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Del griego cratos, fuerza, potencia, y arquía, autoridad, nacen los nombres de las
antiguas formas de gobierno que todavía se usan hoy, como «aristocracia»,
«democracia», «plutocracia», «monarquía», «oligarquía», «diarquía» y todas las palabras
que han sido acuñadas para designar formas de poder político. Este último es el poder
político, o sea, el que se ejerce en la polis . En la época moderna, cuando John Locke
declara su deseo de abordar el problema de la distinción del poder del padre sobre los
hijos y del capitán de una galera sobre los remeros frente al gobierno civil, sostiene que el
primero descansa en la generación, el segundo en el derecho de castigar y el tercero en
el consenso. Patriarcalismo y despotismo son, en otras palabras, formas degeneradas del
poder político porque no reconocen este último poder y por tanto no salvaguardan su
naturaleza específica.
Aunque son arcaicas, estas metáforas sirven todavía hoy para indicar los rasgos
principales de las funciones de gobierno, que ahora habitualmente son divididas en
legislativa, ejecutiva y judicial. Por lo demás, ni la distribución clásica del poder político
con respecto al poder paternal y al despótico, ni la determinación en referencia a la
función permiten ubicar y delimitar el campo de la política. De esta insuficiencia derivan
los diversos intentos de definir la política mediante un nuevo criterio, el del fin. Pero
también este criterio es inadecuado.