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1. CONCEPTOS:
La expresión «sociedad civil» se usa hoy comúnmente para indicar el conjunto de las
relaciones sociales no reguladas por el Estado. Esta acepción, que tiene su origen en el
pensamiento alemán del siglo XIX (particularmente en la filosofía política de Hegel y de
Marx), va estrechamente unida, por un lado, a una concepción restrictiva del Estado,
concebido como simple órgano del poder coactivo, y, por otro, al reconocimiento de que-
existen derechos naturales y originales de los individuos y de los grupos que restringen en
cuanto tales la esfera de ejercicio del poder político. Por ende, se puede decir que existe una
discrepancia entre la sociedad civil y el estado, considerada como fruto de una situación
patológica, debida a la disyunción entre las demandas que surgen de abajo y la incapacidad
de las instituciones públicas de responder adecuadamente a las mismas. La legitimación del
poder político, y por tanto la posibilidad de una gobernabilidad real, va unida a la
consecución de un equilibrio dinámico entre las instancias sociales que surgen del país real
y su asunción correcta por parte del llamado «país legal».
La evolución del pensamiento político occidental, y más radicalmente la historia de
los pueblos, pone de manifiesto la existencia de una notable variedad de sistemas socio-
políticos que han interpretado de varias maneras la relación entre la sociedad civil y el
Estado. Se va desde una identificación total de la sociedad civil con el Estado hasta su
separación total, e incluso hasta su contraposición, que se produce con el nacimiento de la
sociedad burguesa. La diferenciación cada vez más marcada de tareas entre el poder
económico y el poder político está en la raíz de esta contraposición, que ha caracterizado por
largo tiempo a las sociedades modernas —El proceso que se ha venido desarrollando ha
estado marcado por la emancipación substancial de la sociedad respecto al Estado, con las
reivindicaciones de una autonomía cada vez mayor de los individuos y de los grupos
intermedios—. Sólo con la transformación del Estado de derecho en Estado social,
empeñado en regular las relaciones económicas, se abrió paso la tendencia a una
compenetración mutua. Efectivamente, a una especie de estatalización de la sociedad ha
correspondido una amplia socialización del Estado mediante formas nuevas de participación
en las opciones políticas por parte de las organizaciones de masa representativas de la
sociedad real. Se ha verificado entonces un fenómeno de ósmosis por el que el Estado y la
sociedad se han ido impregnando mutuamente.
Poder político: El poder político es una consecuencia lógica del ejercicio de las
funciones por parte de las personas que ocupan un cargo representativo dentro de un sistema
de gobierno en un país.
El hombre es un ser social por naturaleza. Es decir, que le resulta imposible vivir aislado:
siempre está inmerso en un haz de relaciones sociales que determinan sus condiciones de vida.
Esta red de relaciones sociales cada vez más intensa afecta a todos los ámbitos de la vida
humana: cultura, tecnología, ocio... El hombre se encuentra inmerso, en cada uno de estos
ámbitos, en situaciones constituidas por actividades interrelacionadas, dirigidas a satisfacer
necesidades sociales.
3. EL PODER Y LA SOCIEDAD.
Balandier, afirma que “[…] en las sociedades que gozan de un gobierno mínimo, o que
sólo lo manifiestan de un modo circunstancial, […] el poder, la influencia y el prestigio son
en ellas el resultado de unas condiciones […] tales como la relación con los antepasados, la
propiedad de la tierra y de las riquezas materiales, el control de los hombres capaces de ser
enfrentados con los enemigos exteriores, la manipulación de los símbolos y el ritual”. En estas
sociedades, al existir un poder político escasamente diferenciado, tanto estructural como
culturalmente, el poder emana directamente del status propio del individuo en el interior de cada
grupo social. El poder político, por consiguiente, se identifica con el poder social, y éste se
deriva del control de ciertos recursos, como la tierra y las riquezas, la vinculación preferente
con los poderes sobrenaturales, el conocimiento de la tradición, o la dirección de los grupos
primordiales.
