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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

UNIVERSIDAD DEL ZULIA


FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS Y POLÍTICAS
ESCUELA DE DERECHO
INTRODUCCIÓN A LAS CIENCIAS POLÍTICAS

TEMA 9. PODER POLÍTICO EN LAS RELACIONES ESTADO-SOCIEDAD CIVIL.

1. Conceptos: Estado, Sociedad Civil y Poder Político — 2. La política y el poder — 3. El poder


y la sociedad — 4. Teoría Política. El Estado, el Poder y la Sociedad — 5. El surgimiento del
Estado y su relación con el poder — 6. La sociedad civil impulsora del Estado — 7. Relación
existente entre el sistema político y la sociedad civil — 8. La noción del sistema político — 9.
Relación del Estado como poder público político dentro del sistema político con la sociedad civil
— 10. Caracterización de las relaciones Estado-Sociedad Civil en Venezuela.

1. CONCEPTOS:

 Estado: Comunidad social con una organización política común y un territorio y


órganos de gobierno propios que es soberana e independiente políticamente de otras
comunidades.

 Sociedad civil: El término sociedad civil, como concepto de la ciencia social,


designa a la diversidad de personas que, con categoría de ciudadanos y generalmente de
manera colectiva, actúan para tomar decisiones en el ámbito público que consideran a todo
individuo que se halla fuera de las estructuras gubernamentales.

La expresión «sociedad civil» se usa hoy comúnmente para indicar el conjunto de las
relaciones sociales no reguladas por el Estado. Esta acepción, que tiene su origen en el
pensamiento alemán del siglo XIX (particularmente en la filosofía política de Hegel y de
Marx), va estrechamente unida, por un lado, a una concepción restrictiva del Estado,
concebido como simple órgano del poder coactivo, y, por otro, al reconocimiento de que-
existen derechos naturales y originales de los individuos y de los grupos que restringen en
cuanto tales la esfera de ejercicio del poder político. Por ende, se puede decir que existe una
discrepancia entre la sociedad civil y el estado, considerada como fruto de una situación
patológica, debida a la disyunción entre las demandas que surgen de abajo y la incapacidad
de las instituciones públicas de responder adecuadamente a las mismas. La legitimación del
poder político, y por tanto la posibilidad de una gobernabilidad real, va unida a la
consecución de un equilibrio dinámico entre las instancias sociales que surgen del país real
y su asunción correcta por parte del llamado «país legal».
La evolución del pensamiento político occidental, y más radicalmente la historia de
los pueblos, pone de manifiesto la existencia de una notable variedad de sistemas socio-
políticos que han interpretado de varias maneras la relación entre la sociedad civil y el
Estado. Se va desde una identificación total de la sociedad civil con el Estado hasta su
separación total, e incluso hasta su contraposición, que se produce con el nacimiento de la
sociedad burguesa. La diferenciación cada vez más marcada de tareas entre el poder
económico y el poder político está en la raíz de esta contraposición, que ha caracterizado por
largo tiempo a las sociedades modernas —El proceso que se ha venido desarrollando ha
estado marcado por la emancipación substancial de la sociedad respecto al Estado, con las
reivindicaciones de una autonomía cada vez mayor de los individuos y de los grupos
intermedios—. Sólo con la transformación del Estado de derecho en Estado social,
empeñado en regular las relaciones económicas, se abrió paso la tendencia a una
compenetración mutua. Efectivamente, a una especie de estatalización de la sociedad ha
correspondido una amplia socialización del Estado mediante formas nuevas de participación
en las opciones políticas por parte de las organizaciones de masa representativas de la
sociedad real. Se ha verificado entonces un fenómeno de ósmosis por el que el Estado y la
sociedad se han ido impregnando mutuamente.

A pesar de estos progresos efectivos, todavía está lejos de haberse solucionado la


tensión conflictiva entre la sociedad y el Estado; más aún, esta tensión parece ir haciéndose
cada vez más aguda. La posibilidad de un arreglo -que nunca llegará a ser total- está ligada
hoy más que nunca al reconocimiento de la distinción de las dos realidades, que constituyen
dos momentos necesarios, separados pero interdependientes, del sistema social. Pero está
ligada sobre todo a la capacidad de elaborar reglas nuevas de gestión del poder político, que
dejen cada vez más espacio a una representación real de la sociedad y favorezcan por tanto
una ampliación del consenso, Sólo con estas condiciones la sociedad civil podrá conservar
su justa autonomía y convertirse al mismo tiempo en ámbito fecundo de elaboración de
proyectos y de propuestas, que deben encontrar en el Estado su momento más alto de
confluencia.

 Poder político: El poder político es una consecuencia lógica del ejercicio de las
funciones por parte de las personas que ocupan un cargo representativo dentro de un sistema
de gobierno en un país.

El poder político es legítimo cuando es elegido conforme al ordenamiento jurídico del


país (constitución). En países democráticos tiene como sustento la legitimidad otorgada por
el pueblo por medio del voto popular (elecciones). El poder político es abusivo cuando se
excede en el ejercicio de sus funciones, avanzado en materias que están dentro del ámbito de
los otros poderes (intromisión de poderes). El poder político es ilegítimo cuando utiliza
mecanismos no autorizados por las leyes y se adueña del poder gubernamental (ejecutivo-
legislativo) sin tener la legitimidad del pueblo, otorgada por el voto popular.
2. LA POLÍTICA Y EL PODER.

El hombre es un ser social por naturaleza. Es decir, que le resulta imposible vivir aislado:
siempre está inmerso en un haz de relaciones sociales que determinan sus condiciones de vida.
Esta red de relaciones sociales cada vez más intensa afecta a todos los ámbitos de la vida
humana: cultura, tecnología, ocio... El hombre se encuentra inmerso, en cada uno de estos
ámbitos, en situaciones constituidas por actividades interrelacionadas, dirigidas a satisfacer
necesidades sociales.

Pues bien, la política, en sentido amplio, es la actividad de gobierno de las situaciones


sociales, su dirección y control. Para gobernar estas situaciones sociales es imprescindible el
poder, es decir, la capacidad de obtener obediencia de otros. Tiene poder aquel individuo o
grupo que en una situación social, es capaz de imponer a los demás una definición de metas y un
modelo de organización.

