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El niño abandonado que fui no fue tal.

No fui abandonado por nadie, mucho menos por mi


madre. Ella desde que tengo memoria, sembró en mí ciertas semillas. El niño celoso que sube
la fiebre con el nacimiento de su hermano (imposible comprobarlo, tenía un año y cinco
meses). El niño que se resiste a entrar a la salita de preescolar. El niño que llora, patalea,
demuestra una miserable congoja (allí mi madre imita el supuesto ademán desgarrado que yo
ejecutaba en la puerta de la escuela, era un grito apagado, hipaba, sollozaba, gemía, imposible
saberlo con mis cinco años). El niño que juega con sus amiguitos y en cuanto se da vuelta su
madre ha desaparecido, hecho que detona su desesperación (de esto me acuerdo
perfectamente). ¿Cómo se generó ese estrecho vínculo? ¿Fui yo el que, desde la ignorancia
absoluta, pretendía mantener el lazo? ¿Quién se ve incapacitado para cortar el lazo en una
situación de esta índole? Yo no quería soltarla, quería seguir aferrado, pero ¿y si era ella la que
me impedía el movimiento? ¿Se entiende? Yo era el que no quería, yo era el que no podía,
pero quizás era ella la que no podía, era ella la que no quería soltar a su centro volante. Justo,
lo que daba sentido a su vida.

Ella generó en mí la sensación de abandono. El temor, el miedo. Estaba cómodo bajo su


regazo. Estaba cómodo entre sus brazos.

La miedosa era ella. Yo quería irme, pero no sabía cómo (la madre que dice, el nene no puede
y la que no puede es ella; la madre que da todo, para que el nene se sienta culpable si la
abandona; la madre que dice “mi vida”, y le inflige una marca imborrable; la madre que dice,
me quedé por ustedes).

Mami, te quedaste por vos. Por favor no me llenes de culpa. No quiero tener la culpa por tus
actos. Quiero pagar lo que haya que pagar, pero no por tus comportamientos. Demasiado
tengo con los míos.

Entonces, ¿qué hago?

Ya lo sé. Viví (lo venía sospechando desde hace años) confundido. Yo creía que no podía nada,
siempre marcado por la impotencia. Querer y visualizar de inmediato el fracaso. La
impotencia. Acurrucarse. Retomar la posición fetal. Protegido. Buscando una protección mítica
y asesina. Cuarenta años. El momento ha llegado. Sin resentimientos, cada uno hace lo que
puede con su vida y con la de los demás.

Se difumina la línea que separaba al hijo de puta de mi padre de la santa de mi madre. ¿Y si mi


padre hizo todo lo que pudo frente al poder de mi madre? Mi padre fue el corte. Y sin él no
sería lo que soy. Si hubiese sido por mi madre, hoy sería una hormiga.

No juzgo malas intenciones.

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