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LA PIZZERÍA.

(Una simple historia)


de Lautaro Vilo.

Una pizzería en un salón rectángulo de tonos amarillos, rojos, naranjas y


marrones. Angosto y largo. Mesas y asientos empotrados a una pared. Un
pasillo al costado de las mesas y una barra al fondo. Una ventana detrás
de la barra muestra un recorte de la cocina. Un blindex, con una
inscripción. El pasillo hacia el baño tapado de mesas plegables plegadas.
Una caja registradora con lucecitas verdes. Luces de tubos fluorescentes.
Se escucha una radio baja que no se llega a descifrar desde la cocina.
Ruido de radio con eco de azulejos. Afuera, casi no hay autos. Es verano, o
casi. Una temperatura agradable hace cantar a los insectos. Adentro, el
día de trabajo con el horno pizzero ha subido la temperatura, aún más en
la cocina.
Los olores de distintas pizzas se mezclan con el de las colillas y los vasos a
medio llenar de cerveza que han quedado olvidados en el salón. Entra olor
a lluvia desde fuera.
Una mujer en un vestido de fiesta fuma largamente sentada en el salón.
Delante de ella, dos botellas de cerveza vacías. Un aburrimiento enorme.
Alguien la ha dejado de plantón. Tiene alrededor de cincuenta; en una
época fue linda. Su tintura es de un rubio muy claro. Sus aros de broche y
grandes.
En la cocina, un morochón de pantalón y camiseta blancos. Sonriente,
enérgico. Lleva su volumen y peso con destreza, como haciendo fintas de
box. Se podría decir que no está nunca inmóvil.
La mujer golpetea suavemente sus aros contra la mesa. De la cocina, se
escucha a Oso tarareando la canción de la radio. De repente, Oso sale de
la cocina bostezando.
Oso. Perdón, creí que estaba solo. ¿Todavía acá?...Sí, claro. Mire lo que le
pregunto. Obvio, ¿no? Usted está, yo salgo, “¿todavía acá?”. Una obviedad,
¿no?    Claro, hablar por hablar... La costumbre. Uno sale, dice cosas. ¿no?
La costumbre.
Silencio.
¿No volvió? La mujer lo mira No, claro. Otra obviedad, ¿no? Qué pavo.
Silencio breve.
Y... no. No?
Silencio. De repente.
El tráfico: un problema terrible. Debe ser por eso. ¿No?
Silencio.
Que no viene, digo. Por el tráfico debe.
Silencio incómodo.
¿Sabe que leí el otro día?    Creo que    fue en su peluquería. Sí, ahí fue, en
su peluquería. Mientras usted atendía a esa señora gorda...Bueno, yo leí que
en una ciudad grande parece, no? Una... capital: Londres, París, Nueva
York, un lugar así, ya lo empezaron a solucionar. Al problema. El del
tráfico.Claro, usted piensa: “obvio”, están muy adelantados. Pero eso no es
lo importante. Lo importante es cómo lo solucionan. Como ordenan, todos
los vehículos. Como hacen para que no se choquen nunca. Ni un rasguño,
nada. Y eso con millones de autos.
Silencio breve.
Es medio raro para explicarlo, es como si... Bueno, con el despelote, si me
permite la expresión. Sí, el despelote. Un enorme despiole. Parece que hay
unos tipos, físicos o algo, que descubrieron una ley nueva. Ley del caos le
pusieron. Yo me acordé enseguida de una serie vieja, de la tele, pero no
tiene nada que ver. Esto es otra cosa. Parece que con esto que descubrieron
los tipos, que es muy raro, los tipos desordenan todo, así, totalmente. Y
bueno, después los autos empiezan a andar y se ordena todo. O sea, arman
un caos y este caos armado especialmente, hace que se ordene todo. No me
pregunte cómo. Todo solito. Ni un choque, ni un embotellamiento. Nada.
Silencio.
Y yo me quedé pensando. ¿No? Hoy. Hoy mismo. Hace un rato. Pensaba
mientras amasaba: cómo hacen los tipos para planificar un caos, un
despelote, un desorden. Uno puede planificar, pero a mí me parece que
otras cosas. ¿No?
Silencio.
Yo, por ejemplo. Yo planifico también. Llevo un orden. Me gusta llevar un
orden, para organizarme. Por ejemplo: cuando entro las sillas y las mesas
de afuera. Primero, saco las sombrillas de adentro de las mesas. Segundo,
las entro. Después, pliego las mesas y las entro. Al final recién las sillas;
primero las pliego, las apilo todas; después recién las entro. Esto es como
un orden, una serie le dicen. ¿No? Ahí viene la duda: yo tengo tres mesas;
las ordeno. ¿No? Siempre son las mismas tres mesas con las mismas tres
sombrillas más tres sillas por mesa son... nueve cosas. Yo eso lo puedo
ordenar, si quiero ordenarlo. ¿Pero como se puede hacer para desordenar a
propósito una pila de autos y motitos y camiones y qué se yo y que se
ordene solo todo?
