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El líder más grande de la historia: Jesucristo


Por Joaquín García-Huidobro
Universidad de los Andes
Santiago de Chile

Es probable que en los últimos meses se haya hablado de Jesucristo más que nunca en la
historia. Libros que tratan de él se han transformado en best sellers1 y otro tanto hay que
decir de ciertos documentales, como el que habla del descubrimiento de un nuevo
evangelio. Una película sobre su Pasión fue un éxito de taquilla y la discusión que suscitó
se prolongó durante meses. Sin embargo, las ideas y mensajes que se transmiten en los
medios no siempre son claros y muchas veces este mismo interés por Jesús va acompañado
de una puesta en cuestión de aspectos fundamentales de su vida y mensaje. Vale la pena,
entonces, hacer una pausa y detenerse de nuevo en su figura.

Fuentes

Cuenta Tácito que, tras el incendio de Roma, las sospechas del pueblo recayeron sobre
Nerón, lo que, naturalmente, resultaba muy delicado desde el punto de vista político:

“A pesar de todos los esfuerzos humanos, de la liberalidad del emperador y de los


sacrificios ofrecidos a los dioses, nada bastaba para apartar las sospechas ni para
destruir la creencia de que el fuego había sido ordenado. Por lo tanto, para destruir
ese rumor, Nerón hizo aparecer como culpables a los cristianos, una gente a quienes
todos odian por sus abominaciones, y los castigó con muy refinada crueldad. Cristo,
de quien toman su nombre, fue ejecutado por Poncio Pilato durante el reinado de
Tiberio. Detenida por un instante, esta dañina superstición apareció de nuevo, no
sólo en Judea, donde estaba la raíz del mal, sino también en Roma, ese lugar donde
se dan cita y encuentran seguidores todas las cosas atroces y abominables que llegan
desde todos los rincones del mundo. Por lo tanto, primero fueron arrestados los que
confesaron [ser cristianos], y sobre la base de las pruebas que ellos dieron fue
condenada una gran multitud, aunque no se les condenó tanto por el incendio como
por su odio a la raza humana”2.

El texto citado es interesante por muchas razones. Entre ellas, porque muestra lo que puede
producir una opinión pública manipulada, un fenómeno que por desgracia se ha dado con
frecuencia en la historia. Pero también es interesante porque contiene una explícita

1
D. Brown, El Código Da Vinci, Umbriel, Barcelona, 2003. Sobre las afirmaciones teológicas e históricas de
esta novela hay una nutrida bibliografía. Entre otros textos, cabe citar: A. Welborn, Descodificando a Da
Vinci, Palabra, Madrid, 2006 9 y M. Shea y E. Sri, El engaño Da Vinci, Palabra, Madrid, 2006.
2
Anales, XV, 44. Y sigue: “Además de matarles [a los cristianos] se les hizo servir de entretenimiento para el
pueblo. Se les vistió en pieles de bestias para que los perros los mataran a dentelladas. Otros fueron
crucificados. Y a otros se les prendió fuego al caer la noche, para que la iluminaran. Nerón hizo que se
abrieran sus jardines para esta exhibición, y en el circo él mismo ofreció un espectáculo, pues se mezclaba
con las gentes disfrazado de conductor de carrozas, o daba vueltas en su carroza. Todo esto hizo que se
despertara la misericordia del pueblo, aun contra esta gente que merecía castigo ejemplar, pues se veía que no
se les destruía para el bien público, sino para satisfacer la crueldad de una persona” (ibid.).
2

referencia a Jesucristo, que viene de parte de una fuente ajena e incluso hostil al
cristianismo. No es esta la única referencia de los romanos a Jesús: Suetonio dice que el
Emperador Claudio “expulsa de Roma a los judíos que se sublevaban continuamente por
instigación de un cierto Crestos”, lo que da a entender que en el origen de dicha expulsión
están las disensiones que a propósito del cristianismo se suscitan en las comunidades judías
de Roma, aunque se confunde al atribuir a Cristo una presencia física en esa ciudad 3. De
gran importancia es la carta de Plinio el Joven (en el 112 d. C.) al Emperador Trajano, en la
cual el Gobernador de Bithynia consulta a su majestad imperial sobre cómo manejar a los
cristianos que vivían en su jurisdicción. Por una parte, sus vidas eran manifiestamente
inocentes, no podía probarse ningún crimen contra ellos excepto su creencia cristiana, que
le parecía al romano una superstición extravagante y perversa. Por otra parte, a los
cristianos no se los podía desvincular de su alianza con Cristo, a quien celebraban como su
Dios en las reuniones temprano a la mañana 4. La cristiandad aparece aquí ya no como una
religión de criminales, como lo hacía en los textos de Tácito y Suetonio; Plinio reconoce los
altos principios morales de los cristianos, admira su constancia en la fe, que parece
remontarse a su culto de Cristo.
Sólo en el siglo XVIII aparecieron algunos autores aislados (Dupuis, Volney) que negaron
la existencia de Cristo, pero no pasan de ser casos marginales. Los más grandes adversarios
del cristianismo, como Celso (s. II), parten de la base de que están combatiendo a una
religión que se basa en una persona que realmente vivió en Israel en la época de Poncio
Pilatos5.

