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EL PROCESO A JESÚS,

DESDE EL PUNTO DE
VISTA DE LAS
14-11-2020 JURISDICCIONES
PENALES JUDÍA Y
ROMANA.

Pedro López Martínez


1. LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS
COMO HECHO HISTÓRICO
1.1. Grados de que un suceso histórico
sea real.
1.2. Fuentes históricas:
1.2.1. Los evangelios.
1.2.2. Otras fuentes
extraevangélicas.

1. La crucifixión de Jesús como hecho histórico


Según Ernest Renan establece en su obra Vida de Jesús,
con relación a la tradición, existen cuatro grados en un
suceso: seguro, probable, posible e imposible1.
Paul Winter2 considera que el hecho de que Jesús de
Nazaret fue juzgado y condenado a morir en la cruz es
totalmente seguro. Tal evento es afirmado por todos los
historiadores especializados en el Nuevo Testamento, con
solo alguna, muy escasa, discrepancia, que no alcanza el 1
% del total de la doctrina.
Este hecho, considerado seguro, está atestiguado por
fuentes de la época (segunda mitad del s. I y primera mitad
del s. II) por autores romanos, judíos y cristianos en
documentos que han llegado hasta nosotros.
En la literatura de la segunda mitad del s. II, hay
alusiones esporádicas a actas del proceso, supuestamente
redactadas en el juicio a Jesús por orden de Pilato. Sin
embargo, todas ellas son de carácter apologético y no

1
Carrère 2015, pág. 396, in fine.
2
Winter, 1995, págs. 8 y ss.

1
merecen una consideración seria desde el punto de vista
histórico, ya que los autores de las mismas las hicieron sin
tener acceso a archivos oficiales de ningún tipo.
Los evangelios, aunque no se escribieron con el
propósito de guiar a los historiadores, sino que son obras de
propaganda de la fe cristiana, también nos aportan una serie
de datos históricos, considerados como seguros, algunos de
ellos, y otros como probables. De hecho, las únicas fuentes
documentales de que disponemos sobre el proceso a Jesús
son los evangelios. Y aunque estos narran el mismo
acontecimiento, lo hacen de diferente forma ―introduciendo
personajes nuevos en el relato, creando nuevas situaciones,
etc.―, aunque los elementos básicos se mantuvieron
constantes. Cada uno de los evangelistas, al redactar su
obra, no encontró una tradición, sino varias. Junto a lo que
podríamos llamar “tradición primaria”, había ya una serie de
tradiciones secundarias nacidas de ella, que los evangelistas
ensamblaron, mezclando tradiciones y formulando la
narración con la finalidad de ejemplificar, exponer, exhortar
y, sobre todo, adoctrinar. Pero eso no es todo, cada
evangelista amplió todo ello con su aportación específica.
Así, el conjunto de los cuatro evangelios contiene
descripciones diferentes de una escena de carácter judicial o
cuasi judicial, junto con otras diferentes descripciones de
otra escena del maltrato y escarnio de que Jesús fue objeto.
También tenemos referencias precisas del derecho
romano vigente en la época, aunque las normas jurídicas que
se aplicaban en las nuevas provincias no eran idénticas a las
que regían la Urbe, ni a las que se imponían en las provincias
senatoriales que ya llevaban un periodo relativamente largo
bajo la administración romana. De otra parte, tenemos
descripciones detalladas de las normas del derecho judío,
aunque son de una época posterior Jesús (la Misná y el
Talmud). De unas y otras hablaremos más adelante.
En conclusión, podemos afirmar, de todas las fuentes
históricas, que pasamos a analizar, que el hecho de que

2
Jesús murió crucificado es un hecho considerado como
históricamente cierto.
1.1. Fuentes históricas:
Son de dos clases: las evangélicas y extraevangélicas,
judías y romanas, principalmente.
1.1.1. Los evangelios.
La primera y natural fuente sobre el proceso a Jesús
son, sin duda alguna, los evangelios canónicos, pero nos
encontramos con una dificultad y es su relativo valor
histórico ya que su objeto primordial no es la historia sino la
propagación de una nueva fe, de una nueva ideología3.
Sin embargo, bueno será analizar el origen histórico de
los evangelios ya que ellos son la base de este estudio.
Surgen todos ellos en la segunda mitad del s. I, cuando los
primeros cristianos empiezan a ver que el reino prometido
por Jesús tarda en llegar, e incluso es dudosa la segunda
venida de este. Ello produce un gran desconcierto que se
acrecienta cada vez más desde dos ángulos distintos: Por un
lado, las diferencias entre los judíos y los judeocristianos se
hacen más grandes al declarar aquellos a estos como
blasfemos, herejes y traidores; de otra parte, la llegada al
judeocristianismo de gentiles hace que surjan nuevas dudas
sobre la aplicación o no a estos de las leyes mosaicas. Si
unimos a todo ello la destrucción del templo de Jerusalén el
5 de agosto del año 70, las divergencias se acrecientan.
Preguntas como si había dado instrucciones Jesús a sus
seguidores, si predicó o no también para los gentiles, qué
posición se debía adoptar frente al invasor romano, por qué
fue crucificado, etc., dieron lugar al nacimiento de los
evangelios. Estos no son biografías de Jesús, sino
explicaciones de hechos y dichos de este que, por cierto, en
muchas ocasiones difieren y cuentan todo ello de forma
distinta.

3
Manson, T.W. The servant Messiah, pág. 54.

3
1.1.2. Otras fuentes extraevangélicas.
Pocas son las fuentes no evangélicas de la época. Unas
judías, como el testimonio de Flavio Josefo4, y otras
romanas, entre ellas las menciones de autores como Tácito5,
Suetonio6 y Plinio el Joven, procónsul de Bitinia (Asia Menor),
que, sobre el 111-112, escribió una carta a Trajano sobre la
forma de tratar a los cristianos que le son denunciados7; por

4
Josefo, 1997, libro XVIII, Capítulo III, apartado 3: «Por aquel tiempo existió un
hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre, porque realizó grandes
milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo
a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los
judíos, Pilato lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no
dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas
habían anunciado este y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces
hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos».
El texto anterior ha sido interpolado, probablemente por un lector cristiano que
añadió al manuscrito original una nota marginal, incorporada luego al texto. En 1972
el profesor Schlomo Pines, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, anunció su
descubrimiento de un manuscrito árabe del historiador Melquita Agapio, del s. X, en
el que el anterior pasaje de Josefo queda expresado de una manera más apropiada
para un judío. El texto de Agapio es el siguiente:
«En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era
considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en
discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que
se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según
esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas».
5
Tácito, 1985, pág. 379: «Mas ni con socorros humanos, donativos y liberalidades
del príncipe, ni con las diligencias que se hacían para aplacar la ira de los dioses, era
posible borrar la infamia de la opinión que se tenía de que el incendio había sido
voluntario. Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por culpados de él,
y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos, a unos hombres
aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos. El autor de
este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden
de Poncio Pilato, procurador de Judea. Por entonces se reprimió algún tanto aquella
perniciosa superstición; pero tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea,
origen de este mal, sino también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas
atroces y vergonzosas que hay en las demás partes.
»Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión,
y después, por indicios de aquellos, una multitud infinita, no tanto por el delito del
incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general
aborrecimiento al género humano. Añadióse a la justicia que se hizo de estos la burla
y escarnio con que se les daba la muerte. A unos vestían de pellejos de fieras, para
que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros
echaban sobre grandes rimeros de leña, a los cuales, en faltando el día, pegaban
fuego para que, ardiendo con ellos, sirviesen de luminarias en las tinieblas de la
noche».
6
Suetonio, 1993, págs. 186 in fine y 187 ab initio: «Expulsó de Roma a los judíos,
que provocaban alborotos continuamente, a instigación de Cresto».
7
Carta de Plinio el Joven a Trajano (111-112), Epistolarum ad Traianum Imperatorem
cum eiusdem Responsis liber X, 96):

4
«Maestro, es regla para mí someter a tu consideración todas las cuestiones en las
que tengo dudas. ¿Qué podría hacer mejor para dirigir mi inseguridad o instruir mi
ignorancia?
»[…] Nunca he participado en las investigaciones sobre los cristianos. Por tanto, no
sé qué hechos ni en qué medida deban de ser castigados o perseguidos. Y con no
pocas dudas me he preguntado si no habría de hacer diferencias por razón de la
edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe
perdonar a quien se arrepiente, o si bien a cualquiera que haya sido cristiano de nada
le sirva abjurar, si ha de castigarse por el mero hecho de llamarse cristiano, aunque
no se hayan cometido hechos reprobables, o las acciones reprobables que van unidas
a ese nombre.
»Mientras tanto, esto es lo que he hecho con aquellos que me han sido entregados
por ser cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que
respondían afirmativamente, le repetía dos o tres veces la pregunta, amenazándolos
con suplicios: a los que perseveraban, los he hecho matar. No dudaba, de hecho,
confesaran lo que confesasen, que se los debiera castigar al menos por tal pertinacia
y obstinación inflexible.
»A otros, atrapados por la misma locura, los he anotado para enviarlos a Roma,
puesto que eran ciudadanos romanos. Bien pronto, como sucede en estos casos,
multiplicándose las denuncias al proseguir la indagación, se presentaron otros casos
diferentes.
»Fue presentada una denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas.
Aquellos que negaban ser cristianos o haberlo sido, si invocaban los nombres de los
dioses, según la fórmula que yo les impuse, y si ofrecían sacrificios con incienso y
vino a tu imagen, que yo había hecho instalar con tal objeto entre las imágenes de
los dioses, y además maldecían a Cristo, cosas todas ellas que me dicen que es
imposible conseguir de los que son verdaderamente cristianos, he considerado que
deberían ser puestos en libertad.
»Otros, cuyos nombres habían sido dados por un denunciante, dijeron que eran
cristianos, pero después lo negaron. Lo habían sido, pero después dejaron de serlo,
algunos al cabo de tres años, otros de más, algunos incluso por más de veinte.
También todos estos han adorado tu imagen y las estatuas de los dioses y han
maldecido a Cristo.
»Por otra parte, estos afirmaban que toda su culpa o su error había consistido en la
costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos
sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo
juramento, no a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer robo o adulterio, a no
faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos esos
ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento,
por lo demás ordinario e inocente. Pero que habían abandonado tales prácticas
después de mi decreto, con el cual, siguiendo tus ordenes, había prohibido tales
cosas.
»He considerado sumamente necesario arrancar la verdad, incluso mediante la
tortura, a dos esclavas a las que se llamaba servidoras. Pero no logré descubrir otra
cosa que una superstición irracional desmesurada.
»Por eso, suspendiendo la investigación, recurro a ti para pedir consejo. El asunto
me ha parecido digno de tal consulta, sobre todo por el gran número de denunciados.
Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que
están o serán puestos en peligro. No es solo en la ciudad, sino también en las aldeas
y por el campo, por donde se difunde el contagio de esta superstición. Sin embargo,
me parece que se la puede contener y acallar. De hecho, me consta que los templos,
que se habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y las
ceremonias rituales, que se habían interrumpido hace tiempo, son retomadas, y que
por todas partes se vende la carne de las víctimas, que hasta ahora tenían escasos
compradores. De donde se puede concluir que gran cantidad de personas podría
enmendarse si se les ofrece la ocasión de arrepentirse».

