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BARBERO- ROCHI: LA INDUSTRIA (1914-1945)

Al comenzar la Primera Guerra Mundial, la Argentina se encontraba entre las naciones con mayores expectativas de crecimiento futuro; por entonces, el país veía
con optimismo un perfil económico que, basado en exportaciones de materias primas, había mostrado una palpable eficacia. Al terminar el segundo gran conflicto
mundial, las esperanza de grandeza no hablan menguado, aunque sólo babia hecho la confianza en los cimientos sobre los cuales se erigía la economía argentina. La
estructura asentada en la producción de bienes primarios se encontraba, por entonces, sujeta a un cuestionamiento profundo que uniría a denodados esfuerzos por
cambiarla. Uno de los ejes centrales de la discusión giraba en torno al grado de industrialización que el país había alcanzado a mediados de la década de 1940, al que
muchos encontraban como poco satisfactorio. Los resultados que este diagnóstico tuvo en la implementación de políticas económicas son conocidos; la evidencia
con la que operaban los críticos s y los defensores del perfil productivo del país, sin embargo, se encuentra todavía inmersa, en una discusión tan acalorada y poco
definida como la que se desplegó en esos años. Este capítulo intenta realizar un aporte a esta discusión analizando la evolución de la industria en el período que va
de 1914 a 1945. Para ello, se consideran los estudios realizados sobre ella, mostrando los debates (que ya podrían considerarse "clásicos") generados en torno a las
características y posibilidades del crecimiento industrial en ese periodo, así como los aportes más recientes realizados por la historiografía, incluidos los ofrecidos
por las propias investigaciones de los autores. El trabajo se estructura en torno a cuatro etapas que se caracterizan por ciertas tendencias que pueden otorgarle algún
grado de homogeneidad o al menos, le dan un tinte propio: 1) el periodo influido por la Primera Guerra Mundial; 2) la década de 1920; 3) los años que siguen a la
gran depresión de 1930, y el po1odo correspondiente a la Segunda Guerra. En esta trayectoria, el mercado y el Estado aparecieron como los actores de una historia
en la cual la relación entre los factores de producción que operaban en el sector manufacturero y la políticas económicas aplicadas resultó, como era esperable para
un periodo en el cual se discutía el perfil productivo futuro, plagada de ambigüedades. En esos treinta años, la participación del sector manufacturero dentro del
producto bruto interno (PBI) pasó del 15 a más del 20 por ciento, alcanzando un peso relativo que casi igualaba el de los países desarrollados Por entonces, la
industria mostró una evolución teñida de continuidades y rupturas.

LOS PROBLEMAS DE LA GUERRA 1913·1920

Desde mediados de la década de 1870 (fecha a la que se remonta la aparición de las primeras fábricas) hasta 1913, la industria creció a una tasa de alrededor del
ocho por ciento anual. Por ese entonces, la actividad se desarrollaba en un universo variopinto, en el que convivían unos pocos establecimientos que producían en
serie junto con un buen número de talleres que se basaban en el trabajo a pedido. En un principio, los productos alimenticios y las bebidas generaron casi toda la
producción industrial. A partir de la crisis de 1890 y los efectos sustitutivos que generó, la metalurgia comenzó a desarrollarse en la manufactura de los artículos
más básicos, mientras la rama textil lo hizo en las confecciones. A principios del siglo XX, la alimentación volvió a ganar un lugar de importancia en la actividad
manufacturera -con el auge de los frigoríficos que exportaban una parte considerable de su producción-, mientras el resto de las ramas continuó creciendo gracias al
aumento del consumo interno. El primer período de estancamiento de la evolución manufacturera se produjo a partir de un shock externo provocado por dos
circunstancias que afectaron negativamente a la naciente actividad: una crisis económica internacional, iniciada en 1913, y la Primera Guerra Mundial. Las
consecuencias de la crisis de 1913, a las cuales la historiografía habla prestado poca atención, han sido reveladas por las estimaciones del PBI publicadas por Roberto