Evangelios

Para saber de la vida misma de Jesús no nos bastan, sin embargo, esas fuentes romanas:
tenemos que ir a los relatos de la misma, que normalmente llamamos Evangelios. Estos son
varios, pero los más relevantes son los cuatro que conocemos como canónicos, es decir,

3
Vidas de los doce césares, V, 25, 4. También habla de la persecución de Nerón (VI, 16, 2).
4
Ep., X, 97, 98. Cit en: http://www.enciclopediacatolica.com/d/documentos.htm#1c (al 5.5.06). C. PLINIUS
TRAIANO IMPERATORI 1. Sollemne est mihi, domine, omnia de quibus dubito ad te referre. Quis enim
potest melius vel cunctationem meam regere vel ignorantiam instruere? Cognitionibus de Christianis interfui
numquam: ideo nescio quid et quatenus aut puniri soleat aut quaeri […] 5. praeterea male dicerent
CHRISTO, quorum nihil cogi posse dicuntur qui sunt re vera Christiani, dimittendos putavi. 6. Alii ab indice
nominati esse se Christianos dixerunt et mox negaverunt; fuisse quidem sed desisse, quidam ante triennium,
quidam ante plures annos, non nemo etiam ante viginti. [Hi] quoque omnes et imaginem tuam deorumque
simulacra venerati sunt et CHRISTO male dixerunt. 7. Affirmabant autem hanc fuisse summam vel culpae
suae vel erroris, quod essent soliti stato die ante lucem convenire, carmenque CHRISTO QUASI DEO
DICERE secum invicem seque sacramento non in scelus aliquod obstringere, sed ne furta ne latrocinia ne
adulteria committerent, ne fidem fallerent, ne depositum appellati abnegarent (en :
http://terraeantiqvaefotos.zoomblog.com/cat/1313, al 5.5.06)
5
“El carácter histórico de Jesucristo también es afirmado por la literatura judía hostil de los siglos
subsiguientes. Su nacimiento se considera unido a una unión ilícita ("Acta Pilati" en Thilo, "Codex apocryph.
N.T., I, 526; cf. Justin, "Apol.", I, 35), o hasta adúltera de sus padres (Orígenes, "Contra Cels.," I, 28, 32). El
nombre de su padre era Pantera, un soldado común (Gemara "Sanhedrin", viii; "Schabbath", xii, cf.
Eisenmenger, "Entdecktes Judenthum", I, 109; Schottgen, "Horae Hebraicae", II, 696; Buxtorf, "Lex. Chald.",
Basle, 1639, 1459, Huldreich, "Sepher toledhoth yeshua hannaceri", Leyden, 1705). Este último trabajo en su
edición final no apareció hasta el siglo trece, por lo que brinda un relato del mito de Pantera en su forma más
avanzada. Rosch es de la opinión de que el mito no comenzó antes de los fines del siglo I”, http://www.meta-
religion.com/Religiones_del_mundo/Cristianismo/Articulos/la_existencia_historica.htm (al 23.4.06).
3

aquellos que los cristianos de todos los tiempos han reconocido como inspirados. Para el
resto queda la denominación de “apócrifos”. Como es frecuente en la Antigüedad, para
ganar credibilidad estos textos se asignaban a algún personaje famoso, como los apóstoles e
incluso la Virgen María6. Recientemente se han hallado papiros que contienen parte del
llamado Evangelio de Judas, un documento cuya existencia era conocida, en donde la secta
de los cainitas reivindica la figura del apóstol que traicionó a Cristo, mediante el
procedimiento, por lo demás muy antiguo, de mostrarlo como un agente de los designios
divinos. Probablemente en el futuro aparezcan más documentos de este tipo, lo que no debe
extrañarnos. Estos textos, de valor y ortodoxia muy desigual, son muy interesantes,
especialmente porque al compararlos con los Evangelios canónicos se aprecia muy bien la
sobriedad y apego a la historia de estos. Los apócrifos, en cambio, están llenos de fantasías.
Veamos un ejemplo, tomado del Evangelio de Tomás:

“Este niño Jesús, que a la sazón tenía cinco años (...) hizo una masa blanda de barro
y formó con ella doce pajaritos. Era a la sazón día de sábado y había otros
muchachos jugando con él. Pero cierto hombre judío, viendo lo que acababa de
hacer Jesús en día de fiesta, se fue corriendo hacia su padre José y se lo contó todo:
"Mira, tu hijo está en el arroyo y, tomando un poco de barro, ha hecho doce pájaros,
profanando con ello el sábado." Vino José al lugar y, al verle, lo reto diciendo: ¿Por
qué haces en sábado lo que no está permitido hacer?" Mas Jesús batió sus palmas y
se dirigió a las figurillas, gritándoles: "¡Marchaos!" Y los pajarillos se marcharon
todos gorjeando. Los judíos, al ver esto, se llenaron de admiración y fueron a contar
a sus jefes lo que habían visto hacer a Jesús”7.