Dowse y Hughes (1975) afirman, que en las sociedades acéfalas, aunque aparezcan
los roles de jefe, estos son transitorios y ad hoc para ciertas ocasiones o acontecimientos
importantes y “…cambian de una situación a otra; es decir, una persona puede dirigir una
acción de caza, otra puede determinar el tiempo del forraje, y otra puede dirigir una acción
bélica...” En esta situación de autoridad voluntaria, el linaje y la costumbre suelen ser agentes de
control social mucho más importantes que los individuos a quienes se concede un poco de
autoridad por tiempo reducido.
Desde el momento en que surge este poder político diferenciado, los grupos con poder
social dirigen hacia él sus pretensiones, con el fin de ocuparlo directamente o adquirir
influencia sobre el mismo y determinar o condicionar sus decisiones. A partir de entonces
aparece un nuevo concepto de política, la política en sentido estricto, que es la actividad
dirigida a gobernar, o a influir indirectamente en el poder político, en el centro político de
dirección y control del conjunto de la sociedad.
Desde el punto de vista estructural, con este nuevo centro aparecen roles políticos estables
de liderazgo, así como nuevas estructuras tales como la burocracia, los ejércitos regulares, la
recaudación normalizada de impuestos, medios regularizados de intercambio, un sistema de
administración de justicia, y organizaciones estables para acceder al poder por medio de la
consecución de apoyos a los diversos proyectos.
Desde el punto de vista cultural, los símbolos que definen y justifican el poder político se
independizan de otras esferas de la cultura, como la religión y la moral, creándose de este modo
sistemas relativamente autónomos de creencias e ideas para legitimar el poder.
Por tanto, con la aparición de un centro político diferenciado nos encontramos con
dos niveles y conceptos acerca de lo que sean la política y el poder:
En primer lugar, la política en sentido amplio, como gobierno de las situaciones sociales
por medio del poder social. Este poder social, en las sociedades con una estratificación
relativamente compleja, deriva del control de determinados recursos o esferas de actividad por
parte de algunos individuos o grupos.
Recursos tales como las armas (golpistas, terroristas, bandas criminales); la tierra, las
fuentes de energía, las materias primas, el trabajo, el capital o las empresas; la tradición y la
ideología, junto con la religión, la educación, la propaganda y el conocimiento especializado,
que determinan las creencias, los conocimientos y los sistemas de valores; o, finalmente, los
diversos medios de esparcimiento y ocio (desde las salas de juego hasta el tráfico de drogas).
El poder social, por tanto, actúa en este segundo nivel o como un medio para acceder
directamente al poder político o como un medio de influencia sobre él. Es decir, en este
segundo caso, como un recurso utilizable para gobernar indirectamente, determinando o
condicionando las decisiones de los detentadores del poder público.
El Estado parece causar una fascinación especial al ser visto como un ente político-
organizativo que sobrevive en el tiempo, adaptándose a nuevas situaciones, así como parece ser
la forma de organización socio-política más estable y eficaz, ya que el número de Estados que
han ido contabilizándose desde su aparición, ha crecido progresivamente sin reducirse en ningún
momento. Sobre todo tras los procesos de descolonización producidos en el siglo XX.
Sin embargo, el Estado es una realidad organizativa altamente compleja donde se cruzan
multitud de elementos que hacen que esta estructura estatal se mantenga y que la sociedad que
regula posea un determinado orden, no quedando muchas veces claro, cuáles son estos elementos.
Soberanía, poder, gobernabilidad, legitimidad, sociedad civil, nación, administración pública,
entre otro, son términos que frecuentemente aparecen ligados al concepto de Estado y que
configuran aspectos organizativos y relacionales del Estado con otros sujetos (físicos o jurídicos),
haciendo al Estado quizá uno de los sujetos claves para entender la política tanto a nivel interno
como internacional.
La teoría política nos dice que todo Estado debe poseer unos componentes esenciales para
su existencia, siendo estos soberanía, población y territorio. Charles Tilly definirá los Estados
como “organizaciones de poder coercitivo, que son diferentes a los grupos de familia o
parentesco y que en ciertas ocasiones ejercen una clara prioridad sobre cualquier otra
organización dentro de un territorio de dimensiones considerables”. Según este mismo autor, la
mayoría de los Estados que han surgido a lo largo de la historia se pueden considerar como
Estados no nacionales, ya que la mayoría han sido ciudades y es solo en los últimos siglos,
cuando los Estado-Nación han sido la verdadera referencia socio-política que configure la
realidad nacional e internacional.