Esta capacidad de obtener obediencia a un proyecto de objetivos y a un modelo de


organización en qué consiste el pode, se deriva básicamente de tres fuentes: la coerción, la
persuasión y la retribución. O, en otros términos, de la fuerza, la ideología y la utilidad. Estas
fuentes de poder se encuentran entremezcladas en todas las situaciones, pero la preponderancia
de alguna de ellas, en cada caso o momento, da lugar a un tipo de poder predominantemente
coercitivo, persuasivo o retributivo, aplicado al gobierno de dicha situación.

 El poder coercitivo consiste en la capacidad de obtener obediencia mediante la


privación, o amenaza de privación, de la vida, la integridad, la libertad o las posesiones, por
medio de la fuerza. La relación más típica de poder coercitivo es la que se produce entre el
Estado y los individuos, en la medida en que aquél intenta poseer el monopolio de la coerción
en una sociedad, con el fin de constituirse en el poder soberano de la misma.

 El poder persuasivo consiste en la capacidad de obtener obediencia mediante la


unificación de las preferencias y prioridades ajenas con las propias, convenciendo a los que
tienen que obedecer de la bondad, justicia o corrección de los objetivos o el modelo de orden
proyectado. La ideología es el instrumento de este tipo de poder. La relación más típica de
poder persuasivo es la de las iglesias o partidos políticos con respecto a sus fieles o afiliados,
que se identifican con las creencias –sobrenaturales o mundanas– propugnadas por las
organizaciones respectivas.

 El poder retributivo se basa en la obtención de obediencia mediante el establecimiento


de una relación de intercambio, de do ut des. El que obedece lo hace a cambio de que el que
manda le dé algo. Es decir, que este tipo de poder se basa en una relación de utilidad mutua
entre el que manda y el que obedece. La relación más típica de poder retributivo es la que se
da entre empresarios y trabajadores en la economía de mercado, consistente en el intercambio
de trabajo por salario. Aunque a esta relación retributiva subyace otra coercitiva, que impide
modificar las relaciones de propiedad sobre el capital.

La política, como actividad consistente en el gobierno de las situaciones sociales, tiene en


el poder el medio que permite decidir entre las varias opciones posibles de cada situación, en
cuanto a objetivos, prioridades y modelo organizativo a realizar. En este sentido, el poder
permite optar, imponer un proyecto sobre otros alternativos, superar en cierta medida la
incertidumbre, la fragmentación y el conflicto con la determinación, la unidad y la cooperación.
Por eso, en la política siempre se da una mezcla en diversas dosis de concordancia y
discrepancia, cooperación y oposición, consenso y conflicto, persuasión y coerción. Puesto que
existen proyectos u opciones predominantes y dominados, las situaciones se caracterizan
por una tensión más o menos manifiesta y equilibrada entre las diversas alternativas, y por
posicionamientos estratégicos y tácticos de los diversos actores entre sí. Posicionamientos que
oscilan entre la colaboración, la confrontación y la conciliación.

3. EL PODER Y LA SOCIEDAD.

Decíamos que el poder es la capacidad de obtener obediencia en las diversas situaciones


sociales. Junto con la clase y el status, constituyen las tres categorías básicas para el análisis de
la desigualdad en las sociedades desarrolladas.

La riqueza, el prestigio y la jerarquía social sitúan a los individuos y grupos en posiciones


relativas de superioridad e inferioridad. Las relaciones de dependencia y congruencia entre la
clase, el status y el poder son intrincadas y cambiantes en cada sociedad y momento histórico.
A diferencia de lo que sucede en las sociedades desarrolladas, en las pre-estatales y pre-
modernas el rango de las personas depende de rasgos biológicos, como la edad o el sexo, o
religiosos, así como de la posición de cada individuo en el interior de grupos primordiales, de
parentesco o territoriales. Por ejemplo:

 Balandier, afirma que “[…] en las sociedades que gozan de un gobierno mínimo, o que
sólo lo manifiestan de un modo circunstancial, […] el poder, la influencia y el prestigio son
en ellas el resultado de unas condiciones […] tales como la relación con los antepasados, la
propiedad de la tierra y de las riquezas materiales, el control de los hombres capaces de ser
enfrentados con los enemigos exteriores, la manipulación de los símbolos y el ritual”. En estas
sociedades, al existir un poder político escasamente diferenciado, tanto estructural como
culturalmente, el poder emana directamente del status propio del individuo en el interior de cada
grupo social. El poder político, por consiguiente, se identifica con el poder social, y éste se
deriva del control de ciertos recursos, como la tierra y las riquezas, la vinculación preferente
con los poderes sobrenaturales, el conocimiento de la tradición, o la dirección de los grupos
primordiales.
 Dowse y Hughes (1975) afirman, que en las sociedades acéfalas, aunque aparezcan
los roles de jefe, estos son transitorios y ad hoc para ciertas ocasiones o acontecimientos
importantes y “…cambian de una situación a otra; es decir, una persona puede dirigir una
acción de caza, otra puede determinar el tiempo del forraje, y otra puede dirigir una acción
bélica...” En esta situación de autoridad voluntaria, el linaje y la costumbre suelen ser agentes de
control social mucho más importantes que los individuos a quienes se concede un poco de
autoridad por tiempo reducido.

Sin embargo, a medida que la sociedad cambia, se hace sedentaria y se estratifica de un


modo más complejo, comienza a aparecer un poder político diferenciado, tanto cultural como
estructuralmente, que se hace permanente y relativamente estable. Este tránsito, desde la
sociedad acéfala o tribal al Estado, pasando por la ciudad-Estado, el imperio burocrático o la
sociedad feudal, hace emerger un nuevo centro político que asume características funcionales y
estructurales específicas. Lo que caracteriza fundamentalmente a este nuevo centro político es el
ser un poder que asume como propias dos funciones básicas: la determinación de los
objetivos globales del conjunto de la sociedad y la ordenación e integración de la misma
de acuerdo con criterios no adscriptivos o primordiales. Es decir, de acuerdo con un modelo
de orden general, distinto del de la sociedad segmentada por grupos de linaje.

Asimismo, los dos antecedentes organizativos más próximos al Estado moderno, el


imperio burocrático y la ciudad-Estado, aparecen históricamente cuando se hace sentir la
necesidad de un centro para posibilitar la realización de grandes objetivos societales (la
distribución de las aguas y el control de los regadíos, la defensa frente al invasor extranjero, el
gobierno de un territorio muy extenso o la construcción de grandiosos monumentos públicos
religiosos, como las pirámides) y cuando al viejo orden adscriptivo de los grupos primordiales de
parentesco se superpone la idea de ciudadanía.