La Iglesia primitiva, entonces, tuvo la tarea de determinar qué escritos reconocía como
inspirados y cuáles eran simple ejercicio de la imaginación o incluso un empeño de
determinados herejes por dar credibilidad a sus doctrinas. En estos casos la historia es la de
siempre: la pretensión de adaptar el cristianismo a las modas del momento, de suprimir de
él todo lo que hay de incómodo para nuestras vidas. Es interesante destacar el paralelo que
se da entre esas especulaciones de los gnósticos de los primeros siglos y las propuestas
actuales del New Age8. En todo caso, no fue una tarea difícil, pues en todas partes los
cristianos leían y utilizaban en la liturgia y la enseñanza los textos de Mateo, Marcos, Lucas
y Juan.

6
“Sobre este particular, el evangelio de Lucas es testimonio de que ya desde los tiempos apostólicos, muchos
habían buscado poner por escrito los pasajes relacionados con la salvación realizada por Cristo (cf. Lc. 1,1),
sin embargo, ya Orígenes (+235-254), comentando este pasaje distinguía, al lado de los cuatro evangelios
inspirados y recibidos como tales por la Iglesia, otros muchos “compuestos por quienes se lanzaron a escribir
evangelios sin estar investidos de la Gracia del Espíritu Santo” (Hom. in Lc I; PG 13,1801). De acuerdo a su
testimonio, tales libros estaban en poder de los herejes. “La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué
escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada “Canon” de las Escrituras.
Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el
Nuevo”. CIC 120. http://es.catholic.net/temacontrovertido/161/1581/articulo.php?id=5508 (al 23.4.06)
7
http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=4442 (al 3.5.06). El texto puede encontrarse en:
“Evangelio del Ps. Tomás”, II, 1-5, en: A. de Santos Otero (ed.), Los Evangelios apócrifos, BAC, Madrid,
1956.
8
Una interesante colección de textos gnósticos: F. García Bazán, La gnosis eterna. Antología de textos
gnósticos griegos, latinos y coptos I, Trotta, 2003, Madrid.
4

Fidelidad del texto

Como en todos los libros de la Antigüedad, en el caso de los Evangelios tenemos el


problema de saber si el texto que hoy conocemos corresponde al original. En efecto, de
ningún libro antiguo disponemos el manuscrito original, pues se escribía habitualmente en
papiro, un material que no dura más que un par de siglos. Después, con el invento del
pergamino, la duración de los textos aumentó, pero no por eso fue menor la posibilidad de
perderse, quemarse o simplemente de que alguien raspara una página para escribir algo
encima: es lo que se llama un palimpsesto. Con todo, el avance de la filología nos permite
disponer de textos muy confiables, por ejemplo, de las obras de Aristóteles. De ellas
disponemos de manuscritos que se remontan a 14 siglos después que fueron escritas.
Aunque no son muchos, nos dan una seguridad bastante grande. En el caso de los
Evangelios, contamos con un material abrumador. Son más de 6.000 los manuscritos
antiguos y 40.000 las traducciones muy tempranas9. Por el modo de traducir de los
antiguos, muy literal, el disponer de esas traducciones nos permite hacernos una idea muy
exacta de los textos a partir de los cuales fueron hechas. De modo, entonces, que salvo
pequeños detalles, podemos tener seguridad en que los textos con que hoy contamos son
fieles.
Los tres primeros evangelios se escribieron antes del año 70 de nuestra era. Una reciente
novela mantiene la teoría de que habría sido Constantino quien, en el siglo IV habría dado
carácter preeminente sobre los otros e incluso habría hecho introducir cambios en ellos para
convencer al pueblo de la divinidad de Jesús. De ser así, nos hallaríamos ante un hecho
sorprendente, ya que son innumerables los autores anteriores que citan esos pasajes sobre el
carácter divino de Jesucristo10. Si alguna duda se suscitó en los primeros tiempos del
cristianismo fue precisamente la contraria: era tan patente la divinidad de Cristo que
algunos pensaban que no había sido realmente hombre, sino que solo había tomado
apariencia de tal. Por otra parte, los cuatro Evangelios son mencionados ampliamente en la
literatura primitiva y no hay autores relevantes que den credibilidad alguna a los relatos de
los apócrifos, que además son muy tardíos.

