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Los versos de Si tan solo esto que te digo fuera dinero o sexo son leves y

arrasadores, versos que trazan, o intentan trazar, los movimientos de una


realidad siempre en fuga, siempre fugaz.

Es en este vaivén estructural de los versos de Víctor López Zumelzu –como si


el vaivén abriese una hendija en la lengua, como si la realidad fuese per se
contradictoria– donde vibra el fino límite entre nostalgia y alegría, infancia y
madurez. Será por eso que Zumelzu pregunta, disfrazado de anciano (y el
disfraz le sienta bien), “¿Qué fue del brillo insistente de la hoz y del martillo que
vimos en nuestra infancia?”, y observa con los ojos del niño que hace tiempo
dejó de ser “que la muerte avanza / a pequeños pasos”.

¿Quién habla, entonces, cuando escribe el poeta? ¿El viejo, el niño, el adulto?
Habla la poesía, la tradición, el leguaje, habla el silencio, habla la voz de una
ausencia colectiva que sabe muchas cosas e ignora otras. Sabe que no somos,
ni seremos, fantasmas, sabe que somos, y seguiremos siendo, hombres y
mujeres de carne y hueso, temerosos, anhelantes, ardientes, fríos a veces
como témpanos, dispuestos a entregar casi todo, sino todo, por un minuto (¿un
segundo?) de amor, si bien es consciente, la voz, de cuánto mejor se ama en la
falta.

La mano diestra del poeta (sus versos) envuelve al lector en un ritmo, una
cadencia, una música ligera, sobre estos pilares armónicos se sostiene lo
insostenible de su escritura: en la forma, “que como forma la palabra ‘forma’ /
no quiere decir nada”, y sin embargo dice, al oído; en el espesor de un tono
doble, público e intimista, aciago y feliz, que cuenta su historia –o la de cada
uno de nosotros–, mientras por lo bajo arden, políticamente (contra la
corrección política), el sentido de las palabras y “la neutralidad de la lengua”.

Los versos de Zumelzu alojan dentro de sí (o son) la pérdida, la desaparición,


el olvido, pero nunca caen en la tentación de la queja o el lamento llano; hay
lágrimas, hay llantos, pero jamás son definitivos, como nada es definitivo, ni
para bien ni para mal, salvo la vida, o la muerte, “alguien se va, alguien llega”,
el lugar vacío se completa en un mundo inhóspito, donde “hemos crecido &
abandonado nuestras certezas”, aunque no el deseo de continuar escribiendo,
pese (o gracias) al cansancio, el daño, la derrota; un mundo ha terminado, es
un mundo que Zumelzu vivió a medias y revive en su poesía, como parte de un
conflicto ancestral o esencial, sobrevivir, persistir spinozianamente en la
existencia, y ver qué sucede, hasta dónde somos capaces, qué malabarismos
inventamos, cuánto más podremos resistir después del final de la fiesta.

En una palabra, Víctor López Zumelzu es un sobreviviente, un poeta chileno


que ilumina mediante destellos lingüísticos –a estos destellos podríamos
llamarlos poesía– “nuestra propia oscuridad”.

Nota: ¿Por qué Zumelzu utiliza el signo ampersand en lugar de la i griega?


Este signo es la representación de una ligadura, combinación de dos letras en
un único grafema, que a su vez enlaza dos o más componentes de un
enunciado, como cualquier conjunción copulativa. El ampersand tiene la
particularidad de habilitar cruces y ser él mismo una cruz. Es un camino curvo,
sinuoso, que va y vuelve, avanza y retrocede. Pero ¿acaso no es de esto de lo
que habla el poeta?

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