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LA SOJA

PORCENTAJE DE EXTENSIÓN EN BOLIVIA DE 2018


Desde los años 90, el modelo agroindustrial basado en la exportación de commodities agrarios -es decir, materias
primas para la exportación- comenzó a afianzarse cada vez más en el país. Tal como en los años 90,[1] hoy en día el
sector que privilegia este modelo agrario lo promociona como un modelo que impulsa la “modernización” de la
agricultura -fundamentalmente por medio del uso de biotecnología- y que esa “modernización” lleva a mayores
rendimientos y productividad, contribuyendo así a la seguridad y soberanía alimentaria nacional[2]. 

En el caso boliviano, como en Brasil y Argentina, el cultivo de soya poco a poco se fue posicionado como el pilar
principal de este modelo agroindustrial. Así, bajo este modelo, la superficie cultivada con esta leguminosa se
incrementó a pasos acelerados, pasando de significar apenas el 7,3% del total de superficie cultivada en 1985-1986 a
representar el 38,6% del total de superficie cultivada del país en el 2004-2005 (Gráfica 1).

PORCENTAJE DE CONVENCIONAL Y TRANSGÉNICO EN BOLIVIA


El hito fundamental que terminó de implantar este modelo agropecuario que llevaría a la “modernización” de la
agricultura boliviana fue la Resolución Ministerial N° 1 del 7 de abril de 2005 que autoriza por primera vez la
“producción agrícola y de semillas, procesamiento, comercialización interna y externa de soya genéticamente
modificada resistente a glifosato evento (40-3-2)”. A partir de ese momento la siembra con soya transgénica se
expandió rápidamente. Para 2012 prácticamente toda la soya sembrada en el país era soya transgénica evento 40-3-
2 (conocida comercialmente como soya RR “Roundup Ready”) (Gráfica 2).  

La “modernización” agrícola supuso, asimismo, una nueva dependencia de los paquetes tecnológicos propios de este
modelo agroindustrial, tales como las semillas certificadas y patentadas. Al ser Bolivia un importador neto de estos
insumos, se crearon nuevas dinámicas económicas en base a su comercialización. Así, desde que se autorizó la
producción con soya RR, las importaciones de semillas certificadas para la siembra se incrementaron velozmente,
pasando de 354 toneladas en 2005 a 3.901 toneladas el 2019 (Gráfica 3). Siendo el pico más alto en 2011 cuando se
importaron más de 11 mil toneladas por un valor CIF de 6.9 millones de dólares americanos (AEMP, 2013). A partir
de entonces hubo variaciones importantes en los volúmenes y valores de importación; con picos importantes en
2015 y 2017, y luego una estridente bajada en los últimos años (INE, 2019). . 
El otro insumo asociado a la “modernización” agrícola son los paquetes de agroquímicos. Al igual que con las semillas
certificadas de soya, la creciente dependencia de agroquímicos por parte de este modelo agrario generó un nuevo y
creciente mercado destinado a su abasto (Gráfica 4). Según el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), en
2006 se importaron 39.159 toneladas de fertilizantes por un valor 14 millones de dólares americanos, y para 2019 se
estima que se importaron al país 79.732 toneladas de fertilizantes, por un valor FOB de 44.8 millones de dólares
americanos (IBCE, 2017; INE, 2019).

De igual manera, las importaciones de plaguicidas tuvieron un aumento significativo, pasando de 11.365 toneladas
en 2001 a 63.003 toneladas en 2017 (Gráfica 4). Sólo durante los años 2007 y 2014 la importación de plaguicidas
sumó 1.237 millones de dólares americanos (IBCE, 2015); siendo el pico más alto 2014 cuando las importaciones
alcanzaron los 242 millones de dólares americanos (IBCE, 2017a). Posteriormente hubo un leve estancamiento hasta
2017, cuando las importaciones volvieron a incrementarse alcanzando un valor de 241 millones de dólares
americanos (INE, 2019). 