Confiabilidad de los autores

Sin embargo, la fidelidad de un texto no basta. Es necesario que su autor sea confiable.
¿Cumplen Mateo, Marcos, Lucas y Juan con este requisito? La respuesta hay que darla en
varios niveles. De partida, lo primero que uno le pide a un testigo es que tenga salud
mental. Esta prueba la pasan todos con facilidad. Los Evangelios no tienen nada de
delirantes ni tampoco son muy dados a misticismos extravagantes. Si algo pudiéramos
reprocharles es precisamente su sobriedad. Relatan los hechos de manera escueta e incluso
desapasionada. Si uno lee, por ejemplo, su descripción del proceso y crucifixión de Jesús se
sorprenderá por la ausencia de juicios valorativos. Tampoco se detienen en detalles
espectaculares. Se limitan a decir lo que pasó: lo que vieron ellos directamente o los

9
Cf. AA. VV., “Introducción general a la Biblia”, en Sagrada Biblia. Santos Evangelios, Eunsa, Pamplona,
2000, 38-40.
10
Un buen ejemplo es el de san Ireneo de Lyon, nacido en torno al 130-140 en Asia Menor y muerto en el
202-203, durante la persecución de Septimiio Severo. En castellano está disponible su Demostración de la
predicación apostólica (Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1992), que permite hacerse una idea muy exacta de
la fe de los cristianos del siglo II.
5

testigos directos que ellos mismos entrevistaron. Mateo, por ejemplo, escribe como lo haría
hoy un cobrador de impuestos, pues ese era su trabajo: con la misma mirada práctica, a la
que no escapan todas las cuestiones de dinero. Otro tanto hay que decir de Lucas, el
médico. En su Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, que también son obra suya hay
innumerables alusiones a enfermedades: de hecho son más de 50. El más especulativo de
los Evangelios, el de Juan, tiene altísima teología pero nada hay en él de los delirios de los
gnósticos y otras sectas de iluminados.
Por otra parte, existe una prueba bastante contundente. Al menos dos de ellos sufrieron
martirio por el solo hecho de proclamar a Jesucristo. Juan sobrevivió y fue muy respetado,
como el único de los apóstoles que llegó vivo al final del siglo. Si unos testigos están
dispuestos a sufrir torturas y enfrentar la muerte antes de desdecirse de sus afirmaciones,
entonces esos testigos gozan de la máxima credibilidad.

Una gran provocación

En todo caso, una vez que se aceptan los Evangelios los problemas no han hecho más que
comenzar. Por más que podamos decir que esos escritores son particularmente sobrios y
desapasionados, el mensaje que nos transmiten es profundamente provocativo. No me
refiero solo a que las exigencias del Evangelio son mayores a las del Corán, el libro del
Mormón o el manual de la Cruz Roja. Sucede que lo que allí afirma Jesucristo no lo ha
afirmado nadie más en la historia, al menos nadie en su sano juicio. Si Evangelio significa
“buena noticia”, la primera gran noticia que allí se nos transmite es la Encarnación: Dios no
solo interviene en la historia humana, sino que en un momento determinado de ella Dios
decide hacerse hombre. Esto es algo absolutamente insólito. Si a Moisés, después de bajar
del Monte Sinaí, le hubiésemos dicho que ese mismo Dios majestuoso y atronador se iba a
hacer hombre, nos hubiera juzgado por blasfemia. Si a Aristóteles le hubiésemos anunciado
otro tanto respecto del Motor Inmóvil nos habría mirado con una sonrisa compasiva, como
a gente que no tiene la menor idea de lo que es la divinidad. Los cristianos tenemos una
magnífica pero peligrosa cercanía con Dios, que nos puede llevar a acostumbrarnos al
hecho más prodigioso que ha ocurrido y que no en vano divide la historia en dos.
Por otra parte, lo que Cristo pretende que nosotros creamos es algo absolutamente
desproporcionado. No pretende simplemente que sigamos sus enseñanzas y lo admiremos.
Como dice Bono, el líder de U2:

“la respuesta laicista a la historia del Cristo siempre dice algo así como: “era un
gran profeta, obviamente tenía mucho que decir, en la línea de los otros profetas,
sean Elías, Mahoma, Buda o Confucio”. Pero la realidad es que Cristo no te permite
decir esto. No te deja esa salida. Cristo dice: no, yo no digo “soy un maestro”, no
me llaméis maestro. No estoy diciendo “soy un profeta”. Estoy diciendo: “soy el
Mesías”. Estoy diciendo: “Yo soy Dios Encarnado”. Así que lo que te queda es: o
Cristo es quien decía que era —el Mesías— o era un completo chiflado. La idea de
que todo el curso de la civilización de medio planeta ha cambiado, que se ha vuelto
del revés, debido a un supuesto chiflado... para mí, eso sí que es increíble”11.

