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Liebe Isabel Montes
(Amor)
Por
Isabel Montes
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Sinopsis
Dos mujeres, dos bandos y todo el amor del mundo para combatir el
odio y la ira que genera una guerra. El destino querrá unir a Gabrielle y
Gretten, dos mujeres de vidas e ideas antagonistas, para ponerlas a prueba y
demostrarnos que el amor solo entiende de amar. Una historia de amor en un
ambiente hostil. ¿Podrías enamorarte de tu enemigo? Gabrielle es capturada
por el bando alemán y hecha prisionera en un remoto castillo de una Alemania
nazi que empieza a desmoronarse.
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Liebe
V
El frío cada vez era más y más intenso, se calaba en los huesos en un
sufrimiento infinito, el viento aullaba como una manada de lobos enloquecidos.
Estaba entumecida, no sentía mis amoratados dedos, mis castigados pies,
dolor puro. El latido de mi hinchada frente parecía empeñarse en hacerme
estallar la cabeza, la venda que me cubría los ojos, no hacía, sino acentuarlo
por mil. La cuerda de mis muñecas hacía que mis manos parecieran dos
globos, pero lo peor de todo era el terror a no saber qué sería de mí a partir de
ese momento. Me temía lo peor, estaba en manos de gente salvaje e
inhumana, sumergidos en sus sueños de locura y grandeza sin sentido,
capaces de atrocidades inverosímiles. Sin duda, mis días estaban contados.
Cuando todo empezó, sabía el riesgo que conllevaba y ahora, pese a las
terribles circunstancias en las que me hallaba, una pequeña luz de satisfacción
invadió mi espíritu, convencida de que al menos luché, como muchos otros, por
lo que creía, la libertad.
El camión seguía su siniestro viaje. Pude deducir que viajábamos
dirección norte, a las montañas. Cuando nos capturaron, nuestras posiciones
estaban cerca de la frontera. Sabíamos que los alemanes se habían hecho
fuertes en el otro lado y habían establecido algunos pequeños campamentos.
Cuando nos capturaron, me separaron de mis compañeros, en ese momento,
tuve una terrible sensación de soledad, me veía arrastrada al más espantoso
horror, habitado por seres sin piedad.
Las innumerables curvas castigaban a mi pobre y vacío estómago, el
cual, se retorcía desesperado provocándome unas terribles náuseas. En más
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Noté el frío del exterior, mi cuerpo reaccionó poniéndose a temblar sin control,
no se molestaron en darme más ropa. Me introdujeron en un camión y nos
pusimos en marcha. Las dudas me atormentaban. ¿Acabaría en cualquier
cuneta? Confiaba en que mi padre fuera fiel a sus principios y no se dejara
chantajear por gente tan vil, estaría luchando contra sus propios sentimientos y
el deber de cumplir con sus obligaciones. Sabía que yo pensaba así, y que
hiciera lo que hiciera, me sentiría tan orgullosa de él, como siempre lo he
estado, eso hizo que me tranquilizara algo.
Los días pasados en la húmeda celda, me pasaron factura y un dolor en
el pecho que me hacía toser como si me arrancaran el alma, no me dejó ni un
momento. Cuando llegamos a nuestro destino, volvieron a meterme en otra
celda. Me quitaron la venda y salieron. Cuando adapté mi vista al interior, para
mi sorpresa, no estaba en una oscura y fría estancia, ésta era más amplia, bien
iluminada por una ventana con gruesos barrotes y todavía me sorprendí más,
cuando descubrí al lado del muro un camastro que tenía hasta una manta
doblada encima. Un orinal asomaba por debajo. Estaba relativamente limpio,
yo era lo único apestoso.
Al poco vinieron por mí. No me vendaron los ojos. Así pude ver que esta
vez, eran dos mujeres, vestían sus uniformes que les daba un aspecto feroz.
Eran rubias, por supuesto, y sus facciones eran duras y sin vida.
Me sacaron a empujones, sus fuertes manos me sujetaban por los
brazos mientras me conducían por unos pasillos a medio iluminar. Llamaron a
una puerta, esperaron a que se les diera permiso y entramos.
Nos quedamos de pie frente a una mujer de aspecto fiero y duro. Su
pelo rubio peinado hacia atrás, sus ojos azules de mirada fría como el acero,
su gesto serio y seco, hizo que me temiese lo peor. Estaba sentada frente a
una mesa de madera, encima tenía una carpeta, supuse que serían los
informes que le habían pasado sobre mí, se me hizo un nudo en el estómago.
Les dijo algo, se levantó, era bastante alta y fuerte como buena alemana, me
miró durante unos segundos y salió de la habitación.
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intenciones. Cuando nos detuvieron era mi primer día y únicamente les dije lo
que sabía, que nuestra misión era volar un puente. Carecía de más
información.
Yo sólo transportaba parte del material y sólo había dispuesto de unos
días para entrenarme a la carrera.
— ¿Querías emular o llegar a ser una Lucie Aubrac? ¿Qué lees los
domingos por la mañana?
¿”Liberación”, quizás?
La siniestra carcajada me convulsionó por completa.
—Reza para que a sus oídos llegue tu situación. Estaremos encantados
de recibirla. Sus palabras provocaron que mis nervios se tensaran como
cuerdas de guitarra.
—No tengo la más mínima idea de lo que me habla. No puedo decirle
más.
Por supuesto, no lo creyó. Los golpes no se hicieron esperar y me
dejaron sin sentido.
El impacto del agua fría sobre mi rostro, me hizo despertar. Notaba un
dolor intenso en mi hinchada mejilla. El último puñetazo fue demoledor.
Ordenaron salir al soldado que tan obedientemente había cumplido
órdenes. Me dieron unos minutos para que me recobrara. Hablaban entre ellos,
no pude distinguir ni una sola palabra, aunque hubiera sabido alemán, en el
estado en que me hallaba en ese momento me hubiera sido totalmente
imposible coordinar mi cerebro.
Esa noche no sé si en realidad me quedé dormida o simplemente me
desmayé. El interrogatorio duró unas horas interminables. Imploraba para que
una de las patadas me matara de una vez y terminar con aquello.
Tuve que soportar otros dos más, pero afortunadamente o simplemente,
viendo el estado en que me dejaron cesaron en su empeño. Esperaba que en
cualquier momento, empezaran otra vez. Pero no fue así. Debieron obtener
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Me sujetó por los hombros con tal fuerza, que parecía fueran a
dislocarse. Me tiró encima de la cama, mirándome con una mirada terrible y
estremecedora, sabía que de ésta, no me libraba.
Me miró unos segundos más, tirándome la ropa con desprecio. Esa
noche no me llevó la cena, ni el día siguiente, alimento alguno.
Por fin al tercer día, sí lo hizo, cuando terminé de comer, fue a
buscarme. No se molestó siquiera en mirarme, recorrimos el pasillo con pasos
rápidos. Mientras íbamos no sabía dónde, el temor a que durante esos días sin
saber de ella los hubiera empleado en decidir a conciencia mi castigo, me
hacía sentir un vértigo espantoso.