Silencio pensativo. La mujer prende otro cigarrillo.
Todo.
Silencio.
¿No?
Silencio.
A mí me parece que la noticia está mál contada. O algo. Yo no entiendo
mucho. Está bien, no tengo formación, pero a mí si me preguntan, no se
puede. ¿No? O no me entra en la cabeza cómo. Yo tendría que tener un auto
y agarrar y salir un día. Probar... ¿No?
Silencio breve.
Aparte, uno no puede planear un desorden. Si uno ordena algo, lo está
ordenando. Aunque esté desordenado, ¿no? O sea, está ordenando, pero
“desordenadamente”. Nunca va a estar desordenado totalmente, porque uno
lo ordenó...
Mujer. ¿Tiene hora?
Oso. ¿Qué?
Mujer. Hora.
Oso. Ah, sí. Ya le digo.
Entra a la cocina y sale rápidamente.
Oso. Las dos y veinticinco.
Silencio.
Oso. ¿La estaba aburriendo?
Mujer. No se preocupe.
Oso. Yo sólo quería ser amable, plantearle la inquietud.
Mujer. Que no se preocupara le dije.
Silencio.
Oso. Si no le molesta, voy a baldear. Ya estamos casi cerrando y... Usted
puede quedarse, no hay problema. Pero... Bueno, necesito baldear. ¿No?
Mujer. Como quiera.
Pausa.
Oso. Sí, como quiera.
Silencio.
Oso. Ya que voy a la cocina, ¿quiere algo más para tomar?
Mujer. ¿Tiene whisky?
Oso. No. Le puedo ofrecer otra cerveza, vinito de caja, alguna gaseosa... A
ver, espere.
Entra en la cocina. Se escucha un balde llenandose de agua. Sale.
Oso. Mire queda este culito de hesperidina, si lo quiere...
Mujer. No, gracias.
Oso. Yo lo dejo acá. Lo deja en la barra. Si usted después apetece, sirvase.
Como en su casa. Tengo algunos pedazos de pizza también, si se quedó con
hambre.
Mujer. No, gracias.
Oso. El balde.
Entra nuevamente a la cocina y sale con un balde, trapo y secador.
Pausa. Oso valdea.
Oso. Peludo el trabajo. El jueves ya se entra a poner complicado, la gente
empieza a salir, empieza el fin de semana. Se sigue saliendo. A pesar de
todo. ¿no?
Silencio.
Oso. Mucha queja, mucha queja; pero a la hora de salir. Acá viene mucha
gente, el piberío más que nada.
Mujer. Los precios.
Oso. ¿Qué?
Mujer. Por los precios.
Oso. ¿Los que tenemos dice?
Mujer. Por eso vienen.
Oso. Puede ser.
Silencio.
Oso. También está lo artesanal, ¿no? Porque... la pizza amasada, artesanal
es... la verdadera, otra cosa. Pizza... Pizza pizza ¿no? Amasada particular,
estirada particular. Bollo por bollo. Es la diferencia entre la prepizza y la
pizza a la piedra. Yo, me quedo con la pizza a la piedra. Giménez me dijo,
por qué no hacía prepizza, para ganar tiempo. Yo dije que no. La pizza de
prepizza no tiene nada que ver con la pizza real, la auténtica pizza. Un
sánguche que le falta la tapa, eso es la prepizza, un sánguche que le falta la
tapa... Después está lo que sería el show, ¿no? Que es la otra parte, cuando
estirás la masa. Con el puño arriba. Girando la masa. A la gente le gusta,
llama la atención. Yo los veo cuando trabajo, miran por la ventanita de la
cocina. Me hago el que no los veo. El concentrado. Para que no les dé
vergüenza. Sigo. Así, con la masa dando vueltas acá arriba. Como con el
puching ball.   
Mujer. A la gente eso no le interesa, son los precios.
Silencio. Oso valdea contrariado. Se acerca a los pies de la mujer.
Oso. ¿Me permite?
Mujer. Qué cosa?
Oso. Si puede levantar los pies, así paso el trapo.
Mujer. Si. No me mire las piernas.
Oso comienza a pasar el trapo debajo de los pies de la mujer, que los alza.
Cuando el trapo está debajo de los pies de ella, la mujer los baja y pisa el
trapo. Se limpia las plantas de los pies en el trapo mojado y comienza a
caminar por el espacio ya limpio. Oso la mira, se dá cuenta del juego.
Silencio.
Mujer. ¿Que hora me dijo que era?
Oso. Ya deben ser las tres menos algo.
Mujer. Las tres.
Oso. Menos algo.
Silencio.
Mujer. ¿Le dijo cuando venía?
Oso. No, no me dijo nada. ¿Por qué?
La mujer lo mira.
Oso. Perdone, claro. Está tardando mucho. ¿No?
Mujer. ¿Adonde fué?
Oso. No sé.
Mujer. ¿No sabe o no puede decir?