5
último, el autor satírico Luciano de Samosata (ca. 120 a ca.
200) que en su obra La muerte de Peregrino describe, en
plan de burla, la vida de un individuo que se convierte al
cristianismo y que después apostata8. Todas estas
referencias son muy breves y no nos sirven de base para
acercanos a la verdad de nuestro asunto. De ahí que el único
camino serio posible sea el estudio de las instituciones, de
los principios y de las reglas que jugaron un papel importante
en la configuración de todos estos acontecimientos.

8
En la obra La muerte de Peregrino se dice:
«[…] Los cristianos están tan enamorados de Peregrino que lo veneran como a un
dios, después, naturalmente, de ese otro al que adoran todavía más: el hombre que
fue crucificado en Palestina por introducir ese nuevo culto en el mundo […] adorando
a ese mismo sofista crucificado y viviendo bajo sus leyes…»

6
2. LA JURISDICCIÓN PENAL
JUDÍA
2.1. La Torá: El Levítico y el
Deuteronomio.
2.2. Otras normas penales judías: La
tradición o el derecho consuetudinario.
La Misná. El Talmud.
2.3. Órganos jurisdiccionales judíos: El
Sanedrín. El sumo sacerdote.
2.4. Los procedimientos de ejecución en
el derecho penal judío.

2. La jurisdicción penal judía


El Sanedrín era el máximo órgano, en la época de Jesús,
en todas aquellas infracciones relativas a la religión o al
derecho judíos. Su campo de aplicación territorial era toda la
Judea, aunque sus decisiones también eran tenidas en
cuenta por los judíos de la diáspora. En el reinado de Herodes
el Grande (40-4 a.e.c.), merced a las concesiones
extraordinarias que el Senado de Roma le concedió (rex y
socius de Roma), el Sanedrín fue eliminado y solo fue
restaurado cuando Judea pasó a ser provincia romana con la
muerte de Herodes (4 a.e.c.). Según nos dice Flavio Josefo9
estaba compuesto por un total de 71 sacerdotes, a cuyo
frente estaba el Sumo Sacerdote, elegidos todos ellos de
entre las familias más aristocráticas, es decir, era un régimen
aristocrático sacerdotal que permite hablar de una teocracia

9
Josefo, 1997, pág. 571.

7
judía, tal como nos dice este mismo autor, Flavio Josefo en
su obra Contra Apión, 2,165) con estas palabras:
«Nuestro legislador no atendió a ninguna de estas formas de
gobierno, sino que dio a luz el Estado teocrático, como se podía
llamar haciendo un poco de violencia a la lengua. Consiste en
atribuir a Dios la autoridad y el poder».

El Sanedrín tomaba sus decisiones sobre la base de


unas normas consuetudinarias (formadas por la costumbre),
escritas (Levítico y Deuteronomio), y la interpretación de
ambas a través de su jurisprudencia (sentencias recaídas
anteriormente en caso idénticos o similares). Con el
transcurso del tiempo es lógico pensar que las normas
consuetudinarias variarían según la época. Junto con los
sacerdotes que componían el Sanedrín y que no eran
profesionales juristas, estaban los escribas o doctores de la
ley, que sí eran expertos en materia jurídica y realizaban
labores de asesoramiento a los sacerdotes y que debían
tener una edad mínima de 40 años para ser nombrados como
tales.
Independientemente de este Sanedrín, en cada
localidad también había sanedrines menores que juzgaban
los casos en sus territorios.

2.1. La Torá: El Levítico y el Deuteronomio


En el antiguo hebreo, la palabra Torá significaba ley,
enseñanza, instrucción. Es un conjunto de textos que, según
la tradición, escribió Moisés por inspiración divina y cuyo
contenido es una colección de normas destinadas a regular
las relaciones de los judíos para con Dios y para con sus
semejantes. A este conjunto los judíos le denominaban la
“Ley”. El deseo de disponer de copias manejables de este
gran conjunto hizo que se dividiera su texto en cinco rollos
de extensión aproximadamente igual. De ahí su nombre en
lengua griega: el Pentateuco (cinco libros). Estos cinco libros
son los primeros de la Biblia hebrea (Tanaj) y cristiana, y
son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

8
Como se acaba de decir en el anterior apartado, la
legislación penal judía se reduce a unas pocas normas
escritas que constan en los libros del Levítico y del
Deuteronomio. En estos se encuentran casi todas las normas
penales de la Torá que regulan las obligaciones de los
hombres para con Dios y entre ellos. Un resumen de las
normas escritas consta en las tablas de la ley que, según la
tradición, Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí y las
escribió con lápiz de fuego. Estas diez normas o decálogo son
una serie de principios de lo que podríamos denominar
actualmente Derecho Natural. En la primera de las tablas
había cinco leyes o normas que trataban de proteger los
derechos divinos; la otra tabla, también de cinco leyes o
normas trataban sobre lo que podríamos denominar
derechos fundamentales de la persona. De ellas sabemos
cuáles son las infracciones10, pero no constan las penas de
cada una de ellas. Es en el Levítico y en el Deuteronomio,
donde constan tanto las unas como las otras.
Los delitos contra los derechos divinos se dan cuando
se incumplen las obligaciones sagradas que unen al hombre
con Dios. Comoquiera que, hic et nunc, se está tratando
sobre delitos contra Dios, y en concreto sobre la blasfemia,
nos dedicaremos a ella, dejando a un lado los demás delitos.
La teocracia mosaica estimaba que tanto la idolatría, como
la hechicería y la blasfemia eran unas formas de criminalidad
contra el único dios, Yahvé, que atentaban contra el bien
jurídico “soberanía”, algo muy parecido al delito de lesa
majestad del ordenamiento jurídico romano. La blasfemia,
entendida como un acto de oprobio, de denigrar la voluntad
soberana divina, conllevaba la pena de muerte. Dice así el
Levítico:
«Saca al blasfemo fuera del campamento; todos los que lo
oyeron pondrán las manos sobre su cabeza y toda la comunidad
le apedreará11».

10
Ex 20,3-17.
11
Lv 24,14.

9
«Quien blasfeme el nombre de Yahvé, será muerto; toda la
comunidad le apedreará. Sea forastero o nativo, si blasfema el
Nombre, morirá12».

Por tanto, la blasfemia era castigada en el derecho


penal bíblico con la muerte por lapidación.

2.2. Otras normas penales judías: La tradición o el


derecho consuetudinario. La Misná. El Talmud
La investigación moderna ha demostrado que en la
tradición oral no existe la estabilidad13. En particular, la
memoria —que es más constructiva que reproductiva e
implica por ello la imaginación— tiende a funcionar
manteniendo de modo fiable los grandes rasgos de un evento
o una persona, pero sin retener los pormenores, es decir,
que la visión general está menos sujeta a distorsión que los
aspectos de detalle, que se desdibujan más fácilmente14. Es
más, «la memoria consiste en un proceso selectivo en el que
[…] lo recordado es interpretado tendenciosamente en
función de necesidades y deseos. De este modo, lo que se
recuerda no es a menudo lo que sucedió, sino lo que un
sujeto o un grupo creen que podría o debería haber sucedido
[…] Podemos asimismo olvidar si hicimos algo realmente.
Podemos olvidar si algo fue dicho por una persona o por otra.
Y podemos incluso pensar que fuimos testigos de algún
acontecimiento que en realidad únicamente nos habían
contado […] Los recuerdos suelen estar influidos por lo que
se oye decir a otras personas, tanto más cuanto más
sugestionable sea el sujeto15».
A pesar de lo acabado de decir, bastantes autores
aplican al proceso de Jesús las normas de la Misná o del
Talmud para concluir que hubo en tal proceso una serie de
irregularidades que conllevaron la nulidad del mismo.
Lógicamente, si nos referimos a la Misná, nos estamos
refiriendo al primer proceso sufrido por Jesús, aquel que se

12
Lv 24,16.
13
Kelber, W., 1983, The oral and the written gospel, Filadelfia.
14
Bermejo Rubio, 2018, pág. 95.
15
Ibidem, pág. 351.