Se detuvo en la puerta que daba al patio, la abrió y me empujó para que
saliera fuera. Me quedé sin saber muy bien qué hacer, estaba confundida. El
empujón me hizo entenderlo al momento, empecé a correr despacio, ésta vez,
ella no me acompañó.
A la media hora volvió, la seguí hasta el gimnasio y me volvió a dejar
sola.
Decidí volcarme en los aparatos y machacarme, el cansancio me
ayudaría a dormir sin pensar en nada. Esta vez tuvo mucho cuidado de no
dejarme sola en el baño, se sentó en el banco de la ventana mirando a través
de ella mientras me bañaba.
Tenía razón, el cansancio del duro ejercicio hizo que me durmiera
profundamente.
Los días siguientes no cambió su rutina. La efímera proximidad que
pudo haber entre nosotras se esfumó como el humo. Otra vez, volví a acarrear
los pesados leños después de haberlos serrado y a ocuparme de la limpieza de
las estancias del piso dónde nos encontrábamos y algunos extras. Como por
ejemplo, fregar de rodillas, el interminable pasillo helado.
Después de dar el visto bueno, me encerraba hasta el día siguiente. Oí
un ruido desde mi celda, extrañada, miré por la ventana. La vi corriendo de
nuevo por el patio que daba a los muros de su lado. Me senté en el camastro.
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Por muy patético que me pudiera parecer, la verdad era, que me hubiera
gustado hacerlo con ella, echaba de menos los días del gimnasio. O tal vez, la
razón era, por ser la única persona ¿”humana”? con la que podía mantener
contacto. Sí, ésa era la única razón. Añoraba hacer cosas normales como la
gente normal, aunque era perfectamente consciente, de que tendría que pasar
mucho tiempo para llegar otra vez a eso.
Durante varias semanas, poco a poco, la intensidad de las tareas
impuestas empezó a disminuir. Debió decidir, que ya había pagado mi castigo.
Ese día lo recordaré siempre, fue el principio de todo. Nos
encontrábamos en unas circunstancias atípicas que pocas veces suceden, y
cuyas consecuencias, desencadenaron unos acontecimientos inesperados y
sorprendentes.
Como era costumbre entró en mi celda, pero esta vez, sin bandeja.
Supuse que ese día no comería.
Me indicó que la siguiera, resignada, lo hice. Otra vez el mismo pasillo,
las mismas baldosas, el mismo camino, todo lo mismo. ¿Qué me esperaría
esta vez? No lo imaginaba siquiera. Si me lo llegan a decir, me hubiera reído
en su cara.
Subimos un piso, nunca había estado en esa parte. Anduvimos por otro
pasillo y llegamos, abrió una puerta.
Era una sala enorme, más bien, una especie de pequeño apartamento.
En el lado derecho una cama con dosel, se veía que era antigua, me pareció
preciosa con su mesilla y un armario de madera oscura. Y hasta una pequeña
estufa. Una puerta abierta dejaba entrever un cuarto de baño.
El lado izquierdo hacía las veces de un pequeño salón comedor. Un
pequeño sofá y a su lado un butacón. Junto a la ventana una mesa y dos sillas.
Al lado de la puerta de la entrada una pequeña estantería con varios libros.
Una chimenea lo presidía. Dos ventanales enormes remataban la
estancia. El fuego estaba encendido y me fijé en la mesa. Mi comida me
esperaba. La miré perpleja. Ella no dijo nada, cerró la puerta y se marchó.
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No quería, por supuesto que no, pero jamás había sentido nada
parecido, el placer era tan intenso que me resquebrajaba, sus caricias seguían
cumpliendo eficazmente su misión, embrujándome. Yo, estaba a punto de
estallar.
No creía estar con la misma persona. Su mano dejó el camino libre a su
boca, yo me apoyaba en la pared y me sujetaba a su pelo, mientras me
deshacía en placer, sintiéndola jugar a su antojo.
Me negué a tener un orgasmo, me lo prohibí, pero sabía que era inútil,
imposible, inevitable. No quería darle la satisfacción, de ningún modo, pero me
sentía atrapada sin remedio.
El placer era inimaginable, me rompía por dentro, a cada beso, a cada
caricia, y ahora, con todo mi ser entregado a ella, no pude evitar gritar cuando
el orgasmo casi me dejó sin sentido.
Sin fuerzas, sin apenas poder respirar, tiré de ella e hice que se
levantara y dejándome llevar por la vorágine del momento, fuera de sí, la besé
sin control con ansia, ella respondió, y volví a sentir la caricia de sus dedos,
que involuntariamente, provocaron un movimiento rítmico de mis caderas
pidiendo más. Ahora fui yo, la que buscó desesperada el contacto de su boca.
Esta vez me tuve que aferrar a su cuello para no caer redonda. Las
piernas no me sostenían, temblaba como una hoja, intentaba recuperar el ritmo
de la respiración para evitar que el corazón se me saliera del pecho. Notaba su
abrazo cálido y me regodeé en él unos minutos con los ojos cerrados.
Saboreando el placer que inundaba mí ser.
Cuando pude recobrar la calma, la empujé para separarla, y con todas
mis fuerzas, le di una tremenda bofetada que por poco la tira. Ella no dijo nada,
aguantó el golpe, su mejilla empezaba a ponerse roja, bajó la vista y me dejó
sola.
¿Pero qué había hecho? ¿Me había entregado a… a una…? La rabia
que sentía era insoportable.
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¿Pero cómo había dejado que pasara? Fui a la cama tirando la colcha y
las mantas al suelo y dando puñetazos al colchón, intentando apagar la
confusión que me mataba. Esa noche tardé en dormirme.
Cuando me desperté, el desayuno estaba preparado encima de la mesa
y hasta había encendido la chimenea. No la oí en ningún momento. Me
levanté. Las imágenes de ésa noche volvían una y otra vez, me negué a
pensar en ello, todavía conseguían enfurecerme.
Me extrañó no haber tenido mi justo castigo a mi osada y dolorosa
respuesta, pero no lo tuve. Estuvo dos días sin aparecer, las puertas
permanecían abiertas y yo hice mi rutina diaria. No me faltó la comida, pero la
dejaba procurando que no la viera. Parecía haberse esfumado. Las imágenes
de su última “visita” no me dejaban. Si pretendía desconcertarme lo había
conseguido, haciendo que me encendiera de rabia.
Campaba a mis anchas dentro de los límites establecidos. Pasó una
semana y empecé a tener una sensación extraña. Me veía ahí sola, casi
hubiera preferido mi antigua situación de puertas cerradas. Las paredes
parecían querer engullirme con su silencio. Una nueva forma de castigo, tenía
que reconocer que no estaba nada mal. Esa gente, sabía muy bien cómo hacer
daño, desde luego que sí.