Desde el momento en que surge este poder político diferenciado, los grupos con poder
social dirigen hacia él sus pretensiones, con el fin de ocuparlo directamente o adquirir
influencia sobre el mismo y determinar o condicionar sus decisiones. A partir de entonces
aparece un nuevo concepto de política, la política en sentido estricto, que es la actividad
dirigida a gobernar, o a influir indirectamente en el poder político, en el centro político de
dirección y control del conjunto de la sociedad.

Desde el punto de vista estructural, con este nuevo centro aparecen roles políticos estables
de liderazgo, así como nuevas estructuras tales como la burocracia, los ejércitos regulares, la
recaudación normalizada de impuestos, medios regularizados de intercambio, un sistema de
administración de justicia, y organizaciones estables para acceder al poder por medio de la
consecución de apoyos a los diversos proyectos.
Desde el punto de vista cultural, los símbolos que definen y justifican el poder político se
independizan de otras esferas de la cultura, como la religión y la moral, creándose de este modo
sistemas relativamente autónomos de creencias e ideas para legitimar el poder.

Por tanto, con la aparición de un centro político diferenciado nos encontramos con
dos niveles y conceptos acerca de lo que sean la política y el poder:

 En primer lugar, la política en sentido amplio, como gobierno de las situaciones sociales
por medio del poder social. Este poder social, en las sociedades con una estratificación
relativamente compleja, deriva del control de determinados recursos o esferas de actividad por
parte de algunos individuos o grupos.

Recursos tales como las armas (golpistas, terroristas, bandas criminales); la tierra, las
fuentes de energía, las materias primas, el trabajo, el capital o las empresas; la tradición y la
ideología, junto con la religión, la educación, la propaganda y el conocimiento especializado,
que determinan las creencias, los conocimientos y los sistemas de valores; o, finalmente, los
diversos medios de esparcimiento y ocio (desde las salas de juego hasta el tráfico de drogas).

El control de estos recursos o esferas de actividad da lugar a la posesión de un poder social


que permite a quienes lo detentan conseguir que numerosos individuos y grupos obedezcan sus
decisiones con el fin de evitarse daños, o porque creen que deben hacerlo, o porque les interesa
para conseguir algo a cambio.

 En segundo lugar, la política en sentido estricto, como actividad dirigida al gobierno


de la situación social global que denominamos sociedad, por medio del poder político o poder
nuclear de la misma. Este poder deriva fundamentalmente de la coerción y de las creencias
acerca de su legitimidad y se caracteriza por desempeñar dos funciones básicas y exclusivas,
como son la de determinar las metas y prioridades del conjunto y establecer y mantener el
orden del mismo.

El poder social, por tanto, actúa en este segundo nivel o como un medio para acceder
directamente al poder político o como un medio de influencia sobre él. Es decir, en este
segundo caso, como un recurso utilizable para gobernar indirectamente, determinando o
condicionando las decisiones de los detentadores del poder público.

Este proceso de transformación política, desde la sociedad tribal al Estado moderno, se


produce en el transcurso de la historia humana, desde sus orígenes hasta la actualidad,
creándose durante él diversas formas organizativas del poder político que analizaremos a
continuación.
4. Teoría política. El estado, el poder y la sociedad.

Actualmente casi toda la superficie terrestre, a excepción de la Antártida, se encuentra


sometida o regulada bajo una forma de organización política moderna, que surge en el siglo XVI
y recibe el nombre de Estado. El proceso histórico, así como las causas por las que surgieron son
estudiadas frecuentemente tanto por historiadores, sociólogos y teóricos políticos entre otros.

El Estado parece causar una fascinación especial al ser visto como un ente político-
organizativo que sobrevive en el tiempo, adaptándose a nuevas situaciones, así como parece ser
la forma de organización socio-política más estable y eficaz, ya que el número de Estados que
han ido contabilizándose desde su aparición, ha crecido progresivamente sin reducirse en ningún
momento. Sobre todo tras los procesos de descolonización producidos en el siglo XX.

Sin embargo, el Estado es una realidad organizativa altamente compleja donde se cruzan
multitud de elementos que hacen que esta estructura estatal se mantenga y que la sociedad que
regula posea un determinado orden, no quedando muchas veces claro, cuáles son estos elementos.
Soberanía, poder, gobernabilidad, legitimidad, sociedad civil, nación, administración pública,
entre otro, son términos que frecuentemente aparecen ligados al concepto de Estado y que
configuran aspectos organizativos y relacionales del Estado con otros sujetos (físicos o jurídicos),
haciendo al Estado quizá uno de los sujetos claves para entender la política tanto a nivel interno
como internacional.

5. El surgimiento del Estado y su relación con el poder.

La teoría política nos dice que todo Estado debe poseer unos componentes esenciales para
su existencia, siendo estos soberanía, población y territorio. Charles Tilly definirá los Estados
como “organizaciones de poder coercitivo, que son diferentes a los grupos de familia o
parentesco y que en ciertas ocasiones ejercen una clara prioridad sobre cualquier otra
organización dentro de un territorio de dimensiones considerables”. Según este mismo autor, la
mayoría de los Estados que han surgido a lo largo de la historia se pueden considerar como
Estados no nacionales, ya que la mayoría han sido ciudades y es solo en los últimos siglos,
cuando los Estado-Nación han sido la verdadera referencia socio-política que configure la
realidad nacional e internacional.

Un Estado se consolida siempre y cuando exista una estabilidad política y un equilibrio


social que permita que se desarrollen las instituciones que conecten a los ciudadanos con el
poder, siendo necesario para la aparición de un Estado-nación, como argumenta Parsons, que
existan además un sistema de valores compartidos por la mayor parte de sus miembros, ya que
crean una cohesión social, así como una identificación que constituyen las bases para la creación
de un consenso social, que permita el desarrollo de una convivencia relativamente pacífica. A
este sistema de valores que permita una cohesión podemos añadir el elemento identitario que
caracterizará a muchas naciones, unas que poseen Estado propio y otras que lo reclaman o que
viven integradas en otros Estados plurinacionales. Este sentimiento de pertenencia puede venir
unido a otros factores como pueda ser una cultura propia, una lengua o una raza. Estos valores
serán interiorizados y adquiridos por los individuos a través del proceso denominado
socialización política, sobre todo en la edad infantil, así como en diversas instituciones sociales
como la familia, la escuela, grupos sociales o medios de comunicación, pudiendo por tanto, surgir
una identidad que reclame un Estado-nación.