10
desarrolló ante el Sanedrín y que fue condenado a muerte
por causa por blasfemia.
Partamos de los siguientes datos, considerados como
históricamente ciertos:
• Que tal proceso se ventiló por el año 30 o el 33 e.c.
• Que en tal época se aplicaban al proceso normas
consuetudinarias, aunque también algunas prescritas
por la Torá16.
• Que la Misná es una compilación que recoge la tradición
oral judía desde los tiempos de la Torá hasta finales del
s. II e.c. Su autor fue el rabí Yehudá Hamasí.
• Que el Talmud es una ampliación de la Misná junto con
algunos comentarios, elaborado por rabinos, entre los
s. III y V e.c. en Babilonia y Jerusalén,
respectivamente.
A la vista de lo anterior, ¿es posible aplicar, sin temor a
equivocarnos, las normas consuetudinarias de la Misná a un
proceso que se celebró casi dos siglos antes?
Antes de dar una respuesta, hagamos una reflexión
sobre ella, y para ello trataremos de seguir el mismo camino
que recorrería el rabino Hamasí para recopilar las
tradiciones. Es indudable que este rabino era un experto en
el derecho consuetudinario de la época. Y para recopilar
todas las costumbres que nos ocupan tuvo que beber de
todas las fuentes de la tradición oral que en aquel tiempo
existían. Y cuando digo todas me estoy refiriendo a los
diferentes lugares donde se originaron, no solo del territorio
israelita sino también fuera de él, porque no todas esas
tradiciones tienen su origen en un mismo lugar, sino que

16
Ex 20,7: «No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano, porque el Señor no
tendrá por inocente al que tome su nombre en vano».
Lev 24,14: «Saca fuera del campamento al que maldijo, y que todos los que lo oyeron
pongan las manos sobre su cabeza, y que toda la congregación lo apedree».
Lev 24,16: «Además, el que blasfeme el nombre del Señor, ciertamente ha de morir;
toda la congregación lo apedreará. Tanto el forastero como el nativo, cuando
blasfeme el Nombre, ha de morir».
Dt 5,11: «No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque el Señor no
tendrá por inocente a quien tome su nombre en vano».

11
cada hecho o repetición de hechos similares ―que dan lugar
a una costumbre― se desarrollaron, al menos en un
principio, en un determinado lugar, sin menoscabo de que
pudieran expandirse a otras zonas, primero contiguas a su
origen y, con el tiempo, cada vez más lejanas del mismo. Por
tanto, es de pensar que un conjunto de tradiciones
―derivadas de unos determinados hechos― no nazca en un
solo lugar, sino en múltiples.
1. En consecuencia, el rabino Hamasí, necesariamente,
para recopilarlas todas tuvo que visitar sus lugares de
origen, ya que lo contrario implicaría una distorsión de
la costumbre. ¿Sucedió realmente así? Casi con toda
seguridad se hace imposible responder positivamente,
puesto que los lugares donde se originaron las
tradiciones a lo largo de unos 1.500 años son muy
diversos y lejanos entre sí.
2. Ahora partamos de la siguiente dualidad: ¿recopiló el
rabino Hamasí todas las tradiciones orales o solo
algunas, aunque estas fueran una gran mayoría? Es de
suponer que no las recopiló todas por dos motivos:
2.1. Desde la Torá17 hasta el s. II han transcurrido 15
siglos y, por tanto, es prácticamente imposible
recopilar todas las tradiciones orales en tal amplio
periodo.
2.2. Un argumento a favor de lo acabado de decir es
que, posteriormente, se complementó la Misná
con el Talmud, de donde se infiere que no solo se
agregaron nuevas tradiciones (las surgidas en los
ss. III al V), sino que se unieron otras de tiempos
anteriores, no incluidas en la Misná.
Por tanto, el rabino Hamasí no recopiló todas las
tradiciones, sino que lo hizo de parte de ellas.
3. La siguiente pregunta es: ¿fueron las fuentes
consultadas por el rabino Hamasí sobre las costumbres,
17
Según el Éxodo, Moisés recibió las Tablas de la Ley alrededor del 1.300 a.e.c. Por
tanto, el rabino Hamasí recopiló las tradiciones durante un periodo de 1.500 años
aproximadamente (Nota del autor).

12
recopiladas fielmente con la tradición original? Parece
normal que con el transcurso del tiempo la transmisión
oral se desdibuje y más, como se ha dejado dicho, en
un periodo de 1.500 años. Ergo, es seguro que la
tradición recibida no fuera exactamente recopilada con
la original por el rabino Hamasí.
4. Ahora cabe preguntarse si el rabino documentó
fielmente todas las tradiciones que se le transmitieron.
En aquel tiempo es poco factible que el rabino fuese a
cada lugar con los elementos de la escritura necesarios
para transcribir ad pedem litterae, lo que nos genera la
duda razonable de que todo lo transmitido fuese
fielmente documentado por él.
5. Por último, ¿agregó algo el rabino recopilador a lo
recopilado? No lo sabemos, pero tampoco sería
descartable.
De todo lo dicho, las posibilidades que existen de que
las normas recogidas por el rabino Hamasí en la Misná ―y
mucho menos aún las recogidas por otros rabinos en el
Talmud― fuesen de aplicación al proceso de Jesús son,
prácticamente, inexistentes18.

18
Exactamente 1 de cada 32, lo que equivale a un 3,125 %, que es el resultado de
dividir 100/25 (Nota del autor).

13
Visita a las
fuentes

Todas No todas

Todas las No todas las


tradiciones tradiciones
de la fuente de la fuente

Tradiciones Tradiciones
no fielmente fielmente
relatadas relatadas

No todas Todas
fielmente fielmente
recogidas recogidas

Adiciones por No adiciones por


el recopilador el recopilador a
a lo recogido lo recogido

Añádase a lo dicho la discrecionalidad que tenían los


jueces y tribunales a la hora de interpretar las normas
―normas consuetudinarias―, y que la nulidad solo se
postula por quebrantamiento de normas procesales o por
falta de jurisdicción o de competencia del tribunal juzgador19,
llegaremos a la consecuencia de descartar por completo la
nulidad. Por tanto, hablar de nulidad en el proceso seguido a
Jesús ante el Sanedrín es una aberración jurídica, máxime
teniendo en cuenta que no se puede hablar de nulidad en un
proceso penal regido por normas no escritas, como son las
consuetudinarias que, en nuestro caso, regían y fueron de
aplicación. Las únicas normas escritas que existían a la sazón
son las relativas a las penas a imponer por la comisión de
determinados delitos y que constan, para el caso de la

19
El Sanedrín sí la tenía para juzgar la blasfemia (Nota del autor).

14
blasfemia, en la anterior nota al pie de página número 11.
Todas estas normas, por la comisión del delito de blasfemia,
conllevaban la pena de muerte. Más adelante se comentará
la communis opinio sobre si eran o no aplicables al proceso
a Jesús las normas de la Misná y del Talmud.

2.3. Órganos jurisdiccionales judíos: El Sanedrín. El


sumo sacerdote
El Sanedrín, presidido por el sumo sacerdote en
ejercicio era el órgano máximo de los judíos en materias
legislativa, judicial, administrativa y de gobierno. El término
Sanedrín procede del griego synédrion que significa reunión
de personas sentadas (debido a la calma y gravedad con la
que los orientales acostumbraban a tratar las materias
acabadas de decir). Según Flavio Josefo, estaba compuesto
por un total de 71 miembros. En tiempos de Jesús estos
miembros estaban distribuidos en tres cámaras: la de los
sacerdotes, la de los escribas y doctores y la de los ancianos.
Cada una de ellas constaba de 23 miembros lo que, unido a
la existencia de un vicepresidente y un presidente, totalizaba
los 71 miembros dichos. Durante la dominación romana, las
sentencias judías que conllevaran condena de pena de
muerte debían ser ratificados por el prefecto a través de otro
proceso regido por el derecho romano, lo que significa que
el Sanedrín sí tenía potestad para dictar sentencias de
muerte, aunque carecía del poder de su ejecución.

2.4. Los procedimientos de ejecución en el proceso


penal judío
Las sentencias de pena de muerte se podían cumplir de
cuatro formas diferentes: lapidación (la más frecuente),
cremación en la hoguera, degollación y estrangulación. Por
tanto, si el Sanedrín hubiera tenido el ius gladii, Jesús no
hubiera sido crucificado jamás, sino que hubiera sido
lapidado, quemado, decapitado o estrangulado.

15
Los tres primeros métodos de ejecución (lapidación,
hoguera y degollación) aparecen mencionados en el Antiguo
Testamento, mientras que el cuarto (estrangulación), no.
Tampoco existen pruebas de que alguna sentencia de muerte
se haya cumplido por este método de estrangulación,
aunque su introducción, a través de la Misná, nos hace
pensar que en el momento de su recopilación se estaría
aplicando esta pena de muerte. Sin embargo, Flavio Josefo
menciona casos de estrangulación ejecutados por Herodes el
Grande, siendo uno de ellos el caso de Hircano II20.
Esta pena se llevaba a cabo mediante una toalla de tela
fuerte que se retorcía alrededor del cuello del condenado,
envuelta en otra más suave, hasta que moría asfixiado. Se
ha dicho que el móvil que llevó a los rabinos del s. II a
instaurar la estrangulación en lugar de la degollación fue por
causas religiosas, con la piadosa finalidad de que en la
resurrección se presentasen al Juicio Final con el cuerpo
completo.
En cierta medida, se parece a la pena de muerte por
garrote vil que se usó en España desde 1820 hasta el
advenimiento de la Constitución Española de 1978, que
abolió la pena de muerte. Las últimas ejecuciones se
realizaron en España en el año 1974 con los condenados
Salvador Puig Antich y Heinz Chez.
Los demás métodos de aplicación de la pena de muerte
―lapidación, cremación en la hoguera y degollación― son
más conocidos a lo largo de la historia en el derecho penal.

20
Josefo, 1997, Libro I, Cap. XXII, 2.

16
3. EL PROCESO DE JESÚS ANTE
EL SANEDRÍN
3.1. Existencia de un procedimiento penal con orden
de arresto.
3.2. El prendimiento.
3.3. El juicio ante el Sanedrín.