Me di un baño rápido y me vestí, al salir del cuarto, me encontré con la
puerta abierta, me acerqué con cuidado, me asomé y no la vi. Me fijé, había
dejado una vela frente a la puerta, levanté la vista, y vi otras más, separadas
por unos metros y que parecían conducir a algún sitio. ¿A qué venía eso?
Estuve a punto de cerrar la puerta y aislarme, pero la curiosidad me pudo y
empecé a recorrer el camino que se me indicaba. Y así, llegué al patio, salí al
exterior y tampoco estaba allí. Pero antes, sí. Había quitado toda la nieve
acumulada. Supuse que quería que hiciera ejercicio, así que empecé a correr.
Me vino bien, me ayudó a relajarme y a no pensar en esa noche.
Aunque una parte de mí, no tuvo más remedio que reconocer que se
había sentido deseada, y no forzada. Era una sensación extraña, que parecía
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luchar contra mi otra mitad, la que se negaba a creer en cuentos. ¿Acaso iba a
perder el sentido común?
Cuando terminé, al entrar, pasé por el gimnasio aprovechando que ya
había calentado motores, ella seguía sin aparecer. Mejor, mucho mejor.
Aunque la sensación seguía. Hice doble sesión de todo, quería cansarme para
que mi cabeza dejara de dar vueltas, las imágenes iban y venían una y otra
vez. ¿Te has vuelto loca?
No pude evitarlo y me dirigí hacia mi celda. La puerta estaba cerrada
con llave. Increíble, pero cierto.
Volví sobre mis pasos y me encaminé a la cocina, seguro que allí la
encontraría, pero también estaba cerrada a cal y canto, resignada volví a mi
habitación o mejor dicho “apartamento” sonreí para mis adentros.
Era más de mediodía cuando entré, había puesto la mesa y me había
dejado la comida. Miré por la ventana, me resultaba extraño no haberla visto.
Me impresionó ver los campos nevados por completo, todo el paisaje era de un
blanco inmaculado, no había dejado de nevar en toda la noche. El camino
había desparecido.
Volví a pensar en ella ¿Estaría avergonzada? ¿Y eso, qué más daba?
Yo sí, estaba enfadada y mucho.
Pero tenía que admitir, que esta vez, no había tenido nada que ver con
las anteriores por mucho que me costara aceptarlo. Pero lo había vuelto a
hacer sin mi consentimiento, otra vez. Solo había un nombre para eso.
Al terminar de comer, pensé que vendría a retirar la bandeja, pero no fue
así. Dudé sobre qué hacer, fui a la puerta, seguro que estaría esperando en el
pasillo, miré a un lado y a otro, nada.
Creyendo adivinar sus intenciones, cogí la bandeja dejándola en el suelo
del pasillo y cerré la puerta.
Estaba molesta. No me gustaba nada sentir esa soledad, tenía la
sensación de vivir con un espíritu.
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Casi era de noche cuando cerré el libro. Me levanté y salí. Nunca volvió
a encerrarme, podía entrar y salir con total libertad. Otra vez el pasillo lleno de
velas. “Si quieres jugar, jugaremos” dije hablando sola.
El curioso camino me llevó a una sala pequeña. Varios baúles y cajas
esparcidos por ella. Los abrí con curiosidad y comprobé con sorpresa que
contenían cuentos y discos. Siempre me han gustado los cuentos y libros
antiguos, incluso poseo una pequeña colección. No supe el tiempo que estuve
entretenida mirándolos. Noté algo de frío y decidí regresar.
A medida que me acercaba, creí estar confundida. Era música. No podía
ser. La puerta estaba entreabierta, por un momento, albergué la esperanza de
que estuviera dentro, abrí con cuidado.
Desilusionada comprobé que no estaba. Unas velas iluminaban la
estancia. Me pareció precioso, la calidez de su luz envolvía la habitación en
una escena acogedora. ¿Aparecería en cualquier momento? Solo había puesto
un servicio.
Me serví un poco de vino y me senté. La cena estaba deliciosa. La sopa
me reconfortó y el pescado estaba en su punto. Y la compañía de la música
hizo que disfrutara al máximo del momento. Cuando terminé, me serví otra
copa de vino y me senté frente a la chimenea. Puse la música de nuevo. Me
encantaba la música, hacía que las cosas parecieran diferentes.
¿Por qué se tomaba tantas molestias? ¿Quería hacerse perdonar de
alguna manera? ¿Es qué no nos veríamos más? Pensar en ésa posibilidad no
me gustó.
No entendía que pasaba conmigo, por mucho que quisiera odiarla o
intentar convencerme a mí misma, la verdad era que no había dejado de
pensar en esa noche. Había hecho que fuera algo especial, como si quisiera
decirme que no era un monstruo y que era capaz de amar, o al menos, hacerlo
sin violencia. Me dejé llevar por las imágenes que venían a mi mente y notaba
el deseo apoderarse de mí. ¿Vendría esa noche? “No eres más que una
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estúpida o has acabado por volverte loca” me recriminé. Fui al cuarto de baño y
me preparé uno de relajante espuma. Me hacía buena falta.
Me desnudé y me metí en la bañera. El broche perfecto para una noche
relajada. Aunque hubiera sido mejor si hubiera aparecido, aunque solo hubiera
sido un momento, por curioso que pudiera parecerme, la extrañaba.
Eché la culpa al vino al sorprenderme pensando en ella. Era guapa,
desde luego, y esos ojos que tenía te podían atrapar sin darte cuenta. Sus
labios, sus manos, me habían mostrado su lado más tierno, erizándome la piel.
Pensé en el placer que me hizo sentir y sin poder evitarlo empecé a
acariciarme pensando en ella. Deseé que hubiera sido su deseo el que me
hubiera hecho llegar al final, abrí los ojos. ¿Pero a dónde iba a llegar? Salí del
agua y me sequé, estaba rabiosa. ¿Qué diablos pasa contigo? ¿Estás
perdiendo la cabeza? Cuando terminé de secarme el pelo. Me acosté sin
permitirme más. Ya había sido más que suficiente.
Al día siguiente me dejó el desayuno frente a la puerta. Di por hecho,
que no quiso correr el riesgo de despertarme. Cuando terminé hice mi rutina
diaria que incluía la limpieza de mi habitación.
Por la tarde, fui a salir y de nuevo, tenía otro camino hecho de velas. En
esta ocasión me llevó a un sitio distinto. Era la cocina, me pregunté el motivo.
Encima de la mesa, un pequeño pastel era de fresa y chocolate, a su lado
había dejado otro cuento: “Alicia en el País de las Maravillas”. Abierto por la
página en la que celebra su “no cumpleaños” me hizo sonreír. Una copa de
champán, completaban el escenario. Probé un pedacito.
— ¿Lo has hecho tú? —Pregunté al aire—. Está delicioso. Cogí mi copa
y levantándola, dije: »Por ti.
