Está en la página 1de 111

Liebe Isabel Montes

1 AlanFox
Liebe Isabel Montes

(Amor)

Por
Isabel Montes

2 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Sinopsis

Dos mujeres, dos bandos y todo el amor del mundo para combatir el
odio y la ira que genera una guerra. El destino querrá unir a Gabrielle y
Gretten, dos mujeres de vidas e ideas antagonistas, para ponerlas a prueba y
demostrarnos que el amor solo entiende de amar. Una historia de amor en un
ambiente hostil. ¿Podrías enamorarte de tu enemigo? Gabrielle es capturada
por el bando alemán y hecha prisionera en un remoto castillo de una Alemania
nazi que empieza a desmoronarse.

3 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Liebe
V

El frío cada vez era más y más intenso, se calaba en los huesos en un
sufrimiento infinito, el viento aullaba como una manada de lobos enloquecidos.
Estaba entumecida, no sentía mis amoratados dedos, mis castigados pies,
dolor puro. El latido de mi hinchada frente parecía empeñarse en hacerme
estallar la cabeza, la venda que me cubría los ojos, no hacía, sino acentuarlo
por mil. La cuerda de mis muñecas hacía que mis manos parecieran dos
globos, pero lo peor de todo era el terror a no saber qué sería de mí a partir de
ese momento. Me temía lo peor, estaba en manos de gente salvaje e
inhumana, sumergidos en sus sueños de locura y grandeza sin sentido,
capaces de atrocidades inverosímiles. Sin duda, mis días estaban contados.
Cuando todo empezó, sabía el riesgo que conllevaba y ahora, pese a las
terribles circunstancias en las que me hallaba, una pequeña luz de satisfacción
invadió mi espíritu, convencida de que al menos luché, como muchos otros, por
lo que creía, la libertad.
El camión seguía su siniestro viaje. Pude deducir que viajábamos
dirección norte, a las montañas. Cuando nos capturaron, nuestras posiciones
estaban cerca de la frontera. Sabíamos que los alemanes se habían hecho
fuertes en el otro lado y habían establecido algunos pequeños campamentos.
Cuando nos capturaron, me separaron de mis compañeros, en ese momento,
tuve una terrible sensación de soledad, me veía arrastrada al más espantoso
horror, habitado por seres sin piedad.
Las innumerables curvas castigaban a mi pobre y vacío estómago, el
cual, se retorcía desesperado provocándome unas terribles náuseas. En más
4 AlanFox
Liebe Isabel Montes

de una ocasión, y en un gesto de compasión, eso me parecía a mí, uno de los


soldados que me custodiaba, me sujetó para evitar que cayera de bruces en el
suelo. Rogaba para que esa pesadilla acabara de una vez y llegáramos a
donde quisieran llevarme, no me creía capaz de soportarlo por más tiempo.
Notaba como mis escasas fuerzas me abandonaban poco a poco, apagándose
hasta dejarme inconsciente.
Un brusco empujón me hizo volver a la realidad, casi en volandas me
bajaron del camión, apenas me tenía en pie, caí de rodillas sin remedio, mis
maltrechas piernas eran incapaces de soportar mi peso. Me levantaron
inmediatamente, y a rastras, me llevaron hasta el interior de lo que imaginé un
puesto de mando. Oí voces de varias personas, debían de ser oficiales dando
las órdenes a los guardias. Ese idioma siempre me pareció duro y tosco, sin
embargo, a mí me gustaba, incluso empecé a estudiarlo, pero la guerra ya no
me lo permitió, por lo que sólo entendía unas pocas palabras. Pero en ese
momento, me pareció la lengua del mal y el horror. Sin duda en el infierno se
utilizaba y lo más espantoso era que yo estaba en él.
Acabé con mis huesos en una celda húmeda y fría. Tenía todo el cuerpo
entumecido y el dolor se encargaba de recordarme que seguía viva. Me
desataron las manos. El dolor intenso de la sangre corriendo en tropel por ellas
me hizo casi desmayar, al tiempo, una débil luz cegó mis castigados ojos
cuando me quitaron la venda. Desorientada y aturdida, me refugié en la
humedad de la piedra de los muros de mi cárcel haciéndome un ovillo. Observé
el habitáculo pequeño, húmedo y apestoso, en el que me encontraba. La luz
luchaba por entrar por la pequeña ventana en lo alto de la pared y que apenas
iluminaba ese rincón de muerte. Estaba sentenciada y lo sabía, era plenamente
consciente de ello.
Un nuevo escalofrío de terror y pánico se apoderó sin piedad de mí,
sumergiéndome de nuevo en las sombras.
Una patada me despertó. Volvieron a esposarme y a taparme los ojos,
me sacaron de la celda, yo apenas podía caminar, no sabía cuanto tiempo
había estado inconsciente, desconocía si estaba en el mismo día o habían
5 AlanFox
Liebe Isabel Montes

pasado más. ¿Qué importaba? ¿Acaso me podía permitir pensar siquiera en el


futuro? Esos pensamientos hicieron que mi corazón se quejara.
Entramos en una habitación, o eso, al menos me pareció. Cruzaron
algunas palabras y los soldados salieron. Yo me quedé de pie, sin mover un
solo músculo, apreté los dientes con fuerza, esperando los golpes que en
cualquier momento seguro recibiría. Oí unos pasos acercarse despacio, la
persona que caminaba no parecía llevar pesadas botas, por el poco ruido que
hacía. A mi izquierda había alguien más, se levantó y también se acercó a mí.
Desató mis manos y empezó a desnudarme. Yo, temblaba como una hoja.
¿Qué clase de torturas me tenían reservadas? Miles de veces nos llegaban
noticias de las que empleaban con los detenidos y que hubieran hecho
palidecer hasta la misma Inquisición.
Me sentía como uno de esos presos medievales, totalmente indefensa y
expuesta a sus más sangrientos instintos.
Con pánico sentí un objeto metálico y frío en mi pecho. Para mi
sorpresa, me auscultaba. Enseguida me di cuenta, estaba en una consulta y
era el médico, el que me examinaba. Sin duda, escucharía los frenéticos
latidos de mi corazón desatado por el miedo. De nuevo un estremecimiento me
recorrió de arriba abajo. ¿Calculaba mis fuerzas para lo que me esperaba?
¿Acaso quería asegurarse de mi resistencia ante los castigos? Temblé con
mayor intensidad. Miraron mis dientes, palparon mis pechos, mi cuello, mis
manos, mi espalda. Tuve la sensación de que esas manos frías como el hielo,
me tomaran las medidas para el hoyo que seguro sería mi última parada. Me
quitaron la venda, una figura borrosa se mostraba ante mí. Poco a poco, mis
ojos se acostumbraron a la luz de la habitación y pude ver a la persona que
tenía frente a mí. Miré con temor sus terribles ojos o al menos eso me pareció
en ese momento. Una mirada vacía de ojos inexpresivos examinaba los míos
con una pequeña linterna. ¿Sería Fritz Klein? Solo de pensarlo me quedé sin
sangre en las venas. Quise consolarme pensando en que, normalmente, su
“trabajo”, por decirlo de la manera más suave, lo desempeñaba en los campos

6 AlanFox
Liebe Isabel Montes

de concentración. La desesperación era terrible y me agarraba a cualquier


posibilidad.
Me llevaron ante una pequeña báscula, la enfermera la manejó.
Anotaron mi peso y altura, me indicaron que me vistiera. Llamaron a los
soldados que aguardaban fuera y volvieron a dejarme en mi pozo de miseria de
atmósfera irrespirable.
Calculé los días que pasé en ese habitáculo inmundo y olvidado
infectado de ratas y otra clase de bichos e insectos desconocidos. Y así pasé
dos o tres semanas aislada del exterior y la vida. Mi alimentación, por llamarla
de alguna manera, consistía en un mendrugo de pan duro y un plato de agua
sucia que se suponía, era mi sopa. Mi uniforme sucio y roto se caía de mi cada
vez más delgado cuerpo, tiempo atrás, atlético y fuerte. Siempre me gustó el
deporte, todas las mañanas temprano me encantaba salir a nadar a la playa
dónde vivía y correr por sus kilométricas extensiones.
Estaba convencida que eso me ayudaría a resistir el padecimiento al
que estaba sometida. No volvieron a por mí desde hacía tres días, cuando me
raparon la cabeza. Cuando me pasaban la comida no me dirigían la palabra ni
se dignaban mirarme.
Un cubo asqueroso donde hacía mis necesidades era vaciado una vez
al día. Me había convertido en un espectro de suciedad y abandono. Si no me
mataba el hambre, las infecciones se encargarían de ello.
Yo no entendía nada. ¿Por qué no acababan conmigo de una vez? Pero
¿cómo no me di cuenta antes? ¡Claro! de eso se trataba. Mi padre pertenecía
al alto mando de las fuerzas aliadas, y yo, su hija, nada menos que miembro de
la resistencia. Era una moneda de cambio y para ellos, un rehén muy útil y
valioso. Por eso me separaron del resto. Pensar en él y en mi familia me
entristeció, seguro que ya estaba al corriente de todo, imaginé su sufrimiento y
empecé a llorar desconsoladamente.
Transcurrieron unos días más y se abrió la puerta de mi celda. Sin
miramiento ninguno me sacaron de allí, no sin antes volver a taparme los ojos.

7 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Noté el frío del exterior, mi cuerpo reaccionó poniéndose a temblar sin control,
no se molestaron en darme más ropa. Me introdujeron en un camión y nos
pusimos en marcha. Las dudas me atormentaban. ¿Acabaría en cualquier
cuneta? Confiaba en que mi padre fuera fiel a sus principios y no se dejara
chantajear por gente tan vil, estaría luchando contra sus propios sentimientos y
el deber de cumplir con sus obligaciones. Sabía que yo pensaba así, y que
hiciera lo que hiciera, me sentiría tan orgullosa de él, como siempre lo he
estado, eso hizo que me tranquilizara algo.
Los días pasados en la húmeda celda, me pasaron factura y un dolor en
el pecho que me hacía toser como si me arrancaran el alma, no me dejó ni un
momento. Cuando llegamos a nuestro destino, volvieron a meterme en otra
celda. Me quitaron la venda y salieron. Cuando adapté mi vista al interior, para
mi sorpresa, no estaba en una oscura y fría estancia, ésta era más amplia, bien
iluminada por una ventana con gruesos barrotes y todavía me sorprendí más,
cuando descubrí al lado del muro un camastro que tenía hasta una manta
doblada encima. Un orinal asomaba por debajo. Estaba relativamente limpio,
yo era lo único apestoso.
Al poco vinieron por mí. No me vendaron los ojos. Así pude ver que esta
vez, eran dos mujeres, vestían sus uniformes que les daba un aspecto feroz.
Eran rubias, por supuesto, y sus facciones eran duras y sin vida.
Me sacaron a empujones, sus fuertes manos me sujetaban por los
brazos mientras me conducían por unos pasillos a medio iluminar. Llamaron a
una puerta, esperaron a que se les diera permiso y entramos.
Nos quedamos de pie frente a una mujer de aspecto fiero y duro. Su
pelo rubio peinado hacia atrás, sus ojos azules de mirada fría como el acero,
su gesto serio y seco, hizo que me temiese lo peor. Estaba sentada frente a
una mesa de madera, encima tenía una carpeta, supuse que serían los
informes que le habían pasado sobre mí, se me hizo un nudo en el estómago.
Les dijo algo, se levantó, era bastante alta y fuerte como buena alemana, me
miró durante unos segundos y salió de la habitación.

8 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Por su uniforme deduje que sería una oficial al mando. Volvimos al


pasillo y me metieron en una especie de sala más pequeña. Me fijé, había un
enorme tonel del cual salía vapor, a su lado en un taburete, una toalla. Me
empezaron a desnudar y me indicaron que me metiera dentro. Me dieron una
pastilla de jabón, y una de ellas, salió fuera con mi ropa o mejor dicho con los
andrajos que llevaba, la otra permaneció de pie frente a la puerta como una
estatua de piedra.
La sensación al notar el contacto del agua caliente en mi piel fue
indescriptible, mi ajado cuerpo parecía deshacerse en ella, notaba mis
doloridos músculos reaccionar a la gratificante sensación que ya creía
olvidada. Empecé a toser, había mejorado algo, pero sabía que todavía no
estaba bien del todo, me hacían falta unos medicamentos como un buen plato
de comida casera. Me dijo algo en alemán que no entendí, mi carcelera se dio
cuenta y empezó a gesticular.
—Schnell!
Por sus gestos supe que quería que me enjabonara y lo hiciera deprisa.
Obedecí sin rechistar.
Cuando salí, era otra, flaca como un palo y dolorida, pero otra. Y al
ponerme ropa seca y limpia, me sentí incluso afortunada, estaba gastada, pero
no eran los andrajos que tenía por vestimenta. Volví a mi celda. Me tumbé en
el camastro con otro ánimo, aunque siempre acompañada por una perenne
angustia.
Mi cuerpo empezó a reaccionar a la tregua que se le daba y empezó a
dolerme como si hubiera corrido kilómetros. Me sumergí en un sueño reparador
que tanta falta me hacía.
El ruido del cerrojo al abrirse la puerta me despertó, sobresaltada, me
incorporé. Uno de los soldados dejó la bandeja de mi cena en el suelo y se
marchó, como era costumbre sin mirarme siquiera. Para esa gente no era más
que un bulto que se movía y que no tenían más remedio que atender.

9 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Con gran esfuerzo, cogí la bandeja. Mi estómago reaccionó como un


león fiero y desesperado ante una apetitosa presa. El olor de la rica sopa, le
daba un aspecto real, y lo cierto era que lo tenía, no era el agua sucia que
hasta ahora había tenido que tragar. Un pedazo de pan tierno y un poco de
algo que podía ser carne con unas patatas. Todo un manjar.
Hasta una taza de latón con agua limpia y cristalina. Yo no podía creerlo.
Cogí la cuchara dispuesta a dar buena cuenta del placer que inesperadamente
me ofrecían. De pronto, las dudas hicieron presa en mí. ¿Y si no fuera más que
una trampa? ¿Pretendían envenenarme? Claro, eso era. ¿Pero cómo había
podido olvidarlo? Esa era una de las cosas que más insistían cuando nos
entrenaron. Era una práctica habitual. No sabía que me vigilaban. La puerta se
abrió y pasó la mujer que me había traído la cena. Me miró con desprecio.
—Essen! —gritó al tiempo que volvía a hacer evidentes y claros gestos.
Hice lo que me pedía y empecé a comer. Tengo que reconocer, que si
esa sopa hubiera contenido veneno, estaba muy rica, su sabor era muy
agradable. Mi estómago se llenó de tan preciado caldo, mi carcelera, esperó a
que acabara. Yo me noté repentinamente mal. Un dolor seco me partió en dos,
las náuseas no se hicieron esperar y no pude evitar vomitar. Con tan mala
fortuna que las limpias botas de mi carcelera se vieron salpicadas. La miré con
terror, la terrible bofetada me hizo caer hacia atrás, golpeándome la cabeza
con la pared, una nube negra turbó mis ojos, dejándome inconsciente.
Cuando los abrí e hice intención de moverme, el latido de mi cabeza me
lo impidió, me palpé con cuidado y me asusté al comprobar el enorme chichón.
Era por la mañana, no tenía ni idea de qué hora podía ser. Calculé que sería
mediodía por la posición del sol. Habían limpiado el desastre de la noche
anterior, su recuerdo hizo que me estremeciera. Mi pobre organismo estuvo
tanto tiempo sin alimento, que cuando por fin probó algo, simplemente no
estaba preparado.
Curiosamente me sentía algo más fuerte, la tos persistía, aunque iba
desapareciendo poco a poco, incluso tenía hambre, pero más valía que me
fuera acostumbrando a ella, no creía que volvieran a perder el tiempo conmigo.
10 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Tumbada, miraba a través de la ventana, el cielo asomaba entre sus


barrotes, su color azul me transportó a mi pequeña ciudad costera del sur de
Francia, donde nací. Las imágenes de mi familia, sus montes, sus playas, todo
eso, hizo que siguiera viviendo allí, no quería hacerlo en otro sitio, porque ése,
era el mío. Cuando acabé mis estudios de medicina y me convertí en la doctora
de mis vecinos y alrededores, vi cumplido uno de mis sueños. Ahorré todo lo
que pude, haciendo realidad el otro. Me compré una casita rodeada por un
pequeño bosque en una ladera que daba al mar. Las vistas eran
impresionantes desde la terraza al igual que desde toda la casa, se podía
disfrutar de un magnífico paisaje.
Mi único deseo era que toda esa pesadilla acabara cuanto antes, así
como ésta absurda locura y volver a mi vida de antes. Todos esos recuerdos
hicieron que la vuelta a la realidad, fuera todavía más dolorosa y que estaba
delimitada por las cuatro paredes que me asfixiaban.
Otra vez el terrible ruido del cerrojo, cada vez que lo oía todo mi cuerpo
se tensaba, poniéndose en alerta.
Esta vez tuve el dudoso “honor” de que me trajera la comida, la
mismísima oficial que había visto el día de mi baño. La misma mirada cargada
de odio que helaba la sangre de mis venas. Dejó la bandeja y salió. Tuve el
cuidado de comer despacio, no quería que se volviera a repetir lo del día
anterior, por nada del mundo, había tenido suficiente, ya era un milagro que no
me hubiesen molido a palos y no quería provocar su enfado. No eran más que
unas bestias sin ningún cerebro.
Así transcurrieron varios días. Estaba bastante más recuperada, las
fuerzas habían vuelto a mí, no me habían rapado de nuevo la cabeza, lucía un
cabello corto, casi mejor, en caso de tener piojos no me costaría tanto volver a
verme como el presidiario que era. Recordé con nostalgia mi melena oscura
que solía recoger con una cinta de colores. El desánimo de pronto se apoderó
de mí. Yo era de piel morena, ojos oscuros y pelo castaño, no creo que les
hiciera la más mínima gracia ni lo vieran como algo bonito las alimañas entre
las que, por desgracia, me rodeaban. Ser latina no era de gran ayuda. ¿Qué
11 AlanFox
Liebe Isabel Montes

hubiera pasado si hubiera nacido en España, por ejemplo? No quería ni pensar


en ello. Por un instante, creí que sería un salvoconducto un pelo rubio y una
piel más clara. ¿Pero en qué demonios estaría pensando? Esta vez, me asusté
de verdad, unos oficiales me condujeron a una sala. Una bombilla alumbraba
una solitaria silla, no tuve ninguna duda de que era mi patíbulo. Uno de los
soldados salió fuera y cerró la puerta, el otro se quedó dentro conmigo. En un
primer momento no la vi, pero de las sombras del fondo salió como monstruo
sediento de sangre y violencia, la oficial. Sus relucientes botas y su uniforme le
daban un aspecto intimidatorio. Empecé a sudar, no tenía escapatoria posible,
sin duda era mi final, o al menos, el camino sería muy doloroso. Me iban a
torturar, no cabía la menor duda. La mujer dio una orden y el soldado me obligó
a sentarme. Se volvió a abrir la puerta y entró un hombre, no iba de uniforme,
vestía un largo abrigo de cuero negro, llevaba un sombrero del mismo color así
como los guantes. Unas gafas redondas que no lograban ocultar unos ojos
despiadados.
Supuse que pertenecía a la temible Gestapo. En ese momento, supe
que era mi último día en este desgraciado mundo. Seguramente me utilizarían
como su particular “conejillo de indias” en sus demenciales experimentos.
Hubiera preferido un simple tiro, pero eso era algo impensable. Para ellos, el
placer era el sufrimiento ajeno.
—Soy el oficial Hessman. Y supongo que una chica lista como tú me va
a contar lo que quiero saber ¿verdad? —dijo con un fuerte acento y levantando
mi barbilla con su asquerosa mano.
No podía ni tragar, la boca se me secó, quería gritar. Mi respiración se
agitó y me faltaba el aire. Una espeluznante sonrisa se dibujó en su inquietante
cara. El corazón parecía querer reventar. Un frío helador me recorrió la
espalda. Por el rabillo del ojo veía la figura de la oficial que observaba
impasible.
—Bien, empecemos.
Aunque hubiera querido, y no quería, no pude contestar a sus
preguntas. Desconocía las posiciones de mis compañeros y mucho menos sus
12 AlanFox
Liebe Isabel Montes

intenciones. Cuando nos detuvieron era mi primer día y únicamente les dije lo
que sabía, que nuestra misión era volar un puente. Carecía de más
información.
Yo sólo transportaba parte del material y sólo había dispuesto de unos
días para entrenarme a la carrera.
— ¿Querías emular o llegar a ser una Lucie Aubrac? ¿Qué lees los
domingos por la mañana?
¿”Liberación”, quizás?
La siniestra carcajada me convulsionó por completa.
—Reza para que a sus oídos llegue tu situación. Estaremos encantados
de recibirla. Sus palabras provocaron que mis nervios se tensaran como
cuerdas de guitarra.
—No tengo la más mínima idea de lo que me habla. No puedo decirle
más.
Por supuesto, no lo creyó. Los golpes no se hicieron esperar y me
dejaron sin sentido.
El impacto del agua fría sobre mi rostro, me hizo despertar. Notaba un
dolor intenso en mi hinchada mejilla. El último puñetazo fue demoledor.
Ordenaron salir al soldado que tan obedientemente había cumplido
órdenes. Me dieron unos minutos para que me recobrara. Hablaban entre ellos,
no pude distinguir ni una sola palabra, aunque hubiera sabido alemán, en el
estado en que me hallaba en ese momento me hubiera sido totalmente
imposible coordinar mi cerebro.
Esa noche no sé si en realidad me quedé dormida o simplemente me
desmayé. El interrogatorio duró unas horas interminables. Imploraba para que
una de las patadas me matara de una vez y terminar con aquello.
Tuve que soportar otros dos más, pero afortunadamente o simplemente,
viendo el estado en que me dejaron cesaron en su empeño. Esperaba que en
cualquier momento, empezaran otra vez. Pero no fue así. Debieron obtener

13 AlanFox
Liebe Isabel Montes

informes sobre mi persona que descartaron cualquier posibilidad de


información.
Pero el dolor constante de mi cuerpo y la fiebre que padecí durante
varios días, me recordaba las terribles y angustiosas horas bajo sus miradas
vacías en las que yo imploraba morir.
Volvimos a nuestra rutina. Con la diferencia de que siempre era la
misma oficial la que me servía la comida y se ocupaba de mí. Jamás se
molestó en mirarme más de lo necesario, por supuesto, nunca me dirigió la
palabra. Ella no sabía francés y yo tampoco alemán. ¿Así que, para qué
molestarse? Los golpes me hacían entender a la primera.
Después de varias semanas, decidió que ya estaba más que
recuperada, por lo que debía ocuparme de algunas tareas. Así, a primera hora
de la mañana y acompañada de un frío helador, quitaba la nieve y la escarcha
de la entrada para cargar como una burra con la leña que debía transportar
hasta un pequeño almacén.
Mis agrietadas e hinchadas manos eran dolor puro, así como mi
espalda. No sabía lo que me esperaba.
En plena noche, oí cómo se abría la puerta. Era ella, me incorporé
asustada. “Se acabó mi suerte”, me dije. Se acercó a mí, me cogió por los
hombros y me arrancó la camisa. Yo estaba paralizada, adiviné perfectamente
sus intenciones, instintivamente, me resistí, fue un error que me costó caro. Me
tiró con toda su fuerza sobre la cama y me abofeteó.
Sentí sus repugnantes manos sobre mí, hizo conmigo lo que quiso y me
obligó a satisfacer sus asquerosas necesidades, no tuve otra opción que
obedecer si no quería una paliza.
Cuando se marchó, en la soledad de mis cuatros paredes, yacía vacía y
sin alma, tirada en el frío suelo, desnuda y sintiéndome sucia y miserable. Ni
las lágrimas consiguieron proporcionarme alivio.