El otro elemento central del discurso que promueve este modelo agroexportador es que la biotecnología es esencial
para aumentar los rendimientos y la productividad de los cultivos. Más allá del discurso, los datos estadísticos
muestran que en realidad existen serias dudas sobre la viabilidad productiva del modelo. Según los datos de la
Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (ANAPO, 2019), de 2005 a 2019 la superficie cultivada de soya se
incrementó en 429.120 hectáreas: pasando de 930.500 a 1.359.620 de hectáreas respectivamente (Gráfica 5).

Sin embargo, y a pesar del aumento de la superficie cultivada, los rendimientos agrícola de la soya entre los años
2005 y 2019 –vale decir entre la soya convencional y la transgénica- no tuvieron un aumento relevante[3]. En
términos generales los rendimientos del cultivo de soya durante este periodo se mantuvieron alrededor de las 2
toneladas por hectáreas, siendo 2014 el año de mayor rendimiento desde la autorización de la soya RR en 2005, con
2,49 toneladas por hectárea (Gráfica 5). 

A pesar de sus deficiencias, el aumento de la superficie cultivada y la producción de soya son significativos si se los
compara con otros cultivos que conforman la canasta básica alimentaria nacional. Durante 2005 y 2018, la superficie
cultivada de papa y maíz, por ejemplo, solo se incrementó en 35.466 y en 3.469 hectáreas respectivamente. Este
mismo patrón lo siguen otros cultivos, como ser: tomate, ajo, haba, yuca, cebada e incluso forrajes como la alfalfa
(Gráfica 6). Dicho con otras palabras, el país expandió significativamente la superficie cultivada destinada a la
producción de materias primas agrícolas, pero no así la superficie destinada de cultivos que conforman la canasta
básica.

Si bien el modelo agroindustrial hace varias décadas atrás reproduce un discurso filantrópico de contribuir a la
seguridad alimentaria del país, por definición este modelo agrario se caracteriza por su enfoque dirigido a la
exportación de materias primas agrarias. Aunque existen variaciones de acuerdo al año agrícola, la amplia mayoría
de la soya producida en el país está destinada a la exportación (Tabla 1). 

De 2005 a 2019, el sector agroindustrial en promedio exportó alrededor del 79% de su producción total. Sin
embargo, hubo años cuando se llegó a exportar más del 90% del total de soya producida. Este fue el caso de 2013
donde la exportación de soya y sus derivados alcanzó 2.431.212 de toneladas, equivalente al 93% de la producción
total (ANAPO, 2019). El valor de las exportaciones de soya también tuvo variaciones en este mismo periodo. Desde
2005, mostró un aumento sostenido hasta llegar a su cúspide en 2013, cuando se generaron 1.222 millones dólares
americanos por la venta de 2.4 millones de toneladas de soya y derivados. 

Los valores de exportación -así como la rentabilidad del sector- se relaciona con los precios de la soya en el mercado
internacional, principalmente de las cotizaciones en las bolsas de Chicago y Rosario. Entre 2008 y 2011, el precio de
la soya alcanzó su máximo precio llegando hasta los 420 $us/t (Tabla 1). Los precios se mantuvieron relativamente
altos hasta 2015; a partir de entonces, y debido a la caída generalizada del valor de las materias primas, el precio de
la soya disminuyó gradualmente (McKay, 2018). Para 2019, su precio llegaba a uno de sus puntos más bajos en los
últimos 10 años (ANAPO, 2019), para luego volver lentamente a la alza en el 2020[5].

La mayoría de esta soya y de sus derivados se exportan a Colombia, Perú, Ecuador y Chile (IBCE, 2020). Estos países
compran la soya boliviana principalmente para abaratar la producción de carne de pollo en sus respectivos países[4].
El principal producto exportado es la torta de soya, seguido luego por el aceite de soya en bruto, el aceite de soya
refinado y la harina de soya (IBCE, 2020; ANAPO, 2019). El resto de la soya y de sus derivados se comercializa dentro
del país. Los principales productos que se comercializan en el país son: torta de soya, cascarilla, aceite refinado y
harina de soya (AEMP, 2013). La mayor parte del consumo nacional está destinado a la alimentación de animales,
donde se destaca la industria de la avicultura, la porcina y la producción de leche. El otro consumo nacional se dirige
a abastecer la industria aceitera, entre otros productos industrializados (AEMP, 2012).  