Volví a mi habitación dispuesta a acabar con esta historia absurda. ¿Por
qué no aparecía?
La nieve no dejó de caer, era evidente que estábamos aisladas en ese
remoto lugar dónde quisiera que nos encontráramos. A eso se debía, que los
“zombies” no hubieran vuelto. Me sentía cada vez más enfadada con ella.
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¿Qué pretendía? ¿Es que no iba a aparecer nunca más? Pues si creía que le
iba a seguir el juego, estaba completamente equivocada.
Dejé de comer, le devolvía las bandejas sin tocar, no salía de mi
habitación, me rebelé por completo.
Me levanté de madrugada, me senté en el butacón, dispuesta a esperar
lo que hiciera falta. Encendí una lámpara y me puse a leer. Esa mañana
tampoco vino. Ya no aguantaba más, salí dispuesta a machacarme corriendo.
Una tarde calculó mal. Entré en mi habitación, ella salía del baño con
unas toallas. Se quedó parada por un momento, yo la miré fijamente. Desvió la
mirada y fue a salir. Me interpuse en su camino, apoyándome en la puerta. No
tuvo más remedio que mirarme. Pude comprobar la tristeza que transmitían sus
azules ojos. Estuve a punto de pedirle que habláramos sinceramente de una
vez por todas. Pero en vez de eso, me aparté, abrí la puerta y dejé que se
marchara.
Yo seguí en mis trece, no tocaba un plato. Surtió efecto y por la noche
entró, me dejó la bandeja y esperó a que empezara a comer para marcharse.
Por su parte, ella parecía haber imitado mi actitud, había adelgazado
bastante.
Al día siguiente hice como si nada, continuando mis ejercicios cuando se
puso a mi lado imitándome. Eso sí, sin mirarla en ningún momento. Ella notó mi
cambio y me miraba a su vez, disimuladamente. Yo no cedí, y así, al día
siguiente y al otro. ¿Qué se pensaba?
Todas las mañanas era ella quién limpiaba el patio. Y cortaba la leña.
Parecía haberse dado por vencida, dejó de correr conmigo, supuse, que para
evitarse mi indiferencia.
Pero, ya no pude resistir por más tiempo su dócil actitud.
Esa mañana entró en el patio para tapar bien los leños apilados,
empezaba a nevar otra vez. Yo la seguí, quería evitar que se marchara. No
pudo evitar decirle.
—Danke…
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que de todo ello, había surgido un alma atormentada que no buscaba, sino,
redimirse haciéndome todo más fácil y llevadero.
Nos pasábamos tardes enteras, entretenidas en largas partidas de
ajedrez. Me resultaba muy difícil meterme en el juego. Frente a la chimenea
con una copa de vino y música. Acompañadas tan sólo por el silencio, nuestro
silencio.
— ¿Te apetece seguir?
Me dijo al ir a mover una ficha que no tenía nada que ver.
—Sí, claro —contesté por decir algo. Toda mi concentración estaba en
otra parte.
Movió ella.
— ¡Eh! Me tocaba a mí.
—Era para ver si estabas atenta, hoy pareces distraída.
Ella hacía trampas apostaba y cuando se lo echaba en cara, fingía no
saber de qué le hablaba. No dejaba de provocarme y jugar conmigo. Era como
si necesitara llamar mi atención constantemente. Confieso que me gustaba que
lo hiciera. Debo reconocer que todo era mucho más ameno en su compañía.
Solo estábamos ella y yo, perdidas en no sabía dónde. Nos fuimos haciendo la
una a la otra. Aún así, en ningún momento olvidaba dónde me encontraba y
mis ansias de libertad eran las mismas que en un principio.
Esa mañana llamó a la puerta de mi habitación.
—Hoy vamos a hacer novillos —me dijo.
Me llevó por una parte del castillo que no había visto nunca. Llevaba una
linterna. Me sentía un poco intimidada, todo era silencio y sombras.
Enormes salas, alcobas, pasillos y dependencias frías y vacías. Patios
interiores que no había visto nunca. Uno incluso, con un pequeño pozo.
—No tenía ni idea de que pudiera ser tan grande —le dije mientras
volvíamos.
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Los platos casi no los llegaba a tocar, me era imposible tragar nada.
Cada día era peor, hasta el punto de obligarme a odiarla, recordando
todo lo que me había hecho; pero así, tampoco conseguía nada.
Una tarde a última hora oí varias voces en el pasillo, al poco se hizo el
silencio. Pasaría cerca de una hora cuando abrieron la puerta. Yo estaba de
espaldas a ella, mirando por la ventana. Esperando que quién fuera se
marchara. Extrañada, me giré al no oír la puerta cerrarse. El corazón quiso
salirse de mi pecho. Era ella, había vuelto. Mi primer impulso fue abrazarla,
pero juzgué más prudente no hacerlo. La miré con emoción en los ojos. Ella
tímidamente me sonrió, me observó por un instante y salimos sin más. No me
dirigió la palabra en todo el camino y cuando llegamos a mi habitación, se
marchó. Me quedé desconcertada. Y desconcertada, me senté en el borde del
butacón intentando poner en orden mis pensamientos.
A partir de ese momento noté que mantenía las distancias conmigo, ya
no era la de antes, no es que volviera a la brusquedad de los inicios, pero se
empeñaba en no acercarse a mí más de lo necesario e inevitable.
Más de una vez quise probar mis teorías y fui yo quien se mostró mucho
más cercana, para inmediatamente, sentir su sutil y silencioso rechazo. Me
tenía descolocada y empecé a inquietarme de nuevo. ¿A qué podía deberse
ese cambio? Mis peores temores se confirmaron cuando ya ni siquiera salía en
ningún momento de mi habitación.
Me dejaba la comida en la puerta y se marchaba. Se acabaron las
clases y las largas partidas de ajedrez que tanto nos gustaban. Miles de veces
le pregunté la razón.
“No vuelvas a mencionarlo siquiera” fue su cortante contestación.
Y así transcurrieron varios días. En una ocasión dejó la bandeja, yo me
levanté a toda prisa y me acerqué. Ella se dio la vuelta para salir.
—No me hagas esto —supliqué desesperada.
Se detuvo.
— ¿Por qué?
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— ¿El qué?
—Tu nombre.
—Me llamo Gretten.
—Me gusta, es precioso.
Al poco, el efecto del tónico no se hizo esperar, haciendo que se
durmiera enseguida.
Medio tumbada en la butaca, no podía dejar de mirarla. La lamparilla
iluminaba con su débil llama, su bonito rostro. Su pelo revuelto, sus largas
pestañas, le daban un aspecto aniñado encantador.
Sus labios bien definidos, carnosos y tentadores. Y que un día me
mostraron su lado más salvaje y doloroso. Recordé el episodio de la
habitación. Un pinchazo de deseo me sorprendió. Me levanté de inmediato y le
tomé la temperatura. No tenía fiebre, dormía plácidamente.