14 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Al día siguiente cuando entró, ni me levanté siquiera, decidida a que


hiciera conmigo lo que se le antojara, todo me daba igual, no tenía escapatoria,
estaba en sus manos. Cerró la puerta y se marchó.
Ese día no probé bocado, no podía. La sensación de miseria, no me
abandonaba. Me vigilaba, sus pasos se detenían al otro lado de la puerta,
descorría la portezuela de la pequeña ventana en la puerta y me observaba
como cancerbero despiadado.
Al mediodía, vino a buscarme, y tras sacarme a empujón limpio, me hizo
quitar toda la nieve del patio. El aire cortaba y el frío del suelo llenó mis huesos
hasta el tuétano.
Tropezó con la bandeja al entrar, me miró con fiereza. Yo estaba
sentada con las manos abrazando mis piernas. Me agarró con fuerza y me
obligó a comer. Obedecí, no quería más golpes. Una vez que hube terminado,
cogió el plato y se marchó, dando un portazo que retumbó en mis oídos.
Llegó la noche, la inquietud se apoderó de mí. ¿Vendría otra vez? Solo
de pensarlo me daban arcadas. Afortunadamente no fue así, pero no pude
dormir bien. Si no había sido en ésta ocasión, habría muchas otras.
No le debió hacer mucha gracia, que ni siquiera me moviera al entrar
ella. Así que me quitó la manta de un tirón, me levantó y me empujó contra la
pared, el crujido de mi espalda me hizo temer lo peor, el dolor era insoportable.
Me volvió a desnudar y volvió a abusar de mí. Otra vez la misma sensación,
asco y nada más.
Perdí la cuenta del tiempo que podía llevar allí encerrada. Al contrario a
lo que en un principio pensaba, queriendo únicamente dejarme morir, me
obligué a hacer ejercicio, la falta de movilidad estaba afectando a mis
músculos. Pero estaba tan cansada por las interminables tareas diarias, que no
podía con mi alma. Aunque por una parte, por eso precisamente acusaba el
esfuerzo, así que, si querían acabar conmigo les iba a costar algo más.
Los ejercicios empezaron a ocupar buena parte de la mañana y me
ayudaban a aislarme del infierno que me rodeaba. A mi carcelera le debió

15 AlanFox
Liebe Isabel Montes

chocar, un día abrió la puerta y me observó durante unos minutos, yo estaba


tumbada en el suelo haciendo flexiones, me miró con una mirada extraña, yo
me resigné a sufrir otra vez su acoso, pero en cambio, se dio la vuelta y se
marchó.
Me daba la impresión que estábamos completamente solas, no había
vuelto a ver a nadie más. Me tenía para ella a su antojo.
Casi se podía decir que entramos en una rutina. Me alimentaba y
cuidaba de mi aseo. Con gran sorpresa por mi parte, todos los días me llevaba
para que me diera un baño, después de ocuparme del patio, fregar mi celda y
todo el largo pasillo. Nunca me faltaba agua caliente, jabón y una toalla seca.
Dos veces a la semana me traía ropa limpia, yo tenía que lavarme, la
que me quitaba y la que me daba ella en un barreño para después tenderla,
durante todo el tiempo no me quitaba ojo.
Los ataques sexuales no cesaron. Me convertí en su “muñeca
particular”, una muñeca de carne y hueso. Su inexistente corazón era incapaz
de imaginar el sufrimiento por el que pasaba. Jugaba conmigo a su antojo, yo
resignada, dejaba que hiciera con mi persona lo que quisiera, no es que me
acostumbrara, pero sabía que siendo algo más dócil, me ahorraría algunos
golpes.
En una ocasión, ya no pude más y privada de toda razón, tiré al suelo la
bandeja, la miré desafiándola. Me miró descolocada, sus ojos brillaron con una
furia estremecedora ante semejante e inaudito acto de soberbia. Los golpes
acompañaron su deseo salvaje, nunca me había sentido tan humillada como
en esa ocasión.
Cuando se marchó, todo mi cuerpo quedó como un campo de batalla, mi
sexo ardía y me quemaba en puro dolor, las sábanas quedaron cubiertas de
rojo. Notaba su sabor en mi boca, escupí hasta quedarme sin saliva. Apenas
me podía sentar y cada vez que me movía era una tortura, parecía tener el
cuerpo cubierto de diminutos cristales.

16 AlanFox
Liebe Isabel Montes

La tos volvió con toda su fuerza, dejándome agotada, no tenía defensas


y la fiebre se apoderó de mí.
Los días siguientes no existieron, me sumí en un estado febril que me
atrapaba en un mundo de sombras y figuras fantasmagóricas. ¿Cuándo
terminaría todo? Si hubiera tenido la oportunidad, me hubiera quitado de en
medio hacía mucho, pero ni siquiera me era posible.
Me vigilaba constantemente. Aunque por fortuna me dejó en paz, no
volvió a tocarme.
Pero esa noche, al oír cómo descorría el cerrojo, mi pulso cogió carrerilla
disparándose al compás de mi corazón. Abrió la puerta, pero no se movió, me
observó en silencio. Yo instintivamente, me pegué a la pared y resbalando mi
espalda por ella, me senté en el suelo y cubrí mi cabeza con mis brazos
temblando como una hoja. Suplicaba por no volver a pasar por lo mismo. En un
gesto inaudito, volvió a cerrar, dejándome tan solo con el terror que sentía y
que decidió quedarse conmigo.
Seguro que estaba esperando a que me repusiera para volver a las
andadas. Solo de pensarlo me estremecía.
Esa tregua hizo que me recuperase poco a poco, el dolor disminuyó,
aunque todavía no había podido andar con normalidad. Después de tres días
desde que ocurrió, ni siquiera me había llevado a lavarme.
Una mañana temprano me trajo el desayuno. Me levanté con cuidado y
sin mirarla me agaché para recoger la bandeja. No me quejé, pero los gestos
de dolor eran evidentes, debió oírme toser mucho, antes de bajar las escaleras.
Ella permaneció quieta, levanté la vista con miedo, esperando una patada en el
mejor de los casos. Pero no se movió, impasible me miraba con una mirada
azul glacial.
Sin duda, debía tener un aspecto lamentable, supuse que estaría pálida.
Aunque ella tampoco tenía muy buen aspecto, tenía tantas ojeras como debía
tenerlas yo.

17 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Me incorporé con temor, de repente cogió la bandeja y la dejó encima de


la cama. Me agarró del brazo. No pude evitarlo, le supliqué con la mirada que
no me hiciera más daño. Impasible, pero esta vez sin golpearme, me hizo
sentar con cuidado. Yo no daba crédito a lo que estaba pasando, aunque no
por eso bajé la guardia, en cualquier momento se convertiría en la fiera que
escondía el uniforme. Sus rasgos eran de hierro, en otras circunstancias,
hubiera dicho que hasta era guapa. La verdad es que lo era y tenía unos ojos
bonitos, pero no estábamos en otras circunstancias por desgracia. Ella era mi
verdugo y yo su víctima.
Me echó hacia atrás, bajó mis pantalones y separó mis piernas. Yo le
seguía suplicando con la mirada y la palabras escaparon de mi boca.
—No, por favor, por favor…
Fijó la vista en mis maltrechas partes íntimas. Las examinó por unos
segundos, me miró y se marchó.
Al poco volvió, asustada me levanté, pegué mi espalda a la pared, me
indicó que me tumbara. Ni una sola vez en todo este tiempo se dignó
hablarme, ni siquiera en su idioma, algo a lo que me había acostumbrado.
Fui a tumbarme cuando me detuvo, la miré dando un respingo de temor.
Empezó a desabrocharme el pantalón que me había vuelto a poner en un
intento vano de defensa. Suspiré resignada. Haciendo acopio de todas mis
fuerzas para hacer frente a lo que se me venía encima. Pero en cambio, no fue
así.
Por señas me dijo que me los bajara, obedecí al momento, me fui a
sentar e hice un gesto de dolor.
Me los quitó del todo. Me recosté, separé mecánicamente las piernas,
me aferré a la madera de la cama, cerré los ojos, apretándolos con fuerza
dispuesta a soportar el envite de sus dedos salvajes. Abrí los ojos
desconcertada al no ocurrir nada. En ese momento entraba con una palangana
con agua. La dejó en el suelo, humedeció un paño pasándolo a continuación
por mi sexo. No pude evitar quejarme. Me hizo un gesto con la mano para que

18 AlanFox
Liebe Isabel Montes

aguantara un poco. El contacto con la tela húmeda me quemaba como un


hierro al rojo vivo. Cuando terminó, cogió algo en lo que hasta ahora no había
reparado siquiera.
Un tubo de pomada. Extendió un poco en una especie de gasa. A
continuación volvió a fijar su vista en mi sexo y en mis ojos. No supe por qué,
pero me sentí violenta. Estúpidamente avergonzada.
Di un respingo al notar la fría pomada y el agudo escozor.
—Shsss.
Fue lo único que oí salir de su boca, y a partir de ese día, ni siquiera
eso.
Me sujetó las piernas que yo instintivamente cerraba. No podía evitar
temblar y se me soltaran las lágrimas. El dolor era atroz. Paró un momento,
dándome un pequeño respiro. Fijó su azul mirada en mí, como esperando mi
permiso, asentí con la cabeza y con todo el cuidado del mundo siguió.
Mi frente estaba perlada de sudor. Yo la miraba atónita, ella evitaba la
mía, o eso me pareció, algo impensable, estaba equivocada, no había duda.
Los golpes me habían trastornado. Incluso me dio un tónico para la tos.
Cuando terminó y me quedé sola, el agotamiento y la fiebre me hicieron
dormir y tener sueños horribles, pesadillas agotadoras. Debí caer en un estado
de semiinconsciencia.
Los días siguientes siguió con las curas. La tos mejoró notablemente
gracias al jarabe y eso hizo que pudiera dormir mejor y descansar más. Hasta
parecía que dentro de su gélido comportamiento habitual, podría decirse que
estaba siendo amable.
Reanudé mis baños, empecé a comer más y continué con mis ejercicios.
No volvió a ponerme la mano encima y tampoco a tocarme. Hizo que sin
querer, me sintiera algo más confiada y relajada.
Tanto que en una ocasión al traerme ropa limpia, le dije que casi no me
dolía, me miró sin entender. Yo, en un gesto espontáneo me senté en la cama.
— ¿Ves? Ya no me duele.
19 AlanFox
Liebe Isabel Montes

En ese instante fui consciente de lo que había hecho. Y su mirada me


ayudó a constatarlo.
El terror que debió ver en mis ojos, quizá fue lo que hizo que se diera la
vuelta y se marchara. El corazón atronaba mi pecho. ¿Cómo había sido tan
estúpida?
Me había cortado las venas delante de un vampiro. Estaba
completamente segura de que ésa noche me haría una visita y todo volvería a
empezar.
Para mi sorpresa no fue así. Aunque cada vez que entraba, el temor se
apoderaba de mí. Sabía que ella lo notaba, pero no se molestó en demostrarlo.
De vez en cuando, un grupo de oficiales, se pasaba dónde quisiera que
estuviéramos. Supuse que ella les informaba de todo. Entraban, me
observaban y se iban por donde habían venido, no sin antes dejarme unos
golpes a modo de “regalito”. Yo respiraba aliviada, no volvieron a interrogarme.
La única conclusión que pude sacar era que estaba secuestrada.
Imaginé las negociaciones que se estarían llevando a cabo entre un bando y
otro. Mantenía la esperanza de que algún día, pudiera salir de ese infierno y
dejar atrás, y para siempre, a mi monstruo rubio.
Los días siguieron su impasible discurrir. Si habían cesado los golpes,
también lo habían hecho las visitas de mi carcelera, la verdad era que apenas
se dejaba ver.
Se limitaba a alimentarme, me conducía a darme mi baño diario y poco
más. ¿Era la calma antes de la tormenta? Las veces que me tocaba lavar la
ropa, me dejaba sola en el pequeño patio, hasta que acababa, golpeaba la
puerta, me abría y sin mirarme me volvía a encerrar. Y así, un día tras otro.
¿Acaso el diablo tenía un minúsculo corazoncito? Me negué en redondo a
creerlo, solo era algo pasajero, estaba convencida de que me esperaba algo
espantoso.
Las semanas que siguieron ni siquiera acompañaban a los oficiales que
venían en busca de noticias sobre mí. No entendía, nada de nada. Me sentía

20 AlanFox
Liebe Isabel Montes

extraña. Llegó al punto de dejarme el desayuno mucho antes de que yo me


hubiera levantado, las comidas y cenas me las pasaba a través del hueco a
modo de buzón de la puerta.
No hubo más baños ni ropa limpia. ¿No estaría pensando abandonarme
como un perro? Ese pensamiento me sobrecogió. No podía ser, no llegaría a
tal extremo. La vi correr en el patio interior que daba a mi lado de la celda y
suspiré aliviada. Todos los días, corría y corría sin descanso.
Una tarde abrió la puerta por fin. Me miró con su impertérrita cara, fijó
sus ojos en lo míos y me indicó que saliera. Extrañada, la seguí. Recorrimos
pasillos y bajamos escaleras que no había tenido la oportunidad de ver nunca.
Abrió una puerta más grande y la luz entró a raudales por ella, instintivamente
me tapé los ojos, demasiada luz, para mis ojos acostumbrados a las tinieblas.
Tardé un poco en recuperarme, cuando lo hice, salimos al exterior. Con los
ojos casi cerrados pude ver que nos hallábamos en un patio enorme, incluso
había unos cuantos árboles y una especie de jardín al fondo. La miré sin
comprender esperando a que me indicara el siguiente paso a seguir.
Me animó a que empezara a correr, no me moví, creí no haberla
entendido bien.
— ¿Quieres que corra? —le pregunté aún sabiendo que no me
entendía, acompañé mis palabras con gestos evidentes. Afirmó con la cabeza.
La obedecí, no entendía nada, pero más valía que hiciera lo que me
decía. Al cabo de un buen rato, paré, ya no podía más, el esfuerzo había sido
considerable dado mi estado general, pero me sentía bien y mucho más
cuando me sumergí en la cálida agua de mi querido tonel.
Me volví a quedar sola, me encerró y oí sus pasos alejarse. Yo cerré los
ojos, abandonándome a tan grata sensación. El esfuerzo había merecido la
pena, sentía mis músculos doloridos pero relajados.
El sonido de la puerta al abrirse me despertó de mi dulce letargo, tenía
los dedos arrugados por el efecto del agua. Traía ropa limpia y una toalla. Me
fijé en su pelo oscurecido y mojado. El flequillo le caía gracioso sobre sus

21 AlanFox
Liebe Isabel Montes

azules ojos. Se había cambiado de ropa, llevaba unos pantalones distintos,


unos zapatos más cómodos y una camisa con los botones desabrochados
justamente a la altura adecuada, dejando entrever la línea entre sus pechos.
Me pareció otra persona completamente distinta. Cuando fui consciente de que
la miraba, inmediatamente aparté la vista.
Salí del agua, me dio la toalla y me empecé a secar, ella salió
dejándome sola otra vez. ¿Pero? ¿Por qué hacía eso? No entendía nada, era
absurdo. Cuando me vestí, fui a llamar a la puerta para que me abriera, daba
por hecho que estaba cerrada como siempre. Me sorprendió comprobar que
estaba abierta, me paré en seco sin atreverme a dar un paso. Abrí con
cuidado, pero seguía sin moverme. No iba a caer en una trampa tan simple, en
el momento que pusiera un pie en el pasillo, una lluvia de golpes me daría la
bienvenida. Con gran sorpresa por mi parte, la vi sentada en un banco del
pasillo. Al verme, se levantó y me señaló el camino de vuelta a mi “suite”. El
corto trayecto lo hizo a mi lado, pero manteniendo una distancia unos pasos
atrás, la sensación extraña que tenía me descolocaba por completo.
Una especie de punto de inflexión desde que tuvo que cuidarme fue
gradualmente transformando su actitud conmigo. Distante, pero más flexible
por describirlo de alguna manera. Como si esperase a que yo la hablara o la
hiciera ver que me había dado cuenta del cambio producido en ella. La verdad
era que estaba mucho más receptiva.
Hasta el punto que todas las mañanas antes de desayunar, me ayudaba
a limpiar el patio de nieve.
Una manera más de vigilarme, pensé, no obstante.
En cambio, las comidas me las dejaba en el soporte del buzón de la
puerta y ni una sola vez se repitieron sus “siniestras visitas”, afortunadamente.
A pesar de todo, la falta de noticias del mundo exterior y la incertidumbre
de mi situación me desesperaba. ¿Cuánto tiempo más se alargaría mi sufrir?
Para colmo, el día siguiente amaneció gris y lluvioso. Esa mañana no se
presentó. Se limitó a dejarme la comida.

22 AlanFox
Liebe Isabel Montes

A media tarde, como era costumbre, nos dirigimos al cuarto de aseo. Me


paré en la puerta, ella me cogió del brazo obligándome a que continuara. No
pude evitar inquietarme.
Abrió unas puertas más grandes, pasamos a una sala enorme y llena de
toda clase de aparatos de gimnasia. Yo miraba sorprendida todo aquello,
después la miré a ella, se acercó a la ventana y miró fuera.
— ¿No podemos salir y has pensado continuar aquí? —Gesticulé.
Volvió a hacer un gesto afirmativo.
—Muy bien. ¿Por dónde quieres que empecemos?
Me señaló con el dedo y a continuación abrió los brazos abarcando los
aparatos.
— ¿Puedo decidir yo?
Me dijo, “sí” con la cabeza.
— ¿De verdad?
Volvió a asentir y una sonrisa discreta afloró en su cara. La miré
perpleja, ese gesto involuntario, por un instante, la hizo humana ante mis ojos,
me negué a pensarlo siquiera, y me obligué a centrarme en lo que en ese
momento nos ocupaba. Me dispuse a empezar. Levantó la palma de su mano
indicándome que esperase un momento. Se metió en una habitación contigua,
dejándome sola por primera vez, la sensación fue brutal, me sentía en medio
de la nada. ¿Y si hubiera aprovechado? ¿Pero crees que iba a dejártelo tan
fácil?
En ese momento volvió, se había cambiado y se había puesto una
camiseta blanca que mostraba su atlético cuerpo. Me dio la que llevaba. La
cogí y sin darme cuenta me quité la camisa, se fijó en mi cuerpo desnudo, por
un instante nos quedamos mirándonos a los ojos. Tuve ocasión de comprobar
la transformación que, poco a poco, se iba produciendo en ella y en nuestra
“relación” por llamarlo de alguna manera, sus ojos no tenían la mirada de las
otras veces, ahora transmitían todo, menos esa ferocidad aterradora. Puestos a
imaginar, hasta podría decirse que remordimiento. No obstante, yo esperaba

23 AlanFox
Liebe Isabel Montes

que se abalanzara sobre mí, pero en cambio y en un gesto inaudito, se dio la


vuelta hasta que me la puse.
Algo no encajaba. ¿Qué demonios pasaba?
—Estoy lista —dije prudentemente.
Empezamos y ella imitaba todos mis movimientos, puede resultar
gracioso, pero no olvidaba por un minuto quién era y dónde estaba. Así
establecimos una rutina. Correr por la mañana y después pasábamos parte de
la tarde en el gimnasio.
Para mí, supuso una vía de escape. Me ayudaba a entretenerme y pasar
las interminables horas ocupada y dejar mi mente descansar un poco. Era un
pequeño respiro y suponía volver, en cierta manera, a una normalidad
abstracta.
Procuraba agotarme para llegar al camastro y dormir directamente.
Tenía la impresión de que a ella le pasaba lo mismo, tenía una
resistencia asombrosa. Se notaba que le gustaba el deporte tanto como a mí.
“Si al final, hasta compartiremos gustos”, me reí para mis adentros.
Los estiramientos no se le daban muy bien, intentaba seguirme pero con
dificultad. Desinhibida me acerqué y cogí su brazo.
—Así, ¿ves? Subes poco a poco sujetándolo con el otro brazo al tiempo
que lo llevas hacia atrás.
Volvimos a mirarnos fijamente, sentía menos miedo, aunque era peor,
sentía más confianza. El contacto directo de su piel puso la mía de gallina.
Pasamos a las espalderas. Descansaba cuando yo lo hacía y los
reanudaba cuando yo me ponía en marcha.
Parecían haberse invertido los papeles gradualmente, casi
imperceptiblemente. Yo estaba al mando, y ella, se dejaba “dirigir” por mí. Era
yo quién decidía los ejercicios a realizar, ella obedecía sin más. Ridículo se
mirase como se mirase. ¿Qué pretendía demostrar con eso? No iba a
conseguir nada de nada. Era quién era y había hecho lo que había hecho.

24 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Acabamos corriendo alrededor del inmenso gimnasio. Sudaba por los


cuatro costados, nos sentamos en un banco para recobrar el aliento. Lo hizo
algo alejada de mí. Oía su respiración entrecortada y no pude evitar mirar su
pecho agitado.
“Por favor” me recriminé.
Se levantó y me vi otra vez sola. La tentación volvió de inmediato, me
imaginaba corriendo por los pasillos. ¿Y luego qué? ¿Cuánto tardaría en darme
caza? Ni siquiera sabía en qué piso estábamos, y mucho menos, dónde podía
estar la puerta de salida. Y si lo supiera ¿dónde iría? Estábamos perdidas en
medio de montañas y nieve. Aparté las absurdas suposiciones al sentarse otra
vez a mi lado. Me ofreció un vaso de agua que bebí de un trago.
—Gracias —dije secándome el sudor de la cara.
Otra vez, una tímida sonrisa quiso asomar a su rostro, tan efímera como
una ilusión. Se levantó y empezó a secarse ella también los brazos con
músculos perfectamente marcados, su cara, una hermosa cara, había que
reconocerlo. Pese a su fuerte aspecto, no dejaba de ser femenina.
El Führer tenía buen gusto a la hora de escoger a sus acólitos. Y era
evidente, que se preocupaba por que su estado físico fuera el mejor. De eso no
cabía ninguna duda. La pena es que estuvieran en el bando maldito y por su
culpa, ahora, estábamos inmersos en una sangrienta y cruel guerra, en un
intento para que el mal, que sus amorfas mentes habían engendrado, no se
extendiera por el mundo. ¿Había dicho mente? Eso era mucho decir. “Masa
gris” era más la descripción más acertada.
Me percaté que había estado mirándola todo ese tiempo cuando ella me
miró a su vez, mis manos se aferraban al asiento con fuerza y rabia. Relajé el
gesto y me levanté esperando sus siguientes órdenes.
El ambiente relajado que habíamos disfrutado hasta ese momento, se
esfumó de golpe. Las imágenes de su cuerpo encima de mí, me golpearon el
cerebro sin piedad. Si hubiera podido le hubiera dado su merecido ese mismo

25 AlanFox
Liebe Isabel Montes

momento. Pareció adivinar mis pensamientos y entristeció el gesto, se puso


seria.
Pasamos al cuarto de baños y antes de que me metiera dentro, salió.
Me introduje en el agua, su calor no fue suficiente para que me relajara. Me
sentía furiosa y con una gran impotencia. No podía permitir dejarme engañar
por unas buenas maneras que no conducían a nada. ¿Qué buscaba con eso?
¿Acaso hacerse perdonar? Jamás, solo tenía que esperar a tener la menor
oportunidad para hacer justicia.
Hundí mi cabeza en el agua sumergiéndome por completo. ¿Y si ésta
fuera la única solución? ¿Y por qué no? Seguro que era la mejor muerte de
todas las que me esperaban. Permanecí así unos minutos más, sentía la
presión de mis pulmones a punto de reventar, empecé a tragar agua al tiempo
que me despedía.
Medio inconsciente pude notar el fuerte tirón del pelo al tiempo que mi
cabeza salía del agua. Mi pecho no se movía y apenas noté el frío suelo debajo
de mí. Así como tampoco los esfuerzos que hacía por hacerme vomitar el
agua, su boca se afanaba en que llegara el aire a mis pulmones, tras unos
angustiosos minutos, empecé a toser haciendo que el agua fluyera como una
fuente por mi garganta y mi nariz. Me ayudó a sentarme, al tiempo que me
cubría con una manta. No dejaba de toser, mis pulmones luchaban por llenarse
del aire que les faltaba. Cuando me recobré, estaba mareada, no me atrevía a
mirarla, me lo había jugado todo a una carta y había perdido, ahora, tendría
que asumir las terribles consecuencias.
Levanté la vista y la miré. De pie frente a ella, volvía a tener ésa mirada
afilada que cortaba como un cuchillo invisible, estaba enfadada y mucho. Me
preparé para lo peor.
Me cogió con fuerza y con la furia de las otras veces, desnuda, me llevó
por los pasillos, mis pies descalzos se helaban al contacto con las gélidas
baldosas.

