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Principios de Filosofía del Lenguaje
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Por lo que nosotros habíamos abordado el concepto semántico de
verdad no era, sin embargo, por sus posibles méritos filosóficos, sino por-
que constituye el primer tratamiento rigurosamente lógico de un concepto
semántico, y porque fue el ejemplo que Carnap tuvo a la vista para el
desar rollo de su nuevo programa. La contribución de Carnap a la semán-
tica formal se materializó principalmente en tres libros que aparecieron con
cortos intervalos durante los años cuarenta: 1ntroduction to Semantics
(1942), Formalization 01 Logic (1943), y Meaning alld Necessity (1947).
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la nueva atención a los
conceptos semánticos no pretende reemplazar al estudio de la sintaxis sino
completarla (lntroduction to Semantics, secc. 39). Las modificaciones más
importantes conciernen a la distinción entre las constantes lógicas y los
signos descriptivos (símbolos de individuos y de propiedades, por ejemplo),
y afectan por consiguiente a la distinción entre verdad empírica o de
hecho y verdad lógica . Tales distinciones han de trazarse - piensa ahora
Carnap- primariamente en la semán tica, si bien podr~n ser formalizadas,
esto es, representadas por medio de conceptos sintácticos en un cálculo
construido al efecto (loc. dt.). Por lo que se refiere a la traducción de ora-
ciones filosóficas al modo formal o sintáctico, que hemos considerado en la
sección anterior, Camap reconoce que, para todas aquellas que üenen que
ver con los conceptos de designación y de significado, parece más natural
traducirlas a un modo semántico, esto es, a un metalenguaje que trate de
propiedades semánticas y no simplemente formales; en este caso estarían
los ejemplos que mencionarnos al final de la sección precedente. Por lo
demás, Camap sigue manteniendo que, por las razones que ya conocernos,.
el modo material es peligroso. Por último, y de acuerdo con este giro,
la tesis de que la filosofía se reduce a sintaxis lógica del lenguaje, en gene
v
que las oraciones de nuestro len~u~je L son expres}ones que pueden ser
verdaderas o falsas, y por consigUIente que el metodo de Carnap está
pensado para este tipo de oraciones, esto es, para oraciones declarativas
O dicho de otra manera que resultará familiar: que el significado qu~
Carnap pretende analizar es el significado que en la sección 8.1 hemos
llamado significado cognitivo. A todas las expresiones, sean oraciones o
partes de oraciones, que poseen este tipo de significado, y que por tanto
pueden ser objeto del análisis que estamos considerando, las llama Carnap
«designadores». Esto no quiere decir que haya que entender estas expre-
siones como nombres, pues, según ya hemos visto, se trata de evitar una
teoría referencialista del significado. Los designadores incluyen, según esto,
las oraciones, los predicados y los nombres o descripciones de objetos
individuales.
Veamos ahora las reglas que habíamos mencionado en cuarto lugar,
l~s reglas de ámbito. Para ello hay que introducir el concepto de descrip-
ción de estado: una descripción de estado en L es un conjunto D de ora-
ciones de L) tal que D contiene, para toda oración atómica de L ) o bien esta
oración o bien su negación, pero no ambas , y ninguna otra oración (secc . 2,
p. 9). Es patente que una descripción de estado suministra una descripción
completa de un posible estado de nuestro universo del discurso, esto es,
del universo formado por aquellas entidades individuales, propiedades y
relaciones designadas por las constantes descriptivas de nuestro lenguaje
objeto L. Por ello sugiere Carnap que las descripciones de estado corres-
ponden a los posibles estados de cosas del Tractatus o a lo que Leibniz ha-
bía llamado mundos posibles, concepto este último que la teoría semántica
más reciente ha vuelto a poner en circulación, según veremos . Ahora po-
demos dar reglas semánticas que determinen, para cada oración de L, si la
oración vale o no en una descripción de estado determinada, o sea, si la
oración sería o no verdadera en el caso de que la descripción de estado lo
fuera. Tales reglas son sumamente sencillas, pues se trata de reglas como
éstas: una oración atómica vale en una descripción de estado si y sólo si
pertenece a ella; la negación de una oración vale en una descripción
de estado si y sólo si la oración no vale en ella; la disyunción (incluyente)
de dos oraciones vale en una descripción de estado si y sólo si una de las
dos oraciones, o las dos, valen en ella; etc. Así, por ejemplo, si el universo
de nuestro discurso contiene a Cervantes y las propiedades de ser un es-
critor y de ser un matemático, la oración atómica «Cervantes es un escri-
tor» vale en cualquier descripción de estado en la que sea verdadera , o
lo que es 10 mismo, en cualquier situación posible en la que sea verdad
que Cervantes es un escritor ( y esta situación posible es, por cierto, la
situación histórica real) . En esta misma descripción de estado vale también
la disyunción «Cervantes es un escritor o es un matemático». En la des-
cripción de estado correspondiente a la situación histórica real no vale, en
cambio la oración «Cervantes es un matemático», si bien es claro que esta
oración atómica vale en la descripción de estado correspondiente a una
posible situación en la que Cervante!) hubiera sido un matem,ü Íco, pues
8. Desde un punto de vista lógico 389
en tal situación esta oración hubiera sido verdadera. A la clase de todas las
descripciones de estado en las que vale una ci~rta oración X se le denomina
ámbico de X. y las reglas de ámbito son reglas como las que acabamos de
considerar, esto es, reglas que determinan en qué descripciones de estado
vale cada oración de L. Para encenderlo mejor, considérese el siguiente
ejemplo. Sea un universo constituido por tres personas a, b y e, que están
siendo sometidas a un experimento de neurofisiología, y cuyas únicas pro-
piedades relevantes a estos efectos son estar dormido y estar despierto.