3.1. Existencia de un procedimiento penal con orden


de arresto
¿Hubo antes del prendimiento a Jesús una investigación
y orden de arresto? Es evidente que, antes del prendimiento
de Jesús, sí hubo algunas investigaciones que conllevaron un
progresivo hostigamiento hacia él por parte de las
autoridades religiosas de Israel. Así, las espigas arrancadas
en sábado21; la curación, también en sábado22, del paralítico
en la piscina Probática o Betesda23, en una fiesta
indeterminada de los judíos, sobre septiembre u octubre del
año 29, el anterior a su muerte, etc.; todos estos hechos,
entre otros, debieron conllevar la incoación del
procedimiento penal contra Jesús, porque los judíos
buscaban matarle24. De allí, durante la fiesta judía de las
Tiendas, Jesús marchó a Jerusalén y se puso a enseñar en el
Templo25. Si atendemos a que Juan26 dice que los sumos
sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para apresarlo y
hacerle comparecer ante el Sanedrín, ello implicaría que esa
orden de arresto estaría dentro de un procedimiento abierto

21
Mt 12,1.
22
El incumplimiento de la santificación del sábado se castiga con la pena de muerte.
Dice la Biblia, Ex 35,1-3, que, cuando Moisés bajo del monte Sinaí, reunió a la
comunidad y le dijo: «El Señor me ha dado órdenes de que se haga lo siguiente: Se
podrá trabajar durante seis días, pero el día séptimo será para ustedes un día
sagrado, de completo reposo en honor del Señor. Cualquiera que en ese día trabaje
será condenado a muerte. Dondequiera que ustedes vivan, ni siquiera fuego deberán
hacer el sábado» (Nota del autor).
23
Jn 5, 1-9 y 7,14.
24
Jn 7,1.
25
Ribas, 2019, pág. 97.
26
Jn 7, 32.

17
contra él. Por tanto, se puede afirmar, sin temor a
equivocarse, que sobre la fiesta de las Tiendas del año 29
―admitiendo el año 30 como la fecha de la muerte―, Jesús
ya estaba imputado en un proceso penal incoado por el
Sanedrín (primer consejo)27, aunque en esos momentos no
pudieron prenderlo28. Poco tiempo después, durante la fiesta
de la Dedicación, en el invierno del año 29, Jesús predicaba
en el Templo, en el pórtico de Salomón29 y, con tal motivo,
los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle,
diciéndole estos que la causa era una blasfemia porque,
siendo hombre, se hacía a sí mismo Dios30. Quisieron de
nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos,
marchándose al otro lado del Jordán31. De allí lo llaman las
hermanas de Lázaro diciéndole que se encuentra muy
enfermo y que marche a Betania. Sus discípulos se lo
desaconsejan porque no hacía mucho los judíos querían
apedrearle32. Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba cuatro
días muerto y estaba en el sepulcro33, pero Jesús lo
resucitó34. Este hecho no pasó desapercibido, sino que se
extendió rápidamente por toda la ciudad de Jerusalén.
Entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron
consejo (segundo consejo) y decían: «¿Qué hacemos?
Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos
que siga así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y
destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación». Pero uno
de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les
dijo: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta de que
os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca
toda la nación”». Desde este día, decidieron darle muerte35.
Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino
que se retiró a una ciudad cercana al desierto llamada Efraín
y allí residía con sus discípulos36. Estando cercana la Pascua
de los judíos, los sumos sacerdotes y los fariseos dieron
27
Ribas, 2019, pág. 98.
28
Jn 7, 45.
29
Jn 10,22-23.
30
Jn 10, 31-33.
31
Jn 10, 39-40.
32
Jn 11,7-8.
33
Jn 11,17.
34
Jn 11,43-44.
35
Jn 11, 47-53, Mc 14, 1-2.
36
Jn 11,54.

18
órdenes de que si alguno sabía dónde se encontraba Jesús
lo notificara para detenerle37. Seis días antes de la Pascua,
Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús
había resucitado38. Gran número de judíos supieron que
Jesús estaba allí y fueron, no solo por Jesús, sino también
por ver a Lázaro, el resucitado. Los sumos sacerdotes
decidieron dar muerte también a Lázaro39.
Las cosas se precipitaron cuando, al día siguiente, el
primer día de la semana para los judíos (nuestro actual
domingo), Jesús se dirige a Jerusalén y es recibido, con
ramas de palmera, por una numerosa muchedumbre, que lo
aclama como el Mesías40. Entonces los fariseos se dijeron
entre sí: «¿Veis como no adelantáis nada?; todo el mundo se
ha ido tras él41». Dos días después, el martes, 12 de nisán
(abril), los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, se
reunieron en el palacio del sumo sacerdote (tercer consejo),
llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para prender a
Jesús y darle muerte, pero no durante la Pascua para que no
hubiera alboroto en el pueblo.
Por lo tanto, después de tres reuniones del Sanedrín, es
indudable que Jesús tenía incoado un proceso penal y, como
consecuencia del mismo, una orden de arresto. Según el
Talmud de Babilonia42, durante cuarenta días el pregonero
iría diciendo «lo sacarán para ser lapidado porque ha
practicado la magia, ha inducido y seducido a Israel. Todo
aquel que tenga algo que decir en su defensa debe
comparecer y exponerlo». Pero no se encontró nada en su
defensa y por eso fue suspendido del madero en la víspera
de la Pascua.

3.2. El prendimiento
Fue durante la noche del jueves al viernes, el 14 de
nisán, cuando después de la última cena, estando Jesús con
sus discípulos en el huerto de Getsemaní, se presentó un

37
Jn 11,55-57.
38
Jn 12,1.
39
Jn 12,9-10.
40
Jn 12,12-13.
41
Jn 12,19.
42
Talmud de Babilonia, Tratado Sanhedrin, 43 a).

19
grupo de gente armada. Eran los agentes del templo,
armados de bastones; estaban apoyados por un
destacamento de soldados romanos armados de espadas; la
orden de detención procedía del sumo sacerdote y del
Sanedrín43. Según la unánime tradición de los primeros
tiempos, el propio Judas acompañaba a la escuadra44 e
incluso, según algunos, llevó la infamia hasta sellar su
traición con un beso. Cualquiera que fuere esa circunstancia,
lo cierto es que hubo un comienzo de resistencia por parte
de los discípulos. Según se dice, Pedro45 sacó la espada e
hirió en una oreja a uno de los servidores del sumo pontífice
llamado Malco. Jesús detuvo este primer impulso. Él mismo
se entregó a los soldados. Débiles e incapaces de actuar en
consecuencia, los discípulos se dieron a la fuga y se
dispersaron, únicamente Pedro y Juan no perdieron de vista
a su maestro.

3.3. El juicio ante el Sanedrín


La conducta que los sacerdotes habían decidido seguir
contra Jesús se encontraba muy de acuerdo con el derecho
establecido. El procedimiento contra el «seductor» que trata
de atentar contra la pureza de la religión se explica en el
Talmud, aunque, como se ha dicho, no se sabe con certeza
si esta costumbre estaría o no vigente a la sazón. Según el
Talmud, cuando un hombre ha sido acusado de «seducción»
se aposta a dos testigos, a los que se oculta detrás de un
tabique; se disponen las cosas para atraer al acusado a una
habitación contigua, donde pueda ser escuchado por los dos
testigos sin que los descubra. Se encienden dos luces cerca
de él para que quede bien comprobado que los testigos «le
ven46». Entonces se le hace repetir su blasfemia. Se le invita
a retractarse. Si persiste, los testigos que le han escuchado
le llevan al tribunal y se le lapida. El Talmud añade que fue
de este modo como se procedió con Jesús, que fue
condenado por la declaración de dos testigos que habían sido
apostados; que, además, el crimen de «seducción» es el

43
Mt 26, 47; Mc 14, 43; Jn 18, 3.
44
Mt 26, 47; Mc 14, 43; Lc 22, 47; Jn 18, 3; Hch 1, 16.
45
Jn 18, 10.
46
En materia criminal sólo se admitían testigos oculares. Misná, Tratado Sanhedrin,
4, 5 (Nota del autor).

20
único para el que se preparan de ese modo los testigos47. El
plan de los enemigos de Jesús era convencerle, por medio
de informe testimonial y por sus propias confesiones, de
blasfemia y de atentado contra la religión mosaica,
condenarle a muerte, según la ley; después, hacer aprobar
la condena por Pilato48, ya que, según nos dicen los propios
discípulos de Jesús el crimen a él reprochado era la seducción
o blasfemia49. El que fuera sumo sacerdote Anás recibió al
inculpado, pero como en aquel año no era el que presidía el
Sanedrín, tras interrogarle, lo envió a su yerno, Caifás, que
sí lo era. El Sanedrín se encontraba reunido en su casa50.
Comenzó la información; comparecieron ante el tribunal
varios testigos, preparados de antemano, según el
procedimiento inquisitorial expuesto en el Talmud. Aquellas
fatales palabras que Jesús había pronunciado realmente:
«Destruiré el templo de Dios y le volveré a edificar en tres
días», fueron citadas por dos testigos. Según la ley judía,
blasfemar contra el templo de Dios equivalía a blasfemar
contra el propio Dios51. Jesús guardó silencio y se negó a
explicar las palabras que se le recriminaban. Si hemos de
creer a uno de los relatos, el sumo sacerdote le exhortó
entonces a decir si era el Mesías; Jesús contestó «sí, lo soy»
e incluso proclamó ante la asamblea el próximo
advenimiento de su reino celestial52.
A partir de ese momento, el resultado de la sentencia
era predecible. Jesús lo sabía y no emprendió una defensa
inútil. Desde el punto de vista del judaísmo ortodoxo, era
realmente un blasfemo, un destructor del culto establecido;
la ley castigaba sus crímenes con la muerte53. La asamblea
le declaró culpable de delito capital por unanimidad.

47
Talmud de Jerusalén, Tratado Sanhedrin, 14, 16; Talmud de Babilonia, mismo
tratado, 43, a.
48
Renan, 1968, pág. 269.
49
Mt 17, 63; Jn 7, 12 y 47.
50
Mt 26, 57; Mc 16, 53; Lc 22, 66.
51
Mt 23, 16 ss.
52
Mt 26, 64; Mc 14, 62; Lc 22, 69. El cuarto Evangelio nada sabe de semejante
escena (Nota del autor).
53
Lv 24,14: «Saca fuera del campamento al que maldijo, y que todos los que lo
oyeron pongan las manos sobre su cabeza, y que toda la congregación lo apedree».
Lv 24,16: «Además, el que blasfeme el nombre del Señor, ciertamente ha de morir;
toda la congregación lo apedreará. Tanto el forastero como el nativo, cuando
blasfeme el Nombre, ha de morir».