Me quedé observándola unos minutos más. Lo tenía todo preparado y
bien estudiado. Se había encargado de hacer los planos para facilitarme la
salida de la fortaleza. Uno de ellos indicaba como burlar los puestos alemanes
y conseguir llegar a la zona aliada. Había dispuesto todo lo necesario, víveres,
linternas, dinero y una brújula. Por eso insistió en que estudiara su lengua, me
sería muy útil fuera de esas paredes. Y por la misma razón quiso que
mantuviera una buena forma física. No le importaron las consecuencias, aun a
sabiendas que la única, sería un pelotón de fusilamiento.
Había estado a punto de matarla. No hubiera podido con eso. Solo de
pensarlo se me encogía el alma.
Recordé cuando hizo el camino con velas y todos los demás detalles.
Sin poder evitarlo, acerqué mis labios a los suyos y los besé con sumo cuidado,
una descarga de electricidad, recorrió mi espalda, al sentir su delicada seda.
Me incorporé y me serví un poco de vino. Necesitaba un trago o dos.
Cuando se pudo levantar, empezó a hacer ejercicios de rehabilitación
para recuperar los músculos dañados. La recuperación fue rápida hasta el
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punto de poder salir al patio. El invierno resultó ser bastante duro, estábamos
aisladas por la nieve otra vez.
—No te preocupes tenemos suficientes provisiones, quiso
tranquilizarme. Y si no, siempre puedo ir a cazar algo —bromeó.
Solíamos sentarnos en un banco al sol, las contadas veces que salía.
—Quiero hablarte de algo —le dije.
No podía guardarlo dentro de mí, por más tiempo.
Ella me miró sin comprender, pero esperando a que hablara.
—No sabía que eras tú. Nunca tuve intención de… No sabía que eras tú.
No me dejó seguir.
—No hacen falta explicaciones.
—Pero tienes que saberlo.
—No es necesario, lo sé.
Nos miramos. Otra vez esos ojos atormentados.
—Creo que iré a descansar un rato.
—Sí, claro.
Aguardé un tiempo prudente y entré en la habitación.
— ¿Puedo pasar?
—Claro.
— ¿Cómo estás?
—Perfectamente y todo te lo debo a ti.
—Agradéceselo a tu naturaleza.
Cogió mi mano y me miró.
—Gracias.
Acarició mis dedos, yo estaba al límite. El azul de sus ojos parecía
llamarme atrayéndome irresistiblemente, otra vez, como siempre.
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encima de la mesa—. No te voy a negar que te odié con todas mis fuerzas, me
parecías una salvaje. Después, me mostraste tu verdadera personalidad
gradualmente, ¿quién hace eso? Si se es un monstruo, no lo creo. Pero tú...
pienso que te apoyaste en mí, para de algún modo, separarte de esos
miserables y volver al “mundo civilizado”.
—Tienes toda la razón, tú has sido el clavo al que me he agarrado. Has
sido mi salvación.
—Por eso te pido que lo olvidemos en la medida de lo posible, o al
menos, lo tratemos.
—No acabo de entender, como puedes querer estar con alguien que te
ha…
—Ahora me has dado esto —dije tocando su pecho y es lo único que
importa.
—No es suficiente.
—Para mí, sí. ¿Quién tiene la suerte de encontrar a su verdadero amor?
Dime quién se puede considerar tan afortunada como yo.
— ¿De verdad te crees afortunada? Lo que te he hecho, no tiene
perdón.
Cogí sus manos entre las mías.
—Gretten, escúchame. ¿Quién te dice que yo no hubiera hecho lo
mismo? Te viste acorralada.
—Sí —dijo bajando la mirada—. La vida de mis padres, dependía de mi
comportamiento. Creo que me utilizaron para conseguir todo lo que querían.
—Me das la razón. Estos son tiempos de locura, de gente sin cerebro,
que a base de sangre y matanzas, cree lograr sus endemoniados sueños, no
importa el precio, incluso utilizando a su propia gente.
—No podré olvidarlo jamás —contestó compungida.
—Entre las dos lo conseguiremos. Lo combatiremos con nuestra mejor
arma.
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— ¿Cuál?
—Nuestros sentimientos.
Me miró refugiándose en mis brazos. La besé en la frente y la abracé a
mi vez.
—Por favor, te pido que sigas a mi lado. Eso es lo único que podrá
borrar todo —me dijo.
Se me encogió el corazón.
Parecían haberse olvidado de nosotras. Los días siguientes no apareció
nadie, así como los otros.
Aunque no hubieran podido llegar, había dejado de nevar, pero todavía
había mucha nieve. Y el camino era una pista helada.
Nosotras inmersas en nuestra rutina, vivíamos nuestra particular “vida”,
aisladas de todo lo que no fuéramos nosotras. Sumergidas en una intimidad
detenida en el tiempo. Gretten seguía sin acercarse más de lo necesario. Yo, lo
respetaba paciente, pero su rechazo me dolía, sabía que se esforzaba por
volver a la normalidad aunque era un camino largo y difícil. Las distancias que
mantenía conmigo hacían que la sintiera más lejana que cuando estaba
encerrada. Pero albergaba la esperanza de que, poco a poco, volviera a mí.
Estaba segura de que no era más que cuestión de tiempo y saber escoger el
momento adecuado. Solo necesitaba cariño, y yo, estaba dispuesta a darle
todo el que sentía por ella.
Las clases y el ejercicio diario servirían de ayuda.
Una mañana me encontraba en el patio leyendo, el sol lucía con fuerza
en un día tranquilo y bonito.
Esa tranquilidad duró muy poco. Gretten entró a toda prisa.
—Vamos, no hay tiempo que perder. Sígueme.
Asustada, lo hice. Me llevó por el pasillo, yo sabía dónde nos dirigíamos.
Le interrogué con la mirada.
—Estarán aquí en unos minutos.
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Me sentía enfadada, y dolida con ella, era absurdo, pero le hice pagar
mis nervios. Se dio cuenta, no hizo ni dijo nada, yo ni siquiera la miré, y así
llegamos al final del pasillo. Abrió una puerta y me hizo señas para que me
acercara. Se apartó y contemplé lo que había preparado. Una improvisada
cena delante de la chimenea.
— ¿Y esto? ¿Mi última cena?
Gretten escuchaba en silencio.
— ¿A quién pretendes engañar? ¿Qué significa esto? ¿Hacerte
perdonar? ¿Sabes? Me he hartado de vuestros juegos, de esas malditas
alimañas sin entrañas, de todo esto. No siento más que aversión. ¡Llévame a
mi celda! ¡No quiero estar aquí! —grité ciega de ira.
En vez de eso, me entregó las llaves y se marchó. Me quedé
sorprendida, sintiéndome totalmente ridícula y culpable con ella. No se merecía
aquello.