Sea L el lenguaje en el que estamos describiendo las situaciones de este
experimento, y sea, por consiguiente, una oración atómica de L la oración:
Esta oración (7) vale en toda descripción de estado en la que valga alguna
de sus partes (o las dos). Vale, por tanto, entre otras, en las descripciones
(2), (5) y (6) de las que hemos vis to.
Las reglas de ámbito, junto con las reglas de designaci6n, suministran
una interpretación para toda oración del lenguaje objeto L, pues, en pala~
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390 Principios de Fiiosofia del Lenguaje
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X es L-falsa en L = df 1 X es L-verdadera en L
Los conceptos-L así definidos tienen una interesante relación con los
conceptos modales. Pues si una oración L-falsa es una oración que no vale
en ninguna descripción de estado, es, entonces, una oración cuya verdad
392 Principios de Filosofía del Lenguaje
Esto significa que una oración es contingente si y sólo si hay por lo menos
una descripción de estado en la que vale y una en la que no vale. Sobre
esta base p'leden a su vez definirse una serie de lo que llama Carnap con-
ceptos-F, esto es, conceptos relativos a la verdad contingente, fáctica, empí-
rica o sintética, según las varias denominaciones que a lo largo de la his-
toria de la filosofía se han usado a este respecto.
D es equivalente a D' en L =
la oración D ~ D' es verdadera en L
dí
D es L-equivalente a D' en L = . di la oración D ~ D' es L-verdadera
en L
D es F-equivalente a D' en L =: di la oración D ~ D' es F-verdadera
en L
8. Desde un punto de vista lógico 393
de estar del todo claro, la solución de Carnap es aún más oscura en el caso
de los designadores individuales, pues dirá que dos expresiones de individuo
son L-equivalentes cuando expresa n el mismo concepto individual. De aquí
las siguientes definiciones (secc. 9):
La extensión de una expresión individual es el objeto individu~1 al que
se refiere; su intensión es el concepto individual que expresa.
La idea es que dos expresiones de individuo como «el manco de Le·
panto}) y (el autor de El Quijote» tienen la misma extensión pero diferente
intensión, pues se refieren al mismo objeto o individuo pero expresan dos
conceptos individuales disdntos. ¿Cuándo expresarán dos designado res indi-
viduales el mismo concepto individual? Supon~mos que cuando digan lo
mismo acerca del objeto. Así, tendrán la misma intensión las expresiones «el
autor de El Quijote» y «el escritor que escribió El Quijote», o «el manco
de Lepanto» y «el que quedó inútil de una mano en Lepantm>. Pues, en
efecto, parece claro que la afirmación «Alguien es el autor de El Quijote
si y sólo si es el escritor que escribió El Quijote» es una oración L-verda-
dera, esto es, verdadera en función de las reglas semánticas exclusivamente,
y con independencia de los hechos extralingüísticos. Depende, en cambio, de
estos últimos que la expresión «el autor de El Quijote» y «el manco de
Lepanto» se refieran al mismo individuo.
Examinemos, por último, el caso de las oraciones. ¿Cuál será su ex-
tensión? De acuerdo con la línea de nuestro razonamiento tendremos que
contestar: algo que tengan en común las oraciones equivalentes . Y lo que
las oraciones equivalentes tienen en común es su valor de verdad. Pues dos
oraciones son equivalentes cuando ambas son al tiempo verdaderas o falsas.
Por una vía distinta a la de Frege, llegamos aquí a un resultado muy pare-
cido. Frege había dicho, extrañamente, que las oraciones son nombres de
su valor de verdad. Carnap dice que tienen como extensión su valor de
verdad. Y su justificación es más convincente, recurriendo, como acabamos
de ver, al concepto de equivalencia. En cuanto a la intensión , habremos de
preguntarnos en qué coinciden dos oraciones que sean L-equivalentes, esto
es, equivalentes por razón de las reglas semánticas únicamente. y la res-
puesta es: en lo que significan, en la proposición que expresan o, como
había dicho Frege, en su sentido . En resumen (secc. 6, 6-1 Y ss.):
La extensión de una oración es su valor de verdad; su intensión es la
proposición que expresa.