21
El Sanedrín no tenía derecho a ejecutar una sentencia
de muerte54. Pero no por eso Jesús dejaba de ser desde aquel
momento un condenado a muerte. Permaneció el resto de la
noche expuesto a los malos tratos de una chusma de la peor
especie, que no le ahorró ninguna afrenta55. Por la mañana,
los jefes de los sacerdotes y los ancianos se reunieron de
nuevo56. Se trataba de que Pilato ratificase la condena
pronunciada por el Sanedrín y que carecía de validez a
consecuencia de la ocupación de los romanos.

Dt 3:10 «Le apedrearás hasta que muera, por cuanto procuró apartarte de Jehová tu
Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre».
54
Jn 18, 31; Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, XX, IX, 1; Talmud de
Jerusalén, Tratado Sanhedrin, I, 1.
55
Mt 26, 67-68; Mc 14, 65; Lc 22, 63-65.
56
Mt 27, 1; Mc 15, 1; Lc 22, 66; Jn 18, 28.

22
4. LA JURISDICCIÓN PENAL ROMANA
EN EL SIGLO I
4.1. Pilato según los evangelios y otras fuentes
históricas.
4.2. Los poderes de Poncio Pilato como prefecto de
Judea.
4.3. El proceso penal romano en el ámbito
provincial: coercitio y cognitio.
4.4. El delito de lesa majestad y la lex Iulia
maiestatis.
5.5. La condena: Ibis ad crucem.

4.La jurisdicción penal romana en el s. I


A los romanos no le interesaba la jurisdicción interna
judía. Conquistaron Israel con la finalidad de tener una franja
territorial entre los partos (persas) y el Mediterráneo con la
finalidad de ser los únicos dueños del comercio marítimo del
Mediterráneo (Mare Nostrum) y terrestre de Siria a Egipto.
Se apoderaron de Israel para evitar a toda costa que los
judíos descontentos pudieran apoyar o pedir ayuda para su
independencia a potencias ajenas al Imperio, como sucedió
con los partos en el año 113 e.c., durante el imperio de
Trajano. Para gobernar el vasto territorio de la provincia
romana de Siria (los actuales países de Siria, Líbano, Israel,
Palestina y Turquía), se nombró a un gobernador (legado)
con sede en Damasco, que tenía bajo su cargo a varias
prefecturas, entre ellas la de Israel.

4.1. Pilato según los evangelios y otras fuentes


históricas
Las versiones que nos dan los evangelios sobre el perfil
del prefecto romano Pilato o Pilatos, como comúnmente se
conoce en España, son muy diferentes de las que
encontramos en otras fuentes históricas de la época.

23
Antes de entrar a analizar el valor histórico de las
diferentes versiones que se dan del juicio a Jesús en el Nuevo
Testamento, es conveniente analizar los motivos originarios
que existen detrás de su composición. Los evangelios
canónicos son creaciones literarias de autores individuales
que utilizaron tradiciones presentes en determinadas
comunidades, en el momento de su confección, y que se
dirigían tanto a esas comunidades cuanto al mundo exterior
y, concretamente, más a los gentiles que a los judíos, sobre
todo a los romanos, que disponían del poder político;
además, su objetivo apologético era convencer a estos de
que la profesión de la fe cristiana no era algo contrario a las
instituciones imperiales, marcando, al propio tiempo, una
distinción entre la fe judía y la cristiana, con la finalidad de
que las autoridades romanas no identificaran el judaísmo con
el cristianismo. De ahí que los evangelios, aunque sus
autores son sabedores de que la muerte de Jesús fue
ordenada por Pilato, se achaca su origen a las autoridades
judías. Por eso, se relata por los evangelistas que Pilato era
una persona indulgente, que no quería condenar a muerte a
Jesús: lo envió a Herodes Antipas, lo azotó, lo intercambió
por un preso peligroso, todo ello para evitar la pena capital,
cosa que no pudo evitar porque tenía miedo que las
autoridades judías57 se quejaran al emperador de su
conducta, cuando le imputaran que es el rey de los judíos y
que quiere destronar al emperador58. De hecho, su esposa,
Claudia Prócula, según la tradición, es reconocida como
santa por las iglesias ortodoxas oriental y etíope,
celebrándose en la primera de ellas el 27 de octubre y en la
otra, el 25 de junio de cada año59. Solamente aparece su
nombre dos veces en el Nuevo Testamento: en el evangelio
de Mateo, diciéndole a su esposo, Pilato, «no te metas con
este justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su
causa60»; y en el saludo final de la segunda epístola de Pablo

57
Jn 19-8.
58
Jn 19-12.
59
Bösen, W. L'ultimo giorno di Gesù di Nazaret, pág. 293.
60
Mt 27,19.

24
a Timoteo, cuando dice: «Te saludan Eúbulo, Pudente, Lino,
Claudia y todos los hermanos61», aunque no parece claro que
esta Claudia se refiera a la anterior.
De otra parte, «la tradición apócrifa cristiana exalta, en
cambio, la conversión de Pilato, que muere como mártir,
decapitado por orden de Tiberio, y es recibido en el cielo por
Cristo. Este es uno de los motivos por los que la Iglesia etíope
le venera como santo en su calendario litúrgico al procurador
romano. Los siguientes relatos hicieron a Pilato casi un
mártir, y Tertuliano lo consideró casi un santo […] En la
hagiografía griega (el Sinaxar), encontramos: “Procla se hizo
discípula de los apóstoles del Señor y recibió el santo bautizo.
Soportó innumerables sufrimientos por su fe en Cristo
durante toda su vida y finalmente se durmió en paz”. En el
Minei (libro eclesiástico ortodoxo, donde se indican, por
meses y por días, las ceremonias religiosas), en el mes de
octubre, en la fiesta de santa Procla, se guardan los
siguientes versículos: “Tu Maestro, oh Procla, te tiene de pie
ante Él, el que antes estuvo delante de tu marido62”».
Sin embargo, a través de otras fuentes externas,
principalmente por Filón de Alejandría y por Flavio Josefo,
tenemos unas descripciones de Pilato que son totalmente
contrapuestas a las de los evangelistas. Filón es el que se
encuentra en mejor situación para ofrecernos su carácter, al
ser contemporáneo de Pilato. Nos describe a Pilato como
«hombre de carácter inflexible, y muy despiadado, además

61
II Tim 4,19.
62
CREŞTIN ORTODOX. LA MÁS GRANDE COMUNIDAD ORTODOXA DEL MUNDO.
2012. Sfânta Procla, soția lui Ponțiu Pilat. [Consulta 06-12-2020]. Disponible en:
https://www.crestinortodox.ro/religie/sfanta-procla-sotia-pontiu-pilat-121774.html,
donde literalmente se dice: «Pe de altă parte, tradiția apocrifă creștină exaltă în
schimb convertirea lui Pilat care moare ca martir, decapitat din porunca lui Tiberiu,
și este primit în cer de Hristos. Acesta este unul din motivele pentru care Biserica
Etiopiană îl venerează ca sfânt în calendarul ei liturgic pe procuratorul roman. Istoriile
următoare au făcut din Pilat aproape un martir, iar Tertulian îl consideră aproape
sfânt […] Din Sinaxarul grecesc aflăm: "Procla s-a făcut uceniță a Apostolilor
Domnului și a primit Sfântul Botez. A luat suferințe nenumărate pentru credința în
Hristos, toată viața ei, și a adormit la urmă cu pace". În Mineiul pe luna octombrie
la ziua de prăznuire a Sfintei Procla se păstrează următorul Stih: "Stăpânul pe tine
Proclo te are stătătoare înainte, Cel ce a statut fața la soțul tău mai înainte»
(traducción al español hecha por el autor).

25
de obstinado, fustiga su corrupción y sus actos de
intemperancia, su codicia y su hábito de ofender al pueblo,
su crueldad y el asesinato constante de personas sin juicio ni
condena previa, así como su brutalidad infinita, gratuita y
ofensiva, un hombre marcado por las pasiones más
feroces63».
Por su parte, Flavio Josefo nos informa más
ampliamente que Filón del gobierno de Pilato en Judea,
relatando varios sucesos que ocurrieron durante su época.
Así, en su obra Las guerras de los judíos, en su libro II, IX,4,
dice así:
«Después se produjo una nueva revuelta porque gastó el tesoro
sagrado llamado corbán (oblación) en construir acueductos para
traer agua desde una distancia de cuatrocientos estadios. La
población se indignó. Al llegar Pilato a Jerusalén, se presentaron
gritando delante de su tribunal. Pero él ya lo había previsto.
Había mezclado soldados armados con la muchedumbre, con el
disfraz de gente civil, y la indicación de que no hiriesen con las
espadas a los que gritaban, sino con palos. Dio la señal desde el
tribunal. Murieron muchos judíos a causa de las heridas que
recibieron y otros perecieron pisoteados. Se quedó atónita la
muchedumbre del número de muertos y se redujo a la paz».

Con palabras más o menos idénticas, Flavio Josefo


relata lo acabado de decir en su obra Antigüedades de los
judíos XVIII, III, 2; también Eusebio de Cesarea acoge este
suceso en su obra Historia eclesiástica, II 6,6-7.
Incluso el evangelista Lucas en su evangelio, también
habla de Pilato en este mismo sentido, cuando afirma que
«en aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron
lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la
de sus sacrificios64».
Y Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI65, asevera
que:

63
Alejandría, F. Embajada a Gayo, págs. 301-303. Citado este texto por Calderón,
2009, págs. 86-87.
64
Lc 13,1.
65
Ratzinger, 2011, pág. 221.

26
«La imagen de Pilato en los evangelios nos muestra muy
realísticamente al prefecto romano como un hombre que sabía
intervenir de manera brutal, si eso le parecía oportuno para el
orden público. Pero era consciente de que Roma debía su
dominio en el mundo también, y no en último lugar, a su
tolerancia ante las divinidades extranjeras y a la fuerza
pacificadora del derecho romano. Así se nos presenta a Pilato en
el proceso a Jesús».

En definitiva, todo apunta a que el carácter de Poncio


Pilato no era tan benevolente como narran los evangelios
canónicos.

