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Si hablamos de aves legendarias, de inmediato se nos

viene a la mente la imagen del fénix, el ave capaz de


renacer de sus propias cenizas después de ser
consumida por el fuego, y cuyas lagrimas son capaces
de sanar heridas y enfermedades.
Para comprender su origen hay que remontarse a la
cultura egipcia, en la cual destaca el Benu, un ave
sagrada mencionada en el Libro de los Muertos, esta
era representada con un aspecto similar a una garza y
cuya existencia estaba vinculada al propio dios Ra.
Dos siglos después, el historiador Heródoto viajaría a
Egipto e introduciría el ave en el imaginario griego con
el nombre de fénix.
Tan grande fue su influencia, que su imagen no tardo
en instaurarse en el arte cristiano como un símbolo de
la resurrección de Jesucristo. Inclusive, existe una
leyenda judía en la que se cuenta que el fénix vivía
originalmente en el jardín del Edén, esta leyenda sería
adaptada en 1850 por Hans Christian Andersen,
detallando que al momento que Adán y Eva fueron
desterrados del paraíso, una chispa de la espada
flameante de un ángel alcanzo al ave acabando con su
vida, pero debido a su gran lealtad al ser el único
animal en negarse a probar el fruto prohibido, se le
concedió el don de la inmortalidad.
Como se puede ver, la esencia del fénix se mantiene
vigente desde cualquier punto de vista, concibiéndose
como un símbolo de esperanza y superación ante la
adversidad.

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