Según Carnap se encarga de aclarar, el término «proposición» , en este
uso, como el término «propiedad» anteriormente, no se refieren a entidades
mentales subjetivas como ideas o pensamientos, sino a «algo objetivo que
puede o no estar eje!llplificado en la naturaleza» (secc. 6, p. 27; es el sen-
tido objetivo en el que Frege utilizaba el término «pensamiento»). Para
que una entidad de cierta clase sea una proposición debe cumplir est:lS dos
condiciones: que a toda oración de nuestro lenguaje L, las reglas de éste le
asignen exactamente una entidad de esa clase; y que a dos oraciones de L
se les asigne la misma entidad si y sólo si dichas oraciones son L-equivalen-
tes en L (pp. 31-32) .
8. Desde un punto de vista lógico 395
Haciéndose eco de esta clase de consideraci nes , que habían sido for-
muladas por Quine, Carnap recogió la distinci' n en un trabajo posterior
del modo siguiente (<<Meaning Postulates», 1952). Las reglas de ámbito
ciertamente muestran que (8) vale en toda descripción de estado de nues-
tro lenguaje y, por tanto , que es L-verdadera, e to es, nece ariamente ·
verdadera. Pero esas reglas semántica no s n suficientes para mostrar
que también (9) lo es, pues si en nuestro lenguaje tenemos los predicados
«está dormido» y «está despierto», y la expresión individual «Rodríguez»,
las reglas de ámbito no pueden, por sí solas, hacer de (9) una oración
necesariamente verdadera, o sea , una oración que valga en todas ]as des-
cripciones de estado. Para esto hemos de añadir una nueva regla que cons-
tituye lo que llama Carnap un postulado de significado, ya que establece
las relaciones que hay entre lo que significa «estar dormido» y lo que
significa «estar despierto», y en virtud de las cuales podemos afirmar que
nadie puede estar a la vez despierto y dormido . Si representamos «está
despierto» como «F» y «está dormido» como «G», nuestro postulado de
significado tendrá esta forma:
o alternativamente:
ot ras palabras , acep tar reglas para formar enunciados y para comp roba r-
los, aceptarlos o rechazarlos» (loe. cit., p . 208). Esto no quiere decir que
la decisión de usar o no ese lenguaje sea arbitraria. La forma cien rífic l
de nuestro traro epistemológico con la rea lidad, a su vez justificada por
la eficacia en el dominio de la misma, aca so ofrezca la razón suficiente c.!\.
que ese lenguaje de objetos físicos se haya incorporado al lenguaje coti-
diano de modo casi universal e incue50 tionado. Pero esto -según Car-
nap- no es prueba de que existan tales objetos , sino tan sólo de que nos
conviene hablar de ellos.
Lo propio puede decirse de otros marcos lingüísticos. La filosóficn
pregunta: «¿Existen los números?» , tiene sentido si se entiende como:
«¿Vamos a aceptar un lenguaje con términos de nú meros?» Esto es, se
trata de una cuestión externa al marco Jingürstico numérico, a diferencia
de una pregunta propiamente interna, como: «¿ Hay algún número primo
mayor que lOO?», la cual presupone ia utilización de ese ma rco lingüís-
tico. I gu almente, la cuestión «¿Hay proposiciones necesarias?» es una
cuesdón in terna a un lenguaje en el que se hable de proposiciones; pe ro
la pregunta «¿Hay proposiciones?» es de carácter externo, y debe enten-
derse más bien como «¿Conviene emplea r un lenguaje en el que se hable
de proposiciones?» Otro tanto habría que decir sobre cuestiones como
~¿Son reales las propiedades?», «¿Exisren el espacio y el tiempo ?», etc.
La idea de Camap es que las cuestiones externas, formu ladas como cues-
tiones ontológicas y no como cuestiones metalingüísticas, son pseudocues-
tiones metafísicas, y como tajes carentes de significado cognitivo. Como
puede apreciarse, reaparece en es te contexto semántico la clásica tesis
ca rnapiana que ya conocemos sobre los problemas filosóficos : o son pro-
blemas acerca del lenguaje o no son problemas.
Desde este pu nto de vista, la introducción de nuevas entidades en
el universo de nuestro discurso requiere dos movimiento fundamentales
(op. cit., secc. 3). En primer lugar, 1a introducción de un término genera l
para la clase de es tas entidades, lo que nos permitirá decir si una entidad
determinada es o no de esa clase; por ejemplo, el término «propiedad»
si se trata de introduci r propiedades, el término «número» si queremos
introducir entidades numéricas, etc. En segundo lugar, la introducción de
un nuevo tipo de variables, cuyos valores sean las nuevas entidades in-
troducidas (Camap reconoce aquí que ha sido Quine el primero en subrayar
la conexión entre aceptar entidades determin adas y asignar cie rtos valo-
res a las variables del lenguaje; la tesis clásica de Quine, que considera-
remos más adelante, se enuncia así: ser es ser el valor de una variable ).
Podríamos pensar que la introducción de nuevas entidades es algo que hay
que decidir, por las razones apropiadas, con independencia del lenguaje,
y que tan s6lo cuando se ha to mado una decisión positiva tiene sentido
introducir las expresiones que se refieran a esas entidades. La posición
de Carnap es la opuesta: <da introducción de nuevas expresiones nc re-
quiere justificación algu na porque no implica ninguna afirmación de rea-
lidad» (loe. cit., p. 2 14). Con ello, Carnap aspira a eludir la acusación
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