Conde. Según sus cálculos, la industria fue especialmente afectada, con una caída del 15% en el producto sectorial en 1914 y dio inicio de un período de estancamiento
-que concluyó en 1920- en el cual el sector manufacturero industrial creció a una tasa anual del 0,28% así como los efectos de esta crisis comenzaron a ser calibrados
en su profundidad, el impacto de la Primera Guerra sobre la industria argentina ha venido despertando desde hace tiempo mayor atención y ha generado
interpretaciones constantes en lo relativo a sus efectos. Las estimaciones de Conde refuerzan las realizadas hace más de presas frigoríficas, que aportaban una parte
cuarenta años por la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL) acerca del impacto negativo que había tenido la guerra en el
desarrollo industrial. Ello contrasta con una vieja visión que, sin datos empíricos, veía en el cierre de la economía y en la "protección forzosa e impulso favorable
del desarrollo de la industria nacional. Si bien teóricamente esta circunstancia podía generar un proceso sustitutivo, el grado de dependencia de la mayor parte de las
ramas de la manufactura local respecto de la materia prima y los insumos extranjeros produjo el efecto contrario: un estrangulamiento en la producción y la
comercialización de los bienes. En realidad, el impacto fue sectorialmente diferenciado debido a estas circunstancias; sólo aquellas industrias en las que existía
capacidad productiva suficiente (por compra de maquinaria en los años anteriores) y que utilizaban materia prima nacional pudieron beneficiarse de la guerra. Fue
el caso de la industria textil lanera; en particular, la de los lavaderos de lana y, m menor medida, la hilandería y la tejeduría. La caída de los en los niveles de consumo
ayudaron a profundizar el estancamiento industrial. Muchas de las fuerzas que hablan operado favorablemente en la etapa previa para incentivar el desarrollo
manufacturero se revirtieron a partir de 1913; el saldo inmigratorio fue negativo durante la guerra y el flujo de capitales se redujo. Por otro lado, los sectores que
generaban efectos multiplicadores sobre la producción industrial, en particular el de la construcción, perdieron dinamismo por la atmósfera recesiva de la economía
en su conjunto.

LA DÉCADA DEL VEINTE

La década de 1920 ha sido considerada -de acuerdo con diferentes cálculos realizados sobre la evolución del PBI- un momento de recuperación de los años dorados
de principios de siglo o de estancamiento relativo. Los efectos que esta verdadera o falsa Belle Epoque habrían tenido sobre la demanda, para una industria orientada
al mercado .interno, deberían analizarse mis allá de las simples cifras de crecimiento. Aun considerando que las tasas de la década de 1920 fueran más bajas que las
de principios del siglo XX, es posible que este último periodo corresponda a una fuerte etapa de acumulación, mientras que los años veinte se asocien a una de
distnbución. Este fenómeno coincidiría con una gama de signos -que iban desde la., vanguardias culturales hasta el aumento en la altura de la población- que habrían
ayudado, junto con la renovación de la ola inmigratoria, a una explosión en el consumo aún con tasas de crecimiento del PBI menos espectaculares. En cuanto al
efecto del tipo de cambio y de la tarifa aduanera, ambos actuaron en períodos diferentes pan favorecer el crecimiento industrial. La inflación internacional había
llevado a que los valores de aforo -que eran aquellos sobre los que se aplicaban los derechos de importación- fijados en 1904, fueran cada vez más bajos en
comparación con el verdadero valor de los productos en el mercado mundial. Esto implicaba una caída en la protección a la industria nacional. Sin embargo, hasta
1922, la depreciación del peso ayudó a la manufactura local a competir con los productos importados. Cuando el peso comenzó a revalorizarse, las presiones para
calcular nuevos valores de aforo, junto con un aumento en los derechos de importación, se incrementaron. La Argentina era uno de los pocos países que mantenla
una moneda mis valorizada que la libra -alrededor del 10 % de sobrevaluación- entre julio 1924 y junio 1925-. Pero para entonces, una ley votada en el Congreso en
1923 recalculaba los aforos a la importación, los aumentaba y volvía a poner a la industria frente al mismo nivel de protección que tenía en 1905. En esa misma ley,