26 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Me sujetó por los hombros con tal fuerza, que parecía fueran a
dislocarse. Me tiró encima de la cama, mirándome con una mirada terrible y
estremecedora, sabía que de ésta, no me libraba.
Me miró unos segundos más, tirándome la ropa con desprecio. Esa
noche no me llevó la cena, ni el día siguiente, alimento alguno.
Por fin al tercer día, sí lo hizo, cuando terminé de comer, fue a
buscarme. No se molestó siquiera en mirarme, recorrimos el pasillo con pasos
rápidos. Mientras íbamos no sabía dónde, el temor a que durante esos días sin
saber de ella los hubiera empleado en decidir a conciencia mi castigo, me
hacía sentir un vértigo espantoso.
Se detuvo en la puerta que daba al patio, la abrió y me empujó para que
saliera fuera. Me quedé sin saber muy bien qué hacer, estaba confundida. El
empujón me hizo entenderlo al momento, empecé a correr despacio, ésta vez,
ella no me acompañó.
A la media hora volvió, la seguí hasta el gimnasio y me volvió a dejar
sola.
Decidí volcarme en los aparatos y machacarme, el cansancio me
ayudaría a dormir sin pensar en nada. Esta vez tuvo mucho cuidado de no
dejarme sola en el baño, se sentó en el banco de la ventana mirando a través
de ella mientras me bañaba.
Tenía razón, el cansancio del duro ejercicio hizo que me durmiera
profundamente.
Los días siguientes no cambió su rutina. La efímera proximidad que
pudo haber entre nosotras se esfumó como el humo. Otra vez, volví a acarrear
los pesados leños después de haberlos serrado y a ocuparme de la limpieza de
las estancias del piso dónde nos encontrábamos y algunos extras. Como por
ejemplo, fregar de rodillas, el interminable pasillo helado.
Después de dar el visto bueno, me encerraba hasta el día siguiente. Oí
un ruido desde mi celda, extrañada, miré por la ventana. La vi corriendo de
nuevo por el patio que daba a los muros de su lado. Me senté en el camastro.

27 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Por muy patético que me pudiera parecer, la verdad era, que me hubiera
gustado hacerlo con ella, echaba de menos los días del gimnasio. O tal vez, la
razón era, por ser la única persona ¿”humana”? con la que podía mantener
contacto. Sí, ésa era la única razón. Añoraba hacer cosas normales como la
gente normal, aunque era perfectamente consciente, de que tendría que pasar
mucho tiempo para llegar otra vez a eso.
Durante varias semanas, poco a poco, la intensidad de las tareas
impuestas empezó a disminuir. Debió decidir, que ya había pagado mi castigo.
Ese día lo recordaré siempre, fue el principio de todo. Nos
encontrábamos en unas circunstancias atípicas que pocas veces suceden, y
cuyas consecuencias, desencadenaron unos acontecimientos inesperados y
sorprendentes.
Como era costumbre entró en mi celda, pero esta vez, sin bandeja.
Supuse que ese día no comería.
Me indicó que la siguiera, resignada, lo hice. Otra vez el mismo pasillo,
las mismas baldosas, el mismo camino, todo lo mismo. ¿Qué me esperaría
esta vez? No lo imaginaba siquiera. Si me lo llegan a decir, me hubiera reído
en su cara.
Subimos un piso, nunca había estado en esa parte. Anduvimos por otro
pasillo y llegamos, abrió una puerta.
Era una sala enorme, más bien, una especie de pequeño apartamento.
En el lado derecho una cama con dosel, se veía que era antigua, me pareció
preciosa con su mesilla y un armario de madera oscura. Y hasta una pequeña
estufa. Una puerta abierta dejaba entrever un cuarto de baño.
El lado izquierdo hacía las veces de un pequeño salón comedor. Un
pequeño sofá y a su lado un butacón. Junto a la ventana una mesa y dos sillas.
Al lado de la puerta de la entrada una pequeña estantería con varios libros.
Una chimenea lo presidía. Dos ventanales enormes remataban la
estancia. El fuego estaba encendido y me fijé en la mesa. Mi comida me
esperaba. La miré perpleja. Ella no dijo nada, cerró la puerta y se marchó.

28 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Me quedé aturdida e impresionada. ¿Iba a ser mi sitio a partir de ahora?


¿Pero qué estaba pasando? Un pensamiento fugaz me mortificó. Solo podía
significar una cosa. Mañana no estaría entre los vivos, no había duda. Me
senté a la mesa, pero apenas probé bocado. El nudo de mi estómago me lo
impedía.
¿Hasta dónde podía llegar su crueldad? Toda clase de comodidades
para luego…
Ni siquiera la oí cuando entró. Miró el plato y luego a mí.
— ¿Qué más da morir con el estómago lleno o vacío?
No pude por menos que decirle, ya todo me daba igual, mis horas
estaban contadas. Frunció el ceño en un gesto de incomprensión, cuando se
dio cuenta, negó con la cabeza enérgicamente.
— ¿Quieres decir que he cambiado de aquello a esto? —Afirmó con la
cabeza—. ¿Por qué? Encogió los hombros al tiempo que hacía un gesto con
las manos, como diciéndome ¿por qué no? Yo la miraba atónita, incrédula,
incapaz de asimilar la nueva situación. Más que un rehén, parecía una invitada.
Cada vez estaba más desconcertada. Aquella sala podía ser perfectamente un
hogar típico de cualquier ciudad, aunque no podía evitar tener la escalofriante
sensación de estar en un decorado provisional, no siendo más que un refugio
de papel, y que de puertas afuera, el horror andaba suelto campando a sus
anchas. Poco a poco fui acostumbrándome a eso también. No había más, así
que…
Esa noche después de cenar me senté en el sofá. Miraba las llamas, la
nostalgia me llevó a pensar en mi familia, en mi país, en mi ciudad. Si pudieran
verme ahora, estaba claro que pensaban que de no estar muerta, estaría
padeciendo toda clase de sufrimientos.
Me moría por estar con ellos. Me obligué a no pensar más, intenté dejar
la mente en blanco.
La puerta se abrió. Vino directamente a mí. Mis alarmas sonaron de
inmediato y con toda la razón.

29 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Me puse de pie y pegué mi espalda a la pared. Levantó mis brazos sin


dejar de mirarme, y sujetando mis manos con las suyas, las apoyó con cuidado
en la pared. Me besó directamente, pero sin brusquedad. Yo no movía un solo
músculo, no quería más golpes, además ¿para qué? No tenía escapatoria.
Besó mis labios con besos cortos, atrapándolos con los suyos y
presionándolos suavemente. Empezó a desnudarme, yo me dejaba, de
momento no había dolor, pero estaba segura de que no tardaría en llegar. Me
besó el cuello, lo acarició, volvió a besarme en los labios, muy despacio, la
punta de su lengua recorrió de nuevo mi cuello, involuntariamente se me puso
la carne de gallina. Sus dedos acariciaban mis pechos, unos dedos suaves y
sensibles que llegaron a desconcertarme, acariciaban mis pezones que
respondieron a tan gratificante estímulo. Su boca bajaba lentamente por mi
piel.
Con besos tiernos recorrió el cauce de mis pechos. Sus manos me
envolvían en una caricia mimosa.
Estaba totalmente descolocada. Acostumbrado a otra cosa, mi cuerpo
empezó a responder por su cuenta, dejándose convencer por su falsa dulzura y
desobedeciendo las órdenes de mi cerebro que se negaba. Mis pechos se
entregaron a una boca excitada que jugaba con ellos sin hacerles ningún daño
esta vez. Poco a poco, mi cuerpo se empezó a rebelar para que le dejara
disfrutar de lo que recibía.
Incrédula, me negaba a entrar en su juego. Cuando sus labios besaron
más abajo de mi cintura, otra parte de mí se puso en pie de guerra cobrando
vida y dejando que la naturaleza siguiera su curso cuando unos dedos lo
acariciaron suavemente, mojando sus yemas.
Mi cuerpo luchaba por convencerme aliándose con ella. Las pocas
barreras que pudieran existir se vinieron abajo inexorablemente como un
castillo de naipes. Mi cerebro también sucumbió sin remedio a su pasión.
No pude evitar entregarme, ya sin voluntad, a tan dulce momento.
Respondiendo incluso a sus besos.

30 AlanFox
Liebe Isabel Montes

No quería, por supuesto que no, pero jamás había sentido nada
parecido, el placer era tan intenso que me resquebrajaba, sus caricias seguían
cumpliendo eficazmente su misión, embrujándome. Yo, estaba a punto de
estallar.
No creía estar con la misma persona. Su mano dejó el camino libre a su
boca, yo me apoyaba en la pared y me sujetaba a su pelo, mientras me
deshacía en placer, sintiéndola jugar a su antojo.
Me negué a tener un orgasmo, me lo prohibí, pero sabía que era inútil,
imposible, inevitable. No quería darle la satisfacción, de ningún modo, pero me
sentía atrapada sin remedio.
El placer era inimaginable, me rompía por dentro, a cada beso, a cada
caricia, y ahora, con todo mi ser entregado a ella, no pude evitar gritar cuando
el orgasmo casi me dejó sin sentido.
Sin fuerzas, sin apenas poder respirar, tiré de ella e hice que se
levantara y dejándome llevar por la vorágine del momento, fuera de sí, la besé
sin control con ansia, ella respondió, y volví a sentir la caricia de sus dedos,
que involuntariamente, provocaron un movimiento rítmico de mis caderas
pidiendo más. Ahora fui yo, la que buscó desesperada el contacto de su boca.
Esta vez me tuve que aferrar a su cuello para no caer redonda. Las
piernas no me sostenían, temblaba como una hoja, intentaba recuperar el ritmo
de la respiración para evitar que el corazón se me saliera del pecho. Notaba su
abrazo cálido y me regodeé en él unos minutos con los ojos cerrados.
Saboreando el placer que inundaba mí ser.
Cuando pude recobrar la calma, la empujé para separarla, y con todas
mis fuerzas, le di una tremenda bofetada que por poco la tira. Ella no dijo nada,
aguantó el golpe, su mejilla empezaba a ponerse roja, bajó la vista y me dejó
sola.
¿Pero qué había hecho? ¿Me había entregado a… a una…? La rabia
que sentía era insoportable.

31 AlanFox
Liebe Isabel Montes

¿Pero cómo había dejado que pasara? Fui a la cama tirando la colcha y
las mantas al suelo y dando puñetazos al colchón, intentando apagar la
confusión que me mataba. Esa noche tardé en dormirme.
Cuando me desperté, el desayuno estaba preparado encima de la mesa
y hasta había encendido la chimenea. No la oí en ningún momento. Me
levanté. Las imágenes de ésa noche volvían una y otra vez, me negué a
pensar en ello, todavía conseguían enfurecerme.
Me extrañó no haber tenido mi justo castigo a mi osada y dolorosa
respuesta, pero no lo tuve. Estuvo dos días sin aparecer, las puertas
permanecían abiertas y yo hice mi rutina diaria. No me faltó la comida, pero la
dejaba procurando que no la viera. Parecía haberse esfumado. Las imágenes
de su última “visita” no me dejaban. Si pretendía desconcertarme lo había
conseguido, haciendo que me encendiera de rabia.
Campaba a mis anchas dentro de los límites establecidos. Pasó una
semana y empecé a tener una sensación extraña. Me veía ahí sola, casi
hubiera preferido mi antigua situación de puertas cerradas. Las paredes
parecían querer engullirme con su silencio. Una nueva forma de castigo, tenía
que reconocer que no estaba nada mal. Esa gente, sabía muy bien cómo hacer
daño, desde luego que sí.
Me di un baño rápido y me vestí, al salir del cuarto, me encontré con la
puerta abierta, me acerqué con cuidado, me asomé y no la vi. Me fijé, había
dejado una vela frente a la puerta, levanté la vista, y vi otras más, separadas
por unos metros y que parecían conducir a algún sitio. ¿A qué venía eso?
Estuve a punto de cerrar la puerta y aislarme, pero la curiosidad me pudo y
empecé a recorrer el camino que se me indicaba. Y así, llegué al patio, salí al
exterior y tampoco estaba allí. Pero antes, sí. Había quitado toda la nieve
acumulada. Supuse que quería que hiciera ejercicio, así que empecé a correr.
Me vino bien, me ayudó a relajarme y a no pensar en esa noche.
Aunque una parte de mí, no tuvo más remedio que reconocer que se
había sentido deseada, y no forzada. Era una sensación extraña, que parecía

32 AlanFox
Liebe Isabel Montes

luchar contra mi otra mitad, la que se negaba a creer en cuentos. ¿Acaso iba a
perder el sentido común?
Cuando terminé, al entrar, pasé por el gimnasio aprovechando que ya
había calentado motores, ella seguía sin aparecer. Mejor, mucho mejor.
Aunque la sensación seguía. Hice doble sesión de todo, quería cansarme para
que mi cabeza dejara de dar vueltas, las imágenes iban y venían una y otra
vez. ¿Te has vuelto loca?
No pude evitarlo y me dirigí hacia mi celda. La puerta estaba cerrada
con llave. Increíble, pero cierto.
Volví sobre mis pasos y me encaminé a la cocina, seguro que allí la
encontraría, pero también estaba cerrada a cal y canto, resignada volví a mi
habitación o mejor dicho “apartamento” sonreí para mis adentros.
Era más de mediodía cuando entré, había puesto la mesa y me había
dejado la comida. Miré por la ventana, me resultaba extraño no haberla visto.
Me impresionó ver los campos nevados por completo, todo el paisaje era de un
blanco inmaculado, no había dejado de nevar en toda la noche. El camino
había desparecido.
Volví a pensar en ella ¿Estaría avergonzada? ¿Y eso, qué más daba?
Yo sí, estaba enfadada y mucho.
Pero tenía que admitir, que esta vez, no había tenido nada que ver con
las anteriores por mucho que me costara aceptarlo. Pero lo había vuelto a
hacer sin mi consentimiento, otra vez. Solo había un nombre para eso.
Al terminar de comer, pensé que vendría a retirar la bandeja, pero no fue
así. Dudé sobre qué hacer, fui a la puerta, seguro que estaría esperando en el
pasillo, miré a un lado y a otro, nada.
Creyendo adivinar sus intenciones, cogí la bandeja dejándola en el suelo
del pasillo y cerré la puerta.
Estaba molesta. No me gustaba nada sentir esa soledad, tenía la
sensación de vivir con un espíritu.

33 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Casi era de noche cuando cerré el libro. Me levanté y salí. Nunca volvió
a encerrarme, podía entrar y salir con total libertad. Otra vez el pasillo lleno de
velas. “Si quieres jugar, jugaremos” dije hablando sola.
El curioso camino me llevó a una sala pequeña. Varios baúles y cajas
esparcidos por ella. Los abrí con curiosidad y comprobé con sorpresa que
contenían cuentos y discos. Siempre me han gustado los cuentos y libros
antiguos, incluso poseo una pequeña colección. No supe el tiempo que estuve
entretenida mirándolos. Noté algo de frío y decidí regresar.
A medida que me acercaba, creí estar confundida. Era música. No podía
ser. La puerta estaba entreabierta, por un momento, albergué la esperanza de
que estuviera dentro, abrí con cuidado.
Desilusionada comprobé que no estaba. Unas velas iluminaban la
estancia. Me pareció precioso, la calidez de su luz envolvía la habitación en
una escena acogedora. ¿Aparecería en cualquier momento? Solo había puesto
un servicio.
Me serví un poco de vino y me senté. La cena estaba deliciosa. La sopa
me reconfortó y el pescado estaba en su punto. Y la compañía de la música
hizo que disfrutara al máximo del momento. Cuando terminé, me serví otra
copa de vino y me senté frente a la chimenea. Puse la música de nuevo. Me
encantaba la música, hacía que las cosas parecieran diferentes.
¿Por qué se tomaba tantas molestias? ¿Quería hacerse perdonar de
alguna manera? ¿Es qué no nos veríamos más? Pensar en ésa posibilidad no
me gustó.
No entendía que pasaba conmigo, por mucho que quisiera odiarla o
intentar convencerme a mí misma, la verdad era que no había dejado de
pensar en esa noche. Había hecho que fuera algo especial, como si quisiera
decirme que no era un monstruo y que era capaz de amar, o al menos, hacerlo
sin violencia. Me dejé llevar por las imágenes que venían a mi mente y notaba
el deseo apoderarse de mí. ¿Vendría esa noche? “No eres más que una

34 AlanFox
Liebe Isabel Montes

estúpida o has acabado por volverte loca” me recriminé. Fui al cuarto de baño y
me preparé uno de relajante espuma. Me hacía buena falta.
Me desnudé y me metí en la bañera. El broche perfecto para una noche
relajada. Aunque hubiera sido mejor si hubiera aparecido, aunque solo hubiera
sido un momento, por curioso que pudiera parecerme, la extrañaba.
Eché la culpa al vino al sorprenderme pensando en ella. Era guapa,
desde luego, y esos ojos que tenía te podían atrapar sin darte cuenta. Sus
labios, sus manos, me habían mostrado su lado más tierno, erizándome la piel.
Pensé en el placer que me hizo sentir y sin poder evitarlo empecé a
acariciarme pensando en ella. Deseé que hubiera sido su deseo el que me
hubiera hecho llegar al final, abrí los ojos. ¿Pero a dónde iba a llegar? Salí del
agua y me sequé, estaba rabiosa. ¿Qué diablos pasa contigo? ¿Estás
perdiendo la cabeza? Cuando terminé de secarme el pelo. Me acosté sin
permitirme más. Ya había sido más que suficiente.
Al día siguiente me dejó el desayuno frente a la puerta. Di por hecho,
que no quiso correr el riesgo de despertarme. Cuando terminé hice mi rutina
diaria que incluía la limpieza de mi habitación.
Por la tarde, fui a salir y de nuevo, tenía otro camino hecho de velas. En
esta ocasión me llevó a un sitio distinto. Era la cocina, me pregunté el motivo.
Encima de la mesa, un pequeño pastel era de fresa y chocolate, a su lado
había dejado otro cuento: “Alicia en el País de las Maravillas”. Abierto por la
página en la que celebra su “no cumpleaños” me hizo sonreír. Una copa de
champán, completaban el escenario. Probé un pedacito.
— ¿Lo has hecho tú? —Pregunté al aire—. Está delicioso. Cogí mi copa
y levantándola, dije: »Por ti.
Volví a mi habitación dispuesta a acabar con esta historia absurda. ¿Por
qué no aparecía?
La nieve no dejó de caer, era evidente que estábamos aisladas en ese
remoto lugar dónde quisiera que nos encontráramos. A eso se debía, que los
“zombies” no hubieran vuelto. Me sentía cada vez más enfadada con ella.

35 AlanFox
Liebe Isabel Montes

¿Qué pretendía? ¿Es que no iba a aparecer nunca más? Pues si creía que le
iba a seguir el juego, estaba completamente equivocada.
Dejé de comer, le devolvía las bandejas sin tocar, no salía de mi
habitación, me rebelé por completo.
Me levanté de madrugada, me senté en el butacón, dispuesta a esperar
lo que hiciera falta. Encendí una lámpara y me puse a leer. Esa mañana
tampoco vino. Ya no aguantaba más, salí dispuesta a machacarme corriendo.
Una tarde calculó mal. Entré en mi habitación, ella salía del baño con
unas toallas. Se quedó parada por un momento, yo la miré fijamente. Desvió la
mirada y fue a salir. Me interpuse en su camino, apoyándome en la puerta. No
tuvo más remedio que mirarme. Pude comprobar la tristeza que transmitían sus
azules ojos. Estuve a punto de pedirle que habláramos sinceramente de una
vez por todas. Pero en vez de eso, me aparté, abrí la puerta y dejé que se
marchara.
Yo seguí en mis trece, no tocaba un plato. Surtió efecto y por la noche
entró, me dejó la bandeja y esperó a que empezara a comer para marcharse.
Por su parte, ella parecía haber imitado mi actitud, había adelgazado
bastante.
Al día siguiente hice como si nada, continuando mis ejercicios cuando se
puso a mi lado imitándome. Eso sí, sin mirarla en ningún momento. Ella notó mi
cambio y me miraba a su vez, disimuladamente. Yo no cedí, y así, al día
siguiente y al otro. ¿Qué se pensaba?
Todas las mañanas era ella quién limpiaba el patio. Y cortaba la leña.
Parecía haberse dado por vencida, dejó de correr conmigo, supuse, que para
evitarse mi indiferencia.
Pero, ya no pude resistir por más tiempo su dócil actitud.
Esa mañana entró en el patio para tapar bien los leños apilados,
empezaba a nevar otra vez. Yo la seguí, quería evitar que se marchara. No
pudo evitar decirle.
—Danke…

36 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Hizo un gesto de sorpresa al darle yo las gracias en su idioma, se dirigió


a la puerta.
—Espera, por favor.
Se detuvo.
— ¿Va a ser así siempre? ¿Es otra forma de castigarme?
Seguía sin atreverse a mirarme.
— ¿Es por lo que pasó?
Se movió incómoda.
—Por favor, partamos de cero ¿De acuerdo? Esto es peor que cuando
estaba encerrada.
Suspiró. Lo estaba pasando mal, era evidente, me compadecí.
—Gracias —le dije en un tono más suave—. Te agradezco todos los
detalles, gracias otra vez.
Relajó el gesto, pero se marchó sin conseguir que me mirase.
Mis palabras parecieron hacer efecto. Al día siguiente apareció y
reanudamos nuestra rutina. Empecé a notarla algo más relajada en su trato
diario y eso hizo, que los días transcurrieran en una relativa calma. Nos
acostumbramos a la mutua presencia día tras día. Tenía que reconocer que
había cambiado, y mucho, mi situación allí. Pasábamos semanas solas por
completo. Y eso influía en el trato cotidiano. Empezamos a relacionarnos de
forma distinta. Poco a poco, pasamos a ir dejando de lado la relación impuesta.
Nos fuimos relajando para de alguna forma, buscar la fórmula y acompañarnos
de una manera más natural.
Nos estábamos convirtiendo en dos mujeres que se apoyaban la una en
la otra, intentando escapar de su realidad.
Su actitud cambiaba gradualmente a mejor en todos los aspectos,
guardaba la distancia respecto a mí, atrás quedaron los peores momentos, y
ahora, era otra persona completamente distinta. Iba descubriendo su verdadero
yo y la verdad era que no tenía nada que ver con la que conocí en un principio.

37 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Había veces, que parecíamos olvidar lo que ocurría de puertas para


fuera. Y empezamos a construir nuestro “nuevo mundo” entre esos muros.
Tengo que reconocer que era afortunada, era impensable que mi
situación allí hubiera derivado por otros derroteros que no fueran torturas,
palizas y sufrimiento. Podía estar pasándolo muy mal, incluso siquiera seguir
existiendo. Y la verdad era que, gracias a ella y a su sorprendente y radical
cambio de actitud, todo eso estaba siendo posible. A pesar de todo, ni un solo
día, dejé de pensar en mi familia.
Llevaba esa pena dentro de mí.
Me sorprendía pensando en ella, cada día esperaba a que viniera en mi
busca. Más sorprendente e insólito era el sentirme a gusto a su lado. ¿Pero
qué pasaba? ¿Cómo me puedo sentir así cuando ha hecho conmigo lo que ha
querido? Mi lucha interna era interminable. Aunque tenía que reconocer que el
recuerdo de esa noche pudo con las anteriores. Y las dos sabíamos lo que
estaba pasando. Ya nada entre nosotras fue lo mismo. Ese algo especial que
compartimos aquella noche nos unió con su hilo invisible.
Hacíamos el trabajo juntas tanto fuera como dentro. Yo lavaba y tendía,
mientras ella se encargaba de la comida. Después, era el turno del ejercicio y
así, día tras día, hora tras hora.
Horas que cada vez, se hacían mucho más llevaderas.
Una tarde me hizo pasar a otra estancia, nunca habíamos estado por
esa parte, ese lugar debía ser un castillo o una fortaleza bastante grande.
Sorprendida descubrí que era una biblioteca. Innumerables cantidades de
libros nos rodeaban. “Vaya. Si saben leer y todo. ¿Pero no les encanta ver
como se queman en sus piras?”
La miré sin comprender. Me señaló un libro abierto encima de una mesa.
Me acerqué. Se trataba de un libro de gramática alemana. Volví a mirarla sin
entenderlo. Se sentó frente a mí y me indicó que la imitara.
— ¿Pretendes que aprenda alemán?
Asintió.

38 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Pero cómo puedo hacerlo sola?