Tilly en su definición ya nos indica uno de los factores que quizá haya sido decisivo en la
aparición del Estado, es decir, el poder y más concretamente en su variable coercitiva. El poder
ha sido definido por Robert Dahl como un fenómeno cuantitativo que capacita, así como influye
en el comportamiento de los demás. Mientras que Foucault daría una definición más directa
diciendo que “el poder es esencialmente lo que reprime”. Por lo tanto, utilizando estas dos
definiciones queda claro que el poder va a ejercer un determinado efecto sobre el
comportamiento de los individuos, que principalmente será coercitivo.

Toda sociedad posee una distribución del poder, que hará a esta característica, siendo
acorde a unos criterios socialmente aceptados, que doten de poder a los individuos. Un ejemplo
claro es como en muchas sociedades, el sexo es determinante para la provisión de poder a parte
de los miembros de esa sociedad, así como la edad, ya que ser mujer o menor de edad significa
no poseer los requisitos sociales establecidos para ser proveído de este en determinadas
sociedades. Así las sociedades se configurarán en función de las relaciones de poder establecidas
en un momento determinado, siendo los dirigentes de estas, aquellos que más poder acumulen,
siendo por tanto un elemento cuantitativo que puede transferirse o alienarse, total o parcialmente
y que todo individuo puede detentar y que cede para contribuir a la constitución de un poder
político, apareciendo así la soberanía.

Esta acumulación de poder podría haberse dado a través de diferentes formas, quedando
configurado en una determinada persona o figura mediante diversos mecanismos como la
legitimidad, ya fuese esta tradicional, carismática o racional-legal, además de una última que en
nuestros días cobra cada vez mayor fuerza, la eficacia.
Este elemento cuantitativo del poder puede relacionarse con otro elemento que tiene una
importancia vital, la economía o el capital. En el proceso histórico de la construcción del Estado,
aquellos que han detentado los principales medios de coerción, siendo este generalmente los
ejércitos o fuerzas armadas, han precisado de bienes para mantener esta posición ventajosa con
respecto a otros individuos que también buscasen detentar ese poder (otros nobles, reinos, etc.)
Por ello era necesario crear estructuras organizativas centralizadas, creando unas relaciones
económicas y organizativas para extraer recursos, que permitiesen el mantenimiento de esta
fuerza coercitiva dando lugar a una estructura socio-política compleja, que buscaba de algún
modo ser legítima para detentar ese poder y obtener la obediencia de otros individuos sobre un
territorio determinado. Aparece así el derecho, un pensamiento jurídico que trata de reglar las
relaciones de poder intrínsecas en la sociedad y que reprime o coarta a los individuos de llevar
acciones contra ese poder que lo origina, pertrechándose este de una herramienta que junto con
los terratenientes y fuerzas armadas, aseguraría una obediencia coercitiva y coactiva.

Así capital y poder definen la explotación y la coerción como dominio, cristalizando en


aristocracias que suministrarían sus principales soberanos a Europa.

6. La sociedad civil, impulsora del Estado.

El Estado surgiría como un proceso de la concentración de poder y capital en unas pocas


manos, siendo generalmente estas la monarquía, que tendría su máximo exponente en las
monarquías absolutistas de Europa Occidental (legitimidad tradicional), y con la aparición del
capitalismo en el siglo XIV, la clase burguesa, que evolucionará paulatinamente de artesanos y
prestamistas a propietarios de medios de producción fabriles ya en el siglo XIX.

El poder es un elemento cuantitativo que no permanece estático, que configura relaciones


sociales y que continuamente funciona a través de una red reticular, trasvasándose de unos
individuos e instituciones a otras. Este precisaría de una base ideológica que lo sustentase siendo
difundida a través de diferentes medios como pudiese ser la religión (monarquías absolutas) o la
educación. Este último factor, unido al poder económico de clase (en relación a la clase
burguesa), serían los factores determinantes que producirían el trasvase de poder desde la
monarquía a la ciudadanía.

Con la concentración progresiva de poder en la clase burguesa, sobre todo fundamentado en


factores económicos, se va produciendo una aparición paulatina de la demanda de centros de ocio
y cultura similares a los que disfrutaban la aristocracia, como óperas, teatros, literatura, etc., que
servirán como espacios públicos donde la socialización política y la creación de una cultura
política se produzca cada vez a mayor ritmo. La clase burguesa constituye un sujeto privado pero
que comenzará a disponer de capacidad para configurar la esfera pública que surge con la
creación del Estado, a través de su acceso al poder político y de toma de decisiones, claramente
ligado a su poder económico. A su vez, la alfabetización irá recalando entre los trabajadores que
tendrán sus propios medios de socialización política, siendo principalmente la familia, la Iglesia y
las tabernas. Es en este punto, donde la alfabetización y las nuevas corrientes políticas poseen una
difusión relativamente amplia, cuando la sociedad civil pretenderá una mejora de sus
condiciones, estando generalmente organizada y seccionada en intereses ideológicos o
económicos. Esta sociedad civil se caracterizará por ser asociaciones humanas con una
organización más o menos establecida, que crea una red de relaciones para la defensa de
ideologías o determinados objetivos.

La sociedad civil se organizaría primeramente en organizaciones con una fuerte tendencia


centralista, identificándose generalmente con una clase social, con unos objetivos básicamente
económicos o de mejoras laborales, siendo los menos, los políticos, para posteriormente
evolucionar en las sociedades modernas hasta movimientos que se interesan más por aspectos
culturales, identificativo o derechos civiles, donde la identificación con una clase social irá
desapareciendo según aumente el Estado de Bienestar, con una organización más descentralizada.

La acción organizada de la sociedad civil sería una válvula de escape del conflicto
inherente a la sociedad y que propone modificaciones en las relaciones de poder a través de un
amplio abanico de acciones, que pueden ir desde acciones pacíficas y convencionales como son
manifestaciones o huelgas (primeramente reprimidas y no toleradas para ser aceptadas con el
paso del tiempo) hasta acciones transgresoras o violentas que hayan desencadenado verdaderos
conflictos armados en el seno de la sociedad.