por otro lado, se fijaban aumentos a los derechos de importación. Finalmente. la continua valorización del peso fue suspendida cuando Argentina reingresó en 1927,
al régimen de patrón oro. Por lo tanto, el balance de la década muestra que la industria no estuvo ni demasiado protegida ni desprotegida en ningún momento (hasta
1923 operó el tipo de cambio en su favor y después lo hizo la elevación de los aforo). El incentivo que siempre estuvo presente el cambio fue el aumento del consumo
interno. Por entonces, y como respuesta a este fenómeno, las empresas transformaron sus estrategias comercializadoras, que mostraron su lado mis visible en los
nuevos sistemas de empaquetamiento y en las campañas publicitarias. En los años veinte se produjeron cambios cualitativos que anunciaban una nueva etapa
industrializadora, que recién iba a terminar de consolidarse a fines de la década de 1940. Entre estos cambios se encontraba el perfil de la producción manufacturera,
que pasó a estar cada vez más conformado por una industria liviana en la que se producía un paulatino retroceso (en cuanto a la participación relativa) de la producción
alimenticia y un paralelo avance de las ramas textil y metalúrgica. Estos fueron los sectores más expansivos de desarrollo industrial de la etapa que compartían su
dinamismo con una serie de nuevas actividades en las que la producción local casi no había incursionado. La modernización producida en actividades ya iniciadas,
como la metalurgia y la textil, estuvo liderada por el capital local. En los años veinte, las empresas industriales modernas comenzaron a producir nuevos bienes
mientras otras profundizaron su modernización. Uno de los resultados fue la formación de sociedades anónimas en el sector manufacturero, cuya creación
prácticamente había desaparecido desde la crisis de 1913. Por otro lado, en este periodo la industria retomó la tendencia a la concentración de capital (mediante la
formación de trusts) que había caracterizado el periodo 1900·1913. El volumen físico de la producción metalúrgica se multiplicó por cuatro en estos años. La
industria textil, mientras tanto, experimentaba cambios más cualitativos que cuantitativos. Estas transformaciones se relacionaban con otro cambio que iba a tener
consecuencias profundas en la industrialización argentina: la producción local de materias primas como de algodón y la seda. Con ello se produjo una mayor
diversificación productiva y se observó una tendencia por parte de las empresas a la integración para sustituir insumos. Esta respuesta podría ser atribuida a la
experiencia acumulada por una industria fuertemente dependiente de productos importados durante la guerra, que mostró las dificultades que podían presentarse con
un cambio de escenario de la economía internacional y la interrupción del intercambio. Otra razón que llevó a las industrias a diversificar su producción fue la
saturación de la demanda de los bienes que fabricaban. Se produjo, paralelamente, una diversificación de mercados, con un temprano proceso de internacionalización
de algunas firmas de origen local. Mientras tanto, se produjo un fenómeno novedoso: la llegada de capital extranjero-principalmente de origen norteamericano-
liderando la instalación de fábricas ,en sectores en los que la industria local no habla incursionado. Entre 1921 y 1930 se radicaron, en el sector industrial, 43 empresas
extranjeras, contra 13 que lo hablan hecho entre 1900-1920. En particular, lo hicieron en las nuevas ramas dinámicas de la economía argentina, como el cemento, el
petróleo, la industria farmacéutica, química, metales, de artefactos eléctricos. de caucho y las armadoras de autos. Un fenómeno similar ocurrió en el registro de
patentes extranjeras registradas en el país. Entre 1900 y 1919, su número había sido de 1.243; entre 1920 y 1929 pasaron a 8.731. Algunas de las nuevas actividades
mostraron un crecimiento que, podría ser caracterizado como espectacular. Pero no sólo la actividad privada mostró signos de dinamismo en nuevos
emprendimientos. Buena parte de la actividad petrolera se basaba en la expansión de YPF, que en 1925 instaló su primera destilería. Por otro lado, se intensificaron
las arcas relacionadas con la producción de armamento y equipo militar, uno de cuyos exponentes fue la Fábrica Militar de Aviones en Córdoba, inaugurada en 1927.