Salí de nuevo al pasillo, vi una luz, me dirigí a ella. Era la del gimnasio.
Se había puesto unos guantes de boxeo y golpeaba con toda su fuerza el saco.
Sabía que yo estaba allí, pero hizo como que no me veía. Siguió durante unos
minutos. Me acerqué y fui a tocarla. Ella se apartó de inmediato.
Se apoyó en la ventana, tenía la camiseta pegada al cuerpo con la
respiración alterada. Volví a intentarlo con el mismo resultado.
—No quería decirte todo eso. Quiero que sepas que lo siento de verdad,
perdóname. Estaba dolida por cómo se portó ese animal. No soportó ni que me
miren y mucho menos que me toquen —esto último lo dije con toda la rabia
que llevaba dentro.
Ella miraba hacia el suelo, seria y pensativa. Levantó la mirada un
momento, abrió un armario, cogió dos guantes y me los dio. La miré extrañada.
Empezó a quitarse los suyos y me puso los míos.
— ¿Y ahora qué?
Cogió mi brazo y se golpeó ella misma con él. Me dio un pequeño golpe
en los guantes.
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—Tenemos que cerrar los ojos y pedir un deseo justo cuando el sol se
oculte tras las montañas, seguro que nos será concedido, ¿probamos? —me
susurró.
—Y ahora para que se cumpla, tenemos que sellarlo con un beso.
Siempre tenía la misma sensación. Me hacía estremecer hasta los
huesos, su amor me calaba, lo podía notar perfectamente al penetrar en mí.
Dejándome llevar por el momento y envuelta en sus brazos le dije:
—Te quiero.
Ella se separó un poco y me miró.
—Sí, yo también te quiero —repetí mirándola.
—Yo tenía razón, mi deseo acaba de serme concedido.
Me abracé a ella y empezamos a llorar como dos tontas.
Fuimos a bajar, hacía mucho frío. Yo casi estaba en la puerta cuando
me llamó, me di la vuelta y una bola de nieve se estampó en mi chaqueta.
Sonreí.
— ¿Quieres pelea? Muy bien.
Hice una bola y se la tiré sin llegar a tocarla siquiera.
— ¿Eso es todo lo que puedes hacer?
—Ahora verás —cogí otra y ésa le pasó cerca.
—Bueno, no ha estado mal.
Me lanzó ella una y me dio.
— ¿Ves? Así.
Cogí otra y la fortuna se alió conmigo, haciendo diana en su cara. Me
empecé a reír.
— ¿Y ahora qué? —Le dije desafiándola poniéndome en jarras.
Echó a correr y se abalanzó sobre mí, caímos al suelo.
— ¿Ya no eres tan valiente, eh? —Dijo sentándose encima de mí.
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Seguí con mi actitud, Gretten tenía razón, pero dejarla allí me resultaba
imposible aceptarlo, no podía. Sentía rabia, mucha rabia.
—Vámonos, ahora, las dos juntas. Escapemos.
— ¿Y dónde iríamos? ¿Nos refugiamos en una cueva hasta que termine
la guerra?
Desalentada me tapé la cara con las manos. Me abrazó.
—Es lo mejor, lo sabes —me besó el pelo—. Nos da la oportunidad de
poder encontrarnos algún día cuando todo esto acabe.
—Odio esta maldita guerra.
—No podemos hacer nada.
—Claro que sí —dije soltándome.
—Y afortunadamente todavía hay gente cuerda luchando ahí fuera para
acabar con una panda de “mal nacidos” y sus delirios de bestias salvajes. ¿Y
sabes lo que es peor? Su líder, ha sido capaz de volverles tan locos como él. Y
eso dice mucho.
La miré con rencor, no era mi intención, solo dejé escapar mi ira, no iba
por ella, pero no lo entendió así.
—Tienes razón, muerto el perro se acabó la rabia.
Salió a toda prisa. Fui detrás de ella.
— ¡Espera!, ¡espera!
Me miró sin contestarme y se marchó.
Ese día la busqué por todos los rincones, sin encontrarla. Imaginé que
estaría escondida en alguno que yo no descubrí. Esa fortaleza era un laberinto
y me encontré con varias estancias cerradas. El remordimiento me comía por
dentro. Lo había echado todo a perder.
A la mañana siguiente entró en la habitación donde yo todavía dormía.
Me despertó el ruido de sus botas. Vestía el uniforme que tanto miedo
provocaba en mí. Estaba seria. Me incorporé.
—Gretten… —No me dejó acabar.
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— ¿Tanto te importa?
—Sí. Gracias a ella, ahora estoy aquí.
—Lo sé, y por eso voy a ayudarte.
Le miré con lágrimas en los ojos y me abracé a él con cariño.
—Gracias, no sabes lo que significa para mí.
—Se salva por no haber participado en ningún acto de guerra, ni tener
las manos manchadas de sangre.
—Ella no haría eso jamás.
—Te voy a contar algo que es “alto secreto”. No puede salir de estas
cuatro paredes.
Escuché intrigada.
—Se puso en contacto con nosotros.
— ¿Qué? Estaba atónita.
—Antes de abandonar el lugar de tu secuestro, nos facilitó la situación
exacta de dónde os encontrabais, así como las posiciones de los
destacamentos alemanes cercanos. Y dónde pensaba dejarte para que fueran
a buscarte. Les fue muy fácil dar contigo. Hemos hecho un buen trabajo allí.
Eso ha contribuido a todo lo demás.
No me equivoqué respecto a ella. Todo lo que ahora sabía, no hizo sino
aumentar mi admiración por ella. No pararía hasta verla de nuevo. Removería
cielo y tierra si fuera preciso.
— ¿Y sus padres?
—Antes de que pudieran reaccionar hemos logrado sacarlos de
Alemania. Están con su hijo en Estados Unidos, en un lugar seguro.
Me levanté y le abracé.
—Te quiero.
—Y yo a ti, cariño.
Mi madre y yo jugábamos una partida de cartas, mi padre entró en el
cuarto de estar. Estaba serio.
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Las vueltas que da la vida, volvía a pisar suelo alemán, pero ahora, mi
uniforme era el del enemigo y yo iba a contribuir a mermar sus fuerzas. Nuestra
pequeña compañía era muy reducida. Diez soldados, un sargento y el teniente.
Los demás estaban distribuidos en varios frentes, la idea era atacarles por
sorpresa y desde varios flancos a la vez. El corazón se me desbocó a la hora
de saltar, pensé en ella y me lancé al vacío, amparados por la noche. Una vez
en tierra, rápidamente, nos deshicimos del paracaídas y nos adentramos en el
bosque. No parecían habernos descubierto, por ahora.
Tras horas de marcha, nos detuvimos en una zona de manantiales y en
la que había un par de cabañas de pastores dónde nos instalamos, estábamos
exhaustos.
—Mañana estaremos en nuestro destino —les dije mirando los mapas.