Esta sociedad civil, sobre todo en los Estados más avanzados, conseguiría que se produjese
una redistribución del poder político, aunque no tanto económico, que seguiría siendo uno de los
principales creadores de desigualdad en el seno de la sociedad. Así paulatinamente la sociedad
civil iría accediendo a determinados derechos, que supondrían el acceso al poder político o a su
reparto de la mayoría de la población del Estado, sobre todo ya en el siglo XX. Esto supondría
una modificación de la legitimidad del poder, pasando de ser un poder de cuadros, a un poder que
reside en la mayoría de la población y que lo cede en aras de una organización que permita el
desarrollo de una vida relativamente estable.

Max Weber definiría el Estado como una organización cuyo éxito radica en la pretensión y
posesión del monopolio de la violencia física legítima, estando esta violencia claramente
relacionada con el poder coercitivo del Estado. Jugando este un importante papel en la
repercusión que las demandas sociales pueden tener en el sistema político, ya que mediante la
coacción o represión se pueden limitar y contener las demandas, evitando así que las relaciones
de poder varíen, siendo un elemento esencial para ello las fuerzas armadas y la policía. Por lo
tanto la coacción no solo sirve para mantener una cierta estabilidad que permita el ejercicio del
poder, sino que puede impedir que ese poder se trasvase a otros individuos o colectivos, aunque
no siempre se consiga. El Estado por tanto, no es como el resto de asociaciones humanas, ya que
por un lado brinda un marco de actuación a la sociedad civil para que exprese sus demandas, en
mayor o menor medida dependiendo de la represión que se utilice para contener estas, y por otro
lado acoge a esa sociedad civil. Fija por tanto las condiciones y las reglas básicas del juego
político y de toda actividad humana, ya sea asociacional, expresiva o intelectual, pudiendo
obligar a los miembros que lo componen a llevar a cabo determinados comportamientos, siendo
estos destinados en beneficio del bien común o del interés estatal.

La sociedad civil a través de su organización en partidos políticos o diferentes movimientos


sociales ha constituido uno de los principales motores de la actividad política, modificación de la
concentración del poder político y económico, así como la evolución de los derechos civiles,
políticos y sociales dando lugar a sociedades en los que el Estado es una herramienta de
organización socio-política con una esfera pública que disfrutan o utilizan muchos de los
ciudadanos que lo componen, pero que todavía posee reductos y concentraciones de poder que
impiden que la soberanía y el control de esta maquinaria sea efectivo por parte de las personas
que lo componen.

7. Relación existente entre el sistema político y la sociedad civil.

El debate de la problemática que levanta el concepto de sociedad civil ha sido


extraordinariamente rico, casi exuberante en interpretaciones y puntos de vista de marcado interés
político práctico, especialmente cuando el concepto se asume como binomio Sociedad Civil-
Estado. En esa diversidad ha intervenido la complejidad del asunto, así como su evolución
histórica y, sobre todo, los intereses políticos que se han expresado en torno a ese binomio.

Estamos ante conceptos que tienen una larga historia en el pensamiento político y
filosófico, por lo cual están cargados de los valores históricos que les dieron nacimiento y los que
se fueron formando en el curso de sus desarrollos respectivos.

En general se podría convenir que los dos usos más frecuentes que se han atribuido,
históricamente, al término sociedad civil han sido: identificándola o haciéndola coincidir con la
noción del Estado o sociedad política, que se distingue de la sociedad doméstica, natural o
religiosa y como sociedad civilizada en relación con las sociedades primitivas, calificables de
salvajes o bárbaras.

Todo parece indicar que el concepto surge con el pensamiento moderno de Hobbes y
Locke, para los cuales es una forma de identificar a la sociedad que ha dejado de ser primitiva y
empieza a organizarse como sociedad política, coherente, con un Estado que la ordena y la
regula. En esa misma línea de pensamiento, J.J. Rousseau afirmó que la sociedad civilizada debía
completarse con la sociedad política, de manera que ambas se requerían y complementaban como
un todo inseparable. Hegel, consideró a la sociedad civil como un momento de la dialéctica del
Estado; como la sociedad que avanza sobre la organización meramente familiar y al elevarse a la
organización estatal, con su capacidad de síntesis, se coloca por encima de los intereses de clase.
La primera ocasión conocida en que Carlos Marx hace alusión a la sociedad civil es en el Prólogo
a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, en el cual dice que sus investigaciones le
revelaron que ni las instituciones jurídicas, ni las formas del Estado pueden explicarse por sí
mismas, ni por la evolución del espíritu humano. Pero no tanto de esta afirmación, como de la
contenida en la Ideología Alemana es que se han reproducido interpretaciones reduccionistas del
pensamiento marxista, según las cuales el término sociedad civil identifica la esfera de las
relaciones económicas, es decir, de lo privado, frente a la esfera de la vida política, es decir, de lo
público.

Sin embargo, es preciso reconocer que la supuesta oposición entre la sociedad económica o
privada, de un lado, y la sociedad política, pública, es auténticamente un producto del
pensamiento muy inicial de la burguesía ya desde el siglo XVII y especialmente durante el
XVIII, que enfrentó, desde las posiciones del naciente liberalismo supuestamente inspirado en la
cultura de los germanos, al modelo democrático latino.

Su elaboración moderna está condicionada por las circunstancias específicas en que se ha


desenvuelto la lucha de clases y cómo se han expresado los intereses ideológicos de la burguesía,
especialmente europea, dentro de esas luchas.

En la actualidad el concepto de sociedad civil ha sido matizado por nuevos ingredientes


políticos que han tendido a distorsionarlo y deformarlo. De hecho el concepto, en cierta medida
olvidada en la politología contemporánea, vuelve a ser relanzado en la década de los setenta,
impulsado por los círculos de formación de políticas en los Estados Unidos, y particularmente a
partir de la estrategia trazada por Kissinger contra los países socialistas de Europa del Este. En
esa oportunidad, Kissinger pretender robustecer, afianzar y manipular a los sectores de potencial
oposición al socialismo y enfrentarlos al “totalitarismo” socialista, como encarnando ellos a la
sociedad civil frente a ese totalitarismo que se manifiesta en la absorción de toda la vida por la
sociedad política, el sistema político o incluso exclusivamente el Estado.