11
Cit. en: J. Láinez, “Signos de esperanza en un mundo desalentado”, en: Palabra 506 (2006) 13.
6

Jesucristo, entonces, es un carpintero judío que afirma ser Dios. Y no solo es una idea suya,
sino que se cuentan por miles las personas que han dado su vida por afirmar esta verdad.
Que yo sepa, nadie ha dado la vida por Sócrates, Gandhi o Aristóteles.
Años atrás, un periodista le preguntaba a Juan Pablo II por qué Dios se mostraba tan poco,
por qué aparecía tan lejano. La respuesta del Papa fue sorprendente, pues vino a decir
exactamente lo contrario: si el cristianismo es verdad, entonces Dios está absolutamente
cercano y esto resulta intolerable, indigno de la divinidad, para muchos hombres:

“Intentemos ser imparciales en nuestro razonamiento: ¿Podía Dios ir más allá en Su


condescendencia, en Su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades
cognoscitivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos que era posible.
Más allá no podía ir. En cierto sentido, ¡Dios ha ido demasiado lejos! ¿Cristo no fue
acaso «escándalo para los judíos, y necedad para los paganos»? (1 Corintios 1,23).
Precisamente porque llamaba a Dios Padre suyo, porque lo manifestaba tan
abiertamente en Sí mismo, no podía dejar de causar la impresión de que era
demasiado... El hombre ya no estaba en condiciones de soportar tal cercanía, y
comenzaron las protestas”12.

Pero esto no es todo. El cristianismo afirma no solo que Jesucristo es Dios hecho hombre,
sino también que es nuestro Redentor. Esto supone una serie de cosas desagradables, como
que existe el pecado y que necesitamos una redención pues no nos podemos salvar a
nosotros mismos. Para colmo, la redención se lleva a cabo de una manera insólita, que pasa
nada menos por su muerte en una cruz, que era un modo tan indigno de matar que solo se
reservaba a los esclavos y a gente semejante. Por último, este Redentor invita a los hombres
a unirse a Él, a vivir su vida, pero no de cualquier manera, sino del modo preciso en que Él
lo ha señalado. Todo esto parece excesivo. “Escándalo para los judíos y locura para los
gentiles”, decía san Pablo. En especial, choca frontalmente con la mentalidad hedonista de
nuestros contemporáneos. Imagínense ustedes qué diría Garfield si fuésemos a hablarle de
sacrificio. Pero hay más. Buena parte de los ataques que recibe hoy la Iglesia tienen que ver
con lo que podríamos llamar el síndrome de la imputación.
Estamos de acuerdo en que todos los hombres buscan la felicidad. Desde los grandes
filósofos griegos se nos había enseñado que esa búsqueda supone una disciplina, pues solo
se conseguirá en la medida en que seamos capaces de guiar todos nuestros actos por la
razón. El cristianismo no altera esta idea, sino que la eleva a un plano más alto. Ahora bien,
no faltan las personas que se empeñan en conseguir la felicidad a través de una vida sin
traba alguna, dando rienda suelta a sus instintos. El resultado es bastante previsible: solo
consiguen un tremendo fracaso y grandes dosis de frustración. Ante esta situación se abren
dos posibilidades. La primera consiste simplemente en reconocer que uno se ha equivocado
y enmendar rumbos. Es el caso de san Agustín y de tantos otros conversos. Sin embargo,
aunque esta posibilidad está al alcance de la mano, no son muchos los que la siguen. La
segunda es pensar que no se logra ser feliz porque hay algo que lo impide, en concreto, esos
molestos remordimientos de conciencia cuyo origen se atribuye a una gente malévola que
ha llenado de trabas la mente humana. Con la Iglesia Católica pasa algo muy curioso,
porque hay personas que no se resignan a que mantenga un mensaje que no calza con su
modo de vida. A nadie le importa que el Dalai Lama diga que no hay que comer carne y

12
Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona, 1994, cap. V.
7

que los musulmanes no trabajen los viernes. Sin embargo, la postura moral de la Iglesia
Católica causa una profunda irritación, no obstante que nadie está forzado a seguirla. Su
voz es particularmente incómoda y se hace necesario desacreditarla por todos los medios
que sean posibles. Oportunidades no faltan, porque Jesús fundó su Iglesia valiéndose de
hombres llenos de defectos. Encontrar pecadores en la Iglesia es tan natural como hallar
enfermos en un Hospital o borrachos en un bar. Si alguien se escandaliza por eso es que no
ha entendido nada.