Se señaló ella.
— ¿Lo vas a hacer tú?
Sin perder tiempo nos pusimos a la tarea, empezamos por el alfabeto. Y
eso, me dio la oportunidad de escuchar su voz por primera vez en todo este
tiempo. A pesar del fuerte acento era profunda a la vez que dulce. Según me
leía las letras, yo sin saberlo, la miraba fijamente. Ella se dio cuenta y me miró
a su vez.
—Tienes una voz preciosa…
No me creía lo que acababa de decirle. Sin dejar de mirarme me
contestó: “Mercy” con un marcado acento.
La miré estupefacta:
— ¿Sabes mi idioma?
—No muy bien, sólo me defiendo —siguió diciendo torpemente en
francés.
— ¿Y por qué no me has dicho palabra en todo este tiempo?
—No era necesario. Y ahora continuemos.
Seguí mirándola por unos minutos totalmente descolocada. Y de ésa
manera, volví a reanudar mis lecciones de alemán.
Un día al llegar a la biblioteca, ella me esperaba sentada en el poyete de
la ventana, me acerqué.
—Buenos días.
—Tengo un regalo para ti —dijo con gran esfuerzo en mi idioma.
— ¿De verdad?
—Sí —me contestó al tiempo que me daba un libro—. “El Principito”.
Lo miré incrédula.
— ¿Cómo ha llegado esto aquí?
—Bien oculto. Me lo envió mi hermano. Vive en Estados Unidos.

39 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Tienes idea de las consecuencias si llegan a enterarse?


—Más o menos —sonrió.
— ¿Primera edición?
Sonrió con timidez.
—No puedo aceptarlo.
—Sí puedes. Quiero que lo tengas tú.
Me hizo sentir un escalofrío que me conmovió. El que quisiera que yo
tuviera ese libro, significaba tanto o más, que el hecho de haberlo guardado y
escondido todo el tiempo. Eso me dijo todo de ella. La miré dejando asomar lo
que sentía en esos momentos, ella esquivó mis ojos.
—A cambio te propongo algo.
Me miró con curiosidad.
—Me tienes que dejar enseñarte francés.
Lo sopesó durante unos segundos.
—De acuerdo. Muy bien.
—Apuntas en este cuaderno lo que tengo que hacer y mañana lo traeré
copiado y aprendido.
— ¿Mañana? Creí que íbamos a hacerlo ahora.
—Yo sí, pero sola.
— ¿Por qué?
—Lo prefiero así.
— ¿Puedo saber el motivo?
—Por nada en especial —se levantó y se marchó.
A la mañana siguiente, me fue a buscar. Permanecí sentada.
— ¿No te encuentras bien?
—Perfectamente.
—Pues entonces vamos.
—No pienso ir. Y tampoco pienso seguir estudiando.

40 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Pero tienes que hacerlo.


—No —contesté tajante.
Se sentó a mi lado.
—No, hasta que me digas porque no podemos estudiar juntas.
Dudaba.
—Estoy esperando.
—Podemos practicar conversación, será suficiente.
— ¿Y a la hora de leer? ¿Sabrás lo que significan las palabras?
Volvió a coger aire.
—Está bien, lo haremos como quieres —dijo en tono resignado.
—Entonces vamos, estamos perdiendo el tiempo. — Me siguió a
regañadientes.
Al saber ya algo empezamos directamente con frases sencillas. A veces
fingía no haberme entendido y me hacía repetir las palabras. Yo me daba
cuenta y la reprendía.
—Como vuelvas a hacerlo te castigaré con más deberes, le decía
divertida.
—No lo haré más, te lo prometo —me sonrió con una mirada traviesa.
Me provocaba, no había duda. ¿Quién se podía concentrar? Nos
dejamos llevar por nuestro propio juego y seguimos con la clase.
—Y ahora, léelo tú.
Lo intentó, pero nada bien.
—No, ésta letra lleva “ch” no “al” ¿lo ves?
—Ah, sí.
—Prueba con ésta otra, el resultado fue el mismo.
Algo empezaba a no encajar.
— ¿De verdad sabes algo de francés?
—Ya casi no me acuerdo —se excusó.

41 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—No lo entiendo, lo pronuncio yo y sabes lo que significa, pero a la hora


de leerlo… —me di cuenta de inmediato.
—Lee ésta de aquí.
— ¿Esta?
—Sí.
Observé los esfuerzos que hacía.
—No hay mucha luz.
— ¿Por qué no me lo has dicho?
— ¿El qué?
—Que usas gafas.
—No las necesito.
— ¿Cómo qué no? —Sonreí—. Por eso no puedes leerlas bien. No pasa
nada, es normal.
—Lo será, pero yo veo perfectamente. Solo que hoy estoy cansada, eso
es todo.
— ¿Cuál es el problema?
Me divertía su actitud.
Cogió un lapicero y empezó a jugar con él sin atreverse a mirarme. Era
la segunda vez que lo hacía, cuando adoptaba esa actitud inocente, no era
consciente de lo que provocaba en mí.
—Me da vergüenza —confesó por fin.
Sonreí ante su respuesta.
—Mucha gente las lleva, — sin darme cuenta puse mi mano en su
brazo. Me estremecí. Ella no rechazó el contacto.
—Ve a por ellas, anda.
Seguía sin decidirse. Me miró e hizo un gesto de fastidio. Se levantó.
Observé cómo salía.

42 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Estábamos en guerra, yo miembro de la resistencia, estaba secuestrada.


Ella, un oficial del ejército alemán y mi carcelera, y ahí estaba yo,
convenciéndola para que se pusiera una gafas. De locos, absurdo,
absolutamente de locos. Pero la verdadera razón era que estábamos
necesitadas de una rutina y un trato normal, y hacíamos todo lo posible por
lograrlo, aunque no fuéramos siquiera conscientes de ello. La necesidad era
tan fuerte y brutal que la buscábamos de cualquier forma.
Al volver las traía en la mano. La miré esperando. De muy mala gana se
las puso.
—No te quedan nada mal —intentaba no reírme al ver su apuro.
—Puedes reírte todo lo que quieras.
— ¿Pero a qué viene tanta reticencia?
—No quiero necesitarlas.
— ¿Y qué más da? ¿Sabes? Sigues estando guapa.
Me miró sorprendida.
—Gracias.
“Irresistible… ¿Y si?”
—Bueno, y ahora continuemos. Ya no tienes excusa para no aplicarte —
intenté disimular.
Me hubiera dado de cabezazos, contra la pared. Estaba siendo
imprudente y mucho. Pero su actitud infantil me pudo. Era como si al conocer
su lado más oscuro, ahora al mostrarme el contrario, tuviera necesidad de
agarrarme a esa nueva y desconocida faceta de su personalidad.
Cada vez avanzaba más con mi nuevo idioma. Al tiempo que ella,
perfeccionaba el francés. Siempre me había gustado y se notaba en los
progresos que hacía. Me pasaba horas, hasta bien entrada la noche,
estudiando con ahínco. Y ella debía hacer lo mismo, porque también
adelantaba a pasos agigantados.

43 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Cada vez tenía más claro que me buscaba de cualquier manera,


continuamente llamaba mi atención.
Yo entré en su juego de lleno sin darme ni cuenta. Me atrapaba poco a
poco.
— ¿No has hecho los ejercicios? —Le dije fingiendo reprenderla.
—Eran muy difíciles —contestó encogiéndose de hombros.
—Entonces tendrás que esforzarte más.
Me miró con una expresión de ingenua culpabilidad que consiguió tocar
algo dentro de mí. Ella lo notó y por eso lo hacía. Sabía perfectamente el
resultado.
Acostumbramos a hablar las dos lenguas. Los días pasaban volando
entre la gimnasia y el estudio e incluso me enseñó a montar en una moto que
ella utilizaba para desplazarse.
El enorme patio sirvió de improvisado circuito. Me explicó las marchas y
dónde estaba el embrague, los frenos y todo lo demás.
—Esto de aquí son las ruedas, esto el faro y aquí es dónde te sientas.
—Entonces diría que es una moto ¿no? —le seguí la broma.
— ¡Vaya! Primera lección superada.
Le hice una mueca de burla. Ella se rió y volvimos a quedarnos mirando
en silencio.
—Voy a arrancarla, fíjate bien.
Cogió el manillar y con un movimiento brusco del pie, movió una
palanca, al tiempo que aceleraba.
Volvió a pararla.
—Ahora prueba tú.
Para mi sorpresa lo hice a la primera.
—Mi alumna es una aventajada. ¡Qué bien!
— ¿Acaso lo dudabas?

44 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Te confieso que no —me dijo seria.


Yo correspondí con una mirada directa que hizo que se cohibiera, lo que
provocó un nudo en mi estómago. La luz del sol le daba en su pelo rubio y
convirtió el azul de sus ojos en algo tentador, era guapa, demasiado.
Me enseñó a meter las marchas. Lo hizo varias veces, yo trataba de
prestar toda mi atención, pero ésta no atendía a razones.
—Ven —me dijo echándose hacia atrás y dejándome sitio.
Yo me puse nerviosa, ése, era un contacto demasiado directo. Me cogió
de la mano y me ayudó a sentarme.
El sentirla tan cerca era turbador, estaba segura que ella sentía lo
mismo porque durante unos segundos no nos movimos ni dijimos palabra.
—Bien vas a dar tu primera clase.
“¿Y cómo se suponía que me iba a concentrar?”
Se pegó a mí y puso sus manos en el manillar, su cara también pegada
a la mía. Todo mi cuerpo se convulsionó, traté de controlarlo.
—Observa bien, aprietas aquí al tiempo que con el pie izquierdo metes
la marcha para que la moto eche a andar. ¿Lo ves? Hazlo tú. —Lo intenté,
pero se calaba una y otra vez.
—Lo mejor será dejarlo por hoy —dijo levantándose.
No me quise dar por vencida, volví a intentarlo y a la segunda fue con
éxito.
— ¡Lo has logrado! —Dijo entusiasmada—. Ahora la segunda, no pares.
— ¡Me muevo! ¡Voy sola!
— ¡Despacio! ¡Así, vas bien!
Después de un par de vueltas más, me detuve y la miré con una
expresión de triunfo, ella me miraba con… Ni siquiera sé cómo describirlo. Otra
actividad a sumar a las otras. Esos días, hicieron del infierno un oasis de paz.
No olvidaría nunca que ella fue quién me condujo a él. Parecía haber
quedado definitivamente atrás la otra, la mala, la perversa, tenía la impresión

45 AlanFox
Liebe Isabel Montes

que de todo ello, había surgido un alma atormentada que no buscaba, sino,
redimirse haciéndome todo más fácil y llevadero.
Nos pasábamos tardes enteras, entretenidas en largas partidas de
ajedrez. Me resultaba muy difícil meterme en el juego. Frente a la chimenea
con una copa de vino y música. Acompañadas tan sólo por el silencio, nuestro
silencio.
— ¿Te apetece seguir?
Me dijo al ir a mover una ficha que no tenía nada que ver.
—Sí, claro —contesté por decir algo. Toda mi concentración estaba en
otra parte.
Movió ella.
— ¡Eh! Me tocaba a mí.
—Era para ver si estabas atenta, hoy pareces distraída.
Ella hacía trampas apostaba y cuando se lo echaba en cara, fingía no
saber de qué le hablaba. No dejaba de provocarme y jugar conmigo. Era como
si necesitara llamar mi atención constantemente. Confieso que me gustaba que
lo hiciera. Debo reconocer que todo era mucho más ameno en su compañía.
Solo estábamos ella y yo, perdidas en no sabía dónde. Nos fuimos haciendo la
una a la otra. Aún así, en ningún momento olvidaba dónde me encontraba y
mis ansias de libertad eran las mismas que en un principio.
Esa mañana llamó a la puerta de mi habitación.
—Hoy vamos a hacer novillos —me dijo.
Me llevó por una parte del castillo que no había visto nunca. Llevaba una
linterna. Me sentía un poco intimidada, todo era silencio y sombras.
Enormes salas, alcobas, pasillos y dependencias frías y vacías. Patios
interiores que no había visto nunca. Uno incluso, con un pequeño pozo.
—No tenía ni idea de que pudiera ser tan grande —le dije mientras
volvíamos.

46 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Perteneció a un noble que hizo fortuna en las cruzadas. Al enviudar se


casó de nuevo y dicen que el fantasma de la primera mujer, volvió del otro
mundo para mostrar su indignación al marido por haberla olvidado. “El pobre”,
al verla, murió de un ataque al corazón. Cuentan que desde entonces los dos
vagan por las dependencias del castillo, incluso hay soldados que aseguran
haberles visto.
Envuelta por la atmósfera sentí un escalofrío. Ella lo notó.
—No es verdad.
— ¿Quién sabe?
Sonrió al pegarle a ella. Bajamos por unas escaleras, estábamos en el
segundo piso.
—Esas habitaciones están vacías.
— ¿Y ésa? —Dije al ver una puerta más pequeña al lado de las
escaleras.
—Es sólo una habitación.
—Me gustaría verla.
— ¿Para qué?
—Por favor.
—Como quieras.
Pasamos y me impresionó su austeridad. Un simple camastro con una
mesilla, un pequeño armario y una silla completaban el escaso mobiliario. Un
pequeño cuarto de aseo. Una única ventana y una bombilla que hacía las
veces de lámpara. La pequeña estufa de hierro era el único “lujo” en toda la
habitación. La miré, supe desde el primer momento que era la suya.
— ¿Por qué?
No pude evitar compararla con mi enorme y acogedora habitación.
—Debe ser así —fue toda su contestación—. Bien, volvamos.
Estaba desconcertada.
—No lo entiendo —le dije.

47 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—No te hagas preguntas que no tienen respuesta.


Volvimos a enfilar un pasillo.
—Ya hemos llegado —dijo abriendo una puerta.
Entré y me quedé parada. Una enorme cocina con una inmensa
chimenea de piedra. Mesas grandes de madera, alacenas, armarios, una pila
de mármol blanca. Toda clase de cacharros. Un horno antiguo precioso. No
carecía de nada.
—Esa puerta conduce a una pequeña bodega.
—Qué bonita, parece haberse detenido en el tiempo —dije mirando
alrededor.
—Más o menos. Mira aquí detrás —dijo mientras daba una luz—. La
nevera y éste armatoste enorme es un congelador. Y ahí, más atrás, hay otro.
—Es impresionante.
— ¿Ves ese patio? Hay un cobertizo con vacas, todas las mañanas
traigo un cubo de leche fresca.
La miré sin entender en un principio. Luego me di cuenta de su broma.
—Muy graciosa —le hice burla.
— ¿No me crees?
—Ahora que lo pienso, notaba un sabor distinto, más rico —le seguí el
juego.
—Es por eso.
— ¿Por tus manos? —Le dije al tiempo que la miraba fijamente.
—Bueno, si te he traído aquí, es por algo.
—Tú dirás —seguía mirándola.
—A partir de ahora tendrás una nueva tarea.
— ¿Cuál?
—Me ayudarás a preparar las comidas. Te estoy acostumbrando mal —
sonrió.

48 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Pero no se me da muy bien.


—Por eso precisamente.
La miré no muy convencida.
—Muy bien, de acuerdo.
—Perfecto —dijo sonriendo.
Esa misma noche preparamos entre las dos un rico plato de pescado y
verduras. La cocina contaba con una despensa enorme, dónde no faltaban
verduras, hortalizas y toda clase de alimentos perfectamente colocados, por lo
menos, no nos moriríamos de hambre. Preparamos la mesa allí misma. Me
hizo entrar en la bodega.
—Elige tú el vino.
— ¿Por qué yo?
— ¿Quién mejor que una francesa?
Nos reímos. Observé unas cuantas botellas, decidiéndome por una que
siempre me había gustado.
—Es impresionante la cantidad de botellas que hay aquí.
—Y todas a nuestra disposición.
Abrimos la botella y llené dos copas. Lo probamos.
— ¿Te gusta?
—Delicioso. Tienes buen gusto.
—No podía ser de otra manera —le contesté con una mirada explícita.
— ¿Cenamos?
Y así empezamos con otra tarea a realizar. La verdad es que las clases
eran amenas y empecé a cogerle el gustillo.
Traía ropa de abrigo y unas botas. Me dio un brinco el estómago.
¿Íbamos a salir fuera?
—Creo que son de tu número.
Me las probé.

49 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Un poco grandes, pero valen.


La interrogué con la mirada.
—Quiero que veas algo.
Salimos al pasillo y cuando llegamos al final, ascendimos por una
escalera de caracol esculpida en la torre.
—Yo iré detrás, por si se te va el pie.
Había tramos en que los peldaños eran tan pequeños que apenas
cabían mis botas. Por fin llegamos, mis piernas se resintieron del esfuerzo.
—Espera abriré la puerta. Cuando lo hizo, un frío gélido entró por ella.
—Antes de salir cierra los ojos.
Me cogió de la mano y salimos al exterior. Anduvimos unos pasos y nos
detuvimos.
—Ya puedes abrirlos.
No pude evitar una exclamación de asombro. El sol se ocultaba y con
sus últimos rayos iluminaba con luz anaranjada las imponentes montañas
nevadas que resaltaban majestuosas. Un poco más abajo unos inmensos
bosques las rodeaban. Estaba impresionada.
—Es… Es una maravilla.
—Sí que lo es. Yo suelo venir a veces, me transmiten su paz.
La miré con cariño y ella me sostuvo la mirada unos minutos. La hubiera
besado.
—Contemplándolas, todo parece tan lejano.
—Ojalá se pudieran congelar estos momentos.
Volví a mirarla.
—Ojalá.
La luz del atardecer nos envolvía.

50 AlanFox
Liebe Isabel Montes

El tiempo mejoró y las visitas se reanudaron rompiendo la magia. Los


oficiales pasaban cada cierto tiempo a ver cómo se encontraba su valioso
rehén. Y supongo que para darle novedades.
Las negociaciones debían estar en un punto muerto. Habían pasado
varios meses y allí seguía. Durante el tiempo que permanecían allí, no tenía
más remedio que volver a mi antigua “habitación”.
Una mañana me despertaron bruscamente, no era ella. Mi nueva
guardiana dejó, indiferente a mi presencia, la bandeja en el suelo y se marchó.
Supuse que estaría atendiendo a los recién llegados, pero a medida que
pasaban las horas y se convirtieron en días, tuve la certeza de que no se
encontraba allí.
No podía ser, por favor. Miles de conjeturas me vinieron a la cabeza. Me
senté desilusionada. Así pasaron diez días, en los cuales, ya no hubo más
lecciones, ni ejercicios.
Yo los hacía por mi cuenta en la soledad de mi celda con cuidado de
que no me descubrieran. Y en los que me consumía sin noticias de ella. Me
negaba a aceptar que ya no la volvería a ver más. Esos pensamientos me
sorprendían, pero tenía que admitir de una vez que sentía algo por ella. Algo
que no dejaba de descolocarme y que hacía que me sintiera totalmente
confundida. Durante nuestra convivencia pude conocer algo más de su
personalidad. A veces era imaginativa, divertida, otras chocante y
desconcertante. Me fue atrapando sin sospecharlo siquiera. Puede parecer, y
de hecho lo es, una total y absurda locura, un auténtico desatino, pero la
aplastante realidad no tiene otra cara.
El vacío de su ausencia me acompañaba sin descanso. La nostalgia de
su recuerdo me mortificaba más que cualquier castigo físico. Y los había tenido
y muchos. Más de una vez la comida venía acompañada de una ración de
bofetadas, golpes o empujones como “postre”.
Pero este dolor era distinto, insufrible, espantoso y me aplastaba bajo su
demoledor e insoportable peso.

51 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Los platos casi no los llegaba a tocar, me era imposible tragar nada.
Cada día era peor, hasta el punto de obligarme a odiarla, recordando
todo lo que me había hecho; pero así, tampoco conseguía nada.
Una tarde a última hora oí varias voces en el pasillo, al poco se hizo el
silencio. Pasaría cerca de una hora cuando abrieron la puerta. Yo estaba de
espaldas a ella, mirando por la ventana. Esperando que quién fuera se
marchara. Extrañada, me giré al no oír la puerta cerrarse. El corazón quiso
salirse de mi pecho. Era ella, había vuelto. Mi primer impulso fue abrazarla,
pero juzgué más prudente no hacerlo. La miré con emoción en los ojos. Ella
tímidamente me sonrió, me observó por un instante y salimos sin más. No me
dirigió la palabra en todo el camino y cuando llegamos a mi habitación, se
marchó. Me quedé desconcertada. Y desconcertada, me senté en el borde del
butacón intentando poner en orden mis pensamientos.
A partir de ese momento noté que mantenía las distancias conmigo, ya
no era la de antes, no es que volviera a la brusquedad de los inicios, pero se
empeñaba en no acercarse a mí más de lo necesario e inevitable.
Más de una vez quise probar mis teorías y fui yo quien se mostró mucho
más cercana, para inmediatamente, sentir su sutil y silencioso rechazo. Me
tenía descolocada y empecé a inquietarme de nuevo. ¿A qué podía deberse
ese cambio? Mis peores temores se confirmaron cuando ya ni siquiera salía en
ningún momento de mi habitación.
Me dejaba la comida en la puerta y se marchaba. Se acabaron las
clases y las largas partidas de ajedrez que tanto nos gustaban. Miles de veces
le pregunté la razón.
“No vuelvas a mencionarlo siquiera” fue su cortante contestación.
Y así transcurrieron varios días. En una ocasión dejó la bandeja, yo me
levanté a toda prisa y me acerqué. Ella se dio la vuelta para salir.
—No me hagas esto —supliqué desesperada.
Se detuvo.
— ¿Por qué?

52 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Sabía que luchaba por volverse.


Aguardé para ver cómo se alejaba. Frustrada, me senté en el suelo sin
dejar de llorar. Lo peor es que volvió a encerrarme y ya no salí de esas cuatro
paredes.
A los dos días de aquello, por fin abrió la puerta, me puse de pie
inmediatamente. No me dio tiempo a nada. Me obligó a darme la vuelta y ató
mis manos para, a continuación, vendarme los ojos. Estaba asustada, muy
asustada. En un rincón de mi ahora temblorosa alma tenía la seguridad que
ella, de algún modo, cuidaría de mí.
Anduvimos un buen trecho y entramos en una habitación. Hizo que me
detuviera y me quedara de pie. Aflojó la cuerda de mis muñecas pero sin
soltarlas. La oí alejarse y cerrar una puerta. Yo me quedé sin saber que hacer
esperando a que vinieran a por mí. Permanecí así durante un buen rato y nada,
solo el silencio más absoluto. Decidí hacer algo, me deshice de la cuerda y
descubrí mis ojos. Miré alrededor mío, no había nadie, estaba sola en una
habitación casi a oscuras. Una lamparilla situada en una mesilla iluminaba una
mochila encima de una mesa. Me acerqué con cautela. Con todo el cuidado del
mundo la abrí. Contenía un sobre, unas llaves y una pistola, bastante munición,
algo de comida y agua, un plano detallado y también dos linternas. Su sola
imagen fue suficiente para hacerme temblar. ¿Qué significaba todo aquello?
No podía ser más que una trampa.
Tenía el pleno convencimiento de que aguardaban a que intentara salir
para acribillarme a balazos.
Pero estaba dispuesta a intentarlo y a vender cara mi vida.
Oí la puerta abrirse despacio. Por el rabillo del ojo vi como una figura
entraba. Me giré con toda la rapidez que me fue posible, me tiré sobre la mesa,
cogí la pistola y cerrando los ojos, disparé.
Oí su lastimero quejido, abrí los ojos y pude ver cómo se apoyaba en la
pared y lentamente se dejaba caer en el suelo, agarrándose el hombro, en el
que ya aparecían las primeras manchas de sangre.