Más recientemente, el asesor de la Casa Blanca para los asuntos de Cuba y el Caribe,
Richard Nuccio, pretendió a mediados de la década de los noventa un relanzamiento semejante
del concepto de sociedad civil, para enfrentarla como opuesta e impenetrable, a la sociedad
política totalitaria del socialismo cubano y, en ese sentido, alentar a los grupos de disidentes y a
todas las fuerzas que podían potenciarse como opuestas al proceso socialista. Para Nuccio, ese
proceso debía discurrir dentro de lo que él llamó ya “el carril dos de la “Ley Torricelli”, es decir,
la capacidad que dentro de ella puede alcanzarse para realizar una fuerte labor de diversionismo
ideológico dentro del país. Lamentablemente muchos fueron víctimas de la trampa y algunos,
supuestamente puros ideológicamente, llegaron a afirmar que en Cuba no había ni habría nunca
sociedad civil.

Para Carlos Marx estaba claro qué era la sociedad civil, tanto como la entendían los
franceses y los ingleses del siglo XVIII, cuanto como la entendió más tarde Hegel y como él
mismo la concebía en la dialéctica de la sociedad moderna. Asimismo, para Marx la sociedad
civil no se inventa, no se fabrica, no se construye desde los intereses políticos del poder, sino que
es el resultado objetivo de determinadas formas de organización de la producción, del comercio
y, según llega a afirmar, incluso del consumo. Ahora bien, la sociedad civil, que no es más que la
organización de la sociedad, la familia, los estamentos y las clases dentro de esas formas de
producción, corresponde a un determinado estado político, que no es más que la expresión oficial
de la sociedad civil.

Desde el punto de vista científico, marxista, la sociedad civil, con toda su dinámica es
oficializada por el estado. Cuando esto no ocurre, es decir, cuando el estado queda separado de la
sociedad civil y la política entra en flagrante contradicción con los intereses de los estamentos y
clases preponderantes, se abre, una situación revolucionaria; quizás una de las formas más
abstractas de explicar el derrumbe del llamado Socialismo Real, aunque la situación haya sido lo
contrario, reaccionaria.

Los que han hablado de formar una sociedad civil en Cuba, ignoran que la sociedad civil
existe siempre, y lo que han querido es enfrentar a la sociedad civil, es decir, a la sociedad
cubana, con el sistema político socialista, perdiendo de vista que ese sistema político
precisamente lo que hizo fue consagrar, ratificar y oficializar los cambios ráigales que se
produjeron en la sociedad civil cubana con el avance de la revolución. El sistema político y la
sociedad civil no son dos compartimentos separados, incomunicados y menos contrarios dentro
de la dinámica y el tejido de cualquier sociedad, sino que la sociedad civil se manifiesta o no en
la sociedad política, no existe sociedad civil si no es en sociedad política y viceversa, no existe
una sociedad política si no está contenida y vertebrada sobre una determinada sociedad civil, de
modo que ambos conceptos, se comunican, se relacionan en una dialéctica constante, de la cual
brota bien la estabilidad y el consenso de un sistema político, bien su fragilidad precisamente por
divorciarse de la sociedad civil

8. LA NOCIÓN DEL SISTEMA POLÍTICO.

Gramsci define el sistema político como “conjunto de instituciones y procesos políticos,


gubernamentales y no gubernamental, desempeñados por actores sociales dotados de cierta
capacidad de poder. Todo sistema político incluye relaciones entre gobernantes y gobernados, las
cuales difieren entre sociedades diferentes. En el seno del sistema político social donde se regula
la competencia por el poder, se forma la autoridad, es decir q determina el régimen político
vigente. Así el sistema Político agrupa las instituciones q ejercen dominación, dirección y
administración políticas. Es el lugar donde la hegemonía se constituye”.

Podemos distinguir ahora entre:


- Sociedad civil: clivajes sociales que pueden dar lugar a un primer nivel asociativo a partir
de la solidaridad de intereses.
- Sistema político: implica un grado más. Los grupos q lo integran actúan en el espacio de
las decisiones globales, se condensa la trama de la hegemonía, como un equilibrio
inestable entre fuerzas. Lugar donde operan las mediciones entre la sociedad civil y el
estado político (donde el poder se transforma en autoridad). Acá se internan los conflictos
sociales, separación entre lo público (orden institucional) y lo privado (intereses
privados). Es donde se halla la clave del funcionamiento o crisis del estado.
- Estado político: cuadro institucional burocrático, organizado alrededor de la ley y
compuesto por aparatos de gobierno.

Estos 3 niveles ejercen las funciones de dominación, dirección y administración reservados


al poder político. Considerar al estado como un patrón de acumulación y de hegemonía que
organiza pactos constitutivos del estado.
El concepto de "forma de estado" depende de la relación entre el estado y la economía.
Tiene que ver con la forma de producción: monopolista, concurrencial, etc. El tipo de régimen se
refiere al grado y formas q presentan las formas de estado: fascistas, bonapartistas, etc.

9. Relación del Estado como poder público político dentro del sistema político con la
sociedad civil.

Anteriormente se señalaba que el Estado era, sin lugar a duda, el eslabón principal del
Sistema Político. Profundizando en esa afirmación, se esclarece el papel primordial del Estado
dentro de la sociedad política y al paralelo, sus relaciones con la sociedad civil.

Ante todo, se reitera un punto de vista científico, contrario al sostenido por el pensamiento
liberal burgués, en el sentido de que el Estado no sólo es distinto, sino que es opuesto y
excluyente de la sociedad civil. Como ya hemos visto, el Estado forma parte, con sentido
principal, del conjunto de entes que tienen que ver en la sociedad con la toma de las decisiones
políticas, esto es, constituye, como siempre repetimos, el eslabón principal del sistema político.
Por supuesto que el Estado es algo distinto que la sociedad civil, pero ello no quiere decir que sea
necesariamente opuesto a ella o que los términos de relación entre estos dos componentes de la
sociedad sean siempre contradictorios.

La sociedad civil, por el contrario, se levanta, como forma de organización de la vida


social, de los estamentos y de las clases, a partir de determinadas relaciones sociales de
producción, de determinadas formas de producción, de distribución e incluso de consumo, y esa
sociedad civil, a su vez, es oficializada o no por el sistema político, particularmente por las
acciones estatales.