4.2. Los poderes de Poncio Pilato como prefecto de


Judea
Cuando Roma conquistó Siria, en el año 64 a.e.c., la
convirtió en provincia imperial. Fue en el año 27 e.c. cuando
el emperador Augusto subdividió las provincias en
senatoriales (provincia populi romani) e imperiales (cuyo
gobernador era nombrado única y directamente por el
emperador). Desde ese momento, Judea pasó a ser una
provincia dependiente de la senatorial de Siria, a cuyo frente,
en Damasco, había un legado que había recibido de César
todos los poderes, hasta el de condenar a muerte66.
Poncio Pilato, miembro del orden ecuestre (una especie
de nobleza de segundo grado), fue nombrado prefecto de
Judea por Tiberio en el año 26 y estuvo en tal cargo hasta el
36 en que fue depuesto, merced a que reprimió muy
duramente una revuelta de los samaritanos. No obstante, fue
el prefecto que más tiempo duró en su cargo en Judea. A
pesar de su dependencia jerárquica del legado de Siria, como
prefecto reúne Pilato en dicho territorio el máximo poder
político, militar, administrativo y judicial. Como
representante de Roma es la máxima autoridad en Judea.
Flavio Josefo nos dice que el prefecto de Judea disponía
también del imperium pleno y, como consecuencia de ello,
podía aplicar penas de muerte sin necesidad de remitir a los
acusados o condenados ante el tribunal del legado de Siria.
Esta competencia del ius gladii se aplicaba a los ciudadanos

66
Josefo, 1985, pág. 97.

27
romanos, en el orden militar, ya que Pilato tenía bajo su
mando a todas las tropas romanas estacionadas en Judea;
en estos casos ningún soldado romano podía ser juzgado por
un tribunal en Roma. Fuera del ámbito militar, los
ciudadanos romanos gozaban del derecho de la apelatio al
César, esto es, de ser juzgado en un tribunal romano, tal
como sucedió con el caso de Pablo de Tarso67. Para el resto
de ciudadanos ―los peregrini, esto es, todos aquellos que no
gozaban de la ciudadanía romana―, el prefecto podía dictar
y ejecutar penas de muerte de forma general y con
exclusividad, en el sentido de que todas las acusaciones que
pudieran comportar una pena de muerte se le atribuían
únicamente a él.

4.3. El proceso penal romano en el ámbito provincial:


coercitio y cognitio
En el ámbito de las provincias romanas, el poder del
gobernador romano era prácticamente ilimitado,
exceptuando el régimen especial de algunas ciudades (p.ej.,
Atenas), en las que sus órganos judiciales gozaban de plena
autonomía. Dejando aparte estas escasas excepciones, entre
ellas cuando se trataba de ciudadanos romanos, el
gobernador de la provincia gozaba de una amplísima
competencia de coerción derivada del imperio militar.
El gobernador, dentro del derecho penal, tenía dos
facultades o campos de aplicación claramente diferenciados:
el militar (coercitio) y el civil (cognitio). La coercitio era una
actividad administrativa, mientras que la cognitio era
judicial. La separación entre ellas era muy clara: en esta
última se requería la presencia de un consejo asesor del
gobernador (consilium), órgano encargado de dictar la
sentencia, que era vinculante para propio gobernador,
máxime en los procesos capitales, aunque bastantes autores
afirman que tal consejo no era deliberante, sino consultivo y
subordinado al gobernador68. Sin embargo, muchas veces la
67
Hch 25,11.
68
Entre ellos, Bernardo Santalucia en su obra Derecho penal romano, de la Editorial
Centro de Estudios Ramón Areces, S.A., Madrid, 1990, pág. 192; también Erika

28
frontera entre ambas no es tan nítida, ya que el gobernador,
en cuanto titular del poder supremo del imperium, podía
decidir cuándo utilizar una u otra. En el caso de Jesús, el
prefecto de Judea, Pilato, se decidió por la cognitio. Como
vemos, el gobernador de la provincia disponía de una
discrecionalidad muy amplia.
El gobernador provincial no estaba sujeto a los tipos
penales aplicables porque el conjunto de delitos, tal como se
hallaba diseñado, no se aplicaba en las provincias sometidas.
Era, pues, quien decidía si una conducta era o no antijurídica
e imponía, en su caso, una sanción penal, sin ulterior
recurso. Tampoco se hallaba vinculado por un sistema de
penas preestablecido, lo que posteriormente serían los
principios de legalidad y tipicidad. Dictaba, finalmente,
sentencia, ayudado por su consilium ―aunque la mayoría de
las veces sus componentes hacían lo que el gobernador
ordenaba― y de acuerdo con sus amplísimas facultades. En
el caso del proceso a Jesús, no debemos caer en el error de
que Poncio Pilato se limitara a ratificar la pena de muerte
dictada por el Sanedrín, porque eso sería tanto como admitir
que el ius gladii estaba compartido también por ambos.
La coercitio estaba conformada por un haz de
facultades, entre las que podemos citar: ordenar la prisión
preventiva para asegurar un futuro castigo, la imposición de
multas, la requisa de cosas muebles, la fustigación
(verberatio), decretar la muerte de una persona en los casos
más graves, etc. Cuando el gobernador ejercía sus
facultades como autoridad militar, la coercitio se ejercía sin
límite alguno.
La cognitio o proceso civil está dividido en dos tipos: la
cognitio (quaestiones perpetuae o proceso formulario)
propiamente dicha y la cognitio extra ordinem. El primero se
aplicaba en Roma y era muy rígido en cuanto a su
formalismo, ya que se planteaba a través de las legis

Heusler en El proceso capital en la doble obra de Lucas: Los procedimientos contra


Jesús y Pablo en el análisis histórico legal y exegético (tratados del Nuevo
Testamento), Editorial Aschendorff, Munich, 2000 (Nota del autor).

29
actiones, mientras que el segundo se hacía en las provincias.
Era un sistema procesal de tipo personalista, regido por el
gobernador, proclive a su discrecionalidad. En la cognitio
extra ordinem (procedimientos extraordinarios), los
juzgadores ordenan el proceso entero, las pruebas se
practican en su presencia, así como los debates de los
litigantes, valoran la prueba y dictan por escrito la sentencia,
que es leída oralmente a las partes.

4.4. El delito de lesa majestad y la Lex Iulia


maiestatis.
Antes de entrar en el contenido de la Lex Iulia
maiestatis es conveniente aclarar qué se tiene por el
concepto de “majestad”.
En un principio, desde un punto de vista meramente
político, la maiestas (majestad o superioridad) era una
cualidad que gozaba el pueblo romano, el cual se
consideraba maior69 (superior) en comparación con el resto
de los ciudadanos romanos individualmente considerados o
agrupados en determinados grupos políticos. Así pues, la
maiestas es una cualidad de maior, al igual que civitas
(ciudadanía) lo es de cives (ciudadano). Durante la
República, los cargos políticos, como representantes del
populus romanus poseían la cualidad de maiestas. Tras la
muerte del último cónsul de la República, Julio César, en el
año 44 a.e.c., el senado lo nombró divus Iulius (el divino
Julio), que le otorgaba la cualidad de dios o divino. Este título
de divus pasó a su sucesor, Octavio Augusto, primer
emperador romano, con el nombre de divi filius (hijo de dios
o hijo del divino). Desde este momento, el emperador pasará
a ser un dios entre los hombres y el maior de todos ellos.
Desde entonces, la maiestas tiene una doble vertiente:
política y religiosa. El crimen maiestas protege al emperador
como princeps, rector del Imperio y también como mediador

69
Maior es el comparativo de magnus (grande). Por tanto, significa el más grande
(Nota del autor).

30
entre los dioses y los hombres (pontifex) y pasará, a su
muerte, a convertirse en un dios y a formar parte del
panteón romano.
Dicho esto, pasemos a estudiar el contenido de la Lex
Iulia maiestatis, también llamada Lex Iulia de maiestate, que
fue promulgada en el 8 a.e.c. a instancia del emperador
Octavio Augusto, quien reorganizó todo lo relativo al crimen
de lesa majestad, es decir, cualquier ofensa o amenaza a la
figura del emperador y luego a su auctoritas.
En esta ley, las siguientes conductas fueron
sancionadas como crimen maiestatis contra los principes:
• Ultraje a la memoria de los emperadores difuntos.
• Ultraje a las estatuas u otras imágenes imperiales.
• Muerte de rehenes.
• Toda actividad destinada a promover iniciativas de
guerra “sin orden del emperador” (p.ej., alistar
soldados, promover la batalla, etc.)
• Negativa a reconocer al emperador como una deidad;
esta norma afectará a los cristianos, sobre todo, pero
solo se considerará un crimen en época tardía.
Entre las medidas proporcionadas por la Lex Iulia para
su aplicación estaba la tortura: a los magistrados se les
permitió usar métodos, incluso brutales, en el contexto de
interrogatorios relacionados con el crimen maiestatis. La
disposición que legitimaba el uso de la tortura no era nueva,
sino que nos remitía a otras regulaciones anteriores: la Lex
Varia de maiestate, la Lex Appuleia de maiestate y la Lex
Cornelia Sullae de maiestate. En las sentencias de Paula
leemos que “ninguna posición social exime de la tortura”
(nulla dignitas a tormentis excipitur), por lo tanto, también
se aplicaba a los cives romanos.
La pena por el crimen de maiestatis era la de muerte,
pero el convicto podía evitarla eligiendo someterse al exilium

31
atque interdictio aquae et igni70. Por lo general, la pena de
muerte se aplicaba mediante bestias salvajes (bestiis obici,
ser arrojado a las fieras) o el convicto era quemado vivo
(crematio vivo) y, en época de Tiberio, también era común
la decapitación para los ciudadanos romanos. En el libro de
Los Hechos de los Apóstoles, es el propio Pablo71 quien
recuerda a sus carceleros las prerrogativas de la Lex Iulia.
Tertuliano informa de que la tortura prescrita fue utilizada
para interrogar a los testigos72.