53 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Empuñando la pistola me acerqué, con espanto comprobé que era ella,


estaba pálida y a punto de desvanecerse. Solo duró unos segundos pero me
hicieron dudar. Era libre, ése era el momento que tanto había esperado todo
este tiempo. Solo tenía que coger la mochila y salir de mi prisión. Pero
simplemente, no pude.
Tirada en el suelo, desangrándose, yacía la única persona que al final
parecía haberse compadecido de mí. Si la abandonaba, su muerte me
perseguiría toda mi vida. ¿Me había convertido en un ser tan inhumano como
ellos? Intenté levantarla.
—Vete, sal de aquí, eres libre, dijo con un hilo de voz.
Como pude la llevé hasta la cama, allí y antes de desmayarse, con el
último suspiro, pronunció mi nombre: “Gabrielle”.
Cogí un cuchillo que había en el macuto, rasgué la chaqueta, e hice
jirones la camisa, la herida era terrible. Sin pensarlo fui al cuarto de los baños,
ahí guardaban medicinas y todo lo que iba a necesitar.
Cuando lo tuve, volví corriendo, no disponía de mucho tiempo, no podía
perder ni un segundo. Se desangraba por momentos. Examiné de nuevo la
herida, empecé a coserla y pude cortar la hemorragia, después la limpié a
conciencia, por fortuna la bala había salido y no parecía haber afectado ningún
órgano vital. Cuando hube terminado, le vendé el hombro sujetándolo con
fuerza hasta inmovilizarlo.
Había tenido mucha suerte de que fuera médico, si no, sin duda ahora
no estaría entre los vivos.
Esa noche la pasó con fiebre alta, debía tener pesadillas, no dejaba de
moverse y alguna vez intentó levantarse, me costó un esfuerzo enorme que no
lo hiciera, era bastante más corpulenta que yo. Pasó varios días inconscientes,
en los que en numerosas ocasiones dijo mi nombre.
Poco a poco empezó a calmarse. La herida evolucionaba bien y pude
cortar la infección.

54 AlanFox
Liebe Isabel Montes

El quejido me despertó. Me levanté de un salto. Estaba despierta, pero


desorientada.
— ¿Cómo te sientes?
—Tengo sed.
Le ayudé a beber, empezó a toser.
—Despacio.
Se agarró el brazo haciendo gestos de evidente dolor.
—Quieta, solo conseguirás que duela más.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Tres días y tres noches.
Se fijó en la manta del butacón.
—Debiste hacerme caso. Estás perdiendo el tiempo, no lo pienses más.
Me senté en el borde de la cama.
—Soy médico ¿recuerdas? No podía hacerlo.
—Hubieras saldado una vieja cuenta.
Pude notar el dolor con que me lo dijo.
—No hablemos de eso ahora. Debes descansar lo máximo posible.
—En cuanto recupere algo de fuerza pienso levantarme.
—Mientras esté yo aquí, olvídalo.
—No deberías estar.
Nos miramos como no lo habíamos hecho nunca. Ella fue la primera en
bajar la vista.
—Por favor, abandona esta morada de locura.
Sus palabras me impresionaron. Jamás la creí capaz de pronunciarlas, y
mucho menos, oírlas de sus labios.
—Es hora de tu medicina —dije zanjando la cuestión.
—Me gustaría saber algo, siento mucha curiosidad —dije al tiempo que
se la daba.

55 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿El qué?
—Tu nombre.
—Me llamo Gretten.
—Me gusta, es precioso.
Al poco, el efecto del tónico no se hizo esperar, haciendo que se
durmiera enseguida.
Medio tumbada en la butaca, no podía dejar de mirarla. La lamparilla
iluminaba con su débil llama, su bonito rostro. Su pelo revuelto, sus largas
pestañas, le daban un aspecto aniñado encantador.
Sus labios bien definidos, carnosos y tentadores. Y que un día me
mostraron su lado más salvaje y doloroso. Recordé el episodio de la
habitación. Un pinchazo de deseo me sorprendió. Me levanté de inmediato y le
tomé la temperatura. No tenía fiebre, dormía plácidamente.
Me quedé observándola unos minutos más. Lo tenía todo preparado y
bien estudiado. Se había encargado de hacer los planos para facilitarme la
salida de la fortaleza. Uno de ellos indicaba como burlar los puestos alemanes
y conseguir llegar a la zona aliada. Había dispuesto todo lo necesario, víveres,
linternas, dinero y una brújula. Por eso insistió en que estudiara su lengua, me
sería muy útil fuera de esas paredes. Y por la misma razón quiso que
mantuviera una buena forma física. No le importaron las consecuencias, aun a
sabiendas que la única, sería un pelotón de fusilamiento.
Había estado a punto de matarla. No hubiera podido con eso. Solo de
pensarlo se me encogía el alma.
Recordé cuando hizo el camino con velas y todos los demás detalles.
Sin poder evitarlo, acerqué mis labios a los suyos y los besé con sumo cuidado,
una descarga de electricidad, recorrió mi espalda, al sentir su delicada seda.
Me incorporé y me serví un poco de vino. Necesitaba un trago o dos.
Cuando se pudo levantar, empezó a hacer ejercicios de rehabilitación
para recuperar los músculos dañados. La recuperación fue rápida hasta el

56 AlanFox
Liebe Isabel Montes

punto de poder salir al patio. El invierno resultó ser bastante duro, estábamos
aisladas por la nieve otra vez.
—No te preocupes tenemos suficientes provisiones, quiso
tranquilizarme. Y si no, siempre puedo ir a cazar algo —bromeó.
Solíamos sentarnos en un banco al sol, las contadas veces que salía.
—Quiero hablarte de algo —le dije.
No podía guardarlo dentro de mí, por más tiempo.
Ella me miró sin comprender, pero esperando a que hablara.
—No sabía que eras tú. Nunca tuve intención de… No sabía que eras tú.
No me dejó seguir.
—No hacen falta explicaciones.
—Pero tienes que saberlo.
—No es necesario, lo sé.
Nos miramos. Otra vez esos ojos atormentados.
—Creo que iré a descansar un rato.
—Sí, claro.
Aguardé un tiempo prudente y entré en la habitación.
— ¿Puedo pasar?
—Claro.
— ¿Cómo estás?
—Perfectamente y todo te lo debo a ti.
—Agradéceselo a tu naturaleza.
Cogió mi mano y me miró.
—Gracias.
Acarició mis dedos, yo estaba al límite. El azul de sus ojos parecía
llamarme atrayéndome irresistiblemente, otra vez, como siempre.

57 AlanFox
Liebe Isabel Montes

No sé, ni cómo ni cuándo ocurrió, pero me tumbé a su lado, besé sus


manos, su frente, su nariz, sus pómulos, casi rozaba sus labios… Cuando me
empujó hacia un lado, levantándose a toda prisa.
Yo la miré sin entender qué pasaba. De pie frente a la ventana, tenía las
manos en la cabeza y no dejaba de ir de un lado a otro.
Se paró y cruzó los brazos y empezó a llorar en un lamento atormentado
al tiempo que temblaba. Me levanté y fui a su lado. No me dejó acercarme
siquiera.
—No me toques, por favor —dijo retrocediendo unos pasos.
Me paré en seco. Se la veía fuera de sí. Intenté acercarme.
— ¡Por favor, no!
—Cálmate, no pasa nada.
— ¿De verdad? ¿Y por qué ni siquiera puedo tocarte? ¿Cómo puedes
aguantar que lo haga yo? No entiendo cómo me soportas a tu lado siquiera.
—Porque me has hecho ver cómo eres en realidad. Lo demás no ha
existido nunca.
No dejaba de moverse de un lado para otro y de llorar con amargura.
Una amargura que me conmovió hasta lo más hondo.
—Es algo que no ha dejado de torturarme y me perseguirá hasta
hacerme perder la razón. Esta angustia que me corroe y está deshaciendo mi
alma, si es que alguna vez la tuve. No me deja vivir.
Yo estaba realmente asustada, se había transformado en un ser
atormentado sin ninguna posibilidad de consuelo, estaba muy preocupada.
Había perdido el control por completo. No me permitió en ningún
momento que me acercara.
—Cada vez que estoy a tu lado, es horrible. Lucho contra esa sensación
que me ahoga, pero me supera, es como si quisiera castigarme, al recordarme
lo que te hice. Eres la esperanza en este pozo de desolación y yo he estado a
punto de destruirte. Y lo peor, es que deseo estar contigo. Es espantoso, no

58 AlanFox
Liebe Isabel Montes

puedo pensar, ni comer, ni dormir —siguió diciendo—, me arrastra con su


veneno demoledor e implacable.
Se levantó y de un cajón sacó una pistola. La puso en mi mano. Yo la
miraba atónita y sin comprender.
—Haz lo que tienes que hacer y que hace tanto tiempo deseas, has
fallado una vez, ahora puedes enmendar el error —me dijo.
Yo miraba el arma y la miraba a ella aterrada, empecé a temblar al
comprender el significado de sus palabras.
— ¿Te has vuelto loca?
La solté como si me quemara.
—Si no lo haces tú, lo haré yo.
Me miró con ojos heridos de despedida. Salió corriendo y se cerró tras
una puerta que daba a un despacho.
Una luz en mi cerebro, me hizo ver lo espantoso de su decisión, me
abalancé sobre el revólver que afortunadamente estaba cargado. Intenté abrir
la puerta pero había echado el pestillo. Apunté y disparé, haciéndolo saltar por
los aires, di una patada a la puerta y entré.
Justo a tiempo de ver como apuntaba la pistola hacia su sien.
— ¡Espera! —me acerqué a ella despacio—. ¡No lo hagas! —le supliqué.
— ¿Es que no lo entiendes? —Dijo sin dejar de apuntarse.
—No soy más, que lo que ellos han hecho de mí, un monstruo.
—No lo eres, y lo sabes.
— ¡Otra Irma Grese! ¡”La bella bestia”!
— ¡Eso no es cierto!
Ése fugaz momento en que me vino a la mente el recuerdo de lo que
Gretten me contó, tras mucho insistirle, al escuchar su nombre varias veces
durante las “visitas”. Lo de ésa fanática convertida en una despiadada
carcelera y asesina de todo bicho viviente en los campos de concentración, me
puso la piel de gallina y me encogió el alma.

59 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Y lo que me obligaron a hacer contigo? ¡Vigilándome! ¡Consiguieron


meter su veneno en mí, convirtiéndome en un demonio! ¡Por mí culpa estuviste
a punto de quitarte la vida! ¡No deseabas vivir! ¡Yo hice que no lo desearas! Y
no puedo vivir con esto por más tiempo. Más de una vez estuve a punto de
hacer una locura, pero lo único que me detuvo fue pensar que después
vendrían ellos y se ocuparían de ti, no podía permitirlo. Cada vez que te hacía
daño, me lo hacía a mí misma, y eso tengo que pagarlo, no hay otra opción.
Tenía que distraerla y rápido.
— ¡Escúchame, por favor! Sabía perfectamente que ésa no eras tú.
— ¡Mientes! —gritó—. ¡Ahora acabaré con este sufrimiento que me
corroe y pagaré por lo que te hice!
Tenía que ganar tiempo como fuera.
— ¿Vas a permitirles que ellos se salgan con la suya? ¿No comprendes
que eso es precisamente lo que quieren que hagas? Dame una oportunidad de
hacerles frente, pero para eso, te necesito. Entre las dos lo conseguiremos.
Dices que eres un monstruo. Yo no lo creo, porque no es así. ¿Quién ha
procurado que todo me sea más fácil? ¿Quién duerme en un cuchitril, para que
yo tenga lo mejor? ¿Quién me ha mostrado el significado de la palabra amor, si
no tú?
— ¡Mientes, otra vez! ¡No merezco vivir!
— ¡Sin ti, yo tampoco! —dije apuntándome la cabeza con la pistola.
Por unos segundos dudó.
—Tú eliges —dije con decisión.
Sentía el frío acero del revólver. La insoportable angustia mantenía mi
mirada firme y sin dudas.
Tras unos segundos interminables, bajó el arma y la dejó encima de la
mesa, me agarré a ella sintiendo desfallecer, pero aliviada.
Se levantó y se arrodilló delante de mí, abrazó mis piernas sacando todo
el dolor de dentro en un desgarrador llanto y la demoledora sensación de
culpa. No dejaba de repetir.
60 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Lo siento… Lo siento.


Jamás en mi vida, pasaré por una experiencia semejante, todo mi ser se
hallaba en un estado de conmoción tal, que parecía flotar.
Me agaché, ella se aferró a mí en un abrazo desesperado, la abracé a
mi vez, acompañándola en su llanto. Ese momento nos unió para siempre.
Me desperté, me abrazaba dormida. Me acurruqué contra ella. Su rostro
reflejaba el dolor y el tormento. Una expresión de profunda tristeza cubría su
rostro. Se movió inquieta, sin duda tenía pesadillas. Se incorporó de pronto,
ahogó un grito, sudaba y temblaba por igual. Miró desorientada. Me incorporé.
—Tranquila, solo ha sido un mal sueño —acaricié su espalda.
Tenía la camisa pegada. Sentí pena. Estuvo a punto de quitarse de en
medio, al no poder superar lo que me… Y eso decía mucho de ella y significó
todo para mí. A mí también se me había quedado dentro pero las
circunstancias no eran normales y todo podía pasar, como así fue en efecto.
¿Acaso lo era, estar matándonos unos a otros? ¿Cómo se podía justificar
semejante carnicería?
Ahora, al verla cargar con su culpa, me veía en cierta manera obligada a
ayudarla como ella había tratado de ayudarme a mí.
Me miró con lágrimas en los ojos, reposó su cabeza en mi hombro y se
echó a llorar.
—Ya ha pasado, todo está bien.
—No, no lo está.
—Claro que sí. ¿Estamos aquí juntas, no?
—Eso es lo único bueno de todo esto, tú —dijo cogiéndose a mi cintura.
La abracé sintiendo un escalofrío. Ella temblaba.
—Ven aquí —le dije envolviéndola entre mis brazos.
Nos recostamos en la almohada. Levantó la cabeza y me miró, las
lágrimas seguían resbalando por sus mejillas. Las acaricié.
—No quiero ser yo, la que haga de tu vida aquí, un infierno.

61 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Sus palabras me estremecieron.


—Y no lo haces.
—Estuve a punto.
—Lo sé, pero no tenías otra opción.
—No podía verte sufrir, se me revolvían las tripas cuando esos mal
nacidos te pegaban. Al principio, quise no sentir, ni ver, intentaba obligarme a
ello, pero cada vez que yo… Me sentía miserable y quería morir. Perdí por
completo la cabeza al entrar en su malvado juego, en su espiral infernal.
Hicieron de mí lo que quisieron. Y no me perdonaré habérselo permitido. Era
un suplicio ir a buscarte. Sabía que me odiabas con todas tus fuerzas y
deseabas verme muerta.
—Eso ya ha pasado. Es mejor olvidarse de todo.
—Por favor, dime cómo te sientes. Necesito saberlo, desahógate
conmigo, por favor.
La miré y cogí aire.
—Gretten, basta, te lo suplico.
—No.
Me miró sin darme otra opción. Sabía que lo que podía decirle, iba a
herirla.
—Aunque me hagas daño, lo prefiero —dijo adivinando mis
pensamientos.
—Muy bien, como quieras. Jamás pensé verme en esa situación. Me
sentí herida, mancillada, salvajemente humillada.
—Yo tenía razón.
—Si hubieras puesto fin a tu vida, yo la hubiera puesto a la mía.
—Yo no merezco eso.
—Eso y más. Todo ese rencor dio paso a otros sentimientos. Unos
sentimientos que tú lograste hacerme sentir transformándolos por completo.
Poco a poco, con tu cambio de actitud, tus detalles — dije mirando la vela

62 AlanFox
Liebe Isabel Montes

encima de la mesa—. No te voy a negar que te odié con todas mis fuerzas, me
parecías una salvaje. Después, me mostraste tu verdadera personalidad
gradualmente, ¿quién hace eso? Si se es un monstruo, no lo creo. Pero tú...
pienso que te apoyaste en mí, para de algún modo, separarte de esos
miserables y volver al “mundo civilizado”.
—Tienes toda la razón, tú has sido el clavo al que me he agarrado. Has
sido mi salvación.
—Por eso te pido que lo olvidemos en la medida de lo posible, o al
menos, lo tratemos.
—No acabo de entender, como puedes querer estar con alguien que te
ha…
—Ahora me has dado esto —dije tocando su pecho y es lo único que
importa.
—No es suficiente.
—Para mí, sí. ¿Quién tiene la suerte de encontrar a su verdadero amor?
Dime quién se puede considerar tan afortunada como yo.
— ¿De verdad te crees afortunada? Lo que te he hecho, no tiene
perdón.
Cogí sus manos entre las mías.
—Gretten, escúchame. ¿Quién te dice que yo no hubiera hecho lo
mismo? Te viste acorralada.
—Sí —dijo bajando la mirada—. La vida de mis padres, dependía de mi
comportamiento. Creo que me utilizaron para conseguir todo lo que querían.
—Me das la razón. Estos son tiempos de locura, de gente sin cerebro,
que a base de sangre y matanzas, cree lograr sus endemoniados sueños, no
importa el precio, incluso utilizando a su propia gente.
—No podré olvidarlo jamás —contestó compungida.
—Entre las dos lo conseguiremos. Lo combatiremos con nuestra mejor
arma.

63 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Cuál?
—Nuestros sentimientos.
Me miró refugiándose en mis brazos. La besé en la frente y la abracé a
mi vez.
—Por favor, te pido que sigas a mi lado. Eso es lo único que podrá
borrar todo —me dijo.
Se me encogió el corazón.
Parecían haberse olvidado de nosotras. Los días siguientes no apareció
nadie, así como los otros.
Aunque no hubieran podido llegar, había dejado de nevar, pero todavía
había mucha nieve. Y el camino era una pista helada.
Nosotras inmersas en nuestra rutina, vivíamos nuestra particular “vida”,
aisladas de todo lo que no fuéramos nosotras. Sumergidas en una intimidad
detenida en el tiempo. Gretten seguía sin acercarse más de lo necesario. Yo, lo
respetaba paciente, pero su rechazo me dolía, sabía que se esforzaba por
volver a la normalidad aunque era un camino largo y difícil. Las distancias que
mantenía conmigo hacían que la sintiera más lejana que cuando estaba
encerrada. Pero albergaba la esperanza de que, poco a poco, volviera a mí.
Estaba segura de que no era más que cuestión de tiempo y saber escoger el
momento adecuado. Solo necesitaba cariño, y yo, estaba dispuesta a darle
todo el que sentía por ella.
Las clases y el ejercicio diario servirían de ayuda.
Una mañana me encontraba en el patio leyendo, el sol lucía con fuerza
en un día tranquilo y bonito.
Esa tranquilidad duró muy poco. Gretten entró a toda prisa.
—Vamos, no hay tiempo que perder. Sígueme.
Asustada, lo hice. Me llevó por el pasillo, yo sabía dónde nos dirigíamos.
Le interrogué con la mirada.
—Estarán aquí en unos minutos.

64 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Entonces comprendí. Teníamos visita. Volví a mi “antigua morada”.


Antes de encerrarme me miró, cogió mi cara entre sus manos y me besó, no
sin darme una fuerte bofetada que me tiró al camastro, la miré atónita antes de
que saliera. La sensación que tuve fue indescriptible de rabia e impotencia. La
celda me pareció más pequeña, fría y espantosa. Me senté en el camastro y no
puede evitar evocar imágenes pasadas, que hicieron que se me erizase la piel
sin poder llegar a entender su reacción.
No fui consciente del tiempo que pasó, hasta oír sus pasos y voces en la
puerta. Se abrió y dos oficiales entraron, me miraron de arriba abajo. Evité
mirarla y ella hizo lo mismo, cualquier desliz nos hubiera costado muy caro.
Llevaba puesto el uniforme que tanto odiaba, aunque debo reconocer que
estaba de lo más atractiva. Me cogió con violencia y me obligó a ponerme de
pie, por un momento creí que volvería a pegarme.
Le hicieron varias preguntas. Me empujó y me tiró sobre el camastro.
Antes de salir, uno de ellos se acercó y sin esperarlo, me agarró de los brazos
y tras fijarse en la huella de la bofetada de Gretten, dejó asomar una diabólica
sonrisa, para a continuación tirarme al suelo como la basura que para él, era
yo.
La mirada de desprecio al salir heló las paredes.
Estaba segura de que en cualquier momento, Gretten volvería a por mí,
pero no fue así. La mañana dio paso a la tarde, y ésta, a la noche. No podía
estarme quieta. Miles de suposiciones, a cual más espantosa, venían a mi
mente. Inquieta, caminaba de pared a pared retorciendo mis manos. ¿Habría
cambiado mi suerte? ¿Se habrían cansado del juego al ver que no conseguían
nada? Esta gente no se andaba con chiquitas y era muy raro que hubiera
sobrevivido hasta ese mismo momento. La rabia se apoderó de mí, estaba
furiosa, todavía me dolía la cara. Si hubiera podido le hubiera molido a palos.
Eso es lo único que entendían. Panda de chacales.
No me di cuenta de que no estaba sola, noté alguien detrás de mí. Me di
la vuelta despacio, temiendo encontrarme con alguien que no fuera ella.
Afortunadamente, lo era.
65 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Me sentía enfadada, y dolida con ella, era absurdo, pero le hice pagar
mis nervios. Se dio cuenta, no hizo ni dijo nada, yo ni siquiera la miré, y así
llegamos al final del pasillo. Abrió una puerta y me hizo señas para que me
acercara. Se apartó y contemplé lo que había preparado. Una improvisada
cena delante de la chimenea.
— ¿Y esto? ¿Mi última cena?
Gretten escuchaba en silencio.
— ¿A quién pretendes engañar? ¿Qué significa esto? ¿Hacerte
perdonar? ¿Sabes? Me he hartado de vuestros juegos, de esas malditas
alimañas sin entrañas, de todo esto. No siento más que aversión. ¡Llévame a
mi celda! ¡No quiero estar aquí! —grité ciega de ira.
En vez de eso, me entregó las llaves y se marchó. Me quedé
sorprendida, sintiéndome totalmente ridícula y culpable con ella. No se merecía
aquello.
Salí de nuevo al pasillo, vi una luz, me dirigí a ella. Era la del gimnasio.
Se había puesto unos guantes de boxeo y golpeaba con toda su fuerza el saco.
Sabía que yo estaba allí, pero hizo como que no me veía. Siguió durante unos
minutos. Me acerqué y fui a tocarla. Ella se apartó de inmediato.
Se apoyó en la ventana, tenía la camiseta pegada al cuerpo con la
respiración alterada. Volví a intentarlo con el mismo resultado.
—No quería decirte todo eso. Quiero que sepas que lo siento de verdad,
perdóname. Estaba dolida por cómo se portó ese animal. No soportó ni que me
miren y mucho menos que me toquen —esto último lo dije con toda la rabia
que llevaba dentro.
Ella miraba hacia el suelo, seria y pensativa. Levantó la mirada un
momento, abrió un armario, cogió dos guantes y me los dio. La miré extrañada.
Empezó a quitarse los suyos y me puso los míos.
— ¿Y ahora qué?
Cogió mi brazo y se golpeó ella misma con él. Me dio un pequeño golpe
en los guantes.

66 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Quieres que peleemos?


Volvió a golpearme, pero sin hacerme daño.
—Es absurdo.
Me golpeó un poco más fuerte. Me puse en guardia. Recibí otro golpe,
ése me dolió y el otro también.
—Muy bien, como quieras.
Empecé a pegarla, ella no me devolvía los golpes, se limitaba a
defenderse. A medida que la golpeaba, sentía como lo que tenía acumulado
dentro de mí salía en cada puñetazo, empecé a pegarla de verdad, cada vez
más y más fuerte, no podía parar, toda la adrenalina contenida, empezaba a
liberarse.
Su nariz, sus pómulos, su barbilla, su estómago, no se libraron de mis
puñetazos ya sin control ninguno, ciega por la sensación de impotencia. Ella
seguía sin darme un solo golpe.
— ¿Qué ocurre? ¡Golpéame! ¿Dónde está tu fuerza?
Le di un puñetazo en pleno rostro. Empezó a sangrar por la ceja.
— ¡Vamos! ¡Atácame!
Mis golpes eran cada vez más certeros y seguros. Hasta el punto de
hundir mi guante con toda la furia en su estómago, haciéndola caer al suelo.
Encogida se agarró el estómago.
— ¡Levántate! —le grité.
Yo la miraba como si no la viera, estaba fuera de mí sin control ninguno.
Las escenas vividas golpeaban mi cabeza incrementando mi odio. Frente a mí,
ya no era capaz de distinguirla, tan solo veía al enemigo.
Continué pegándole, ella no lo hizo ni una sola vez, si lo hubiera hecho,
me hubiera dejado sin sentido al primer golpe, pero se dejaba castigar lo que
hacía aumentar mi ira todavía más. El puñetazo que recibió en la boca, hizo
que la sangre saltara y se le llenara de ella. Y el que recibió en el estómago, la
hizo caer de nuevo.