En la década del veinte se produjo un cambio tecnológico y organizativo que, de la mano de la llegada de estas empresas multinacionales, iba a encontrar eco en las
firmas de capital local. De alguna manera, la Argentina recibió el impacto de la expansión económica industrial liderada por Estados Unidos. Una de las características
de estos años fue ti equipamiento logrado a partir del aumento de la importación de maquinaria industrial, que alcanzó en la segunda mitad de la década las tasas
más elevadas de su historia Probablemente, el aumento del salario real, que en su época, haya impulsado esta estrategia de mecanización, que tendía a ahorrar mano
de obra. A principios de los veinte comenzaron a discutirse los límites del modelo de expansión basado en la producción agropecuaria y a elaborarse propuestas que
contemplaran un mayor desarrollo del sector manufacturero. El problema del mercado sobresalió en estos análisis. En Los problemas económicos del presente,
publicado en 1920, por A. Bunge afirmaba que el creciente poder adquisitivo de la demanda interna iba a llevar a saldos exportables de alimentos cada vez más
limitados, una perspectiva que se adicionaba a su prédica por señalar el corto alcance de este consumo para sostener una producción industrial en expansión y sugerir
la conquista del mercado externo, que él veía concretada en la Unión Latinoamericana. A fines de la década, se iba a acentuar su posición favorable a explotar las
potencialidades del mercado local. En el mismo año afirmaba, inspirado en el aumento de la capacidad de consumo de los Estados Unidos, que esperaba que "el
mercado consumidor de diez millones quinientos mil habitantes que alcancen un alto nivel de vida" se desarrollara y afirmaba que "durante varios años el aumento
de la producción local no hará otra cosa que substituir al similar extranjero, despertando una inmensa actividad comercial nueva en el interior del país. Tiene, desde
ahora, el mercado asegurado''. Pero tampoco le escapaban ciertas notables diferencias; mientras que en Estados Unidos el obrero calificado o el agricultor podían
acceder a la compra de un coche, una radio o una heladera, en la Argentina ese mismo obrero volvía "a su rancho miserable, con piso de tierra y sin vidrios en la
puerta” La llegada de la crisis en 1929 iba a desalentar los matices de algunos de sus análisis y a incentivar algunas de sus posiciones más crudas, que serían tomadas
corno bandera por quienes deseaban transformar el perfil productivo de la economía argentina.

DESPUÉS DE LA CRISIS1930-1939

Las condiciones económicas generadas por la crisis mundial de 1929 tuvieron un impacto decisivo sobre la evolución del sector manufacturero. A partir de 1930 -y
hasta fines de los años setenta-, la industria se convirtió en el sector más dinámico del mercado interno, dentro de una economía que se iba cerrando al comercio
internacional. Por ende, el crecimiento económico en su conjunto pasó a depender en forma significativa del desempeño industrial. La pregunta que surge de esta
constatación es hasta dónde la crisis fue una divisora de aguas en el proceso de industrialización, y en qué medida dicho proceso se explica más por los efectos de
un shock externo que por un sendero evolutivo previo. El primer punto ya ha sido discutido en este capítulo y la respuesta muestra una significativa continuidad; el
segundo implica internarse en las características de la industria que se desarrollaba en esos años. El crecimiento industrial en la década del treinta -que alcanzó en
promedio una tasa del 7% anual- no fue lineal El producto industrial cayó en los años inmediatamente posteriores a la crisis, pero se recuperó a partir de 1933,
expandiéndose a una tasa del 16% entre 1933 y 1935 y del 5,5% entre 1935 y 1939 . .El efecto de sustitución (mucho más que el ingreso) explica, en buena medida,
este incremento: la tasa de restitución, que era de alrededor del 50% entre 1925-1929, pasó al 63% entre 1930 y 1939. El nuevo escenario internacional, la reducción
de la capacidad importadora y las medidas adoptadas por los gobiernos argentinos para combatir los efectos del ciclo económico aceleraron la profundización de las
sustitución y progresiva diversificación de la producción industrial local El control de cambios. los aumentos de las tarifas a la importación y el abandono del patrón
oro actuaron como mecanismos de protección, más allá de que el Estado no haya impulsado en forma directa un plan industrialista. La calda de las importaciones
fue un factor decisivo y explica, en buena medida, los cambios sectoriales que sufrió la industria en esta etapa respecto de la evolución previa a 1930. Las ramas
tradicionalmente vinculadas a la exportación disminuyeron o aumentaron lentamente su producción, mientras que las que sustituían importaciones crecieron a un
ritmo acelerado. La expansión estuvo liderada por la industria textil algodonera, que creció en el período 1930-1935 a una tasa anual del 10,5%, frente al 4,3% de la
rama alimentaría. La textil recuperaba el papel que alguna vez habla tenido como habla ocurrido durante la década de 1890-, aunque ahora pasaba de la producción
de confecciones a la de tejidos e hilados. Las actividades que se expandieron por encima del aumento general fueron, además de la textil, la de derivados del petróleo,
la de vehículos y maquinaria y, con un menor impulso, la metalurgia. Los productos del caucho y las maquinarias y artefactos eléctricos experimentaron el
crecimiento más espectacular, pero ello se explica por su casi inexistencia en el periodo previo. La continuidad entre el desarrollo industrial en los años treinta y la