4.5. La condena: Ibis ad crucem


Jesús fue condenado a la pena de crucifixión.
Claramente se lo dijo Pilato cuando pronunció su sentencia:
ibis ad crucem (irás o la cruz = serás crucificado). En el
derecho romano, en la época de Jesús, la pena capital para
los delitos de lesa majestad era la crucifixión cuando el
condenado era un esclavo o un peregrino (extranjero), como
en el caso. La crucifixión era un delito infamante (mors
turpissima), de especial gravedad dadas sus connotaciones
religiosas, porque para la mentalidad romana, a diferencia
de los demás muertos, el crucificado ―y posteriormente, el
ahorcado― exhalaba el último aliento suspendido en el aire
y esto para ellos era un hecho muy grave. Además, era
particularmente cruel por el habitual uso de los clavos. Y
antes de iniciar el camino hacia la cruz (via crucis), el
condenado era azotado y tenía que cargar con los 40-60 kg
del travesaño lateral de la cruz (patibulum), ya que el poste

70
Durante la República, el acusado por una causa capital podía eludir la condena a
través del exilio voluntario. Se trataba de una práctica consuetudinaria que en los
procesos capitales solía ir acompañada de la interdicción del agua y el fuego,
procedimiento con el que se privaba al exiliado de la ciudadanía, de sus bienes y de
los elementos esenciales de la comunidad ciudadana y se le prohibía regresar, bajo
amenaza de muerte, al territorio urbano. Mantendrá sus efectos hasta la época de
Ulpiano, en la que es sustituida definitivamente por la deportación, pena capital
surgida en tiempos de Trajano que añade, a los efectos de la interdicción, la
designación de un domicilio coactivo con carácter permanente en una isla o en un
oasis (López, 2008).

71
Hch 25-11-12.
72
Cfr. Leges Iulae Augustae.

32
horizontal (stipites) estaba anclado en el lugar de la
ejecución. Desde el pretorio hasta el Gólgota, unos 700 m en
continuo ascenso, el cortejo iba acompañado de una
centuria, al mando de un centurión, para evitar desórdenes
públicos. Un pregonero (praeco) iba al frente de la comitiva,
diciendo en voz alta el nombre del condenado y sus
crímenes; junto a él, iba el buccinator tocando la tuba
(buccina) para darle mayor publicidad y para convocar al
pueblo. El lugar de la ejecución estaba en sitios
frecuentados, destacados y visibles, cerca de las puertas de
la ciudad, para los que por allí transitaban pudieran caer en
la cuenta del castigo que tenían que soportar todos aquellos
condenados por crímenes de lesa majestad (función
pedagógica de la pena). Existen diversos estudios sobre las
clases de cruces que se utilizaban, la clase de madera, etc.,
que no vienen al caso. Por lo normal, el condenado moría al
cabo de unas 3 o 4 horas si estaba clavado y hasta 3, 4 días
o más si estaban atados. A algunos se le rompían las tibias
o las rótulas para que no pudieran soportar el peso del
cuerpo y murieran más rápidamente; por el contrario, a
otros, para prolongar el suplicio, se les colocaba en la parte
baja del palo un soporte o tabla, para que el crucificado
pudiera apoyarse en ella con los pies y soportar así el peso
del cuerpo (sedile o suppedaneum). La muerte,
generalmente por asfixia, llegaba en medio de grandes
dolores.
No ha llegado hasta nosotros el texto de la sentencia,
pero, a título de curiosidad, existe en el archivo General de
Simancas, Sección Secretaría de Estado, legajo 847 antiguo,
folio 1.º, una copia del texto de una supuesta sentencia
emitida por Pilato contra Jesús. Esta copia es de un original
italiano, realizada por un soldado español durante alguna de
las campañas en el reino de Nápoles. Según la nota de
presentación, la copia había sido hallada en Áquila, en los
Abruzzos, en el año 1580. Viene recogida en la obra Todos
los evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales
de todos los textos evangélicos conocidos, de Antonio Piñero

33
(Editorial Edaf. Madrid, 2009, págs. 366-368). He aquí su
texto:
«El año XVIIIo. [sic] de Tiberio César, emperador Romano, y de
todo el Mundo, Monarca invencible, en la Olympiada C.XXI., en
la Cliade XXIV, y en la Creación del Mundo, según el numo. y
computo de los Hebreos quatro vezes M. C. LXXXVII, y de la
propagine del Romano Imperio L. XXIII, de la liberación de la
servidumbre de Babilonia M. CC. XI, siendo Cónsules del Pueblo
Romano Lucio Pisano y Mauricio Pisarico; Proconsules Lucio
Balesna, publico Govern, de la Judea, y Quinto Flavio, so el
regimiento y Gobierno de Jerusalén, Presidente gratisimo Poncio
Pilato, regente de la baxa Galilea, y Herodes Antipa, Pontífices
del Sumo Sacerdocio Annas, Cayfas, Alit Almael el Magr, del
Templo, Roboan Ancabel, Franchino Centurion, y Consules
Rom.os, y de la Ciudad de Jerusalén Quinto Cornelio Sublima, y
Sexto Ponfilio Rufo, en el mes de Marzo y en el día XXV de él.
YO Poncio Pilato, aquí Presidente Romano dentro del Palacio de
la Archipresidencia Juzgo, condeno y sentencio a muerte a Jesús
llamado de la Pleve Christo Nazareno, y de Patria Galileo,
hombre sedicioso de la ley Moysena, contrario al grande Emp.or
Tiberio Cesar; y determino, y pronuncio por esta, que su muerte
sea en Cruz, y fixado con clavos a usanza de reos, porque aquí
congregando, y juntando muchos hombre ricos, y pobres; no ha
cesado de mover tumultos por toda la Judea, haciéndose hijo de
Dios, y Rey de Jerusalén, con amenazarles la ruina de esta
Ciudad, y de su Sacro Templo, negando el Tributo al Cesar, y
habiendo aun tenido el atrevimiento de entrar con ramos, y
triumpho, y con parte de la Plebe dentro de la Ciudad de
Jerusalén, y en el Sacro Templo. Y mando a mi primer Centurión
Quinto Cornelio lleve públicamente por la Ciudad a Jesús Christo
ligado, y azotado, y que sea vestido de purpura, y coronado de
algunas espinas, con la propia Cruz en los hombros para que sea
ejemplo a todos los malhechores: y con él quiero sean llevados
dos ladrones homicidas, y saldrán por la P.ta sagrada, ahora
Antoniana, y que lleve a Jesús al público monte de Justicia
llamado Calvario, donde crucificado, y muerto, quede el cuerpo
en la Cruz, como espectáculo de todos los malvados; y que sobre
la Cruz sea puesto el título en tres lenguas, y que en todas tres
(Hebrea, Griega, Latina) diga JESUS NAZAR. REX JUDAERUM.
Mandamos así mismo, que ninguno de cualquier estado, o
calidad se atreva temerariamente a impedir la tal Justicia por mi
mandada, administrada, y ejecutada con todo rigor según los
decretos, y Leyes Romanas, y Hebreas so pena de rebelión al
Imperio Romano. Testigos de la nuestra Sentencia: por las 12
Tribus de Israel Rabain Daniel, Rabain seg.12, Joannin Bonicar,
Barbasu. Sabi Potuculam. Por los Fariseos Bulio, Simeon, Ronol,
Rabani, Mondagul, Boncurfosu. Por el Sumo Sacerdocio Rabban,

34
Nidos, Boncasado. Notarios de esta publicación: por los Hebreos
Nitanbarta; por el Juzgado, y Presidente de Roma Lucio Sextilio,
Amasio Chlio.

(Copias sacadas del ms. titulado Libro de varias noticias y


apuntaciones, que dejó escritas en Latín, Español, Francés e
Italiano D. N. Guerra, Obispo de Segovia. Copiadas de su original
en M. DCC. LXXXVI)».

35
4. CONCLUSIONES

Ante todo, hay que decir, en relación sobre las posibles


irregularidades en el proceso a Jesús, tanto en el Sanedrín
como ante Pilato, que los evangelios canónicos no
recogen de forma explícita ninguna anomalía en estos
procedimientos. Es más, lo que se deduce de ellos es que
la Iglesia antigua no acusó a los judíos de irregularidades
procesales, sino de haber juzgado a Jesús con la idea
preconcebida de condenarle.
Teniendo en cuenta que el derecho procesal judío se
regía por la costumbre (derecho consuetudinario), que sus
juzgadores gozaban del principio de discrecionalidad, propio
de las autoridades de todo el mundo del s. I, y que en cuanto
al derecho penal solamente había unas pocas normas en el
Levítico y en el Deuteronomio, que indicaban la pena de
muerte por lapidación para los delitos de blasfemia, podemos
afirmar, a la luz de todo lo expuesto que el proceso que se
siguió contra Jesús no contravino normas esenciales.
Y puesto que Jesús reconoció que era el mesías y el
hijo de Dios73, podemos afirmar que no hubo nulidad
alguna por varios motivos:
a) En primer lugar, hay una serie de autores que
afirman74, apoyándose en la Misná y en el Talmud,
que el proceso estuvo viciado de nulidad por muchos
motivos: Que se instruyó un asunto capital durante
la noche; que se comenzó la sesión antes de realizar
el sacrificio matutino; que los testigos debieron
declarar por separado; que los testigos debieron
prometer decir la verdad concienzudamente; que los
jueces debieron examinar los testimonios con
atención; que el testimonio carecía de valor si

Mt 26, 64; Mc 14, 62; Lc 22, 69.


73
74
Entre ellos, Calderón, 2009, págs. 79-81 y 187; también Fábrega, 2017, págs.
584-587, donde, prácticamente, viene a citar las mismas irregularidades que el
anterior (Nota del autor).