Oso. No sé. En serio.
Silencio.
Mujer. ¿Cuánta plata se llevó?
Oso. La verdad, no tengo idea.
Mujer. Muéstreme.
Oso. ¿Qué?
Mujer. Que me muestre.
Oso. ¿Qué cosa?
Mujer. La libreta.
Oso. ¿Qué libreta?
Mujer. No se haga. Las entradas y las salidas van a una libreta siempre.
Muéstremela.
Oso. ¿Quién le dijo eso?
Mujer. ¿Quién va a ser? Muéstremela.
Silencio. Oso entra en la cocina. Vuelve a    salir con una libretita.
Se la dá a la mujer. La mujer mira. Oso vuelve a valdear.
Mujer. ¿Para que necesitaba tanto?
Oso. ¿Qué cosa?
Mujer. Tanta plata. ¿Para qué necesitaba?
Oso. No, yo no sé.
Mujer. ¿No sabe?
Oso. Me temo que no.
Mujer. ¿Seguro? ¿No lo está cubriendo?
Oso. ¿Cubrirlo? ¿Por qué, señora?   
Mujer. Amelia.
Oso. Amelia. ¿De qué lo voy a cubrir?
Mujer. ¿Y porqué teme entonces?
Oso. ¿Cómo?
Mujer. Porqué teme. Me dijo que tenía miedo.
Oso. ¿Yo miedo? ¿De qué?
Mujer. O temor. Me dijo que temía.
Oso. No.
Mujer. “Temo que no”; “Seguro”; “Sí”. Si está seguro de que no sabe, no sé
porque tiene miedo. ¿Qué le hace tener miedo? ¿Qué es lo que no me puede
decir? Creí que era más franco.
Oso. No entiendo.
Mujer. Los hombres se cuidan las espaldas.
Oso. ¿Qué dice?
Mujer. Se sigue haciendo. Dígame dónde fué. Vamos, que es tarde.
Oso. En serio señora, no tengo idea.
Mujer. No me diga señora, que nos conocemos bien.
Oso. Bueno, Amelia...
Mujer. Vamos, dígame la verdad.
Oso. La verdad le digo, Amelia. No sé dónde anda Giménez.
Mujer. Lo tapa.
Oso. No, Amelia...
Mujer. Lo está tapando de algo. Claro, el señor se fué de gran juerga; dejó a
la estúpida esposa y gran joda gran. Total, la hija de la pavota lo espera en
su pizzería inmunda.
Oso. Señora, por favor.
Mujer. Usted es un perro guardián. No va a soltar nada. Es el perro
guardián del calavera ése. Está bien, cállese. Son sus códigos de machos. El
problema es mío, por tratar de sacarle algo. A usted. A alguien como usted,
justamente.
Silencio.
Oso. Mire Amelia: primero, yo no soy perrito guardián de nadie; segundo,
no me gusta andar ocultando cosas y tercero, esta pizzería inmunda que
usted dice es mi lugar de trabajo, así que tenga un poco más de respeto.
Silencio largo. Oso termina de valdear y estruja el trapo.
Mujer. Perdone, estuve un poco brusca.
Oso. Estuvo.
Mujer. Le pido disculpas.
Silencio.
Mujer. Por favor.
Oso. Esta bien, está disculpada. Es feo que le digan a uno que es tan poca
cosa, pero estoy acostumbrado, no se preocupe.
Mujer. Yo no quise Es el tiempo que llevo.
Oso. No hablemos más del tema.
Mujer. Comprenda, son más de tres horas.
Oso calla.
Mujer. Marino...
Oso. Martino. Soy el “Oso” Martino, Amelia; no el “Oso” Marino.
Mujer. Martino, le pido disculpas. En serio.
Oso. Está bien señora. Digo, Amelia. Ya pasó, ya está. No es necesario
tanta... Sonría, sonría. Ya pasó.
Mujer. Usted no tiene la culpa.
Oso. No. Usted tampoco.
Mujer. Una siempre se la agarra con...
Oso. Bueno Amelia. Ya. Qué le va a hacer.   
Silencio. Se sonríen tímidamente.
Oso.Yo también, me enojo muy de repente. ¿No? En realidad, usted...
Bueno, eso, capaz...Está medio enojada. ¿No? Y reacciona. Claro, son
como tres horas. Mucho.Uno reacciona con el primero que tiene a mano.
¿No? Y yo,...    el boxeo lo deja a uno medio de sangre caliente, tanta piña,
tanta adrenalina, la calentura esa, tanta cosa, ¿no? Típico. De pronto, a uno
le dicen algo; uno no tiene el tiempo. No. Para frenar, para pensar. Uno, en
un momentito, como leche hervida. ¿No? Pero bueno...
La mujer lo besa de repente, sorpresivamente. Un beso breve al que Oso se
entrega. La mujer se separa. Prende otro cigarrillo, incómoda. Oso queda
sorprendido. Silencio largo.
Oso. ¿A usted le dijo dónde iba?
