podemos deslumbrarnos con el orden que rige
en el cosmos en general y en el microcosmos de nuestro organismo. Además, podemos descubrir que,
con esa misma inteligencia, Dios quiere conducir hacia Él todas las cosas y en especial, al ser racional,
es decir, a nosotros. Así tiene un plan de gobierno del mundo, según el cual la naturaleza y los animales
son la Casa en la que el hombre habita durante su vida terrena, y al mismo tiempo, por su vida
espiritual, se dirige a vivir en la Ciudad de Dios Celestial para toda la eternidad.

Por lo tanto, la misión que tenemos en esta vida consiste en contribuir, cada uno desde su lugar y
con sus capacidades, a que los seres se realicen y, en particular, los demás seres humanos. Por eso, la
ecología integral, que el Papa Francisco propone como estilo de vida, comienza con la toma de
conciencia del sentido que tiene esta Casa Común como don de Dios para todos y de la conciencia de
la tarea que tenemos, que consiste en cuidar de ella y de la vida de los demás. Es un distintivo de todos
los que creen en un Creador.

Asumir, por tanto, la ecología integral como estilo de vida, no supone actitudes aisladas, sino que
implica vivir con la plena conciencia de esta misión del hombre en la tierra, que va desde las acciones
concretas de cuidado del medio ambiente hasta el cuidado de nosotros mismos y de los demás, en
cualquier nivel en el que nos toque actuar (personal o comunitario). Por otro lado, esta misión adquiere
un sentido pleno en su orientación final hacia la vida eterna, pues cuando cuidamos la Casa Común
estamos cumpliendo la misión que Dios nos dio y que no termina con nuestro bien individual ni en esta
vida sino que tiene como objetivo llegar juntos a la Casa Común en la vida eterna.

Bibliografía:
GRELOT, P. (1976) ¿Hombre quién eres? Navarra: Verbo Divino.

LOBATO, A. (1994). El hombre en cuerpo y alma. Valencia: Edicep.

PIOLANTI, A. (1994) Dio nel mondo e nell’uomo. Roma: LEV.

RAMOS, A. (2002). Antropología Teológica. Mar del Plata: Univ. FASTA.

SANTO TOMÁS (2014). Suma Teológica. Madrid: BAC.

Unidad 3: Ecología Integral y Creación 10

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