67 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Yo estaba exhausta, no podía con mi alma. Pero me sentía relajada,


aunque culpable, por lo que acababa de hacer. De pie la miré a mis pies
encogida de dolor.
— ¿Pero qué estoy haciendo?
Me quité los guantes y me senté a su lado, levanté su cabeza, la puse
en mi regazo y empecé a limpiarle la sangre. Nos calmamos las dos. Estuvimos
así unos minutos, Gretten estaba molida, la pobre no se quejó en ningún
momento. Le quité los guantes, me miró y me preguntó:
— ¿Te sientes mejor ahora?
Yo la miré por unos segundos.
—No.
Observaba su rostro castigado por mis puños.
Su ojo medio cerrado y sus labios hinchados. Me sentí culpable. Me
levanté y le ayudé.
Se apoyaba en mí para caminar, se sujetaba el estómago y andaba un
poco encorvada. La llevé al cuarto de los baños y limpié su cara.
— ¿Por qué me has dejado llegar a esto? —Le pregunté mirando sus
ojos.
—Tenías que sacar toda la rabia de dentro.
— ¿Y no se te ha ocurrido otra cosa mejor que dándote una paliza?
—No —se rió y se quejó.
—Es mejor que no hagas eso. Lo siento, no quería, no sé qué me pasó,
nunca he perdido los papeles de esta manera.
—No sé cómo no los has perdido antes.
—No hablemos de eso.
Seguí con los cuidados, le puse una gasa y la sujeté con un
esparadrapo, tapándola casi todo el ojo.
No había sitio de su cara que no estuviera morado.
—Bueno, ya está.
68 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Menos mal que estoy en buenas manos.


El comentario me hizo sonreír. Me empecé a desnudar, ella hizo
ademán de marcharse.
—Espera, quédate conmigo.
—Es mejor que no —dijo dándose la vuelta.
—Por favor, no te vayas.
La cogí de la mano y la ayudé a que se desnudara, ella se resistía.
— ¿Quieres que empiece contigo de nuevo? —Bromeé.
A regañadientes me dejó quitarle la camiseta. Miré su castigado cuerpo
y me sentí avergonzada. De los hombros a la cintura tenía golpes por todo el
cuerpo. Mi mano recorrió su abdomen, volvió a quejarse.
—No me lo perdonaré nunca.
Nos metimos en el agua.
—Creo que no podré comer en unos días —dijo tocándose su boca
hinchada.
—A partir de ahora —me encargaré de eso.
Intentó sonreír. Yo en cambio, me puse seria.
—Me he comportado como una bestia, siento asco de mí —dije con
sinceridad.
—Sólo te has dejado llevar por tu cabeza, yo sabía que lo necesitabas y
no quiero que sientas ningún remordimiento, no has hecho nada malo. Y te
confieso que yo también lo necesitaba.
Nos miramos con complicidad, sintiéndonos cercanas.
Los días pasaban y mejoraba de sus moretones. A mí, me torturaba la
culpa al verla intentar comer como podía.
Cuando se restableció casi del todo, esa noche fui a buscarla, estaba en
la biblioteca leyendo.
—Ven —dije cogiéndola de la mano.

69 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Todo estaba preparado, la cena nos esperaba frente al acogedor fuego.


Nos sentamos en la manta.
Gretten me miraba sonriendo.
—Me preguntaba, qué estarías haciendo.
La sonreí.
—Te dije que me ocuparía de tu alimentación. Ábrela —le dije dándole la
botella de vino.
Me levanté y puse música.
—“El Cascanueces”, “El vals de las flores”, es mi preferida.
— ¿En serio? También es la mía —contesté.
Nos miramos sin ocultar nuestros sentimientos.
— ¿Creías que se me había olvidado? Teníamos esto pendiente y es
una buena ocasión para que me digas si he aprovechado las clases de cocina.
Pinchó un trocito de pollo.
— ¿Y bien?
—No está mal —contestó al tiempo que disimulaba.
—Dime la verdad, un desastre ¿no?
Me miró y exageró el gesto al tragar, a continuación, bebió un sorbo
largo de vino.
—Vale, me he dado por enterada —dije apoyando la espalda en el
asiento del sofá.
Se acercó a mí con una sonrisa.
—Está muy bueno.
—No hace falta que me mientas, de verdad —dije sin mirarla y
haciéndome la ofendida.
—Exquisito —me susurró.
Giré despacio la cabeza y me encontré con dos pedacitos de cielo
mirándome que me desarmaron por completo.

70 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Ahora pruébalo tú —me dijo volviendo a sentarse.


Tardé unos segundos en coger mi cubierto.
Fue nuestra primera cena en la intimidad, esa noche la recordaré toda
mi vida. Guardo como un tesoro la grata sensación de complicidad que
compartimos.
Terminamos y permanecimos recostadas en el diván frente al fuego, una
junto a la otra, pero como siempre, poniendo distancia.
— ¿Sabes? Siempre me ha gustado cocinar, pero ahora lo disfruto más,
es distinto.
La miré.
—Ahora lo hago para ti.
De repente se puso seria.
—Gretten, ¿qué ocurre?
—Me pone triste pensar que en un rincón de tu corazón puedas albergar
un inevitable rencor hacia mí —dijo mirando al fuego.
No pude resistirlo más. Me acerqué y sin darle ninguna oportunidad la
besé con toda la pasión.
Notaba su reticencia.
—Tranquila —le susurré con la respiración alterada.
Podía notar su excitación y lo aproveché. Aunque seguía sin relajarse
del todo. Quiso rechazarme.
—Quieta mi amor, no pasa nada, todo está bien.
Ahora quién manejaba la situación era yo, y no iba a permitir dejarla
escapar. Beso a beso, caricia a caricia, despacio, con sumo cuidado y sobre
todo, con todo mi amor y deseo, fui venciendo las últimas barreras y se entregó
a mí. Nos hicimos una.
Sus manos, sus labios y su cuerpo entero, me entregaron lo que
siempre había sabido que guardaban.

71 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Abrazadas teníamos una sensación extraña, la verdad es que era una


situación cuanto menos, peculiar. Si la hubiéramos contado a alguien, no nos
habría creído, o sí. En estos tiempos de locura, cualquier cosa era posible.
Me desperté, empezaba a amanecer, estiré el brazo y no estaba. Me
incorporé inquieta.
— ¿Gretten?
—Estoy aquí.
Estaba agachada poniendo leños en la chimenea. La observé mientras
la encendía. Su luz la envolvió, embelesada, deseé tenerla siempre para mí.
—Me has asustado, ven aquí conmigo, por favor.
—Perdona.
Se acercó con el regalo de su bonita sonrisa.
—Estás helada.
—Por eso necesito tu calor —me dijo al tiempo que se abrazaba a mí.
Nos acurrucamos una en el cuerpo de la otra. Me sentía plena. Empezó
a acariciarme, besó mi cuello, yo conmovida me dejaba hacer y siguió
cubriéndome de amor, dio rienda suelta a su deseo y me tuvo para ella, pero
esta vez, yo lo deseaba, y esta vez, ella también. La placidez de la profunda
satisfacción no solo fue meramente física, el haber tomado ella la iniciativa,
significaba, que yo había conseguido lo imposible, y por ella, eso, todo, y más.
—No sé nada de ti. Quiero saberlo absolutamente todo.
— ¿Todo, todo? —Contestó riendo.
Le pellizqué cariñosamente.
—Vamos a ver…
—Cuéntame de tus padres. ¿Tienes hermanos?
Gretten sonrió ante mis preguntas.
—Sí, tengo padres y un hermano. Hanks, vive en Estados Unidos, como
ya te comenté, es un reputado músico. A todos nos gusta mucho la música, en
casa de mis padres, siempre tengo el recuerdo de escucharla a todas horas.

72 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Era muy agradable, y de alguna manera influyó en nosotros. Mi madre es


profesora del conservatorio de Hamburgo y mi padre es director del museo de
Historia.
—Estoy impresionada —le dije.
— ¿Y tú?
—Yo, solo soy una investigadora sin más.
— ¿Eres investigadora?
—Sí, antes de la guerra trabajaba en los laboratorios de la facultad de
medicina.
Me incorporé sorprendida.
— ¡Vaya! —La miré incrédula—. Casi podríamos decir que compartimos
profesión.
—Podría decirse, incluso estuve tentada de ser médico, pero no podía
ver a la gente sufrir y con los niños es peor. Así que me decidí por la
investigación. Me encanta, tratar de encontrar una solución a sus
enfermedades o hacerlas más llevaderas. Me parece algo bonito y hace que
me sienta útil.
Parecía reflexionar en voz alta, hablaba de su profesión con pasión.
Acaricié su mejilla y la besé.
—Eres especial, — susurré, muy especial.
No pude evitar mirarla pensativa, haciéndome mil preguntas, bueno la
verdad, sólo una. Ella me miró.
—Sé, lo que te estás preguntando en este preciso momento. ¿Por qué?
¿Cómo he podido acabar metida en esto?
—Sí, sinceramente. Ahora que conozco tu verdadero “yo”, no me lo
explico.
—Bien, empezaré por el principio: »Provengo de una familia tolerante y
liberal. Mis abuelos ya tuvieron problemas con el gobierno del “Kaiser” y mis
padres los tienen ahora con… Bueno… Ya sabes con quien —se rió—. A mi

73 AlanFox
Liebe Isabel Montes

hermano todo esto, le ha pillado lejos, afortunadamente, y yo me vi forzada a


alistarme —quiso aclarar— por mis padres. Su seguridad estaba pendiente de
un hilo, sus movimientos eran vigilados con lupa y estaban sometidos a una
dura presión. Decidí que era una manera de dejar que estuvieran en su punto
de mira y garantizarles en cierta medida una tranquilidad. Cuando les conté mi
decisión, ellos se negaron en redondo, no admitirían nunca verme “en el lado
de los malditos” como ellos los llaman. No pude evitar reírme. »Así que un
buen día, y con gran disgusto para ellos, me presenté en las oficinas de
reclutamiento, y hasta ahora.
La miré con devoción, lo sabía, no podía ser de otra manera.
— ¿Y de lo otro, qué?
— ¿Qué es lo otro? ¿Tú qué crees?
—No sé a qué te refieres.
—Vamos, no te hagas la tonta, lo sabes perfectamente.
—No hay nadie —dijo sonriendo.
— ¿Y antes?
—Bueno, no se me ha dado mal —bromeó.
—Te las llevabas de calle, ¿no? —simulé enfadarme.
—Tanto como eso…
—No me extraña en absoluto —dije mirándola.
—Ahora me toca a mí. Dime ¿qué te hizo meterte en la resistencia?
¿Acaso querías emular a la “Rosa Blanca”?
—Ni por asomo, me dan miedo las alturas. Como mucho una Simone
Veil, en todo caso.
Gretten se echó a reír. Volvió a regalarme el intenso azul de sus ojos,
depositándolo en los míos.
—Si no te hubieran apresado, nunca nos hubiéramos conocido. No lo
tomes a mal, por favor.
—Entiendo lo que quieres decir.

74 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Empecé a acariciarla, el deseo volvía a mí, una y otra vez.


—Espera, falta algo.
Se levantó y empezó a elegir unos discos.
— ¿Qué prefieres? ¿Haendel? ¿Strauss? ¿Rossini?
— ¿Y qué me dices de Wagner?
Gretten se quedó parada y me miró como si no me conociera. Yo hacía
esfuerzos por no reírme. Ella reaccionó y me sonrió socarronamente siguiendo
la broma.
—Debo informarte que el Sr. Wagner no es bienvenido en éste “lugar”.
—Me escandalizas —dije poniendo teatralmente mi mano en mi pecho.
—He dictado una norma, y según ésta se le ha declarado “persona non
grata”.
—Secundo la norma.
—Bien, y ahora volvamos a lo nuestro.
Nos miramos y nos echamos a reír. Gretten se acercó y me dio un beso.
— ¿Ya has decidido?
—Te voy a confesar algo —le dije—. Siempre he querido que mientras…
sonara “El Cascanueces”.
Con una sonrisa, manejó el gramófono y la puso. Vino corriendo y se tiró
encima de mí. Rodamos sobre la cama, reíamos, estábamos en el cielo.
Tumbada boca arriba, yo encima de ella, me miró con amor.
—Aquí me tienes, cumple tu fantasía.
La locura, la sinrazón, la lucha de nuestros cuerpos queriéndose saciar
sin medida, sintiéndonos flotar fuera de nuestras meras envolturas carnales,
para hacernos llegar al paraíso y posarnos de nuevo en la tierra llenas de una
paz absoluta.
Me desperecé y abrí los ojos, alargué el brazo y no estaba. Me incorporé
y la busqué por la habitación. La llamé, pero sin obtener respuesta. Me levanté
y fui al baño, tampoco estaba allí. Oí un ruido que provenía de una de las

75 AlanFox
Liebe Isabel Montes

ventanas, me detuve a escuchar. Volví a oírlo, me acerqué. No la veía por


ninguna parte. Me fijé bien y en el centro del jardín, un enorme muñeco de
nieve parecía sonreírme.
Llevaba puesto una gorra y sujetaba una escoba. Sus ojos, dos pedazos
de carbón y su nariz una enorme zanahoria. De pronto, de detrás y rodeándolo,
unos brazos asomaron, poniendo delante suyo un cartel con algo escrito. Abrí
la ventana para poder verlo bien. Un frío terrible hizo que se me pusiera la
carne de gallina. Volví a fijarme en el cartel, conmoviéndome al leerlo.
“L I E B E”
No pude reprimir las lágrimas. Gretten salió de detrás y me sonrió
dulcemente. Me llevé la mano al corazón, la besé e hice que soplaba. Ella se
acercó a la carrera situándose debajo de mi ventana, puso las manos juntas
fingiendo recogerlo en ellas, las besó también y las llevó a su pecho. Nos
miramos durante unos minutos. Gretten dio unos pasos hacia atrás y rodeó el
edificio para volver a mi lado.
Cuando abrió la puerta de la habitación, corrí hacia ella, y dejándonos
llevar por el dulce momento, nos entregamos a la pasión que nos quemaba.
Desde ese día, en el patio, disfrutamos de su compañía. Me encantaba
saber que estaba allí. Hacía que el patio pareciera más alegre.
—Es la hora —le dije—, después seguiremos la partida.
—Pero iba a ganar, protestó.
– No seas mentirosa, lo tienes todo perdido.
—Eso ya lo veremos —dijo mientras se ponía las botas.
Cogidas de la mano, salimos justo a tiempo para ver el precioso
atardecer que la madre naturaleza tenía el detalle de regalarnos en esa parte
del mundo en el que nos encontrábamos. Nos hacía mucho bien, tranquilizaba
nuestros pobres espíritus condenados a una dura realidad. Lo mejor fue sentir
sus brazos cogiéndome por detrás en un dulce abrazo. Me acurruqué contra
ella.

76 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Tenemos que cerrar los ojos y pedir un deseo justo cuando el sol se
oculte tras las montañas, seguro que nos será concedido, ¿probamos? —me
susurró.
—Y ahora para que se cumpla, tenemos que sellarlo con un beso.
Siempre tenía la misma sensación. Me hacía estremecer hasta los
huesos, su amor me calaba, lo podía notar perfectamente al penetrar en mí.
Dejándome llevar por el momento y envuelta en sus brazos le dije:
—Te quiero.
Ella se separó un poco y me miró.
—Sí, yo también te quiero —repetí mirándola.
—Yo tenía razón, mi deseo acaba de serme concedido.
Me abracé a ella y empezamos a llorar como dos tontas.
Fuimos a bajar, hacía mucho frío. Yo casi estaba en la puerta cuando
me llamó, me di la vuelta y una bola de nieve se estampó en mi chaqueta.
Sonreí.
— ¿Quieres pelea? Muy bien.
Hice una bola y se la tiré sin llegar a tocarla siquiera.
— ¿Eso es todo lo que puedes hacer?
—Ahora verás —cogí otra y ésa le pasó cerca.
—Bueno, no ha estado mal.
Me lanzó ella una y me dio.
— ¿Ves? Así.
Cogí otra y la fortuna se alió conmigo, haciendo diana en su cara. Me
empecé a reír.
— ¿Y ahora qué? —Le dije desafiándola poniéndome en jarras.
Echó a correr y se abalanzó sobre mí, caímos al suelo.
— ¿Ya no eres tan valiente, eh? —Dijo sentándose encima de mí.

77 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Le eché nieve en la cara, al tiempo que la empujaba hacia un lado,


poniéndome encima de ella.
—Tienes todas las de perder —le dije con la respiración entrecortada.
—Contigo, desde luego que sí —me contestó también respirando con
dificultad.
No pude con eso, la besé con pasión. La quería, la quería… La quería.
Después de un reconfortante baño, Gretten se metió en la cama. Yo fui
al fondo de la habitación.
— ¿Qué haces?
—Aquí está.
Puse una música suave y me metí en la cama.
— ¿Y esto? —Dijo mirando el libro que me regaló.
—Me gusta tenerlo cerca.
Me hizo gracia ver cómo se esforzaba al intentar leer el nombre del
autor.
—Está bien, lo intentaré —dijo reticente.
—Espera, olvidas algo —le dije dándole sus gafas.
No pude evitar reírme al ver su cara de fastidio. Cambió el gesto, me
miró seria y pensativa.
— ¿Esto es igual, verdad? —Dijo mirando a nuestro alrededor.
— ¿A qué te refieres?
—Tú y yo habitamos el asteroide B 612, y “ellos”, son los “Árboles
Baobab” a los que debemos erradicar.
No me esperaba semejante comparación, tras unos minutos en los que
recapacité, me eché a reír con todas mis ganas.
—No lo has podido describir mejor.
—Y tú, eres mi “rosa del viento”. Y no permitiré que nadie rompa el
cristal de tu cúpula.

78 AlanFox
Liebe Isabel Montes

La besé con todas mis ganas, se lo había ganado. Y me había ganado a


mí, completa y absolutamente.
— ¡He dicho que no y no quiero repetírtelo!
—Pero es absolutamente necesario.
—No quiero que vuelvas a mencionarlo siquiera.
—Gabrielle, tienes que entenderlo, por favor.
Me acerqué a la ventana, crucé los brazos y miré al exterior.
—Escucha, mi amor. No te lo pediría sino fuera importante. Además, no
hay otra salida.
—Pues buscaremos una.
—Sabes que no la hay, fue a tocarme y la rechacé.
—Sé que lo comprendes, por eso te pido que no te niegues —dijo
apoyándose en la pared.
— ¿No me voy a negar a abandonarte a tu suerte?
—Eso no es del todo cierto.
—Me pides que me vaya y te deje aquí. ¿Qué pasará cuando “ellos”
vuelvan? ¿Aceptarán tus disculpas?
—Yo habré escapado antes.
— ¿Y luego qué? No descansarán hasta dar contigo, no habrá lugar
seguro para ti.
—Siempre me queda la opción de pasar a tu lado.
—Acabar en la cárcel. Buena idea.
—Lo prefiero, la verdad. No podemos estar así eternamente, además, sé
que pronto cambiarán las cosas. Me han informado de que tienen pensado
trasladarte a un centro de internamiento, y te aseguro que no tiene nada que
ver con lo que hayas podido pasar hasta ahora.
Se me erizó la piel al oírla.
—Sé razonable.

79 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Seguí con mi actitud, Gretten tenía razón, pero dejarla allí me resultaba
imposible aceptarlo, no podía. Sentía rabia, mucha rabia.
—Vámonos, ahora, las dos juntas. Escapemos.
— ¿Y dónde iríamos? ¿Nos refugiamos en una cueva hasta que termine
la guerra?
Desalentada me tapé la cara con las manos. Me abrazó.
—Es lo mejor, lo sabes —me besó el pelo—. Nos da la oportunidad de
poder encontrarnos algún día cuando todo esto acabe.
—Odio esta maldita guerra.
—No podemos hacer nada.
—Claro que sí —dije soltándome.
—Y afortunadamente todavía hay gente cuerda luchando ahí fuera para
acabar con una panda de “mal nacidos” y sus delirios de bestias salvajes. ¿Y
sabes lo que es peor? Su líder, ha sido capaz de volverles tan locos como él. Y
eso dice mucho.
La miré con rencor, no era mi intención, solo dejé escapar mi ira, no iba
por ella, pero no lo entendió así.
—Tienes razón, muerto el perro se acabó la rabia.
Salió a toda prisa. Fui detrás de ella.
— ¡Espera!, ¡espera!
Me miró sin contestarme y se marchó.
Ese día la busqué por todos los rincones, sin encontrarla. Imaginé que
estaría escondida en alguno que yo no descubrí. Esa fortaleza era un laberinto
y me encontré con varias estancias cerradas. El remordimiento me comía por
dentro. Lo había echado todo a perder.
A la mañana siguiente entró en la habitación donde yo todavía dormía.
Me despertó el ruido de sus botas. Vestía el uniforme que tanto miedo
provocaba en mí. Estaba seria. Me incorporé.
—Gretten… —No me dejó acabar.

80 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Me tiró el uniforme sobre la cama.


—Póntelo.
Era un uniforme del ejército francés.
—No.
—He dicho que te lo pongas —dijo alzando la voz.
— ¿Esto es por lo de ayer, verdad? Sabes que en ningún momento me
refería a ti.
—No me obligues a ponértelo —me amenazó.
—Será la única manera —la desafié.
—Muy bien. No quería, pero me obligas a ello.
Cogió un bote y empapó un trapo. Sabía lo que era.
—No te atreverás.
—No me dejas otra opción.
Luché por evitarlo, pero fue inútil, sus fuerzas no tenían nada que ver
con las mías. Lo último que vi fueron sus ojos azules como el mar.
Cuando me desperté, no sabía dónde me encontraba. Estaba dentro de
un coche, frente a unos campos que daban a un bosque inmenso y en un
camino apartado de la carretera. Gretten no estaba, miré el bulto en el suelo
junto a mis pies, era un macuto algo más grande que el otro. Miré alrededor sin
bajarme, al mirar hacia atrás en el asiento estaban sus gafas, las cogí y las
metí con cuidado en un bolsillo de mi cazadora. ¿Dónde me habría dejado?
Salí con precaución, no parecía que hubiera nadie por allí. Además, desde
donde me encontraba no me podían ver con facilidad, había escogido el sitio a
conciencia. Me dieron ganas de gritar su nombre, pero hubiera sido un suicidio.
Volví al coche y cogí el macuto, lo abrí para ver los mapas. Me sorprendí al
comprobar que no estaba a más de un par de kilómetros de las posiciones
aliadas. El camino que me señalaba era el más seguro y burlaba al enemigo.
Pensé en ella, calculó todo con precisión para facilitarme la huida. Sentí una
punzada de nostalgia. ¿Dónde estaría en ese momento? ¿Habría conseguido

81 AlanFox
Liebe Isabel Montes

escapar? La incertidumbre de no saber si volvería a verla, hizo que se me


saltaran las lágrimas. Pero no podía perder más tiempo, así que con el mapa
en la mano y una brújula, me puse en marcha.
Calculé el tiempo que estuve atravesando el bosque, unas dos o tres
horas, estaba machacada, comí algo rápidamente, descansé unos minutos, no
podía retrasarme ya casi había llegado y empezaba a anochecer. Ascendí por
una pequeña loma y divisé el campamento. Miré con los prismáticos y con
alivio comprobé que eran de mi bando.
Eso hizo renovar mis energías y me encaminé con decisión. La noche
había caído ya, pero un poco más y estaría a salvo. Tenía la sensación de que
me seguían, escuché, pero no oí nada. Eché a andar de nuevo, oyéndolo
claramente. Un pequeño chasquido me hizo volverme, la luz de varias linternas
me cegaron al tiempo que me gritaban en inglés que me detuviera con la
manos en alto. Lo hice de inmediato, como por arte de magia cuatro soldados
salieron de la nada para encañonarme.
— ¡Soy francesa! —Dije en su idioma.
Miraron mi uniforme, pero sin confiarse. Me obligaron a tirar el macuto, y
de un tirón, me quitaron el arma que llevaba en el cinturón.
— ¿De dónde vienes?
Les resumí cuanto pude de mi aventura. Me escoltaron hasta el puesto
de guardia.
Una vez allí les informé de quién era hija, inmediatamente se pusieron a
comprobar lo cierto de mis palabras. Me proporcionaron alimento y agua y
pude descansar mis doloridos pies.
No podía dejar de pensar en Gretten. Rogué para que no le hubiera
pasado nada.
La posibilidad de poder volver a ver a mi familia, me produjo ansiedad,
deseaba abrazar a mis padres.
Una vez bien informados me pasaron a otro barracón. Pude asearme un
poco y descansar tumbándome en una pequeña cama de campaña. El libro de

82 AlanFox
Liebe Isabel Montes

“El Principito” que había tenido el detalle de meter en el macuto, lo aferraba


como un tesoro. Al poco llamaron a la puerta. Era un teniente. Me saludó. Le
puse al corriente de todo. Me contestó que mi padre ya había sido informado y
que mañana por la mañana, una patrulla me escoltaría hasta un aeródromo
cercano para trasladarme hasta Francia.
Se lo agradecí de todo corazón. Iba a volver a casa. Volví a pensar en
ella, y una parte de mí, se sintió muy triste.
El reencuentro con mis padres me hizo olvidar todo lo pasado. Ellos me
daban por desparecida o algo peor. Lo que no me libró de una buena
reprimenda por obrar por mi cuenta y enrolarme con la resistencia. Me hicieron
jurar y perjurar que no volvería a hacerlo. La decepción que reflejaban sus
caras, me hizo tanto daño como el habérselo ocultado, les prometí que jamás,
se repetiría.
Había vuelto a casa, pensaba en lo vivido y me parecía lejano y confuso.
Aunque, casi cada noche, me despertaba desorientada y creyendo estar de
nuevo entre los muros de mi prisión. Tras sufrir terribles pesadillas, la mayoría
de las veces, dejaba la luz de la lamparilla encendida.
No obstante el discurrir de los días me ayudó a descansar mente y
cuerpo. Mis padres me miraron como si fuera otra vez su niñita pequeña, yo me
dejaba encantada. Me sentía feliz, aunque no era del todo cierto. Había
intentado indagar acerca de su paradero, pero no había conseguido nada. Me
decidí hablar con mi padre, él era el único que podía ayudarme, pero ellos se
me adelantaron.
Después de cenar nos sentamos en el salón. Mis padres se miraron
entre sí.
— ¿Qué ocurre?
—Cariño, sabemos que algo te preocupa —respondió mi madre.
No pude evitar ponerme seria.
—No es nada.