Un liderazgo diferente

Por otra parte, el liderazgo que muestra Jesucristo es muy diferente de las propuestas
habituales. De partida, no está dirigido a gente sana, pudiente y bonita, sino a todos. Los
que dieron vuelta al Imperio Romano y resistieron todas sus persecuciones fueron dueñas
de casa, esclavos, comerciantes, es decir, gente normal y corriente. Desde Celso hasta
Nietzsche muchos han sido los que han mirado al cristianismo con desprecio,
considerándolo una religión para los débiles. Todavía hoy en la India algunos le reprochan
al cristianismo su preocupación por los parias. Y no les falta razón: “cuando estoy débil
entonces soy fuerte”, decía san Pablo. Los débiles son importantes para el cristianismo. En
todo caso es una debilidad que supone una enorme fortaleza interior y que exige abrirse a la
gracia divina. Tanto el cristiano como el pagano vividor están contentos cuando se hallan
sanos, en buena compañía y sin deudas. En cambio, nunca me he encontrado con un
hedonista que pueda estar feliz en medio de una quimioterapia o a pocos minutos de
morirse. El hedonismo pretende hacernos vivir como si siempre fuésemos a ser jóvenes,
sanos e inmortales. Pero eso es una gran estafa, una irrealidad. La cruz le da al cristiano un
pie a tierra, una perspectiva hiperrealista, del que sabe que todo lo humano está herido,
falseado por el pecado. Por tanto, necesita ser purificado y la cruz de Cristo, la unión libre
con su sacrificio, es ese medio purificador. El liderazgo que Jesucristo propone no tiene
nada que ver con ese deseo enfermizo de ser seguidos por otros, que tienen algunos
hombres de nuestro tiempo. Es un liderazgo exigente, que toma la forma del servicio. ¿Qué
tienen en común personas tan diferentes como Teresa de Calcuta, el Padre Hurtado, Tomás
Moro o san Josemaría? Que estaban llenos de amor a Dios, que eran muy humanos y que
dedicaron su vida a servir. Aquí se ponen en juego diversos modelos de hombre, por eso no
nos debe extrañar que estas novelas que hoy han alcanzado tanto eco no solo procuren
destruir la credibilidad de los Evangelios, sino que también glorifican, de paso, al
paganismo.

¿Éxito o fracaso?

¿Ha tenido éxito este mensaje? ¿Ha sido, quizá, un gran fracaso? Lo primero que hay que
tener en cuenta es que las categorías de éxito y fracaso no son las más adecuadas, al menos
como las entendemos nosotros. Aquí el único éxito que vale es llegar a la meta, que no está
en la tierra. Sin embargo, a pesar de que en nuestro mundo hay muchas cosas que no
responden al ideal planteado por Jesucristo, tampoco podemos negar que no en vano su
nacimiento divide en dos la historia misma. Nociones tan familiares a nuestro vocabulario
como las de persona (en el sentido actual de la expresión) y dignidad humana se las
debemos al cristianismo. Sin esta fe sería inconcebible hablar de derechos humanos. Al
cristianismo debemos los hospitales de beneficencia y las universidades. La ciencia
8

moderna solo creció en la Europa cristiana y cristianos fueron sus grandes impulsores,
como Copérnico, Galileo y Newton, por más que hayan podido tener problemas con los
eclesiásticos de su época. A esta fe debemos el Quijote y Hamlet, como también las más
grandes obras de Bach y de Haydn. Para qué hablar de las catedrales medievales, de la
arquitectura de Gaudí o la filosofía de san Agustín y santo Tomás. ¿Quién salvó la entera
cultura clásica cuando Roma fue invadida por los bárbaros? Fueron los monjes cristianos,
quienes dedicaron sus vidas a transcribir viejos manuscritos, salvando gran parte de los
tesoros culturales de la Antigüedad. No existe, ni de lejos, en la historia de la humanidad
una institución que haya enseñado a tanta gente a leer, como la Iglesia Católica, ni que haya
fundado o inspirado tantas escuelas y universidades, o haya hecho tanto para la causa de la
paz, como bien sabemos chilenos y argentinos, y por la familia. Sin embargo, al mismo
tiempo hay en nuestro tiempo muchas señales de descomposición y que en la historia
misma de la Iglesia hallemos a muchas personas e iniciativas que no han estado a la altura
de su misión. Por algo puede decir san Juan en el prólogo de su Evangelio, que “vino a los
suyos y los suyos no lo conocieron”. A diferencia de los mesianismos políticos, la
redención de Jesucristo no se impone a nadie, sino que debe ser libremente acogida. En este
sentido, si hay algún fracaso no se da de parte de quien ofrece un don tan grande, sino de
quien se niega a recibirlo.

La mujer

Como este mensaje es exigente, nunca faltan los que quieren aguarlo, hacer un cristianismo
cómodo, a medida del consumidor. El intento más significativo es el de los gnósticos, que
hoy pervive bajo diversas formas, particularmente el New Age. Se trata de tener una
religiosidad etérea, sin exigencias morales ni una conexión con la historia. En suma, es un
cristianismo que ha renunciado a su vocación de ser sal de la tierra y luz del mundo.
Para estas personas, la Iglesia sería una gran estafa. Se nos dice que Jesucristo no es Dios,
que tuvo una hija con María Magdalena y que su auténtico mensaje estaba relacionado con
el “sagrado femenino”. Sin embargo, el machismo de los apóstoles habría combatido a la
Magdalena y creado una religión distinta de la que propuso su Fundador. ¿Cómo se sabe?
Sobre la base de algunas (pocas) afirmaciones que recogen los evangelios escritos por los
gnósticos en los siglos III y IV. Por supuesto que los textos se citan de manera muy
selectiva. No se recogen, por ejemplo, las diversas observaciones contrarias a la mujer que
recogen dichos textos que la Iglesia nunca aceptó. El Evangelio de Tomás, que tanto
mencionan, hace decir a Jesús, en defensa de Magdalena:

“Yo las dirijo para hacerlas varones, y así, también ellas llegarán a ser almas vivas
parecidas a las vuestras, pues toda mujer que se convierta en varón entrará en el
reino de los cielos”13.