Silencio.
Oso. Porque si iba lejos,... Este barrio es muy bravo. En las salidas. Los
accesos. Están muy difíciles. En auto sobre todo. Atacan los autos. Yo, por
eso, siempre a pie. Tranquilo. A pie uno está más alerta. En auto tiene que
mirar la ruta. ¿No? Se distrae en eso. Por eso nunca me compré un auto.
Me gustan, no voy a decir que no. Pero no para este barrio. Porque uno
necesita la ruta. Ahí se esconden todos. Dicen que es mejor no frenar en los
semáforos. De noche. No frenar. A veces ponen a un nene. En el medio de
la ruta, para que uno frene. Apenas uno frena, lo asaltan. O lo matan. O
cualquier cosa. El otro día me contaron de una cabecita que encontraron.
Abajo de la ruta. Bah! Una cabecita, lo que quedba. Debe haber sido
alguno que no frenó. Estuvieron un día buscándola. Los polícías. Debe
haber rebotado montones de metros. El del auto estuvo mal. Por miedoso.
Matar al chico por miedo.
Silencio.
Oso. Voy a enjuagar el balde, si me permite.
Oso sale con el balde hacia la cocina.    La mujer se queda en silencio.
Bebe de la botella de hesperidina. Un trago del pico vigilando para no ser
vista. Oso vuelve. Se miran. Oso sonríe. Va hacia el extremo del salón,
mira hacia afuera a través del blindex. Se quedan en silencio.
Oso. Vá a llover. Hoy y todo el fin de semana. Lo dijo la radio. Hay una
corriente marítima que se cambió de lugar. Cómo una ola de humedad,
¿no? Eso hace que esté así. Tiempo loco.
Silencio.
Oso. ¿No quiere que avisemos a algún lado? ¿Que preguntemos?
Mujer. ¿A la policía?
Oso. No, a la policía no. Digo que llamemos a alguien, no sé. Algún
familiar de ustedes, alguien. Alguien que pueda saber.
Mujer. No, no visita a sus familiares. Nunca. Menos a esta hora.
Silencio.
Oso. No sé... ¿Puedo ayudarla de alguna forma?
Silencio.
Oso. Pido un remis o algo, dígame.
Mujer. Usted dígame.
Oso. ¿Qué?
Mujer. Que me diga.
Oso. ¿Qué cosa?
Mujer. Que hice recién. Dígamelo
Oso. ¿Recién?
Mujer. Recién
Oso. Recién,... Me besó.
Mujer. Creí que no se había dado cuenta.
Oso. Sí me dí cuenta.
Mujer. ¿Y?
Oso. ¿Como “Y”?
Mujer. Nada.
Oso. No ahora dígame usted.
Mujer. Perdone. No le gustó. Haga como si no hubiera pasado, por favor.
Oso. Sí me gustó.
Mujer. Ah.
Silencio.
Oso. ¿Sabe que pasa?
Mujer. ¿Qué?
Oso. Pasa que...
Mujer. ¿Qué?
Oso. Que usted es...
Mujer. ...la mujer de Giménez.
Oso. Claro.
Mujer. Ya sé.
Oso. ¿Qué sabe?
Mujer. Eso, que soy la mujer de Giménez. Mejor que nadie lo sé. Mire si lo
sé. Si no no estaría acá. Supuestamente me iba a llevar a otra parte.
Oso. Bueno, por eso.
Mujer. Comer en otra parte, festejar los diez años. “El decenio, el decenio
del amor” decía. Sorete.
Oso. No se ponga así...
Mujer. Me pongo como quiero, porque soy la mujer de Giménez. De
Giménez soy. Cómo quiero me puedo poner.
Oso. Perdone, yo no quería...
Mujer. ¿No le gustó porque soy la mujer de Giménez? ¿No le gustó?
Oso. No. Gustarme me gustó. Sí me gustó. Pero...
Mujer. Soy la mujer de Giménez.
Oso. Eso.
Mujer. Su ex-manager.
Oso. Mi amigo, claro.
Mujer. Su socio.
Oso. Sí, en esta pizzería.
Mujer. En esta pizzería.
Oso. En este pequeño emprendimiento.
Mujer. Claro, por eso no puede.
Oso. Claro.
Mujer. Claro.
Oso. Pero me gustó. Me gustó. Gustarme, me gustó.
Mujer. Pero no...
Oso. Claro, no.
Mujer. Lealtad.
Silencio.
Mujer. Usted es muy leal.
Oso. Bueno, no es para tanto. Son códigos. ¿No?
Mujer. Muy leal. Me sorprende.
Oso. Sí,... Pero no crea que es tan raro. Los varones tenemos estas...
Mujer. No por usted.
Oso. ¿Cómo?
Mujer. Que por usted no me sorprende.
Oso. No entiendo.
Mujer. Me sorprende por él.
Oso. No entiendo.
Mujer. Por Giménez, por él me sorprende. Que sea tan leal a él.
