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LA POLITICA

CARACTERÍSTICAS DEL PODER POLÍTICO

Generalmente, el término «política» se emplea para designar la esfera de las


acciones que tienen alguna relación directa o indirecta con la conquista y el ejercicio del
poder último sobre una comunidad de individuos en un territorio. En la determinación de lo
que comprende el ámbito de la política no puede prescindirse de la ubicación de las
relaciones de poder que en toda sociedad se establecen entre individuos y grupos,
entendido el poder como la capacidad de un sujeto de influir, condicionar y determinar el
comportamiento de otro individuo. El vínculo entre gobernantes y gobernados en el que se
resuelve la relación política principal es una relación típica de poder. Desde la Antigüedad,
el tema de la política ha estado vinculado con el tema de las diversas formas de poder del
hombre.

Del griego cratos, fuerza, potencia, y arquía, autoridad, nacen los nombres de las
antiguas formas de gobierno que todavía se usan hoy, como «aristocracia»,
«democracia», «plutocracia», «monarquía», «oligarquía», «diarquía» y todas las palabras
que han sido acuñadas para designar formas de poder político. Este último es el poder
político, o sea, el que se ejerce en la polis . En la época moderna, cuando John Locke
declara su deseo de abordar el problema de la distinción del poder del padre sobre los
hijos y del capitán de una galera sobre los remeros frente al gobierno civil, sostiene que el
primero descansa en la generación, el segundo en el derecho de castigar y el tercero en
el consenso. Patriarcalismo y despotismo son, en otras palabras, formas degeneradas del
poder político porque no reconocen este último poder y por tanto no salvaguardan su
naturaleza específica.

La relación política es una de las muchas formas de relación de poder existentes


entre los hombres. Con respecto a la función, son ilustrativas las metáforas que desde la
Antigüedad se han empleado para definir la naturaleza del gobierno. En el primer modelo,
al gobierno se le asigna generalmente el papel de la mente para mostrar que él efectúa
una función central que consiste en guiar, dirigir, mandar, y en cuanto tal es diferente de
la meramente ejecutiva de las otras partes del cuerpo social. En el segundo modelo, los
oficios o artes más frecuentemente tomados en consideración son el pastor, el navegante,
el auriga, el médico y el tejedor.

Aunque son arcaicas, estas metáforas sirven todavía hoy para indicar los rasgos
principales de las funciones de gobierno, que ahora habitualmente son divididas en
legislativa, ejecutiva y judicial. Por lo demás, ni la distribución clásica del poder político
con respecto al poder paternal y al despótico, ni la determinación en referencia a la
función permiten ubicar y delimitar el campo de la política. De esta insuficiencia derivan
los diversos intentos de definir la política mediante un nuevo criterio, el del fin. Pero
también este criterio es inadecuado.

Se remonta a la Antigüedad, y por tanto ha sido transmitida durante siglos hasta


llegar a nuestros días, la afirmación de que el fin de la política es el bien común,
entendido como bien de la comunidad diferente del bien personal de los individuos que la
componen. Desde la óptica del juicio de hecho, que sólo permite distinguir la acción
política de las acciones no políticas, incluso la del mal gobierno se coloca perfectamente
en la categoría general de la política. Aun prescindiendo de este argumento, el concepto
de bien común, a pesar de su larga historia, no es claro. La variedad histórica de
significados del bien común en las diferentes comunidades se comprueba con la mayor o
menor amplitud de los fines que son propuestos al Estado, según si se considera
necesaria una mayor o menor extensión de la esfera pública con respecto a la privada.

Precisamente con base en esta constatación, el fin del Estado no es por lo


general considerado por los escritores de derecho público entre los elementos
constitutivos de la definición de Estado. En una sociedad fuertemente dividida en clases
contrapuestas, es probable que el interés de la clase dominante sea asumido y sostenido
incluso por medio de la coacción como interés colectivo. El único criterio razonable del
que son partidarios los utilitaristas, y que consiste en tener en cuenta las preferencias
individuales y en partir de ellas, se topa con todas las dificultades inherentes al cálculo de
las preferencias y a la manera de sumarlas en las que se debate sin solución aparente la
teoría de las decisiones racionales. En cualquier sociedad donde hay propietarios y no
propietarios, el poder de los primeros deriva de que el disponer de manera exclusiva de
un bien hace posible que los segundos trabajen para el propietario bajo las condiciones
impuestas por él.
En cuanto el poder político se distingue por el uso de la fuerza, se erige como el
poder supremo o soberano, cuya posesión distingue en toda sociedad organizada a la
clase dominante. En las relaciones interindividuales, a pesar del estado de subordinación
que la expropiación de los medios de producción genera en los expropiados, a pesar de la
adhesión pasiva a los valores transmitidos por parte de los destinatarios de los mensajes
emitidos por la clase dominante, sólo la utilización de la fuerza física sirve para impedir la
insubordinación y para domar cualquier forma de desobediencia.

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