83 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Has pasado por algo muy duro, cuéntanoslo, te ayudará a sentirte


mejor, siguió mi padre.
—No es eso —se me escapó.
—Sabes que estamos aquí para lo que sea, ¿verdad?
Sus caras reflejaban preocupación, les adoraba, eran comprensivos
siempre cuidaban de mí sin importarles nada más.
Si conocieran a Gretten, les gustaría tanto como a mí. Su recuerdo hizo
que involuntariamente me pusiera a llorar. Su ausencia dolía y mucho. Mi
madre se levantó preocupada y se sentó a mi lado abrazándome. Cuando logré
calmarme, empecé a contarles mi historia, ahorrándome algunos “detalles” por
supuesto. Pero sin poder evitar hablar de ella, con cariño y gratitud. Los dos se
miraban incrédulos.
Al terminar ninguno decía nada.
— ¿Increíble, verdad?
Mi madre pareció reaccionar y contestó:
—No, no, hija… Es solo que… Bueno…
—No es un hombre, ¿no?
— ¡Es alemana! —dijo mi padre en tono cortante y poniéndose de pie
junto a la chimenea.
—Pero ella fue la que me cuidó todo ese tiempo y me trajo hasta aquí.
¿No has leído sus informes?
—De pasada, la trasladaron a otra base y ellos se encargan.
—Los odia tanto como nosotros, si tuvierais la oportunidad de conocerla
cambiarías de opinión.
—Claro que sí, cariño, pero debes comprender que recelemos —mi
madre hacía esfuerzos por entenderlo.
—Por supuesto, pero os aseguro que ella es distinta, es…
Mi madre acarició mi pelo, con una mirada de comprensión que solo
ellas tienen.

84 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Una mañana fui al despacho de mi padre. ¿A qué debo el honor? —Dijo


con burla.
—Eres increíble, ¿sabes? —sonreí con melancolía.
—Me gustaría saber de ella.
Me miró pensativo, se levantó y abrió un cajón de un archivador y sacó
una carpeta. Se sentó en el borde de la mesa, entregándomelo.
—Ábrelo.
Al ver su foto me cambió la cara. Eran sus informes. Le miré con temor.
— ¿Está…?
—No, tranquila.
Mi corazón volvió a palpitar.
—Está en una prisión.
— ¿Dónde?
—Es confidencial.
— ¿Qué pasó?
—El mismo día que te encontraron también la encontraron a ella. Se
encontraba a varios kilómetros de allí. Seguramente te dejó y empezó a
caminar por el bosque pero en dirección contraria. Cuando la detuvieron no
puso mucha resistencia, parecía esperar a que fueran a por ella. Tras
identificarse, la trasladaron a un destacamento seguro y después dónde se
encuentra ahora. Su “currículum” es impresionante. Estudió en la mejor
universidad de Alemania y son innumerables los cursos que ha hecho. Por no
hablar de los diplomas que tiene en su haber. Es una destacada investigadora.
Y su hoja de servicios es impecable.
La leí impresionada y aliviada por saber que siempre se había ocupado
de tareas administrativas y logísticas. No podía ser de otra manera. Cuánto
deseaba verla. Mi padre se dio cuenta, me observaba.

85 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Tanto te importa?
—Sí. Gracias a ella, ahora estoy aquí.
—Lo sé, y por eso voy a ayudarte.
Le miré con lágrimas en los ojos y me abracé a él con cariño.
—Gracias, no sabes lo que significa para mí.
—Se salva por no haber participado en ningún acto de guerra, ni tener
las manos manchadas de sangre.
—Ella no haría eso jamás.
—Te voy a contar algo que es “alto secreto”. No puede salir de estas
cuatro paredes.
Escuché intrigada.
—Se puso en contacto con nosotros.
— ¿Qué? Estaba atónita.
—Antes de abandonar el lugar de tu secuestro, nos facilitó la situación
exacta de dónde os encontrabais, así como las posiciones de los
destacamentos alemanes cercanos. Y dónde pensaba dejarte para que fueran
a buscarte. Les fue muy fácil dar contigo. Hemos hecho un buen trabajo allí.
Eso ha contribuido a todo lo demás.
No me equivoqué respecto a ella. Todo lo que ahora sabía, no hizo sino
aumentar mi admiración por ella. No pararía hasta verla de nuevo. Removería
cielo y tierra si fuera preciso.
— ¿Y sus padres?
—Antes de que pudieran reaccionar hemos logrado sacarlos de
Alemania. Están con su hijo en Estados Unidos, en un lugar seguro.
Me levanté y le abracé.
—Te quiero.
—Y yo a ti, cariño.
Mi madre y yo jugábamos una partida de cartas, mi padre entró en el
cuarto de estar. Estaba serio.
86 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Has averiguado algo?


Su semblante me hizo ponerme en guardia. Me miró y no se atrevía a
hablar. Me levanté asustada.
— ¿Qué pasa? Pregunté alarmada.
—Se ha ofrecido voluntaria para una misión.
— ¿Una misión? ¿Qué misión?
Se sentó en el sofá y yo lo hice a su lado.
—Verás, hemos sabido que los alemanes preparan un avance desde
sus posiciones para atacar un punto estratégico en nuestras fronteras.
Tenemos que abortar sus intenciones antes de que lo lamentemos, sería una
catástrofe que consiguieran sus objetivos.
Se está organizando y coordinando el operativo para atacarles por
sorpresa. Y uno de ésos campamentos, se encuentra en una zona de Alemania
que ella conoce muy bien. Le consultamos sobre el terreno, saber que nos
podíamos encontrar y que nos facilitara toda la información posible. No dudó
en colaborar e incluso se puso a nuestra disposición para acompañar al
destacamento que se destinará allí. Se está sometiendo a un duro
entrenamiento.
No daba crédito a lo que oía, me negaba a aceptarlo.
—Pero no puede ser, ella nunca ha participado en ninguna acción de
guerra.
—No participará activamente, su papel consistirá en guiarles por las
montañas.
— ¿Y qué más da eso? Los riesgos son los mismos.
—No ocurrirá nada, tranquila.
— ¿Y si yo me pusiera en contacto con mis antiguos compañeros…?
—Ni lo pienses —me dijo mi padre leyendo mis pensamientos—. Si lo
haces, me aseguraré personalmente de que no vuelvas a tener noticias de ella.
¿Ha quedado suficientemente claro? Sabía que no me dejaba opción. Me

87 AlanFox
Liebe Isabel Montes

levanté y crucé los brazos. Busqué refugio en los de mi madre, me puse a


llorar.
Miraba con devoción la figurilla del cascanueces que sostenía en mi
mano. La compré en cuanto la vi, me recordaba nuestra mágica noche. Ahora
se había convertido en mi talismán y me protegería. No había vuelto a saber
nada más de ella, salvo lo que su padre me contó. Lo prefería así, hubiera sido
insoportable no poder estar a su lado. Y ahora en las circunstancias que me
hallaba, sabía que había sido lo más acertado. No la olvidé ni por un minuto.
¿Quién puede olvidar el cielo cuando se ha estado en él? Ahora, en ese avión
que nos llevaba a nuestro incierto destino, todo me parecía lejano. Si salía de
ésta, era consciente que la tentación no me dejaría, pero lo mejor era vivir
nuestras vidas separadas, no me verían con buenos ojos en su país, y por
nada del mundo, quisiera que ella pagara por mí. Ya había pasado bastante
como para que siguiera sufriendo de alguna manera, y eso, no lo iba a permitir.
Lo nuestro se quedaría en ese castillo, era el único lugar dónde podía
estar. De puertas para fuera era algo imposible. Ahora, en la distancia, lo podía
ver claramente. Lo que no impedía amarla apasionadamente. ¿Qué hubiera
sido de mí sin ella? ¿Qué derroteros hubiera seguido mi vida? ¿Rodeada de
esos “perros” a los que ahora iba a ajustar cuentas? Y para los que no era más
que una traidora. No me sentía así, mi sensación era de tranquilidad absoluta.
Estaba poniendo todo de mi parte para que Europa no se perdiera
irremediablemente en la más terrible de las locuras. ¿Qué les esperaría si no lo
hacíamos a las generaciones futuras? No era justo privarles de una vida normal
y sobre todo libre.
El único remordimiento que siempre llevaría conmigo era haber vestido
su uniforme y haberme mezclado con esa “chusma”, aunque el hecho de haber
protegido a mi familia por ello, lo atenuaba en buena medida. Si hubieran
llegado a conocer a Gabrielle… Otra vez ella, siempre ella…
Irremediablemente ella.
La sacudida del avión me hizo volver a mi cruda realidad.
— ¡Preparados, en cinco minutos saltamos! —gritó el sargento.
88 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Las vueltas que da la vida, volvía a pisar suelo alemán, pero ahora, mi
uniforme era el del enemigo y yo iba a contribuir a mermar sus fuerzas. Nuestra
pequeña compañía era muy reducida. Diez soldados, un sargento y el teniente.
Los demás estaban distribuidos en varios frentes, la idea era atacarles por
sorpresa y desde varios flancos a la vez. El corazón se me desbocó a la hora
de saltar, pensé en ella y me lancé al vacío, amparados por la noche. Una vez
en tierra, rápidamente, nos deshicimos del paracaídas y nos adentramos en el
bosque. No parecían habernos descubierto, por ahora.
Tras horas de marcha, nos detuvimos en una zona de manantiales y en
la que había un par de cabañas de pastores dónde nos instalamos, estábamos
exhaustos.
—Mañana estaremos en nuestro destino —les dije mirando los mapas.
—Ahora lo mejor será que repongamos fuerzas y durmamos un poco.
Antes del amanecer debemos reanudar la marcha —dijo el teniente.
Amaneció un día lluvioso. Calados hasta los huesos, cada vez
estábamos más cerca. Ya podíamos divisar sus posiciones. El plan era
atacarles desde tierra con apoyo aéreo. Una vez cumplida la misión, un
helicóptero nos recogería.
El corazón me empezó a palpitar con fuerza al llegar a la linde del
bosque y ver sus campamentos frente a nosotros. El momento había llegado.
—Bien, todos preparados. A por esa panda de cerdos —dijo el sargento
tan bajo como pudo.
Justo en ese momento oímos una ráfaga de ametralladora enemiga. Nos
habían visto, estábamos perdidos. Las balas silbaban entre nosotros como
endemoniadas flechas invisibles. Pude notar la que me impactó en la cabeza,
quemándome como un hierro al rojo vivo. Cerré los ojos, y mi último
pensamiento fue para ella.
Me levanté sobresaltada. Algo le había ocurrido, mi corazón no me
engañaba. El presentimiento era tan fuerte que lo supe con certeza. El pánico
se apoderó de mí, no podía ser, por favor, no.

89 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Tuve la sensación de que se me escapaba el alma. Rápidamente me


vestí y salí, mi padre necesariamente tenía que saberlo.
Entré a su despacho sin llamar. Estaba con varios oficiales. Me miró
alarmado.
—Pueden retirarse —les dijo.
— ¡Algo le ha sucedido! ¡Lo sé!
—Tranquilízate, por favor.
— ¡No puedo, tengo que saberlo! ¡Dímelo sin más, te lo suplico!
Por su cara, sabía que le habían hecho llegar noticias.
—Debo esperar lo peor ¿verdad?
—No lo sabemos con certeza, de momento no tenemos noticias
concretas, solo sabemos que les atacaron antes de que pudieran reaccionar.
Se les da por desaparecidos.
La angustia me asfixiaba.
—Ahora mismo los refuerzos vuelan hacia la zona, para ayudar a los
que luchan allí. No podemos hacer más, únicamente esperar. Yo lloraba sin
control.
— ¿Por qué tuvo que ir? ¿Por qué?
Mi padre me cogió por los hombros.
—Gabrielle es una gran persona, y por eso, ha hecho lo que ha hecho,
debes sentirte muy orgullosa.
—Tienes razón, y lo estoy, pero no por eso duele menos.
—Lo sé —dijo abrazándome.
Tras unos angustiosos días más, los combates seguían, pero de ella, ni
rastro. Yo tenía la certeza que, incapaz de soportar tal inquietud, moriría. Me
pasaba los días y noches enteras sin dejar de pensar en ella. En mi cabeza no
cabía la posibilidad de saberla muerta. Eso era lo último que podía pasar, no lo
aceptaba y no lo aceptaría nunca. ¿Estaría herida? Trataba de doblegar mi
mente desquiciada, preparándola para llevar su recuerdo eternamente, aunque

90 AlanFox
Liebe Isabel Montes

con la escondida posibilidad de que algún día volviera a hacerse tangible y


real.
Ni siquiera me acercaba al cuartel dónde mi padre había organizado una
unidad especial en su busca.
Habían pasado casi dos meses y yo me hallaba sin ánimos y sin
motivación por nada, estaba completamente hundida. Nunca volvimos a
mencionarla en casa. Mi padre no hacía ningún comentario sobre ello, y yo no
preguntaba, las fuerzas me fallaban y no quería oír una respuesta más
dolorosa, que la tortuosa incertidumbre de la eterna espera en la que me veía
condenada, la angustia me iba consumiendo y poco a poco, me deshacía en
ella. Decidí esperar noticias, ya que no podía hacer absolutamente nada, y eso
era lo que me mataba. Me veía atada de pies y manos, y sin saber qué habría
sido de ella.
“Gretten ¿dónde estás?” Estaba convencida de que mis ruegos, la
llegarían dónde quisiera que estuviera. Esa noche, cogí “El Principito” y besé
su portada, dándole las buenas noches, mirando a la nada.
Un día ya no pude más y fui a hablar con mi padre. Se sorprendió al
verme, no me esperaba allí, desde que ocurrió, no había vuelto a pisar la calle,
queriéndome aislar del horror del exterior. La visión de las instalaciones
militares, los uniformes, las armas, los carros de combate, no hacían sino
apuñalarme, el dolor era insoportable. ¿Pensaría en mí tanto como yo en ella?
¿Le ayudaría mi recuerdo a seguir adelante? ¿Sería yo la razón de su fuerza?
¿Hasta cuándo duraría esta maldita guerra? ¿Cuál era la razón de todo
aquello? ¿Es que acaso la había? ¿Cómo se puede llegar a semejante
atrocidad? Matarnos unos a otros ¿Es que el ser humano era incapaz de tomar
otro camino? ¿Si no hubiese una sola arma, se hubiera evitado? Con toda
certeza se hubieran matado con sus propias manos, ayudados de palos y
piedras, como los seres primitivos que seguíamos siendo. Ésa era la trágica
respuesta, el momento de la historia en la que nos veíamos inmersos, y que
nosotros los protagonistas, vivíamos no acostumbrados, más bien, resignados
adaptarnos lo mejor que podíamos, a las terribles circunstancias. No habíamos
91 AlanFox
Liebe Isabel Montes

tenido suficiente con una, que volvimos a tropezar en la misma piedra, cayendo
en el delito de saber que estaba en el camino, pero no nos molestamos en
esquivarla. Las generaciones futuras estudiarían en sus libros ésta negra etapa
de la historia sin llegar a entender muy bien semejante barbarie.
Su ayudante, me dio los buenos días, se levantó y amablemente, me
abrió la puerta.
—Puede pasar, está solo.
—Gracias.
Al entrar, mi padre levantó la vista del escritorio, tenía unos papeles en
la mano, no pude evitar sentir un nudo en el estómago.
—Hola cariño —me sonrió, se levantó y rodeó la mesa para acercarse y
abrazarme.
Me regodeé en sus brazos, me confortaban. Fui a hablar, pero se me
adelantó.
—Gabrielle, cuando sepamos algo serás la primera en saberlo, te lo
prometo —acarició mi pelo.
—Temo que haya hecho una locura viéndose acorralada.
—En ese caso se hubiera encontrado el cuerpo ¿no te parece?
—Tienes razón, me niego a pensar que…
—Y sigue haciéndolo, te prometo que estoy haciendo lo que está en mi
mano para dar con ella.
—Lo sé, y siempre os agradeceré a ti y a mamá vuestro apoyo, sin
vosotros me hubiera vuelto loca.
Mi padre me hizo sentar, sabía que quería decirme algo y me puse en
guardia.
—Tenemos la esperanza al menos, de que si no la hemos encontrado,
ellos tampoco, así que no te tortures más, no la tienen en sus manos. Los
combates en la zona han terminado, y eso, nos permite rastrearla palmo a
palmo y hasta que no demos con ella, para bien o para mal, no pararemos.

92 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿Para bien o para mal?


—Debes estar preparada, cariño. Aunque estoy convencido que ha
sabido engañarlos, hasta el punto que está poniéndonos en ridículo.
La dulzura de su mirada reflejaba todo el dolor que sentía por mí. Verme
tan abatida les partía el corazón. En ese momento fui consciente de que había
tocado fondo, no podía seguir en esas condiciones, por mí, y sobre todo por
ellos, no se merecían sufrir así. Fue un punto de inflexión y cambió todo. Mi
padre tenía razón, debía ser fuerte y valiente, lo haría por ellos y por Gretten, si
no volvía a verla, al menos, también en honor a su recuerdo, en cualquier lugar
dónde pudiera estar, haría todo lo posible para que se sintiera orgullosa de mí.
Volví a abrazarle, le besé y me levanté dispuesta a afrontar cara a cara
el dolor, la desesperación y la angustia que hacía meses me envolvían. Una
vez en la calle me sentía distinta, llena de una energía desconocida.
Saqué sus gafas de mi bolsillo, que siempre llevaba conmigo, las besé y
sonreí. Cuando llegué a casa, mi madre estaba en la parte de atrás. Tendía la
ropa, me vio llegar y dejó lo que estaba haciendo, según me acercaba la
ternura con la que me miraba terminó por convencerme. Le sorprendió mi
abrazo, la besé con todo mi cariño, cogí una prenda y me puse a ayudarla. Mi
madre, la pobre, todavía sorprendida por mi radical cambio, me miraba por el
rabillo del ojo.
Ese día, entre las dos preparamos la comida, retomando la costumbre
de cuando era niña. Me sentía algo más aliviada, aunque con una parte de mi
corazón, tocado por la pena, esperando paciente que le devolvieran la vida.
Cuando llegó mi padre a casa, una idea me rondaba la cabeza y no
dudé en planteársela durante la cena.
— ¿El viejo almacén?
—Sí está en una zona muy buena, rodeado de árboles y alejado del
ruido. Es idóneo. ¿No se usa ya, verdad?
—No, está demasiado estropeado y hay mucha humedad.
— ¿Crees posible aprovecharlo?

93 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Sería una obra de gran envergadura.


—Bueno, no soy ningún Albert Speer, pero…
—Muy graciosa, hija, muy graciosa.
Mi madre disimuló la risa, al igual que yo.
—Pero podría ser ¿no?
Mi padre, sonrió:
— ¿De quién habrá sacado esa tozudez? —Dijo mirando a mi madre.
— ¿Y tú lo preguntas? Y además, no lo es. Tenemos una hija con
iniciativa y gran corazón —me dijo estrechándome la mano con cariño.
—Mañana enviaré a que lo examinen y vean si se puede hacer algo.
—Gracias.
Me levanté y les serví el café.
A los dos días, mi padre me comunicó el resultado del examen del viejo
almacén.
—Buenas y malas noticias. ¿Cuáles prefieres primero?
—Las malas.
—Costaría mucho dinero y no estamos para gastos. Y me costará un
triunfo convencer a mis superiores, si es que lo llego a conseguir.
— ¿Y las buenas?
—Los tabiques, así como el tejado y los muros, no están tan dañados
como se pensaba y los suelos se pueden conservar también. Habría que picar
la mayoría, pero por lo menos la estructura no está afectada.
— ¿Entonces, hay alguna posibilidad?
—Ya te he dicho que no hay suficiente dinero.
— ¿Y si hablamos con la gente del pueblo?
—La mayoría de los hombres están en el frente, cariño.
—Contaba con eso. Pero podríamos hablar con los que siguen aquí, y
tus oficiales podrían enseñarnos todo lo necesario.

94 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Se te sigue olvidando lo más importante.


—Estoy convencida de que si les hacemos ver que es en beneficio de
todos, no dudarán en ayudarnos.
— ¿Y de dónde se sacaría todo lo que un hospital necesita? —
Construiríamos uno pequeño con lo básico. ¿Me vas a decir que ni siquiera
eso?
Mi padre me miró al tiempo que me sonreía.
—No sé cómo lo haces, pero siempre consigues salirte con la tuya, en
eso no has cambiado nada.

Llegué a casa después de un paseo en bicicleta por los alrededores. Mis


padres estaban sentados en el jardín.
— ¡Hola cariño!
— ¿Tienes noticias?
Mi padre sonrió:
—Solo he conseguido que nos ayuden en cuanto a las obras, el material
correrá por vuestra cuenta.
También les he convencido para que os presten algún material médico y
quirúrgico, pero todo lo demás lo tendréis que poner vosotros.
— ¡Eso es fantástico! ¡Genial!
—Tendrás que hablar con todo el mundo y no va a ser tarea fácil, no
sobra nada a nadie.
—Lo sé, pero estoy segura de que no habrá problema, al fin y al cabo,
es por el pueblo. ¿Sabéis? Las habitaciones tendrán mucha luz y también un
gran corredor acristalado que va a dar a un jardín con árboles para poder
sentarse al sol.
Yo hablaba entusiasmada, cuando me di cuenta del gesto de mis
padres.

95 AlanFox
Liebe Isabel Montes

— ¿A qué viene esa sonrisita?


— ¿Sabes que se habla de ti?
— ¿De mí?
—Sí, y estamos muy orgullosos —dijo mi madre.
— ¿Y qué dicen?
—Eres una heroína. Primero no dudaste en luchar contra los
“monstruos” y después lograste escapar de ellos.
—La gente tiene mucha imaginación.
—No lo es y lo sabes. Y te tienen mucho cariño. Eres su médico y saben
por lo que has pasado. Y sé, que no dudaran en ayudarte con lo del hospital.
Mi madre se levantó y me abrazó, se me humedecieron los ojos.