década del veinte, sin embargo, resulta mayor de lo que parece. Uniendo un análisis macroeconómico con una perspectiva microeconómica de desempeño de la
actividad manufacturera, se ve que en los años treinta se produce el despliegue de los sectores -y, en muchos casos, de las propias empresas que ya aparecían como
dinámicos antes de la crisis. La industria textil algodonera es un ejemplo. El crecimiento industrial de los treinta fue apoyado por cambios en los precios relativos
del factor trabajo ante la estabilidad del salario real y la disponibilidad de mano de obra que ofrecía la migración interna hacia las ciudades en las que se expandía la
actividad manufacturera. En efecto, después de las grandes inversiones en maquinaria de la década del veinte, la industria pudo crecer a partir del incremento del
número de trabajadores, sobre todo en las grandes empresas. Esta industria "mano de obra intensiva" pudo reducir, de esta manera, sus costos variables y ajustarse
de manera conveniente a los momentos recesivos que siguieron a la depresión. El Estado tomó medidas adicionales a la protección arancelaria que favorecieron el
crecimiento industrial. El programa de obras públicas llevado adelante por Agustín P. Justo en el cual sobresalía la construcción de caminos generó un incentivo
para la producción manufacturera. Por entonces, se había profundizado el papel del Estado comprador. En 1930, un decreto del gobierno de José Félix Uriburu
favoreció, con un margen del 5%, a la industria nacional en las licitaciones públicas. No sorprende, entonces, que cada vez más empresas se convirtieran en
proveedoras del sector público. Otro elemento de continuidad entre los treinta y los veinte fue la llegada de empresas multinacionales. en su mayoría de origen
norteamericano; entre 1931 y 1943, 45 empresas extranjeras se radicaron en el sector industrial. Este movimiento incluyó a empresas manufactureras ya establecidas,
a antiguas importadoras que comenzaron a producir en el país y a otras que inauguraron sus actividades en la Argentina ante la elevación de los aranceles y la
imposición de un control de cambios que beneficiaba a la libra esterlina frente al dólar. Los casos de empresarios nacionales exitosos también encontraban sus raíces
en el periodo anterior a la crisis; este fue el caso de Torcuato Di Tella -quizás el empresario emblemático del periodo- quien expandió su empresa Siam a partir de
asociaciones con firmas norteamericanas para la provisión de surtidores de nafta que databan de los años veinte. Entre 1930 y 1945, la sustitución debió realizarse -
no pocas veces- por voluntades ajenas a los actores involucrados. Algunos sectores con ventajas comparativas (los que contaban con materia prima local barata, por
ejemplo) pudieron crecer con mejores niveles de eficiencia, como fue el caso del sector textil (que no requería de maquinaria sofisticada y era mano de obra intensiva).
Otros, como la metalurgia, sustituyeron productos importados de manera menos diciente, pero como única respuesta ante la falta de insumos y maquinaria industrial.
Los ,datos cuantitativos, entonces, deben ser observados con cuidado, porque la expansión mostraba sus límites en aspectos microeconómicos que se relacionan con
las carencias originadas por las nuevas fábricas. En muchas de ellas, el diseño tecnológico era rezagado, el equipamiento se basaba en maquinaria usada u obsoleta,
y faltaban subcontratistas y abastecedores de insumos y partes. Una característica distintiva de la de la década de 1930 respecto de la anterior (y relacionada con este
último fenómeno) fue el inicio de un proceso de desconcentración industrial que se acentuó con la guerra y persistió hasta mediados de la década de 1950. Esta
evolución no resulta sorprendente ante una economía más cerrada, donde la competencia con los productos extranjeros no ejercía la amenaza que había forzado las
fusiones de principios del siglo XX y de la década de 1920. Pero en el caso argentino llevó a una proliferación significativa de aquellas empresas; mientras en Estados
Unidos el tamaño promedio de los establecimientos se elevó aproximadamente el 21% entre 1935 y 1947, en la Argentina, partiendo de una base mil., baja, aumentó
sólo el 6%. Además, una característica del desarrollo industrial argentino en este periodo fue que la desconcentración ocurrió en los sectores que se estaban
expandiendo. Las consecuencias de este proceso, en términos de productividad, terminaron siendo negativas. Mientras que entre 1935 y 1914 se observa un aumento
en la productividad del trabajo, esta tendencia se revierte al comparar los datos de 1935 con los de 1947. En 1935 se realizó un censo industrial con un alto nivel de
detalle (tanto, que lo hace difícilmente comparable con el más rústico realizado en 1914) Ese censo muestra una industria en la cual comienzan a perfilarse los bienes
de consumo final como los líderes de la expansión en esta llamada etapa de "sustitución fácil". La industria local, que se enfrentaba con muchas ventajas a la
competencia del producto importado, se desarrollaba en aquellas actividades en las que no era necesario contar con capital humano y tecnológico demasiado
complejo. Esta sustitución no se produjo de la misma manera m la producción de máquinas e insumos, que continuaron siendo, en buena medida, importados. Esto
no sólo presentaba un peligro potencial para las cuentas externas sino que aseguraba que una crisis "su provisión podía tomarse un problema grave para la industria.