Tilly en su definición ya nos indica uno de los factores que quizá haya sido decisivo en la
aparición del Estado, es decir, el poder y más concretamente en su variable coercitiva. El poder
ha sido definido por Robert Dahl como un fenómeno cuantitativo que capacita, así como influye
en el comportamiento de los demás. Mientras que Foucault daría una definición más directa
diciendo que “el poder es esencialmente lo que reprime”. Por lo tanto, utilizando estas dos
definiciones queda claro que el poder va a ejercer un determinado efecto sobre el
comportamiento de los individuos, que principalmente será coercitivo.
Toda sociedad posee una distribución del poder, que hará a esta característica, siendo
acorde a unos criterios socialmente aceptados, que doten de poder a los individuos. Un ejemplo
claro es como en muchas sociedades, el sexo es determinante para la provisión de poder a parte
de los miembros de esa sociedad, así como la edad, ya que ser mujer o menor de edad significa
no poseer los requisitos sociales establecidos para ser proveído de este en determinadas
sociedades. Así las sociedades se configurarán en función de las relaciones de poder establecidas
en un momento determinado, siendo los dirigentes de estas, aquellos que más poder acumulen,
siendo por tanto un elemento cuantitativo que puede transferirse o alienarse, total o parcialmente
y que todo individuo puede detentar y que cede para contribuir a la constitución de un poder
político, apareciendo así la soberanía.
Esta acumulación de poder podría haberse dado a través de diferentes formas, quedando
configurado en una determinada persona o figura mediante diversos mecanismos como la
legitimidad, ya fuese esta tradicional, carismática o racional-legal, además de una última que en
nuestros días cobra cada vez mayor fuerza, la eficacia.
Este elemento cuantitativo del poder puede relacionarse con otro elemento que tiene una
importancia vital, la economía o el capital. En el proceso histórico de la construcción del Estado,
aquellos que han detentado los principales medios de coerción, siendo este generalmente los
ejércitos o fuerzas armadas, han precisado de bienes para mantener esta posición ventajosa con
respecto a otros individuos que también buscasen detentar ese poder (otros nobles, reinos, etc.)
Por ello era necesario crear estructuras organizativas centralizadas, creando unas relaciones
económicas y organizativas para extraer recursos, que permitiesen el mantenimiento de esta
fuerza coercitiva dando lugar a una estructura socio-política compleja, que buscaba de algún
modo ser legítima para detentar ese poder y obtener la obediencia de otros individuos sobre un
territorio determinado. Aparece así el derecho, un pensamiento jurídico que trata de reglar las
relaciones de poder intrínsecas en la sociedad y que reprime o coarta a los individuos de llevar
acciones contra ese poder que lo origina, pertrechándose este de una herramienta que junto con
los terratenientes y fuerzas armadas, aseguraría una obediencia coercitiva y coactiva.
La acción organizada de la sociedad civil sería una válvula de escape del conflicto
inherente a la sociedad y que propone modificaciones en las relaciones de poder a través de un
amplio abanico de acciones, que pueden ir desde acciones pacíficas y convencionales como son
manifestaciones o huelgas (primeramente reprimidas y no toleradas para ser aceptadas con el
paso del tiempo) hasta acciones transgresoras o violentas que hayan desencadenado verdaderos
conflictos armados en el seno de la sociedad.
Esta sociedad civil, sobre todo en los Estados más avanzados, conseguiría que se produjese
una redistribución del poder político, aunque no tanto económico, que seguiría siendo uno de los
principales creadores de desigualdad en el seno de la sociedad. Así paulatinamente la sociedad
civil iría accediendo a determinados derechos, que supondrían el acceso al poder político o a su
reparto de la mayoría de la población del Estado, sobre todo ya en el siglo XX. Esto supondría
una modificación de la legitimidad del poder, pasando de ser un poder de cuadros, a un poder que
reside en la mayoría de la población y que lo cede en aras de una organización que permita el
desarrollo de una vida relativamente estable.
