Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cocuyos
Lamento mucho decirles,
Ausencia amigos lectores, que no han
Cuando te vas, cargada de melanco- tenido la suerte de encontrar
lía. un relator responsable que me
Cuando me quedo, atrapado en tu narre a tiempo. Les pido
lejanía. resignación. ¡Ya saben cómo
Mi mirada se alarga en tu pupila. son los jóvenes de hoy en día!
Tus palabras resbalan por mis meji- Ese inútil de José Carpio
llas. prometió ayer que me iba a
Se tatúan en la soledad de mi alma. contar lo antes posible, pero
La presencia de ambos queda di- no; se fue de parranda a tomar
suelta, ron con unos amigos para el
cuando me voy, cuando te quedas. Monumento de Santiago,
llegando ebrio hasta más no
poder. Yo soy una buena
historia. Necesito que cada
uno de ustedes disfruten ya de
mi contenido y sorpresa que
contengo, puede que
detalladamente. Pero hacerlos
esperar más les sería
agobiante, ¿verdad? ¿Aguar-
darían dos o tres horas más
para disfrutar de mí? No, no
sería así. Nosotros también
tenemos más obligaciones…,
además quiero seguir expan-
diéndome para conquistar el
cariño de más leyentes.
¿Todavía están ahí? ¿Por qué no se tumbre, no dependíamos de luz
han ido? ¿Es que aún esperan mi eléctrica, por lo que teníamos que
inicio? Disculpen si en algún realizar toda faena lo más próximo
momento intenté ofenderles, no fue posible a la luz del día, para
mi intención. Creo que, en este acostarnos con las gallinas (Como
preciso instante, me veré obligada a dice aquel viejo dicho), puesto que,
narrarme yo misma. “¡Sí, yo como representaba un peligro inminente
historia voy a narrar mi historia!”. De salir en horas de la noche.
seguro se preguntan: “¿Cómo una
historia se narra así misma?”. Tengo
para responderles que sí, aunque
resulte un poco tedioso. Prometo no
volver a trabajar literatura con
narradores negligentes. No doy más
preámbulos…
Habían pasado poco más de la media
noche, bajo la fugacidad lunar del
Cibao, completamente dormido el El fogón consumía lentamente el
gallinero y decadente la luz de las corazón de la madera, la luz ascendía
lámparas de las calles; cuando sin tregua, el miedo penetraba en los
decidió un grupo de jóvenes atizar el presentes. Miguel respiró profundo,
fogón trasero del rancho entablado tomó un sorbo de su saliva, miró
para seguir contando las historias de hacia el cielo, hacia abajo. Narraba…
terror. Estaban todos juntos en la
—Resulta que un día, el más común
enramada. Ahora correspondía el
de todos, mi tío Mechó, que vivía
turno de Miguel Rodríguez, quien era
detrás de las lomas de Los Cocuyos;
el joven de más avanzada edad. Los
enfermó de una grave calentura, por
chicuelos callaron. Miguel empezó:
lo que mi abuela me tuvo que
despertar y remitir a eso de las nueve
y media de la noche a llevarle unas
hojas para un té casero. Ese quince
de enero, desde entrada ya la tarde,
el cielo había descargado su
melancolía a torrentes por más de
tres horas seguidas, por lo que el
camino y la cuaba… Luego de estas y
otras más reflexiones sufíes,
—Ahora les voy a contar, en mi emprendí el viaje a luz de luna hasta
presente intervención, la historia de las lomas. Al pisar el primer trecho
Los cocuyos que viví en carne propia con mis tambaleantes pasos, me
cuando residía en El Pino a mis diez encontré con cinco cocuyos
años de edad. Como era de cos- perfectamente alineados. Me quedé
un poco pensativo: pensé en correr, aterrorizaba hasta al no vidente,
quedarme, en gritar y cerrar la boca. imagínense en horas nocturnas…
¡Pensé en todo! Finalmente, decidí Avancé lo más próximo a romper las
escoger uno de los animales volátiles leyes de la Física, hasta que, cruzando
para alumbrar la vereda restante. Lo la última alambrada del atrincherado
sujetaba de mi mano diestra. De paraje; todo mi ser se heló al
pronto, como de la nada, sentí que escuchar una apagada voz que surgía
inconmensurables ojos se postraban de mi mano derecha. Corrí como loco
ante mi presencia; que me miraban escapado de manicomio… Bajando
desde un mundo que desconocía… una estrecha quebrada, mis
aterrorizados ojos se encontraron
A estas horas me he levantado del
con cinco féretros perfectamente
mueble. La festividad de anoche me
alineados, intactos; suspendidos al
sumergió en un incomprensible
aire…
éxtasis. Tomé mucho alcohol, bailé
hasta con los fantasmas de mis
pensamientos, canté hasta los
comerciales… Todavía siento mi
cerebro sumergido en una ruleta
indetenible. Ayer, muy temprano, por
cierto, empecé a escribir un cuento
para terminarlo hoy en la mañana;
pues es una historia que quiero
publicar en la revista Voz Literaria,
que dirige un viejo amigo y poeta
provinciano. He de confesar que no
dejé la presente historia tan
avanzada… Es extraño…, muy —¡Los ataúdes volaban!
extraño…, aunque le observo buen —¡Estaban en el aire, amigos!
inicio… ¿Quién habrá entrado a mi
casa mientras festejaba para el Fueron las últimas horas que tuve
monumento? ¿Acaso alguien tomó conciencia de mí. Después de ahí no
mis cuartillas y dejó el presente recuerdo nada, en absoluto. Pero mi
cuento a medias? ¿Dónde habrán abuela Patricia, al día siguiente, me
dejado mi pluma…? Sea lo que fuere contó que me encontraron
seguiré narrando. semidesnudo en la entrada del
cementerio. Estaba tirado en el suelo,
—Ya casi termino —respondió envuelto en un sudor frío mi rostro, y
Miguel—. ¿En dónde me quedé? poseía pequeñas heridas en mis
—En el cocuyo —salió una torpe voz manos. Muy tristes, nos dirigimos al
del gentío. pueblo a enterrar mi tío, pues Mechó
había muerto la misma noche…
—¡Ah, sí…! Bueno, debo decir que
ahora avanzaba por las cercanías de
un abandonado cafetal, que de día
Pedro insistió si le duele algo,
MNUESTRAS dígame para llevarlo a un
VOCES CREANDO hospital. No se preocupe que
mi salud está bien- respondió.
Escucharé tu voz
en el hueco vacío de la
muerte.
Levantaré la alfombra de tu
cuerpo
en otros cuerpos.
Uniré mis soledades
y me iré de ti y de las tuyas.
El Dios de la muerte
Enegildo Peña
En la flor de la vida El Dios oscuro de la muerte
se nos presenta sin saber
En la flor de la vida
de nosotros el destino.
el cuerpo se abre
muestra en la piel Nos agarra en la luz o en la
su deseo de carne. sombra.
En una desesperada A la muerte
tentación, no le importa nada
antes los ojos de los años: que no sea su propio
la luz mental lo devora. destino.
Nosotros solo somos
En el sostén irreversible de
el rostro de su camino.
mis manos,
un dios se devora
Antipoema
en la blancura de su nada.
La cena
En la grasa de los tostones
están mis manos
colgando hacia la boca.
Cuatro rebanadas de carne
saturada son mis amantes.