La Segunda Guerra Mundial lo puso en evidencia.

EL IMPACTO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Dada la evolución lograda por la industria argentina hacia fines de la década de 1930, la guerra ofreció una oportunidad para la expansión a través de dos vías: la
producción para el mercado interno profundizando la sustitución -cuyo índice pasó del 60% al 80%- y la exportación a países antes abastecidos por las naciones
beligerantes, principalmente los países latinoamericanos. El impacto fue diferenciado según las ramas, beneficiándose más-como había ocurrido en 1914 las que
utilizaban matonas primas e insumos nacionales. Uno de los fenómenos más significativos durante los años de la guerra fue la expansión de las exportaciones
industriales, que en 1943 casi alcanzaron el 20% de las ventas totales al exterior. Esta participación fue raramente superada en años posteriores y, en algunas ramas,
nunca más alcanzada. En esos años se diversificaron los mercados de 1937-1939 a 1943-1945,el porcentaje de exportaciones a Estados Unidos pasó del 12,5 al
23,2%; a Brasil, del 3,5 al 8%, y al resto de América, del 3,5 al 15,5%, con un total que creció del 20,9 al 47,3%. De manera paralela, el impulso al desarrollo
industrial pasó a ser una política de Estado, iniciando un fenómeno que continuó hasta 1976. En la década de 1940, el entorno de, la guerra ofreció a las fuerzas
Armadas el contexto para intentar la profundización de la actividad en aquellas industrias consideradas como estratégicas y que encontraba antecedentes más tímidos
en la década de 1920. Por varias razones y desde varias perspectivas, la industria cobraba una imponencia creciente y estatal en el cual se considera la posibilidad de
modificar la evolución económica del país. La idea era alentar modificaciones en la estructura productiva (lo que llevaba a cambios en el largo plazo), pero para
sortear situaciones de desempleo cíclico actual o potencial en el más corto plazo. El corazón de este plan en la diversificación de mercados aremos, por lo que
proponía un desarrollo industrial exportador y especializado en las materias primas nacionales, incentivando el intercambio con las naciones vecinas sobre todo, de
Brasil- y con los Estados Unidos, que era el país con el que realmente se querían fortalecer los vinculas económicos. La idea era mantener a la economía libre de
"industrias artificiales" (que era el nombre que recibían aquellas manufacturas que surgían al amparo de la protección pero sin contar con ventajas comparativas)
pero favorecer las aportaciones industriales a través de incentivos cambiarios. El plan no fue aprobado por el Congreso y sólo ello lugar a la creación de una
institución oficial -la Corporación para la Promoción del Intercambio a la que se dio el poder para fijar las normas cambiarias, promover la exportación de artículos
nuevos y liberar importaciones hasta entonces restringidas. Hacia el fin de la guerra, parte de la discusión del sector industrial se dio en torno de si debían privilegiarse
las exportaciones (que estaban desenvolviéndose con éxito) o si la industria debía orientar su producción al mercado interno. La estrategia exportadora no implicaba
un aumento en los costos salariales y era vista con buenos ojos por las grandes empresas. Una fracción de industriales pequeños, por otro lado, comenzó a inclinarse
por el mercado interno, al cual podían abastecer con facilidad. Otros veían las dos alternativas como complementarias. Los debates sobre la industrialización que
debían imperar en la Argentina encontraron su lugar de discusión en el Consejo Nacional de Posguerra, fundado en 1944 bajo la inspiración del New Deal
norteamericano y de la planificación soviética, y presidido por Juan Domingo Perón. Las posiciones fueron variadas, pero el tema que iba cobrando mayor peso
entre los que lo dirigían (y que después gobernarían el país) fue el problema del empleo y la necesidad de disminuir el costo social de cualquier política implementada.