Oso. Bueno, es un amigo. De fierro.
Silencio.
Oso. ¿No?
Mujer. ¿Qué cosa?
Oso. Con Giménez digo. Que es de fierro. Tantos años juntos y él se portó
siempre tan... ¿no?
Silencio breve.
Mujer. No crea.
Oso. ¿Qué?
Mujer. No crea que es de fierro.   
Oso. Bueno, es una manera de decir. ¿No? De fierro sería como decir...
Mujer. Y menos con usted.
Oso. ¿Cómo?
Mujer. Qué con usted no ha sido de fierro ni nada parecido.
Silencio.
Oso. No. Discúlpeme. Ahí se equivoca. Giménez conmigo, conmigo como
un hermano. Hermano mayor. Conmigo. No. Yo siempre le voy a estar
agradecido.
Mujer. ¿De este trabajo?
Oso. De esto y de la carrera. ¿Sabe todas las que le debo? Con Giménez, de
un gimnasio cualunque hasta... Bueno, hasta la pelea ésa. El Título
Argentino mediopesado.
Mujer. Con el “Metralleta”.
Oso. Sí, ése.
Mujer. Un “paquete”, como dicen.
Oso. No, ningún paquete. Era una fiera del ring el “Metralleta”.
Mujer. Usted un paquete. Usted un paquete entregado al “Metralleta”.
Oso. ¿Cómo dice?
Mujer. Para que sumara defensas. Del título.
Silencio breve.
Oso. Usted debe estar muy enojada con Giménez por lo de hoy. Yo
entiendo...
Mujer. Como un paquete. Mal entrenado, grande de edad. Para un jovencito
manejado con cuidado.
Oso. ¿Usted me está diciendo que Giménez me jodió la carrera? Giménez
sería incapaz. Totalmente. Yo le pedía, le rogaba hacer esa pelea. Y cuando
el “Metralleta” ése me aplaudió la cara, él estaba triste como yo. Llorando,
como un chico. Me abrazaba. Me decía que lástima, que se terminaba todo.
Que yo era un gran púgil. “Gran púgil”, decía. Pero no habíamos tenido
suerte.
Silencio breve.
Yo le pedí hacer esa pelea. Uno, usted sabe, ¿no? A veces cree que se va a
comer el mundo. Después viene uno como el “Metralleta”, que era una
máquina asesina y lo revienta. Después de esa pelea, ya estuvo. Pasó. Es un
tren que pasa una vez sola. Si uno no sube en campeón.
Mujer. Ajá.
Oso. Le está errando, Amelia. Puede estar muy enojada con Giménez, yo la
entiendo, pero está equivocada.
Mujer. ¿Cree que me equivoco?
Oso. Me parece que sí. Totalmente.
Mujer. Piense en la cupé entonces. Ahora sí me voy a comer una porción de
pizza.
Oso se levanta y va a buscar pizza. Vuelve con una caja que contiene
varios trozos de distintos tipos de pizza.
Oso. ¿Me decía de la cupé?
Mujer. ¿De anchoas no le quedó ninguno?
Oso. No, acá tiene de sardinas. ¿Qué me...?
Mujer. No mejor me quedo con ésta. ¿Provolone?
Oso. Provolone, sí.
Oso le sirve con    una servilleta debajo.
Mujer. Gracias.
Silencio. La mujer come.Oso espera.
Oso. ¿Qué me decía que piense?
Mujer. Rica la de provolone, lástima que está fría. De la cupé le decía, la de
Giménez. Tendrían que tener un microondas o algo para calentar.
Oso. ¿Qué tiene la cupé?
Mujer. ¿Cuando se la compró?
Oso. ¿Por qué me pregunta eso?
Mujer. ¿Cuando se la compró?
Oso. No sé, hace bastante tiempo. ¿No?
Mujer. Después de esa pelea.
Oso. Tiene razón. Fué después de eso. ¿Que tiene?
Mujer. ¿Y con qué plata?
Oso. Con su parte de la bolsa, señora. Era el manager.
Mujer. Me dice señora de nuevo. “Con su parte de la bolsa”. Usted es un
puro, un ingenuo.
Oso. Si soy tan ingenuo como dice, ¿por qué no me la clarifica?
Mujer. Si no me va a creer.
Oso. Largue. Diga que pasó, a ver.
Mujer. No la compró con su parte de la bolsa.
Oso. ¿No?
Mujer. No alcanzaba.
Oso. ¿Y?
Silencio breve.
Oso. ¿Con qué...?
Mujer. Apuestas. A ganador.
Silencio.
Oso. No. Definitivo. No. Usted me está enredando. Disculpemé.
Mujer. ¿Le gustó mi beso?
Oso. ¿Eso que tiene que ver? Usted está muy enojada. Está bien. Tarda
demasiado. Pero no le voy a creer.
Mujer. Le gusto. Yo le gusto.
Oso. ¿Vé? Me quiere enredar.
Mujer. Admítalo. Le gusto. Desde siempre. Desde que entré al gimnasio.