Max Weber definiría el Estado como una organización cuyo éxito radica en la pretensión y
posesión del monopolio de la violencia física legítima, estando esta violencia claramente
relacionada con el poder coercitivo del Estado. Jugando este un importante papel en la
repercusión que las demandas sociales pueden tener en el sistema político, ya que mediante la
coacción o represión se pueden limitar y contener las demandas, evitando así que las relaciones
de poder varíen, siendo un elemento esencial para ello las fuerzas armadas y la policía. Por lo
tanto la coacción no solo sirve para mantener una cierta estabilidad que permita el ejercicio del
poder, sino que puede impedir que ese poder se trasvase a otros individuos o colectivos, aunque
no siempre se consiga. El Estado por tanto, no es como el resto de asociaciones humanas, ya que
por un lado brinda un marco de actuación a la sociedad civil para que exprese sus demandas, en
mayor o menor medida dependiendo de la represión que se utilice para contener estas, y por otro
lado acoge a esa sociedad civil. Fija por tanto las condiciones y las reglas básicas del juego
político y de toda actividad humana, ya sea asociacional, expresiva o intelectual, pudiendo
obligar a los miembros que lo componen a llevar a cabo determinados comportamientos, siendo
estos destinados en beneficio del bien común o del interés estatal.
Estamos ante conceptos que tienen una larga historia en el pensamiento político y
filosófico, por lo cual están cargados de los valores históricos que les dieron nacimiento y los que
se fueron formando en el curso de sus desarrollos respectivos.
En general se podría convenir que los dos usos más frecuentes que se han atribuido,
históricamente, al término sociedad civil han sido: identificándola o haciéndola coincidir con la
noción del Estado o sociedad política, que se distingue de la sociedad doméstica, natural o
religiosa y como sociedad civilizada en relación con las sociedades primitivas, calificables de
salvajes o bárbaras.
Todo parece indicar que el concepto surge con el pensamiento moderno de Hobbes y
Locke, para los cuales es una forma de identificar a la sociedad que ha dejado de ser primitiva y
empieza a organizarse como sociedad política, coherente, con un Estado que la ordena y la
regula. En esa misma línea de pensamiento, J.J. Rousseau afirmó que la sociedad civilizada debía
completarse con la sociedad política, de manera que ambas se requerían y complementaban como
un todo inseparable. Hegel, consideró a la sociedad civil como un momento de la dialéctica del
Estado; como la sociedad que avanza sobre la organización meramente familiar y al elevarse a la
organización estatal, con su capacidad de síntesis, se coloca por encima de los intereses de clase.
La primera ocasión conocida en que Carlos Marx hace alusión a la sociedad civil es en el Prólogo
a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, en el cual dice que sus investigaciones le
revelaron que ni las instituciones jurídicas, ni las formas del Estado pueden explicarse por sí
mismas, ni por la evolución del espíritu humano. Pero no tanto de esta afirmación, como de la
contenida en la Ideología Alemana es que se han reproducido interpretaciones reduccionistas del
pensamiento marxista, según las cuales el término sociedad civil identifica la esfera de las
relaciones económicas, es decir, de lo privado, frente a la esfera de la vida política, es decir, de lo
público.
Sin embargo, es preciso reconocer que la supuesta oposición entre la sociedad económica o
privada, de un lado, y la sociedad política, pública, es auténticamente un producto del
pensamiento muy inicial de la burguesía ya desde el siglo XVII y especialmente durante el
XVIII, que enfrentó, desde las posiciones del naciente liberalismo supuestamente inspirado en la
cultura de los germanos, al modelo democrático latino.
Más recientemente, el asesor de la Casa Blanca para los asuntos de Cuba y el Caribe,
Richard Nuccio, pretendió a mediados de la década de los noventa un relanzamiento semejante
del concepto de sociedad civil, para enfrentarla como opuesta e impenetrable, a la sociedad
política totalitaria del socialismo cubano y, en ese sentido, alentar a los grupos de disidentes y a
todas las fuerzas que podían potenciarse como opuestas al proceso socialista. Para Nuccio, ese
proceso debía discurrir dentro de lo que él llamó ya “el carril dos de la “Ley Torricelli”, es decir,
la capacidad que dentro de ella puede alcanzarse para realizar una fuerte labor de diversionismo
ideológico dentro del país. Lamentablemente muchos fueron víctimas de la trampa y algunos,
supuestamente puros ideológicamente, llegaron a afirmar que en Cuba no había ni habría nunca
sociedad civil.