36
quienes lo aportaban no estaban de acuerdo sobre el
mismo hecho en todos sus extremos; que los falsos
testigos debieron padecer la pena a la cual había sido
condenada la persona a la que habían calumniado;
que el acusado no podía ser condenado sobre la base
de su declaración; que los jueces debieron diferir
hasta el día siguiente la votación y el
pronunciamiento de la sentencia; que se maltrató al
acusado; que Caifás se convierte en parte contra
Jesús; que estaba prohibido que el sumo sacerdote
se rasgara las vestiduras75; que debieron contrastar
la respuesta de Jesús para ver si era cierta; que
cuando Caifás gritó “¡blasfema!” influyó en la opinión
de los demás jueces; que no hubo deliberación por
parte de los jueces para dictar una sentencia de
muerte; y que la pena de muerte contra Jesús fue
dictada en un lugar prohibido, en casa de Caifás. Y
que por todos estos motivos se incurrió en nulidad.
b) Pero estos autores no tienen en cuenta que, tanto la
Misná como el Talmud, no estaban vigentes en el
momento de los hechos y que «es un falso método
confrontar las disposiciones procesales del Talmud
con la práctica seguida en el proceso a Jesús para
saber si fueron observadas y hasta qué punto tales
disposiciones76». La Misná se redactó a finales del s.
II, es decir, más de 150 años después de la muerte
de Jesús, mientras que el Talmud se elaboró entre
los siglos III y V en Babilonia y Jerusalén,
respectivamente. Por tanto, presuponer que estaban
vigentes las normas consuetudinarias que en tales
textos se recogen, sin prueba alguna, es una
aberración jurídica. Además, según las fuentes
disponibles, se han podido comprobar algunas
diferencias entre la Misná y el derecho penal aplicable
antes del año 70 e.c., fecha de la destrucción del
templo de Jerusalén.

75
Ratzinger, 2011, pág. 213: «[…] El gesto del sumo sacerdote de rasgarse las
vestiduras no es fruto de su propia irritación, sino que está prescrito al juez en
funciones como signo de indignación cuando oye una blasfemia (Gnilka,
Matthäusevangelium, II, pág. 429)».
76
Calderón, 2009, pág. 71.

37
La primera de ellas es el trato a los samaritanos,
según Jean-Pierre Lémonon, sacerdote francés
(1940-), en su obra Poncio Pilato (Édition de
l’Atelier/Éditions ouvrières, París, 2007, págs. 215-
222). Se sabe por los evangelios que en la época de
Jesús, judíos y samaritanos estaban en clara
enemistad; sin embargo, la Misná los trata no solo
con benignidad, sino totalmente iguales a los judíos
en todo lo que se refiere a la legislación.
En segundo lugar, en el episodio evangélico de la
mujer adúltera77, como estaba casada, la pena
señalada por la Misná (Tratado Sanhedrin 11,1) era
la de estrangulamiento, mientras que en la época de
Jesús era la de lapidación.
En tercer lugar, se relata en la Misná (Tratado
Sanhedrin 7,2) y también en el Talmud de Jerusalén
(Tratado Sanhedrin 7,2,24 b), que cuando el rabino
Eleazar ben Sadok era niño, sobre los años 41-45
e.c., fue testigo de la ejecución por adulterio de la
hija de un sacerdote, que fue quemada tal como
prescribía el Levítico78; sin embargo, el régimen
penal de la Misná (Tratado Sanhedrin 7,2) defendía
una forma de cremación distinta: se le abría la boca
a la fuerza con unas tenazas, se encendía la mecha
que se arrojaba en la boca y se la hacía descender
hasta las entrañas, que eran así quemadas. Esta
forma de cremación, se decía, era más compatible
con el respeto al cuerpo y la esperanza en una futura
resurrección.
Y, por último, en la Misná (Tratado Sanhedrin 3,4) se
narra que, en torno al año 100 a.e.c., Simeón ben
Sataj ordenó colgar a 80 mujeres en Ascalón,
imputadas de hechicería, a pesar de que el
ahorcamiento estaba prohibido para las mujeres en
la Misná. Todo esto, además, se hizo sin previo juicio.
c) Mantienen todos los autores dichos la nulidad del
proceso. La nulidad es un instituto jurídico que
predica su existencia cuando se conculcan las normas

77
Jn 8, 2-5, en relación con Lv 20,10 y Dt 22,22, sobre el delito y pena por adulterio.
78
Lv 21,9.

38
esenciales del procedimiento. En aquel tiempo, si no
existían normas procedimentales escritas, sino que
todas ellas eran consuetudinarias, no podía incurrirse
en nulidad.
d) Estos autores, con las irregularidades dichas, están
fotografiando un juicio de nuestros tiempos, pero
olvidan que el proceso contra Jesús se ventiló hace
casi dos mil años, cuando no existían, por desgracia,
las garantías procesales que en la actualidad existen.
e) Olvidan, por último, estos autores que, en el s. I,
confessio superat omne genus probationum, es decir,
que la confesión era la probatio regina de todos los
medios probatorios y que, obtenida esta por el
inculpado, la sentencia estaba dada. Incluso hasta no
hace mucho, estaba permitida la tortura para hacer
confesar al acusado. Acordémonos de la Inquisición
en nuestro país durante los siglos XVI y XVII.
La tortura estuvo vigente hasta principios del s. XIX
en que los estados civilizados, uno a uno, la
abolieron. Pero volvió a reaparecer en el s. XX con el
advenimiento de los países totalitarios (Rusia a partir
de 1917, la Italia fascista, la Alemania nazi, etc.)
Por tanto, aducir que se torturó a Jesús conllevaba la
nulidad es una aberración con relación a la legislación
penal del s. I.
Por el contrario, Francisco de Mier, sacerdote
pasionista, en su obra Sobre la pasión de Cristo. Síntesis
teológica, exegética y pastoral (B.A.C., 2005, pág. 172), dice
que:
«Todo intento de precisar las irregularidades de aquel proceso
falla por su base, pues no conocemos qué ley regía cuando Jesús
fue juzgado, pues la Misná que conocemos fue redactada mucho
más tarde por el rabí Jehuda ha-Nasi hacia el 200; y este código,
más que reflejar las condiciones del tiempo de Cristo, refleja la
situación que vivía el judaísmo después de la desaparición de su
Estado en el año 70, a consecuencia de lo cual el Sanedrín fue
reemplazado por otro tribunal de Jamnia».

También José-María Ribas Alba, catedrático de Derecho


Romano en la Universidad de Sevilla, en su obra Proceso a

39
Jesús. Derecho, religión y política en la muerte de Jesús de
Nazaret (Editorial Almuzara, 2013, pág., 173), asevera:
«La Misná, promulgada en torno al 200 d.C., aunque
indudablemente recoge tradiciones muy antiguas, incurre con
frecuencia en el anacronismo histórico, como cuando describe la
Gran Sinagoga y también un Gran Sanedrín, compuesto por
sabios de la Ley, despojado de competencia estrictamente
penales».

Óscar Fábrega en Pongamos que hablo de Jesús


(Editorial Planeta, 2017, pág. 581), dice expressis verbis:
«Ahora bien, de haberlo afirmado [que era el rey de los judíos],
¿sería motivo suficiente para ser crucificado? Rotundamente sí:
aquello podría ser interpretado como una traición contra Roma,
como un delito de laesa maiestatis (lesa majestad) o de sedición.
Jesús, de haberse proclamado rey, estaría deslegitimando el
poder del Imperio y, aunque fuese de forma pasiva, alentando
una rebelión, ya fuera pacífica o violenta. Por este motivo, Jesús
fue acusado de seditiosus. De hecho, según los relatos
evangélicos, cuando los judíos presentaron a Jesús ante Pilato,
dejaron claro que no solo había proclamado que era el Mesías y
el rey de los judíos, sino que estaba “alborotando a nuestra
nación” (Lc 23,2) y exhortando a los suyos a que no pagasen los
tributos».

Por su parte, Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI,


en su obra Jesús de Nazaret: Desde la entrada en Jerusalén
hasta la resurrección (Ediciones Encuentro, Madrid, 2011,
págs. 206 y 207), nos relata:
«Ambos “procesos” contra Jesús, ante el Sanedrín y ante el
gobernador romano Pilato, han sido objeto de discusión hasta en
sus más mínimos detalles por los historiadores del derecho y los
exegetas. No tenemos por qué entrar aquí en estas sutiles
cuestiones históricas, sobre todo porque no conocemos ―como
ha hecho notar Martin Hegel― los pormenores del derecho penal
saduceo, y no es lícito sacar conclusiones partiendo del tratado
Sanhedrin, de la Misná, que es posterior, y aplicarlas a las
normas del tiempo de Jesús».

Y, para terminar, Ernest Renan, en su obra Vida de


Jesús (Biblioteca Edaf, 1968, págs. 278 y 279), escribía:
«[…] Esta muerte fue “legal”, en el sentido de que tuvo por causa
primera una ley que era el alma misma de la nación. La ley
mosaica, en su forma moderna, es cierto, pero aceptada,
pronunciaba la pena de muerte contra toda tentativa para
cambiar el culto establecido. Indudablemente, Jesús atacaba
dicho culto y aspiraba a destruirle.
40
Los judíos le dijeron a Pilato con una franqueza simple y
verdadera: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe
morir, porque se ha hecho Hijo de Dios79». La ley era detestable,
pero era la ley de la ferocidad antigua y el héroe que se ofrecía
para derogarla debía ante todo sufrirla.
¡Ay! Serán necesarios más de mil ochocientos años80 para que
la sangre que va a derramarse dé sus frutos. Durante siglos, en
su nombre, se infligirán torturas y muerte a pensadores tan
nobles como Él. Aún hoy se establecen penas para delitos
religiosos en países que se dicen cristianos. Jesús no es
responsable de estos extravíos. No podía prever que tal o cual
pueblo, de imaginación extraviada, le concibiese un día como un
horrible Meloch, ávido de carne quemada. El cristianismo ha sido
intolerante; pero la intolerancia no es un hecho esencialmente
cristiano. Es un hecho judío, en el sentido de que el judaismo
erigió por vez primera la teoría de lo absoluto en materia de fe,
y estableció el principio de que todo individuo que aparta al
pueblo de la religión verdadera, incluso aunque haga milagros
en apoyo de su doctrina, debe ser recibido a pedradas y lapidado
por todo el mundo, sin juicio previo (Dt 13,1 y ss.)».

79
Jn 19,7 en relación con Lv 24,16.
80
Ernest Renan (1823-1892) escribió esta obra en 1863 (Nota del autor).

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