—Ahora lo mejor será que repongamos fuerzas y durmamos un poco.
Antes del amanecer debemos reanudar la marcha —dijo el teniente.
Amaneció un día lluvioso. Calados hasta los huesos, cada vez
estábamos más cerca. Ya podíamos divisar sus posiciones. El plan era
atacarles desde tierra con apoyo aéreo. Una vez cumplida la misión, un
helicóptero nos recogería.
El corazón me empezó a palpitar con fuerza al llegar a la linde del
bosque y ver sus campamentos frente a nosotros. El momento había llegado.
—Bien, todos preparados. A por esa panda de cerdos —dijo el sargento
tan bajo como pudo.
Justo en ese momento oímos una ráfaga de ametralladora enemiga. Nos
habían visto, estábamos perdidos. Las balas silbaban entre nosotros como
endemoniadas flechas invisibles. Pude notar la que me impactó en la cabeza,
quemándome como un hierro al rojo vivo. Cerré los ojos, y mi último
pensamiento fue para ella.
Me levanté sobresaltada. Algo le había ocurrido, mi corazón no me
engañaba. El presentimiento era tan fuerte que lo supe con certeza. El pánico
se apoderó de mí, no podía ser, por favor, no.
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tenido suficiente con una, que volvimos a tropezar en la misma piedra, cayendo
en el delito de saber que estaba en el camino, pero no nos molestamos en
esquivarla. Las generaciones futuras estudiarían en sus libros ésta negra etapa
de la historia sin llegar a entender muy bien semejante barbarie.
Su ayudante, me dio los buenos días, se levantó y amablemente, me
abrió la puerta.
—Puede pasar, está solo.
—Gracias.
Al entrar, mi padre levantó la vista del escritorio, tenía unos papeles en
la mano, no pude evitar sentir un nudo en el estómago.
—Hola cariño —me sonrió, se levantó y rodeó la mesa para acercarse y
abrazarme.
Me regodeé en sus brazos, me confortaban. Fui a hablar, pero se me
adelantó.
—Gabrielle, cuando sepamos algo serás la primera en saberlo, te lo
prometo —acarició mi pelo.
—Temo que haya hecho una locura viéndose acorralada.
—En ese caso se hubiera encontrado el cuerpo ¿no te parece?
—Tienes razón, me niego a pensar que…
—Y sigue haciéndolo, te prometo que estoy haciendo lo que está en mi
mano para dar con ella.
—Lo sé, y siempre os agradeceré a ti y a mamá vuestro apoyo, sin
vosotros me hubiera vuelto loca.
Mi padre me hizo sentar, sabía que quería decirme algo y me puse en
guardia.
—Tenemos la esperanza al menos, de que si no la hemos encontrado,
ellos tampoco, así que no te tortures más, no la tienen en sus manos. Los
combates en la zona han terminado, y eso, nos permite rastrearla palmo a
palmo y hasta que no demos con ella, para bien o para mal, no pararemos.
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entraba la luz del sol y que daba a un jardín, dónde poder sentarse o dar un
pequeño paseo bajo los árboles.
—Ya tienes tu hospital —me dijo mi padre cogiéndome por el hombro.
—El de todos.
Ese hospital nos unió más todavía, era una localidad pequeña y
dependíamos unos de otros. Beneficiaba a la comunidad y en los tiempos que
corrían, iba a ser de gran utilidad.
Rebuscamos en nuestras casas y fuimos almacenándolo todo, nada se
podía tirar, porque todo se podía aprovechar. No podía creerlo cuando vi
aparecer a mi madre con todas las vecinas del pueblo.
— ¿Pero qué significa esto?
—Hija, aquí tienes cestos repletos de vendas, hechas con las sábanas
que ya no tienen ninguna utilidad. Y hemos fabricado jabones también. Hay
montones de cajas. ¡Ah! Mira, también hemos traído mantas viejas pero que
todavía abrigan, y montones de toallas. ¿Ves esas cajas de ahí? Hay que tener
mucho cuidado con ellas, son bombillas.
— ¿Bombillas? ¿Y de dónde las habéis sacado?
—A partir de ahora, algunas habitaciones se iluminarán con velas, como
en tiempos de nuestros abuelos.
Se echaron a reír.
No pude evitar darle un cariñoso beso, nuestras vecinas sonreían
complacidas.
La miré y me abracé a ella.
—Eres única —la besé con todo mi cariño—. Y vosotras también.
Gracias por vuestro esfuerzo.
—Hemos de colaborar todos, de eso se trata ¿no? ¿Bien, dónde
ponemos todo esto? —Dijo una de ellas.
—Llevarlo a la parte de atrás en el pequeño almacén, al lado de la
enfermería.
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Junto con los médicos y enfermeras del cuartel que nos prestaron su
ayuda desinteresadamente, organizamos y pusimos en marcha el proyecto.
Afortunadamente, lo más grave que se atendió fue el brazo roto de François, el
pequeño más revoltoso del pueblo.
La construcción del hospital, pareció animarnos y la vieja escuela fue
completamente renovada también. Desde que empezó la guerra, dejó de
funcionar.
Adelle, la maestra, se ofreció a reanudar las clases sin cobrar. Decía
que la ilusión que le hacía, era más que suficiente. Las vecinas procuraban que
no le faltara un buen plato de comida, era su forma de agradecérselo.
Queríamos hacer de esa escuela un lugar mejor, dónde los huérfanos de
guerra y los niños cuyos padres estaban en el frente, pudieran formarse a
fondo para un futuro, y no tener que pasar por la experiencia de sus padres.
¿Quién sabe? A lo mejor algún día, eso se haría posible. Por nuestra parte, no
iba a quedar. Era nuestra obligación procurar una vida mejor a nuestros hijos,
ya que la nuestra se nos había arrebatado, y si no podíamos evitar que se
criaran entre fusiles, por lo menos, la suya fuera lo mejor posible.
Toda la satisfacción que sentía, no mitigaba lo más mínimo el dolor. Yo
me consumía lentamente en su recuerdo. Solo quería que aquella pesadilla
terminara de una vez. No soportaba la incertidumbre, me destrozaba por
dentro.
Estaba en la cocina ayudando a preparar la comida, cuando sonó el
teléfono. No pude evitar que se me encogiera el corazón, me di la vuelta y miré
a mi madre hablar. Escuchaba seria, empecé a temblar y se me cayó el plato al
suelo. Colgó y me miró. Yo la miraba implorando que me dijera lo que fuera.
Me sonrió en un intento por tranquilizarme.
— ¡La han encontrado!
Me derrumbé en la silla.
—Está en un hospital, pero tranquila, su vida no corre ningún peligro.
El alivio que sentí fue indescriptible. Estaba viva, no la había perdido.
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Ese día mi padre vino antes a casa, sabía que estaba esperándole para
que me contara más detalles.
Corrí a abrirle la puerta y abalanzarme sobre él.
—Tranquila, está bien.