Finalmente, la elección por el mercado interno primó y se plasmó durante la administración peronista que comenzó en 1946 La opción por el mercado interno fue,
sin duda, poco feliz. Durante el gobierno peronista, la industria creció a una tasa del 2,96% anual, cifra que, teniendo en cuenta el aumento de la población, resulta
poco impresionante. Esta elección tuvo mis que ver con los condicionantes externos, con la política anterior argentina y con la de redistribución de ingresos del
peronismo que con la "polémica industrial” Algunos condicionantes estructurales pueden explicar, de manera adicional, el camino elegido. Entre ellos, la naturaleza
del mercado interno (y las razones por las que limitaba la expansión industrial) era uno de los más sobresalientes. El tamaño reducido de este mercado tenía que ver
no sólo con los números sino también con la distribución de la renta que resultaba crucial pues afectaba -a partir de la composición de la demanda- el perfil de la
industria y la elección de tecnología. El aumento en el volumen de la producción durante la guerra se habla desplegado en un abanico de sectores que iba de los más
tradicionales a los más novedosos .Este crecimiento babia ocurrido debido a tres razones: mejoras en los jornales de algunas industrias, aspectos técnicos y mayores
jornadas de trabajo por el mismo plantel de operarios ocupados en la industria. Los salarios reales, sin embargo, hablan permanecido estancados En verdad, este
fenómeno -con el consecuente resultado en los costos- había sido una de las razones del aumento de las ventas al exterior. Por lo tanto, la profundización del proceso
exportador llevaría a un estancamiento de los salarios. La necesidad de aumentar el poder de compra del trabajador argentino, entonces, aparecía como una alternativa
posible. Y el peronismo lo hizo apostando al mercado interno.

CONCLUSIONES

La industria argentina hunde sus raíces en el período previo a La Primera Guerra Mundial. Pero las transformaciones en el escenario internacional que se sucedieron
desde entonces hasta mediados de los años cuarenta implicaron un paulatino cambio de rumbo en su evolución. Frente a las crecientes restricciones a la importación
de productos manufacturados, desde 1914 en adelante se fue avanzando en un proceso de sustitución que implicó cambios estructurales en la industria local. Entre
1914 y 1945 se asistió a una progresiva diversificación de la producción, que se evidencia en el retroceso relativo del sector alimenticio, el avance de algunas ramas
rezagadas -como la textil y la metalúrgica- y el nacimiento de nuevas actividades, como la industria química y, en menor medida, de maquinaria. La Argentina pasó
de un tipo de industrialización inducida por la expansión agropecuaria y basada en ventajas comparativas a otro más complejo, fruto de su adaptación a las nuevas
condiciones internacionales y de la necesidad de suplir con producción local bienes que antes importaba. Este proceso no fue lineal ni estuvo exento de costos. En
primer lugar, el efecto de la Primera Guerra Mundial sobre la actividad industrial fue, en conjunto, negativo. Aunque en términos abstractos la guerra podía significar
una oportunidad para el crecimiento de la industria local gracias a la protección forzosa, sus consecuencias fueron las opuestas, y entre 1914 y 1920 la producción
se estancó. Los problemas enfrentados a lo largo de la guerra alertaron acerca de las fragilidades de la industria local, generaron el temor a una posible repetición
entre los empresarios y sirvieron para motoriz.ar un proceso de mayor integración desde los años veinte en adelante. Entre 1920 y 1945, la industria fue creciendo
por la combinación de la acción del mercado y del Estado. La recuperación de la economía durante los años veinte dio un impulso a la expansión del sector
manufacturero, en un marco de prosperidad y de reanudación de los intercambios con el exterior. El resultado no fue sólo que la industria volvió a crecer, sino que
lo hizo diferenciándose de la del período prebélico con una mayor diversificación y rasgos más modernos, a lo cual contribuyó la instalación de filiales de empresas
multinacionales. Cuando sobrevino la crisis de 1930, la Argentina contaba con una capacidad instalada que permitió enfrentar la restricción a las importaciones y
elevar drásticamente el índice de sustitución. En este sentido, ni la imagen de una industria que nace con el shock no de los treinta se sostiene ni el impacto de las
nuevas condiciones internas y externas puede minimizarse. En lo que se refiere a las primeras, mientras en la década del veinte el tipo de cambio y la elevación de
los aranceles habían operado en forma divergente y en diferentes períodos a favor de la industria local, en los treinta sus efectos protectores se hicieron convergentes.