Cuando existe un singular nivel de homogeneización en la sociedad civil y ella es


oficializada adecuadamente por el Estado, estaremos ante una sociedad política y un sistema
político de alto nivel de consenso social. Cuando por el contrario, la sociedad civil está plagada
de contradicciones y enfrentamientos y el Estado y todo el sistema político de la sociedad, dado
que esa es la única forma de alcanzar los consensos por los que lucha en definitiva todo Estado o
todo sistema de poder político.

Sin embargo, no puede perderse de vista que sólo el Estado es el ente social que dispone de
poder público político. El poder, como capacidad para imponer decisiones a otros, cuando se trata
de decisiones políticas y, por tanto, se refiere al poder político, puede encontrarse en distintas
graduaciones, intensidad y matices, dentro de diferentes entes políticos de la sociedad y las
cuotas de poder de esos entes no son absolutas sino que varían históricamente, según diferentes
coyunturas políticas.
Así, por ejemplo, un partido político puede tener diferentes niveles de poder, como
ascendiente político sobre masas de la población y capacidad de movilización de dichas masas.
Ese poder, por supuesto, ni es fijo ni viene dado por decisión administrativa, sino que resulta de
diferentes factores y, entre ellos, sobre todo, de los vínculos esenciales que ese partido haya sido
capaz de establecer con la población. Incluso partidos ilegalizados han sido capaces de detentar
enorme cantidad de poder en determinadas circunstancias históricas. Otro tanto podría decirse de
los movimientos sociales, de los frentes o coaliciones políticas, de los mismos grupos de presión,
etc.

Pero, no obstante ello, ninguno de esos entes dispone del poder político en forma de poder
público, es decir, de poder que se ejerce sobre toda la población, de manera universal y que puede
realizarse mediante la coactividad incluso, para lo cual cuenta o puede contar con todos los
aparatos y mecanismos de hacer efectiva esa coacción, verbigracia, policías, jueces, cárceles,
órganos o servicios secretos, etc. Esto es privilegio exclusivo del Estado. En su rasgo ya
enunciado de disponer de poder político público, está implícito el sentido universal, general de
ese poder y su eventual realización coactiva. De ello se deriva que en todo el quehacer político, la
aspiración inmediata o mediata, pero esencial de cualquier fuerza política, sea precisamente
acceder al poder del Estado, adueñarse de la maquinaria estatal o, al menos influir sobre ella.

En el caso de los países socialistas, algunos, una buena parte de la población, se equivocan
y suponen que el eslabón o elemento principal del sistema político es el Partido Comunista, dado
que, como es sabido, en nuestros países no se oculta el papel de la dirección política de la
sociedad como elemento de concentración y depuración de los intereses de la clase dominante, y
tampoco se oculta que esa dirección política descansa o se encuentra en el Partido Comunista. Tal
cual está definido en la doctrina, en Cuba el Partido no es el elemento principal del sistema,
aunque esto tiene sus matices, analizados más adelante.

En los países capitalistas, el Estado y sus decisiones son inspiradas regularmente, por lo que
llamamos la dirección política de la sociedad que suele ocultarse, perderse y ensombrecerse
dentro del complejo tejido social. De tal modo, no suele verse, y menos declararse, que esa
dirección política está en un partido determinado, o en una coalición de partidos o, en cualquier
organización social o incluso en determinados grupos de presión. Sin embargo, en los países
socialistas, como ya vimos, se enuncia de forma cristalina dónde está la dirección política de la
sociedad, que suele recaer en partidos de carácter marxista leninista. Pero ello no desdice que siga
siendo el Estado el eslabón principal del sistema de poder o dominación política. El partido, por
muy fuerte que sea, y por mucho consenso con que cuente, sólo puede imponer sus decisiones
sobre el pequeño número de ciudadanos que constituyen su membrecía (no debe olvidarse que
esos partidos marxistas leninistas son partidos selectivos y no de amplias masas o libre afiliación)
y sólo a esa membrecía puede exigirle determinadas conductas bajo conminación de algunas
leves sanciones. Sin embargo, el Estado alcanza con su poder a toda la sociedad, incluidos los
que se oponen al sistema, y sobre todos erige su fuerza o potencial de coactividad.
10. Caracterización de las relaciones Estado-Sociedad Civil en Venezuela.

Las relaciones entre el Estado-gobierno y la sociedad venezolana han sido, histórica y


predominantemente, de dominación por parte del Estado-gobierno. Este estatus de la relación ha
sido un continuum durante los doscientos años de vida republicana que ha intentado darse la
Nación. Por supuesto, han habido matices en cuanto a la intensidad y características, así como en
cuanto a las “herramientas” y recursos con las cuales ha contado el Estado-gobierno para ejercer
su imperio sobre los ciudadanos, más allá de los límites que un genuino modelo de Estado
republicano admitiría.

El largo, y no siempre consensuado, proceso de construcción de las instituciones públicas


en Venezuela, fue generando una arquitectura institucional que a partir de un momento histórico
(1959), se perfiló predominantemente democrática, pero las debilidades no intencionadas del
modelo –el Estado partidista y redistributivo, los escasos resultados en materia de gestión, entre
otros-, así como los factores histórico-culturales, aún presentes, permitieron la distorsión
posterior de su rumbo.

El siglo XIX venezolano, después del fin del proceso independentista y la disolución de la
República de Colombia (1830), se caracterizó, entre otras cosas, por un prolongado proceso de
construcción y “desconstrucción” del Estado, en términos del modelo de Estado-Nacional
europeo.

Las luchas caudillistas por el control del poder, los sucesivos y poco estructurados
gobiernos con una deficitaria calidad burocrática, las exiguas finanzas públicas -obtenidas por los
impuestos a las exportaciones e importaciones de productos agropecuarios-, son algunos de los
factores que impidieron la consolidación política de la Nación y el surgimiento de un Estado-
nacional republicano y federal, cercano al ejemplo que representaban otras naciones de referencia
y a lo que las teorías liberales predominantes prescribían.

En tales circunstancias, las relaciones entre el Gobierno y la sociedad estaban sujetas a la


ideología, criterios, intereses de grupo o clase del caudillo que lograra conquistar y colonizar el
poder. La ideología política predominante en Venezuela durante el siglo XIX, y hasta principios
del XX, fue el liberalismo político europeo.

