Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ción, desde el estado primitivo al del hombre civilizado, se produce una con-
siderable interiorización, una orientación de las tendencias agresivas hacia
dentro, de modo que los conflictos interiores vendrían a ser los equivalen-
tes más adecuados para las luchas exteriores, suprimidas durante este des-
arrollo. Bien sé que la teoría dualista, al postular el instinto de muerte, de
destrucción o de agresión, como pareja equivalente del Eros manifestado a
través de la libido, no ha sido acogida con favor, y en realidad ni siquiera
se ha impuesto entre los propios psicoanalistas. De ahí mi satisfacción al
comprobar, recientemente, que nuestra teoría ya tuvo un precursor en uno
de los grandes pensadores de la antigüedad griega. Esta confirmación de
mis ideas me hace renunciar sin pena al prejuicio de la originalidad, tanto
más, cuanto que la extensión de mis lecturas en años anteriores no me per-
mite tener la certeza de que mis presuntos descubrimientos no obedezcan
a la criptomnesia.
Empédocles de Acraga (Agrigento) (1), nacido hacia 495 a. J. e, se nos
presenta como una de las figuras más grandiosas y extrañas de la cultura
helénica. Su compleja personalidad se proyectó en las más diversas direc-
ciones: fué investigador y pensador, profeta y mago, político, filántropo y
médico versado en las ciencias naturales; se dice que salvó de la malaria a
la ciudad de Selinunto, y sus contemporáneos lo veneraban como a un dios.
Su espíritu parece haber aunado los contrastes más agudos: preciso y sobrio
en sus investigaciones físicas y fisiológicas, no retrocede, sin embargo, ante
una oscura mística y se libra a especulaciones cósmicas de tan audaz como
asombrosa fantasía. Capelle lo compara con el doctor Fausto, "el que tan-
tos secretos penetró". Surgidas en una época en que el territorio de la cien-
cia todavía no estaba dividido en tantas provincias, algunas de sus doctrinas
por fuerza deben parecernos primitivas. Empédocles explicaba la diversi-
dad de las cosas por la mezc1a de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego
y aire; el animismo universal era su concepción de la Naturaleza y creía en
la trasmigración de las almas; pero también integraban el conjunto de sus
doctrinas ideas tan modernas como la de las fases evolutivas de los seres
vivos, la supervivencia de los más aptos y la aceptación del papel que in-
cumbe a la casualidad ( rÍJxr¡ ) en esta evolución.
Pero nuestro interés concierne a cierta 'doctrina de Empédoc1es, tan
(1) Lo que sigue ha sido tomado de W ilhelm Capelle: D i e V o r s o k r a tik e r ("Los pre-
socráticos"), Alfred Kroner, Leipzig, 1935.
ANALISIS TERMINABLE E INTERMINABLE 251
son, tanto por su nombre como por su función, los equivalentes de nues-
tros dos protoinstintos, E r o s y d e s t r u c c i ó n , de los cuales el uno tiende a en-
globar todo lo existente en unidades cada vez mayores, mientras el otro tra-
ta de desintegrar estas combinaciones, destruyendo lo que Eros ha edificado.
Pero no debemos asombrarnos de que esta teoría haya sufrido algunas mo-
dificaciones al reaparecer después de dos milenios y medio. Además de la
limitación a 10 biofísico que hemos debido "imponerle, nuestras sustancias
fundamentales ya no son los cuatro elementos de Empédocles, pues para
nosotros la vida se diferencia netamente del mundo inanimado y ya no con-
cebimos las mezclas y separaciones de partículas materiales, sino las fusiones
y desfusiones de componentes instintivos. Además, hemos dado al princi-
pio de "discordia" una base en cierto modo biológica, al reducir nuestro
instinto de destrucción al instinto de muerte, ese impulso hacia lo inanima-
do que es propio de todo lo vivo. Con ello no pretendemos negar que ya
antes existiese un instinto análogo, y, naturalmente, tampoco afirmaremos que
(1 ) L o e . c i t ., p. 186.