Los días restantes se me pasaron en un suspiro. Cuando me quise dar


cuenta, ya teníamos casi todo cerrado. Los vecinos al ser informados, no
dudaron en poner todos de su parte, para que su pueblo contara con un
pequeño hospital, dándonos las gracias por tan magnífica idea.
Fabricamos nuestros propios ladrillos, la madera fue aprovechada de los
árboles caídos, así como de vigas viejas, vallas rotas o viejos carros. Y bajo la
dirección y supervisión de los expertos oficiales, empezaron a formarse futuros
albañiles, fontaneros, electricistas, etc… El proyecto poco a poco empezó a
tomar forma.
Por muy ocupada que estuviera, ni un solo día dejé de pensar en ella. Si
pudiera verme se sentiría orgullosa y, de haber estado, hubiera puesto todo su
esfuerzo en colaborar. Eso me daba todo el aliento, la ilusión y la confianza,
llevarla conmigo siempre y por encima de todo.
Cuando quisimos darnos cuenta, ya estaba terminado. Habían sido
varios meses de intenso esfuerzo, pero había merecido la pena. Incluso
contaba con una cocina y un laboratorio, sin olvidar el pasillo acristalado dónde

96 AlanFox
Liebe Isabel Montes

entraba la luz del sol y que daba a un jardín, dónde poder sentarse o dar un
pequeño paseo bajo los árboles.
—Ya tienes tu hospital —me dijo mi padre cogiéndome por el hombro.
—El de todos.
Ese hospital nos unió más todavía, era una localidad pequeña y
dependíamos unos de otros. Beneficiaba a la comunidad y en los tiempos que
corrían, iba a ser de gran utilidad.
Rebuscamos en nuestras casas y fuimos almacenándolo todo, nada se
podía tirar, porque todo se podía aprovechar. No podía creerlo cuando vi
aparecer a mi madre con todas las vecinas del pueblo.
— ¿Pero qué significa esto?
—Hija, aquí tienes cestos repletos de vendas, hechas con las sábanas
que ya no tienen ninguna utilidad. Y hemos fabricado jabones también. Hay
montones de cajas. ¡Ah! Mira, también hemos traído mantas viejas pero que
todavía abrigan, y montones de toallas. ¿Ves esas cajas de ahí? Hay que tener
mucho cuidado con ellas, son bombillas.
— ¿Bombillas? ¿Y de dónde las habéis sacado?
—A partir de ahora, algunas habitaciones se iluminarán con velas, como
en tiempos de nuestros abuelos.
Se echaron a reír.
No pude evitar darle un cariñoso beso, nuestras vecinas sonreían
complacidas.
La miré y me abracé a ella.
—Eres única —la besé con todo mi cariño—. Y vosotras también.
Gracias por vuestro esfuerzo.
—Hemos de colaborar todos, de eso se trata ¿no? ¿Bien, dónde
ponemos todo esto? —Dijo una de ellas.
—Llevarlo a la parte de atrás en el pequeño almacén, al lado de la
enfermería.

97 AlanFox
Liebe Isabel Montes

El día de la inauguración lucía un sol espléndido. Todo el mundo


deseaba verlo terminado. Y por fin había llegado.
Quisimos celebrarlo con una pequeña fiesta.
— ¿Pero dónde se ha metido todo el mundo? —Dije a mi padre.
—Pues no lo sé.
— ¿Cómo qué no lo sabes? No me lo explico.
—Vamos a ver qué ocurre.
Entramos por la puerta principal y antes de salir al corredor, mi padre me
cogió de la mano, le miré extrañada.
—Cariño, cierra los ojos.
— ¿Qué?
—Hazme caso.
Lo hice y me dejé guiar por él. Oí cómo abría la puerta y nos detuvimos.
—Ya puedes abrirlos.
Me quedé pegada al suelo. Todos mis vecinos y los ayudantes de mi
padre estaban allí, me acerqué y saludé uno por uno. Después mi madre, se
acercó.
— ¿Hija, te gusta?
Miré alrededor y me fijé. Todo el jardín lo adornaban multitud de flores
de todos los colores, haciéndolo más bonito y agradable a la vista.
—Cuando crezca el césped, cambiará más todavía.
Yo miré a todos, estaba emocionada. No pude evitar las lágrimas.
—Sin vosotros, esto no hubiera sido posible, me siento afortunada por
teneros de vecinos.
— ¡Bonitas palabras! Y ahora, vamos a brindar por eso —dijo Louise, el
vecino de más edad.
Todos estábamos ilusionados y orgullosos con el nuevo proyecto.
Disfrutamos de esa noche, olvidándonos por un momento de todo lo de fuera.

98 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Junto con los médicos y enfermeras del cuartel que nos prestaron su
ayuda desinteresadamente, organizamos y pusimos en marcha el proyecto.
Afortunadamente, lo más grave que se atendió fue el brazo roto de François, el
pequeño más revoltoso del pueblo.
La construcción del hospital, pareció animarnos y la vieja escuela fue
completamente renovada también. Desde que empezó la guerra, dejó de
funcionar.
Adelle, la maestra, se ofreció a reanudar las clases sin cobrar. Decía
que la ilusión que le hacía, era más que suficiente. Las vecinas procuraban que
no le faltara un buen plato de comida, era su forma de agradecérselo.
Queríamos hacer de esa escuela un lugar mejor, dónde los huérfanos de
guerra y los niños cuyos padres estaban en el frente, pudieran formarse a
fondo para un futuro, y no tener que pasar por la experiencia de sus padres.
¿Quién sabe? A lo mejor algún día, eso se haría posible. Por nuestra parte, no
iba a quedar. Era nuestra obligación procurar una vida mejor a nuestros hijos,
ya que la nuestra se nos había arrebatado, y si no podíamos evitar que se
criaran entre fusiles, por lo menos, la suya fuera lo mejor posible.
Toda la satisfacción que sentía, no mitigaba lo más mínimo el dolor. Yo
me consumía lentamente en su recuerdo. Solo quería que aquella pesadilla
terminara de una vez. No soportaba la incertidumbre, me destrozaba por
dentro.
Estaba en la cocina ayudando a preparar la comida, cuando sonó el
teléfono. No pude evitar que se me encogiera el corazón, me di la vuelta y miré
a mi madre hablar. Escuchaba seria, empecé a temblar y se me cayó el plato al
suelo. Colgó y me miró. Yo la miraba implorando que me dijera lo que fuera.
Me sonrió en un intento por tranquilizarme.
— ¡La han encontrado!
Me derrumbé en la silla.
—Está en un hospital, pero tranquila, su vida no corre ningún peligro.
El alivio que sentí fue indescriptible. Estaba viva, no la había perdido.

99 AlanFox
Liebe Isabel Montes

Ese día mi padre vino antes a casa, sabía que estaba esperándole para
que me contara más detalles.
Corrí a abrirle la puerta y abalanzarme sobre él.
—Tranquila, está bien.
— ¿Me dices la verdad?
—La bala solo le rozó la cabeza. Ha tenido suerte, mucha suerte. Antes
de desmayarse, se cayó en una zanja, y le cubrió la vegetación, lo que le salvó
la vida, si hubieran dado con ella, ahora estaríamos lamentado su pérdida.
Las palabras de mi padre, me helaron la sangre. Sentí vértigo, solo de
pensar lo que podía haberle pasado. Pero estaba bien, era lo único que
importaba.
— ¿Y logró salir? —Preguntó mi madre.
—Estuvo varias horas inconsciente. Estaba bastante débil, había
perdido mucha sangre. Cuando pudo hacerlo, ya habían terminado los
combates. Se refugió los días siguientes en los bosques, estaba algo
desorientada. Al recuperar algo las fuerzas, y tras caminar varios días dio con
un campamento aliado. Mi padre me miró y al ver mi gesto, añadió.
—Está entrenada y preparada de sobra, pero aun así, es increíble su
respuesta física. Tuvo que pasar por duras condiciones climatológicas.
De nuevo, el relato de todo lo que Gretten había padecido, me encogía
el corazón.
— ¿Y dónde está ahora? No pude evitar ir al grano.
—En Suiza.
— ¿En Suiza?
—Sí, era lo más seguro, al ser atacados pusieron en alerta a los
destacamentos cercanos y hubiera sido una auténtica locura intentar llegar a
Francia.
—Lo único que importa es que la misión ha sido un éxito total y gracias
en parte a ella.

100 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Eso merece un brindis ¿no os parece? —Dijo mi madre.


Durante el tiempo que siguió, en mi habitación, todas las noches ponía
la música que escuchábamos juntas. Me daba la sensación de tenerla más
cerca. Contaba los días para poder reunirme con ella. Fue una espera
interminable.
Una mañana llamaron a la puerta, era un soldado, y me alarmé. Me
entregó un paquete, lo abrí rápidamente. Lo desenvolví, y al verlo, estuve a
punto de caer redonda al suelo. Una bola de cristal con nieve artificial dentro,
las figuras de Blancanieves tumbada y el príncipe dándole el famoso beso.
Adjuntaba una nota: “Yo tuve el mío”. Me conmoví, sabía a qué se
refería. La noche que la disparé y creyéndola dormida, la besé. No pude evitar
las lágrimas. Me moría por verla, ya no podía más, la ansiedad iba a acabar
conmigo.
Sus gafas me acompañaban siempre bien protegidas, y cuando me iba a
dormir, las dejaba encima de la mesilla junto a nuestra bola mágica y “El
Principito”.
Le dieron una nueva identidad y un nuevo destino, el cual a partir de
ahora, sería su nuevo país de acogida. En una pequeña localidad llamada
Schloss Spiez junto a un lago rodeado de montañas y bosques. Se le facilitó un
puesto en un laboratorio del pequeño hospital, y pudo empezar una vida nueva,
siempre bajo la protección de los servicios secretos.
Intenté convencer a mi padre para ir a su encuentro, pero tuve que
reconocer que era peligroso.
Viajar no era muy seguro en ese momento. Enviarle una carta también
estaba descartado, no había que dar ninguna pista. Resignada no me quedó
otra opción que seguir esperando.
Esa tarde, mi padre se sentó con nosotras en el cuarto de estar, con una
sonrisa. Se sirvió una taza de café.
— ¿Qué te hace tan feliz? —Le pregunté.
Sus ojos brillaban.

101 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Hoy he hablado con ella. Quería tener una pequeña charla, conocerla
algo más, y debo decir que me ha sorprendido gratamente.
— ¿Con ella?
Me puse de pie directamente.
— ¿Qué te ha dicho? ¿Por qué no me has avisado?
—Deja que hable cariño —dijo mi madre.
—Queríamos saber cómo se encontraba, si había notado algo raro o si
pudieran estar vigilándola.
Algo más que difícil, pero no está de más, tomar todas las precauciones
habidas y por haber. Y después, ella y yo, hemos hablado en privado. Quería
saber cómo estabas tú.
Me dio un vuelco el corazón.
—Le he dicho que, gracias a ella, ahora te teníamos con nosotros y que
se lo agradecíamos de corazón. Dijo algo que me tocó el corazón,
sinceramente.
— ¿El qué? —Pregunté faltándome el aire.
—Me dijo que había querido aportar su granito de arena para que al
pueblo alemán, no solo se le recordara como unos bárbaros sin más. Y que se
supiera, que hubo alemanes que lucharon contra ellos por la libertad como el
resto. Aunque es consciente, que será inevitable, el que la historia los ligue con
la vergüenza y el odio.
—Eso es muy loable —añadió mi madre.
Yo no podía más, saber que mi padre había hablado con ella hizo revivir
todo lo pasado. Me sentía unida a Gretten, formaba parte no solo de un
episodio de mi vida, sino ligada a mí para siempre. Le envidié, hubiera dado
media vida por poder oír su voz.
—Quiero hablar con ella.
—Gabrielle —dijo mi padre con apuro—, ella prefiere no hacerlo.
— ¿No quiere hablar conmigo? ¿Por qué?

102 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Le resultaría más duro todavía. Me pidió que te dijera algo de su parte.
— ¿Qué? —Pregunté desanimada.
—Me ha dicho que tú fuiste su mejor aliada para combatir del único
modo que podía con ésos “mal nacidos”, y que ahora por fin, se encuentra en
paz consigo misma. Y añadió. “La única que tiene que dar las gracias soy yo.
Ella también me salvó de ellos a su manera”. Me dijo que entenderías.
Hacía rato que lloraba. Las imágenes se agolpaban en mi mente
vertiginosamente. Su recuerdo era tan cercano y doloroso, que me sacudió por
entero. Mi madre me abrazó y yo apoyé la cabeza en su hombro y me
desahogué.
Desde el primer momento en que supieron de nuestra historia no
hicieron la más mínima pregunta, solo les importaba mi felicidad. Y si la había
encontrado en una mujer, aunque fuera alemana, pues encantados; bueno
hubieran preferido otro país, eso complicaba las cosas. Nunca hubiera podido
imaginar, hasta qué punto se adaptarían por mí. Había que aprovechar los
pequeños destellos de felicidad, y saber que yo podía serlo, les bastaba.

Parada en la acera frente a su casa, me comía la ansiedad. No sabía


que yo estaba allí, ni lo imaginaba siquiera. Los nervios me bloqueaban. ¿Qué
haría cuando la viera? ¿Habría cambiado mucho? ¿Qué pensaría de mí? No
quise esperar más, crucé la calle y me paré en la puerta. Temblaba de pies a
cabeza, sentía un frío helador por la espalda, parecía no poder respirar con
normalidad. Llamé sin pensarlo más.
Cuando abrió la puerta y la vi, creí desmayarme. Para ella tuvo el mismo
efecto, se quedó pálida. Me miraba sin creerlo. Seguía llevando el pelo como
cuando la conocí, vestía un pantalón de trabajo y una camisa. En sus manos
unos guantes de jardinería.
—Ya que no quieres ni hablar conmigo, aquí estoy.
—Yo…
103 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Lo entiendo, tranquila.


—Tu pelo… —acertó a decir.
—Ha crecido —respondí casi sin voz.
—Estás preciosa.
—Gracias.
Miraba mi traje de chaqueta ajustado, mis medias y mis zapatos con los
tacones justos.
—Tú también sigues igual de guapa.
Nos miramos embelesadas, unos minutos más. Se dio cuenta de que no
me había invitado a entrar.
—Perdona, pasa por favor.
—Gracias —contesté sin darme cuenta de que yo también la miraba de
arriba abajo. Estaba tan deseable como siempre.
—Te prefiero así. Me gusta más este “nuevo uniforme” —le sonreí.
—Estaba limpiando las flores del jardín —dijo cohibida.
Me obligué a no mirarla más.
—Es bonita —dije observando un poco por encima el salón.
—Sí, no está mal. Estoy muy a gusto aquí.
Mostraba una actitud tímida, yo solo deseaba echarme en sus brazos.
— ¿Cómo estás tú?
—Ahora bien.
Otra vez esperé su reacción, yo trataba de controlarme, no sabía si ella
también se sentía como yo.
Me fijé en el pequeño cascanueces de la repisa de la chimenea.
—Siempre va conmigo, hace que te sienta cerca de mí. Él me protegió
cuando caímos en la emboscada.
Ya no pude más, me acerqué y nos perdimos en un beso extasiado.
Sentirla de nuevo, provocó un efecto demoledor en mí, era capaz de conmover

104 AlanFox
Liebe Isabel Montes

el rincón más escondido de mi ser, me embriagaba, provocándome un vértigo


incontenible.
—Cuantas veces he imaginado este momento —acerté a decir.
Acariciaba sus mejillas, deleitándome en ello, despacio, tiernamente.
Tenía la dulce sensación de que mis yemas se derretían a tan sublime
contacto.
—Yo también, pero me lo quitaba de la cabeza, no hacía más que
torturarme. Y creo que es lo mejor.
La miré desconcertada.
— ¿Qué significa eso?
—Solo te causaría problemas.
—No me importa.
—Pero a mí, sí.
—No pienso separarme de ti, otra vez.
—Gabrielle tienes que ser razonable.
—No, si se trata de ti.
Gretten miró al suelo al tiempo que suspiraba. Me acerqué a ella y cogí
sus manos.
— ¿Cómo has dado conmigo?
—Tengo influencias, ya sabes.
—No deberías haberlas utilizado.
Eso me dolió.
—Perdona, no ha sido mi intención ser tan brusca.
— ¿No te importa no saber más de mí?
—Solamente pienso en tu seguridad.
—Y yo, solo pienso en ti. ¿Me vas a decir que te soy indiferente?
—Ese no es el asunto.
—Es el único.

105 AlanFox
Liebe Isabel Montes

No iba a dejarla respirar, me había costado casi la vida soportar su


ausencia. Y ahora la tenía delante de mí, y eso, restaba importancia a todo lo
demás.
—En los tiempos que corren…
—En los tiempos que corren la gente sigue amándose. ¿Qué sería de
nosotras si no fuera así? ¿Matarnos hasta extinguirnos unos a otros?
—Pero yo soy la “enemiga”
—La de “ellos”, los “malditos”. Y si con esto me quieres dar a entender
que tendría problemas por estar contigo, quiero que sepas, que eso, es lo que
menos me preocupa en estos momentos.
— ¿Y qué, entonces?
—Que no me ames.
Se quedó desconcertada ante tan contundente respuesta.
— ¿Crees remotamente que voy a permitir que nos separemos? Ni
todas las guerras del mundo lo van a conseguir esta vez. Y por mucho que te
empeñes, tú tampoco vas a conseguirlo, así que, nada de lo que me digas me
va a valer.
Levantó la vista y quiso decir algo.
—Nada de lo que digas. Excepto, que ya no sientes lo mismo por mí. Si
es así, quiero oírlo de tus labios.
— ¿Qué vida tendrías a mi lado? Todo el mundo te señalaría.
—Todavía no me has dicho lo que me interesa.
Hizo un gesto de impotencia.
—Gabrielle ¿Qué voy a hacer contigo?
—Puedo hacerte algunas sugerencias —sonreí con picardía. Me fui a
acercar, pero dio unos pasos hacia atrás.
—Gretten. Sigo esperando.
—Esto no es ningún juego.
—Desde luego, es de suma importancia, por eso he venido hasta aquí.
106 AlanFox
Liebe Isabel Montes

La miré sin darle opción y volví a insistir.


—Dime que no me quieres, dímelo y me marcharé.
El azul de sus ojos me llenó por entero.
—Sabes perfectamente que jamás podría decirlo.
—Entonces quiero oír lo que sientes.
Tras mirarme unos segundos respondió.
—Este tiempo sin ti, ha sido un verdadero calvario, hasta el punto de
creer volverme loca. Todo lo que he pasado hasta ahora, no puede compararse
con el dolor de no tenerte.
Me acerqué a ella y la besé sin darle opción a nada. Ella se aferró a mí.
Me estremecí al sentir su necesidad de mi contacto. Nos miramos a los ojos
con una mirada cómplice y llena de significado. Me fijé en la cicatriz de su
frente, la acaricié.
—Saber que estabas allí, casi me hizo enloquecer de preocupación. No
era necesario.
—Para mí, sí. Era la única manera de poder sentirme en paz con todo.
Miró un pequeño paquete que traía y que había dejado en la mesa.
—Ah, se me olvidaba. Esto es para ti —le dije.
Me miró extrañada. Se lo di, y empezó a abrirlo. Cuando sacó su
contenido, me sonrió.
—Te he traído unos regalos. Creo que esto es tuyo —dije señalando las
gafas—. Útiles para poder ver bien —dije mostrándole “El Principito”.
Sonrió.
—Y esto también —moví la bola y la nieve empezó a moverse. Le
mostré la nota y la leí—: “Yo tuve el mío”.
—Y no lo olvidaré nunca, fue especial —me dijo.
—Y el último, lo he traído para que lo guardes aquí —le dije poniendo la
mano en su corazón.
— ¿Y dónde está? —Preguntó sonriendo.
107 AlanFox
Liebe Isabel Montes

—Aquí —dije besándola.


Todo el horror, la angustia, la incertidumbre y todos los padecimientos
que tuvimos que soportar, se desvanecían en nuestras manos, entre caricias,
susurros, anhelos. Nuestra piel, acariciada, besada, gozada. No había más que
puro deseo, nos entregamos como dos almas perdidas y que, desesperadas,
encuentran por fin lo único que les puede colmar. Las heridas empezaban a
cerrarse con el único remedio posible, su otro yo, que le daba lo que tanto
necesitaba, su complemento para poder seguir viviendo, simplemente. Todo
quedaba resumido en un “nosotras”. Podíamos sentir cómo, débilmente,
empezaba a palpitar, gracias a su otra mitad. Gretten me daba la vida que me
faltaba, mis pulmones se llenaban de aire, mi alma resucitaba y toda yo
renacía. Los jirones en que se había convertido mi existencia, se unían para
volver a la normalidad que, únicamente ella, me podía proporcionar.
La calidez de su cuerpo desnudo, me perdía en un delirio infinito. Quería
acariciarla sin perder un centímetro de piel, mis labios anhelaban los suyos,
que se me entregaban una y otra vez. Esas horas junto a ella, no serían
suficientes para satisfacernos. Una vez colmada quería más y más. Ella me
reclamaba al igual que yo, una y otra vez. No cabía más placer en aquel lecho.
La satisfacción de poseerla, era una auténtica locura a la que me entregaba en
cuerpo y alma, como hacía ella conmigo.
Las dos sabíamos perfectamente lo que necesitábamos y nos lo
proporcionábamos a manos llenas. Todo lo dañado, lo íbamos a reparar de una
vez por todas. La sabia naturaleza se encargó de ello. Nos entregamos a la
absoluta pasión, una y otra vez, sin control ninguno. Aferradas una a la otra,
nuestros cuerpos estallaron a la vez, no había nada comparable con eso, lo
más bonito del mundo compartido con la mujer que amas. Sin fuerzas, nos
dejamos caer tumbadas una junto a la otra, recuperando el ritmo de nuestras
respiraciones y sin poder movernos siquiera.
Si me hubieran enseñado lo que la vida me deparaba, no les hubiera
creído. Nunca imaginas que a través del dolor más espantoso, se pueda llegar

108 AlanFox
Liebe Isabel Montes

a conocer la felicidad en estado puro. Yo lo experimenté, y ahora, echando la


vista atrás, me cuesta creerlo.
Tuve que atravesar el infierno y sus tinieblas para ver el paraíso. Y el
ángel que me condujo a él se llama Gretten. Lo vivido nos unió como a pocas
personas. Y a éstas alturas de nuestra vida, esa unión la ha ido reforzando el
discurrir del tiempo en común.

Las noticias cada vez eran más y más alentadoras, el final estaba cerca,
y la luz empezaba a iluminar Europa al salir del tétrico túnel en el que los
“descerebrados” se empeñaron en recluirnos. La felicidad absoluta se apoderó
de todos nosotros cuando el “ser” que originó tal locura, puso fin a su
existencia de la manera más cobarde.
Al terminar la guerra vivimos unos años en Suiza. Cuando las heridas
empezaron a cicatrizar, regresamos a Francia, a mi antigua casa al lado del
mar, instalándonos definitivamente. No sin vencer las normales reticencias e
inseguridades de mi amada Gretten, que se veía en el centro de mira del resto,
aprobación que superó sin ningún problema, cuando fueron conociéndola y
demostró que sus intenciones eran las de todos. Y que no todos los alemanes
eran de la “misma condición”.
Quedó gratamente impresionada, cuando le enseñamos la escuela y el
hospital. Mi madre no perdió tiempo en hacerle saber que fue idea mía. Gretten
se sintió orgullosa de mí, lo que me deshizo como granos de arena.
Pasó a formar parte del grupo de investigación en el laboratorio, trabajo
que desempeña con entusiasmo.
He tenido la oportunidad de conocer a su familia, gente entrañable y a la
que tengo mucho cariño. Al enterarse del proyecto que logramos con tantos
esfuerzos, no dudaron en organizar galas benéficas y eventos musicales cuyos
fondos fueron destinados a equipar completamente el hospital. Lo que nos dio
la oportunidad de abrir una sala de rehabilitación e incluso un quirófano. Y lo

109 AlanFox
Liebe Isabel Montes

que era fundamental, un área de psicología, que tanta falta iba a hacer a
nuestros combatientes cuando empezaron a regresar a casa.
Desmanteladas las instalaciones militares, no dudamos en
aprovecharlas para ir creando escuelas talleres. Me hizo especial ilusión
nuestra escuela de enfermería. No podía sentirme más realizada y útil.
Todo empezaba a ser maravilloso.
Mis padres quieren a Gretten como una más, no olvidan lo que hizo por
mí. Disfrutamos con nuestro trabajo y también de nuestras tranquilas mañanas
cuando salimos a nadar o pasear por la playa. Todos los días doy gracias por
tenerla a mi lado. El amor nos escogió, aislándonos del horror, para unirnos en
nuestro camino y recorrerlo juntas. En su agradecimiento, vivimos por él y para
él. Disfrutándolo cada segundo de nuestras vidas.
Al final, es lo único que importa, “El Amor” o como diría el mío:
“LIEBE”.

110 AlanFox
Liebe Isabel Montes

111 AlanFox

También podría gustarte