Para Carlos Marx estaba claro qué era la sociedad civil, tanto como la entendían los
franceses y los ingleses del siglo XVIII, cuanto como la entendió más tarde Hegel y como él
mismo la concebía en la dialéctica de la sociedad moderna. Asimismo, para Marx la sociedad
civil no se inventa, no se fabrica, no se construye desde los intereses políticos del poder, sino que
es el resultado objetivo de determinadas formas de organización de la producción, del comercio
y, según llega a afirmar, incluso del consumo. Ahora bien, la sociedad civil, que no es más que la
organización de la sociedad, la familia, los estamentos y las clases dentro de esas formas de
producción, corresponde a un determinado estado político, que no es más que la expresión oficial
de la sociedad civil.
Desde el punto de vista científico, marxista, la sociedad civil, con toda su dinámica es
oficializada por el estado. Cuando esto no ocurre, es decir, cuando el estado queda separado de la
sociedad civil y la política entra en flagrante contradicción con los intereses de los estamentos y
clases preponderantes, se abre, una situación revolucionaria; quizás una de las formas más
abstractas de explicar el derrumbe del llamado Socialismo Real, aunque la situación haya sido lo
contrario, reaccionaria.
Los que han hablado de formar una sociedad civil en Cuba, ignoran que la sociedad civil
existe siempre, y lo que han querido es enfrentar a la sociedad civil, es decir, a la sociedad
cubana, con el sistema político socialista, perdiendo de vista que ese sistema político
precisamente lo que hizo fue consagrar, ratificar y oficializar los cambios ráigales que se
produjeron en la sociedad civil cubana con el avance de la revolución. El sistema político y la
sociedad civil no son dos compartimentos separados, incomunicados y menos contrarios dentro
de la dinámica y el tejido de cualquier sociedad, sino que la sociedad civil se manifiesta o no en
la sociedad política, no existe sociedad civil si no es en sociedad política y viceversa, no existe
una sociedad política si no está contenida y vertebrada sobre una determinada sociedad civil, de
modo que ambos conceptos, se comunican, se relacionan en una dialéctica constante, de la cual
brota bien la estabilidad y el consenso de un sistema político, bien su fragilidad precisamente por
divorciarse de la sociedad civil
9. Relación del Estado como poder público político dentro del sistema político con la
sociedad civil.
Anteriormente se señalaba que el Estado era, sin lugar a duda, el eslabón principal del
Sistema Político. Profundizando en esa afirmación, se esclarece el papel primordial del Estado
dentro de la sociedad política y al paralelo, sus relaciones con la sociedad civil.
Ante todo, se reitera un punto de vista científico, contrario al sostenido por el pensamiento
liberal burgués, en el sentido de que el Estado no sólo es distinto, sino que es opuesto y
excluyente de la sociedad civil. Como ya hemos visto, el Estado forma parte, con sentido
principal, del conjunto de entes que tienen que ver en la sociedad con la toma de las decisiones
políticas, esto es, constituye, como siempre repetimos, el eslabón principal del sistema político.
Por supuesto que el Estado es algo distinto que la sociedad civil, pero ello no quiere decir que sea
necesariamente opuesto a ella o que los términos de relación entre estos dos componentes de la
sociedad sean siempre contradictorios.
Sin embargo, no puede perderse de vista que sólo el Estado es el ente social que dispone de
poder público político. El poder, como capacidad para imponer decisiones a otros, cuando se trata
de decisiones políticas y, por tanto, se refiere al poder político, puede encontrarse en distintas
graduaciones, intensidad y matices, dentro de diferentes entes políticos de la sociedad y las
cuotas de poder de esos entes no son absolutas sino que varían históricamente, según diferentes
coyunturas políticas.
Así, por ejemplo, un partido político puede tener diferentes niveles de poder, como
ascendiente político sobre masas de la población y capacidad de movilización de dichas masas.