Oso. Mire Amelia, lo que está haciendo es muy feo. Muy feo. Mire, si
pudiera me iría a mi casa. Ya mismo. Por favor, pare acá.
Silencio.
Mujer. Está bien. Es triste. Muy triste. Porque usted también me gusta.
Silencio.
Mujer. Me gusta y me dá pena. Yo dormí diez años con Giménez. Desayuné
con Giménez cuando se levantaba a desayunar. Planché la ropa, cociné,
sentí su aliento en la cama, le besé el aliento, ese aliento a esa mierda de
hesperidina que él toma. No solamente que me mataran neuronas por él. Le
dejé hacer todo conmigo. Banqué noches de putas que se daba. No importa
con quien se las daba. Sólo le estoy diciendo. Le dí mucho más que toda la
guita que le dió usted; para que él lo entregara y viniera un villero a
reventarle la cabeza.
Silencio.
Oso. Yo entiendo eso, pero no sé que tiene que ver con...
Mujer. Y a usted le gusto. Siempre le gusté. Siempre me miró raro.
Oso. Bueno, usted siempre fué muy bonita, pero...
Mujer. Pero soy la de Giménez. La tarada de Giménez. La que le deja de
recado. Y le gusto. Le gusto mucho. Mucho. Pero como me deja a su
cuidado debo ser una especie de imbécil para usted.
Oso. Yo no pienso eso.
Mujer. Y así todo, ¿Me cree tan reverendamente pelotuda como para no
saber algunas cositas? ¿Algunas mierditas jugosas de ese amiguito que
tiene? Usted es muy fiel,    muy leal. Entonces. ¿porque se pasa
relamiéndose cuando me mira? Si es tan fiel. ¿Por qué se le ocurre siempre
algo para hablar conmigo? Tan leal ¿Tanto le interesa el informe
meteorológico? ¿Siempre está tan preocupado en esa sarta de huevadas?
¿Por qué va a cortarse el pelo a una peluquería de mujeres? ¿Porqué me
tantea siempre, preguntándome “¿no?”, “¿no?”, “¿no?”, espiándome para
ver si puede seguir hablándome de cosas interesantes que sabe que
Giménez nunca va a decir? Mierda.
De repente, Oso toma a la mujer del brazo, la atrae hacia sí. La besa larga
y apasionadamente. Una erupción esperada por mucho tiempo. Luego del
beso quedan abrazados, fuertemente. En la misma posición:
Oso. Lo tengo claro, clarito en la cabeza La bolsa de arena se había rajado.
Le habían puesto un parche, de cuero. Yo había calculado que el parche
estaba estaba más o menos a la altura de lo que sería el pecho del otro. Y
estaba practicando zona baja, los ganchos. Piña y piña. Ahí ví la punta de
un zapato de mujer que aparece, detrás de la bolsa que se mueve. Te miro.
Tenías un vestidoplateado y negro, un perfume hermoso. La traspiración de
la espalda se me puso fría. Esperaba a alguien parecía.
Mujer. Tuteáme.
Oso. Esperabas a alguien. Yo quería acercarme, hablar o algo. Pero Fidel
me vigilaba. No me dejaba pararla con la bolsa. Yo le pegaba distraído, te
miraba de reojo. Después llegó Giménez. Y lo abrazaste. Y se fueron.
Cuando pasaron por la puerta, él...
Mujer. ...Me pellizcó el culo.
Oso. Sí, ahí. Después casi saco el parche a las piñas. Entrené mucho esa
tarde, como tres horas y media. Me maté. Fidel estaba contento.
Quedan abrazados en silencio durante un momento. Oso comienza a
besarla nuevamente. Un intento sexual que La mujer detiene. Lento, los
cuerpos se separan.
Mujer. A pesar de todo, capaz que viene.
Se miran a los ojos un rato en silencio.
Oso. Yo...
Mujer. No digas nada. Es mejor así.
Oso. Sí, es mejor así.
Silencio. La mujer vá hacia el mostrador. Toma una lapicera y escribe.
Mujer. Es el teléfono de la peluquería. Sabés a qué hora encontrarme. A él
también le sabés los horarios.
Oso. ¿Qué hacés? ¿Te vás?
Mujer. Me cansé de esperar.
Oso. Mirá que va a llover. ¿No querés que llame un taxi? Lo dijo el servicio
meteorológico, ¿no? Una corriente marítima.
Se miran, ríen.
Oso. Todo está muy inseguro, si querés te acompaño.
Mujer. Voy a estar bien. No te preocupes.
Se siente un potente motor que llega. Dos bocinazos. Es Giménez que llega
en su cupé. Un portazo. Oso se separa y vá hacia el mostrador. Deja la
servilleta con el teléfono debajo de la registradora. Giménez entra, barriga
de bebedor, zapatos a dos colores, pantalón negro y camisa verde de
mangas cortas fuera de él. Peinado hacia atrás. Entra agarrándose la
nariz.
