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Hasta un niño tonto (ese que yo fui) sabe que para entender el sentido de un

episodio es preciso conocer de antemano el contexto. El mismo niño sabe que


cuando su mamá le dice “dale, andá”, debe haber una marca indicativa previa
del lugar específico al que ella alude con el imperativo: la escuela, el club, la
casa del tío.

Participo de un taller literario con un título por demás sugestivo: No importa


cómo escribir. Postulé justamente por la ambigüedad incluida en el nombre y
porque lo iba dirigir un reconocido poeta. La expresión reconocido poeta dice
mucho y dice poco al mismo tiempo. O casi nada. En Argentina viven por lo
menos diez reconocidos poetas, o veinte, o treinta, no más. Si le agrego a
reconocido la particularidad de ser joven, el universo se reduce a la mitad, sin
embargo habría que ponerse de acuerdo sobre la categoría joven. ¿Cuántos
años tiene alguien joven? Esto, claro, también requiere de algún tipo de
recorte, no es lo mismo ser joven en el mundo de la gimnasia artística, en
donde a los 22 años el único horizonte posible es la jubilación, que en el campo
de la cultura, y puntualmente en el de la poesía y las artes, en donde se habla
de poetas o artistas jóvenes hasta los 50 o 55 años, y a veces más. Dicho esto,
el director del taller es un poeta joven de acuerdo a los cánones artísticos
argentinos. Y podríamos agregar, para afinar la puntería, que es también editor.
Poeta, reconocido, joven y editor. El rango aquí se acota notablemente, si bien
ante la ausencia de un nombre propio, como por ejemplo el de la editorial,
seguimos sin identificar al personaje. En Chile sería aún más arduo adivinar,
por la simple razón de que dos de cada tres ciudadanos son o se dicen poetas.
Un último intento de nombrarlo sin nombrarlo estaría dado por sacar a la luz las
iniciales de su nombre. Incluso mencionando sólo la inicial de su apellido la
mayoría de las personas, al menos ligadas al campo cultural, lo adivinarían. G.

Un dato adicional. El espacio donde se desarrolla el taller se llama Local de


artes recientes, un espacio de arte contemporáneo situado cerca de Villa
Crespo. Me gusta el nombre porque reciente significa nuevo y viejo al mismo
tiempo. Lo reciente es lo último, lo que acaba de suceder, y por eso ha perdido
algo de su condición. Tiene algo de anacrónico lo reciente, algo desfasado.
Algo del ser y del no ser.
Era el encuentro inaugural del taller. Hacía un frío de locos. Nos habíamos
ubicado en un pequeño salón que requería de la generosidad de los quince
participantes para armar algo parecido a un círculo. Estábamos muy juntos,
amuchados, que es una palabra muy tierna para describir la situación.
Armábamos una ronda, algunos adentro, formándola, y otros fuera, rodeándola.
Primero tuvieron lugar las presentaciones, después, el ejercicio inaugural.
Elaborar cinco haikus. Vale dejar asentado que cada uno (no cada uno, hubo
dos o tres personas que se olvidaron o no pudieron) había llevado un vino. En
un momento dado, cuando G. se levantó a fumar acompañado por algunos
participantes, el chio que se había sentado al lado mio le pregunta a B., la
gestora del espacio, por el baño. El compañero tiene una particularidad, nació
en una ciudad extranjera bautizada con el mismo nombre que la calle donde se
encuentra el local. Prefiero no decirla para proteger su identidad, pero no deja
de llamarme la atención la coincidencia. ¿Habrá sido primero la calle o primero
la ciudad? Intuyo, como suelde suceder, que primero la ciudad, aunque
carezco de las herramientas para corroborarlo, y tampoco lo quiero corroborar,
me gusta el misterio de la coincidencia. Este compañero, le pregunta ¿dónde
está el baño? Entre él y B. había dos metros o tres de distancia. Ella hace un
movimiento corporal de acercamiento a un mueble, parece tomar algo de allí y
responde “acá”. Yo inmediatamente comprendí que ella no había comprendido
la pregunta. Porque nadie responde “acá” cuando se le pregunta por el baño.
En todo caso, puede responder “ahí”, “allá”, “arriba” (subiendo las escaleras),
“abajo”, etc. Pero no “acá”, salvo que esté parado en la puerta del baño, y sería
muy extraño que alguien preguntara por el baño estando en la puerta del baño,
aunque puede suceder. El compañero se sorprende ante la respuesta y cuando
ella le quiere entregar la botella él le aclara que dijo baño, no vino, y después
de eso las cosas se calman y toman su curso normal.

Pero no para mí. El episodio me conmovió, los días siguientes parecía un loco,
obsesionado con el malentendido, con la potencia del malentendido para
sacarnos de los lugares corrientes, el pulso cotidiano de la cosas y quizás
enviarnos a su intimidad. Pero esto sería pura moraleja. Les fui contando el
cuento a todos mis alumnos, en cada comisión empezaba la clase
reproduciendo las circunstancias y yo veía cómo a ellos les importaba mucho
más el episodio que hablar de Platón o Aristóteles. También se los notaba
sorprendidos por mí conmoción, a más de uno le vi dibujada en la cara un
rastro de sorna, como diciendo, el profe está loco. La verdad es que sigo con
este episodio en el cabeza, ya pasaron dos meses y no es que esté el día
entero rumiando alrededor del hecho, pero sí le dedico un tiempo considerable,
sobre todo porque cada vez estoy más seguro de que ese malentendido, u
otros semejantes, son, o podrían ser, poesía.

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