Ese poder, por supuesto, ni es fijo ni viene dado por decisión administrativa, sino que resulta de
diferentes factores y, entre ellos, sobre todo, de los vínculos esenciales que ese partido haya sido
capaz de establecer con la población. Incluso partidos ilegalizados han sido capaces de detentar
enorme cantidad de poder en determinadas circunstancias históricas. Otro tanto podría decirse de
los movimientos sociales, de los frentes o coaliciones políticas, de los mismos grupos de presión,
etc.
Pero, no obstante ello, ninguno de esos entes dispone del poder político en forma de poder
público, es decir, de poder que se ejerce sobre toda la población, de manera universal y que puede
realizarse mediante la coactividad incluso, para lo cual cuenta o puede contar con todos los
aparatos y mecanismos de hacer efectiva esa coacción, verbigracia, policías, jueces, cárceles,
órganos o servicios secretos, etc. Esto es privilegio exclusivo del Estado. En su rasgo ya
enunciado de disponer de poder político público, está implícito el sentido universal, general de
ese poder y su eventual realización coactiva. De ello se deriva que en todo el quehacer político, la
aspiración inmediata o mediata, pero esencial de cualquier fuerza política, sea precisamente
acceder al poder del Estado, adueñarse de la maquinaria estatal o, al menos influir sobre ella.
En el caso de los países socialistas, algunos, una buena parte de la población, se equivocan
y suponen que el eslabón o elemento principal del sistema político es el Partido Comunista, dado
que, como es sabido, en nuestros países no se oculta el papel de la dirección política de la
sociedad como elemento de concentración y depuración de los intereses de la clase dominante, y
tampoco se oculta que esa dirección política descansa o se encuentra en el Partido Comunista. Tal
cual está definido en la doctrina, en Cuba el Partido no es el elemento principal del sistema,
aunque esto tiene sus matices, analizados más adelante.
En los países capitalistas, el Estado y sus decisiones son inspiradas regularmente, por lo que
llamamos la dirección política de la sociedad que suele ocultarse, perderse y ensombrecerse
dentro del complejo tejido social. De tal modo, no suele verse, y menos declararse, que esa
dirección política está en un partido determinado, o en una coalición de partidos o, en cualquier
organización social o incluso en determinados grupos de presión. Sin embargo, en los países
socialistas, como ya vimos, se enuncia de forma cristalina dónde está la dirección política de la
sociedad, que suele recaer en partidos de carácter marxista leninista. Pero ello no desdice que siga
siendo el Estado el eslabón principal del sistema de poder o dominación política. El partido, por
muy fuerte que sea, y por mucho consenso con que cuente, sólo puede imponer sus decisiones
sobre el pequeño número de ciudadanos que constituyen su membrecía (no debe olvidarse que
esos partidos marxistas leninistas son partidos selectivos y no de amplias masas o libre afiliación)
y sólo a esa membrecía puede exigirle determinadas conductas bajo conminación de algunas
leves sanciones. Sin embargo, el Estado alcanza con su poder a toda la sociedad, incluidos los
que se oponen al sistema, y sobre todos erige su fuerza o potencial de coactividad.
10. Caracterización de las relaciones Estado-Sociedad Civil en Venezuela.
El siglo XIX venezolano, después del fin del proceso independentista y la disolución de la
República de Colombia (1830), se caracterizó, entre otras cosas, por un prolongado proceso de
construcción y “desconstrucción” del Estado, en términos del modelo de Estado-Nacional
europeo.
Las luchas caudillistas por el control del poder, los sucesivos y poco estructurados
gobiernos con una deficitaria calidad burocrática, las exiguas finanzas públicas -obtenidas por los
impuestos a las exportaciones e importaciones de productos agropecuarios-, son algunos de los
factores que impidieron la consolidación política de la Nación y el surgimiento de un Estado-
nacional republicano y federal, cercano al ejemplo que representaban otras naciones de referencia
y a lo que las teorías liberales predominantes prescribían.
Los principios fundamentales de esta doctrina política que se promovían eran, por ejemplo:
la existencia de partidos políticos para organizar mejor y más cívicamente la pugna por el poder,
elecciones para la escogencia y renovación de gobernantes, leyes para limitar el ejercicio del
poder público y regular sus acciones –incluso en el ámbito militar-, libertad de prensa y la
igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.