— ¿Me dices la verdad?
—La bala solo le rozó la cabeza. Ha tenido suerte, mucha suerte. Antes
de desmayarse, se cayó en una zanja, y le cubrió la vegetación, lo que le salvó
la vida, si hubieran dado con ella, ahora estaríamos lamentado su pérdida.
Las palabras de mi padre, me helaron la sangre. Sentí vértigo, solo de
pensar lo que podía haberle pasado. Pero estaba bien, era lo único que
importaba.
— ¿Y logró salir? —Preguntó mi madre.
—Estuvo varias horas inconsciente. Estaba bastante débil, había
perdido mucha sangre. Cuando pudo hacerlo, ya habían terminado los
combates. Se refugió los días siguientes en los bosques, estaba algo
desorientada. Al recuperar algo las fuerzas, y tras caminar varios días dio con
un campamento aliado. Mi padre me miró y al ver mi gesto, añadió.
—Está entrenada y preparada de sobra, pero aun así, es increíble su
respuesta física. Tuvo que pasar por duras condiciones climatológicas.
De nuevo, el relato de todo lo que Gretten había padecido, me encogía
el corazón.
— ¿Y dónde está ahora? No pude evitar ir al grano.
—En Suiza.
— ¿En Suiza?
—Sí, era lo más seguro, al ser atacados pusieron en alerta a los
destacamentos cercanos y hubiera sido una auténtica locura intentar llegar a
Francia.
—Lo único que importa es que la misión ha sido un éxito total y gracias
en parte a ella.
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—Hoy he hablado con ella. Quería tener una pequeña charla, conocerla
algo más, y debo decir que me ha sorprendido gratamente.
— ¿Con ella?
Me puse de pie directamente.
— ¿Qué te ha dicho? ¿Por qué no me has avisado?
—Deja que hable cariño —dijo mi madre.
—Queríamos saber cómo se encontraba, si había notado algo raro o si
pudieran estar vigilándola.
Algo más que difícil, pero no está de más, tomar todas las precauciones
habidas y por haber. Y después, ella y yo, hemos hablado en privado. Quería
saber cómo estabas tú.
Me dio un vuelco el corazón.
—Le he dicho que, gracias a ella, ahora te teníamos con nosotros y que
se lo agradecíamos de corazón. Dijo algo que me tocó el corazón,
sinceramente.
— ¿El qué? —Pregunté faltándome el aire.
—Me dijo que había querido aportar su granito de arena para que al
pueblo alemán, no solo se le recordara como unos bárbaros sin más. Y que se
supiera, que hubo alemanes que lucharon contra ellos por la libertad como el
resto. Aunque es consciente, que será inevitable, el que la historia los ligue con
la vergüenza y el odio.
—Eso es muy loable —añadió mi madre.
Yo no podía más, saber que mi padre había hablado con ella hizo revivir
todo lo pasado. Me sentía unida a Gretten, formaba parte no solo de un
episodio de mi vida, sino ligada a mí para siempre. Le envidié, hubiera dado
media vida por poder oír su voz.
—Quiero hablar con ella.
—Gabrielle —dijo mi padre con apuro—, ella prefiere no hacerlo.
— ¿No quiere hablar conmigo? ¿Por qué?
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—Le resultaría más duro todavía. Me pidió que te dijera algo de su parte.
— ¿Qué? —Pregunté desanimada.
—Me ha dicho que tú fuiste su mejor aliada para combatir del único
modo que podía con ésos “mal nacidos”, y que ahora por fin, se encuentra en
paz consigo misma. Y añadió. “La única que tiene que dar las gracias soy yo.
Ella también me salvó de ellos a su manera”. Me dijo que entenderías.
Hacía rato que lloraba. Las imágenes se agolpaban en mi mente
vertiginosamente. Su recuerdo era tan cercano y doloroso, que me sacudió por
entero. Mi madre me abrazó y yo apoyé la cabeza en su hombro y me
desahogué.
Desde el primer momento en que supieron de nuestra historia no
hicieron la más mínima pregunta, solo les importaba mi felicidad. Y si la había
encontrado en una mujer, aunque fuera alemana, pues encantados; bueno
hubieran preferido otro país, eso complicaba las cosas. Nunca hubiera podido
imaginar, hasta qué punto se adaptarían por mí. Había que aprovechar los
pequeños destellos de felicidad, y saber que yo podía serlo, les bastaba.
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Las noticias cada vez eran más y más alentadoras, el final estaba cerca,
y la luz empezaba a iluminar Europa al salir del tétrico túnel en el que los
“descerebrados” se empeñaron en recluirnos. La felicidad absoluta se apoderó
de todos nosotros cuando el “ser” que originó tal locura, puso fin a su
existencia de la manera más cobarde.
Al terminar la guerra vivimos unos años en Suiza. Cuando las heridas
empezaron a cicatrizar, regresamos a Francia, a mi antigua casa al lado del
mar, instalándonos definitivamente. No sin vencer las normales reticencias e
inseguridades de mi amada Gretten, que se veía en el centro de mira del resto,
aprobación que superó sin ningún problema, cuando fueron conociéndola y
demostró que sus intenciones eran las de todos. Y que no todos los alemanes
eran de la “misma condición”.
Quedó gratamente impresionada, cuando le enseñamos la escuela y el
hospital. Mi madre no perdió tiempo en hacerle saber que fue idea mía. Gretten
se sintió orgullosa de mí, lo que me deshizo como granos de arena.
Pasó a formar parte del grupo de investigación en el laboratorio, trabajo
que desempeña con entusiasmo.
He tenido la oportunidad de conocer a su familia, gente entrañable y a la
que tengo mucho cariño. Al enterarse del proyecto que logramos con tantos
esfuerzos, no dudaron en organizar galas benéficas y eventos musicales cuyos
fondos fueron destinados a equipar completamente el hospital. Lo que nos dio
la oportunidad de abrir una sala de rehabilitación e incluso un quirófano. Y lo
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que era fundamental, un área de psicología, que tanta falta iba a hacer a
nuestros combatientes cuando empezaron a regresar a casa.
Desmanteladas las instalaciones militares, no dudamos en
aprovecharlas para ir creando escuelas talleres. Me hizo especial ilusión
nuestra escuela de enfermería. No podía sentirme más realizada y útil.
Todo empezaba a ser maravilloso.
Mis padres quieren a Gretten como una más, no olvidan lo que hizo por
mí. Disfrutamos con nuestro trabajo y también de nuestras tranquilas mañanas
cuando salimos a nadar o pasear por la playa. Todos los días doy gracias por
tenerla a mi lado. El amor nos escogió, aislándonos del horror, para unirnos en
nuestro camino y recorrerlo juntas. En su agradecimiento, vivimos por él y para
él. Disfrutándolo cada segundo de nuestras vidas.
Al final, es lo único que importa, “El Amor” o como diría el mío:
“LIEBE”.
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