Mujer. Era hora.
Giménez. Si era hora. Era hora. No sabés lo que me pasó.
Mujer. No, no sé. Estaba esperando.
Giménez. Bueno, bueno, bueno. Que no vengo para que me hinchen las
pelotas, ¿eh? Encima que vuelvo,... Decime, ¿tengo sangre en la nariz?
Mujer. No tenés nada.
Giménez. Se me debe haber secado ya.
Mujer. Más de tres horas estuve.
Giménez. Ya sé que estuviste tres horas. Ya sé. ¿Casi me parten la nariz y
me pasas boletas vos?
Mujer. ¿Quien?
Giménez. Vos. No te podés apiadar. Casi no cuento el cuento y encima te
tengo que escuchar.
Mujer. Quien te pegó te digo.
Giménez. Que se yo. Me persiguieron. Me persiguieron en un auto. Me
encañonaron y me pegaron un culatazo. Gracias a Dios la camisa no se me
manchó. Eso sí, tuve que tirar la franela, estaba hecha un desastre. Toda
roja, echa un desastre. Me robaron toda la guita que tenía. No me la hagás
peor. Esperáme en el auto que tengo que hablar con él.
Mujer. Chau, Martino.
Oso. Chau señora.
Mujer sale.
Giménez. ¿Y?
Oso. ¿Y qué?
Giménez. ¿Cómo anduvo?
Oso. Flojo.
Giménez. Puta que lo parió.
Oso. ¿Dónde estabas? ¿Te pegaron?
Giménez. Que me van a pegar. En las picadas estaba.
Oso. ¿Y?
Giménez. Mal. Para la mierda. Unos guachitos, con un ciento veintiocho.
Oso. No.
Giménez ¿No qué?
Oso. ¿Perdiste con un cientoveintiocho?
Giménez. Bueno viejo, mala leche. Cualquiera puede perder, vos perdiste
con el metralleta. ¿Qué tiene?
Oso. Con un cientoveintiocho...
Giménez. Sí, con un cientoveintiocho, un cientoveintiocho.
Oso. ¿Y cómo hiciste para perder con eso?
Giménez. Cómo hice para perder, no. Cómo hicieron para ganarme. Yo en
realidad, ni iba a correr. Fuí...    a mirar, a ver qué pasaba. Y bueno, viste
como es, agarré viaje. Al pedo. Cuando estacioné los tenía al lado. Meta
cumbia y esa mierda. Y me hacían señas. Y les bajo el vidrio. Y me dice
uno: “¿Corre abuelo?”. “¡Abuelo la concha de tu madre!” Listo, a la pista.
Hacemos la primera y en baja me sacan muchos metros. Le dí rosca igual,
pero no llegué. Por un pelo, los hijos de puta. Por un pelo. La trompa fea
del cientoceintiocho así adelante. Menos. Así.
Oso. ¿Y?
Giménez. Voy, les pago y se me cagaban de risa. Yo no me quería
enganchar. Vuelvo al auto, justo cuando voy a cerrar la puerta, uno: “claro,
que va a correr, con el bote ése ”. Y me puse ciego. “¡Te hago otra, ya!”, le
digo al que manejaba. Como se hacía el gil: “Doble o nada”. Ahí
agarraron viaje. De nuevo a la largada. Hoy pusieron una flaquita bárbara
en la largada. Increíble. Un culo. Un poema. Estoy acelerando así, la flaca
me revolea el buzo y apenas lo baja, salgo convertido en una pantera; en
baja no se alejaron nada. Y eso que es un auto más liviano. Bueno, voy así.
Ahora, cuando voy a meter terecera a fondo, para comérmelos, no sé lo que
pasó. Me taré, o algo. Una laguna mental. El cambio entró tarde y fué peor
que en la otra. Me sacaron un montón. Ahí, ciego como estaba, les dije de
otra doble o nada. Vos tendrías que haber venido. no les pagábamos una
mierda. Pero ya está. Fuí, le bajé un poco el aire a las ruedas, para que se
agarren más; y fuí a esperar el turno. Para correr de nuevo. ¿Podés creer
que me ganan otra vez por un pelo? En realidad, me cagaron. Para mí que
en ésa, largaron antes. Seguro. Igual, la flaquita de la largada no dijo nada.
Para mí que los conocía. Yo no sé, la tercera falla un poco, pero para mí se
avivaron y largaron antes. Yo ésa no me la trago.
Oso. ¿Ahí perdiste todo?
Giménez. No, después seguí corriendo, contra los mismos. En una les gané,
pero me desafiaron de nuevo y no podía arrugar. Viste como soy, yo no voy
a arrugar. Aparte la gente ya me miraba. ¿Sabés cómo? Se hacían los
distraídos, pero se reían. El gordito del buggy , ése colorado que tengo de
hijo, el peor. Les festejaba todo. Vos tendrías que haber venido. Así no se
puede, solo no se puede. Con vos, no les pago nada.
Oso. ¿Ahí perdiste todo?