No obstante a los preceptos de la doctrina, la realidad era un híbrido entre lo que dictaba la
ideología dominante entre los políticos-militares y lo que sus conveniencias, ambiciones y
criterios dictaban. Para ilustrar mejor esta situación, parece conveniente dejar “hablar”, por un
momento, a Urbaneja: “Por ejemplo, aquellos liberales convencidos producían leyes que, por
fuerza de las cosas, eran muy difíciles de cumplir en aquel país. Al mismo tiempo, los ideólogos
debatían ideas y los periodistas de oposición denunciaban las conductas ilegales y antiliberales de
los gobernantes y poderosos o las “leyes” que, según ellos, disfrazadas de leyes, atentaban contra
la igualdad liberal. En nombre de tales denuncias se levantaban partidas de rebeldes y revoltosos.
Los caudillos, por su parte, estaban intermitentemente al acecho de situaciones en las cuales
pudieran adelantar su posición dentro del tablero caudillesco (…) El programa (liberal) era, pues,
zarandeado de un lado para otro con revueltas, arbitrariedades, levantamientos que, sin embargo,
lo tenían como punto de referencia y se formulaban –o se esforzaban en hacerlo- en los propios
términos del programa liberal: se producían en su nombre”.
En ese estado de cosas, las relaciones entre el gobierno, que aspiraba convertirse en Estado
Nacional en la tradición europea y liberal –promoviendo ciertas libertades-, y la sociedad eran,
como se dijo, de dominación por parte del Gobierno.
El Gobierno existía para garantizar los intereses del caudillo de turno y su grupo y con
respecto a cierto tipo de ciudadano que la versión liberal venezolana había contribuido a definir.
Con respecto al resto de la sociedad, el gobierno contaba con una fuerza militar -más no todavía
con el monopolio de la coacción y la fuerza-, y el control de las finanzas “públicas” para,
finalmente, establecer de manera unilateral los términos de la relación: permitía opinar, pero
reprimiendo; reconocía una condición ciudadana caracterizada por el derecho al voto, pero para
un número determinado de personas que cumplieran con ciertos requisitos de etnia y propiedad;
creaba leyes que limitaban y regulaban su poder, pero las incumplía o adaptaba a sus necesidades.
- En la actualidad
El Estado ha contado con todos los recursos -incluyendo al ciudadano mismo- para ejercer el
poder político más allá de sus competencias, dentro de un marco institucional que ha pretendido
ser republicano, desde la misma gesta emancipadora; y democrático, desde la segunda mitad del
siglo XX. También ha contado con esos mismos recursos para monopolizar la explotación de las
principales fuentes de riqueza de la Nación y administrar discrecionalmente los beneficios
derivados de ésta.
Los avances que ha tenido la Nación en materia de instituciones promotoras de las libertad
cívica a lo largo de los últimos doscientos años de pretendida vida política republicana, y los
progresos en términos de desarrollo económico resultan, a la luz de la realidad de otras naciones
con menores recursos que los nuestros, insuficientes e inaceptables.
En primer lugar, se puede afirmar con propiedad que la relación asimétrica de dominación a
favor del Estado persiste. Quizá agravada en ciertos aspectos. Por otra parte, los recursos con los
cuales “tradicionalmente” ha contado el Estado para reprimir al ciudadano durante estas décadas
del programa democrático continúan siendo los mismos y, se puede decir, que el uso de algunos
de éstos, como el monopolio de la coacción y la fuerza, así como de la renta petrolera, se ha
agudizado en su uso.
Por otra parte, los partidos políticos oficialistas siguen jugando el rol de intermediarios entre
la sociedad y el Estado. Mientras que los partidos de oposición pugnan por sustituir a los
oficialistas, en algún momento, en ese mismo rol.
Por su parte el ciudadano, ante una renta petrolera creciente -más recursos para repartir-,
continúa consintiendo la dominación estatal, bien por coacción, bien por la seductora posibilidad
de los beneficios que pudiera aportarle una “tajada del pastel”, si la renta lo alcanzara.