En contraste, se estima que la agricultura familiar campesina-indígena en el país llega a producir hasta el 96% de los
39 productos que conforman la canasta básica de alimentos[6]. Un reporte reciente señala que el 65% de los
alimentos que se consumen en el país son producidos por la agricultura familiar. Mientras que apenas un 3% de los
alimentos son producidos por la agricultura no familiar, y el restante 32% es importado[7]. En suma, estos datos
develan que, a diferencia de lo que predica el sector agroindustrial, la gran mayoría de los alimentos destinados a la
canasta básica de los bolivianos proviene de la agricultura familiar campesina-indígena, mientras que la producción
de la agroindustria se centra en la exportación de materias primas agrarias y en la producción de alimentos
procesados. 

COMPOSICIÓN QUÍMICA DE LA SOJA

Estas son las semillas que utilizamos:


AJONJOLÍ: El sesamum indicum es una planta del género Sesamum cuyas semillas, conocidas popularmente como
anjolí, ajonjolí o sésamo, son comestibles. La planta es cultivada por sus semillas ricas en óleos, que se emplean en
gastronomía, como en el pan para hamburguesas.

CHÍA: Es una semilla especialmente rica en ácidos grasos omega-3 de origen vegetal, pero además los aporta junto a
ácidos grasos omega-6 en la proporción ideal para el organismo, que es una proporción de 3 a 1 (omega-6 y omega-
3).

CACAHUATE: Arachis hypogaea, comúnmente conocida como cacahuate, caguate, cacahuete o maní, es una planta
de la familia Fabaceae.

GARBANZO: Es una especie de leguminosa adaptada a todos los continentes. Se trata de una planta herbácea, de
aproximadamente 50 cm de altura, con flores blancas o violetas que desarrollan una vaina, en cuyo interior se
encontrarán dos o tres semillas como máximo.

LINAZA: Es la semilla de la planta Linum usitatissimum. Es usada para consumo humano, por ejemplo, en infusiones.
De la semilla se extrae el aceite de linaza, el cual es rico en ácidos grasos de las series Omega 3, Omega 6 y Omega 9.

SEMILLAS DE GIRASOL: Mejoran la digestión y ayudan a que no absorbas azúcares y grasas de los alimentos. Estas
oleaginosas son muy recomendables para quien desea bajar de peso. Ingiere entre 10 a 15 piezas diarias.

 CACAHUATE: Disminuye la absorción de glucosa en sangre gracias a la fibra que tienen. Por ello, son favorables para
personas con diabetes. Consume cinco piezas diarias.

NUECES: Son positivas para tu funcionamiento neuronal, debido a que contienen gran cantidad de magnesio,
fósforo, zinc, vitaminas A, D, E y K. Incluye cinco o 10 piezas dentro de tu alimentación.

PISTACHES: Sus componentes reaniman tu piel y la regeneran. En ellos se encuentran la vitamina E, omega tres y
seis. Come 10 semillas diarias.

ALMENDRAS: Fortalecen tus huesos por su alto contenido en calcio y vitamina A. Se recomienda a quienes tienen
riesgo de osteoporosis y también a las embarazadas o que amamantan. Disfruta entre cinco y 10 piezas diarias.

BIBLIOGRAFÍAS:

 https://fundacionsolon.org/2021/03/31/el-modelo-del-agronegocio-transgenico-en-bolivia-la-
experiencia-de-la-soya/
 https://www.sesajal.com/es/articulo/20-conoces-las-semillas-oleaginosas
 https://www.google.com/amp/s/m.salud180.com/nutricion-y-ejercicio/5-oleaginosas-saludables%3famp
 https://www.google.com/amp/s/slideplayer.es/amp/142310/

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