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“Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga.

Víctor Hugo

Apretó sus puños con fuerza, sus uñas se enterraban en su palma mientras miraba con fuego en
sus ojos la persona que más odiaba, que más odiaría en su vida.

Y estaba conociendo el odio como sentimiento, el sentimiento pleno, colapsando cada uno de sus
sentidos, tiñendo rojo el entorno, desgarrando sus entrañas, como una bestia que se gestaba en
su vientre, sedienta de sufrimiento y sometimiento. Golpeo de puño unilateralmente, a sabiendas
que no habría respuesta, sintiendo la sangre aflorar manchando sus nudillos, su cara y su ropa.
Golpeo como un martillo, deformando cada rasgo, pero cuido de no dañar los ojos, quería mirarlo
a los ojos y ver su terror y su ira. El dolor de sus golpes se mezcló en su mente con el placer de
propinarlos, enloquecido en un baño de sangre, hasta que el rostro fue una masa viscosa, pero de
ojos intactos.

Tomo la mellada daga, introduciéndola lentamente en la carne, lenta y dolorosamente, buscando


la mayor sensación de sufrimiento, y vio el sufrimiento en sus ojos, rasgando el telón de la locura
en alaridos bestiales y dantescos. Incrustó el metal en incontables veces, en piernas y brazos,
buscando rayar en el esqueleto, señales de esa ira infernal que lo poseía. A ratos su mente
oscurecía para volver al lugar de la tortura a seguir su macabra tarea, a ratos su espíritu se
apagaba cansado de ese calvario.

Pero continuó, cercenando lentamente las piernas, con metales dentados y cadenas roídas por
oxido y sangre. Corto hasta las rodillas, lo miro de frente, y vio que en sus ojos aun resistía el
fulgor incansable de la maldad, como un fuego que no quiere extinguirse. Tomo con ambas manos
la daga, con una estocada contenida penetró el torso desnudo, queriendo que el sintiera cada
milímetro del infame metal, cortar músculo y órganos. Se detuvo para cauterizar y prolongar la
agonía, quemando heridas, envolviendo el aire con ese olor a putrefacta carne quemada, mientras
los alaridos se perdían en su mente insana. Utilizó sustancias prohibidas para aumentar la
resistencia, nunca quiso que aquel acto fuera rápido, eso sería demasiada misericordia para ese
maldito, demasiada bendición para ese engendro.

Pausó para reír con locura, desde el interior de su ser, como un gruñido oscuro, que lo estremecía
como un trueno, mientras su víctima escupía sangre de su boca ahora, destruida. Pero aun así vio
que su víctima parecía burlarse de aquel siniestro rito de muerte. El destello en sus ojos no se iba,
no se rendía, no dejaba de provocar ese odio. No dejaba de recordarle atrocidades cometidas,
acusando su consentimiento, actuando bajo sus órdenes. Parecía ver en ese destello el alma
despedazada de sus víctimas, arrastrándose en un eterno calvario albergado para siempre en los
recintos de la conciencia.

Volvió a enterrar la daga en el pecho y bajo lentamente, cortando ahora sí, cada parte que
estuviera en su paso, huesos, órganos y músculos, y continuo bajando hasta el abdomen, mientras
se sentía decaer ya en el mórbido espectáculo, frente a él, el cuerpo lacerante dispersaba sus
viseras en pequeñas convulsiones, emanando vapores inmundos de una humanidad corroída, y
profanada, convirtiendo un ser en solo en una pila horrorosa de carne. Los fluidos corporales
barrieron el piso mezclándose, hasta ser indescriptibles.

El victimario miro a su víctima, y pudo reconocer entre la agonía de sus ojos, una mezcla de
satisfacción, la que lo hizo soltar un desgarrador grito de impotencia, ambos gritaron y se
removieron en odio, ambos maldijeron y escupieron en la víspera de la muerte, en la víspera de
ese frio irrevocable, con su último aliento el victimario arrojo fuertemente la daga contra el objeto
de su ira, reventando la imagen en trozos de realidad. Al fin desaparecía el máximo objeto de su
odio, el mayor culpable de sus sufrimientos, ahora convertido en rastros de lo que fue un espejo,
al fin podía descansar en paz, al no ver más aquel demoniaco destello en sus ojos.

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