Los principios fundamentales de esta doctrina política que se promovían eran, por ejemplo:
la existencia de partidos políticos para organizar mejor y más cívicamente la pugna por el poder,
elecciones para la escogencia y renovación de gobernantes, leyes para limitar el ejercicio del
poder público y regular sus acciones –incluso en el ámbito militar-, libertad de prensa y la
igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.

No obstante a los preceptos de la doctrina, la realidad era un híbrido entre lo que dictaba la
ideología dominante entre los políticos-militares y lo que sus conveniencias, ambiciones y
criterios dictaban. Para ilustrar mejor esta situación, parece conveniente dejar “hablar”, por un
momento, a Urbaneja: “Por ejemplo, aquellos liberales convencidos producían leyes que, por
fuerza de las cosas, eran muy difíciles de cumplir en aquel país. Al mismo tiempo, los ideólogos
debatían ideas y los periodistas de oposición denunciaban las conductas ilegales y antiliberales de
los gobernantes y poderosos o las “leyes” que, según ellos, disfrazadas de leyes, atentaban contra
la igualdad liberal. En nombre de tales denuncias se levantaban partidas de rebeldes y revoltosos.
Los caudillos, por su parte, estaban intermitentemente al acecho de situaciones en las cuales
pudieran adelantar su posición dentro del tablero caudillesco (…) El programa (liberal) era, pues,
zarandeado de un lado para otro con revueltas, arbitrariedades, levantamientos que, sin embargo,
lo tenían como punto de referencia y se formulaban –o se esforzaban en hacerlo- en los propios
términos del programa liberal: se producían en su nombre”.

En ese estado de cosas, las relaciones entre el gobierno, que aspiraba convertirse en Estado
Nacional en la tradición europea y liberal –promoviendo ciertas libertades-, y la sociedad eran,
como se dijo, de dominación por parte del Gobierno.

El Gobierno existía para garantizar los intereses del caudillo de turno y su grupo y con
respecto a cierto tipo de ciudadano que la versión liberal venezolana había contribuido a definir.
Con respecto al resto de la sociedad, el gobierno contaba con una fuerza militar -más no todavía
con el monopolio de la coacción y la fuerza-, y el control de las finanzas “públicas” para,
finalmente, establecer de manera unilateral los términos de la relación: permitía opinar, pero
reprimiendo; reconocía una condición ciudadana caracterizada por el derecho al voto, pero para
un número determinado de personas que cumplieran con ciertos requisitos de etnia y propiedad;
creaba leyes que limitaban y regulaban su poder, pero las incumplía o adaptaba a sus necesidades.

En síntesis, con la “hipocresía política” los gobiernos de pretensión liberal de la Venezuela


del siglo XIX ejercían la dominación sobre el ciudadano mientras creaban, en medio del
prolongado conflicto “caudillesco”, una ilusión de libertad.

- En la actualidad

Históricamente -y hasta el presente- las relaciones entre el Estado y la sociedad civil en


Venezuela han sido sustancialmente asimétricas, tanto en lo político como en lo económico.

El Estado ha contado con todos los recursos -incluyendo al ciudadano mismo- para ejercer el
poder político más allá de sus competencias, dentro de un marco institucional que ha pretendido
ser republicano, desde la misma gesta emancipadora; y democrático, desde la segunda mitad del
siglo XX. También ha contado con esos mismos recursos para monopolizar la explotación de las
principales fuentes de riqueza de la Nación y administrar discrecionalmente los beneficios
derivados de ésta.

Los avances que ha tenido la Nación en materia de instituciones promotoras de las libertad
cívica a lo largo de los últimos doscientos años de pretendida vida política republicana, y los
progresos en términos de desarrollo económico resultan, a la luz de la realidad de otras naciones
con menores recursos que los nuestros, insuficientes e inaceptables.

En tal sentido, es imprescindible e inaplazable realizar un conjunto de cambios de los


paradigmas político y económico predominantes y que signan el comportamiento del Estado y de
la sociedad civil.

Sobre si la democracia -con todos sus defectos-, sobrevive o no en Venezuela, en lo que


puede considerarse una nueva época política que transcurre entre 1999 hasta la fecha, es un
asunto muy controversial y que, por lo pronto, no corresponde dilucidar en esta ponencia. No
obstante, sí es posible establecer algunos aspectos fundamentales de la relación Estado-sociedad
civil durante este período.

En primer lugar, se puede afirmar con propiedad que la relación asimétrica de dominación a
favor del Estado persiste. Quizá agravada en ciertos aspectos. Por otra parte, los recursos con los
cuales “tradicionalmente” ha contado el Estado para reprimir al ciudadano durante estas décadas
del programa democrático continúan siendo los mismos y, se puede decir, que el uso de algunos
de éstos, como el monopolio de la coacción y la fuerza, así como de la renta petrolera, se ha
agudizado en su uso.

El primer factor -fuerzas militares y los organismos de seguridad e inteligencia-, ha sido


totalmente influenciado, como organización burocrática, por la concepción partidista del Estado
con relación a la administración “pública” y su visión estatista de la sociedad.3 En cuanto a la
renta petrolera, se ha potenciado su efectividad como instrumento de dominación, dado el notable
aumento de los precios internacionales del petróleo, en varias oportunidades, durante los últimos
años. Mientras mayores sean los ingresos fiscales petroleros (renta), mayores también serán las
posibilidades de uso que esta “herramienta” proporciona al Estado.

Por otra parte, los partidos políticos oficialistas siguen jugando el rol de intermediarios entre
la sociedad y el Estado. Mientras que los partidos de oposición pugnan por sustituir a los
oficialistas, en algún momento, en ese mismo rol.

Por su parte el ciudadano, ante una renta petrolera creciente -más recursos para repartir-,
continúa consintiendo la dominación estatal, bien por coacción, bien por la seductora posibilidad
de los beneficios que pudiera aportarle una “tajada del pastel”, si la renta lo alcanzara.

Finalmente, una de las principales consecuencias de la institucionalización del manejo de la


renta petrolera en Venezuela sería el surgimiento de una relación más equilibrada (y no desde la
dominación) entre el Estado y la sociedad. Además de un uso verdaderamente público y
generador de riqueza de la renta para toda la ciudadanía. Es en este contexto, donde los
venezolanos podrían empezar a conocer la verdadera libertad ciudadana, la de la no-dominación.

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