Que Jesucristo fue célibe nunca ha ofrecido dudas para los cristianos. De partida, aunque
entre los apóstoles al menos Pedro era casado o viudo, la mayoría de sus discípulos fueron
llamados a dejarlo todo. Esto no significa despreciar al matrimonio, sino simplemente
destacar que Dios bien puede llamar a alguien a renunciar a algo tan grande como la
posibilidad de formar una familia para dedicarse por completo a Él. Los ejemplos abundan.

13
Cit. en A. Welborn, Descodificando..., 63.
9

Y Cristo les promete nada menos que el ciento por uno. Hoy se nos dice que Jesús se habría
casado con la Magdalena. Sin embargo no hay ningún texto de los primeros siglos del
cristianismo que diga algo semejante. En los Evangelios hay frecuentes alusiones a
parentescos: a la madre de Jesús, a su hermano (primo) Santiago y muchos otros, pero nada
se dice de una esposa, aunque se habla de varias mujeres que lo acompañaban. El
matrimonio de Cristo con María Magdalena está solo en la imaginación de un novelista,
que una y otra vez pretende convencernos que todo lo que hemos recibido de la tradición
cristiana es falso, pero que afortunadamente está él para hacernos saber la verdad de los
hechos.
Por otra parte, no hay ningún texto en toda la Antigüedad que valore tanto a la mujer como
los Evangelios. Salvo alguna excepción, como Salomé, todas las mujeres que figuran en
ellos lo hacen en papeles positivos. Mientras los hombres aparecen muchas veces como
ladrones, traidores, débiles de carácter, envidiosos. Son mujeres las que lo asisten con sus
bienes, las que lo consuelan en el camino al Calvario, lo acompañan al pie de la Cruz y son
las primeras en creer en la resurrección, cuando los hombres están hundidos en la duda.
Lejos de haber sido rechazada, la figura de María Magdalena ocupa un lugar fundamental
entre los primeros cristianos y no por casualidad la Iglesia la ha reconocido como santa. Si
el episodio de la Resurrección es el más importante de los Evangelios no cabe duda de que
ella ocupa allí el lugar principal. Nada de esto podría haber sucedido si la tesis de la
marginación de la Magdalena tuviera visos de realidad. Pero para destacarlo no es necesario
más que atenerse a los hechos, sin fraguar fantasías como la unión conyugal con Jesucristo.
El vínculo de la fe, de la santidad, en definitiva, es superior a los de la ley. Lo curioso es
que los autores de los que venimos hablando están más dispuestos a creer en los relatos
gnósticos, que son tardíos y están llenos de evidentes fantasías, como que María de
Magdalena se transformará en hombre y por eso podrá llegar al cielo, en vez de atender a la
solidez de los Evangelios canónicos. Para justificarse aluden a una supuesta conspiración
de la Iglesia para ocultar esos relatos, sin atender a que dichos textos están en cualquier
biblioteca y han sido publicados precisamente por editoriales católicas. Porque aunque no
sean históricamente confiables, sí tienen interés para conocer el ambiente cultural en que
tuvieron que moverse los primeros cristianos y las forma de razonar de sus adversarios los
gnósticos. En todo caso, no parece razonable concederles más credibilidad que a los
Evangelios mismos, entre otras razones por su carácter tardío. Mientras que la distancia
entre Mateo o Marcos y Jesús es menor a la que media entre nosotros y la Segunda Guerra
Mundial, la que se da en el caso de los relatos gnósticos, en el mejor de los casos, es
semejante a la que existe entre nosotros y la Revolución Francesa.
Por otra parte, los mismos que acusan a la Iglesia de misoginia son los que critican el papel,
a su juicio exagerado, que católicos y ortodoxos reconocen a la Virgen María.