En cuanto a los factores externos, las restricciones al comercio internacional determinaban que la economía se deslizara hacia la autarquía y, por ende, se favoreciera
la producción local. Las tasas de crecimiento de la industria en la década del treinta fueron similares a las de los años previos a la Primera Guerra Mundial; de manera
paralela, operaban cambios cualitativos significativos. En primer lugar, el crecimiento de la economía en su conjunto pasó a depender del desempeño de la industria
en vez de estar supeditada, como en las décadas previas, a la i:volución del sector agropecuario. En segundo lugar, se profundizaron la diversificación y la complejidad
del sector manufacturero, acelerándose el retroceso relativo de las ramas tradicionales. Por último, el desarrollo industrial se fue haciendo cada vez más dependiente
de la acción del Estado. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, la evolución lograda por la industria argentina permitió sobrellevar los problemas generados por el
conflicto de manera mucho más exitosa que en 1914. Al igual que durante la Primera Guerra, la caída en las importaciones generó una penuria de materias primas e
insumos. Sin embargo, en la medida en que la base industrial se había ido ampliando desde los veinte, el balance terminó siendo, en su conjunto, positivo. Aunque
a una tasa menor que en los treinta, la industria continuó creciendo en vez de estancarse. Al terminar la guerra e iniciarse los esfuerzos por recomponer un sistema
económico internacional tan vigoroso como el que había precedido a la Primera Guerra Mundial, la Argentina ya tenía algunas de las características de un país
industrial. En su participación relativa, el sector agropecuario habla retrocedido tanto en la producción como en la ocupación, mientras que la industria había
aumentado hasta niveles comparables con los de Estados Unidos. Por otro lado, desde la guerra, la industrialización habla pasado a ser discutida como una política
de Estado, en gran medida como resultado de esta evolución. Un balance de la industria argentina hacia 1945 muestra resultados divergentes. La producción
manufacturera babia aumentado significativamente respecto de 1914, y el país se autoabastecía de una amplia gama de bienes que antes importaba. Sin embargo,
este panorama ofrecía una serie de debilidades. Por un lado, los costos de la sustitución fueron elevados en cuanto a la productividad de los factores. La del capital
se vio afectada por las restricciones a la importación de maquinaria y la incapacidad de generar la tecnología que pudiera ofrecer alternativas. La del trabajo se vio
perjudicada por el carácter excesivamente "mano de obra intensiva" de la industria. Un problema adicional fue el elevado costo de obtener aquellas materias primas
que debían importarse o que se producían en el país de manera ineficiente Como resultado, la industria era poco competitiva y junto a un número reducido de
empresas modernas florecían pequeñas empresas tecno1ógicamente rezagadas y talleres de reparaciones. La capacidad para sostener un crecimiento industrial en el
futuro dependía de las posibilidades de contar con un mercado que absorbiera la producción del sector. Desde principios del siglo XX, la industria habla intentado
expandir su demanda a través del mercado externo aunque los resultados -con la excepción de los frigoríficos,- fueron desalentadores. Durante la Segunda Guerra,
el sueño de las exportaciones industriales pareció tener alguna posible concreción. Al terminar la guerra, la economía argentina debla hacer frente al nuevo escenario
económico internacional. La industria local se enfrentaba a varios dilemas, uno de los cuales era cuál iba a ser el mercado para su producción. Por entonces, una
cuestión no resucita era el peso que el mercado interno y el mercado externo iban a tener en esa demanda. Continuar con el nivel de exportaciones alcanzado hubiera
requerido reducir el salario real y el consumo interno. El gobierno peronista no estaba dispuesto a hacerlo. La opción fue el mercado interno, una alternativa que
pareció rendir frutos en los primeros años. En 1948, sin embargo, mostró sus limitaciones. Dadas las circunstancias excepcionales de la guerra, es difícil evaluar la
factibilidad de haber mantenido esta tendencia en el largo plazo y en tiempos de paz. Lo que sí resulta posible es señalar que las políticas emprendidas en la posguerra
privilegiaron la opción mercadointerminista. Lo ocurrido en la posguerra no es el objetivo de este capítulo, aunque el perfil que habla adquirido la industria en el
periodo de entreguerras puede ofrecer una clave para entenderlo.

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