Giménez. Sí, habré corrido unas dos o tres veces más.
Oso. Y te pelaron.
Giménez. Ajá.
Oso. Te pelaron.
Giménez. ¿Y qué querés que le haga?
Oso. Tu mujer está enojada.
Giménez. Esa que se la coma. Doblada. Igual, ahora volvemos. Estos
pendejos me van a ver. Con esa catramina.
Oso. Giménez, andá a dormir.
Giménez. ¿Qué andá a dormir? Ni a palos. Ahora volvemos.
Oso. Tu mujer te estuvo esperando.
Giménez. Doblada, dije. ¿Soy el manager o no soy el manager? Llevamos
la guita, si hoy anduvo flojísimo. Doblamos todo.
Oso. Mañana hay proovedores.
Giménez. Por eso digo: doblamos todo. ¿Soy el manager o no soy el
manager? ¿O no soy el manager? Creéme, doblamos todo. Mucha plata con
poca plata. Lo de la caja de hoy. En un periquete. Después te invito por ahí.
Oso. No, es tarde.
Giménez. No me arrugue campeón, que no soy el metralleta.
Oso. Yo no arrugué con el metralleta.
Giménez. Bueno, es un chiste. Mire cómo se me pone, tan serio. Dale,
¿venís? De última, les damos sin asco. Los seguimos y les damos sin asco.
¿Eh? El “Oso” Martino vuelve a repartir. Yo llevo el matafuegos;
obviamente, voy a colaborar un poco. Dale Oso, es plata fácil, viejo.
Oso. Está bien.
Giménez. Ése es mi pupilo, carajo. Para ustedes señores, señoritas. Este es
mi amigo. Oíme: La dejo en la puerta y vengo, vos andá apagando todo y
juntá la plata. Te toco la bocina y vamos. ¿Ok?
Giménez se dispone a salir.
Oso. Giménez.
Giménez. ¿Qué?
Oso. Yo no arrugué con el metralleta.
Giménez. Ya sé. Nunca arrugaste.
Oso. Una última: ¿qué pasó con esa pelea?
Giménez. Oso, osito querido, ya lo hablamos. Un error de cálculo. El pavo
de Fidel. A mí nunca me gustó de entrenador, pero vos te llebabas bien con
él. La planificó mal la pelea.
Oso. Yo no sé si fué así.
Giménez. Desgraciadamente, fue así.
Oso. A mí siempre me quedó como algo,... Una cosa rara con esa pelea.
Como una sensación.
Giménez. ¿De qué?
Oso. No sé... Yo soy medio duro para hablar, ¿no? Si lo puedo explicar, no
sé francamente. ¿Cómo fué para vos?
Giménez. No, me voy. Te lo dije mil veces eso.
Oso. Decímelo de nuevo. Yo después voy con vos.
Giménez. Una pelea mal planificada. Punto. El otro tuvo suerte. Te emboca
mal al principio, se te cierra el ojo de movida. Punto. Listo, mala leche. Ya
está. No te hace bien ponerte así, melancólico. Es una cagada. Yo lo sé. Te
corto la carrera, nos cortó la carrera. Listo. Ya lloramos los dos por eso.
Pero tenemos que seguir adelante, los dos. Nosotros somos dos secuaces de
la vida, Oso. Y en esa cabecita, tenemos que pensar que la vida sigue.
Siempre sigue. Primavera, verano, otoño, invierno. Sale el sol, cae el sol.
Sale la luna, cae la luna. Hay que seguir jugandoselá. Es la rueda de la vida.
La gente nace y se muere; los autos se ponen viejos y te tenés que comprar
otro; los boxeadores caen, pero se levantan; los pibes, se matan, se cogen,
hacen cualquier cosa; la minita de la largada, tiene un culo bárbaro y ya se
le va a aflojar. La ley de la vida, querido...Depués vendrá otra. Te
reencarnás y listo, otro “Oso” Martino más. Otra chance. En una de ésas
sos campeón del mundo en la vida que viene, quién te dice. ¡O sos
manager! Listo, en la próxima vida, en mi próxima vida, el manager sos
vos. Te elijo a vos y me manejás la carrera. ¿Eh?... Dale, cerrá todo. Ya
vengo, enseguidita. Sacá una de hesperidina de la caja. Con eso me van a
subir los reflejos... ¡Dale campeón! Ya estoy volviendo.
Giménez sale. Se escucha una arada del auto y la acelerada.
Oso queda solo. Piensa. Saca la servilleta de debajo de la registradora, la
mira, la deja dónde estaba. Empieza a apagar las luces. Espera en
penumbras. A lo lejos se oye el auto de Giménez que viene, una frenada
chirriante y dos bocinazos, el motor queda haciendo aceleradas. Oso no se
mueve. Dos bocinazos más. Aceleradas. Oso inmóvil. Afuera,se escucha el
“Dale, Ché” de Giménez. Oso se levanta lentamente y sale cerrando con
llave.

Apagón.

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