Un antiguo procedimiento

¿Por qué, entonces, ese afán por plantear todas esas ideas disparatadas? Parece ser que aquí
estamos en presencia del antiguo procedimiento consistente en adquirir fama polemizando
con famosos. Hoy estamos llenos de artistas de segunda categoría necesitados de celebridad
que, para adquirir notoriedad, eligen plantear temas religiosos de manera provocativa e
incluso ofensiva. Por otra parte, no es casual el empeño de este tipo de autores por destruir
la historia y, muy particularmente, por romper la ligazón que se da entre el cristianismo y el
judaísmo, atribuyendo a ideas religiosas orientales los elementos que los cristianos hemos
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tomado de los judíos. Los cristianos no nos limitamos simplemente a seguir unas
enseñanzas, como sucede con los discípulos de Buda o Lao Tsé, cuya realidad histórica no
influye en el valor de las enseñanzas que se transmiten en su nombre. Los cristianos
seguimos a una Persona. Si esta no existió o su realidad es incognoscible entonces nuestra
existencia misma es un absurdo. Otro tanto sucede si se rompe la inserción histórica del
cristianismo en la herencia del Antiguo Testamento. Sin sus raíces judías el cristianismo
sería un mito religioso más, entre otros, sin inserción en la historia. Es más, no podríamos
hablar de una historia de la Salvación.

Chivo expiatorio

Pero todo quedaría incompleto si no existiera aquí un malo de la película. Y por supuesto
ese malo es el Opus Dei, al que se le atribuyen las peores fechorías para mantener ocultos
los secretos que necesita guardar la Iglesia Católica para mantener en pie su falsificación
del mensaje de Cristo. Naturalmente, como los autores saben que sus afirmaciones son
ofensivas y no resistirían un juicio por calumnias, se precaven y señalan que este relato
tiene elementos de ficción. Un procedimiento curioso, que difícilmente admitirían si se
dirigiera contra ellos. En todo caso, los ataques contra el Opus Dei, aunque pudieran
desconcertar a alguna persona que no se ocupe de informarse, y dan una idea que no
responde a la realidad, son absolutamente marginales en comparación con la deformación
del cristianismo que se está ofreciendo. Por otra parte, no es la primera vez en la historia en
que se elige una determinada institución de la Iglesia como chivo expiatorio para cargar con
los ataques que se dirigen a la Iglesia entera. Por siglos fueron los jesuitas, ahora es el Opus
Dei, pero también de manera creciente les está sucediendo a otras instituciones. En todo
caso, para quienes sufren esos ataques es un consuelo pensar que están poniendo las
espaldas para recibir golpes que de otra manera recibirían los demás cristianos.
Hay personas que están embarcadas en una verdadera cruzada para dejar a los cristianos en
un rincón y meter a Jesucristo y su Iglesia en un museo. Sucede que el cristianismo no es
una religión exótica, propia de unos monjes tibetanos que uno puede admirar pero jamás
aplicará a su vida. El cristianismo dirige su mensaje a gente normal y corriente, animándola
a transformar su vida, la de todos los días, en algo grande, a no dejarse llevar por la
mediocridad, por mucho que esté extendida. Y esto causa molestia, porque de alguna
manera les recuerda a las otras personas que podrían, si quisieran, vivir de otra manera, que
es posible, con todas las deficiencias, intentar vivir como seres humanos y no como
esclavos de sus instintos.
¿Cuál es la reacción que debe seguirse en este caso, ante este y otros ataques que
seguramente vendrán? Me parece que esa reacción no debe ser diferente de las
características del liderazgo de Jesucristo, del cual hablábamos antes. Me gustó mucho, a
este respecto, la propuesta que dio Marc Carroggio, el encargado de prensa del Opus Dei en
Roma, cuando se le preguntó cómo había que enfrentar todas estas dificultades:

“En realidad estamos ante una gran oportunidad de hablar de Jesucristo. Pienso que
el interés por la figura de Jesucristo explica en parte la difusión de la novela. Es el
típico caso de parasitismo cultural: hacerse famosos polemizando con famosos;
presentar la trasgresión como arte. Si no fuera Jesucristo el personaje que está en el
centro de la trama de la novela, se desinflaría su interés.
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Opino que la mejor respuesta es facilitar el conocimiento de Jesucristo, con medios


adecuados. Intuyo que este año mucha gente se animará a leer el Evangelio,
consultará algún buen libro sobre la vida de Cristo, y quizá se planteará los grandes
temas de la fe, que dan luz a las preguntas más difíciles sobre la existencia humana.
Para mí, todo esto es convertir el limón en limonada”14.

“Convertir el limón en limonada”: una idea interesante. El cristianismo ha sabido


aprovechar muchas veces las dificultades para salir fortalecido de ellas. Así fue con las
persecuciones, al comienzo de su historia, pero también con la caída del Imperio Romano,
una catástrofe que muchos pensaron que iba a ser acompañada del fin de los tiempos.
Tampoco las revoluciones más sangrientas, como la Francesa o la Rusa pudieron acabarlo,
y ni siquiera las constantes miserias y fragilidades de los creyentes han podido quitarle su
valor. Hoy las persecuciones son más sutiles, pero la oportunidad histórica de seguir
hablando de Jesucristo es la misma, aunque hoy tengamos a nuestro alcance más medios
que nunca para hacerlo.

14
http://www.opusdei.cl/art.php?p=11642 (al 25.4.06)

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