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EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO

Ahora ya, en este capítulo, explica más concretamente aquellas diferencias que
observaba y planteaba en el apartado anterior entre protestantes y católicos,
afirmando que esta diferencia reside en que los primeros tienen una ética más
materialista que los segundos. Si bien los católicos buscan la tranquilidad y
rehúyen los riesgos, promoviendo la adquisición de bienes materiales tan solo
para la necesidad, con los protestantes sucede justo lo contrario.
Weber determina, mediante párrafos inconexos entre sí, las características que
considera apropiadas para definir el espíritu del capitalismo. Estas ideas están
sacadas del libro de Benjamin Franklin “Necesary hints to those that would be
rich” (Advertencias necesarias a los que quieren ser ricos), elaborado en 1736;
además extrae de Advice to a young tradesman (Consejos a un joven
comerciante), 1748, las ideas necesarias para complementarlo. (“Works ed.
Spark”, vol. II, pág. 87).
Weber apoya a Benjamin Franklin como fuente válida para respaldar esos datos
como representantes de la ética protestante en tanto que era protestante y su libro
consiguió una gran influencia y difusión.
En estas ideas se observa una serie de constantes, tales como la prioridad
máxima de obtener beneficios del dinero mediante el uso del crédito, así como del
valor del tiempo como dinero (y consecuente desperdicio económico del ocio).
Se relacionan, además, conceptos como el honor (un valor inmaterial) con la valía
del crédito (un concepto inmaterial en esencia, pero íntimamente ligado al crédito
obtenido).
Aparece también el objetivo social de multiplicar el dinero, mediante el uso del
crédito para conseguir más dinero, a fin de amasar la mayor fortuna posible.
Por otro lado, contextualiza el “espíritu del capitalismo” de modo que excluye a
todos aquellos países y culturas que no pertenecen a Europea-Occidental o
Estados Unidos, afirmando que tan solo en esos casos se ha dado un “verdadero
ethos” del capitalismo, el cual consiste en supeditar la ganancia a la necesidad,
interiorizando este principio en la conciencia de los protestantes a modo de valor
vital.
Más adelante, Weber afirma que las atribuciones del capitalismo en la sociedad se
integran de manera utilitarista en la moral: las virtudes son virtudes tanto si se es
como si se finge, en tanto que el fundamento último de la moral en la cultura
capitalista es el utilitarismo, y las virtudes favorecen a la función de obtención de
crédito.
La ética protestante insta pues a sus creyentes a la búsqueda de más y más
dinero, minimizando el disfrute de dicho dinero, a fin de seguir consiguiendo más
dinero.
Siguiendo así esta línea de pensamiento, Weber advierte que los empresarios
protestantes reinvertían en sus propias empresas el dinero conseguido,
aumentando la cantidad de beneficios máximos que podría obtener en un mercado
competitivo, y minimizando la amenaza de otros competidores que no siguiesen
esa forma de vida.
Añadía sobre este tema, en último lugar, la afirmación de que esta forma de vida,
basada en el utilitarismo y en el amasamiento de fortunas, tenía implantado un
ascetismo, no solo basado en el ahorro, sino en la utilidad de este valor a modo de
herramienta mercantil. Supone así que el capitalismo conduce a una escala de
valores no necesariamente reales, pero si al menos debidamente fingidos, a fin de
poder utilizarlos en la sociedad de manera que favoreciese a la empresa.
En el propio ensayo, más adelante, continúa esta idea, manteniendo que estas
“normas no escritas” que todos siguen, terminan implantándose estructuralmente
en la economía capitalista, instaurando toda una institución con reglas pactadas,
nunca antes vista en la historia.
En último lugar de este desarrollo de ideas, Weber afirma que los valores fingidos
y posteriormente institucionalizados dan lugar a un vacío de valores, en tanto que
ya no son necesarios para esa forma de vida. Y éste es, en última instancia, el
espíritu del capitalismo en el cuál fundamenta toda la tesis.
Ya al margen de esto, en este capítulo aparece la principal traba, el
tradicionalismo, que no compartía el objetivo de conseguir dinero por conseguir
dinero, sino tan solo conseguir el dinero que es necesario para vivir, y disfrutar del
ocio una vez salvada la necesidad.
“Vivir para trabajar o trabajar para vivir”, ese es el conflicto entre capitalismo y
tradicionalismo.
Frente a esta oposición, Weber atribuye la participación de las sectas protestantes
a la final implantación del sistema capitalista, en tanto que se encontraban a favor
ideológicamente de dicho sistema, y actuaban como grupos de presión frente a los
tradicionalistas. Además, la competencia en el mercado que pudieran hacer los
tradicionalistas a los capitalistas era prácticamente nula, en tanto que, como se ha
explicado antes, los capitalistas reinvertían el dinero en sus propias empresas.
En este capítulo, además, se menciona como posibilidad de la aceptación del
capitalismo como ética la racionalización de la economía y la técnica, y cómo ello
afecta al ideal de vida. No obstante, solo integra esta opción en el desarrollo del
capitalismo como una complementación a la filosofía vital protestante,
supeditándola a la racionalización en la importancia del cambio, y manteniendo
una gran crítica a esta concepción determinista de la historia, en tanto que entra
en muchas controversias.

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